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9-6-2020 Pere Gimferrer Cascabeles
Esto Fabia, ay dolor, que ves ahora, mustio de soledad y cabizbajo, fuera en tiempo un pedazo de badajo capaz de hacer sonar a una señora. Y ahora ya ves, oh Fabia, como llora declarado incapaz para el trabajo, que, a penas jubilado, deja el tajo donde otro con más ímpetu labora. Ya ves que de milagro se sostiene, y de amor propio, que otro ya no tiene que remedie su eterna calentura. Pero acércate Fabia, toca, toca. Dile adiós con un beso de tu boca y dale en ti romana sepultura.
Joaquín Márquez (1934 - 2020)
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Para oir el poema en la voz de Tomás Galindo, pulsar aquí
Martes, 9 de junio de 2020
Pere Gimferrer: Cascabeles
Henri Gervex (1852-1929)
Velada en el Pabellón Armenonville, 1905 El barcelonés Pere Gimferrer era un grandísimo poeta a los dieciocho años, cuando escribió este poema; al día de hoy es un erudito miembro de la RAE, que entiende mucho de literatura, pero que nunca ha vuelto a hacer un libro parecido a Arde el Mar. Misterios de la creación poética. Con este libro se abre el camino por donde transitará la poesía española hasta el siglo XXI. Rompe la identificación entre el yo poético y el autor (muerte definitiva del Romanticismo) y desaparece de la poesía la crítica socio-política.
Si la poesía no es un confesionario donde exorcizar los fantasmas, ni un arma para la lucha político-social, ¿Qué es?: creación o recreación de ensueños esteticistas, evocaciones culturales artificiosas, exhibicionismo juvenil y provocativo, un pretexto para matar al
39 de 174 padre, elitismo aristocratizante, culto a la belleza, evasión a épocas y lugares asociados a lo decadentista... En resumen, la poesía se emancipa de la realidad. Tardaría muchos años en volver a encontrarla. (Se entenderá mejor el poema si leéis en la Wikipedia la entrada de Hoyos y Vinent).
Cascabeles
Aquí, en Montreux, rosetón de los ópalos lacustres, hace cincuenta años pergeñaba Hoyos y Vinent la alucinante historia de lady Rebeca Wintergay. Eran sin duda tiempos -belle époque- más festivos, con la vivacidad burbujeante de quien se sabe efímero -atronaban los cañones del káiser la milenaria Europa, nunca el azul de Prusia fue tan siniestro en caballete alguno. Rubicunda y nostálgica, núbil walkiria de casino y pérgola, la Gran Guerra ascendía, flameantes al viento las barbas dionisíacas de Federico Nietzsche. Tiempos de confusión, Dios nos asista, un hálito estrangulaba los quinqués, ajaba premonitoriamente las magnolias. Algo nacía, bronco, incivil, díscolo, más allá de los espejos nacarados, del tango, las anémonas, los hombros, el champán, la carne nívea, la cabellera áurea, el armiño, los senos de alabastro, la azulada raicilla de las manos marfileñas, el repique, la esquila -¡tan bucólica!en el prado del beso y la sombrilla. Merecían vivir, quién lo duda, los tilos donde el amor izaba sus corceles, los salones del láudano y porcelana chinesca aromados por el kif de Montenegro.
Una canción de ensortijados bucles, una sedeña súplica llegaba de las postales vagamente mitológicas, nebulosamente impúdicas, de los rosados angelotes -púrpura y escayola, rolliza nalga al aireque presidían los epitalamios. Maceración de lirios, el antiguo gran mundo paseaba sus últimas carrozas por los estanques que invadía el légamo. Y en el aire flotaba ya un olor a velones, a cilicios, a penitenciales ceras, a mea culpa, a reivindicaciones de inalienable condición humana. Yo, de vivir, Hoyos y Vinent, vivo, paladín de los últimos torneos, rompería, rompió la última lanza, rosa inmolada al parque de los ciervos, quemaría, quemó las palabras postreras restituyendo el mundo antiguo, imagen consagrada a la noria del futuro, pirueta final de aquella mascarada precipitada ya sobre el vacío. Yo, de vivir, Hoyos y Vinent, vivo, tanto daríanos, creedme, para que nada se alterase, para que el antiguo gran mundo prosiguiese su baile de galante armonía, para siempre girando, llama y canción, girando cada vez más, creedme, tanto diéramos, hasta el vértigo girando, Hoyos y Vinent, yo, aún más rápido, siempre, tanto porque aquel mundo