UN LIBRO DIARIO N° 7: SELECCIÓN DE TEXTOS DE WIMPI

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Año 1- Nº 7 - Segunda época - Septiembre de 2020 2020 - Año del General Manuel Belgrano B

Debido a la pandemia que afecta a gran parte del mundo, estos números de Un Libro Diario se presentan únicamente en formato digital, hasta tanto se solucione la crisis sanitaria y volvamos al papel.

Wimpi Selección de textos

Ilustración: Geno Díaz


2

En el pago la llamaban “La Degollada”, porque nunca había tenido cabeza. Selección de Los cuentos del viejo Varela

El medio hermano Verdeaban abajo del ramadón Helvecio Gularte y Ataliva Pallares. Mirando el camino los dos. Callados. De repente pasó en un alazán testerilla Macedonio Taboada: –Güenas. –Güenas. Siguió de largo, nomás. Y Atavila le preguntó a Helvecio. –Ujte, como ser, ¿hace tiempo que le conoce a Macedonio? Y disculpe. –¡Uuuu! A él y a todita la familia. Hajta al medio hermano. –¡Ah, tiene un medio hermano! No sabía. ¿Por vía materna? –No, por vía férrea. Resulta que en una ucasión ese hermano ¿no? se acostó a sestear en una vía, creyendo que era lo que se dice una vía muerta, pero redepente va y pasa un tren y lo agarró justo por el medio, a lo largo. Quedó la mitad. En el pago lo yaman “El asomao”, porque como la mitá que hubo que tirar no se le ve, parece, mesmo, que se estuviera asomando por una puerta entornada. –¡Qué me dice! Y ¿trabaja? –Es medio oficial albañil. El Pelado Aurete Gualcondo Aurete era el hombre más pelado en veinte leguas. No le quedaban más que las orejas. Pero tenía una soberbia que cuando alguno se burlaba de su peladez, él contestaba, sonriendo despreciativo: –¿Y a ujtede de qué les vale tener pelo si cuando les crece se lo van a hacer cortar? Pero, una ocasión, Gualcondo entró en amo­res con Arminda Orcajo: buena moza, queren­ dona y más movediza que cojinillo con horas de galope. En el pago la llamaban “La Degollada”, porque nunca había tenido cabeza. Cuando se le arrimó a Arminda en un baile, Gualcondo le tuvo, por primera vez, rabia a su pelada. Y se dejó el sombrero. Prefirió pasar por chú­caro a que ella notara que no tenía pelo. Y para peor, palabra va, palabra viene, ella le dijo: –A mí siempre me gustaron loj’hombre castanio claro, tirando a alazane. Gualcondo se dio maña para contentarla. Compró un tarro de pintura marrón medio clareta y se pintó la cabeza, dejándose un filete blanco en la mitad, de atrás para adelante, que parecía la raya al medio. Y unos rulos a los costados. Nadie se dio cuenta de que el pelo de Gual­condo era pintado. Se hizo tan baqueano con el tiempo que aprendió hasta a mover el cuero de la cabeza para que, cuando había viento, los demás cre­yeran que se despeinaba.

El prudente La prudencia de Mauro Estomba tenía admirado a todo el mundo. El no usaba bombilla achatada en la punta como los demás, porque antes de ponerla en el mate cerraba un ojo y miraba la bombilla contra la luz para estar seguro que adentro no había nadie. Siempre decía que lo peor que podía haber para la salud era una enfermedad, por eso vigilaba todo lo que comía. Si era una morcilla le hacía sacar de la tripa y revisarla, también con una linterna, por dos peones que apretaban el relleno con los dedos después de mojarlo para escurrirlo y ver si desteñía. Una ocasión, Menenio Sandoval convidó a comer a Mauro Estomba. En cuanto se sentaron a la mesa, Mauro sacó un pañuelo, lo mojó con saliva y se lo pasó por el borde del vaso: -Nu ej por ofender, pero en una de ésa pudo haberlo pisao algún micorbio. Ujtede no iban a tar mirándolo seguido, todo el tiempo, pa ver si el micorbio pisaba o no. El primer plato era sopa de letras. Y Mauro Estomba lo rechazó de buen modo diciendo: –Disculpe, pero, no. Yo sopa e letra, no, porque a lo que no sé leer podría patiarme.

