El Sanador de la Serpiente—Capítulo 4—

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Victoria Leal

EL SANADOR DE LA SERPIENTE PRIMERA PARTE—CAPÍTULO 4—

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4. Intereses en común, dolores diferentes. Los cantos de las avecillas en el jardín eran acompañadas de las voces provenientes de todos sitios a la vez. El coro descendía de los cielos pero su sonido no era audible por todo el reino y deleitaba a quienes prestaban atención. Ese día era la entrada al verano y hasta el agua tenía un sabor diferente. Las gasas se mecían en las blancas columnas imitando ramas de añoso árbol, siendo parte de una pérgola de mármol rodeada de flores celestes y brillantes como estrellas, abrazando a un hombre de gris tocando el arpa. En el centro estaba la cuna de un pequeño bebé, escuchando el arrullo de su madre meciendo su cama. Apenas tenía dos días en el mundo y ya memorizaba la melodía, feliz de escucharla, feliz de sentirse amado. Lamentablemente sus ojos eran demasiado jóvenes para enfocar los rasgos finos de la mujer besándole la pancita, todo lo que pudo hacer fue intentar sonreír y patalear. Wilhelm se negaba a abrir los ojos y nadie podía recriminarle porque su sueño le provocaba placer, tanto que repetía la melodía cantada sin percatarse que Adalgisa le escuchaba. Bailando en espirales y cantando en la laguna. Un hada de alas de sueño pedía un deseo. Haciendo un círculo de mágica luz. Miraba la escarcha en el reflejo de la luna... Adalgisa sintió una brecha en su corazón pues llevaba trece años sin escuchar la melodía que Lïnawel cantaba a su niño pero la mujer no se atrevió a despertar al príncipe tarareando en sueños, no tenía el valor de quitarle la felicidad tan pronto. Adalgisa dejó que un rayo de sol rasgara la cortina. El destello se arrojó directamente sobre los párpados de Wilhelm quien se revolcaba en la cama sujetando su cabeza con las manos. Entre tanta vuelta se enredó con una melena perfumada de peonías. En la almohada a su lado se encontraba mujer risueña de ojos pálidos buscando disimular su expresión al utilizar de escudo una sábana bordada en seda. —Buenos días, borrachín de taberna cutre. —Ay no, de nuevo no. —Amor… —Sí, ya sé. Mamá, qué vergüenza. Soy de lo peor, ¡aguanté una mísera copa! ¡Ni siquiera me acuerdo en qué momento me arrastré hasta aquí! —Vaya escena la de anoche. Fritz me contó… —Le prometo que nunca más, ¡lo juro! —No jures lo que no puedes cumplir, hijo. —Pero… bueno, supongo que tiene razón. —Amor… —Dígame. —Tienes que dejar de traer almohadones a mi cama, ya casi no queda sitio para dormir. La mujer se sentó en la cama riéndose al notar que su hijo apenas tenía equilibrio para mantener la espalda recta.

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—Mi nubecita, ¿te duele la cabeza? —Siento que un Äingidh me ha hundido un hacha que atraviesa mi cabeza hasta llegar al cuello. Quiero ver al sanador. —No seas escandaloso, se te va a pasar. —Creo en tu palabra, mamá. —¿Tienes sed? —¡Claro que tengo sed! El muchacho fregaba sus ojos con furia en el momento en que varias sirvientas ingresaron al dormitorio sosteniendo bandejas puestas en una mesa a los pies de la cama. —Amor, debes estar pensando en mil cosas. —Sí, ha dado en el clavo. Nuestros invitados deben pensar que soy un imbécil. —Ay, no digas eso—La mujer abrazó al pequeño, quien mantenía los ojos cerrados porque el sol le atacaba con furia—Anoche todos estábamos un poco pasaditos. Sin ir más lejos, tu padre hasta se sacó la túnica real para andar así por la vida, con su camisa de descanso. Dejó la corona arriba de la mesa y se puso a fumar con el Embajador. —¿Usted busca reírse de mi estado? —No estoy tomándote el pelo, nubecita. Hasta Ritter se unió a los juegos de tablero y apostó su compañía de teatro. —¡Y que pasó! —¿Qué pasó? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Acaso Ritter a perdido en el juego alguna vez? —Sólo era curiosidad… —Los pobres Klotzbach perdieron todas las joyas que tenían en aquel momento. Me pregunto porqué no arribaron Catalina y Estuardo, ¿tendrían problemas en su palacio? La carta que entregó Sebastian no explicaba nada. Bueno, al menos el licor disipó las rencillas y pudimos disfrutar de buenas apuestas. Menos mal que Sebastian estaba borracho porque de lo contrario, seguro que ardía la Marca de Neuenthurm… Adalgisa besó la frente de su niño arrastrándose a los pies de la cama, abandonando las sábanas y acomodándose frente a la mesa servida por la mucama de atavío negro. —Verdad, ellos no tienen un bastión, su territorio es un valle cercano a un bosque. Hablando de los Klotzbach, anoche quería ver a Lotus y lo único que hice fue hundirme en la barrica de mosto, estaba tan dulcecito. Ay, no me arrepiento de nada. —Qué cosas dices, Wilhelm—Adalgisa miraba a su hijo desde su puesto en la mesa, trozando el pan con sus manos antes de añadir mantequilla—Si anoche bebiste y comiste junto a Sebastian y Lotus vociferando bromas tal como si fueran familia. —¿Eso hice? —Hasta les prometiste una visita a su bastión. Wilhelm se arrojó a las sábanas, envolviéndose en una frazada gruesa. —No recuerdo nada de eso. Soy de lo peor, no bebo nunca más. —Basta con comer antes de beber, hijo. —Ay, Helmut me dijo lo mismo… ¡HELMUT! —Ay, hijo, ¡qué pasa!

