2 minute read

SOBRE LA NATURALEZA DEL CONCEPTO “NATURALEZA”

por Ulises Bravo López imagen de Pietro Aquila

La historia del concepto naturaleza en Occidente viene de Homero. Este texto nos invita a conocer su origen y las diferentes acepciones que ha tomado a lo largo del tiempo para, en última instancia, conocernos a nosotros mismos.

El lenguaje es un asunto tan humano que pocas veces tenemos la curiosidad o el interés de cuestionarlo. Basta saber que es una convención que permite comunicarnos y establecer relaciones de todo tipo. Las palabras son tan nuestras que apenas si necesitamos conocer su origen; sin embargo, ellas también tienen fecha de nacimiento y caducidad. Unas son más longevas que otras; algunas son exclusivas de un solo campo; otras, una suerte de comodines que aparecen en éste o en otro contexto amoldándose perfectamente a la situación. Y hay unas cuantas más que han acompañado al ser humano siempre y que, con él, han sido fundadoras de su propia historia. Son palabras que se han convertido en conceptos vertebrales del pensamiento humano. Una de ellas es naturaleza. Ésta es quizá una de las nociones más fecundas y complejas en la Historia de las Ideas. Como si estuviéramos frente a un gran e inabarcable mosaico de significados, el concepto puede referirse casi a cualquier cosa de todo lo que nos rodea, incluyendo o excluyendo a los seres humanos: el universo en una nuez o, mejor, en una palabra. Su complejidad es lo que la vuelve tan interesante, útil y duradera.

Para Occidente, la palabra tiene una doble procedencia: “naturaleza” es la traducción del sustantivo latino natura que, a su vez, traduce el término griego φύσις ( phýsis). Es cierto que ni el sustantivo español ni el latino están emparentados etimológicamente con el griego, pero sí conceptualmente, pues los tres provienen de verbos cuyo significado primario es “nacer, engendrar, producir”. El primer registro que se tiene del término en Occidente (Odisea, X, 303, donde Homero habla de una raíz que Hermes entrega a Odiseo para protegerlo de los embustes de Circe) es con toda probabilidad el que determinó el significado originario que la noción ha conservado desde entonces: el de esencia, principio o cualidad. De ahí que la intención de los primeros filósofos griegos, también llamados físicos o fisiólogos, haya sido indagar cuál era la materia o el principio del que estaba hecho el mundo, es decir, cuál era su naturaleza. Aunque esta acepción ha perdurado, el devenir histórico ha contribuido a enriquecer el concepto. En la Edad Media, por ejemplo, la noción abandonó su carácter materialista y autónomo para adquirir uno inmaterial y divino: naturaleza no fue otra cosa que la voluntad de Dios. En el Renacimiento se privilegió un significado mucho más mecanicista, determinado por leyes externas que le imponían orden y regularidad a la naturaleza y que buscaba explicar su funcionamiento desde el plano científico. Y, sin embargo, en estas etapas no hay una división, al menos no tan evidente, entre la naturaleza y el ser humano; pueden verse incluso como conceptos complementarios. El Romanticismo es, quizá, el periodo en el que puede localizarse el primer gran cisma de la noción, pues se establece de manera consciente una brecha entre el mundo natural y el humano. Los viajes y descubrimientos de Alexander von

Humboldt y la teoría darwiniana de la “evolución de las especies” ofrecen una nueva visión de la naturaleza y suponen un golpe de mano en la relación humana con ella. Ganan terreno nuevas disciplinas como la geología, la zoología y la biología que, posteriormente, darán origen a lo que conocemos como ecología, pero también se establece una diferencia entre lo natural e impoluto y lo artificial y cultivado, que derivó en un naturalismo radical, fundamento de indecibles tropelías y de maravillosas emancipaciones.

En fin, el siglo XX cataliza la tradición y la ruptura y propone nuevas formas de aproximarse al concepto y de definirlo. Los inocultables y desastrosos desequilibrios ambientales nos han hecho entender que, como lo manifiesta su acepción primigenia, la naturaleza es un proceso; que ella misma nace, crece y muere. Sin apelar a juicios de valor o determinaciones morales, incluso más allá de definiciones, es importante entender que su fin es también el nuestro. De nosotros depende que el concepto se siga enriqueciendo.

This article is from: