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La mirada de SusnikHugo Oddone
BIBLIB: 0378-9896 (2020), 11-14
La mirada de Susnik
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Hugo Oddone1
Cuando conocí a la Dra. Susnik, lo primero que llamó mi atención fue su mirada. Naturalmente, todo en ella terminaba por despertar admiración. Su discurso erudito, la profundidad de sus argumentos, la contundencia de sus lecciones. Pero su mirada era el portal a una vida llena de luces encendidas, sobre muchos dolores acallados en la penumbra.
Fui a verla al llegar de la Argentina donde había cursado la carrera de Ciencias Antropológicas en la Universidad de Buenos Aires, clausurada en 1966 por la dictadura de Onganía por tratarse de una de las ciencias “peligrosas”. Tenía aprobada la asignatura Arqueología y Etnografía Americana y solicitaba su reconocimiento para complementar mis estudios en la rama de Historia de la Universidad Nacional de Asunción, de donde pensaba egresar y partir a Francia en busca de un doctorado en Antropología.
Susnik escribió en mi hoja de solicitud un dictamen que, en gran medida, cambió mi rumbo:
Estimo que el Programa de Arqueología y Etnografía Americana aprobado por el solicitante llena con suficiencia la parte general americana. Pero para dar por aprobada y revalidada dicha materia, considero indispensable que el solicitante haga un examen complementario de Etnografía Paraguaya.
A partir de allí, su magisterio fue tan intenso y la amistad que me obsequió tan enriquecedora, que no fui a Francia ni me doctoré en Antropología, pero incursioné con pasión en los estudios del hombre y las comunidades desde la demografía social en la que, finalmente, culminé mi posgrado. Puedo decir que ella, desde su cátedra, me enseñó que la Antropología no es solo una posición académica determinada. Es, sobre
1 Ex alumno
todo, una forma de vivir las ciencias sociales y la propia existencia. Por eso no olvido ni olvidaré sus lecciones de Etnografía del Paraguay y las extensas y amenas charlas con ella en el Andrés Barbero.
Y recordaré siempre, especialmente, su mirada. Era una mirada extraña que parecía, erróneamente, provenir de ojos pequeños. Quizás era solo que sus párpados los entornaban como para enfocar mejor a sus interlocutores, dando esa impresión de ojos encogidos. Era sin duda por eso, pienso ahora. Porque no era parte natural de su semblante. Se debía sin duda a sus muchas horas de trabajo, lecturas y escrituras a lo largo de los años. Ella trabajaba mucho de noche. Lo sé porque, pasando frente al Museo donde ella vivía, o yo o mis conocidos podíamos ver a altas horas de la noche o la madrugada la luz de su despacho. Siempre encendida.
Pero, además, esos ojos, de apariencia hosca, se entrecerraban mucho para ocultar un largo itinerario de sufrimientos padecidos en su adolescencia y juventud en esa Europa convulsa que la vio nacer, donde las corrientes ideológicas en salvaje pugna dejaban tierra arrasada y holocaustos por doquier. Lo cierto es que sus ojos, aun pareciendo pequeños, tenían una mirada peculiar, horadante, pero sin odio y sin pizca de imágenes que la retrotrajeran a ese pasado y, mucho menos, que nublaran la sabiduría que nos transmitía. Era sí una mirada invasora, escrutadora, inquisidora…etnográfica.
Una mirada que investigaba y llegaba, sin duda, a un parecer conclusivo sobre lo que miraba. Por eso era un tanto atemorizante. Como si esa mirada pudiese percibir claramente nuestras debilidades intelectuales, nuestra haraganería para la reflexión profunda, nuestro temor hacia su exigente rigor pedagógico. Porque la dueña de esa mirada, no se distraía en tonterías, era estrictamente seria y exigente. No jugaba con el saber ni transigía con la ignorancia o la mediocridad. Y al mismo tiempo, sabía ser cálida, comprensiva y generosa.
Es así que, en muchas ocasiones, vi reír a esa mirada. Con una risa a veces perspicaz, socarrona y cómplice, otras burlona, acusadora, amedrentadora. Penalizadora. A veces, incluso, me pareció sentirla reír a carcajadas, siempre con esa mirada tan capaz de transmitir sensaciones. Y sé que
todo esto que escribo ahora no expresará cabalmente lo que pretendo. Si la Doctora me escuchara (o me leyese, en este caso), me dedicaría una de esas miradas fulminantes por mi atrevimiento, aunque cariñosamente amigable, que podía dedicarnos cuando pretendíamos, osadamente, intimar con sus sentimientos y emociones tan celosamente resguardadas.
Quizás solamente puedo ser incontrovertible si doy dos ejemplos dispares de esa mirada que reía o amonestaba por sí misma. Lo hago porque aprendí de ella una lección fundamental para el desarrollo de mi intelecto. En un trabajo de fichado que me encomendó, luego de leer el apretujado montón de fichas que le entregué, escribió en una de ellas: “Muy buen trabajo. Pero exceso de iteración. Y no se quede en describir el hecho: relacione los hechos”… Eso haré a continuación.
Se iniciaban las clases de Etnografía Paraguaya, a la que yo asistía por decisión suya durante la licenciatura en Historia en Ita Pytã Punta, cuando en la primera jornada su Ayudante de Cátedra nos informó que, por unos días, ella dictaría las clases porque la Doctora se encontraba haciendo trabajo de campo. Se la notaba vacilante, acaso por principiante, y temerosa por la responsabilidad que asumía: suplir nada menos que “a la Susnik”, como algunos la llamaban en ese mundillo heterogéneo de “estudiantes” y turistas que se paseaban por los pasillos de la Facultad de Filosofía.
Recomendó obtener el Manual mimeografiado que, a falta del libro ya agotado, nos serviría de bibliografía básica y señaló que se encontraba disponible en la Secretaría. Allá fuimos durante un receso los pocos alumnos del curso. Y al regreso, mientras la Ayudante comenzaba a dictar su clase, hojeaba yo curioso el Manual, más que nada asombrado por el lenguaje críptico de Susnik, tan peculiar en su estilo sintético que recién comenzaba yo a conocer, cuando la joven Ayudante interrumpió su charla y, nerviosa y molesta, me preguntó “¿le parece que estoy desarrollando bien la clase de acuerdo al manual Sr. Oddone?”. Azorado, pedí disculpas y siguió la clase.
Al regresar la Doctora Susnik, la visité en el Museo por una cuestión administrativa relacionada con mi inscripción. Apenas saludarla, mirán-
dome con ojos sonrientes y divertidos, como comentando de manera cómplice un gracioso chascarrillo, me preguntó: “¿Qué le pareció la clase Sr. Oddone, se ajustaba al Manual?”… Fue un gesto indulgente para con su Ayudante zaherida y con el indiscreto discípulo.
Pero lo que era mirada jocosa, podía ser todo lo contrario.
Ya mucho después de los años de Itá Pytã Punta, dictaba ella un ciclo de charlas en un seminario sobre el Rol de los Indígenas en la Formación y en la Vivencia del Paraguay, al que me tocó asistir y, disfrutando de su confianza, transcribir sus clases grabadas y editarlas luego para su publicación. Participaban del mismo algunos parlamentarios del partido de la Asociación Nacional Republicana. Creo que lo hacían más por cumplir algún compromiso partidario que por verdadero interés en la materia.
