Revista MGC 14

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REVISTA DE GESTIÓN CULTURAL

EDICIÓN ESPECIAL

VOCES MGC: LECTURA SOCIOCULTURAL DE LA REALIDAD CHILENA ACTUAL DERECHOS HUMANOS / VIOLENCIA / POLÍTICAS / ACCIONES

#14 2019


EQUIPO Director Gabriel Matthey Correa | Compositor e Ingeniero Civil. Coordinador Magíster en Gestión Cultural, Facultad de Artes, Universidad de Chile Subdirector Tomás Peters Núñez | Sociólogo y Magíster en Teoría e Historia del Arte. Doctor en Estudios Culturales, Birkbeck College, University of London Comité Editorial Número Especial Fabián Retamal González | Licenciado en Educación, Profesor de Historia y Ciencias Sociales, Diplomado en Pedagogía Teatral y Magíster en Gestión Cultural, Facultad de Artes, Universidad de Chile Tomás Peters Núñez, Subdirector Revista MGC Gabriel Matthey Correa | Director Revista MGC Diseño y Diagramación Isabel Sanhueza Urra | Diseñadora con mención en Gráfica y Comunicación Visual, Magíster © en Gestión Cultural, Facultad de Artes, Universidad de Chile Fotografías Felipe Vergara Olivares @Cagliostro.cinema Miguel Angel Kastro @Kastropintor Nelson Rodríguez Fotografía portada Hugo Angel Gómez Contacto revista MGC revistamgc@gmail.com


ÍNDICE 4 Editorial

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Miradas y Perspectivas

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Relato Visual

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Sección Internacional

Revista MGC. Revista de Gestión Cultural del Magíster en Gestión Cultural, Escuela de Postgrado, Facultad de Artes, Universidad de Chile. Esta revista se distribuye a través de una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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EDITORIAL

Tiempos de fracturas: otras voces, nueva historia

Son tiempos de incertumbre. Desde el 18 de octubre de 2019, emergió un nuevo ciclo histórico. Uno caracterizado por incomodar las certezas, cuestionar las reglas y levantar nuevas sospechas. Pero, asimismo, uno empeñado en imaginar un nuevo orden social sustentado en el respeto y la dignidad. Si bien los procesos históricos son de larga data —y la historia de Chile nos ha dado lecciones en esa dirección—, desde ese día se gestó un deseo colectivo por construir un horizonte de expectativas inédito. Las experiencias biográficas de millones de chilenas/os se unieron en un diagnóstico común: la desigualdad, los abusos y la indolencia de nuestras elites deben parar. Vivir en un sociedad implica seguir un marco normativo que permite la convivencia diaria. Sin embargo, en una sociedad con altos niveles de exclusión y segregación social, esas formas de lo cotidiano no son perdurables en el tiempo. Por el contrario, si las expectativas y sueños de las personas son defraudados permanentemente por la propia sociedad, entonces es de esperar que, de un momento a otro, surgan crisis y revueltas. Llegar a ese instante, evidentemente, no se puede predecir ni aplazar: la violencia sistémica y simbólica es casi invisible, pero se siente y sufre. Y en cualquier momento ella explota explícitamente. Desde el 18 de octubre de 2019 Chile ha vivido experiencias límites. Después de una feroz dictadura, las/os chilenas/os jamás pensamos que volveríamos a presenciar violaciones a los derechos humanos. Tampoco pensábamos ver militares en las calles. Menos, aún, imaginábamos que el Estado ejercería toda su fuerza —ese monopolio legítimo, dice la ciencia política— sobre sus ciudadanos. En pocas palabras, en estos meses hemos sido testigos de hechos trágicos tales como la muerte de ciudadanos a manos de agentes del Estado, así como también mutilaciones oculares, entre tantos otros hechos ilegítimos. La sociedad, ciertamente, ha hecho lo suyo por resistir ese actuar: no ha parado de demostrar su descontento y lucha permanentemente en las calles. Su resistencia se demuestra cada día en las diferentes ciudades del país y su voz no ha sido acallada. Sus cuerpos, cantos, estéticas y escrituras son parte de un nuevo escenario urbano que crece y se expande cada día. Son millones de primeras líneas que hacen sentir su pensar frente a la historia y el presente.


Este nuevo número especial de la Revista MGC, busca aportar en esa dirección. Su propósito es dar espacio, a través de la escritura e imagen, a estudiantes, académicas/os y profesionales del Magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Chile. A partir de una convocatoria abierta a la comunidad MGC, recibimos un número valioso de contribuciones que abordan, desde diversas perspectivas y lecturas socioculturales, el estallido social de octubre. Al ser un número especial, hemos decidido cambiar la estructura tradicional de la Revista y distribuir los artículos en un solo conjunto, bajo el título de Miradas y Perspectivas. Todas las voces hacen un coro común sobre el proceso en curso que estamos viviendo. En efecto, los distintos artículos abordan diversos puntos: los desafíos de las ciudadanías culturales en la ciudad, el arte en la era digital y urbana, la gestión cultural transcultural, el rol de las voces silenciadas históricamente, las políticas culturales de base comunitaria, las diferencias simbólicas de las manifestaciones según el territorio, la emergencia de la cultura del reconocimiento, la gestión cultural como una forma de pensar y actuar políticamente, y el estallido social desde una mirada cultural amplia. Sumado a ello, hemos incluido la contribución internacional de Carlos Oliva Mendoza, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien fue invitado por la Universidad de Chile durante las primeras semanas de la revuelta. Su texto es una lectura cultural de nuestro país. Al final se integra una sección única para este número, titulada Relato Visual. La Revista MGC es parte de la Universidad de Chile. Y, como tal, tiene una responsabilidad tanto académica como política. Como comunidad de gestoras y gestores culturales de Chile, reforzamos nuestro compromiso por los derechos humanos y el respeto irrestricto de la vida. Nuestro trabajo como agentes culturales tiene como fin construir una sociedad sustentada en la dignidad humana. Bajo ese objetivo, creemos que los tiempos actuales son una posibilidad histórica para construir un nuevo Chile: uno pensado desde las/os ciudadanos y en base a una mirada humanista.

