Un Libro Diario N° 11 - Alfonsina Storni (crónicas y poemas)

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Año 2- Nº 11 - Segunda época - Mayo de 2021 Año del homenaje al Premio Nobel de Medicina Dr. César Milstein

Debido a la pandemia que afecta a gran parte del mundo, estos números de Un Libro Diario se presentan únicamente en formato digital, hasta tanto se solucione la crisis sanitaria y volvamos al papel.

Alfonsina

Storni


“No hay mujer normal de nuestros días que no sea más o menos feminista”.

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~ autora ~ ALFONSINA STORNI Alfonsina Storni nació en Sala Capriasca, un pueblo del cantón Tesino de la Suiza italiana, en 1892. Llegó a Buenos Aires en 1911 y se naturalizó argentina en 1920. A poco de llegar comenzó a colaborar en diarios y revistas como Caras y Caretas, La Nación y Nosotros. Desde 1921, dictó cátedras en el Teatro Infantil Labardén, en la Escuela de Lenguas Vivas y en el Colegio

Nacional de Arte Escénico. Muchos de sus poemas señalan una posición respecto de los derechos de las mujeres. Storni empezó a escribir desde muy joven. En 1916 publicó La inquietud del rosal, siguieron El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez y Ocre (1920), Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938). En los veinte y en los treinta, participó de las tertulias literarias que se reunían en algunos cafés de Buenos Aires, como en las peñas del famoso café Tortoni. En 1930, Alfonsina viajó por primera vez a Europa. En 1934 concurrió a un acto de la Universidad de Montevideo, realizado “en homenaje a las tres grandes poetisas de América: Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni”, donde leyó su trabajo “Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj”. Ser mujer, escritora y madre soltera constituían espacios incómodos sobre todo a principios del siglo XX. Alfonsina desempeñó una labor poco conocida hasta hace algunas décadas, y es la labor periodística. Entre 1919 y 1921 fue cronista y columnista en diarios y revistas como Mundo Argentino, La Nota, Caras y Caretas y La Nación. Los artículos de Alfonsina fueron recopilados por las académicas Mariela Méndez, Graciela Queirolo y Alicia Salomone, en Nosotras…y la piel de editorial Alfaguara (1988). Las mismas investigadoras ampliaron y reordenaron las columnas para la publicación de Un libro quemado de editorial Excursiones (2014),

~Foto de página 2: Alfonsina Storni caminando por la rambla de Mar del Plata en 1936. www.elpais.com (sin mención de autor) ~Foto de tapa: www.agenciapacourondo.com.ar (sin mención de autor)

llamado así por la crónica homónima donde Alfonsina comenta la tradición de mujeres que mucho antes de que existiera el concepto de feminismo, sufrieron “el prejuicio antifeminista”. En esa nota Storni manifiesta: “No hay mujer normal de nuestros días que no sea más o menos feminista. Podrá no desear participar en la lucha política, pero desde el momento en que piensa y discute en voz alta las ventajas o errores del feminismo, es ya feminista, pues feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo de la actividad”. A Alfonsina la publicaban en las secciones “Feminidades” de revista La Nota o “Vida femenina” en La Nación. Usó la ironía, la sátira, la parodia, el humor y además construyó una voz narradora masculina, ya que firmó varias notas con el seudónimo “Tao Lao”. Desde ese lugar la cronista reclamó por los derechos de las mujeres. En sus columnas escribió para visibilizar la discusión sobre el voto femenino y también apoyó la candidatura de la diputada Julieta Lanteri, fundadora del Partido Feminista Nacional. También estaba a favor del divorcio vincular en su columna “¿Quién es el enemigo del divorcio?” publicada en La nota en 1919. En textos como “Las manicuras”, “Las profesoras”, “Acuarelistas de pincel menor” o “La perfecta dactilógrafa”, Storni –devenida en Tao Lao– pone en evidencia lo que se espera de cada género. En esta última, por ejemplo, enumera instrucciones para fabricar a una dactilógrafa perfecta: “Píntesele discretamente los ojos. Oxigénesele el cabello. Púlasele las uñas. Córtesele un trajecito a la moda, bien corto. Comprímasele el estómago. Endurézcasele considerablemente los dedos anular y meñique. Salpíquesela copiosamente de mala ortografía. Póngasele un pájaro dentro de la cabeza (si es azul, mejor). Envíesele durante dos o tres meses a una academia comercial. (Hasta de cinco pesos por mes). Téngasela pendiente de avisos comerciales durante uno, dos o tres años. Empléesela por poca cosa.” Los textos periodísticos de Storni siguen vigentes y hoy son resignificados desde la lectura feminista. A través de ellos se palpa el pensamiento de avanzada de Alfonsina; además, son un valioso testimonio histórico. El 25 de octubre de 1938, Alfonsina Storni se suicidó, arrojándose al mar, en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Al día siguiente, La Nación publicó su último poema, el soneto “Voy a dormir”. Marcela Minakowski Profesora Universitaria en Letras UNSAM


