Los niños y niñas no estamos en venta

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La visión del niño como posibilidad permitió reconocer ciertos aspectos importantes en los niños para el futuro. La educación comienza a tomar forma de manera determinante en la vida de los niños y las niñas. En la Roma antigua, pedagógicamente no existe el niño. Existe el alumno, al que hay que transformar en adulto cuanto antes. Quintiliano establece principios fundamentales en la educación de los niños: 1. Tener respecto al recién nacido una actitud positiva, depositando en él las máximas esperanzas desde el principio. 2. Observar a cada niño intentando descubrir cuáles son sus aptitudes e inclinaciones naturales. 3. Educar y enseñar con cariño. Cicerón defendió que el maestro debía acomodarse a la naturaleza de cada uno de sus alumnos y criticó a los maestros de retórica de su tiempo que creían ingenuamente que bastaban unas cuantas recetas para enseñar infaliblemente el arte de hacer un buen discurso. Creían innecesaria la observación y estudio de los alumnos y el descubrimiento de su personalidad y de su condición natural. En un principio, la educación no estaba a cargo de las familias ni de instituciones especializadas. Las nodrizas eran quienes llevaban adelante los cuidados primeros de los bebés y luego, maestros contratados les enseñaban aquellos conocimientos y habilidades que les serviría en el futuro. Referido a las nodrizas y personas que conviven con los niños en los primeros años dice san Juan Crisósto-

proyecto y las prácticas educativas son el medio adecuado para que ese proyecto llegue a concretarse. La sociedad vive la dicotomía sobre la naturaleza propia del niño, de modo que si se considera que su naturaleza es mala, entonces debe corregirse a través de una educación adecuada, basada en el rigor y el cumplimiento de normas. Los menos que pregonan la bondad natural del niño, tratan la educación como un medio para que el niño se inserte en la sociedad y cumpla con su mandato. Esta idea de educación va a atravesar toda la historia siguiente llegando a nuestros días con la misma fuerza. Pueden cambiar las prácticas y concepciones, aparecer una mayor flexibilidad y libertad, pero no cambia, en esencia, la importancia que las sociedades y culturas otorgan a la educación de los niños, una educación que no atiende al presente sino al futuro del niño. Los niños y las niñas en ese período tienen que enfrentarse a dos cuestiones básicas que marcan su desarrollo: el sentimiento de culpa y la importancia del futuro. Si en la antigüedad el niño debía luchar para vivir, en estos momentos, el niño tiene que luchar contra la propia conciencia de culpabilidad. El niño se encuentra con un mandato social que le dice yo soy malo; yo tengo que obedecer; yo no puedo hacer lo que quiero; yo soy lo que el maestro quiere que sea. Para evitar esto debe comportarse según las normas, ser respetuoso y obediente, estudiar lo que le enseñan de modo que se transforme en una persona de bien, ciudadano y cristiano ejemplar. O sea, que la vida infantil solo es un paso de preparación para la adultez.

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El niño de la educación

mo que “si fuéramos arquitectos y nos dedicáramos a construir un palacio para el emperador, nos importaría mucho escoger con cuidado a los mejores especialistas. No dejaríamos a cualquier inexperto que interviniera en la construcción, sino que buscaríamos a los mejores especialistas” Si bien no había instituciones dedicadas a la educación, en la edad media, los niños se institucionalizaban en los monasterios. “Si el niño era menor de edad, sus padres debían hacer formalmente la petición al monasterio. En el momento solemne de la ceremonia celebrada en la iglesia del monasterio, con la presencia en pleno de la comunidad si los niños pertenecían a la nobleza, sus padres debían ofrecer al niño, envolviendo su mano con el mantel del altar y renunciando, bajo juramento, a los posibles bienes que con el tiempo podrían heredar de su familia. A partir de entonces los niños quedaban incorporados a la vida monacal y sometidos a su disciplina y organización, con todos los derechos y obligaciones” (Delgado 1998) Las prácticas educativas en los monasterios se regía por el “rigor, vigilancia durante el día y la noche y severidad en el trato. Al niño no se le puede dejar solo un momento. Se desconfía de él y se le somete a una rígida disciplina, como al animalito que se quiere domesticar. Cariño, afecto y confianza como agentes educativos están lejos de la pedagogía medieval. La norma del monasterio es la desconfianza respecto a los niños, jóvenes y adultos” (Delgado 1998) Durante el período de los Reyes Católicos, existe un cambio en la política de infancia. “En vez de perseguir la mendicidad y la marginación social con medidas coactivas (azotes, cortes de orejas, destierro, prisión, etc.), se tiende a la reeducación, creando nuevas instituciones para la recogida de niños abandonados y procurando al mismo tiempo racionalizar el funcionamiento y el coste de la beneficencia pública” (Delgado 1998) El homo homini lupus de Hobbes indica que la educación temprana es la única garantía de orientar al niño en el buen camino. La idea de educación de los niños supone un avance importante pero no suficiente en la concepción de la humanidad sobre la infancia. El niño se transforma en


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