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Wilhelm salió de un brinco del catre, llevando las manos a la cabeza, abriendo grandes ojos. —¡LE PROMETÍ QUE ENTRENARÍAMOS AHORA, EN LA MAÑANA! —Tú y tus promesas, ¿a quién se le ocurre programar un entrenamiento después de una fiesta donde se bebe hasta el agua del florero?—La madre bebía lentamente una sopa caliente de huesos de pollo— Helmut debe estar despanzurrado en la cama y ese descanso se lo tiene ganado. Aunque, conociendo a ese chiquillo, seguro ya anda trepando las murallas. —No creo que descanse, ayer no lo hizo menos lo considerará hoy. Por otro lado, si ya ha tenido vida en batallas, debe de ser alguien terrible—Wilhelm recordó la imagen desafiante de su primo con cicatrices, hablando sobre hombres decapitados— Seguro ni le duele la cabeza. —Bueno, si es así, aprovecha de pedirle el secreto porque todos lo necesitamos. El sanador nos dijo que el mejor remedio para la resaca era dejar de beber. Como ves, eso no ayuda en nada. Ay, a veces ese Äweldüile es más pesado que llevar una vaca a cuestas. Adalgisa inclinaba el cuenco de madera para beber hasta la última gota del consomé, Wilhelm saltó de la cama para correr al cuarto de baño siendo alcanzado por su madre quien le estrechó fuertemente. El niño sintió en su pecho que su madre no pretendía verle lejos o, mucho peor, una brisa cálida y melosa le susurraba que Adalgisa añoraba ver a Wilhelm permanecer como un niño. Wilhelm abrazó a su madre al tiempo que escuchaba una voz extraña en su mente, tal y como sucedió en el segundo que cruzó miradas con Ritter pero esto era diferente pues se trataba de una irreconocible voz femenina, arrullando desde un jardín inaccesible. —Mi nubecita… te quiero mucho, mi amor… —Yo también te quiero, mamá… y me disculpo por dormir en su cama cada vez que me siento en dilema. Adalgisa besó la frente del pequeño, entre sonrisas huyó al cuarto de baño dentro del mismo dormitorio dejando que una señora de avanzada edad le quitara el níveo camisón antes de ayudarle a sumergirse en la tina. Wilhelm siempre tuvo facilidad para permitirse agasajar por los sirvientes pero la inquietud en su corazón era un asunto completamente diferente. Sse sintió apartado del mundo por un segundo que se transformó en eterno y enigmático, sobre todo cuando una hoja de filigrana de oro apareció flotando en el agua espumosa. El niño tomó el objeto entregándoselo a la anciana acariciándole la piel con un trapo de suave textura y espumoso. Wilhelm se apuró en abandonar la calidez del agua, corriendo a la brisa al sitio donde le esperaban por una revancha. Mas Wilhelm no era el único feliz de disfrutar las espadas. Frauke, la dama reconocida por su largo cabello borgoña; arrastraba a Lotus por los pasillos en dirección al área de entrenamiento donde los Caballeros más destacados se desafiaban para probar y perfeccionar sus técnicas. —Vamos, ¡no seas así conmigo!