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Crónicas (firmadas como Lao Tao) Las profesoras ¿Qué es usted, linda señorita, vestida con un traje de sarga marrón, zapatitos y medias de igual color, piel levantada hasta la discreta nariz, sombrero hundido hasta los rosados apéndices laterales (orejas), abundosas patillas de un brillante cabello al oro que hubiera hecho decir de nuevo a un poeta tropical: ¡Cuánto oro! ¡Cuánto oro!... Habría lo suficiente¡Para ir a Europa y volver!... –¿Qué es usted, repito, señorita? –Profesora. –¿Y usted, la del mignon, sombrerito solferino, menudo busto, escasa pollera, elevados tacos, rizos sueltos y graciosa chaqueta? –Profesora. –Y usted, que carga los zapatos de aquella, los rizos de esta y la llamativa bufanda de cualquier otra, ¿qué es usted? –Profesora. Y caímos en cuenta de la abundancia. Una chapita La emancipación femenina de la monotonía del hogar en busca de nuevos campos para su actividad –según la frase en boga– ha tenido con gran frecuencia, como símbolo codiciado, una chapita. Esta chapita no es invención femenina. La introdujo al país por masculino, y acaso político conducto, una democracia pequeñita que substituyó el escudo por la chapa. La gente ha necesitado siempre “algo” que la acompañe desde las paredes de su casa; y es claro, los ídolos sufren la suerte y la decadencia de los hombres. ¿No es así, pequeñita del sombrero solferino? Las profesoras Así como las chapas masculinas vienen sufriendo desde hace algunos años una pequeña alteración de

buen gusto (se habrá observado que de la inscripción “boticario” se pasó a la de “farmaceútico” y de la de “farmacéutico” a “químico-farmacéutico” y de la de “químico-farmacéutico” a “doctor en química”, última etapa), las chicas resolvieron ascender también de condición, empezando por adquirir la chapa. Y allí estaban, como llovidos del cielo, los conservatorios e institutos que fueron tomados por asalto. Y hubo profesoras de canto, de solfeo, de piano, de violín, de dibujo, de repujado, de declamación, de corte y confección, etc. Un aparte Las profesoras de corte y confección nos merecen un aparte, pues ellas, de un solo golpe, han conseguido el título, la chapa y su aristocratizada inscripción. Antes, cuando se quería entrar en relaciones comerciales con personas femeninas que cortaban y cosían, se buscaba por las calles unos figurines pegados detrás de un vidrio, cosa esta que delataba a la modista. Esta modista no tenía más que una casera ciencia, casi hereditaria, y cortaba moldes y medía las distancias de los alforzones con cartoncitos. El corte y confección, que es más distinguido, suprimió los figurines delatores, los moldes y los cartoncitos, empleando, en cambio, el centímetro, que es científico y matemático, y cuya sabia aplicación conduce al corte sin moldes, punto culminante de la ciencia de la costura. Y esto que se llama la intelectualización de un oficio, ha suprimido de muchos hogares aquel pequeño lunar social que era la modista, para reemplazarlo por una chapita que lustra, limpia y da esplendor. Los ceros Un poeta europeo que anduvo por estas tierras, con menos suerte de la que pedía, dijo que el país, en manifestaciones artísticas, era la unidad seguida de ceros. A buen seguro que si el matemático poeta hace una incursión por las fábricas de profesoras se traga con gesto bilioso la unidad, y deja a los ceros, huérfanos, apretaditos unos contra otros.