Tomás Peters Núñez

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VOCES MGC: LECTURA SOCIOCULTURAL DE LA REALIDAD CHILENA ACTUAL DIANA DUARTE BERNAL

DANIELA PAZ SALINAS FRIGERIO

MICHELE LEYTON

CAROLINA SALINAS

PAULINA CRUCHET PASTRANA

CAROLINA ADAROS ROMÁN

LUIS CAMPOS, MARÍA INÉS SILVA

JUAN MARCOS GACITÚA, JUAN SALGADO

GABRIEL MATTHEY CORREA

LUIS WEINSTEIN

CARLOS OLIVA MENDOZA

CIUDADANÍA CULTURAL: UNA PUGNA EN TIEMPOS DE CRISIS

ARTE Y DIGNIDAD EN LA ERA DIGITAL

LA GESTIÓN TRANSCULTURAL EN EL CHILE POST-POLÍTICO: UN NUEVO DEVENIR DE LO PARTICULAR/UNIVERSAL

EL ESTALLIDO DE LOS Y LAS QUE NO HABLAN

RESPUESTA AL ESTALLIDO SOCIAL. LA ACTIVACIÓN DE POLÍTICAS CULTURALES DE BASE COMUNITARIA EN LA COMUNA DE QUILPUÉ, REGIÓN DE VALPARAÍSO

DIME DÓNDE MARCHAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

REDEFINIENDO LO COMÚN A TRAVÉS DE UNA NUEVA CULTURA DEL RECONOCIMIENTO

LA GESTIÓN CULTURAL COMO UNA FORMA DE PENSAR Y ACTUAR POLÍTICAMENTE

ESTALLIDO SOCIOCULTURAL DE CHILE: ENTRE CAUSAS Y EFECTOS / PLACAS TECTÓNICAS EN MOVIMIENTO

SANTIAGO DE CHILE 2019: EL ESTALLIDO DE LA IMAGEN TÉCNICA

SECCIÓN INTERNACIONAL. CUÍDATE Y RESISTE


MIRADAS Y PERSPECTIVAS


CIUDADANÍA CULTURAL: UNA PUGNA EN TIEMPOS DE CRISIS DIANA DUARTE BERNAL Cientista política (PUJ – Bogotá) y Magíster en Gestión Cultural por la Universidad de Chile. De nacionalidad colombiana, radicada en Chile, actualmente se desempeña como profesora del Programa en las áreas de estudios culturales, ciudadanía y cultura urbana, además del curso “Buenas prácticas en gestión cultural”.

En el marco de la investigación que realicé para obtener el grado de Magíster en Gestión Cultural —disponible en el Observatorio GC—, hice un primer acercamiento a la idea de que, en una sociedad con una profunda crisis en el proceso de construcción de lo público, surgen iniciativas autónomas en la definición y la producción de lugares y formas de vida deseadas. Se trata de expresiones de ciudadanías que luchan por crear nuevos espacios públicos y nuevas formas de comunidad, que no se satisfacen solamente con la conquista de derechos entendidos desde la tradición liberal.1 En este tipo de reivindicaciones predominan las demandas por el derecho a la identidad, la cultura y la vida cotidiana, sobre aquellas basadas en la riqueza y el bienestar material. Más allá de los conflictos de clase tradicionales, las nuevas preocupaciones ciudadanas se relacionan con los estilos de vida y estas se manifiestan principalmente en las ciudades.2 Así es como en todo el mundo comienzan a tomar un papel protagónico fenómenos tales como los levantamientos indígenas, los movimientos de estudiantes e “indignados”, las manifestaciones feministas, por el respeto a la diversidad sexual o a las migraciones. Por eso, al escuchar que lo que ha sucedido en Chile a partir del pasado 18 de octubre “no se veía venir”, pienso en que no prestamos suficiente atención al Movimiento 15-M de España y la Primavera Árabe de 2011, las protestas de Brasil en 2013, la “Revolución de los paraguas” de

Hong Kong en 2014, o el levantamiento de los “chalecos amarillos” en Francia en 2018, solo por mencionar algunas de las manifestaciones más masivas y mediáticas de la última década.

1 Hardt, M. y Negri, A. (2002). Imperio. Buenos Aires: Paidós. También, véase Santos, B. (2001). “Los nuevos movimientos sociales”. Revista Observatorio Social de América Latina-OSAL. Año Nº 5, septiembre 2001 (pp. 177-184).

Estos ejemplos refuerzan la idea que tanto la ciudad como la ciudadanía son objeto de pugna, negociación y conquista colectiva permanente en el espacio público, entendiendo este tanto en su dimensión simbólica y política, como en su expresión material u objetiva. Lo simbólico del espacio público tiene relación con el debate ciudadano y es en donde entran en discusión los asuntos comunes. Es sinónimo de esfera pública, aun cuando esta no sea un espacio neutro ni equitativo. Muy por el contrario, es un escenario de interacción discursiva integrado por comunidades diversas y desiguales; es decir, que no todas las voces logran expresarse con las mismas oportunidades ni “en su propia voz”.3 Por otra parte, al hablar de la dimensión objetiva del espacio público, se hace referencia a los espacios físicos de encuentro e intercambio. Allí en donde la relación entre la ciudad y sus habitantes es de contacto sensorial, pero también en donde entran en juego las desigualdades en las condiciones materiales para habitar el espacio y acceder a los servicios. Es justamente esta mirada, desde la que hago una lectura de los procesos de (re) construcción de los espacios públicos de los

Buenos Aires: CLACSO.