~ autor ~

Bibliografía

WIMPI

Los cuentos de Claudio Machín; El gusano loco; 10 Charlas de Wimpi en Radio Carve; Los cuentos del viejo Varela.

WIMPI, cuyo nombre real era Arthur García Núñez, (1906-1956) fue un periodista, humorista y narrador uruguayo.

Ventana a la calle; Viaje alrededor del sofá; La taza de tilo; Cartas de animales; La risa; La calle del gato que pesca;

Trabajó en los diarios El Plata y El Imparcial, y en la revista humorística Peloduro. La masiva difusión se la dio la radio, donde decía sus incisivos textos. Comenzó en Radio Carve en 1936, cuando adoptó el seudónimo con el que se hizo famoso.​ Realizó libretos radiales para actores. Radicado en Buenos Aires desde 1940, colaboró con Noticias Gráficas, el diario Clarín y Radio El Mundo. Publicó tres libros de cuentos humorísticos y luego de su muerte se publicaron otros libros de cuentos y recopilaciones de textos radiales, también se editaron discos con sus cuentos para niños en su propia voz.

Publicaciones póstumas

El fogón del viejo Varela; Vea amigo.


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33

El maltratado Licinio Arboleya estaba de mensual en las casas del viejo Críspulo Menchaca. Y tanto para un fregado como para un barrido. Diez pesos por mes y mantenido. Pero la manutención era, por semana, seis marlos y dos galletas. Los días de fiesta patria le daban el choclo sin usar y medio chorizo. Y tenía que acarrear agua, ordeñar, bañar ovejas, envenenar cueros, cortar leña, matar comadrejas, hacer las camas, darles de comer a los chanchos, carnear y otro mundo de cosas. Un día Licinio se encontró con el callejón de los Lópeces con Estefanía Arguña y se le quejó del maltrato que el viejo Críspulo le daba. Entonces, Estefanía le dijo: –¿Y qué hacés que no lo plantas? Si te trata así, plantalo. Yo que vos, lo plantaba… Esa tarde, no bien estuvo de vuelta en las casas, Licinio – animado por el consejo del amigo– agarró una pala, hizo un pozo, planto al viejo, le puso una estaca al lado, lo ató para que quedara derecho y lo regó. A la mañana siguiente, cuando fue a verlo, se lo habían comido las hormigas. Los cachorros Pa hombre tranquilo, mire, Ataliva Castromán, en­ tenao del viejo Mondio, que curaba con secretos - que en una ucasión le dijo el secreto equivocao a la mujer de Timoteo Robirosa, que estaba sana, y Timoteo Robirosa lo corrió con un rastrillo. Güeno: tranquilo, Ata­liva... ¡pah! Resulta que una ucasión, un viernes, se encuentra en el Paso ‘el Güey con tremendo perro. Andaba a pie, Ataliva, porque tenía el caballo con paperas. Un zaino bragado. Testerilla. Marchador. Tremendo perro se le aparece. Pero él ni se asustó ni nada. –Chicho, chicho... –va y le dice. Y el perro, entonces, se le arrimó y le preguntó: –¿No me conoce, don Castromán?

–Era lo que estaba pensando: yo a ujté lo tengo visto en algún otro lao, pero áura no ricuerdo. –Soy el hijo e’ la Zenona, que ujté tuvo en los bra­zo, don Castromán. En efecto: resultó que el perro era el séptimo hijo varón de la Zenona Araujo, casada con Palmiro Ferrúa. Y había salido lobisón, seguro. Se hicieron íntimos amigos con Castromán. Todos los viernes se encontraban y salían a caminar despacito. Fumando. Castromán le tomó tanta simpa­tía que le dijo de sacar cría con una perra overa que tenía. Y el otro le contestó que cómo no, que viniendo de él, cualquier cosa. Claro que en viernes... Después, los cachorros, en vez de salir a ladrarle a los que pasaban por el callejón, jugaban a la mancha. Y tomaban mate. Uno, medio petisón, que le pusieron Muleque, era loco por remontar barriletes. Todo el mundo comentó. El chancho cobarde Siempre había sido hombre sin una moral Sabiniano Peláez. Capaz de falsificar hasta el agua, viniéndole a mano. Una ocasión, se consiguió un inflador de bicicleta, le hizo un peripicho en la nuca a un lechón que había robado, lo infló hasta que le quedó del tamaño de un chancho ya hombre, y puso un cartel en la costa del alambrado, frente a las casas, que decía: -”Se vende chancho gordo”. Atardecido, ya, pasó Gumersindo Santucho, leyó el cartel, se apeó del alazán picazo, y se interesó por el chancho. –Aquí lo tiene. El chancho ej’este..., le dijo Sabiniano Peláez, cuando el otro entró. Gumersindo Santucho le daba vuelta al chancho todo alrededor, rascándose la cabeza, mientras lo miraba y decía: –Tar gordo, ta gordo, ¿cuánto pide? –Cincuenta peso, repuso Sabiniano. –¿Al contao? –Rabioso.