Una de esas noches, el Seminario se dictaba de tarde y noche, luego de habernos hablado de los Cario-guaraní, en un breve receso nos acercamos a conversar con ella en un corrillo, cuando se acerca uno de esos curiosos personajes del Parlamento paraguayo de la época, cuya afiliación partidaria llevaban estampada en el sonrosado rostro y en su vestimenta ornada siempre con una corbata rojo escarlata, para asestarle muy suelto de cuerpo un comentario contundente: “Doctora, yo no sabía que en esa época había arios en el Paraguay”.
Sentí cómo subía por el pecho de la Dra. Susnik una especie de lava volcánica, tan roja y ardiente como la corbata del parlamentario, que llegó a sus ojos convertido en un chisporroteo de burla furiosa, para convertirse en una sonrisa visual que, como si no hubiese sido suficiente castigo para fulminar al ignaro parlamentario, vino acompañada de un ligero zapateo de sus pies sobre las baldosas del local donde estábamos. Y esa fue toda su respuesta.
Ahora ya no me cabe duda, correlacionando hechos: la mirada de Susnik desbordaba todo el amor y todo el rigor de su sabiduría.
BIBLIB: 0378-9896 (2020), 15-41
Branislava Susnik, eslovena y paraguaya. Una humanista en la encrucijada de mundos, sociedades y hechos históricos en el siglo XX
Branislava Susnik, Slovenian and Paraguayan. A humanist at the crossroads of worlds, the 20th century
Enviado: 02/12/2019 Aceptado: 22/04/2020
Pastor Arenas1
Resumen
Se presenta una semblanza de la antropóloga Branislava Susnik (19201996) en la que se intenta mostrar aspectos de su personalidad, su trabajo cotidiano, sus rasgos humanos manifiestos y su labor como responsable y conductora del Museo Etnográfico “Andrés Barbero” de Asunción (Paraguay). El aporte tiene el formato de un ensayo evocativo en el que se toman en cuenta los métodos habituales aplicados en la concepción de una historia de vida y la autobiografía. El texto recuerda y repasa su labor y cualidades como docente, los trabajos de campo y académico realizados, sus principales líneas de investigación, los avatares de su vida, así como datos diversos vertidos en el transcurso de encuentros mantenidos durante más de una veintena de años. Se agregan relatos y escenas personalísimas en las que el autor fue testigo presencial.
1 Investigador Principal Ad Honorem del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Centro de Estudios Farmacológicos y Botánicos, CEFyBO-CONICET, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires, Paraguay 2155, Piso 16 (1121), Buenos Aires, Argentina. E-mail: pastorarenas@ yahoo.com.ar
Palabras clave
Historia de la Antropología, Etnografía del Paraguay, Etnohistoria del Paraguay, Historia de Vida, Museos del Paraguay, Branislava Susnik.
Abstract
A semblance of the anthropologist Branislava Susnik (1920-1996), with an attempt to show certain aspects of her personality, her daily job, her evident human features and her work as responsible and leader of the Ethnographic Museum “Andrés Barbero” of Asunción (Paraguay), is presented. This contribution is in the form of an evocative essay, in which usual methods for conceiving a life history and an autobiography are taken into account. The text is a reminder and a compilation of her work and qualities as a teacher, her fieldwork and academic production, her main lines of research, the vicissitudes of her life and diverse data that come from meetings which took place for more than twenty years. Stories and very personal scenes of which the author was an eyewitness are added.
Key words
History of Anthropology, Paraguayan ethnography, Paraguayan ethnohistory, Life history, Paraguayan museums, Branislava Susnik.
El centenario del nacimiento de la ilustre antropóloga e historiadora eslovena y paraguaya por adopción Branislava Susnik constituye un acontecimiento que se celebra con homenajes de recordación desde diferentes ángulos. Mi aporte trata de acercar una visión de su persona, situándola más en el trajín cotidiano de su interacción social y en su desempeño laboral que en lo que transmiten sus contribuciones científicas, que son motivo de estudio por relevantes personalidades. En este ensayo me basaré en experiencias personales y directas, producto del trato -si bien espaciado y fragmentario, aunque sostenido- que tuve con ella. A partir de este acotado propósito y del ámbito de acción donde me tocó intervenir, surgen aspectos de su personalidad y pueden rescatarse sentimientos suyos que pueden servir para conocerla en su dimensión humana. Ella fue una mujer de su tiempo, a quien le tocó vivir en su tierra (Europa y Eslovenia) y luego prácticamente renacer en la que vino y donde se afincó (Paraguay) hasta el fin de sus días. Tenemos que situarla idealmente en su juventud en la preguerra y durante la Segunda Guerra Mundial, por cuya consecuencia llegó al Paraguay como refugiada en 1951. Huía de una situación desastrosa y llegaba a un país pobre y con enormes limitaciones en todos los órdenes. Encontró un terreno poco explorado y a veces virgen en sus temáticas de interés. En este contexto, se volcó con la pasión propia del exiliado a empezar una nueva vida. Así, intuyo, trató de superar la separación de su mundo de afectos, de su tierra y sobrellevar la carga de ser siempre extranjera. Esto logró mediante su enorme dedicación y esfuerzo. Estas dos palabras son la clave para entender su historia de vida.
Este escrito está redactado en tono coloquial y es inevitablemente autorreferencial desde el momento que me remito a mis recuerdos. Aunque nunca tomé notas durante mis encuentros con Susnik, tengo recuerdos nítidos, a veces nebulosos y otros, producto de extensos diálogos, ya los tengo parcialmente olvidados. También acudo a deducciones o presunciones que son resultado de observaciones provenientes de aquellos encuentros.
Para encarar este escrito no recurro a bibliografía alguna, la que cito es sólo para documentar o situar determinados datos. En algunos puntos me extiendo en la descripción del escenario, las circunstancias del momento
o el contexto que me concierne y en algunas ocasiones menciono a otras personas; esto es así para situar la acción, sobre todo en los momentos iniciales. De alguna manera este aporte de homenaje y evocación se puede situar en el género de la “historia de vida”, un tipo de referencia documental frecuentada y apreciada por su valor testimonial en antropología. También remite a la autobiografía, ya que uno de los protagonistas cuenta su historia, en este caso la mía, vinculada con la persona que recordamos.
Primer encuentro:
El programa del sexto y último año del bachillerato paraguayo contenía en su currículo la materia “Historia de la cultura del Paraguay”, una excelente asignatura que servía para mostrarnos los vaivenes del país en el campo de la educación, la cultura y la creación en el transcurso de su historia. En 1967 cursaba ese nivel en el Colegio Nacional de la Capital junto con mi hermano Victorino. El profesor de dicha materia era el docente y abogado L. Mendieta; era una persona concisa, un tanto inexpresiva y tenía una manera infrecuente en cuanto al desarrollo de sus clases. No tenía el estilo de los profesores que habitualmente recitaban partes de los textos o apuntes; tampoco se esmeraba en darle a las clases un tono campechano o seductor. Si bien era un profesor serio y respetado, no todos lo valoraban porque no desarrollaba el programa al pie de la letra. La segunda lección trataba sobre las culturas indígenas. Se hablaba muy poco de ellas en aquellos años y esperábamos, con tantos conocimientos acumulados por las muy de moda películas del oeste norteamericano, que se refiriera a los nuestros contándonos similares ferocidades y sus coloridos costumbrismos. Fue una gran decepción porque Mendieta no habló de nada pintoresco ni entretenido, sino, resaltó todo lo que se estaba dando a conocer por esos días para valorar a nuestros indígenas; mencionó su religiosidad, sus mitos, su narrativa, y en definitiva, su pensamiento. Citó a los precursores como Moisés Bertoni, Rosicrán, entre otros, pero se detuvo en dos nombres desconocidos que -nos explicó- estaban destacándose en estos temas: León Cadogan y Branislava Susnik. Agregó que estos interesantes trabajos sobre nuestros nativos se estaban publicando
en la Revista del Ateneo Paraguayo2. Con el tiempo, este dato me permitió ver cuán conocedor e ilustrado era Mendieta, que estaba informado o leía material completamente novedoso para la época. Para este relato, quiero señalar que era la primera vez que escuchábamos el nombre de Susnik. Aunque no resultó raro que se mencionara un apellido eslavo en el campo de la ciencia, la docencia o el arte, ya que por entonces había en Paraguay numerosas personalidades y educadores de aquellos países.
