Revista Suma Cultural No. 29, febrero de 2020

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LETRAS LIBRES / Gritos

Q

uería terminar el viaje de un solo tirón. Eran 22 horas y la última vez que lo hice en carro, paré en dos hostales para descansar. Por lo general, en el primer hostal duermo, me baño y ceno. Cuando paro en el segundo (siempre paro en los mismos cuando hago este viaje), compro bastante comida para el resto del camino, pero esta vez quería llegar lo más rápido posible. Estaba amaneciendo y la carretera estaba sola. El aire acondicionado no servía y me arrepentí de no haberlo llevado a revisión antes, pero no pude. Los primeros rayos del sol ya se colaban entre los árboles y anunciaban el calor que estaba azotando la zona en las últimas semanas. Aproveché y revisé el mensaje que me había enviado mi hermana. No especificaba, pero decía que tenía que volver a casa urgente. Al parecer le había pasado algo a nuestro padre. Él sufre de Alzheimer y nos había olvidado hace algún tiempo, pero aun así lo visitaba de vez en cuando para recordarle que seguía existiendo y que era su hijo aunque me olvidara al rato. Lancé el celular al asiento del lado mientras volvía a concentrarme en la carretera vacía. Llevaba 16 horas manejando y sólo había parado una vez a tanquear. Aquella estación de servicio sólo tenía la bomba de gasolina. Me tocó orinar en unos matorrales que había cerca y no pude comprar algo de comer. El encargado era un viejo con un uniforme bastante sucio y raído que le quedaba grande; así como si aquella ropa hubiera envejecido con él. Estaba cansado y tenía mucha hambre, pero lo que más me molestaba eran las rodillas. Desde que tengo memoria siempre he tenido problemas de rodilla, por lo que manejar por tanto tiempo se vuelve doloroso.

Alberto Peralta Rico*

* Literato, Universidad de los Andes. Estudiante maestría, Escrituras Creativas, Instituto Caro y Cuervo alberto.peraltarico@gmail.com

Necesitaba parar y no veía civilización por ningún lado. Pasé un aviso que indicaba que el siguiente pueblo se encontraba a 150 kilómetros. No podía esperar 150 kilómetros, así que paré al borde del camino para revisar un viejo mapa que mi padre me había regalado cuando compré el carro. El pliego de papel mostraba la vía antigua que pasaba por varios pueblos y pude ver que estaba a 15 kilómetros de una pequeña entrada que llevaba a un lugar cuyo nombre se veía borroso en el mapa. Estiré un poco y volví al carro con la esperanza de llegar rápido y descansar. Me tomó cinco minutos llegar a la entrada, que tenía un aviso muy viejo y roto con una flecha que indicaba que aquel pueblo se encontraba cerca, pero el óxido y las hojas que lo envolvían solo dejaban ver algunas letras y la distancia hasta el lugar. Aunque había pasado por acá antes que terminaran la nueva vía, no recordaba que la carretera estuviera en tan malas condiciones y eso me desesperó un poco porque quería llegar rápido a aquel pueblo, encontrar un restaurante o un bar para poder sentarme, comer algo, descansar y seguir mi camino. Esa corta distancia se hizo eterna, pero después de casi 45 minutos de trayecto pude ver lo que estaba buscando.

R E V I S T A S U M A C U LT U R A L

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