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4 Gumersindo pensó un rato, se pasó la mano por la cara, se arregló el nudo del pañuelo y, al final, dando vuelta el cinto y sacando la plata, dijo: –Ta bien. El chancho ej mío. Me lo llevo. Viá carnearlo en seguida aprovechando que mi cuñao, por un casual hoy anda fresco, ansí me ayuda. Pero resulta que cuando habían caminado apenas una cuadra Gumersindo con el chancho de tiro, el chancho pinchó en un ortigal y desinflándose, volvió a quedar en lechón. Furioso regresó Gumersindo adonde Sabiniano y mostrándole el lechón le gritó: –¡Cómo! ¡Yo l’he comprao un chancho gordo y mire lo que me quedó! ¡Un lechón e’ morondanga, va y me queda...! Y le contestó Sabiniano con toda dignidad: –La culpa ej suya. Como ujté dijo juerte que lu’iba a carniar aura mesmo, se asustó y se achicó. La tortuga Pa hombre aprovechador, mire, Pascasio Correa. ¡Cómo no! Una ocasión vino una peste y se empezaron a morir las tortugas de todos los aljibes. Y Pascasio en seguida se puso a pensar en cómo podría hacer negocio. Fue así que cazó una mulita y la disfrazó de tortuga. Y se la fue a vender al viejo Sofildo Maguna: –Aquí le traigo esta tortuga que, por ser pa usté se la dejo en quince pesos. Pero el viejo Maguna miró a la mulita medio desconfiado y le dijo a Pascasio: –¿No le parece muy angosta pa ser una tortuga? La tortuga es más pechugona. Y Pascasio le contestó: –Se quedó así de angosta, porque Eleuterio Velloso la tenía encerrada pa esperar a que subieran de precio y dispué venderla, pero ella se le escapó por un caño. Y se le angostó. El viejo se quedó pensando otro ratito, mirando, siempre, al bicho, y le objetó: –Pero este animal tiene pelo, y la tortuga es pelada. Entonces Pascasio le dijo: –Tiene pelo ‘e tanto estar con Velloso. Se lo contagió él. El viejo se dio vuelta el cinto, sacó los quince pesos y se la compró. Miseria Vivían galgueando en lo de Geroncio Sustaita. Hacia tanto tiempo que no comían que no había ni uno en la familia que se acordara de cómo se hacía para masticar. Un día llama Geroncio al hijo menor:

Vaya al monte a tráir unas cotorra pa asar, m’hijo, vaya. –Ebelio –y le dice: –Vaya al monte a tráir unas cotorra pa asar, m’hijo, vaya. Suba al árbol ande están eya, dispacito y, como quien no quiere la cosa, se trái unas cuanta. Muevasé. Vaya. Fue Ebelio como se le mandara y volvió al rato con las manos vacías. Encocorado le dijo Geroncio: –¡Cómo! ¿Y laj cotorra q le mandé q trajera? Y Ebelio respondió; –No truje porque entuavía tan verdes, tata. Selección de Los cuentos de don Claudio Machín Mano larga Caso famoso jué el de Isolino Proserpio. Un día, sin que lo vieran, metió la mano por entre el tejido del gallinero de Eufemio Santoyo, agarró una polla y quiso sacar la mano con la polla agarrada. Tiró tanto que después se podía poner las medias sin agacharse. Y lo empezaron a llamar “Mano Larga”. Y a invitarlo para que cebara mate en los velorios, porque, sin moverse, llegaba a cualquier lado. Una ocasión, en el velorio de Gumersindo Vivo –vivo era el apelativo, nomás, claro– le alcanzó un mate a Eulogio Chamorro que estaba afuera, contra el cerco, y como Chamorro le recordó que ya le había dado las gracias, Isolino hizo atravesar el mate por todo el patio y se lo dio a la doliente. Sin moverse de la cocina, él. Lobizón Juan Cruz Montoya, sí señor. Que era el menor de siete hijos del viejo Hermenegildo. Y había salido lobizón. Pero en vez de emperrarse los viernes a la media noche, como todos los lobizones, se emperraba un de repente. ¡Cómo no! Un día va a la barbería de Martiniano Navarro a hacerse la barba. Que era muy distraído Martiniano. Una vez había salido a cazar con Doralisio Cuenca –que llevó el perro de él– y de vuelta venían Martiniano y el perro, adelante, conversando y fumando, y atrás Doralisio; Martiniano le había puesto la cadena y el otro, furioso. Bueno: llega Juan Cruz a la barbería, se sienta, el otro lo enjabona y… de repente –un abrir y cerrar de ojos, que se dice vulgarmente– Juan Cruz se vuelve perro. Y Martiniano le siguió con el jabón para abajo, lo afeitó todo hasta las patas de atrás y le dejó un penacho en la cola. Que después, Juan Cruz, cuando se cruzaba con él por la calle, se hacía el que no lo veía. De ofendido que quedó.


+ libros + libres Selección de El gusano loco El hombre, la mosca y el sobretodo El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo cazan. Pero en otras cosas, no se parece. Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada, porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A eso se le llama termogénesis. El hombre se guarda a sí mismo. Produce su propia temperatura. La ropa de abrigo sólo le sirve para retener el calor que él se elaboró. El abrigo no es una calefacción, es una tapa. No da el calor que el hombre necesita, se limita a no dejar escapar el que el hombre mismo se hace. El hombre, pues, trabaja ocho horas a fin de ganar el pan –y los bifes, las papas, los choclos, el estofado– que han de servirle para mantener esa temperatura. Durante el día escribe a máquina, lleva libros, hace mandados, habla por teléfono, cruza calles, lo pisan, va a los bancos, corre taxímetros, empuja; todo para que no le falte su sopa de arroz, sus milanesas, su tortilla, su queso y dulce, imprescindibles para que el medio interior no se congele. Y, luego, debe sacar de eso –del dinero destinado a la adquisición de combustibles– para comprar un sobretodo que no lo calienta, sino que lo deja enfriar. Y cuando, después de tantas andanzas y sacrificios, se pone el sobretodo, ¡tiene, por medio de la termogénesis, que calentarlo él! Por eso es que hay tan poca gente que conserva su sangre fría. El termómetro y el transporte Las cosas dispares suelen tener a veces una estrecha, una íntima relación. Por ejemplo, ¿a quién se le habría ocurrido pensar que el termómetro tuviera algo que ver con el transporte? ¿Qué fuera a darle una mano, a sacarlo del pantano? Uno no es nadie, pero, claro, tiene que viajar. Y mira, observa, y sin quererlo, se da cuenta. Se da cuenta de que el frío –que se mide con el termómetro– saca del pantano a la gente que tiene que andar de un lado a otro en la ciudad en busca del peso.