Poco después de aquella lección, nuestra vecina y amiga Esperanza Giménez fue a visitar a mi hermana y mi madre, y por añadidura a toda la familia, como era costumbre en la Asunción de aquellos años. Era una estudiante avanzada de historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Asunción. Nos preguntó a mi hermano y a mí sobre la asignatura “Historia” que cursábamos, le comentamos ciertos detalles, a raíz de lo cual nos puso al tanto que estaba trabajando en el Museo Etnográfico “Andrés Barbero” con la doctora Susnik, su profesora, y nos invitó a una visita guiada, sugiriéndonos que incluyamos a algunos compañeros. Otra vez escuchamos el nombre de Branislava Susnik.
Organizamos la visita, incorporando la participación de algunos compañeros del barrio o cercanías. Llegó el día y Esperanza nos esperaba y sin duda Susnik estaba prevenida. Hay que describir brevemente cómo era el museo por aquellos años. La planta alta de exhibición es la misma. Pero en la parte baja, el museo sólo contaba con lo que hoy es la sala de lectura; el resto ocupaban otras dependencias de la Fundación La Piedad. En ese único salón estaba toda la biblioteca, ya nutrida por cierto, con todas las estanterías en doble fila y muy calculada disposición. En la entrada había mapas explicativos, bustos, algunas piezas de cerámica, armas indígenas, entre otros elementos, todo ello organizado como para iniciar la visita. Antes de llegar a las estanterías de libros había sólo una mesa de lectura con sillas; al costado que da a la calle, entre dos ventanas, una pizarra, y al fondo, estratégicamente escondido, se ubicaba el escritorio donde trabajaba Susnik.
2 El Suplemento Antropológico de la Revista del Ateneo Paraguayo se editó desde 1965 a 1969, desde el volumen 1 al 4. A partir del volumen 5 (1970) pasó a llamarse Suplemento Antropológico, Revista del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, que al presente lleva más de 50 volúmenes.
Esperanza empezó su charla y a darnos las explicaciones; al rato emergió desde el fondo la profesora Susnik. Esperanza nos la presentó, ella nos dio unas palabras de bienvenida y se retiró. Pese a esa fugaz presencia, en lo personal, la imagen de Susnik se me fijó para siempre. Estaba extremadamente delgada, con el cabello muy corto, vestida con un conjunto de camisa y pantalón de trabajo azul que parecía demasiado holgado; este conjunto correspondía a aquella vestimenta de obrero que se vendía por entonces en las tiendas asuncenas de la calle Colón. Iba sin ningún adorno o maquillaje. Su figura contrastaba por completo con lo que conocíamos por esos años de las profesoras, de las profesionales y las señoras capitalinas en general, que siempre llevaban vestidos, zapatos con tacones y carteras, peinados llamativos y a veces aparatosos, maquillaje, alhajas y otros elementos coquetos. Susnik se mostró completamente distinta, extremadamente modesta y despojada, como se la puede ver en fotos suyas pertenecientes a ese tiempo. La visita estudiantil nos resultó fructífera por todo cuanto nos trasmitió y mostró Esperanza, por las atractivas piezas en exhibición y por la experiencia de conocer un lugar por fuera del colegio que, en aquellos años, era ciertamente infrecuente.
El segundo encuentro:
Este encuentro fue también producto del azar, pero se dio de una forma más personalizada y extensa, y constituyó el antecedente que facilitó las posteriores etapas del vínculo. Contaré brevemente aquellas peripecias estudiantiles que nuevamente nos llevó a Susnik. Ocurrió en 1972; aquello se dio como consecuencia del reordenamiento en la estructura edilicia universitaria. Ese año se trasladaron de sus instalaciones del centro de Asunción el Instituto de Ciencias Básicas (ICB) y la Facultad de Química y Farmacia (FQyF), tales los nombres de entonces de aquellas instituciones, al campus universitario en San Lorenzo, que a la sazón era considerado como una “apartada periferia”. Ese año fue crítico porque para los profesores esta nueva locación “era muy lejos” y les significaba trastornos de todo tipo. Nuestro programa de la carrera de biología para ese año contemplaba la materia Antropología, que en realidad era una antropología física o biológica, que no tenía un profesor regular. Ese año
los dos docentes que habitualmente se contrataban no la podían dar, y creo que nunca más la dieron a raíz de la mencionada distancia, que a ellos les complicaba en sus otros desempeños. Los docentes que dictaban como contratados eran los doctores Ramón Juste o Egidio Piccioni, ambos antropólogos, y ocasionalmente se recurría al doctor Ricardo Moreno Azorero, profesor de planta. Ninguno de los tres estuvo disponible pero Moreno Azorero pudo ayudar a resolver la situación logrando que asistiéramos a cursos en la Universidad Católica, y para el examen formal se fijó la redacción de una monografía individual a los tres postulantes. A cada uno se nos dio un tema etnográfico o antropológico y se nos indicó que nos acercáramos al Museo Etnográfico “Andrés Barbero” para llevarlo a cabo; en suma, la solución fue recurrir a la siempre muy ocupada Susnik, a quien Moreno Azorero solicitó que nos atendiera. A mí me tocó una monografía sobre las artesanías folklóricas de cuero, madera y fibras del Paraguay. Un curioso presagio de lo que sería mi destino. Cada uno concurrió de forma particular al museo, donde Susnik fue muy atenta, servicial y nos ayudó a todos; los temas eran de completa trivialidad, imposible de ahondar nada y en ningún sentido, pero sin duda entendió que el plan tenía por fin resolver un problema coyuntural, y evitó cualquier comentario molesto o que pudiera herirnos. Cuando nos enfocamos en el trabajo escrito, en las sucesivas visitas de consulta bibliográfica en el museo, la profesora nos daba material de lectura, algunos consejos u orientaciones y -al menos conmigo- entabló algunos diálogos, cuyo contenido no recuerdo, pero empecé a sentirme a gusto y a raíz de este antecedente cuando volví a la institución era conocido y sirvió para que en mis posteriores visitas fuera bien acogido. Su fama de estricta, complicada y otros rumores que se escuchaban en el ambiente estudiantil fueron perdiendo sustento para nosotros. Completamos todos los cursos y concluimos la carrera, tal como nos habíamos propuesto, y luego, cada uno de nosotros empezó a construir su futuro.