2 Borja, J. (2002). “La ciudad y la nueva ciudadanía”. Revista La Factoría.

3 Fraser, N. (1990). “Rethinking the Public Sphere: A Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy”. Social Text 25/26: 56-80.

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Un panorama bastante amplio de la diversidad de expresiones culturales emergentes en los últimos meses se puede encontrar en el texto de “El despertar de los que sobran”, de Marcia Scantlebury en La demanda ciudadana por una nueva democracia. Chile y el 18/O del Barómetro de Política y Equidad http://www.barometro. sitiosur.cl/barometros/La-demanda-ciudadanapor-una-nueva-democracia-Chile-y-el-18-O

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Rosaldo, R. (2000). “La pertenencia no es un lujo: Procesos de ciudadanía cultural dentro de una sociedad multicultural”. Desacatos, 3: 39-49.

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Inmigrantes sacan la voz pese a amenazas de expulsión por parte de funcionarios del Gobierno https://radio.uchile.cl/2019/10/26/inmigrantessacan-la-voz-pese-a-amenazas-de-expulsionpor-parte-de-funcionarios-del-gobierno/ Tomás González F. (Sábado 26 de octubre 2019).

últimos meses. Más que tratar de analizar el origen del malestar (amplia y profundamente abordado en otros medios), me interesa resaltar las acciones detonadas a raíz de lo que hemos llamado “el despertar de Chile”. Además de las tradicionales marchas por la Alameda, en unos pocos días comenzamos a tener noticias de la auto-organización de conciertos, pero también de fiestas rave; del rayado de murallas y monumentos, y, a su vez, del derribamiento de estatuas. Hemos presenciado convocatorias masivas a diversos cabildos, a los “Réquiem por Chile” y a las performances del “El violador en tu camino”. A pesar de las diferencias, todas estas, entre otras tantas, son las manifestaciones de personas que apostaron por ocupar (y ocuparse de) los espacios públicos en sus propios términos.4 Incluso, como estamos hablando de un campo en disputa, no puedo dejar de mencionar las expresiones del establishment que apuntan a “restablecer el orden” en dichos espacios, con medidas que van desde el toque de queda, hasta la intervención de la ahora denominada “Plaza de la Dignidad”, con un lienzo blanco llamando a la paz. En medio de este proceso de cambio y conflicto, resulta pertinente volver a la propuesta de ciudadanía cultural de Rosaldo5, porque invita a problematizar la noción de ciudadanía —no solamente en la relación Estado-ciudadano; es decir, en base al reconocimiento de derechos y deberes en el ámbito institucional—, sino también en la relación ciudadano-ciudadano y el acceso efectivo a la esfera pública. Esto significa poner en valor la participación en las dinámicas sociales y tener la posibilidad de expresar

aspiraciones, formas de vida o de habitar como actos enunciativos de la diferencia. Comúnmente el concepto de ciudadanía se confunde con el de nacionalidad, porque se restringe a una condición jurídica otorgada por la adscripción a un territorio. Esto pone en evidencia que la ciudadanía generalmente se limita al ejercicio de derechos de primera generación y desconoce otras dos generaciones de derechos ratificadas con acuerdos internacionales. Sin embargo, la lección de los últimos meses es que la ciudadanía debe ser repensada en relación al ejercicio en el territorio, a la posibilidad de poner en común lo que nos interesa o nos preocupa y al auto-reconocimiento del papel que cada persona desempeña en las diversas esferas de su vida. Esta indistinción de conceptos se acentúa en el caso de las personas migrantes, para quienes la ciudadanía se asocia solamente a la posibilidad de votar, a pesar de que vivimos, trabajamos, disfrutamos y sufrimos las ciudades todos los días. En este sentido, preocupa encontrarse con noticias sobre el actuar de funcionarios de Extranjería que buscaron amedrentar a grupos de migrantes, amenazándolos con la expulsión del país si participaban en las marchas o cualquier tipo de manifestaciones.6 Si pensamos en este movimiento, en donde la demanda generalizada es la dignidad, el freno a los abusos, la inconformidad con la manera en la que funcionan los sistemas de servicios básicos y el respeto por los derechos humanos, los y las migrantes también tenemos mucho que decir desde nuestra propia experiencia.


@Diana Duarte

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MIRADAS Y PERSPECTIVAS

Foto: @museodeladignidad | Autor: @tiotoms | Técnica: Ilustración | Fecha: 2019

ARTE Y DIGNIDAD EN LA ERA DIGITAL DANIELA PAZ SALINAS FRIGERIO Actriz, Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile (Generación 2010).


“Nuestras bellas artes fueron instituidas, y fijados tantos sus tipos como sus usos, en un tiempo bien distinto al nuestro, por hombres cuyo poder de acción sobre las cosas era insignificante comparado con el que nosotros poseemos. Pero el sorprendente acrecentamiento de nuestros medios, la flexibilidad y precisión que ellos alcanzan, las ideas y hábitos que introducen nos aseguran cambios cercanos y muy profundos en la antigua industria de lo Bello” Paul Valéry en “Piezas sobre el arte”

El mundo del arte y la cultura, al igual que gran parte del campo de las Humanidades y Ciencias Sociales, coexiste en la post era de la reproductibilidad técnica con la era digital, a través de plataformas digitales, democratizándose y permitiendo su difusión. En Chile, a raíz de las expresiones originadas debido al estallido social del 18 de octubre de 2019, el más grande en los últimos 30 años, estas plataformas están siendo utilizadas a modo de archivos patrimoniales. Walter Benjamin hablaba sobre las nuevas técnicas de reproducción y difusión del arte a partir del siglo XIX: imprenta, litografía, fotografía y cine. Los últimos dos se destacan por el uso de la cámara, el artefacto que capta la vida de las personas y que pone en crisis a la obra de arte y su producción.