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“...jugar con las tijeritas de oro, mirando lánguidamente por el balcón”.

No haré yo tanto. Si el poeta me lo permite, en vez de suprimirla, multiplicaré la unidad, y para quedar bien con él, pues las cóleras celestes son peligrosas, no suprimiré, eso sí, una respetable cantidad de ceros. Porque verdad es que la aspirante a profesora paga en su instituto una cantidad mensual y la selección, entonces, huelga; como también es verdad que los exámenes están gravados con derechos y conviene que el mayor número se examine y apruebe; como también es verdad que el diploma final cuesta una sumita saludable al instituto. Pero este sacrificio está dulcificado por las medallas, sobresalientes y citaciones especiales con que vuelve a su casa cargada la profesora. Esto, sin embargo, no debiera llamarnos la atención. ¿Lo que ocurre en los institutos pagos no es, más o menos, lo que ocurre en los oficiales? ¿Acaso la consigna no es pasar, diplomar, hacer número? ¿Quién ha imitado a quién? En la duda, y si me apuran mucho, va a cargar con todo el clima. Punto Señoritas profesoras, bellas y gentiles señoritas profesoras: todo lo dicho es elogio. Si las liberto a ustedes, mediante un sonriente permiso, de la chapa, una cosa pesada, de los diplomas, medallas y sobresalientes, varias cosas pesadas, y me quedo con ustedes en esencia: pianistas, violinistas, recitadoras, concertistas, solfistas, etcétera, todo ello substancia espiritual bien o mal despertada, pero despertada al fin, las prefiero a cuando empleaban aquel tiempo de estudio, que las ha provisto de defensa económica, en jugar con las tijeritas de oro, mirando lánguidamente por el balcón... el horizonte, sin duda. Las manicuras Cortad al hombre las manos y restaréis al cuerpo humano toda la gracia terminal y la sutilidad de su infinita armonía. Las manos son al cuerpo como los pequeños brotes elegantes a las gruesas ramas. Se diría que en estas terminales de las distintas formas que la naturaleza adopta, esta se sutiliza como comprendiendo. Y es que acaso la materia tenga también sus preferencias y sus aristocracias. El tejido que forma las manos y se transparenta como una rosada porcelana en las delicadas yemas, tuvo, sin duda, allá en sus iniciales connubios con la materia informe, afinidad electiva con los pétalos delicados. Porque no me negaréis que ser una célula de las yemas