El tercer encuentro:
Concluido el verano de 1973 concurrí al ICB para ver cómo organizaba mi futuro, tratando de incorporarme en alguno de los laboratorios,
y sobre todo, con la intención de conseguir trabajo, una posibilidad difícil por entonces. Ese día, por casualidad, coincidí con Moreno Azorero, que fue profesor mío en dos materias. Entusiasta como siempre, me mencionó que estaba iniciando un proyecto de investigación y me invitó a participar del mismo: ocuparme de la parte etnobotánica. Desconocía por completo esa disciplina, de la que nunca nos hablaron durante la carrera y ni la vimos citada en la bibliografía. Las explicaciones, la lectura del proyecto y el entusiasmo del profesor hizo que sin tanto esfuerzo me embarcara en aquel estudio sobre plantas reguladoras de la fecundidad en poblaciones indígenas y rurales del Paraguay, que estaba auspiciado por Instituto para el Estudio de la Reproducción Humana (IERH), de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Asunción. Como vemos, nuevamente mi camino me conduciría al Museo Etnográfico y a Susnik. Ella estaba relacionada con Moreno Azorero, y estaba al tanto del proyecto, y así fue que nuevamente concurrí a la biblioteca a buscar bibliografía y a hacer consultas. Susnik me recibió con toda familiaridad, éramos ya conocidos, y a partir de allí me convertí en asiduo visitante. Durante ese lapso tuve que hacer numerosos viajes, trabajos de campo, ocuparme del herbario, hacer consultas sobre plantas y búsquedas bibliográficas en Corrientes y en Buenos Aires; luego de cada viaje o etapa ella se interesaba por lo que hacía y tenía siempre comentarios positivos y sugerencias valiosas. Así fueron los inicios de mi relación de cercanía con Susnik, desde principios de 1973 a mediados del 75, cuando me fui a Buenos Aires y me instalé para desarrollar allí mi vida académica, hasta el presente. Pero siempre mantuve comunicación con ella, cada vez que vine a Asunción la visité, prácticamente hasta sus horas finales.
El cuarto encuentro y la relación consolidada:
En el segundo semestre de 1974 concluí el trabajo sobre plantas reguladoras de la fecundidad con R. Moreno Azorero, y hasta ese fin de año me desempeñé como ayudante de cátedra en el ICB. La experiencia de investigación transitada me entusiasmó por la etnobotánica, pero no acertaba cómo encararla de manera eficiente. Aquí me acerqué nuevamente a Susnik, a raíz de lo cual asumió una suerte de tutelaje informal.
Conversamos sobre mis intereses, surgidos a partir de los viajes realizados para cubrir el proyecto anterior. Entre todos ellos me atrajeron los lengua-maskoy, por la hospitalidad, simpatía y la buena disposición que me mostraron. Cercana la primavera-verano de 1974 era ideal para un viaje de simple visita o quizá de “prospección”, como se decía por entonces a los viajes de investigación inicial, y así avanzar en un estudio etnobotánico particular dedicado a este grupo. A partir de mis inquietudes, Susnik empezó a sugerirme pautas; su primera indicación fue que era indispensable organizar una guía, una hoja de ruta y un esquema básico de temas por recabar. Puso en mis manos las conocidas encuestas o guías usadas por entonces, como la de Murdock et al. (1960), la de Carvalho Neto (1956) y me obsequió el preparado por ella y Unger (Susnik y Unger, s./f. ); una lectura obligada indicada fue el Manual de etnografía de Marcel Mauss (2006). Preparé mi modesta primera guía ad hoc, que estaba lista antes del viaje y se la mostré. Hizo una serie de sugerencias y algunos pocos agregados para encarar aquel estimulante trabajo germinal, que me dio gran provecho y me proyectó hacia un futuro. Aprendí de Susnik el valor de la encuesta, que aplicada en el campo, mediante la práctica in situ, abría un cúmulo de nuevos tópicos por abordar y ahondar, y al mismo tiempo incita a aventurarse -con tacto y osadía- en una búsqueda de maneras para resolver cada situación que surja, en razón de que estos datos o recomendaciones no se encuentran en ningún libro. Mis visitas al museo se hicieron más frecuentes a raíz de los títulos que me sugería la profesora y por aquellos que encontraba en las citas de los trabajos leídos. Como había mucho para leer permitió que me llevara libros por el fin de semana a condición de que el lunes a primera hora los devolviera. Fue un avance en la relación, basado en la formalidad y en el cumplimiento de las reglas, en la modalidad que entendí era valorada por ella.
No tuve la oportunidad de asistir como alumno de la materia que dictaba en la carrera de historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Sus clases habrán sido de alto nivel por el conocimiento y solvencia que tenía en la materia, cualidad que no era tan frecuente entre los docentes universitarios de aquellos años en nuestro medio. No obstante, sin haber sido su alumno, gracias a su predisposición para la enseñanza pude apren-
der con ella en virtud de su habilidad para transmitir conceptos e ideas aún en una simple conversación. Sabía cómo simplificar un dato, teoría o referencia, de una manera asequible. Al plantearle consultas o preguntas, donde se delataba mi ignorancia al respecto, se tomaba todo el tiempo para explicar, sugerir lecturas, orientar o bien ocuparse de revisar materiales que le pedía que leyera y opinara.
A pesar de las lecturas y el esfuerzo puesto, por mi formación en ciencias biológicas, había temas básicos que cualquier estudiante de antropología o lenguas conocía muy bien, pero en mi caso, no captaba o temía no interpretar correctamente los contenidos. Así fue como Susnik, con absoluto desinterés pecuniario ni de otra índole, empezó a explicarme de manera sencilla mis consultas sobre organización social y política, sobre el ciclo de vida, chamanismo, procesos de cambio cultural, pero sobre todo, me ayudó en el intento de lograr una notación correcta de los nombres vernáculos, crucial en etnobotánica. Para esto último era necesario comprender la jerga lingüística, tan ininteligible para el ajeno a la especialidad. Palabras tan complejas como “oclusiva posvelar”, “lateral sorda”, “africada dento-alveolar”, o “vocal posterior media cerrada sonora oral”, eran expresiones que me desorientaban por completo3. Estas cuestiones me explicó de pie y recurriendo a la pizarra con tiza en mano, como dándome clases particulares. Ciertamente era una maestra, con gran vocación, porque no producía en el estudiante la sensación de que se la estaba molestando. Como maestra también la recuerda Miguel Chase Sardi en muchos de sus trabajos ya que él asistió a alguno de estos cursos. También fue alumno y habitué del museo el antropólogo José Antonio Gómez Perasso, en cuya obra es visible la influencia de Susnik. Lo mío no fue un plan programático sino ocurrió a partir de mis necesidades. Pero, puedo rescatar -con el paso del tiempo- que fue su conversación general de donde más aprendí. Finalmente, a partir de julio de 1975 conseguí ubicarme en un instituto de botánica de reciente formación en Buenos Aires. Ya en la capital argentina mi director me alentó a que siguiera con lo iniciado en el Chaco paraguayo y esto permitió que no perdiera mis
3 Con la notación lingüística sólo pude avanzar posteriormente asistiendo a los seminarios del profesor de lingüística Salvador Bucca en la Universidad de Buenos Aires.
