Revista Suma Cultural No. 30, julio de 2020 - La Soledad

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LETRAS LIBRES / Lluvia

Lluvia Fredy Gómez *

Llovió durante tanto, tanto tiempo… Nosotros creímos que el mundo terminaría ahogándose como en las historias que nos contaban algunas veces y que transmitían la ira de Dios; aunque después descubrí que la ira de Dios vendría de otro lugar. No sucedió nada de eso, no se elevaron los niveles de los ríos ni tuvimos que construir un barco, sino que simplemente se formaron charquitos enfrente de nuestras casas y el mundo parecía más feliz, por lo menos eso era lo que sentía cuando los pájaros cantaban más fuerte de lo acostumbrado. De vez en cuando, nosotros salíamos a saltar entre ellos, entre las lagunitas pequeñas de fango y agua, creyéndonos gigantes que saltaban océanos y descubrían mundos nuevos, a eso y a algunas otras cosas jugábamos, hasta que, por supuesto, nos regañaban, aunque eso poco importaba porque volvíamos empecinados a descubrir lugares que nadie conocería jamás; cuando no teníamos ganas de pasar más tiempo bajo la lluvia, simplemente nos sentábamos en el porche de cualquiera de nuestras casas y nos poníamos a hablar y a imaginar historias, a pensar qué sería de nosotros cuando fuéramos más grandes, o a burlarnos de los que no estaban allí y de los que nos

* Ingeniero Civil ING.fredygomez@gmail.com

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R E V I S T A S U M A C U LT U R A L

caían mal en la escuela. Pero la lluvia no fue nuestro problema ese año, sino el hombre, el viejo solitario. Creo que solo una vez hablamos sobre él, sobre el responsable de todo. Estábamos allí, viendo caer las hojas y las gotas de lluvia en carreras que inventábamos para matar el tiempo, mientras estas recorrían los cristales hasta abajo y luego se fundían y se perdían en el marco de la ventana, cuando alguien mencionó, sin saber por qué, que hacía bastante tiempo que no veían al viejito, así le decíamos, ese hombre de cabello cano, cuerpo delgado y postura encorvada al que nunca le hablamos pero que todos habíamos visto caminar por la casa que quedaba alejada del poblado. Recuerdo que todos asentimos sin decir nada más, y continuamos con nuestros simulacros de juego. Aunque yo me quedé pensando un poco en lo que estaría haciendo, allá en su soledad, alejado de nuestro mundo. Ahora que lo pienso, supongo que también estuvo viendo llover el día que murió, incluso pudimos estar hablando sobre él cuando exhalaba por última vez; dejándose ir, fluyendo con las gotas que se colaban por las ventanas rotas y que se quedaban en charquitos donde las ratas beberían más tarde a su salud.


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