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—Frau, sabes bien que ese tipo de encuentros me desagradan profundamente. No soporto ver sangre. —Lotus, ¡no hay sangre en las prácticas!—Frauke abandonó la idea de jalar del brazo de Lotus para empujarle desde la espalda—Son todos colegas y tienen mucho cuidado en sus movimientos, ¡todo es muy bonito! —¿Qué tiene de bonito que nuestros queridos hermanos sean adoctrinados en asesinar gente? —Lotus, no seas así, es sólo un deporte. —¡No es un deporte, se ensucian las manos con la vida tomada de otras personas! Frauke se detuvo frente a Lotus para enseñarle los ventanales que daban hacia el área tan solicitada. —Sólo se han encargado de eliminar Äingidh, ¿quién quiere cerdos en nuestras fronteras? ¿Acaso disminuyes los méritos de tu queridísimo hermano, quien da la vida por ti? —Mi intención es muy distinta de ello. —Entonces, es bueno que veas con tus propios ojos lo que Sebastian hace para ser un Caballero de su alcurnia. —Cada vez que pienso en eso, un escalofrío recorre mi espina para alojarse en mi pecho. —Mi hermano mayor también entrena muy duro todos los días. Para él es natural conocer a sus rivales. —Mi hermano no es su rival, al menos públicamente. —¿Qué cosas dices? —Anoche, Helmut y Sebastian quedaron felices tras acordar un duelo amistoso. Se dieron la mano entre risas, se golpearon los hombros y bebieron juntos y así han estado desde sus más tiernos años pero… Ay, detesto esa clase de relación que mantienen. Ya veo que, en cierto punto, ambos olvidarán que se trata de algo amistoso. —Helmut no haría tal cosa si ha dado su palabra, ¿acaso Sebastian lo haría? Lotus se abstuvo de responder al esquivar a su amiga. Bajó su mirada para soslayar de reojo el escenario, caminando lentamente hasta arribar al sitio donde hombres de todas edades vestían ropajes de materiales firmes. Unos portaban espadas, otros arrojaban agujas a muñecos de madera. A lo lejos, la muchacha vio a un niño junto a su maestro quien le indicaba las mejores posiciones de ataque al utilizar una daga. Frauke sonreía con el espectáculo, se afirmó en una tranquera para admirar a Helmut practicar en solitario con su espada corta. La joven se afirmó en el hombro de su amiga, complacida. —Helmut es quien me defendería si yo no estuviera comprometida con Wilhelm… y si me apreciara un quinto. Estoy segura que sería capaz de besar las botas de Nikola antes que servirme un vaso de agua—Frauke suspiró, enseñando decepción resignada—Ay, a veces te envidio, Lotus. Sebastian te trata como si fueras un diamante de la Montaña del Amanecer.

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—Deja de decir bobadas—Lotus miró con firmeza a su amiga—Helmut te ha defendido de aciagos momentos y seguirá haciéndolo. Deberías pensar en tu futuro esposo en vez de reconciliarte con tu hermano, el pasado atrás se queda. —Tonta—Frauke dio un ligero toque en el pecho de Lotus—Lo digo porque Helmut es muy fuerte y valiente… y también muy hermoso. He escuchado a otros Caballeros reconocer las virtudes de mi hermano, ¿por qué no captas mi indirecta? Lotus cruzó sus brazos sintiendo que un calor indisimulable le embargaba las mejillas. —Es evidente, lo aprecio en este momento. Helmut es… es hermoso. —Deja de disimular conmigo, sé que gustas de mi hermano. De hecho, todas gustan de él pero a él sólo le interesa su espada y su Escudero rufián. Ni siquiera mostró interés por su difunta esposa, el sanador dijo que ni siquiera la tocó en la noche de bodas. El desprecio de mi hermano hizo que la pobre se suicidara. Es una mierda en un bote y nadie lo sabe, qué triste. —Es de mal augurio dar las cosas por sentado, querida. —Si te parece bien, puedo convencerle de que comparta unos minutos contigo… —¡Frauke, no lo hagas! Vaya vergüenza, no sé ni de qué hablaría. Helmut recuperaba el aire en una reducida pausa en la que, de reojo, notó la presencia de su hermana y Lotus. Fingiendo ignorancia, el muchacho apretó la amarra que sujetaba su melena ondulada, tomando un escudo colgado en la pared antes de conversar con su fiel Escudero, dando la espalda a las mujeres. Nikola recibió unos golpes simpáticos en el hombro sonriendo feliz ante la presencia de su amo, empuñando su espada con gracia pero recriminándole la borrachera de la fiesta. Lotus y Frauke notaron la complicidad de ambos, las bromas que no alcanzaban a escuchar y la manera en que conocían sus movimientos al atacarse con las espadas. Las muchachas se miraron compartiendo un hecho que nadie se atrevía a mencionar. —¿No crees que son muy amigos, Lotus? —Er… sí. Son muy cercanos y es algo lindo de ver, pocos hombres se atreven a enseñarse afecto. Después de todo, han estado siempre juntos y… —No sé, algo huele mal. —Por todos los Altos, ¿qué insinúas? NO ESTARÁS PENSANDO QUE…—Lotus apretó el brazo de su amiga—NO ESTARÁS PENSANDO QUE ELLOS… ELLOS… Frauke se afirmó en la tranquera de madera golpeada sin apartar la vista del diestro Nikola que conocía los flancos débiles de su amo, obligándole a defenderse encarecidamente. —Y, ¿por qué no? —¡SUCIA! —Sería lindo. Nada más imagínatelos, ambos son muy guapos, o ¿me negarás que el cabello azabache de Nikola no es atractivo y misterioso a la vez?—Frauke miró a Lotus, sonriendo como si tuviera una clara imagen nocturna ante si— Parece un espíritu de la noche, nacido de la luna y las suspicacias, mientras que mi hermano es un niño del sol y la obediencia. Sí que sí, sería bonito verles… —¡CÁLLATE! —Ay, pero qué mojigata, sólo te digo que lo imagines.

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—No puedo imaginar lo que me pides porque no he visto indecencias como tú lo haz hecho. Y no es bueno que dos hombres se… se…—Lotus cubrió su rostro con ambas manos, negando con la cabeza—¡NO! ¡HELMUT NO HARÍA ESO! —Mmm, menos mal que no haz visto nada. Pero tienes razón, si ellos estuvieran ASÍ de juntos, los otros Caballeros ya les habrían cortado la cabeza. Ni hablar de tu hermano, así como es con Helmut seguro le corta “eso”. Lotus apretó el hombro de su amiga, notando que un aire helado era el compañero de Frauke. ¿Siempre estuvo allí ese frío? —Frauke, por favor, detente, por amor a los Altos. —Bueno linda, ya me detuve. —Hablando de mi hermano, no le veo por aquí… —Seguramente está por llegar. Frauke mantenía su cómoda postura en la tranquera notando la presencia de un hombre de profundo azul junto a su libreta de notas. La muchacha jaló de la manga de su amiga, quien volteó en la dirección indicada. —Lotus, mira: Ritter está dibujando. —Vaya novedad… —Su fascinación por las artes es arrebatadora. La hermana menor de Sebastian notaba un brillo estelar en los ojos almendrados de Frauke, quien deseaba hablar con el hombre de cejas rectas y abundantes. —Frauke… —¿Sí? —¡No puedo creer lo que ven mis ojos! Ritter está casado, ¡no le mires de esa forma! Primero Nikola y ahora Ritter, ¿es que te gustan todos? —Está casado no muerto y, ¿qué tiene de malo mirar? —Debería estar muerto para todas las mujeres del reino excepto Näurie. —Ay, linda, ¿estás reconociendo su belleza? —Frauke, no he dicho eso… —Ad-mí-te-lo, parece que viajó desde las nubes para vivir en este reino. —Uf… necesito un vaso de agua. Compadezco al pobre de Wilhelm. Lotus sintió deseos de abofetear a Frauke pero bajó su mano al notar que el Senescal les saludaba con una sonrisa dulce que embargó de miel su garganta. —Frauke, yo me voy. Y tú deberías hacer lo mismo, estás comprometida con Wilhelm. —Pero qué asco estar comprometida con el único hombre que se enreda con su espada. Tal vez ni siquiera se trate de un hombre. —¡Frauke, es el Príncipe! —Pero no sabe usar lo que tiene.Voy con Ritter. —¡Wilhelm tiene muchas habilidades que te niegas en apreciar! La muchacha no alcanzó a sujetar a Frauke quien recibió la venia de dos Caballeros antes de llegar al sitio donde el Senescal apuntaba los movimientos de quienes entrenaban. Cerrando la libreta, Ritter tomó la mano derecha de Frauke, besando sus largos y aguzados dedos de uñas como dagas.