vínculos con el país y sus temáticas. Volvía cada tanto, cada año, a hacer mis trabajos en el Chaco, y de paso, absolutamente siempre pasé a ver a Susnik y logré mantener aquellos enriquecedores encuentros. Aquel primer trabajo de campo con los lengua-maskoy finalmente avanzó mediante la inmensa ayuda y el entusiasmo puesto por mis informantes y llegaría a publicarse como libro
Mis visitas y consultas en el Museo:
El mejor momento para interactuar con Susnik era ir muy temprano, había que llegar allí a las 7 de la mañana; siempre la encontraba leyendo el diario, bebiendo te o con el cigarrillo eternamente en mano. Estaba con estupendo humor casi siempre, se mostraba conversadora, creativa y comunicativa. Estaba completamente informada de lo que pasaba en el país y en el mundo, era un placer escuchar sus análisis enmarcados en observaciones históricas y sociológicas. La radio era su gran fuente informativa. Pasado un tiempo, media hora, una hora y no mucho más, parecía que se percataba que estaba traicionando su tiempo u obligaciones y se ponía nerviosa; sin que dijera nada se le notaba por unos movimientos especiales. Era el momento de saludar e irse, o bien, decir a qué iba uno o qué buscaba. Hoy me pregunto de qué hablábamos? Si se tratara de visita social, por consultas o fines de trabajo, ese momento previo de grata conversación tempranera era obligado. No dejaré de mencionar su lenguaje. El modo de hablar de Susnik era único, extraño e inolvidable: perfectamente comprensible, con sintaxis correcta, pero absolutamente extranjero, con su cadencia y sus notables énfasis, de palabras aparentemente inventadas pero previsiblemente prestadas de otros idiomas. Esto lucía como una suerte de jerigonza, producto del entrecruzamiento de tantos idiomas conocidos por ella. En su comunicación en el castellano paraguayo, Susnik no evadía los giros propios y entonaciones locales y hasta incorporaba palabras en guaraní para dar el lustre nacional a su comunicación oral. A lo anterior hay que añadir el lenguaje gestual, el de sus manos, las expresiones del rostro y sobre todo sus miradas, que en su conjunto daban densidad a su discurso.
El museo como sitio de trabajo:
El movimiento y la gestión institucional del museo se concentraban en ella. Luego del fallecimiento del doctor Max Schmidt, fue quien lo acondicionó en su nueva sede, que es la actual. Esto le permitió un detallado conocimiento de las colecciones, los documentos, y particularmente la biblioteca, que era la sección más consultada por los visitantes. Era secretaria, guía, bibliotecaria, y seguramente cuando carecía de personal era portera y limpiadora, es decir que ante la necesidad, en esos años, hacía de todo. Pero en situaciones normales contaba con un personal acotado: una persona de limpieza, un joven ayudante para los mandados y una asistente técnica, que en esta etapa era otra ex-alumna de la carrera de historia, Elke Unger, que cumplió un rol destacado en la institución, secundándola en las cuestiones administrativas. Pero Susnik cargaba sobre sí una variada responsabilidad, sobre todo, en cuanto a las consultas de colegas o público general; era quien respondía sobre los más diversos tópicos, en la medida de sus posibilidades. En este sentido, es admirable su paciencia ante la constante interrupción de su trabajo con demandas o consultas por temas o motivos que a cualquier persona colmada de obligaciones resultarían exasperantes. Contaré una anécdota para hacer gráfico mi comentario, que seguramente ocurrió en el año 1974. Me encontraba en la mesa de lectura cuando entraron al salón dos chiquillas, seguramente de 11-12 años, muy tímidas y modestas como eran los niños por entonces. Vino a atenderlas Susnik. Se dio el diálogo más o menos de esta forma: Una de las chicas contó que la maestra les pidió un trabajo práctico sobre indígenas para exponer en clase. Susnik les preguntó qué indígenas y sobre qué tema. Ellas no sabían nada, sólo atinaron a responderle desconcertadas que les pidió sobre indígenas. Pensé entre mí, las saca a escobazos… Contenida, pero con voz airada, Susnik les explicó y protestó que eso era muy vago y que alguna orientación tenía que darles la maestra, e hizo otras consideraciones parecidas. Las chicas escucharon el sermón impasibles y quedó evidente su determinación de buscar y llevar esos datos. Ante la silenciosa persistencia, Susnik aceptó la situación, las hizo sentar y fue a buscar algunos materiales. Qué les trajo? Evidentemente algo tenía preparado para estas situaciones, algún
“Billiken” o algún número del “Farolito”, la revista infantil paraguaya de aquellos años. Las chicas cuchicheaban, copiaban e hicieron su trabajo. Partieron contentas y agradecidas. Así era Susnik, áspera pero atenta, servicial y comprensiva.
Pero su paciencia tenía sus límites y su carácter era explosivo ante la arbitrariedad o la incomprensión. En dos o tres de mis visitas matinales, como fui la primera persona con quien se cruzó, me tocó, de alguna manera, ser con quien desahogarse. Era muy joven por entonces, no comprendía ni conocía las personas implicadas ni las razones que estaban en juego; me limité a escucharla y pedirle algunas aclaraciones cuando me interesó algún punto. De alguna manera, estas situaciones fueron un anticipo de lo que me esperaba en mi quehacer futuro. Con el tiempo comprendí, cuando me tocó vivir situaciones similares, que su enfrentamiento era con los grupos de poder institucionales, que cuando se juntan, se regodean y atacan con crueldad. Ella sería un blanco fácil, debía defender en forma solitaria su posición, su actividad y sus intereses, en un ámbito donde siempre las ciencias humanas quedan desguarnecidas ante las disciplinas duras. Se sumaba a esto, la dificultad de gestionar un museo que no produce recursos y no se traduce en una agencia remuneradora, que no vende, y que al contrario implica sólo gasto y mala inversión, se la vería como un ente altamente deficitario. A lo largo de mi carrera pude corroborar que las ciencias duras y los gestores institucionales pragmáticos siempre vituperan en estos casos. Me hubiera gustado verla en la escena directa y escuchar su defensa y sus argumentos. En su día después verbalizaba su enojo mediante su potente voz, caminando iracunda, trémula y gesticulando alrededor de la mesada, era como ver a una gran actriz dramática en una escena de bravura. Pero al mismo tiempo se advertía su desgaste emocional y físico en estas circunstancias, lo cual al testigo y espectador no puede sino producirle desazón. En una ocasión la vi en situación parecida con una persona con quien mantuvo una discusión acalorada y la expulsó sin contemplaciones. Ella tenía un carácter contenido pero ante situaciones adversas emergía su genio y debía mostrarlo para hacerse sentir y defenderse. Es comprensible que se plantara porque era una persona sola, que no formaba parte de camarillas
que la apuntalaran; probablemente tampoco querría involucrar ni involucrarse con nadie en componendas. Sin embargo, no estaba sola y tenía gente que la quería, que -sin duda- le servía de sostén. Por lo conversado al respecto, noté que tenía un pequeño círculo de personas muy queridas, distinguidos profesionales y de la cultura, por quienes se sentía apoyada, y por quienes sentía afecto y respeto entrañables; recuerdo dos de estos nombres: los doctores Juan Boggino y Gustavo González.
La consulta bibliográfica:
La biblioteca del museo es diversa en su contenido, pero como ya apuntamos, Susnik la conocía muy bien, y en tal sentido, respondía u orientaba rápidamente las consultas externas. En el caso mío, en un principio, la principal motivación fue la consulta de la colección de obras naturalistas, vinculadas con la botánica o la etnobotánica. Estas obras provenían principalmente de la Biblioteca de Moisés S. Bertoni, que fue adquirida por la Fundación La Piedad. A estos fondos se agregó el legado del doctor Andrés Barbero así como lo que fue incorporándose por el canje y las donaciones. La sección naturalista estaba situada en un sector aparte, bien ordenado. Conocía las obras cual bibliotecaria, y al comienzo me buscaba lo que solicitaba, pero de a poco fue delegando en mí esa tarea y me permitió ver personalmente en los muebles con la sola condición de no desordenarlos y que si algo retiraba que los devolviera en su sitio.