35 Porque estas mañanas de baja temperatura de tornillo, como se dice académicamente, han servido para demostrar que el problema del transporte debería ser, en realidad, menos grave de lo que es por obra de ciertos hábitos que la gente no se resigna a abandonar. Porque cuando el tipo tiene que salir a la calle impulsado por la necesidad, para volver al cabo de algunas horas con los pesos que han de parar la olla, no le hace asco al frío, ni a la lluvia, ni al calor ni a lo que venga. Porque la obligación de llenar las bocas de los suyos y la propia está por arriba de cualquier fenómeno meteorológico. Y el tipo deja entonces el dulce -y cálido lecho con menos de un grado de temperaturase viste como puede -las manos se le agarrotan- se lava a regañadientes -porque el agua quema de helada- y se lanza a la conquista suprema del mango. Y entonces, ya en la rúa, advierte que los tranvías van semivacíos, que los colectivos caminan despacio a la pesca de pasajeros, y los ómnibus clarean en el interior, porque la masa es la mitad de otras mañanas. Y advierte, también que las esquinas están desiertas, que ya no hay pequeñas manifestaciones a la espera de vehículos. Pero ¡Santo Dios! ¿Y todos esos que los demás días trepan hasta el techo? ¿Y esos que atropellan a las mujeres, con tal de subir primero que nadie? ¿Y esos que se atrancan en el pasillo y no dejan pasar a los que descienden? ¡Ah! Esos se quedaron en la cama. Hace mucho frío... ¿Para qué levantarse? ¿Qué apuro hay? Ahora que, claro, cuando el solcito calienta, es lindo madrugar, andar por la ciudad, verlo todo y, si es posible, sentarse junto a la ventanilla para balconear con los otros, los que aguardan, luchan como en el catch para trepar al tranvía, al ómnibus, al colectivo, para poder llegar a hora al trabajo. Y eso divierte... Pero llegó el frío felizmente. El santo frío. Cómo, otras mañanas, llega la lluvia. Y aunque la Corporación se muera de rabia, se puede viajar. Se puede llegar temprano a la oficina y al taller. No hay que dar explicaciones, entonces. Que llegué tarde porque no se puede tomar nada, señor... Y el tipo goza, entonces. Cuando le dicen por radio o lee el diario de que la temperatura anduvo cuerpeándole a la rayita del bajo cero, ensaya una sonrisa, saca un cigarrillo, lo paladea, estira las piernas y, por primera vez en mucho tiempo, siente el placer. Porque evoca esa mañana, ese asiento que eligió a gusto, que bajó sin pedir permiso a nadie, sin perder un sólo botón, los zapatos bien lustrados y el sombrero indemne. Entonces se le ocurre pensar en la revolución del tiempo. ¿Para qué existirá la primavera, el otoño, el verano? ¿O, mejor, por qué no será posible vivir en la Antártida? Y es cuando, desesperadamente, envidia a los esquimales.


6 El gusano loco Había una vez, hace mil millones de años, una colonia de gusanos cuyos individuos estaban adaptados a su medio en tal forma que podían considerar asegurados su mantenimiento y su conservación. La adaptación, empero, no bastó para auspiciar mejoramiento alguno en las formas de vida. La adaptación constituyó un criterio tendiente a garantizar una utilidad y un reparo. La evolución, antes bien —“inestabilidad creadora”— fue el criterio que inauguró la libertad sobre la tierra; que permitió avanzar al pequeño latido elemental de la primera vida, a través de una espesura de monstruos, para que viniera a cobijarse en el corazón que ahora lleva en su pecho la Criatura del Destino. Aferrados al medio, los adaptados fueron quedando atrás. Por fortuna, en aquella colonia reptante apareció un gusano rebelde. Se sintió incómodo en el sitio que a los otros les satisfacía, y se apartó de ellos. Sin duda habría querido que lo siguieran. Pero lo dejaron solo. Era el gusano loco. De él —fundador de la libertad sobre la tierra— se valió la Naturaleza para culminar su obra en la gracia del sentimiento y en el milagro de la idea. ¡Loor al gusano loco! Como la rosa está, ya, dentro de la semilla, dentro de él se preparaba una aurora de Franciscos, de Leonardos, de Galileos y de Colones.

