Revista procesos vero (1)

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“Narramos estos cuentos infantiles para que, bajo el influjo de su pura y suave luz, renazcan y se fortalezcan la imaginación y el ingenio vigor primitivos. Los dedicamos tambiéjhn al hogar porque todos pueden disfrutar de su sencilla poesía y de su verdad y porque en el seno de la familia perduran y se transmiten.”

Las tres hilanderas

Jacobo y Guillermo Grimm 1812

Cuento de los Hermanos Grimm


Ediciones Verónica San Miguel #1345 Col. Vallarta Sección Nuevo Desarrollo C.P. 09877 Tel (667) 7-65-78-98 e-mail: cuentosgrimm@yahoo.com Ilustración de la portada: Verónica Rodríguez La presentación y composición tipográficas son propiedades de los editores. Prohibida la reproducción total o parcial sin permiso de los editores

Se horrorizó el príncipe pensando en cómo se convertiría la novia y dijo: -”No permitiré que mi bella esposa vuelta a tocar una rueca.” De este modo quedó exenta la joven de realizar el trabajo que tanto le desagradaba.

1a. Impresión, enero 2014 Impreso en México Printed in Mexico

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FIN

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Interrogó luego a la segunda: -”¿Por qué motivo cuelga vuestro labio?” -”De tanto humedecer el hilo”, contestó; “de tanto humedecer el hilo.” Finalmente, inquirió de la tercera: -”¿Por qué es tan grande el pulgar de vuestra mano derecha?” -”De tanto apretar el hilo”, replico la vieja; “de tanto apretar el hilo.”

Las tres hilanderas

Jacobo y Guillermo Grimm

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1 Había una mañana una niña muy perezosa que no quería hilar. A pesar de cuento le decía su madre, no había modo de que se pusiera a trabajar. Finalmente, perdió la paciencia la madre y le dió una bofetada. Lloró la niña y se quejó a gritos. En aquel momento, pasaba la reina por allí y oyendo los lamentos de la muchacha, subió y preguntó a la mujer la causa de que hubiera pegado a la niña de tal forma que la moviese a llorar tan estruendosamente.

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El día de la boda, entraron las tres viejas muy bien vestidad y la joven las saludó, diciendo: -”Bienvenidas, queridas tías.” -”¿Cómo?”, dijo el príncipe. “¿Por qué son tan feas tus parientas?” Luego, dirigiéndose a la que teníe el pie muy grande, le preguntó: -”¿Cómo tenéis este pie tan ancho?” -”De mover la rueca con el pedal.”

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Cuando la muchacha mostró a la reina los tres aposentos vacíos y el gran montón de hilo, se dispuso la boda. El principe estaba muy contento de casarse con una joven tan hábil y trabajadora y la elogiaba mucho. -”Tengo tres tías”, díjole la muchacha, “que me han prestado grandes servicios y a las que no quiero olvidar en mi prosperidad. Desearía invitarlas a la boda y que se sentaran con nosotros a la mesa.” La reina y el príncipe accedieron gustosos a la petición de la novia.

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La madre tuvo vergüenza de confesar la verdadera causa y dijo: -”Le gusta tanto hilar a mi hija, que no puedo conseguir que cese de hacerlo. Yo soy pobre y no puedo comprar tanto lino.” Replicó la reina: -”Nada hay que me guste tanto como hilar y nunca estoy tan contenta como al oír el ruido de las ruecas. Dejad venir a vuestra hija a palacon conmigo. Tengo mucho lino y podrá hilar a su gusto.”

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Se puso muy contenta la madre y dejó que se marchara su hija con la reina. En cuanto entraron en el palació, condujo la soberana a la niña a un departamento en el que había tres aposentos llenos del más fino lino desde el sueño hasta el techo. -”Hila para mí todo este lino”, le dijo la reina. “Cuando lo hayas terminado, podrás casarte con mi hijo; aunque seas pobre, no por ellos te tengo en menos, ya que tu habilidad es suficiente dote.”

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Cada vez que venía la reina, escondía la niña las tres hilanderas y le mostraba el hilo. La soberana estaba muy complacida y no regateaba los elogios. Cuando estuvo vacío el primer cuarto, pasaron las hilanderas al segundo y poco despues al tercero, de modo que no tardó mucho en estar termiando el trabajo. Entonces, se despidieron las tres mujeres de la niña, diciéndole: -”No te olvides de cumplir lo prometido, ya que llo será tu fortuna.”

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Abrióles la puerta y les hizo un poco de espacio en la primera habitación. Inmediatamente, se pusieron a hilar. Una, hacía girar la rueca con el pie en el pedal; otra, humedecía el hilo, alargando cada vez el labio; la tercera, apretaba el hilo con el pulgar sobre la mesa y cada vez que lo hacía caía al suelo un montón de hilo muy fino.

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La niña estaba muy austada, ya que calculaba que aun cuando se pasara hilando de la mañana a la noche, no podría terminar el trabajo hasta que fuera de edad de trescientos años. Al quedarse sola, se puso a llorar y así permaneció durante todo aquel día y el siguiente, no trabajando en lo más mínimo. Al tercer día, fué a verla la reina y se extrañó de que todavía no hubiera empezado, pero la niña se excusó diciendo que no había podido ponerse a trabajar porque echaba de menos su hogar.

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Acepto la reina esta explicación, pero le advirtio que al día siguiente debía comenzar con su tarea, sin que valieran pretextos de ninguna clase. En cuanto volvió la niña a hallarse sola, no supo qué hacer ni qué medio encontrar para salir del paso y se puso a mirar poe la ventana. Vio acercarse a tres singulares mujeres, de las que la primera tenía uno de los pies muy grande y ancho; la segunda, el labio inferior alargado, de modo que casi le llegaba a la barbilla; llamaba la atención en la tercera el pulgar de la mano derecha, que era en extremo abultado.

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Se detuvieron debajo de la ventana, miraron hacia arriba y preguntarion a la muchacha qué le sucedía. Contóles la niña el apuro e que se hallaba y le ofrecieron las viejas ayudarla, diciéndole: -”¿Querrás invitarnos a la boda, llamándonos tías sin avergonzarte de nosotras y dejándonos participar en el banquete? Si nos lo prometes, te hilaremos el lino en muy poco tiempo.” -”De todo corazón os lo prometo”, respondió la niña. “Podéis entrar y empezar ahora mismo.”

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