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proyectar la UCA de los próximos 30 años

Todo proceso de transformación o reconversión necesita ser comprendido. Cuando comprendemos las cosas, las acciones y las actitudes, el temor al cambio o a la innovación desaparece. En la vida hay muchas cosas que sabemos, que conocemos y de las que nos sentimos seguros; el gran problema es que somos prisioneros de lo que sabemos. Nos mantenemos recluidos en aquello que sabemos, y no transgredimos las fronteras para poder explorar algo distinto. Mientras que algunos innovan, se animan a nuevos caminos, buscan alternativas, otros se mantienen aferrados a métodos y prácticas del pasado. Es necesario resaltar que la transformación se refiere exclusivamente a los medios, a los instrumentos, no a los fines. No se pretende modificar las metas, sino mejorar los medios para asegurar el cumplimiento de los objetivos y el logro de estos fines.

Toda transformación necesita de información, consenso, un plan y capacidad para su implementación. Pero para que todo este proceso se ponga en marcha es fundamental tener conciencia de la necesidad y urgencia del cambio. Información y conocimiento no es lo mismo que conciencia. Se puede tener conocimiento, datos, información, pero no necesariamente conciencia de la situación que obliga a la transformación. No somos conscientes de las profundas modificaciones en el ámbito de la educación superior tanto en el mundo como en nuestro país, a saber: nuevas técnicas pedagógicas, desarrollo de la neuroeducación, incorporación de tecnología hard en el aula, neoalumnos que demandan neodocentes, internacionalización de la educación y fundamentalmente nuevos modelos de gestión en la universidad moderna. Los objetivos de una Universidad Católica y Pontificia como la nuestra están claramente expresados en Ex Corde Eccelessiae. Más allá de nuestra misión de evangelizar educando o educar evangelizando hay que tomar conciencia de que nuestra universidad es una gran institución que tiene rasgos empresariales (cuatro sedes, cuatro colegios, tres mil seiscientos docentes, novecientos administrativos), inmersa en un sistema educativo altamente competitivo. En el contexto, la supervivencia de las instituciones educativas requiere de eficiencia, calidad, accesibilidad, innovación, motivación, versatilidad, adaptación, liderazgo educativo, visión de futuro. Creo que tomamos innumerables decisiones sin ser conscientes de la gravedad de la situación de la educación universitaria en el sector privado. En 1958 cuando se funda la UCA, había en la ciudad de Buenos Aires dos universidades de gestión privada, la UCA y El Salvador. Hoy hay más de 60 instituciones educativas privadas, con distintas ofertas académicas, algunas que llamamos de élite, otras con aranceles ventajosos, aunque con una menor calidad educativa. Ambos estratos representan una competencia “nueva” para la UCA. Otras variables a considerar son: la barrera espacio-tiempo, que es la forma en que se miden las distancias para establecer restricciones geográficas para la accesibilidad a nuestros centros educativos; la secularización y el desprestigio con el que intencionalmente se golpea a la Iglesia como institución; la oferta de carreras virtuales que desde “el universo” llegan a cualquier destinatario; docentes “avatares” para alumnos “avatares”, etcétera. En un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo, planificamos el futuro utilizando las mismas tecnologías del pasado o, en el mejor de los casos, del presente. Los cambios son imparables, no se detienen, las universidades ya no se valoran más por su historia, por su pasado, sino por su capacidad de aprender, de reinventarse, de reconvertirse, por la capacidad de sus docentes, por la incorporación de nuevos modelos pedagógicos educativos. La UCA tiene una infraestructura premium, pero el capital actual de las instituciones educativas ya no es su infraestructura, lo que se valora hoy son nuevas ideas, su creatividad, su vocación de innovación. Heráclito de Éfeso (540-480 a.C.) percibía al mundo en constante cambio: “Lo único constante es el cambio” o “Ningún hombre se sumerge dos veces en el mismo río”. Desde fines del siglo pasado identificamos universidades que lideran el cambio, otras generan el cambio, pero también hay universidades que no cambian, que se siguen manejando con la misma tiza y pizarrón, y sus alumnos tomando apuntes. Mi pregunta fundamental es ¿dónde se ubica la UCA? ¿Lidera el cambio? ¿Genera el cambio? o ¿espera no cambiar? Todos amamos y esperamos un cambio, todos tenemos muchas y muy buenas ideas para proponer; el desafío es cómo nos comportamos cuando el cambio nos llega. Cuando el cambio te llega, ¿cómo lo aceptas?, ¿qué actitud imaginás tener? Cuando hablamos de innovación en educación superior, pensamos en tres variables. Primero, imaginamos la incorporación de tecnología hard en el aula (HoloLens, realidad aumentada, simuladores) y también tecnología digital: nuevas plataformas educativas (EVA, Canvas, Brigthspace y otras). Pero con esto no alcanza, en segundo término, necesitamos capacitación del docente en el uso de estas “nuevas” tecnologías, así como también en nuevas técnicas pedagógicas, de liderazgo y motivación de los “neoalumnos”. En tercer lugar, la organización de la universidad requiere de innovación en la gestión, mayor eficiencia para destinar más recursos a becas y mejor retribución de sus docentes. Necesitamos aggiornarnos y adaptarnos a los cambios. Ninguno de estos cambios puede venir de un día para otro, nada se resuelve con una resolución rectoral. Los cambios necesitan tiempo, paciencia, consenso, momentos de maduración. La

UCA tiene una trayectoria importante, un pasado de sólidas bases, prestigio, egresados reconocidos en Argentina y el mundo… Sobre este capital tenemos que construir “hacia arriba”, pensando la UCA de los próximos 30 años.

El cambio le permitió a la mariposa salir del capullo y en su metamorfosis transformarse para poder volar; sin esa transformación nunca hubiera podido volar. Para volar hace falta algo que los humanos no llegamos a percibir. Para alcanzar las alturas hace falta despojarse de toda mochila; para subir a las alturas y trascender hay que despojarse de las cargas materiales, del peso del egoísmo. Por eso hay que preguntarse: ¿qué puedo aportar yo para la transformación? Y dejar de lado el ¿en qué me beneficia la transformación? No existen los éxitos individuales, siempre hay una familia, un equipo, una comunidad que sustenta el éxito. No existen éxitos personales, que nos abrimos a la acción del Espíritu el Señor “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).

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