LETRAS LACANIANAS

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Clínica que hacerme, dice en otro momento, me cambiaría, pero no sé qué”. Interrogada por su venida al mundo, sabe que vino esperada “varón”. “Sin la forma esperada”, señalo. Más adelante, la madre dirá, que vivió con cierta decepción esta noticia a los 5 meses de embarazo, mientras, el marido decidió esperar hasta el alumbramiento, “muy probablemente, dice la madre, también, la llegada de un varón”. Entre el vacío y el lleno M usa dos pantalones con los que vigila la oscilación de su peso, uno de la talla 44 y el otro de la 36. Cuando alcanza el límite superior 44, comienza a bajar hasta alcanzar la 36, cifra en la que cree sentirse mejor con ella misma y con los chicos. Una 36, le puede ayudar, según sus palabras, a expresar mejor lo que siente: no ser insociable.”Soy tímida, no hablo cuando conozco a gente nueva, me quedo parada”. No quiere el cuerpo modelo, su cuerpo lo usa como un “método de descarga”. Comer lo utiliza para compensar una frustración. La calma sólo la obtiene con el lleno de la comida y con los cortes. La frustración la silencia, “no digo nada, lo que hago en ese momento es comer más de la cuenta o cortarme”. El laxante lo utiliza como limpieza. “Cuando como, siento que me ensucio, por eso, prefiero las épocas en que no como. Pero vuelvo a comer cuando algo no me gusta”. “¿Qué no te gusta?”, pregunto. Trae un escena en la que discute con la madre. “Estoy acostumbrada. Me tapo los oídos, porque ella sigue y sigue. Me encierro, hasta que se le pasa y salgo después”. “En el fondo, da igual que pese 50 o 70, no estoy tranquila de ninguna manera, no tengo calma. Lo que quiero es escaparme de mí misma. No me gusta como soy. Me gustaría mirarme frente al espejo y no darme asco”. En algún momento, da a oler el cuerpo a su madre porque a veces le entra la paranoia de que huele mal: “no es mi colonia”. Es un olor que no

alcanza a transmitir, parece hablar de un cuerpo sobrexcitado. Hay un exceso de suciedad. Primera escansión Cuando le pregunto acerca de esos cortes que se hace en el abdomen, muñecas y muslos, me dice que le producen un gran alivio. “Siempre y cuando vea fluir la sangre”. Un día viene a sesión con dos iniciales rojas dibujadas sobre su mano: T.Q. (Te quiero). Su mejor amiga, se lo escribió, sugiriéndole, marcas en lugar del corte. “He buscado muchas alternativas al corte: ponerme hielo, hacerme dibujos, pegarle a un cojín, nada me vale. Tiene que haber sangre, una herida, sólo así creo que he recibido mi castigo, sólo así, me alivio y me tranquilizo”. Si no tiene cuchillas, busca cualquier objeto con el que pueda hacerse una incisión que permita ver fluir la sangre. Todas las intervenciones con las que he tratado de apuntar a lo inconsciente, cortes de sesión también, no tienen en ella ninguna resonancia. Sin embargo, a partir de un momento en que le digo firmemente, “los cortes tienen que parar, llámame en ese momento”, lo que cede es el insomnio. “¿Te llamo?, ¿aunque sea de madrugada?”, vuelve a preguntar para asegurarse. “Aunque sea de madrugada”, respondo. M nunca me llamó, pero a partir de ahí, durmió tranquila. Sin embargo, los cortes continuarán. Frente a la angustia, no puede encontrar un límite, una respuesta que permita una pérdida de goce. Intenta perder algo, pero fracasa en el propio automatismo de repetición. En cierto momento, le pregunto directamente por los cortes. Estuvo tres días sin hacerlo porque su mejor amiga se lo hizo prometer: “Te acompaño a ver a X, el chico que te gusta, si dejas de cortarte”. Lo

logré, durante tres días. Al cuarto, volví a cortarme para hacerme daño. Esta vez, lo dice un poco sorprendida, no había motivos pero comprobé que ver f luir la sangre me hace ver que estoy viva. Al terminar esta sesión, la madre, me aborda en la sala de espera para decirme que M quiere hacer el viaje de fin de curso y que eso, a ella, le produce un gran temor. Me pide opinión. No digo nada inmediatamente. “Antes de entrar en su consulta, me dijo que había nacido para viajar”. Respondo dirigiéndome a M: “Viajar, me parece una buena razón para vivir”. Segunda Escansión Regresa contenta del viaje. Tuvo la oportunidad de encontrarse por segunda vez con el chico que le gusta. “Fue algo especial, nos abrazamos, aunque yo lo quiero más a él”. Le pregunto, qué le hace pensar eso, cómo lo puede medir. Se queda sorprendida, y sonríe diciendo:”No puedo saberlo”. Ella que es una especialista de la medida, reconoce por primera vez que hay cosas que no se pueden medir, ni saber, especialmente con los chicos, primera constitución del sujeto supuesto saber. Cuando vuelve dice: “El otro día, me dijiste, cuando te hablaba de ese chico, que eso tiene que ver con la vida. Entonces pensé, que estar en la vida implica tensión y sin embargo, eso es lo que yo voy tratando de evitar. Desde ese día no me he vuelto a cortar. No sé cuánto voy a durar así pero últimamente me gustan más cosas de mí”. El significante “tensión” evoca una escena con sus compañeras de clase. “En un debate, fui la única que se mantuvo en contra del aborto. Me quedé sola defendiendo el derecho que ese ser tiene a la vida”. Repito esta misma frase y corto la sesión.

“ELLA QUE ES UNA ESPECIALISTA DE LA MEDIDA, RECONOCE POR PRIMERA VEZ QUE HAY COSAS QUE NO SE PUEDEN MEDIR, NI SABER” Letr as, Octubre-Diciembre 2010 •

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