de los dedos no es lo mismo que serlo de un pesado molar. Hay oficios y oficios. Hay obreros y obreros. Me imagino yo que los minúsculos cuerpos que forman, pongo por caso, los ojos y los dedos, han de estar así como en el jardín del cuerpo humano. Y tomaos el trabajo de imaginar por un momento y para honra de las manicuras, que el cuerpo humano sea como una casa dividida en distintas dependencias destinadas a oficios diversos. No me negaréis, que, al ser, ¡oh, bellas lectoras! una minúscula célula, quisierais hallaros formando parte de los ojos y de las manos, destinados a las más exquisitas funciones humanas. Recordad, si no, aquella frase del hosco Quiroga, quien apretando deliciosamente la mano de una dama hizo florecer su brusquedad en una sentencia galante: “El amor, señora, entra por el tacto”. Y eso que ignoro si la bella mano provocadora de galanterías había sufrido el toque mágico de una manicura, oficio grato a la mujer, acaso por afinidad con las perezas del sexo que elige de preferencia tareas que exigen poco desgaste cerebral y fácil ejecución. Es curioso observar, por ejemplo, que la cantidad de manicuras que, a cada paso, mientras se recorren las calles céntricas, destacan sus esmaltadas e insinuantes chapas azules surcadas de grandes letras blancas, es muy superior al de las pedicuras, oficio muy avasallado por el sexo fuerte. Aquí un malicioso espíritu tendría margen para sutiles ironías, y acaso opinara que siendo más difícil a la mujer descubrir un bello pie que extender la siempre desnuda y visible mano, ella prefiera, por natural contradicción, que un hombre pula, suavice y cuide sus rosadas plantas, mientras simplemente, entrega sus manos a los cuidados profesionales de una mujer. Pero no he de aventurar sutilezas por no correr el riesgo de hacer difícil lo fácil, cosa que con demasiada frecuencia les ocurre a los sutiles. Además, y tratándose de tan pedestre oficio, no vale la pena correr un riesgo, pues un oculto sentido de la armonía me ha insinuado que los riesgos hay que correrlos por elevados asuntos, asuntos que, en el tren que estamos, tendrían que ser los ojos y los cabellos, los que han de merecernos capítulo aparte. Bien haya, pues, por las manicuras que se mantienen a media elevación –obsérvese que las manos penden más o menos hasta la mitad del cuerpo– y que han sabido hallar el medio de ganar su vida con un arte que, si no iguala al de los enceguecidos artífices del Renacimiento, contribuye a la belleza exterior y al brillo de la vida –el brillo, desde luego–. Y qué perfecta armonía la de este modesto y lucrativo oficio con el deseo


+ libros + libres de los defensores de la feminidad hasta en las tareas que la vida impone a la “mujer moderna”. Porque una manicura, cierto es, no necesita de gran imaginación para cumplir con sus elegantes tareas. Le basta un poco de prolijidad, agua tibia, perfumados jabones, discreto carmín, tijeras, pinzas y ungüentos, cosas estas entre las que las mujeres deben hallarse –según sus enemigos– como el colibrí entre rosas, pues las tijeras, pinzas y perfumados ungüentos nacieron de una sonrisa de Eva, según una mitología especial para manicuras que se escribirá algún día, el ocio mediante. Y obsérvese además, para convenir en la feminidad de este oficio, con cuáles femeninos modos se conducen sus elementos de trabajo. El agua tibia, elemento básico, tiene propiedades emolientes, persuasivas e insinuantes. No hay tejido que resista a su insistencia continuada: los poros se dilatan, y las expansivas moléculas los penetran poco a poco hasta que las duras cutículas ceden su rigidez. Diez, veinte minutos, media hora de este lento trabajo del agua persuasiva, y de tímida apariencia, y ya está el terreno preparado para que entren en función las sabias pinzas, las que con la misma prudencia del agua, pero con mayor sentido electivo, escarban los puntos débiles, conforman los detalles y libran los tejidos de adversarios molestos. Pero nada sin duda manejan las manicuras con tanta propiedad como las tijeras. Las poseen de todos tamaños y formas: unas son finas, delgadas y puntiagudas como una indirecta; otras son arqueadas y leves como una mala intención; las hay romas y elegantes, vulgares y aristocráticas, cortas y largas, anchas y angostas, acertando así, en la perfección de los cortes, que es una de las especialidades del sexo. Luego se ha sospechado siempre que las manicuras tuvieran un sentido especial de la vida, un sentido instintivo que tampoco requiere gran imaginación; algo así como un olfato congénito de que la debilidad humana sucumbe más fácilmente ante los cuerpos brillosos que ante la fea y tosca opacidad. Hasta en esta comprensión es oficio de mujer el de las manicuras, y la cantidad respetable que trabajan con las bellas manos, y con singular fortuna en esta elegante ciudad americana, deben contar indudablemente con el beneplácito de los que miran con horror las tareas masculinas desempeñadas por mujeres. Por lo que a mí respecta, si en una futura vida me cupiera en suerte transmigrar al tibio cuerpo de una gentil mujer, elegiría también este oficio blando, discreto, que realiza su tarea en el pequeño saloncito o en