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Hoy en las redes sociales el arte se torna veloz e instantáneo: una foto, una plataforma y millones de espectadores, borrando los límites tradicionales entre lo privado y lo público, entre el arte y la vida cotidiana. Desde las primeras expresiones artísticas hasta el siglo XIX, para contemplar una producción artística o presenciar un espectáculo, las personas debían acercarse al museo, al teatro o a un centro cultural, los cuales presentaban —y presentan aún— barreras de acceso de tipo económico, geográfico, intelectual y otros múltiples factores que imposibilitan la comunicación entre la obra y su público. Actualmente, con las redes sociales a merced de las artes y la cultura, se incrementa y aporta a la democratización del arte. El teórico Boris Groys en su libro Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea (2014), plantea que el arte entró en una nueva era: la de la producción artística masiva. Aquí profundiza que en esta época la producción artística se ha modificado y ha entrado en crisis junto a los avances tecnológicos. El acceso relativamente fácil a variados dispositivos para la producción de imágenes, combinado con Internet como plataforma de distribución global, altera la relación tradicional entre productores y espectadores y no puede distinguirse de cualquier otra obra de arte conceptualista o post-conceptualista. “Museo de la Dignidad” se titula la iniciativa que está recorriendo los medios y redes sociales como Instagram, una red social de base visual. Esta iniciativa se describe como “una muestra de arte histórica que debe quedar en los muros de la ciudad para siempre”. Sumado a ello, señala que el arte que se encuentra en los muros de Santiago —y que busca perpetuar las manifestaciones socio-culturales del estallido social en el espacio público— debe resguardarse, ya que, posiblemente en el futuro cercano, será cubierto por otro o borrado bajo la excusa de “embellecimiento” del entorno. Esta es una iniciativa que a través de una “simple acción” rompe ciertos códigos y fusiona lenguajes. Si lo vemos desde una perspectiva teórica, el arte callejero —el Street art— es representativo de la llamada “baja cultura”, mientras los museos y sus convenciones tradicionales son parte de la “alta cultura”. Por un lado, uno libre y espontáneo que nace del pueblo como la cultura pop, y el otro, más arraigado en la institucionalidad y en las hegemonías políticas. Un mural enmarcado, en formato de exhibición, con un

trabajo curatorial de selección de obras, secciones a relevar y cédulas descriptivas, configura un cruce de convenciones interesantes. Walter Benjamin ya hablaba de esto en su texto La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica: la conmoción de la tradición, que es el reverso de la presente crisis y de la renovación de la humanidad. Las convenciones tradicionales entran en pugna con las convenciones del espacio público, configurando un nuevo significado y significante. La iniciativa de museos abiertos o al aire libre, no es algo nuevo en nuestros muros. Ya sea de carácter memorial, identitario o ejercitación artística, lo hemos visto en distintas comunas y ciudades de nuestro país. Pero lo interesante de esta acción es su “forma”, su significante. En el caso del Museo Abierto de San Miguel, son murales realizados con proyección en el tiempo, planificados, diseñados e implementados como parte de un proyecto con un problema a solucionar y un objetivo. Lo interesante de este nuevo museo es que sus muros fueron tomados por los artistas de manera espontánea, bajo un contexto histórico específico, y luego puestos en valor por los actores de la iniciativa, enmarcándolos y difundiéndolos en sus plataformas digitales. A esto se suma una doble labor/visión que este museo posee, una a largo y otra a corto plazo: la exposición se sitúa en la calle para luego registrarse en las redes para su difusión global. Esto solo es una proyección, ya que no sabemos si estos murales perdurarán en el tiempo, por lo que surgen preguntas como: ¿estas calles volverán a ser las mismas, lavadas y sobrias? ¿Todo volverá a las convenciones y lenguajes establecidos por las hegemonías? Preguntas que pueden responderse desde el ámbito artístico, cultural y social. Un ejemplo de esto es la Plaza de la Dignidad: ¿volverá a su nombre original “Plaza Baquedano” o se tomará la apropiación ciudadana a modo de memoria? “Guernica”, obra de Pablo Picasso, se expone —el original— en el Museo Reina Sofía en Madrid y representa un momento histórico, conflictivo durante la Guerra Civil Española en la década de 1930. Acá nace nuestro propio “Guernica”, situado en Barrio Lastarria (ver imagen). Este retrata la lucha ciudadana en la Plaza de la Dignidad frente a las FF.AA., así como también declara su postura contra la violencia y una posible dictadura. Si bien no es una reproducción del Guernica original, sí es una apropiación y re-significación, pero que nace pensada para la calle bajo


Foto: @museodeladignidad | Autor: @Kasstropintor | Técnica: Ilustración digital | Fecha: 2019

el lenguaje del arte callejero, el cual solo existe en cuanto está concebido para el espacio público. Técnicas de reproducción artística como la fotografía, el grabado y la impresión —en su mayoría reunidas bajo la técnica artística del collage o la impresión digital— son creados, y puestos en muros, desde la irritación social, no al revés (como suele verse en el proceso de un artista como los dadaístas y, de igual manera, siendo un arte al servicio de la política bajo la mirada del filósofo francés Jacques Rancière). “La calle habla” es una frase acuñada en estos más de dos meses de manifestaciones sociales. La calle es por excelencia el lugar de la revolución. Por eso no es azar que uno de los más importantes ediles de Santiago, Benjamín Vicuña Mackenna, haya utilizado el espacio público y su significancia para segregar y prohibir. El espacio público, a pesar de estar siempre poco definido, tipificado y mal entendido, incluso en su propia legalidad, no pierde su esencia de esfera pública y, como Habermas planteaba, es una esfera conflictiva y peligrosa para las clases hegemónicas de la sociedad. El espacio privado es más controlable: en cambio, el

espacio público rompe y transforma los discursos establecidos. El espacio público continúa siendo interesante, nostálgico y emocionante cómo, en momentos de conflictos sociales y clamor popular, el arte, la cultura y la producción artística vuelven a su lugar de origen y se presentan en su forma más pura: la expresión del ser humano. Las imágenes de Catrillanca, comunero mapuche asesinado, o nuestro Nobel femenino Gabriela Mistral, o el icónico perro MataPacos e, incluso, imágenes religiosas, son los personajes que rondan este Museo Abierto de la Dignidad, tomando sus nombres y figuras resignificándolas en un nuevo contexto social de lucha. Esta y más iniciativas que han nacido a raíz del estallido social, como también en otros escenarios de descontento social, tienden a volcar la cultura a la calle y ponen en evidencia el potencial liberador del arte. Por ello, podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿es hoy, en esta conmoción, el espacio público el nuevo museo, el nuevo centro cultural por antonomasia?