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—Los días son más agradables cuando las rosas deciden saludarle a uno. El tono meloso en la voz del Senescal hizo que Frauke retrocediera un paso para admirar los finos labios de quien guardaba sus instrumentos de arte en un bolso. —Me avergüenzan sus elogios, Senescal. Me gustaría que se mesurara un mínimo. —¿Mesurarme para esconder lo que mis sentidos acusan? Sería un hipócrita y no me permitiré tal pecado. Lotus se aferró al brazo de Frauke a quien le detuvieron sus ansias de estrechar la distancia con el hombre de argollas en las orejas las cuales fueron examinadas por una mirada acuciosa de Frauke. Sin embargo, el detalle buscado estaba oculto tras un mechón de cabello plateado. —Senescal, que gusto verle. —La dicha es mía, señorita Lotus. —¿Nos podría enseñar sus bosquejos? Estoy segura de que nos alegrará la jornada. En lo personal, las espadas no son de mi agrado, siendo el arte es lo que llena mi alma. Ritter sonrió, entregando su libreta a Lotus, quien se inclinó para enseñar el trabajo a la prisionera Frauke. —El manejo del armamento es otra expresión del arte señorita, un arte que jamás se domina por completo, la máxima unión entre mente y cuerpo. —La soltura del trazo es encantadora… —Si usted practicara a diario, señorita Frauke, conseguiría la misma espontaneidad. —Senescal—Lotus se apartó de los bosquejos, entregando al libreta a quien debía ser distraída—He oído que tiene una compañía de teatro… —Y ha oído bien, aunque no está cerrada sólo a la actuación. En estos instantes, estamos en la búsqueda de músicos. —¡Tan agradable enterarme de ello! —Si no me equivoco, usted, señorita Lotus, tiene instrucción en clavicordio. —Oh, sí… mas mi padre decidió que era inapropiado para una doncella puesto que es un instrumento que requiere mucha… pasión y entrega. —Cuanto dolor causan en mí esas declaraciones—Ritter hizo una venia con la mano en el pecho—Si gusta, puede practicar en las dependencias de la compañía. Allí, nadie le coartará sus alas, señorita. —Oh, ¡pero qué oferta más encantadora! —Podemos practicar un dueto, si así lo desea… Frauke levantó la cabeza cerrando la libreta y dando un ruidoso paso. Sin embargo, la confianza entre Lotus y Ritter fue cortada por la mano del joven Sebastian, quien saludaba al Senescal con una sonrisa aprendida. —Estimado, qué gusto verle por aquí. —El gusto siempre es mío, joven Klotzbach. —Dibujando nuevamente, ¿eh? Sin duda, sus manos están llenas de virtud. —Así mismo, las suyas. —Imagino que, de la misma manera en que es diestro con la pluma es usted diestro con la espada, ¿o me equivoco? —¿Es una invitación?

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—Amistosa, por supuesto. Sólo para disfrutar esta soleada mañana y este encuentro tan alegre. Ritter recibió su libreta de manos de Frauke, guardándola en el morral en su cadera. —Agradezco su invitación pero tengo una lesión y el sanador me recomendó suspender mis prácticas por un par de semanas. Espero comprenda mi situación, joven Klotzbach. Ya no tengo la dicha de la juventud ni el arrebato de nuestro estimado Helmut. Sebastian sonrió honestamente al escuchar el dilema en el cuerpo del Senescal. —Le deseo una pronta recuperación, Ritter. Por favor, disculpe mi rudeza. Lotus y Frauke notaron cierta aura extraña entre los varones, apartándose hacia la tranquera. Frauke seguía los pasos de su amiga siempre atenta a las orejas de Sebastian quien no las ocultaba en lo más mínimo pero no lucía la joyería de oro que Ritter enseñaba. Lotus sujetaba con todas sus fuerzas a Frauke, cuya respiración se hallaba entrecortada. —¡No vuelvas a coquetearle así a Ritter! —¿Coquetearle? Fue él quien empezó a llenarme de halagos ¡Y a ti te ofreció un espacio en su compañía y a mí apenas me saludó! Por otra parte, que lástima… —¿Sobre qué? —Ritter tiene un mandoble tan excelentemente forjado. Es una lástima que no acepte la invitación de tu hermano. Si vieras esa espada, temblarías como lo hago ahora. Frauke enseñó su mano a Lotus, quien no contuvo sus deseos de aprehender a su amiga, abofeteándole ruidosamente. —No vuelvas a comportarte de esa manera tan indecorosa, ya me haz hartado. —Lotus, hablo de armas, del arte de la espada, ¿en qué estás pensando?—Frauke hizo amago de reír— Soy hija y nieta de nobles Caballeros, no me pidas alejarme de los filos del acero, por favor. —¡Yo también desciendo de Caballeros y no ando todo el día pensando en hombres! —¿Hombres? —Te hubieses visto la cara cuando hablaste de aquel “mandoble”. —Uf, Lotus—Frauke se liberó del apretado brazo de su amiga, caminando fuera del área de entrenamiento—Tienes la mente sucia. Ve con el sanador para que te recete unas hierbas. —¡Y tú, ve y métete a una tina de agua helada! Por todos los Altos, pareces otra persona. La primavera está haciéndote daño. Frauke levantó la barbilla abandonando el área en zancadas ruidosas por los corredores sin percibir que del otro lado Wilhelm ingresaba al sitio acordado con Helmut. Benedikt y Fritz susurraban entre ellos, su conversación sigilosa fue interrumpida por el frenado en seco del príncipe quien volteó manos en la cintura. —¿Se puede saber qué rayos cuchichean, par de vejetes? —Am… nada, Altecita. —Sí, claro, y yo nací sordo. Fritz, ¿de qué hablaban? —Alteza, sólo tratábamos de organizar los pormenores de la Fiesta de los Altos…