La biblioteca, el acervo y su enriquecimiento:
En aquellos años una institución científica no era descollante si no contaba con una biblioteca excelente. La riqueza de sus colecciones era un rasgo que definía su prestigio. En consonancia con estos ideales, fue constante la preocupación de Susnik por el enriquecimiento bibliográfico mediante la adquisición de obras nuevas y antiguas. Para cumplir con esta finalidad, por un lado contaba con sus publicaciones que servían para el canje pero también disponía de recursos institucionales para adquirirlas. En sus viajes al exterior se ocupó de acrecentar las colecciones, para lo que también contó con el apoyo de sus amistades y contactos
profesionales de otros países. Cuando me instalé en Buenos Aires, en numerosas ocasiones compré libros y pedí fotocopias que ella necesitaba, sobre todo en el Museo Mitre, el Museo Etnográfico “Juan Bautista Ambrosetti” o en el Archivo General de la Nación de Argentina, instituciones donde la conocían muy bien, e invocando su nombre se ocupaban con diligencia para cumplir su pedido. Por mi parte, en las charlas que manteníamos en Asunción hablábamos de libros y títulos; algo sabía de lo que le interesaba y estaba atento en la aparición de esos títulos. Tomaba en cuenta esos datos durante mis recorridas por los libreros y anticuarios de Buenos Aires, donde me fijaba en lo que podía interesar “al Barbero”. En varias oportunidades encontré obras valiosas que avisé de inmediato; a veces se adquirieron pero en otras ocasiones, con sufrimiento me decía que era imposible disponer de los costos dispuestos en los catálogos, muchas veces exorbitantes. Conservo el epistolario mantenido con Susnik, que consta de 16 cartas; en todas ellas se trata específicamente de consultas sobre obras, listas, pedidos, precios de fotocopias y hotel diario, compras, envíos de giros; información sobre funcionamiento de instituciones (cierres, mudanzas, horarios de atención, etcétera). En una de sus cartas, ante una próxima visita de consulta a Buenos Aires da una muestra de su “genio y figura” y cuanto significaba su tiempo y el uso racional de sus recursos para viajar: “cuál es el ambiente para “trabajar” y no “charlar”?”, averigua sobre el clima laboral en una institución. En aquellos años, en tiempos sin fax, teléfono directo o internet, conseguir cualquier información eficiente era siempre engorroso y con demora, y una ayuda directa facilitaba los trámites. La cantidad de obras e intereses de Susnik eran inagotables y se advierte claramente su afán de darle una dimensión jerárquica a su institución a la luz de los títulos buscados; es notorio que buscaba afianzar un centro de investigación y de consulta plausible, no para ella, sino pensando a futuro. Sus intereses se concentraban en la literatura concerniente al país y la región, tan escasa e inhallable por entonces. Con el correr de los años, en nuestros días, muchas de esas obras van digitalizándose y son accesibles; pero en aquellos años, a raíz de estas limitaciones era difícil el trabajo de investigación en Paraguay, pero Susnik con su determinación de siempre y en la medida de sus posibilidades procuraba conseguir el material que necesitaba y los incorporaba
en los fondos institucionales. Como hice notar, probablemente su ideal era convertir el museo en un centro de referencia, con la mirada puesta en el futuro, incluyendo además la idea de dar pluralidad de intereses a las colecciones bibliográficas y a las temáticas a desarrollar en Paraguay. Prueba de ello es el párrafo que me escribe en su carta fechada el 30 de septiembre de 1980:
Sus trabajos:
Cuando la empecé a tratar, a principios de los 70, ya había publicado sus primeros trabajos de etnohistoria, pero esta orientación estaba consolidándose y haciéndose más profunda en función de su interés creciente por la historia de las distintas sociedades que habitan en Paraguay. Su afán por los estudios etnohistóricos y etnosociales podemos datar desde los inicios de la década del 60, para lo cual investigó en aquellos años en los archivos históricos de Asunción, Buenos Aires, Santa Cruz de la Sierra, Sucre y Tarija. El último trabajo de campo realizado fue con los lenguamaskoy en 1976, que sirvió para cotejo y ampliación de datos previos reunidos en 1954 y 1963; esta campaña dio como resultado una nueva monografía sobre este grupo indígena (Susnik, 1977). Cuando conversábamos y recordaba sus coloridos trabajos de campo, sus experiencias durante sus campañas, le pregunté en varias oportunidades por qué no trabajaba de nuevo directamente con los nativos como había hecho antes. Por esos días su entusiasmo por proseguir la investigación etnográfica sobre los indígenas del país había declinado, a mi parecer, casi por completo. En sus comentarios adjudicaba a la situación de cambio en la que ya por entonces estaban sumidos estos pueblos; veía que desde la historia podía aportar más elementos para comprender mejor la sociedad paraguaya de nuestros días. No obstante, considero que lo que la desanimaba era el creciente clima de tensión entre el Estado y los investigadores sociales de entonces (años 60-80), así como por la marcada postura ideológica, a ve-
ces radicalizada en sus críticas entre los actores de uno y otro sector, que en no pocos casos significó lamentables rupturas y desentendimientos. Mi percepción fue que prefirió mantenerse al margen de esos eventos del momento, o de resistir la asunción de una postura ideológica comprometida con uno u otro sector, considerando que de hacerlo quizá afectaría a la institución de bien público a la que pertenecía. No obstante, nada de lo que acontecía en la sociedad, entre los nativos, las organizaciones indigenistas, ONGs y la acción del estado le resultaban ajenos. Creer que Susnik vivía en una cerrazón y aislada al mundo circundante es un error. Avala mi parecer la forma como se conformó el trabajo conjunto con su ex alumno Miguel Chase-Sardi, Los indios del Paraguay (Susnik y Chase-Sardi, 1995.), donde Susnik asume los capítulos históricos y Chase-Sardi aquellos comprometidos con las políticas que datan desde el período constitucional, centrados particularmente en el indigenismo y en las acciones del estado. Sin duda, ambos autores hicieron aportes compartidos unificando criterios que redundaron para fundamentar, dar ilación y coherencia a la obra.
Entiendo que su producción académica es -de alguna manera- una proyección de su forma de vida y de su temperamento: despojado, sin detalles, escueto, con párrafos concisos. Sus frases suelen ser breves y sin alardes de lucimiento literario. Entiendo que tenía en claro que era una persona de ciencia y no una literata, no hay veleidades de escritora en sus trabajos. Éstos tienen la documentación suficiente para fundamentar y dar las necesarias referencias para el cotejo y la verificación, y nada más. En ningún caso describe el marco teórico, la metodología, consideraciones generales de índole ideológica, opiniones contrapuestas de autores, ni se debate en discusiones intrincadas ni pomposas. Las personas que no la conocieron pueden imaginar su desconocimiento de las obras, autores, teorías y corrientes que fueron surgiendo en el mundo académico en esos años. Estaba completamente al tanto, siendo una voraz lectora; pero evitaba adherirse a las modas y detestaba al esnobismo. En sus obras tampoco da detalles de los lugares de trabajo, del paisaje, las peripecias vividas y omite todas aquellas anécdotas que solía contar a su audiencia. Sus primeros trabajos se publicaron mimeografiados, lo cual hizo que
tuvieran ostensibles limitaciones editoriales; esto afectó sobre todo a sus primeros trabajos lingüísticos, donde la notación de las palabras se vio seriamente afectada. A pesar de estos rasgos editoriales, por la escasez de la producción antropológica regional y local, sus aportes fueron siempre buscados, consultados y se agotaron.