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MIRADAS Y PERSPECTIVAS

@Hugo Angel

LA GESTIÓN TRANSCULTURAL EN EL CHILE POST-POLÍTICO: UN NUEVO DEVENIR DE LO PARTICULAR/UNIVERSAL MICHELE LEYTON Actriz, Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile (Generación 2017).

Chile, país rico en diversidad, ha iniciado, el 18 de octubre de 2019, una revolución cultural, social y política que fundará nuevos modos de comprender y relacionarse con las culturas. En este contexto vivo y cuestionador, es que se sitúa la necesidad urgente de fragmentar los cimientos del saber y la praxis de la gestión cultural, para refundar una nueva labor participativa que no deje fuera nuestra diversidad o, en palabras de Kristeva, nuestra propia extranjeridad.1 La gestión transcultural, se convierte así, en un ejercicio de lo político, en los términos de Rancière2, que busca propiciar reales cambios en las negociaciones culturales, desde lo político-social y no desde la mirada caritativa del Otro, en un desplazamiento identitario compartido, creando relaciones imprevisibles que permitan múltiples conexiones que colaboren entre sí, sin perder el origen cultural, sino, volviéndolo un territorio en devenir, un núcleo móvil del cual surjan múltiples hibridaciones, como líneas en fuga que se interconecten rizomáticamente. De esta manera, la comunicación en diffèrance es la dinámica que resulta más saludable para las relaciones con y entre las culturas, una dinámica relacional que va a abrir y crear terceros espacios de negociación.3 Si la cultura se concibe como tejido rizomático, es posible expandir sus horizontes para que


no se vuelvan a cerrar en un binomio centro-margen, sino en múltiples márgenes sin un centro hegemónico de representación, pues, si en lugar de realizar representaciones se consideran múltiples elementos de las diversas caras de la representación, será posible fracturarla para generar un movimiento infinito de rupturas y reconstrucciones. En la gestión transcultural, la cultura entonces, es entendida como tejido textual de múltiples mestizajes, y sus agentes fungen como aquellos textos, como aquellos tejidos en continua urdiembre, donde el mismo otro-yo se extravía a sí mismo, diseminando el sentido originario en infinitas y múltiples posibilidades imprevisibles en un espacio-tiempo en el que una política auténtica, como arte de lo imposible4, resulte ser el motor de interminables deconstrucciones semánticas. Pues, es preciso tener presente que, por medio de la deconstrucción, se insta a remover el sedimento de prejuicios, estereotipos y fobias que las instituciones y agentes de la cultura puedan tener, para encontrar aquello que está en el substrato del cuerpo social, texturando todo aquello que ha permanecido como significado unívoco, para hacer aflorar otros significados. Aprender a leer el entretexto de cada texto, es a lo que Derrida llama lectura sospechosa, ya que permite exponer las zonas marginales del texto y de la cultura para que puedan hablar una multiplicidad de voces (polifonía) y de intertextos.5 El gestor transcultural se transforma así, en un tejedor de disensos en un texto-cultura. De esta manera, es posible abandonar los modelos estáticos de gestión, que se terminan transformando en manuales, para generar diversos modelos-modos activos de lectura/interpretación palimpsésticos. Desde este nicho-aldea en construcción que es la gestión cultural, se alza lo transcultural como el eje fundante de nuevas formas de relación, de creación de políticas culturales y de participación ciudadana: como la capacidad, derecho y deber de todo ciudadano cultural, de proponer, manifestar y expresar ideas, pensamientos, sentires, opiniones, malestares, desacuerdos, decisiones, saberes y afectos, siendo reconocidos por su entorno social, y que afectan la vida cotidiana y política de la comunidad y del país en el que habita, considerando, para ello, el diálogo en alteridad en espacio-tiempos fronterizos de negociación de la diffèrance transcultural.

El gestor transcultural es, en este sentido, un gestor del disenso, exponiendo de frente el conflicto para romper las barreras del primer contacto y gestar relaciones en alteridad. Su labor debe privilegiar el nomadismo por sobre el sedentarismo del pensamiento, la generosidad y solidaridad por sobre el solipsismo, la contención en lugar de la exclusión, las dudas e interrogantes por sobre las certidumbres, garantizando las condiciones y creando/posibilitando los espacios de negociación cultural entre los ciudadanos y entre ellos y la institución. Y, casi como un entusiasta manifiesto, declaro que debe abogar por una política del desacuerdo, para derribar toda huella y señal de inmovilidad, estabilidad y certeza. No solo debe establecer relaciones profundas y creativas, sino lazos de afecto duraderos que trasciendan cualquier frontera. Y sabemos que el afecto es el flujo que recorre las maquinarias del deseo que exponen Deleuze y Guattari6: aquel motor que mueve los cuerpos y los procesos de producción y que revelan —y se rebelan— contra los mecanismos de dominio y las dialécticas de control; es decir, desestabilizan los prejuicios, los muros del nacionalismo, del pánico moral, para devenir cuerpos que fluyen en un despertar común, que logra situar lo transcultural como proceso ineludible a todo intercambio cultural, pues, lo transcultural sitúa el afecto como política del acontecer comunitario, redefiniendo la representación de un escenario común e impulsando la “universalización metafórica de las reivindicaciones particulares”7, para que lo invisible se haga visible y la dignidad se vuelva costumbre.

