lice, entonces estamos hablando de algo aún más profundo que, para hacerlo gráfico, me gustaría llamar, siéndole fiel al DRAE , el anhelo militante. Y eso, una manera militante de anhelar el bien y emprender acciones para que eso ocurra, es lo que he ido entendiendo con más claridad cada vez que conozco un poco más de la Red
D E S EARTE PAZ E l a n h e l o m i l i ta n te de u n a red art í sti c a De no haberme encontrado alguna vez con la frase Red Desearte Paz no estaría en este momento haciendo estas reflexiones sobre las diversas acepciones del desear. Ha sido una secuencia feliz. La primera vez que la leí fue prácticamente por azar. Hace dos o tres años, desde la Fundación Cultura Chacao queríamos desarrollar en Venezuela programas artísticos para enfrentar la violencia desbordada y me dediqué a buscar en Internet experiencias y referencias que nos pudiesen servir de inspiración. Fue cuando ésta apareció en la pantalla. De inmediato me cautivó el nombre y el inteligente juego entre Red, Deseo, Arte y Paz. Luego, no sé si por asuntos del azar o de la necesidad –o del deseo ya activado–, conocí a uno de sus pioneros promotores. Estábamos en un restaurante de Barcelona, en medio de un grupo de directivos y colaboradores del Festival de Cine Independiente. No recuerdo por qué surgió el tema y comencé a comentar entusiasmado algunas cosas sobre la experiencia de esta red artística que recién había conocido por referencia. Un miembro de la mesa, que me escuchaba con la sonrisa de quien guarda un secreto, ojos permanentemente vivaces y rostro de profunda satisfacción, me dijo: “Yo formo parte de ese proyecto”. Ése era Tomás Guido y comenzó a explicarle a los presentes, con propiedad, lo que yo apenas hacía como noticia lejana. Unos días después, en medio de las clases del master en Gestión Cultural de la Universidad de Barcelona, tuve el gusto de conocer a esa fuente inagotable del entusiasmo que es Ángel Mestres, director de Trànsit Projectes, la empresa cultural que promueve la red, y unos meses más tarde, en abril de 2009, ya me encontraba en Medellín acompañando a sus miembros en uno de sus en-
cuentros anuales, el III Seminario Internacional de Arte Contemporáneo y Desarrollo Social. Allí cerré el cuadro. Conocí de primera mano las intervenciones de algunos artistas que convirtieron en objeto de arte las modestas viviendas del barrio Moravia, antes un barrio degradado, hoy floreciente sede de uno de los centros culturales más hermosos, activos y comprometidos con los que cuenta la ciudad. Visité a otro socio del proyecto original, el Centro Colombo Americano y repasé con cuidado en su Galería la exposición con los resultados de los Laboratorios desarrollados entre artistas invitados y grupos de desplazados, afrocolombianos, mujeres víctimas de la violencia doméstica, reclusas en cárceles, personas que han tenidos pérdidas recientes, entre otros colectivos atendidos por el programa. Y, lo más importante, pude conversar larga y pausadamente con Lina Betancur, artista plástica y promotora cultural de Medellín, motor y corazón local de la Red, quien me hizo entender, desde el relato de los pequeños incidentes –los niños que primero se asombraban y luego convertían en sala de juego los bien dotados baños del Centro Colombo Americano mientras participaban en un taller, las reclusas que cambiaban su vida descubriendo sus capacidades artísticas gracias a un taller de fotografía dictado por una fotógrafa norteamericana – las motivaciones, las lógicas de funcionamiento y los resultados del programa. En la dulzura, pero también en la seriedad y el compromiso, con los que contaba sus historias, terminé de comprender qué hacía la palabra Desear en medio de las palabras Red, Arte y Paz.
