Suma Cultural 21

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Letras Libres / El errante

aquel mundo por un buen tiempo y olvidar el pasado, un pasado que lo atormentaba. En aquella situación comenzó a alucinar, veía a sus viejos compañeros formados y llenos de vida, sus sonrisas y entusiasmo invadían la plaza de armas donde se encontraban esperando órdenes para el ejercicio a ejecutar. Sólo eran soldados, 8 soldados, un capitán, y varios suboficiales entre los cuales se encontraba él. Llegó un mayor con las órdenes del general. En medio del protocolo militar de subalterno a superior, el capitán de su unidad recibió las órdenes y procedió a indicárselas al pelotón. En ese momento uno de sus compañeros se quedó observándolo con una sonrisa macabra. De repente todos los militares que lo rodeaban comenzaron a burlarse de él, los camuflados se tornaron con colores más vivos y poco a poco dejaron de ser pixelados, las armas se convirtieron en patinetas y la plaza de armas se convirtió en una cancha de microfútbol. Las risas provenían de los jóvenes patinadores que le arrojaban piedras y basura para que se despertara y se marchara; él, un poco confundido por el trance repentino entre sueño y realidad, tomó sus cosas y abandonó el lugar. El sol de aquel amanecer invadió sus ojos, aun sensibles por los efectos de la marihuana de la noche anterior, pero como en todo amanecer, el hambre no se hizo esperar. Era una calurosa mañana en la que no había podido encontrar nada con qué alimentarse, y no tenía dinero pues lo había cambiado por droga. Se quitó sus dos chaquetas que lo protegían del frio de la noche y de la mayoría de los días de aquella ciudad, pero hoy no, hoy no lo abrigaban, hoy no es uno de esos días, guardó una chaqueta en su desgastada maleta y la otra se la amarró cual cinturón que sostuviera sus pantalones. Regresó al bote de basura junto al café, pues la mayoría de las veces encontraba algo ahí para poder desayunar. Mientras hurgaba la basura, un hombre preso del afán del que es costumbre en

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las mañanas, se acercó a arrojar algo que no se había comido por completo, vio cómo aquel sujeto demacrado buscaba con desespero algo para alimentarse y pensándolo por un minuto, regresó al café, arrojó sus restos de comida en la basura del establecimiento y compró un café con dos panes para obsequiárselos al hombre que revisaba la basura y que muy seguramente estaba hambriento. —Buenos días, no pude evitarlo pero parece ser que tiene hambre. El hombre lo decía con una sonrisa y con buena actitud, sin embargo el errante actuó con desconfianza. —Gracias pero no, gracias. —Adelante, acéptelo, esta comida está fresca, y es mejor que cualquier cosa que pudiera encontrar en ese bote de basura. Tenía razón, así que el errante acepto la comida muy agradecido. Cuando ambos estiraron las manos para hacer el intercambio, el hombre de traje observó un tatuaje peculiar en el brazo del errante. —¿Es usted militar? Preguntó. El errante tomó la comida, tomó un sorbo de café y rápidamente le dio la espalda; sólo pudo dar dos pasos antes de escuchar… —¿Fuerzas especiales?, ese tatuaje no miente. El errante se detuvo, sin dar media vuelta, miró hacia atrás al hombre de traje. —De especiales no tienen nada. —Se encargan de realizar las operaciones que ninguna otra unidad puede hacer, hacen lo más difícil, lo imposible, yo creería que eso es ser especial. —Hacer lo que otros no hacen no es ser especial, simplemente es hacer lo que otros no hacen, punto, no tienen nada de especial. —¡Hey!, debería ser más respetuoso y agradecer que alguna vez perteneció a una unidad con tanto prestigio como… ¿A qué unidad perteneció? —Que tenga un buen día señor,

“El sol de aquel amanecer invadió sus ojos, aun sensibles por los efectos de la marihuana de la noche anterior, pero como en todo amanecer, el hambre no se hizo esperar. Era una calurosa mañana en la que no había podido encontrar nada con qué alimentarse, y no tenía dinero pues lo había cambiado por droga. “

Enero - Junio de 2015


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