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—Eso es mañana. Hoy tenemos un día relajado para evitar los nervios, si sus mentes están fuera de donde sus cuerpos rondan, ¿para qué están a mi lado? —Altecita, es que tenemos una conversación pendiente con el Embajador… —Lo sé, pero está acordada para más tarde. Ahora, ¿me dejan cumplir mi palabra? —Sí, Alteza. Disculpe nuestra molestia. —Ustedes no me molestan, Fritz. Es sólo que han estado un poco extraños últimamente. No sólo ustedes, mi madre también se ha mostrado diferente… como si tuviera miedo de perderme. Fritz levantó las orejas que se le escapaban por los mechones plateados, dejándole claro al niño que él era un Alto auténtico de edad ya avanzada. El niño se acercó a su sirviente y, con un gesto, le indicó que debía inclinarse para aprovechar de tocar aquellas largas orejas resecas por los años. —Em… Alteza no me apriete las orejas, a estas alturas ya están muy sensibles. —Son muy bonitas, ¿cuándo se verán así las mías? —Cuando tenga unos quince o dieciséis, más o menos. Hay algunos que no las desarrollan hasta pasados los cuarenta años. Es cuestión de tiempo, querido. —Las del abuelo Älmandur parecían alas de águila, ¡yo las quiero así! —Um… creo que eso es excesivo. —¡Son preciosas! —Älmandur nunca quiso recortarlas pero créame, hacerlo es un alivio porque las puntas se vuelven dolorosamente sensibles. No sé si se ha percatado de un detalle en los retratos, amo—Fritz dejaba que Wilhelm siguiera amasando sus orejas a pesar de sentir el ardor en la piel. Benedikt sonreía pero no quería entregar sus orejas al príncipe— El viejo Älmandur usaba unas cubiertas de oro en las puntas de ambas orejas… —¿Le dolían mucho? —Sobre todo cuando íbamos a la montaña a visitar a sus amigos. —Aún así, ya las quiero largas y bonitas como estas. —Gracias por el cumplido, Alteza… —Y tú, Beni, ¿también son puntiagudas y largas? —Em… sí pero no tanto. Fritz es más viejo por eso es más orejón y más flaco, ya está empezando a oler a flores. —Lo que dices es grave, Beni. Fritz se ve joven, luce de unos treinta años, como mi padre. No puedes decir que ya huele a flores… —Benedikt von Orophël… —¡Pero si es cierto!—Benedikt giró cuando Fritz se reincorporó, sujetando a su niño por los hombros— Altecita, Fritz era el edecán del abuelo Älmandur, ¡le recibió al nacer! Ay, cómo me habría gustado tener ese honor. —La historia en los libros pone que el día de su nacimiento, el abuelo Älmandur “brilló como las plateadas estrellas de la noche ya volviéndose mañana. Era el fulgor del día hecho criatura viviente y su hálito como mil soles de verano”. —Tan buena memoria que tiene el chiquitín, ¿no lo crees, Fritz?—Benedikt miró a su colega sin prestarle atención al gesto de molestia pidiendo silencio—Sí Altecita, así mismo nacemos todos los Altos.

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—O sea que así nos diferenciamos de los mortales, ¿eh? —¡Sí, señor! —Pero dijiste que Fritz le recibió al nacer, eso quiere decir que no venimos de los repollos en el campo. —¿Eh? —¡Me haz mentido toda mi vida! ¡Nadie te puede recibir si no caes de algún sitio y los repollos crecen a ras de suelo! Fritz ahogó su risa con la manga de su túnica, dando la espalda a su amo para evitar el bochorno. Benedikt empujó al pequeño al área de entrenamiento tratando de no reírse, fallando estrepitosamente. —Alteza, ocúpese de cumplir su palabra. Nosotros tenemos deberes menos graciosos. Wilhelm sonrió, siendo observado por el minucioso Benedikt, quien se arrodilló para amarrar correctamente las grebas. —Altecita, si quiere entrenar por lo menos deje que acomode esto… —Están bien así, Beni. Las amarré muy fuerte. —¡Ahora sí! Anda, ¡corre! Adentrándose en el área maderada, un aprendiz saludó al príncipe con un fuerte apretón de manos junto con varias reverencias que avergonzaban al niño quien rascaba su nuca indeciso. Benedikt miró a Fritz con desilusión. —El amo nos llamó vejetes… —Es su manera de expresar afecto. —¡Nos dijo viejos! —Benedikt, sufres de dolores en las rodillas y sudores nocturnos. Me dijiste que yo huelo a flores, ¿qué esperas? —Fritz, no seas tan duro conmigo, ¿qué hay de ti? —Yo asumí mi edad hace mucho tiempo. Es más, ya tengo lista mi barca y mis últimos atavíos. —Claro, siempre tan flemático, asumiendo sus deberes. Me pregunto si, a pesar de tus años y tu eterna compostura, aún recuerdas la expresión de ese niño. Fritz agarró del cuello a Benedikt, quien a duras penas conseguía afirmar las puntas de sus pies en el suelo. —Cuidado, Beni—El hombre de rojo mantenía una expresión de burla, recibiendo un pergamino—Ahora, organicemos lo que nos queda para satisfacer a nuestro príncipe, ¿entendido? —Entendido, mi buen amigo. Y, no temas, ese secreto muere con nosotros. —Espero no nos quede mucho. *** Lotus se sentía relajada al ser acompañada por Wilhelm cuya expresión siempre fue suave y amable. ¿Era su pequeña nariz, sus rosadas mejillas o sus hombros estrechos? La muchacha admiraba la imagen pueril del príncipe, evitando mirar el duelo entre las afiladas espadas. Wilhelm cruzaba miradas con Lotus sólo de vez en cuando porque no podía apartarse de lo que Sebastian y Helmut exhibían en la arena y no era el único pendiente de

