Postales de otra ciudad boceto edicion

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Ver贸nica Rodr铆guez

POSTALES de otra CIUDAD


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No nos une el amor sino el espanto; SerĂĄ por eso que la quiero tanto

Jorge Luis Borges

Otro epĂ­grafe a determinar

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DESDE EL BAR

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Se resiste, se demora, se impone otras obligaciones, pero finalmente aterriza en el bar. Es la autora. Suele elegir la misma mesa, un poco apartada del ruido. Desde ahí otea, como un cazador, todos los movimientos. Busca historias, agudiza sus oídos, explora semblantes para imaginar caracteres y retazos de vida. La escritura nunca me ha abandonado, es su frase favorita, plagiada de sus lecturas. Sin embargo sabe que en su caso es al revés: es ella la que no ha abandonado la escritura. Le ha sido infiel, muchas veces. Le coquetea, le histeriquea, le rehúye por períodos, más o menos largos, más o menos cortos; pero siempre vuelve, como amante arrepentida.

Hoy llueve sobre Buenos Aires, una llovizna tenue aunque persistente, está gris. Es un buen día para escribir, suicidarse o hacer el amor. Escribir es eros y tánatos, un onanismo de tinta y papel, sazonado con café.

La escritora fue al bar, a mojarse, con su cuaderno bajo el brazo y el deseo de que las historias fluyan.

Va a intentar escribir(nos).

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EL VENDEDOR DE FLORES

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Postales de otra ciudad Cojeando cansado se acerca a las ventanillas de los autos. Arrastrando también la voz pone a los conductores en el compromiso de deducir que vende las flores a vaya uno saber cuántos pesos. ¡Qué le importa! Ya no le importa nada, solo vender estas malditas flores para que el día termine pronto... Pero para qué. Si mañana otra vez el canasto estará lleno. Y hará calor o lloverá o estará más pesado que nunca, es decir igual que ayer y que pasado mañana. Y ese del Renault Megane que va con cara de culo, ¿qué derecho tiene? ¿Acaso le duele la pierna los días de humedad? ¿Acaso se muere de calor bajo este sol despiadado? Pobre, a lo mejor no le funciona el aire acondicionado. ¡Qué se vaya al carajo, ni siquiera mira las flores de mierda! Esa culona se parece a la Pocha. A esta hora la Pocha estará llorando por lo del pibe o estará pensando en el hijo de puta del Jose. A ese un día... –Dos pesos el ramo. Un chaparrón repentino y el cojo junta el cesto de las flores que ya está vacío y se va caminando despacio, como si no sintiera las gotas de lluvia que poco a poco empapan su camisa desabrochada.

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ESCOZOR

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Postales de otra ciudad Urgalio: supuración dermatológica, eso había dicho el médico. Que era producida por el estrés no había necesidad de mencionarlo: eso él ya lo sabía. ¡Loco venía de la oficina, loco! De color verdoso, ¡vaya novedad! ¿Se había creído que era ciego también? El color ya lo había visto antes de ir a pagarle un bono de consulta a esa luminaria de la ciencia. Si fue justamente el color lo que hizo que la Coca gritara como una fiera: “¡Te estás pudriendo en vida, viejo!”. Lo de la aparición esporádica fue lo único digno de un matasanos que justificó el bono. Después de la explicación se sentía aliviado, por lo menos no lo iba a tener siempre. Va y viene, le dijo el médico. Espero que vaya y no vuelva, pensó él. Pero si algo no podía aceptar de la maldita supuración era el lugar que había elegido para hacerlo. Tantos y tantos kilos de grasa y justo tuvo que aparecer allí. Alrededor de los genitales, dijo el médico. ¡En los huevos!, gritó él. Y con una crema y el pantalón flojo, por las dudas, volvió a la casa. ¿Urga qué?, le gritó la Coca, que siempre gritaba. Urgalio dijo el médico, urgalio. Eso te pasa por huevón y maricón, siempre te estás rascando los huevos, hurga que te hurga. Después querés que los chicos no se metan los dedos en la nariz. Ni las manos te lavás después, para qué, si así es más cómodo. Ni vas a buscar otro trabajo, total en la oficina de mierda el señor está bien: ¡Se rasca todos los días los huevos! ¡A diestra y a siniestra! Total, si después la familia tiene que hacer magia con cuatro mil pesos roñosos a él no le importa. Se rasca los huevos y listo, santo remedio. Total la Coca se arregla, que limpie cinco casas no importa y si se queja que limpie cinco más. Y de paso puede limpiar esta, ¿no?, que buena falta le hace. Y ocuparse más de los chicos y esperarlo sin cara de culo y con la mesa servida, de paso. Así piensa el señor y la conciencia limpita, limpita después. Si no le gusta, si no le alcanza: ¡que labure más! Que yo contento todo el día rascándome los huevos como un... No quiso seguir escuchando. Cuando la Coca se ponía el cassette no la terminaba más. Se fue al bar del Gallego con la esperanza de encontrar a Tito. Lo pensaba, por hoy, invitar con una ginebra y contarle su problema. Mientras caminaba despacio las tres cuadras hacia el lugar, el escozor se hizo más agudo y con mucha precaución se acarició, más que rascó, el costado de su genital derecho porque tenía