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el perfumado “boudoir”, cuando las femeninas cabelleras caen lánguidamente sobre las espaldas, y los ojos están húmedos de esperanza y un ligero temblor en los dedos descubre a los ojos extraños la inquietud deliciosa del íntimo sueño. Porque, feliz ser, dotado de la imaginación de mi anterior vida masculina, me daría a investigar manos como quien investiga mundos. Me embarcaría así por los surcos hondos de las palmas como por ríos sinuosos en busca de puertos reveladores. E iría descubriendo el trabajo lento del alma en los cauces misteriosos y las maravillas de los puertos finales de esas revelaciones quirománticas. Pero no os alarméis todavía, oh, bellas mujeres que contribuís con vuestra agraciada frivolidad al bienestar económico de tantos hogares, pues la transmigración es fenómeno negado por la autoridad científica, y mi última palabra era que el oficio de manicura, oficio de mujer indispensable en nuestra gran metrópoli, requería escasa imaginación.

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Poemas Canción de la mujer astuta Cada rítmica luna que pasa soy llamada, por los números graves de Dios, a dar mi vida en otra vida: mezcla de tinta azul teñida; la misma extraña mezcla con que ha sido amasada. Y a través de mi carne, miserable y cansada, filtra un cálido viento de tierra prometida, y bebe, dulce aroma, mi nariz dilatada a la selva exultante y a la rama nutrida. Un engañoso canto de sirena me cantas, ¡naturaleza astuta! Me atraes y me encantas para cargarme luego de alguna humana fruta. Engaño por engaño: mi belleza se esquiva al llamado solemne; de esta fiebre viva, algún amor estéril y de paso, disfruta.


“Yo soy como la loba. / Quebré con el rebaño / y me fui a la montaña / fatigada del llano”.

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Dos palabras

Ultrateléfono

Esta noche al oído me has dicho dos palabras comunes. Dos palabras cansadas de ser dichas. Palabras que de viejas son nuevas.

¿Con Horacio? -Ya sé que en la vejiga tienes ahora un nido de palomas y tu motocicleta de cristales vuela sin hacer ruido por el cielo.

Dos palabras tan dulces que la luna que andaba filtrando entre las ramas se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras que una hormiga pasea por mi cuello y no intento moverme para echarla.

-¿Papá? -He soñado que tu damajuana está crecida como el Tupungato; aún contiene tu cólera y mis versos. Echa una gota. Gracias. Ya estoy buena.

Tan dulces dos palabras que digo sin quererlo ¡oh, qué bella, la vida! Tan dulces y tan mansas que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman. Tan dulces y tan bellas que nerviosos, mis dedos, se mueven hacia el cielo imitando tijeras. Oh, mis dedos quisieran cortar estrellas. ~

Sugestión de un sauce Debe existir una ciudad de musgo cuyo cielo de grises, al tramonto, cruzan ángeles verdes con las alas caídas de cristal deshilachado. Y unos fríos espejos en la yerba a cuyos bordes inclinadas lloran largas viudas de viento amarilloso que el vidrio desdibuja balanceadas. Y un punto en el espacio de colgantes yuyales de agua; y una niña muerta que va pensando sobre pies de trébol. Y una gruta que llueve dulcemente batracios vegetales que se estrellan, nacientes hojas, sobre el blando limo.