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aquella pelea. Otros niños en sus primeros días habrían grandes ojos de admiración apostando diversos objetos pero no el consabido dinero pues a los más pequeños se les dejaba sus pertenencias valiosas al resguardo del maestro, justamente por situaciones como la de aquella mañana en la que algunos se decantaban por Sebastian y otros, por el archi admirado Helmut. —Estoy asombrado por las destrezas de su hermano, queridísima Lotus—Wilhelm estaba de puntillas pues la emoción le ganaba—Justo en el segundo que Helmut le robó la espada, Sebastian sacó una daga de no sé donde para continuar una nueva serie de firmes ataques dirigidos al cuello de mi primo, ¡Helmut no puede mantener la postura con dos espadas, a arrojado una al suelo! —Tal vez no sea tan regio como los rumores dicen… —Oh no, nada más lejos de ello. Consiguió bajar la defensa de Sebastian, no es bueno soltar la espada en mitad de un duelo ¡Mire, su hermano a recuperado su arma y usa la daga para defenderse de los golpes de Helmut mientras ataca con la espada! Un par de aprendices miraban entre risas al entusiasmado príncipe afirmado en la tranquera para evitar perder el equilibrio y caer. —Sí… sorprendente. —¡Ya le ha dado en el cuello con la daga! —¡CÓMO! Lotus giró bruscamente para correr hacia donde Helmut permanecía estable notando que Sebastian sólo apoyaba el filo de su arma en la piel de su contrincante. Por un momento, Lotus imaginó la tierra teñida de rojo mas su alivio se hizo presente cuando Sebastian bajó la daga, enfundándola en un lugar dispuesto en la parte posterior de su cadera. Helmut hizo lo mismo con su espada, apretando la mano del noble ante si quien le palmoteó el hombro entre risas. —¡Sebastian es increíble!—Wilhelm aplaudía con grandes destellos en sus ojos, avanzando a la arena— Tengo que averiguar dónde aprendió a luchar así. Lotus apretaba su pecho con las manos clavando su mirada en la magnífica sonrisa de Helmut quien jugaba con la trenza encintada de Sebastian. —Ahora entiendo eza zinta tan brillante, ¡cómo diztrae! Zin embargo, puede zer una dezventaja zi luchaz con alguien inezcrupulozo. —Lo mismo digo de tu cabello, Helmut. Está demasiado largo. —No tienez moral para decirme ezo—Helmut acomodó la lengua entre sus dientes torcidos por antiguos golpes, buscando la pronunciación correcta—estimado… Sebastian. —Y, me has dado ventaja. Eso no se hace. Helmut posó su mano sobre su riñón izquierdo. —Dame un rezpiro. Repetimoz el duelo máz adelante, ¿te pareze? —Oh… ya veo cuál es el problema, muy desconsiderado de mi parte y descuidado por la tuya. —Je, je… te juro que me ziento bien. Me aburro demaziado en la cama, mejor vengo a dar una vuelta por aquí. —Acepto tu propuesta.