1 Kristeva, J. (1991). Strangers to Ourselves. Columbia: New York University Press

2 Rancière, J. (2004). El giro ético de la estética y la política. Ponencia en Forum de la Caixa, Marzo, Barcelona. En: https://crucecontemporaneo. files.wordpress.com/2013/04/jacquesrancic3a8re-el- giro-c3a9tico.pdf [Consultado el 18 de octubre de 2019]

3 Derrida, J. (1972). Margini della filosofia. Torino: Einaudi.

4 Zizek, S. (1999). The Ticklish Subject: The Absent Centre of Political Ontology. London: Verso.

5 Derrida, J. (1989). La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos.

6 Deleuze, G. y Guattari, F. (1997). Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: PreTextos.

7 Zizek, S. (2008) En defensa de la intolerancia. Madrid: Sequitur. Pág. 40

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MIRADAS Y PERSPECTIVAS

EL ESTALLIDO DE LOS Y LAS QUE NO HABLAN CAROLINA SALINAS Artista Visual. Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile, actualmente se desempeña como profesora del Programa en el curso de “Buenas prácticas en gestión cultural”.


@Hugo Angel

La cronología de este estallido social establece como punto de partida la evasión masiva del pasaje de metro convocada por los estudiantes secundarios el día 14 de Octubre del 2019. Como sabemos, esta acción de evasión se conformó en señal de protesta por el alza del pasaje de metro y desencadenó en una serie de manifestaciones que con el correr de la semana fueron in crescendo, hasta llegar al 18 de octubre.

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1 Duarte, K. (2012). “Sociedades adultocéntricas: sus orígenes y reproducción”. Última Década, 36: 99-126

2 Categorización que se establece en el seno de cada grupo en función de la edad.

Fue un grupo de adolescentes quienes reaccionaron a lo que para la mayoría de los ciudadanos se conformaba en un abuso más, que, como muchos otros, terminaba en rabia contenida o en demandas expresadas a través de distintas manifestaciones por parte de grupos y organizaciones ciudadanas, a las que la clase política ha hecho —y continúa haciendo— oídos sordos. Esta alza no afectaba el valor del pasaje de los estudiantes, pero sí traía consigo repercusiones directas en la economía de sus familias, sobretodo en la de aquellos más pobres. Los y las jóvenes nos mostraron, una vez más, el grado de conciencia que poseen respecto a las desigualdades sociales que les afectan, así como su capacidad de organizarse, movilizarse y manifestarse contra el modelo neoliberal que las genera. Esta imágen de juventud consciente y activa, capaz de formar sus propios juicios e imaginarios respecto a la realidad social, se contrapone a la imagen que se ha construído históricamente del ser adolescente, imagen que persiste hasta el día de hoy y a la cual se suma el ser niña y ser niño. Estos se conciben como seres incompletos que atraviesan un proceso de transformación que se construye desde el ansia de obtener un resultado a futuro, y no desde el ser niña, niño, joven en un presente, dado que el objetivo de este proceso de transición es transformarse en adulto. Concebir estas etapas de la vida desde este punto de vista, implica que todo lo que ocurre durante su transcurso tiene como finalidad llegar a la adultez sabiendo ya ser adultos. La construcción de esta transición, por lo tanto, para que sea efectiva, se lleva a cabo desde el adultocentrismo. Según Klaudio Duarte1, este sería un sistema de dominación que delimita accesos y clausuras a ciertos bienes, a partir de una concepción de tareas de desarrollo que a cada clase de edad2 le corresponderían, según la definición de sus posiciones en la estructura social, lo que incide en la calidad de sus despliegues como sujetos y sujetas. Es de dominación, ya que se asientan las capacidades y posibilidades de decisión y control social, económico y político, en quienes desempeñan roles que son definidos como inherentes a la adultez y, en el mismo movimiento, los de quienes desempeñan roles definidos como subordinados: niños, niñas, jóvenes. Lo anterior pone en cuestión qué tan representativa y democrática ha sido, y está siendo, la construcción de los procesos políticos, sociales y culturales en nuestro país, si comprendemos la participación ciudadana como aquella que implica que miembros

de una misma sociedad tomen parte de asuntos públicos, ya sea como individuos que portan sus propios intereses o como representantes de una colectividad. Al invisibilizar a través del adultocentrismo a niños, niñas y jóvenes como sujetos individuales, sociales, culturales y de derecho, los procesos de construcción social se establecen como procesos no participativos y, por ende, no representativos de la sociedad en su conjunto. Esta invisibilización coarta los Derechos fundamentales de niñas, niños y jóvenes, derechos que determinan una nueva perspectiva de la infancia y adolescencia. En la convención de los Derechos de los niños, niñas y adolescentes, ratificada en 1990 por nuestro país, se establece entre estos derechos: Expresarse libremente y el acceso a la información: ● Tener su propia cultura, idioma y religión. ● Pedir y difundir la información necesaria que promueva su bienestar y desarrollo como personas. ● Que sus intereses sean lo primero a tener en cuenta en cada tema que les afecte, tanto en la escuela, como en los hospitales, ante los jueces, diputados, senadores u otras autoridades. ● Expresarse libremente, a ser escuchados y a que su opinión sea tomada en cuenta. Este estallido parte de la necesidad de manifestación de los jóvenes ante esta invisibilización, transformándose en un espacio de expresión de su identidad, construida desde sus propios códigos: “Lo joven se caracteriza por su rebeldía ante los códigos y normas de los adultos. Es decir, construye su propia identidad desde lo joven, no admitiendo que el adulto reterritorialice los espacios por él desterritorializados. Aquí incluso la sobrecodificación emanada en los espacios abiertos, que cierran las brechas de lo joven, queda descodificada y puesta en función de una construcción de la juventud desde ella misma. Es por ello que la rebeldía es definitoria de una juventud en sí misma y no en función de lo adulto, y la sumisión es la edad adulta con rostro de juventud”.3 La estigmatización social de esta rebeldía, se ha utilizado como fundamento para amparar