Iré a veros muy pronto; recibidme con aquel sapo que maté en la quinta de San Juan ¡pobre sapo! y a pedradas. Miraba como buey y mis dos primos lo remataron; luego con sartenes funeral tuvo; y rosas lo siguieron. ~

Sábado Me levanté temprano y anduve descalza por los corredores: bajé a los jardines y besé las plantas absorbí los vahos limpios de la tierra, tirada en la grama; me bañé en la fuente que verdes achiras circundan. Más tarde, mojados de agua peiné mis cabellos. Perfumé las manos con zumo oloroso de diamelas. Garzas quisquillosas, finas, De mi falda hurtaron doradas migajas. Luego puse traje de clarín más leve que la misma gasa. De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo mi sillón de paja. Fijos en la verja mis ojos quedaron, fijos en la verja. El reloj me dijo: diez de la mañana. Adentro un sonido de loza y cristales: comedor en sombra; manos que aprestaban manteles. Afuera, sol como no he visto sobre el mármol blanco de la escalinata. Fijos en la verja siguieron mis ojos,


+ libros + libres fijos. Te esperaba. La loba Yo soy como la loba. quebré con el rebaño y me fui a la montaña fatigada del llano. Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley, que no pude ser como las otras, casta de buey con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza! Yo quiero con mis manos apartar la maleza. Mirad cómo se ríen y cómo me señalan porque lo digo así: (Las ovejitas balan porque ven que una loba ha entrado en el corral y saben que las lobas vienen del matorral). ¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño! No temáis a la loba, ella no os hará daño. Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos ¡y en el bosque aprendieron sus manejos felinos! No os robará la loba al pastor, no os inquietéis; yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis pero sin fundamento, que no sabe robar esa loba; ¡sus dientes son armas de matar! Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta de ver cómo al llegar el rebaño se asusta, y cómo disimula con risas su temor bosquejando en el gesto un extraño escozor...

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El hijo y después yo y después... ¡lo que sea! Aquello que me llame más pronto a la pelea. A veces la ilusión de un capullo de amor que yo sé malograr antes que se haga flor. Yo soy como la loba, quebré con el rebaño y me fui a la montaña fatigada del llano. ~

Voy a dormir Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito. Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido... ~

Id si acaso podéis frente a frente a la loba y robadle el cachorro; no vayáis en la boba conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor... ¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!

Pasión

Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños! No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Unos besan las sienes, otros besan las manos, otros besan los ojos, otros besan la boca. Pero de aquél a éste la diferencia es poca. No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río del rebaño. El sustento me lo gano y es mío donde quiera que sea, que yo tengo una mano que sabe trabajar y un cerebro que es sano.

Pero encontrar un día el espíritu sumo, la condición divina en el pecho de un fuerte, ¡el hombre en cuya llama quisieras deshacerte como al golpe de viento las columnas de humo!

La que pueda seguirme que se venga conmigo. pero yo estoy de pie, de frente al enemigo, la vida, y no temo su arrebato fatal porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda, haga noble tu pecho, generosa tu falda, y más hondos los surcos creadores de tus sesos.


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“Quiero un amor feroz de garra y diente”.

Y la mirada grande, que mientras te ilumine te encienda al rojoblanco, y te arda, ¡y te calcine hasta el seco ramaje de los pálidos huesos! ~

Un sol Mi corazón es como un dios sin lengua, mudo se está a la espera del milagro, he amado mucho, todo amor fue magro, que todo amor lo conocí con mengua. He amado hasta llorar, hasta morirme. Amé hasta odiar, amé hasta la locura, pero yo espero algún amor natura capaz de renovarme y redimirme. Amor que fructifique mi desierto y me haga brotar ramas sensitivas, soy una selva de raíces vivas, sólo el follaje suele estarse muerto. ¿En dónde está quien mi deseo alienta? ¿Me empobreció a sus ojos el ramaje? Vulgar estorbo, pálido follaje distinto al tronco fiel que lo alimenta. ¿En dónde está el espíritu sombrío de cuya opacidad brote la llama? Ah, si mis mundos con su amor inflama yo seré incontenible como un río. ¿En dónde está el que con su amor me envuelva? Ha de traer su gran verdad sabida... Hielo y más hielo recogí en la vida: Yo necesito un sol que me disuelva. ~