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Nikola golpeó el hombro de su amo estirando la mano para alcanzar la oreja de Helmut, jalándola fuertemente hacia abajo y enseñando desaprobación en su rostro. —Una más y te juro que te amarro al catre. —Zuelta, zuelta… no ez… auch…deja mi oreja, por favor… —Te vas derecho a reposar, ¿entendiste, pendejo? Sebastian sonrió pues su contendor era más vulnerable por un gesto sencillo y no por la profunda herida en su costado. Wilhelm se colgó del cuello de los duelistas, quienes le sujetaron para evitar una caída. —¡Alucinante! —Es usted muy efusivo, Alteza… —Primo, qué felizidad la mía. Rezulta que el máz afeminado de loz noblez ez el que mejor pelea. Derribé a Nikola en doz batidaz pero Zebastian a zido un rival complicado… zupongo que no le conozco como creí. —¿Nikola? Ah, sí—Wilhelm meneó la mano en el aire al encontrarse con el joven de cabello negro y ensortijado en las puntas, recibiendo una venia—Hola, Nikola, me han dicho que mi primo es alguien difícil. —Si me permite corregirle y hablar sinceramente, Alteza… —¡Claro! Me gusta que seas informal, ¡adelante! —Alteza, mi amo no es difícil es INSUFRIBLE. Tendré canas dentro de los próximos minutos, arrugas en dos horas. Ya verá como en unos meses me quedo calvo. —Mi amigo, mi Ezcudero al que le debo máz de una. Ezpero, algún día, compenzarte zuz dezveloz. —Dame vacaciones. Eternas. Bajo tierra. Tal vez así pueda tener PAZ. ETERNA PAZ. Sebastian reía cortésmente sujetando a Wilhelm de las costillas notando que se encontraba en puntillas y las suelas en la punta despegada de sus botas evidenciaba el hábito de permanecer en tal posición. —Helmut, Nikola está muy tenso, no deberías ser tan malvado con él. —Primo, no zoy malvado, ez él que pareze mi niñera. Ez que le he dado tanta confianza que el pobre ya ze olvida que ez mi ziervo. —Con su permiso, Alteza. Me retiro. Esta niñera ya tendrá tiempo de mimar su niño querido—Nikola golpeó la nuca de su amo antes de marcharse—Y tú te vienes a la torre del sanador o te llevo a cuestas. Tienes sangre en la ropa. —Ups… tienez razón. Äweldüile me va a dar con una ezcoba. —Se ve que Nikola es un hombre formidable mas de paciencia escasa. —Ez como tú lo dicez, primo querido. Zi le arrojaz agua enciende como volcán, ez que no hay quien lo aguante. —Alteza… digo, Wilhelm. Si tuvieras la oportunidad de compartir un día entero junto a tu primo entenderías por qué Nikola quiere vacaciones bajo tierra. —Mmm, tal vez sea verdad. —¡Willie, ponte de mi parte! —Tengo una pregunta, queridos míos. —Alteza…

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—Te dije que me llamaras Wilhelm. —Eh, sí, disculpa… pero siéntete libre de consultar lo que desees. —Es para ambos: ¿he de sentirme protegido bajo sus armas o, por el contrario, debería recogerme en soldados defensores? Sebastian levantó una ceja pero fue Helmut quien respondió. —Qué zalvajadaz dizez, primo. Zomoz tuz aliadoz máz fielez. —Alteza, en su lugar me sentiría amenazado por lo invisible. Sebastian desvió ligeramente su mirada, lo suficiente para indicar el lugar donde Ritter conversaba con su Escudero. —Tomaré tu consejo, Seba. Sebastian sonrió por última vez soltando a Wilhelm para abandonar el área de entrenamiento. Al notar la mirada extraviada de su hermana decidió seguir el trayecto, descubriendo que observaba detenidamente a Helmut. Evidentemente molesto, Sebastian tomó el brazo de Lotus. —Ves, todo bien, preciosa. No pasó nada. —No sabes lo horrorizada que estoy, Helmut tiene manchas de sangre en sus ropas, debería abstenerse de estos juegos. Y tú deberías velar por la seguridad de nuestros queridos von Freiherr evitando actos como ese, ¿por qué buscaste la sangre de Helmut? ¿Por qué aprovechaste su dolor para posar tu daga en su cuello esperando el primer resoplido para quitarle la vida? —Lotus, querida hermana de mi corazón, no soy un salvaje que toma vidas porque sí. Mucho menos a plena luz del día, mucho menos al primo del Príncipe y frente a él. Sería una locura. Ha sido un juego. —¡Un juego! —Entre nosotros hay lealtad, preciosa mía. Si fuéramos a atacarnos en serio el único en pie sería…mmm, ¿quién sería? ¿Helmut, Ritter? Definitivamente no sería yo o el príncipe. Lotus recibió un beso en la frente pero su corazón se entregaba al gallardo Caballero jugando con un escudo mientras el príncipe fingía atacarle con una maza. —Necesito ver si Helmut se encuentra bien. —Lotus, nuestro “querido” Helmut está en perfectas condiciones. Esa mancha en su cintura ha de ser un mísero punto fuera de lugar en la sutura—Sebastian tomó a su hermana por los brazos, girándole—¿No ves? Ya le está enseñando trucos a Wilhelm. Ahora, acompáñame. —Pero Sebastian… —Me haz dicho que te encuentras horrorizada, ¿no? Te invito un poco de té y galletas para relajarnos. —Hermano querido, yo… Sebastian apretó el brazo de Lotus. —Vamos, ¿sí? Hazme caso, preciosa, Helmut no es indicado de gozar tu belleza. Otórgame ese alivio, por favor. —Sí, mejor nos retiramos.

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