Travel Magazine 45

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plazando completamente todas las creencias escépticas de la región. Hoy en día se lo conoce como el apóstol de Irlanda y muchas de sus peculiaridades son las bases de las tradiciones irlandesas. Por ejemplo, el uso de tréboles de tres hojas que podemos ver en cada merchandising de la fiesta o incluso como símbolo de patriotismo local, está relacionado a que él usaba el mismo para explicar la santísima trinidad cristiana a los paganos de la zona. Por otro lado, no hay que olvidar la cerveza. Existen leyendas que dicen que fue el mismo San Patricio quien enseñó el proceso de fabricación de esta bebida en la isla, así que en su día, beber en su nombre, es casi una obligación.

y beber para celebrar a su patrón a distancia y lo que empezó con reuniones callejeras terminó por convertirse en un desfile que hasta en 1903, gracias a una ley Irlandesa, se la instituye como fiesta pública y representativa del país. Hoy en día San Patricio mutó su carácter religioso a un carácter tradicionalista. Festejarlo es representar el orgullo de ser irlandés, es llevar el estandarte de sus colores, de su historia, de sus costumbres. La calle se tiñe de verde, casi no hay ningún local sin una prenda de ese color. Los tréboles y banderas adornan cada esquina, cada comercio, cada casa, la cerveza se vende como botellas de agua y la música en vivo es moneda corriente en cada uno de los pub.

Una fiesta de tradición y orgullo nacional Antiguamente San Patricio era una fiesta religiosa, los irlandeses se juntaban en sus casas o acudían a misa en familia para dar honor a su mayor apóstol. Sin embargo, a partir del siglo XVIII gracias a la cantidad de Irlandeses inmigrantes, sobre todo en Estados Unidos, la fiesta fue mutando. Los inmigrantes erradicados en otros países comenzaron a juntarse en las calles

Dublín en tiempos de fiesta Pero basta de historia, ya leímos mucho sobre el festejo y ahora solo queríamos vivirlo; después de todo, para eso estábamos en Dublín. Una ciudad colmada de gente alegre, divertida, relajada, de eso se trata esta ciudad. Las calles son un desfile de trajes verdes y gente desprovista de prejuicios, que se divierte haciendo el ridículo sanamente. Des-

pedidas de soltero, viajes entre amigos, estudiantes, irlandeses locos, todos unidos en alguna esquina o en algún bar cantando a los gritos los temas de Bono (U2). No hace falta tener un mapa en días como estos, solo hay que seguir a la manada enardecida por Grafton street mientras nos dejamos enamorar por las fachadas de sus históricos edificios y la moda europea de sus tiendas. Llegamos hasta el antiguo Ha’penny Bridge que, con sus más de 200 años de edad, sigue siendo el más coqueto de sus vecinos. Casi una parada obligatoria para dejarnos encantar por el río Liffey corriendo bajo nuestros pies y la pequeña callejuela Merchant’s Arch a nuestro frente para volvernos a conectar con el emblemático barrio de Temple Bar. Solo nos llevó unos diez minutos de caminata todo el recorrido y por supuesto fuimos víctimas de las compras festivas, luciendo a partir de allí unas cómicas antenas verdes en forma de trébol de la suerte para sumarnos a la moda “descarada” del momento. De repente caminar se vuelve un poco más complicado, la gente simplemente consigue entenderse con monosílabos alegres como


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