Como la rosa está, ya, dentro de la semilla. Selección de Vea amigo Dar para recibir Vea amigo: Había una vez un árabe llamado Beremis Samir, que hacía cualquier cosa con los números. Iba, un día, de viaje cuando halló, a mitad de su camino a tres hombres que discutían acaloradamente frente a un lote de camellos. Y al detenerse Beremís Samir y preguntarles el motivo del entredicho, uno de los alegadores le respondió lo siguiente: –Somos hermanos y recibimos estos 35 camellos como herencia de nuestro padre, que acaba de fallecer. Yo porque soy el mayor, debo quedarme, conforme a la volunta del finado, con la mitad de los 35 camellos. Este, que es el segundo, debe recibir la tercera parte. Y aquél, que es el menor, la parte novena de los 35 camellos. Y dijo otro de los hermanos: –Pero es imposible hallar la mitad exacta y aun, la tercera y la novena partes de 35. Beremís Samir pensó un instante y, luego, desmontando de su propio camello, lo agregó al lote de los que heredaran los hermanos. Y dijo: –Agregando mi camello a los vuestros, hacen 36. Los otros quedaron sorprendidos por la generosa actitud del viandante, pero aguardaron callados a que la esclareciera. Y así lo hizo, en efecto, Beremís Samir. –Agregando mi camello a los vuestros, hacen 36. De modo que... toma tú la mitad que te corresponde. Separó Beremís para el mayor de los hermanos la mitad de 36, es decir, 18 camellos. Volviéndose, enseguida, al hermano segundo, prosiguió: –Tú debías recibir la tercera parte. Siendo 35 camellos, no habría sido posible que la recibieras, pues la tercera parte de 35 son once y pico. Y los camellos no tienen pico. Pero ahora, siendo con el mío que agregué a los vuestros, treinta y seis: ten. Ahí van tus doce camellos: tercera parte exacta de 36, como ves. Quedaba por satisfacer al hermano menor: –A ti, según el testamento de tu padre, te correspondería la novena parte del lote. La novena parte de 36 es cuatro. Toma tus cuatro camellos. Y el menor de los hermanos los tomó, muy contento. Entonces, Berenís Samir sumó lo que había repartido y dijo: –Pues que has recibido 18 camellos tú, 12 tú y cuatro el niño, aun habiendo recibido cada uno más de lo que les hubiese correspondido de ser sólo 35 camellos... sumemos: 18 más 12 son 30. Más 3, 34. Quiere decir que de los 36 camellos, sobran dos. Uno es el que yo puse. Y el otro, el que me corresponde por haberos hecho lograr una participación favorable para todos. Y Berenís Samir dejó a todos los hermanos contentos, y, montando en su camello nuevamente, se fue con el camello de tiro.


+ libros + libres La moraleja que le halla, uno, a este cuento de Berenís Samir es que todo cuanto a otros se da en este mundo, se les da provisoriamente, porque siempre vuelve a quien lo diera, aumentado en gran modo. Si los egoístas supieran las ventajas que reporta el ser generoso, serían generosos de puro egoísmo... El porqué de Wimpi Vea, amigo: Gabriel, nombre hebreo, quiere decir “El hombre de Dios”. Usted recuerda que San Gabriel, uno de los arcángeles que se mencionan en el Viejo Testamento y en el Nuevo, fue quién le anunció al Profeta Daniel el advenimiento del Mesías, fue que le anunció a Sacarías que su esposa, Isabel, iba a dar a luz a Juan Bautista. El Precursor, fue quien le anunció a la Virgen María el nacimiento de Jesús. Gabriel el anunciador. Después hubo un Gabriele D´ Annunzio, amigo. Uno ha visto una edición de las obras completas de Gabriele D´ Annunzio –libros enormes de cantos dorados, encuadernados en una vitela pulidísima– que ya no está firmada por Gabriele D´ Annunzio, sino por Gabrielis Annuncis... como era la época en que El Duce le empezó a llamar El Divino, Gabriele D´ Annunzio latinizó su nombre italiano. Pero el suyo propio, era Gaetano Rapagneta. Todos los que se pusieron algún seudónimo siempre trataron de que fuera más lindo que el nombre propio. Félix García Sarmiento, se puso Rubén Darío: nombre de pastor judío y de rey persa. Neftalí Reyes se puso Pablo Neruda, nombre de apóstol y exótico apellido Tcheco. Friederich Von Hardemberg se puso Novalis: parecen las primeras notas de una barcarola. ¡Entonces que se iba a poner uno si ya la gente importante se había puesto todo! Se puso Wimpi. Una vez cierta oyente cultísima le habló a uno por teléfonopara preguntarle si Wimpi había sido algún personaje de la mitología nórdica. A ella le sonaba esa W del principio a cosa del Walhalla, el Olimpo de los dioses nórdicos. Había muchos personajes en aquel sitio y sus contornos que empezaban con W: Walkhüren, aquellas mujeres guerreras que se cortaban un pecho para poder apoyar el arco; el gigante Wafzudnir; Wodan, padre de los dioses. Y uno le tuvo que decir -¡con una pena tan grande!“No, amiga, no. Wimpi es el apellido del gordito ese que anda siempre con el marinero espinaca. Popeye. El gordito se llamaba J. Wellington Wimpi”. La oyente colgó. Le pareció poco claro. Pero ¡es tan simpático Wimpi! ¿Usted no sigue la historieta? Siempre come sándwiches de pavita y nunca los paga, amigo. ¡Y si viera usted con que dignidad deja de pagarlos! ¡Con qué gallardías come fiado y se va! Recuerda, uno, ahora, una historieta en que faltaba Espinaca, el forzudo. Y Olivia estaba intranquila porque andaba cerca una vaca al parecer muy brava. Y entonces le preguntó a Wimpi: –Wimpi, ¿tú has peleado alguna vez con una vaca?” –y él le contesto: –Muchísimas veces.