Alma muerta Piedras enormes, rojo sol y el polvo alzado en nubes sobre tierra seca… El sol al irse musitó al oído: el alma tienes para nunca muerta. Moviéndose serpientes a mi lado hasta mi boca alzaron la cabeza. El cielo gris, la piedra, repetían:

el alma tienes para nunca muerta. Picos de buitre se sintieron luego junto a mis plantas remover la tierra; voces del llano repitió la tarde: el alma tienes para nunca muerta. Oh sol fecundo, tierra enardecida, cielo estrellado, mar enorme, selva, entraos por mi alma, sacudidla. Duerme esta pobre que parece muerta. Ah, que tus ojos se despierten, alma, y hallen el mundo como cosa nueva… Ah, que tus ojos se despierten, alma, alma que duermes con olor a muerta… ~

Animal cansado Quiero un amor feroz de garra y diente que me asalte a traición en pleno día, y que sofoque esta soberbia mía, este orgullo de ser todo pudiente. Quiero un amor feroz de garra y diente que en carne viva inicie mi sangría, a ver si acaba esta melancolía que me corrompe el alma lentamente. Quiero un amor que sea una tormenta, que todo rompe y lo remueve todo porque vigor profundo la alimenta. Que pueda reanimarse allí mi lodo, mi pobre lodo de animal cansado, por viejas sendas, de rodar, hastiado. ~

Vida Mis nervios están locos, en las venas la sangre hierve, líquido de fuego salta a mis labios donde finge luego la alegría de todas las verbenas. Tengo deseos de reír; las penas que de donar a voluntad no alego, hoy conmigo no juegan y yo juego


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con la tristeza azul de que están llenas. El mundo late; toda su armonía la siento tan vibrante que hago mía cuando escancio en su trova de hechicera. Es que abrí la ventana hace un momento y en las alas finísimas del viento me ha traído su sol la primavera. ~

La invitación amable Acercate, poeta; mi alma es sobria, de amor no entiende -del amor terrenosu amor es más altivo y es más bueno. No pediré los besos de tus labios. No beberé en tu vaso de cristal, el vaso es frágil y ama lo inmortal. Acercate, poeta sin recelos... ofréndame la gracia de tus manos, no habrá en mi antojo pensamientos vanos. ¿Quieres ir a los bosques con un libro, un libro suave de belleza lleno?... Leer podremos algun trozo ameno. Pondré en la voz la religión de tu alma, religión de piedad y de armonía que hermana en todo con la cuita mía. Te pediré me cuentes tus amores y alguna historia que por ser añeja nos dé el perfume de una rosa vieja. Yo no diré nada de mi misma porque no tengo flores perfumadas que pudieran así ser historiadas. El cofre y una urna de mis sueños idos no se ha de abrir, cesando su letargo, para mostrarte el contenido amargo. Todo lo haré buscando tu alegría y seré para ti tan bondadosa como el perfume de la vieja rosa. La invitación esta... sincera y noble. ¿Quieres ser mi poeta buen amigo y solo tu dolor partir conmigo?

Yo en el fondo del mar En el fondo del mar hay una casa de cristal. A una avenida de madréporas da. Un gran pez de oro, a las cinco, me viene a saludar. Me trae un rojo ramo de flores de coral. Duermo en una cama un poco más azul que el mar. Un pulpo me hace guiños a través del cristal. En el bosque verde que me circunda –din don... din dan– se balancean y cantan las sirenas de nácar verdemar. Y sobre mi cabeza arden, en el crepúsculo, las erizadas puntas del mar. Carta lírica a otra mujer Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro. Conozco yo, y os imagino blanca, débil como los brotes iniciales, pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina. En vuestros ojos placidez de lago que se abandona al sol y dulcemente le absorbe su oro mientras todo calla. Y vuestras manos, finas, como aqueste dolor, el mío, que se alarga, alarga, y luego se me muere y se concluye así, como lo veis; en algún verso. Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca


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“Yo he sido aquella que paseó orgullosa / el oro falso de unas cuantas rimas”.