Su compromiso personal, su dedicación y constancia para el trabajo eran admirables. Aunque no compartía con ella el espacio laboral, intuyo que las horas que le dedicaba eran extensísimas. Siempre se la veía absorta en lo suyo, si no pasaba textos o escritos tecleando en su máquina, tomaba los apuntes y redactaba en hojas o cuadernos donde escribía a mano con bolígrafos de distintos colores. Cuando me instalé en Argentina y la visitaba le preguntaba sobre sus planes y trabajos y le comentaba los míos. Susnik me exponía sus metas para el año y los siguientes, que cumplía con una diligencia cronométrica. Prácticamente cada año tenía alguna producción relevante para mostrar. Cuando la visitaba nuevamente, y luego de los saludos de rigor, se retiraba un rato a su lugar y volvía radiante con su nueva obra, que siempre me obsequió desde que la traté. La expresión de su rostro era de completa satisfacción; seguramente de alivio y -por qué no- de tranquilidad por cumplir con lo propuesto. Se notaba que el programa y su línea de ejecución era algo central que organizaba su vida. Y al mismo tiempo, era evidente que disfrutaba de obsequiar un libro, y más aun sabiendo que sería leído y apreciado. Mencioné las numerosas cartas que conservo. En las escasas ocasiones donde figura algo personal e íntimo en su epistolario, hay uno donde en su habitual forma concisa declara su ideario:
Las lenguas y los estudios lingüísticos:
Su interés por las lenguas parece que nace muy tempranamente; ade-
más de su lengua materna, aprendió los idiomas europeos propios de la academia en aquellos años (inglés, alemán, francés e italiano) que los conocía con fluidez y que al parecer los mantuvo con el correr de los años; a estos idiomas se suma el español, que es el que empleó en su hablar diario y en el que publicó casi la totalidad de su obra. Hablamos en varias oportunidades sobre su pasión por las lenguas; no obstante, no recuerdo cuales fueron las lenguas históricas que había estudiado en Europa, no para hablarlas, sino como parte de su formación académica4. A su llegada a Paraguay se encontró con un terreno también inexplorado en esta temática e incursionó, mediante trabajos de campo, en el estudio de varias de ellas; entre las lenguas chaqueñas produjo contribuciones sobre el chulupí (nivaclé), maká, lengua-maskoy, toba, ayoreo y chamacoco. De aquellas del grupo guaraní se ocupó del aché-guayakí, y en el plano histórico, de la lengua de los mbayá, basada en documentos del siglo XVIII. En sus trabajos etnográficos generales le dio suficiente espacio y hasta capítulos a la sección lingüística. Hacia fines de 1982 recibí una carta donde me cuenta: “me estoy preparando para un viaje al Japón y debo antes -por mi capricho-, aprender algo del japonés elemental”. Este viaje realizó, en efecto, a dicho país en 1983 por invitación de la Fundación Japón para desarrollar un programa como conferencista en instituciones académicas japonesas5. Pese a estos antecedentes ineludibles mencionados, los lingüistas que investigaron varias de estas lenguas nativas han ignorado, soslayado o considerado negativamente estos trabajos. Como no soy especialista en la disciplina no opino sobre la cuestión en particular, pero debo destacar que me sorprende la escasa curiosidad que les despertaron. De mi parte, rescato de manera especial la información que contienen sus “frasearios”, como los nombra, que son de gran valor etnográfico por el aporte genuino de datos y porque, al menos en el plano de la etnobiología, traen informaciones inhallables en otras fuentes, como son los nombres de dolencias, partes del cuerpo, usos y rol de plantas o
4 En la primera mitad del siglo XX todavía era común que los programas de las escuelas secundarias de todo el mundo incluyeran en su currículo lenguas clásicas, especialmente el latín, y aún nociones del griego. 5 En mi posterior visita a Susnik este viaje pasó completamente inadvertido y ni lo conversamos, al punto que creí que no lo realizó: Sus sucesoras, Adelina Pusineri y Raquel Zalazar, me cuentan que sí lo hizo, y en lo que concierne al uso de la lengua, su aprendizaje -pese a elemental- le sirvió en su visita a los Ainus de Piratori, para comunicarse con ellos.
animales, nomenclatura del espacio, léxico del ciclo vital, personajes de su espiritualidad, prohibiciones y restricciones en el comportamiento, así como un sinfín de sorprendentes datos que surgen de una lectura atenta e interesada. Sería enriquecedor que entre la generación venidera o futura de lingüistas tomen en cuenta el esfuerzo puesto por Susnik en estos trabajos, que por otro lado son idiomas vigentes. Vemos estudios lingüísticos dedicados a lenguas desaparecidas, o de las que quedan apenas fragmentos, o que se basan en apuntes de viajeros o bien de ocasionales interesados, las más de las veces no profesionales, pero que son abordados con entusiasmo por estudiosos que tratan de dilucidar cómo eran aquellas lenguas.
Generosidad y hospitalidad:
En los párrafos precedentes hice ciertas alusiones sobre sus rasgos generosos. Era obsequiosa de sus publicaciones, de las colecciones duplicadas de revistas en archivo y seguramente de otros materiales innecesarios, que los compartía y los obsequiaba con placer a quien creía merecedor o interesado. Parte de mi anecdotario incluye algo que nunca me ocurrió en los innúmeros lugares visitados (museos, bibliotecas, institutos, etc.) en diversos países; puedo afirmar que esto es propio del patrimonio de Susnik. Una vez que empecé a frecuentar el museo, solía pasar varias horas hasta cerca de mediodía. Un día, a media mañana, se acercó y me ofreció inesperadamente compota de durazno. La educación hogareña mandaba: no gracias, no se moleste, sobre todo por el inusual agasajo para un ocasional visitante. Al rato Susnik apareció resueltamente con la compota y me la puso al lado; hubo que disfrutarla, confieso que sin mucho esfuerzo. Esto se repitió en otras oportunidades, y pese a que siempre le agradecía según la fórmula habitual, hacía lo mismo. Ella solía tener tortas, masitas y otras delicias de repostería, que presumo le obsequiaban sus alumnas o amigas, o quizá las comprara. Cuando le devolvía el platillo y agradecía, aparecía esa cara de satisfacción que le producía el halago hecho.
Una guía en la enseñanza:
Ya instalado en Buenos Aires, pese a una situación si se quiere privile-
giada en lo institucional y el acceso a numerosos recursos, tenía muchas dudas sobre cómo iba mi trabajo ya que en el instituto donde trabajaba eran todos botánicos. Ante esto y como conocedora de los lengua-maskoy e indígenas del Chaco le pedí a Susnik que me revisara la penúltima versión de mi trabajo sobre los lengua, antes de realizar una nueva campaña. Leyó las partes etnográficas y pasó por alto las partes netamente botánicas. Fijada la fecha de reunión, concurrí con lápiz y papel en mano y tomé nota de sus comentarios y sugerencias. Ella tenía preparada una pequeña hoja como ayuda memoria, de cuyos puntos me habló largamente. Al terminar me entregó la hoja para que la tenga conmigo y para no olvidar los puntos mencionados; esta hoja -que guardo como recuerdo- reproduzco en este escrito (véase Apéndice). El libro sobre los lengua se publicó hacia fines de 1981 en Buenos Aires, y una de las primeras remesas fue enviada para Susnik y el Museo; muy brevemente, como siempre, acusó recibo y me respondió “le felicito cordialmente y me complace conocerlo como un joven investigador con toda la responsabilidad” (19/11/1981). Cerca de un mes después, con motivo de mi visita familiar para las fiestas, ya personalmente, estuvo como siempre, en la forma presencial, sumamente expresiva, optimista y contenta por la culminación de la obra.
