Mía Para Mía Elizabeth Andrade
Soy Mía. Quiero que sepan que, después de todo, estoy viva. Por mucho tiempo pensé que la vida no era la suma de lo que hemos sido sino de lo que anhelamos ser y lo que yo más quería era ser libre. Por eso, agarré mi maleta roja y compré el primer boleto de bus que me llevara a Guatemala en la ruta al norte. Me acuerdo que mi primer viaje lo hice a los seis años, cuando Wendy me separó de mi Nela para llevarnos a vivir con su nuevo marido a Talanga. En ese momento no quise que mi mamá me separa de mi abuela, pero ahora entiendo. Ahora que estoy enamorada, reconozco que no fue su culpa. Tampoco fue culpa suya haberse enamorado de otro joven en ese pueblo, cambiar su vida de madre de cuatro por una de fiesta. Después de todo, ella solo tenía 25 años. Fiesta tras fiesta, gente extraña entrando y saliendo de la casa, todo pasaba frente a mis ojos, pero hubo algo que se quedó conmigo para siempre. Tuve que esconderle a Wendy lo que su cuñado me hizo durante dos años. No lo pude borrar de mi mente ni de mi cuerpo. Incluso años después, cuando estaba en horas de trabajo, me venía el recuerdo y los escalofríos en la espalda y sentía que me quería morir. La muerte siempre me ha acompañado, como cuando crucé de Guatemala a México. Lo único que recuerdo es lo que más quiero olvidar. Viajábamos en grupos, todas con el mismo norte. Apenas habíamos cruzado la frontera: a todas nos 1