A l c a m b i o p o r l a v ía lúd i c a y l as e m o c i o n es En medio del Encuentro de Medellín, me acerqué a una de las casas de Moravia para hacerme partícipe de una de las obras allí instaladas. La vivienda había sido cubierta por una especie de estructura a lo Escher realizada con tubos de plástico de esos que se utilizan para las conexiones de agua en la superficie que a su vez funcionaban como una suerte de periscopios que permitían ver al barrio y a la propia vivienda desde insospechadas perspectivas. Uno se acercaba a la ins-
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talación, ponía los ojos al final del tubo y ya: otro barrio, distinto al de la mirada diaria y repetitiva, se nos ofrecía de instantáneo. Como espectador externo estaba contento, maravillado y conmovido. Pero los habitantes del barrio lo habían estado mucho más. Probablemente, en esa sencilla propuesta se podría comprender por la vía de los hechos, la participación, las emociones, lo no dicho, lo intuido, que el barrio, y en general la vida, puede ser mejor, que todo tiene otro lado al que se puede mirar y que, incluso en lo más agreste o aparentemente simple y austero, hay maravillas que buscar y encontrar. Es otra cara más del desear, la del deseo de cambio que permanentemente moviliza a las personas, colectivos y comunidades a –como bien lo decía un documento de la Red– estar en continua redefinición “transformando sus objetivos y prioridades en función de las necesidades, deseos, creencias y emociones”. Así terminé de entender el programa. Porque una cosa es trabajar por una cultura de paz o por el cambio social en general, desde una perspectiva eminentemente racional –digamos como negociador en medio de un conflicto, promoviéndola desde el periodismo, dando clases en un taller– y otra, muy diferente, hacerlo desde el territorio lúdico, estético, libertario y, en buena medida, emocional y hasta podría decirse no racional del arte, un lenguaje social generalmente más asociado a la libertad de un “fin en sí mismo” que a un instrumento para intentar incidir de manera directa en el funcionamiento de una colectividad. Es en los hechos donde la noción de Deseo, sumada con la de Arte, se convierte como por un hecho mágico, en una palabra, o mejor, en una intención, nueva. Se hacen inseparables. Se funden. Este es el mensaje: Lo que “te deseo” – o lo que deseamos– trataré y trataremos de que tú mismo lo construyas y para ayudarte-ayudarme recurro al arte como movilizador. Pero no el arte entendido como mensaje ideologizado, pedagógico o moralista, a la manera del realismo oficial de los regímenes comunistas o fascistas del siglo XX sino, como muy bien lo define el portal de la
Red, utilizando el arte contemporáneo –y es muy importante subrayar “contemporáneo”– como herramienta “para instigar y/o pacificar procesos de construcción colectiva”. Al final del día lo que “te deseo”, lo que la Red desea a través del arte, no es que compartas una ideología, nos es que te sumes a una concepción del mundo, o vivas una conversión a la manera de ciertas manifestaciones del fast foood espiritual del presente. Lo que “te deseo” y lo que quiero ayudar a que desees es que te conectes, como persona y como colectivo, con tus realidades, tus dificultades y tus potencialidades para superarlas, con los derechos que no ejerces plenamente y con la alternativa de que luches para lograrlo, con la posibilidad de realizar plenamente lo mejor que eres y lo que puedes ser abriendo tus sentidos y tus reflexiones hacia otros ámbitos no rutinarios. Porque en definitiva, llámesele como se le llame, arte cívico, arte para el desarrollo cultural comunitario, arte de movilización, prácticas artísticas de comunidad, arte participativo o arte público, con cuyas definiciones académicas se emparentan sus acciones, el objetivo principal es ayudar a convertir al público en público políticamente activo, esto es, para decirlo en términos de Armando Silva Téllez, “proponer una ciudadanía consciente de los problemas que afectan su interés común y dispuesta a pelear, bajo distintas formas de expresión, la conducción de su propio destino en su sentido cultural y social”1. Dicho de otra manera: insistir en la función del arte de hacer de lo público la conciencia lúcida de un interés general. La forma organizativa, la Red; el objetivo, la Cultura de Paz; el instrumento, el Arte Contemporáneo, las prácticas artísticas en comunidad; terminan enlazados por un tipo de Deseo, en el que la voluntad de cambio, la solidaridad, el placer y lo lúdico quedan inscritos en el mismo camino de utilidad e interés por los colectivos, hacia y por los demás.
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