Su vida en sociedad
Mi relación con Susnik fue completamente asimétrica; me llevaba casi 30 años y por su educación, su trayectoria, así como por su posición la distancia era completa; no era un par ni un amigo para intimar. Cuando me relacioné con ella era la de un principiante con una persona completamente establecida y prestigiosa. No obstante, pese a la distancia, pude percibir aunque fuera someramente, su modo de ser. Cualquiera diría que era solitaria y que tenía una vida ermitaña. Si bien se hospedó gran parte del tiempo en su habitación en el recinto del museo, era una persona amigable y bien dispuesta, a la que siempre se acercaban para saludar o visitar las personas que fueron allegadas. En numerosas oportunidades observé que recibía con mucha simpatía y amabilidad a las personas que conocía y se mostraba como entusiasta
conversadora, una cualidad que reitero a lo largo de este escrito, porque si nos basamos en sus escritos y en su epistolario se podría concluir que se trataba de una persona imposible de dialogar o conversar, seca o monosilábica, no fue así. Pero entiendo que su vida social pública era acotada. Nunca la vi en cines, teatros u otro tipo de eventos; quizá fuera a alguna función pero nunca coincidimos ni nos cruzamos. Supe por otras personas mayores que yo que en los años 50/60 hacía una vida social algo más activa, visitaba algunas casas y personas, y también salía a pasear con algunas personas amigas de esos años. Pero un rasgo que hay que señalar es su discreción, mesura, tacto, pudor y completo respeto por la privacidad ajena y suya; su estilo era el de las personas respetuosas y que a la vez inducía al respeto. En sus conversaciones conmigo faltaron las alusiones familiares o anécdotas referidas a su país; nunca mencionó sus años de estudiante, sus actividades sociales o de otro tipo. Pero como sugerí más arriba, tampoco por entonces se estilaba compartir tales intimidades con un visitante o alumno. Quizá hubo relaciones cercanas con quienes pudo compartir sus vivencias personales.
El ocaso de la vida
Nuestros intercambios y visitas continuaron por más de veinte años, y un momento nuevamente singular ocurrió en su último viaje a Buenos Aires en 1994, que lo hizo en compañía de su fiel asistente Adelina Pusineri. Fueron febriles días de consulta y búsqueda de documentación, lo cual no impidió que hiciera alguna vida social. Fijamos una tarde para merendar en conjunto, los tres. Nos encontramos puntuales en un simpático café céntrico y una vez instalados ordenamos al mozo nuestras preferencias. Susnik pidió sus infaltables medialunas, para ella las mejores eran las de Buenos Aires, eran su debilidad. Coincido, he probado en algunos otros países y ciertamente las medialunas porteñas son únicas. A mi turno, pedí el café y del otro lado de la mesa ella ordenaba que pida una torta; me fijé para elegir alguna liviana, quizá de manzana. Pero ella ya tenía vista una de chocolate, con varias capas de relleno distinto, que incluía trozos de cerezas y decoración con las mismas frutas. La más opulenta, aparatosa, deliciosa…y costosa de la carta. Indicó al mozo que
traiga esa, aclarándonos que ella invitaba. Cuando todo estuvo en la mesa, nuevamente su sonrisa apacible y su cara de amistosa satisfacción. En la sobremesa, conversando de los más variados temas, me preguntó si tenía algún concierto en agenda, me conocía como melómano. Le comenté que esa misma semana había un atractivo programa de música eslava en los conciertos de abono de la Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón. Allí recordó cuánto le hubiera gustado ir a las funciones del teatro cuando vivió en Buenos Aires en su primer año en Sudamérica. Recordó que ni tenía ropa adecuada para ir a ese tipo de funciones en aquellos años. Ella estaba elegantemente vestida esa tarde y le aseguré que con esa misma indumentaria estaba perfecta para una función en el Colón. Le conté que los lujos y exigencias se habían abandonado a partir de 1984, cuando gobernó el presidente Raúl Alfonsín, que a partir de entonces se podía concurrir vestido normalmente, sin saco y corbata los varones y vestidos las damas, salvo las funciones de Gran Abono, para las que se exigían trajes de etiqueta. Creí convencerla, aceptó la propuesta de mi invitación, y compré las entradas. La noche antes Adelina me informó que no podía ir, pero en realidad no quería ir. Suspendimos el programa, de mi parte con mucha tristeza, y sólo nos juntamos un rato con Adelina mientras Susnik se recluyó en el hotel revisando aún material bibliográfico en préstamo que debía devolver el otro día.
Con el paso de los años, este hecho tan inexplicable y frustrante para mí, de lamentar que no se permitiera esa oportunidad o reivindicación, puedo decir que por fin la he comprendido. Transitar el otoño de la vida también me hace entender situaciones antes inexplicables. La música tiene el lenguaje exacto y el potente poder para movilizar las cuerdas más sensibles del ser. Los sones eslavos la conducirían exactamente a su tierra, a sus recuerdos más hermosos y tiernos; también a aquellos dramáticos y dolorosos. Por otro lado, estar en ese recinto musical, en un sitio anhelado en su pasado en Buenos Aires, aquel imposible de sus iniciales años difíciles del exilio, a aquello que décadas atrás no pudo realizar por sus circunstancias. Ciertamente, de haber concurrido, en medio del teatro, en ese ámbito grandioso y musical, rodeado de gente, cómo dominar las emociones; sería una situación insostenible y más que un placer hubiera
sido una tortura. Así, la querida maestra se privó de algo hermoso pero optó por evitarse un posible exceso doloroso.
Cuando comencé mi historia conté la impresión que me causó su frágil figura, y al concluir con este episodio vinculado con la música, muestro, en general, cómo el sinuoso camino de la vida nos conduce a una situación de fragilidad: cómo después de tantas luchas nos vuelve vulnerables. En todas las circunstancias Susnik supo cómo resolver, anticiparse o sobreponerse con valentía a las dificultades. Y entiendo que buscó y encontró el ardid para defenderse de las situaciones extremas y así poder salvar su integridad: el silencio, la mesura, la distancia. La solución para el convite al teatro fue esa. En oposición a las contingencias adversas, que las tuvo, supo dejarnos un legado que no habla de ninguna de estas eventualidades vividas; nada altisonante encontraremos en sus escritos ni en sus expresiones públicas, porque decidió por el silencio y por mostrarnos y contarnos siempre lo mejor.
Referencias Bibliográficas
ARENAS, Pastor. 1981. Etnobotánica lengua-maskoy. Buenos Aires, Edición de la Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura (FECIC), 358 p.
DE CARVALHO NETTO, Paulo. 1956. “Técnica de investigación folklórica (Experiencias del Paraguay)”. Comunicaciones Antropológicas del Museo de Historia Natural de Montevideo. Vol. 1, pp. 1-26.
MAUSS, Marcel. 2006. Manual de etnografía. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 320 p. [Se conocen numerosas ediciones, en diferentes idiomas, a partir de la 1ª en francés de 1947].
MURDOCK, George P., Clellan S. Ford, Alfred E. Hudson, Raymond Kennedy, Leo W. Simmons y John W. M. Whiting. 1960. Guía para la clasificación de los datos culturales. Washington, D.C., Unión Panamericana, Secretaría General de la O.E.A., 248 p.
SUSNIK, Branislava. 1977. “Lengua-maskoy. Su hablar, su pensar, su vivencia”. Lenguas Chaqueñas VI. Asunción, Museo Etnográfico Andrés Barbero, 271 p. SUSNIK, Branislava y Elke Unger. s/f. Índice clasificador con especial referencia a la Etnografía Paraguaya. Cátedra de Arqueología y Etnología Americana, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Asunción. Mimeografiado, 20 p.
SUSNIK, Branislava y Miguel Chase-Sardi. 1995. Los indios del Paraguay. Madrid, Editorial Mapfre, 452 p.
Apéndice