37 –¿Con que has peleado con la vaca, Wimpi? ¿Con una escopeta o con una espada? –Y él le dijo: –Con cuchillo y tenedor. Es amoroso, amigo. Otra vez tenía una novia y la invitó a comer. Pero sin plata, como siempre. Entonces él pensó que después de comer haría llamar al gerente y le diría que se había olvidado la cartera. Y justo cuando le llevaban el primer plato empezaban a darle una paliza tremenda a otro cliente que se había olvidado la cartera. Entonces Wimpi, después que terminó de cenar con su novia, sacó disimuladamente una caja de fósforos, le prendió fuego al mantel, y cuando subieron las llamas, tomó a su novia en brazos y salió corriendo y a los gritos: –Fuego, fuego... sálvese quien pueda. Es uno de los personajes con más recursos que alientan en las tiras de historietas, que, por otra parte, es lo único que uno, desde que hizo una persona seria, lee en la vida, amigo. Y enseguida verá usted como está siendo honrado el nombre de Wimpi. Y cómo lo recordarán las generaciones venideras. Es un medio de difundir cultura ponerle a animales populares, animales de figuración, nombres de personas famosas. Acá, en Palermo, corría hace tiempo un caballo que se llamaba Schopenhauer, ¿se acuerdan? Ganó el premio Luro una vez. Y entonces la gente decía “Schopenhauer fue un filósofo alemán que ganó el premio Luro en Palermo, en dos, tres, un quinto”. Poco a poco se aprende, amigo. Lo mismo va a pasar con Wimpi. Salvada la modestia, uno le ayudó a J. Wellington Wimpi, poniéndose su nombre, a que su nombre se difundiera más. AL principio no habría otro Wimpi que él. Después, vino uno. Pero, muy modestos cualesquiera de ambos. Justamente porque era un personaje modesto fue que uno eligió su nombre, amigo. Había una hilera para elegir: El Mago Mandrake, Supermán, Hormiga Negra, Radrágas, pero todos son un poco bambolleros, ¿no es cierto? Uno no habría podido colmar la expectativa que despertara el anuncio de Superman, de Tarzán, de Santos Vega, hablando desde una ventana a la calle. Pero, Wimpi era distinto. Es humilde, es bueno, no se mete con nadie. Es tranquilo amigo. Claro, amigo, había un inconveniente: escudado, uno, en un hombre tan modesto como el de J. Wellington Wimpi, difícilmente podría lograr una difusión extraordinaria. La labor de uno es pequeña y pequeño, además, el nombre bajo cuya advocación uno la pusiera. ¿Cerrada la ventana a la calle... ¿quién iba a acordarse de Wimpi? Ni de uno ni del otro, amigo. Si al otro, acá entre nosotros, hay mucha gente que lo conoce por uno. Pero ¡hete aquí! –como dice la gente correcta– que en la exposición canina de Palermo acaba de ganar el primer premio un perro peloduro que se llama Wimpi. Ahora si, que uno está seguro de perdurar. Cierra, uno, los ojos, amigo, y ve la escena, en sexto grado, en una escuela de aquí cincuenta años. El niño pasa el frente. La clase es de Historia. El maestro pregunta: –¿Quién fue Wimpi? –Y el niño responderá: –Wimpi fue un charlista pelo duro de Radio El Mundo que ganó el primer premio en la exposición canina de Palermo. ¡Que linda que es la inmortalidad!, amigo.


(ya falta menos)


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