@Cagliostro Cinema

acciones que han devenido en violaciones a los Derechos Humanos, de las cuales también han sido víctimas niñas, niños y jóvenes. Querer confundir rebeldía con violencia es conveniente para algunos. La violencia puede ser entendida como una forma más de expresión de la rebeldía, pero no es la única. En este estallido los niños, niñas y jóvenes nos han mostrado su capacidad de salir a manifestarse, de construir discursos políticos y estéticos a través de distintas acciones artísticas en el espacio público y en cabildos ciudadanos en los que se ha contemplado su participación. En este sentido, las manifestaciones ciudadanas, el arte y los espacios de diálogo, se transforman en una forma de expresión no sólo de la “rebeldía”, sino que además en una forma de aparecer, de ser visibilizados a través de la expresión y difusión de los imaginarios y lecturas que han construido en relación a esta revuelta social, transformándola en un espacio en el que emergen como sujetos sociales y culturales frente a un Estado adultocentrista que los violenta sistemáticamente a través de leyes, políticas públicas y normas sociales. Estas, de hecho, permiten a los grupos dominantes inhibir las expresiones de las poblaciones jóvenes que manifiestan rechazo, cuestionamientos o alternativas a estas imposiciones. Este estallido social ha sido el estallido de los jóvenes frente a los abusos del Estado

(del cual se nos ha apartado), amparados por la clase política. La labor de estos poderes se ha centrado en impulsar la construcción de una sociedad neoliberal en la que se han coartado derechos económicos, sociales y culturales, “compensando” a la ciudadanía mediante espacios de participación ilusorios: una participación sin incidencia real en las decisiones políticas capaces de modificar las estructuras profundas del sistema, se transforma en una participación sin sustancia que invisibiliza a la ciudadanía como agente de transformación social. Esta falta de representatividad real en la construcción política, económica, social y cultural del país, ha devenido en una precarización de la vida cotidiana de las personas a nivel material y espiritual, impactando en niños, niñas y jóvenes a través de la precarización de su núcleo familiar y de las instituciones que tienen como labor resguardar sus derechos. Si como adultos se nos ha invisibilizado a lo largo de este tiempo, cabe preguntarse qué queda para niños, niñas y adolescentes. En miras a los desafíos que podemos leer como oportunidades de cambio social a partir de esta revuelta, es preciso preguntarse ¿cómo se fue construyendo y profundizando durante estos últimos 30 años la invisibilización generalizada de la ciudadanía por parte del Estado y la clase política? La educación tiene mucho que ver con esto.

3 Taguenca, J. (2009). “El concepto de juventud”. Revista mexicana de sociología, 71(1): 159-190.

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La escuela como espacio de invisibilización

Encuesta realizada por Fundación Instituto de Estudios Laborales (FIEL) y Market Opinion Research International (MORI Chile). En https://radio.uchile. cl/2020/01/25/el-62-por-ciento-de-loschilenos-cree-que-el-estallido-sociales-consecuencia-de-la-crisiseconomica/?fbclid=IwAR2_ QhkHLb5guWBHk6JOgfT2YiMXL5k9Jea93LlZRBISoG86aia1TAM6L0. Fecha consulta 24/01/2020.

La institucionalidad educativa juega un rol fundamental en la formación de niñas, niños y jóvenes, sin olvidar que ha establecido su estructura a partir de un orden determinado históricamente por el adultocentrismo. En este sentido, la escuela se conforma en un agente constructor, legitimador y reproductor de la invisibilización de niñas, niños y jóvenes. A tres meses del estallido social, la demanda de la ciudadanía por una educación de calidad, junto con la demanda de salarios dignos, ocupa el segundo lugar dentro de las demandas sociales más importantes (85%).4 La demanda por una educación de calidad es consecuencia de la sistemática precarización y desvalorización de la escuela pública, en pro de favorecer y promover una educación mercantilizada que asegure la reproducción del modelo neoliberal a nivel macrosocial. En este contexto, la forma que toma la escuela, específicamente la Escuela Pública, es la de un espacio de resistencia. Si consideramos que la función del modelo educativo actual es asegurar la reproducción del modelo neoliberal, y por ende, las desigualdades e injusticias sociales que este conlleva, podemos entender entonces que la educación de calidad demandada hoy en día, es aquella que se establece como antagónica a dicho modelo, y a los “valores” que busca inculcar en pro de asegurar su adecuada implementación. Comprendemos, bajo este contexto, que una educación de calidad es aquella cuya base se sustenta en una educación democrática y de justicia social, desde donde la calidad se pone al servicio de la educación y de los valores democráticos, con el fin último de formar ciudadanos libres y participativos. Una educación de calidad debe, por lo tanto, tener como objetivo la transformación del estudiante en un sujeto/actor, capaz de incidir en su contexto para generar la transformación social que le retroalimentará y fortalecerá como sujeto crítico y libre. Construir una educación de calidad bajo esta mirada, implica identificar y modificar aquellos factores que han promovido la invisibilización de niñas, niños y jóvenes en la escuela. Podemos comprender el espacio de la escuela como un sistema microsocial modelado desde el adultocentrismo, en el que las decisiones que determinan el fondo y forma de funcionamiento de la escuela son tomadas por las autoridades políticas representadas en la figura de los directivos, invisibilizándo no sólo a los y las estudiantes como sujetos sociales, capaces de contribuir en la

