Con El correo del zar y otros 54 relatos y microrrelatos de viaje

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XIII Concurso de Relatos de Viaje Moleskin 2018

Otras veces, un oscuro epístates alejandrino me acusa de haber matado a un mercader romano en una de las astrosas fondas de Rakotis. Cuando me interroga no puedo responderle cómo o por qué lo maté. No recuerdo el incidente y no sé si lo he matado por ira o por codicia. Miro hacia uno y otro lado intentando encontrar una respuesta. Después, el epístates me anuncia que me hará descender a las entrañas de la tierra. Me asegura que moriré allí donde germinan las larvas, pululan los gusanos y tejen sus intrincadas telas las arañas. Me augura un encuentro con Calisto la descomunal osa del Euxino que hiberna en su gruta. En presencia de mi madre y de mi padre, el epístates me advierte: “Te confundirás y extraviarás en cavernas colmadas de murciélagos. Te hostigarán las salamandras y te perseguirán las comadrejas. Pero sobre todo, ten en cuenta que la estridente voz del Hades resonará sin cesar en tus oídos y te irás enloqueciendo.” En esos sueños que se reiteran cada vez con más frecuencia, mis padres en lugar de defenderme asienten y festejan mi castigo. Me han dicho que mis pesadillas son una venganza de los dioses. Me han asegurado que es mi condición de navegante o mejor dicho mi obsesión por trasponer los límites del mundo conocido, la causa de mis apariciones y fantasmas. Como tú bien sabes, desde niño quise remontar el curso del río Borístenes y llegar a la tierra donde habitan los hiperbóreos o navegar, como Phytheas el Mesaliota, hasta alcanzar la misteriosa isla de Thule. Recordarás bien que llegué a Alejandría con el propósito de visitar las cataratas por las que desciende el Nilo y conocer el origen de sus aguas. Pero, después que encontraron a ese marino indio casi ahogado en el Mar Eritreo, tú y tus amigos de la corte me fueron convenciendo de que debía hacerme cargo de la expedición que partiría hacia el puerto de Barygasa. A pesar de todo, no creo que mis angustias obedezcan a ese insaciable deseo por otear más allá del horizonte y conocer tierras aún no visitadas por otros viajeros. A mi entender, el único castigo que merecemos los marinos por nuestra osadía es la incertidumbre del retorno.

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