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Editorial
Con pausado fuego lento
Recientemente se han conocido los datos del impacto económico del enoturismo en España, aportados en el informe de ACEVIN (Asociación Española de Ciudades del Vino) y Rutas de Vino de España. Por razones de mayor tradición histórica, la disparidad sigue latente en el desarrollo y la realidad de la actividad turística de unas zonas vinícolas a otras, y aunque todavía no se recogen las valoraciones de aquellas rutas, incorporadas en el pasado 2018, parece claro que aún al Ruta del vino de La Mancha, todavía en sus balbuceos, necesita una consolidación más estable, que permita afianzarse como viaje escogido por los (eno) turistas en sus destinos. El tiempo, como sucede en la cocina (por cierto, la gastronomía es un aliciente más de la ruta) marca las pautas; y como sucede en ocasiones aquellos guisos y platos más suculentos precisan de una cocción a fuego lento. Sobrecalentar los fogones no lleva sino a una abrasión prematura del cocinado, que a todas luces terminaría por arruinar las viandas.
Por ello, con aplomo y decisión, es preciso seguir, o al menos hojear, la receta que tan bien le ha funcionado a otros chefs del sector. En este sentido, es importante vigilar los ingredientes para no desequilibrar los sabores y texturas finales del plato. Los resultados finales apuntan hacia la importancia económica del enoturismo donde según ACEVIN, el informe desvela que en las 26 rutas “el impacto económico del enoturismo en las Rutas del Vino de España (actividades de visitas a bodegas y museos) aumentó en un 20,5% y supera los 80 millones de euros sólo en visitas a bodegas y museos”, lo que se tradujo en unos 2.961.371 visitantes. En términos temporales, los datos también arrojan una manifiesta predilección en los visitantes (el 74 % son nacionales frente a un 26 % de fuera de nuestras fronteras) por las estaciones más benévolas para el viaje interior, esto es, por la primavera y el otoño, especialmente en los meses de agosto, septiembre y octubre. Precisamente septiembre, y sobre todo agosto, todavía severo en el mercurio en sus primeras semanas, es sin duda, un escaparate abierto para muchos de los municipios manchegos que celebran sus Fiestas patronales. Es la vuelta de los paisanos ausentes que aprovechan las fechas para retornar a casa. Son momentos de reencuentro con viejos amigos y familiares, no exentos de cierta nostalgia y melancolía para los más veteranos que recuerdan gestos, instantes y fragmentos de vida, degustada con la intensidad que descorchan aquellos lances, aquellos retazos de memoria impregnados a nuestro disco duro de la vida. Columna vertebral en la cata, es precisamente la memoria olfativa la que mejor conserva por asociación de recuerdos el placer de un vino. Adherimos un aroma a un momento determinado de nuestro pasado para describir las sensaciones que nos pueden dejar determinadas impresiones. Ahí radica el encanto sensorial de un vino, capaz de retrotraernos a nuestros mejores momentos. Son recuerdos, inherentes y personales, como tales, también subjetivos, pero entrañables y fundamentalmente humanos. Como las historias intrínsecas que narra el vino, que traza un terruño, que refleja la propia idiosincrasia de unas tradiciones en su legado histórico. Permanecen inmutables a lo largo de generaciones, y cocinadas a fuego lento. Son degustadas, a trago largo para quedar grabadas en nuestra retina en la experiencia que llaman enoturismo.