Una Historia de Enfoque Bio-Espiritual Llega por primera vez a mi consultorio (soy médico pediatra) una joven mujer llamada Miriam quien me consulta acerca de su bebita recién nacida. Entre los antecedentes está que cuando Miriam tenía 15 años, murió su hermana de 13 por anemia aplástica (su cuerpo no producía elementos sanguíneos). Miriam se había casado hacía cinco años pero no había querido embarazarse, el embarazo vino aun trayendo implantado un dispositivo intrauterino. Su hija tiene 28 días de nacida. La joven madre me dice, cuando le pregunto por el motivo de la consulta: “No sé qué le pasa a la niña doctor; si la cargo llora, si la visto llora, si la amamanto llora… ni siquiera la he podido bañar, la baña mi mamá porque yo siento las manos frías, como con un sudor, como con hielo por dentro, como… no sé…” Mientras, yo veo a la tía de Miriam, quien las acompaña, extasiada con la sobrina nieta en sus bazos y a la pequeñita completamente tranquila. Al revisar a la bebita no encuentro nada anormal en ella por lo que le hago a Miriam una pregunta que a mí mismo me sorprende: “Señora, su hija está sana, ¿siente que hay algo que le impide disfrutarla?” Antes de lo esperado, viéndome vivamente a los ojos y tocándose con inquietud sus manos me dice: “¡Pues mis manos doctor!” Por mi contacto con el Enfoque Bio-Espiritual caigo en cuenta que ella ‘sabe’ que en la sensación que tiene en sus manos está expresándose el problema existente entre ella y su hija. Entonces le digo que sé de un ejercicio que quizá le diga qué es eso en sus manos que le impide no sólo disfrutar, sino aun bañar a su hija y le pregunto si estaría bien que lo llevásemos a cabo. Me contesta que sí y comenzamos el siguiente ejercicio de Enfoque. Vea –le digo- si puede cerrar sus ojos para que no la distraiga nada de afuera. Accede y al hacerlo, le pido que vea si puede entrar a su cuerpo y desde dentro de él dirigir su atención a sus manos y contactar la sensación que siente que tiene que ver con el llanto de su hija al atenderla. No se trata –le hago saber- de calmar o de quitar lo que siente, tampoco de minimizarlo, de culparlo o de criticarlo, sino de atenderlo, de acompañarlo, de estar presente a eso sentido tal como está en sus manos ahora. Pasan uno o dos minutos y me doy cuenta que ya lo está contactando. Entonces le digo que vea si puede llevarle a la sensación-sentida en sus manos un mensaje de aceptación diciéndole algo como: ‘Hola, permíteme estar contigo unos momentos’, ‘eres importante para mí’, ‘tal vez hay algo que quieras decirme’. Como un minuto después veo una cierta inquietud en su cara y le digo: Cuando atendemos con delicadeza y respeto lugares como estos dentro de nosotros, ellos suelen hablarnos, ya sea por medio de una palabra, una imagen, un recuerdo. Si viniera algo así, me lo hace saber. Entonces, muy afligida y en lágrimas me dice: Vienen unas palabras… “Nunca vas a ser una buena mamá para tu hija”. Le reflejo estas palabras/símbolo de la manera más empática que puedo y le pregunto si ellas se conectan con la sensación de sus manos, a lo que me contesta “Sí”, sin dudar. Le pregunto cómo se siente esto que ha venido y me dice llorando más intensamente: “¡Muy triste!” Le digo que vea dónde en su cuerpo se siente esto tan triste. Está buscando unos segundos y finalmente me dice extendiendo su mano sobre todo su pecho: “Aquí”. Aquí, le reflejo, y le digo: Tal vez ese lugar triste también esté necesitando una presencia delicada, cálida, acogedora. Quiero que vea si puede ir a donde se encuentra esa tristeza y ofrecerle su presencia cálida, amorosa. Me contesta que lo va a intentar y poco después, me hace saber que lo está haciendo. Le digo que vea si puede quedarse esperando