tenéis un rumoroso colmenero. Si las orejas vuestras son a modo de pétalos de rosas ahuecados... Decidme si lloráis, humildemente. Mirando las estrellas tan lejanas. Y si en las manos tibias se os aduermen palomas blancas y canarios de oro. Porque todo eso y más, vos sois, sin duda: vos, que tenéis el hombre que adoraba entre las manos dulces, vos la bella que habéis matado, sin saberlo acaso, toda esperanza en mí... Vos, su criatura. Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma estáis gustando del amor secreto que guardé silencioso... Dios lo sabe por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo. Os lo confieso que una vez estuvo tan cerca de mi brazo, que a extenderlo acaso mía aquélla dicha vuestra me fuera ahora... ¡sí! acaso mía... Mas ved, estaba el alma tan gastada que el brazo mío no alcanzó a extenderse: La sed divina, contenida entonces, me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro! ¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos él se adormece y le decís palabras pequeñas y menudas que semejan pétalos volanderos y muy blancos. Acaso un niño rubio vendrá luego a copiar en los ojos inocentes los ojos vuestros y los de él unidos en un espejo azul y cristalino... ¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia! ¡Arrancaban tan firmes los cabellos a grandes ondas, que a tenerla cerca no hiciera yo otra cosa que ceñirla! Luego dejad que en vuestras manos vaguen los labios suyos; él me dijo un día que nada era tan dulce al alma suya como besar las femeninas manos... Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve vagando por afuera de la vida, –como aquellos filósofos mendigos que van a las ventanas señoriales a mirar sin envidia toda fiesta– me allegue humildemente a vuestro lado y con palabras quedas, susurrantes, os pida vuestras manos un momento, para besarlas, yo, como él las besa... Y al recubrirlas, lenta, lentamente, vaya pensando: aquí se aposentaron ¿cuánto tiempo?, sus labios, ¿cuánto tiempo

en las divinas manos que son suyas? ¡Oh, qué amargo deleite, este deleite de buscar huellas suyas y seguirlas sobre las manos vuestras tan sedosas, tan finas, con sus venas tan azules! Oh, que nada podría, ni ser suya, ni dominarle el alma, ni tenerlo rendido aquí a mis pies, recompensarme este horrible deleite de hacer mío un inefable, apasionado rastro. Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera, barrera ardiente, viva, que al tocarla ya me remueve este cansancio amargo, este silencio de alma en que me escudo, este dolor mortal en que me abismo, esta inmovilidad del sentimiento ¡que sólo salta, bruscamente, cuando nada es posible! ~

Tú me quieres blanca Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada. Ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba. Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados. Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco. Tú que en los jardines negros del Engaño vestido de rojo corriste al Estrago.


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Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca (Dios te lo perdone), me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba!

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto ábreme la jaula que quiero escapar; hombre pequeñito, te amé media hora, no me pidas más.

Huye hacia los bosques, vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas; toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua:

Yo he sido aquella que paseó orgullosa el oro falso de unas cuantas rimas sobre su espalda, y se creyó gloriosa, de cosechas opimas.

~

Humildad

Ten paciencia, mujer que eres oscura: algún día, la Forma Destructora que todo lo devora, borrará mi figura. Se bajará a mis libros, ya amarillos, y alzándola en sus dedos, los carrillos ligeramente inflados, con un modo

Habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.

de gran señor a quien lo aburre todo, de un cansado soplido me aventará al olvido. ~

Peso ancestral

~

Hombre pequeñito Hombre pequeñito, hombre pequeñito, Suelta a tu canario que quiere volar... Yo soy el canario, hombre pequeñito, déjame saltar. Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, hombre pequeñito que jaula me das. Digo pequeñito porque no me entiendes, ni me entenderás.

Tú me dijiste: no lloró mi padre; Tú me dijiste: no lloró mi abuelo; No han llorado los hombres de mi raza, Eran de acero. Así diciendo te brotó una lágrima Y me cayó en la boca… más veneno: Yo no he bebido nunca en otro vaso Así pequeño. Débil mujer, pobre mujer que entiende, Dolor de siglos conocí al beberlo: Oh, el alma mía soportar no puede Todo su peso. ~


(ya falta menos)


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