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Postales de otra ciudad temor de hacerse más daño. Pero en ese momento se acordó de su mujer y se refregó violentamente, luego insultó al aire y siguió caminando. Tito ya estaba ubicado en la mesa de siempre. ¿Qué hacés, viejo? ¡Hace tantos días que no te veo por acá! Qué bueno verlo, con Tito era más fácil hablar, siempre iba al grano. Estuve mal, Tito, tuve que ir al médico y el turro ese me dijo que tengo algo así como urganio, urgalio, qué sé yo. Me pican, Tito, me pican los huevos. No te hagas problema, viejo, a mí cada tanto también, es normal. El problema es que a mí me pican un rato, contestó, y después no me pican más. Pero al rato vuelve otra vez más fuerte. Es intermitente dijo el médico. ¿Qué problema te hacés?, le dijo riéndose, a mí también me pasa, a todos. No, Tito, a mí se me están poniendo verdes. ¡¿Verdes?! Ah, no, eso no. Andá al médico, ché. Ya fui al médico, le respondió, eso es lo que te estoy contando. Me explicó que es por el estrés y me dio una crema. Ah, bueno, ¿es contagioso? No, es nervioso. De nervios ni me hables, ¿a que no sabés lo que me hizo el turro de mi cuñado? Estoy enloquecido, me cagó. ¿Te acordás de que le salí como garante de la casa que se compró? Resulta que hace como seis meses que no paga la cuota de la hipoteca, desde que lo rajaron de la fábrica cuando cerró. Y ayer me llamó el abogado para que yo lo cubra. Fijate que el hijo de puta ni siquiera me avisó antes, si no iba y lo agarraba del forro del culo y lo metía veinte horas arriba de un auto. Que labure de remisero, de botellero o de lo que carajo sea, pero que me pague, a mí que no me rompa las pelotas (la picazón se hizo en ese momento más aguda y tuvo que rascarse cuidadosamente por debajo de la mesa mientras se esforzaba por escuchar a Tito). Encima la Negra comienza con la cantinela de siempre: que cuando estábamos mal el único que nos ayudó fue su hermano, que es el padrino de Laurita, que con el bebé no los podemos dejar en la calle. ¡A mí me van a dejar en la calle por su culpa! Aunque la Negra es así, a la familia no se la toqués. Ahora está en casa llorando con Claudia que fue con el bebé, cuando se enteró que ya sabíamos, para dar lástima y la Negra va y encima la consuela, le ceba mate. ¡A ellos consuela! y a mí que me parta un rayo. Un día yo me voy a cansar y... No lo escuchó más, se levantó lentamente, dejó veinte pesos en la mesa y le palmeó el hombro. Cuando Tito comenzaba a enroscarse con su mujer no la terminaba

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Postales de otra ciudad más y él necesitaba el consuelo de alguien, de cualquiera, por eso decidió ir a la casa de su mamá. Hijo, cuánto hace que no te veo. Qué raro vos por acá. Te pasa algo. Caminás raro. No, vieja, quedate tranquila y dame unos mates, dijo. Porque la vieja preocupada era peor que la Coca. Estoy bien, nada más que tengo unas molestias y el médico me dijo que es una urticaria, que se me va a ir enseguida. Me dio una crema y nada más. ¿A ver?, dijo la madre leyendo el prospecto. Dame que te la pongo. No, vieja, se atajó él rápidamente. Es en... una zona delicada. ¡Qué delicada, ni delicada! ¿Quién te puso Caladryl por todos lados cuando tuviste la varicela, a pesar de que ya eras bastante grandecito? No, vieja, esta vez no. Es en la ingle, dejá. ¿En dónde, en los huevos?, preguntó mientras se sacaba con la punta del repasador la crema del dedo índice. Por ahí, contestó avergonzado. Pero, ¿cómo puede ser? No me digas que por fin te decidiste y te fuiste de parranda a pescarte alguna peste. ¿Se cura, no? ¿Te mandó alguna inyección el médico o solo la crema? Acordate que acá a la vuelta está María, que aplica inyecciones de todo tipo y de esas también. Sí, vieja, ya sé, quedate tranquila que no es ninguna peste, no empecés con lo de la joda. Pero nene, si no fuiste vos, fue la depravada de tu mujer la que te contagió, yo te dije que esa tarde o temprano te iba a cagar, ya en el barrio... ¡Vieja, te dije que no empieces! Yo no empiezo, hijo, a las pruebas me remito. ¡Qué pruebas ni ocho cuartos, es nervioso, no es contagioso, es por el puto estrés! Bueno, tranquilizate. Igual la Coca podría traerme a los chicos de vez en cuando, ¿no? ¿Cuánto hace que no los veo? Siempre la excusa de que viven lejos, de que la plata no alcanza, de que trabaja todo el día. En realidad es porque no me puede ni ver y, si deja a una abuela sin sus nietos, eso a ella ni le importa. Bueno, vieja, se me hizo tarde, me tengo que ir. Bueno, nene, pero antes de irte ¿no pasás por lo de Teresita y le dejás algo de plata? Es tanto lo que le debo que cualquier día de estos me va a dejar de fiar hasta el pan, porque tu hermana también hace mucho que no viene, total una está acá sola y eso a nadie le importa. Bueno, vieja, algo le dejo. Chau, cuidate. Y así se quedó su madre en el umbral de la puerta, cubriéndose con un chal y mascullando no sé qué de la soledad y de la ingratitud de los hijos.

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Postales de otra ciudad Y la puntada, que otra vez se hace más fuerte y que mejor no rascarse porque después es peor y ¡qué mierda, si a la final es lo único que calma!

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LECTURA PELIGROSA

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