Suma Cultural 18

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ace muchos jueves, desperté dormido y sin bañarme embestí mi peluda cabeza hacia el Museo de Arte del Banco de la República. Me excitaba a raudales y bajo mis grandes ojeras explotaba libidinosamente una sonrisa. Ese día exponían a Man Ray. Me encontré de frente con una placa que decía Autorretrato, y encima de ella, una cabeza con unas gafas enrejadas. Pasé por un laberinto vomitante de cosas bellas. Unos duraznos entre algodones se me parecieron mucho a las mejillas de Dudú, una plancha brotada de puntillas recordaba sus palabras y unas nubes sabían bastante a su saliva. Frases impresas en las paredes endulzaban mis oídos y las cámaras gruñían: flash, click, flash. Violonchelos de carne fotografiados, lágrimas de cristal, grises invertidos, tijeras negativas. Todo teñía colores alucinantes. Todo olía terriblemente a Dudú. Irrigué carcajadas de satisfacción al ver un pan francés azul y estuve a punto de sentarme en el huevo del inodoro, pero no, el silencio de mis rodillas fue más fuerte. Cinco minutos me detuve, aunque la gente dijo que fueron más. Una obra nunca antes recordada por mi cerebro. Un marco y madera tras el vidrio, piezas de madera de diversas y aburridas formas. Me mordí la mano. El nombre era Ábaco. Hace muchos miércoles me desperté descalzo y después de cagar, le escribí un poemita a Dudú. El poema era un poco tonto, pero tiritaba así: Vita Illustrata bien recuerden Quise pasión frutal Cuyo estado hermafrodita era Instante Rousseau vulgar. Dudú, Dudú, No mueras, Dudú. Dudú, Dudú, No vivas Dudú. Lo puse dentro de la taza de chocolate y le llevé el desayuno a la cama, pero Dudú se lo tomó de un sorbo y gritó que estaba de afán, que no tenía tiempo para cavernícolas. Esos cinco minutos me olvidé de Dudú y desquicié defecantes intentos de lógica. ¿Ábaco? ¿Era broma? Todo, todo lo anterior tenía sentido, mucho sentido. Casi tanto como lo tenían las escamas en el rostro de la señora a mi lado o los coágulos de mis botas. Pero, tomar un ábaco, desarmarlo, pegar por separado sus partes, enmarcarlas y llamarle Ábaco, era un poco confuso. Hace muchas once de la mañana le llevé un racimo de nubes a Dudú, pero ella estaba concentrada lanzando piedras a los pájaros. Nos miramos y mientras cuantificábamos nuestro amor, nos besamos. «Te amo dos guayabas», «Yo te amo siete hipopótamos», «Pues entonces yo te amo catorce viruelas». Ella se apasionó tanto que me dio un puño en el estómago. Yo le dije que los accidentes pasan. Caminamos

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en una sola pierna de Europa a América, y de América a la luna, brincando de guerra en guerra y los zapatos se nos empaparon de método científico. Comencé a toser contradicciones y me dio un terrible ataque de diarrea de teorías. Dudú se puso roja y pegándome patadas, me dijo que era tonto si creía que lo controlaba todo. Los dolores sólo me hicieron amarla más y enamorarme de los volcanes que salían de las cuencas de sus ojos. Dudú, Dudú, mátame a golpes. Dudú, Dudú, ódiame. El celador abrió las fosas nasales gritando «Deje de lamer el cuadro». Eso casi me hace llorar. Quería conocer los secretos de esa obra para después olvidarlos, pero mi lengua no me quiso contar nada de lo que escuchó. ¡Dudú, Dudú! ¿Por qué corres Dudú? Ella se ríe como loca y cuando por fin para, aúlla, aúlla, aúlla como poeta en celo. Pero aún la fotografío muy simpática. Nadie escapa, pero Dudú se encuentra. ¡Abracen las contradicciones, amantes de la lógica! Que sólo les cultivaron ecuaciones y silogismos. Rasúrense les boules para demoler el futuro. Que si no entienden lo que estas ojeras tratan de escupirles, es que el caballo ha caído del tomate. Hace muchos segundos me dieron hermosas náuseas de fornicar con Dudú, ella indignada me dijo que no, mientras se quitaba las medias. Nos mordimos las caras. Yo la cultivaba mientras ella me pintaba el pecho con la sangre de mi espalda. Qué despelucada, Dudú. Ella gemía así: ü üü, igo, igu, bla, bla. Yo le hablaba de Platón. Ella martillaba el aire con la mirada y yo no podía quitarle la vista al cuadro que había robado del museo. CuandoDudú llegó al orgasmo, se desarmó toda y quedaron regados pedazos de su carne, sus palabras, su corazón, y unas cuantas obras de arte. Tomé todos esos pedazos de Dudú y los pegué a un cuadro, lo enmarqué y le puse una placa: Esto no es un ábaco, esto es Dudú. Esto no es Dudú, esto es un ábaco.

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