construcción de la escuela en cuanto espacio social y cultural: la figura de los docentes también queda en una posición de subordinación. Esto transforma a la escuela en un espacio de contradicciones, dado que se promulga como fin una educación humanista democrática, de excelencia y abierta al mundo, que debe llevarse a cabo en un espacio instrumentalizado de acuerdo a los fines del modelo neoliberal. No se puede enseñar el ejercicio de una ciudadanía democrática desde prácticas autoritarias, como no se puede fomentar la igualdad o la justicia desde prácticas injustas o desiguales. Si bien existen iniciativas que proponen una mayor participación por parte de las y los estudiantes en el espacio de la escuela, estas se encuentran basadas principalmente en políticas y formas de pensamiento arraigadas en un modelo adultocéntrico que, como forma de producción social, tendería incluso a naturalizarse en los discursos de los niños y de las niñas. Esto trae como consecuencia la formación de personas que en su adultez tenderán a reproducir y/o asimilar sistemas de relación basados en la asimetría y el autoritarismo. Como se señaló anteriormente, los estudiantes no son los únicos invisibilizados en el contexto educativo. Los espacios de participación e incidencia del docente en la escuela también se ven coartados por la estructura del sistema educativo actual. Una componente central que contribuye a la invisibilización de la figura del docente y que, por lo tanto, entorpece su rol en cuanto agente formador para la transformación social, son los sistemas estandarizados de medición de la calidad de la educación (SIMCE, Evaluación Docente). Estos sistemas responden a una racionalidad política neoliberal, que se basa principalmente en la homogeneización cultural de los distintos sistemas educativos, a partir de la imposición de niveles de logro en ciertas áreas del conocimiento que son priorizadas, funcionando como mecanismos de control sobre el ejercicio docente. Esto ha traído como consecuencia la desprofesionalización de la labor del profesor: la docencia comienza a concebirse como un oficio técnico que aplica políticas diseñadas por expertos externos a la escuela. Si lo que se busca son cambios que apunten a una transformación social, es preciso erradicar el rol docente perfomativo, despolitizado, pragmático y vacío. En un enfoque educativo cuyo fin es la transformación social, el rol del docente es político en cuanto a que los procesos de aprendizaje que desarrolla tienen por


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objetivo una transformación del estudiante como sujeto crítico, a través de posibilitar y desarrollar su capacidad de incidir en la transformación social mediante sus acciones. Bajo esta mirada, el docente es un actor político y una figura de resistencia que requiere transformar el territorio de la escuela y su contexto en un espacio de indagación, confiriéndose a sí mismo el rol de investigador. No se puede transformar en profundidad lo que no se conoce, entendiendo por conocer un proceso complejo en el que logramos identificar, decodificar, deconstruir, resignificar los elementos que conforman un fenómeno u objeto de estudio, en miras a que devenga en un objeto posible de ser transformado. Esto implica que el ejercicio docente se transforme en un constante proceso de investigación y de construcción de conocimiento; sin embargo, es precisamente en este punto donde radica la invisibilización del docente. Se le ha deslegitimado como agente político y social capaz de delinear su actuar desde la reflexión en torno a la complejidad del contexto contemporáneo, y del impacto que tienen sus propias prácticas profesionales en la construcción social. Ha sido invisibilizado y negado al igual que sus estudiantes, con un fin secundario que es la de control y dominación. Asumir la transformación social como fin de la educación, es asumir al docente como agente de resistencia que podría

transformar al estudiante en agente de cambio, y a la escuela en un espacio de resistencia a la invisibilización de niñas, niños y jóvenes, abriendo las posibilidades de generar procesos sociales más participativos y democráticos. Sin embargo, esta visión será una utopía mientras no se modifiquen las estructuras que sostienen el modelo neoliberal, cuyas directrices ideológicas determinan nuestro sistema educativo actual.

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Fotografía: “Pegatina y Pisatón en Asamblea Cultural Quilpué - Sector Los Pinos”. Fotografía: Nelson Rodríguez. Fotógrafo Asamblea Cultural Quilpué.

RESPUESTA AL ESTALLIDO SOCIAL. LA ACTIVACIÓN DE POLÍTICAS CULTURALES DE BASE COMUNITARIA EN LA COMUNA DE QUILPUÉ, REGIÓN DE VALPARAÍSO PAULINA CRUCHETT PASTRANA Administradora en Turismo y Cultura e Ingeniera Comercial de la Universidad de Valparaíso. Posgrado Internacional en Políticas Culturales de Base Comunitaria FLACSO. Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile (Generación 2017).


Desde el estallido social acontecido en Chile durante el mes de octubre del presente año, nace la oportunidad, por parte de los ciudadanos, de cuestionar y reflexionar sobre las políticas públicas. Como han señalado Stange y otros: “lo que comenzó como una protesta estudiantil por el alza del pasaje del metro se transformó en el catalizador del malestar social latente por una serie de elementos estructurales que deprimen y norman la vida social”.1 Estas manifestaciones proliferaron de manera sectorial y promovieron mecanismos de resistencia articulados en forma autónoma y mediante espacios de diálogo en los cuales no estuvo ajeno el quehacer de las culturas y las artes en la sociedad. La incertidumbre puede actuar como una amenaza ante estos contextos, pero también puede ser un pretexto para actuar y movilizar a los diferentes actores a formular nuevas propuestas.

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En ese escenario se realizó el primer Cabildo Cultural de Quilpué, comuna de Quilpué, región de Valparaíso, para el cual se logró congregar al menos a 30 personas, incluyendo artistas, trabajadoras y trabajadores del arte, gestores y gestoras culturales, animadores y animadoras culturales, como también a público general. En dicho espacio, que mutó prontamente en una Asamblea Cultural, se estableció la importancia de generar un cambio en las políticas culturales en la comuna, con carácter participativo y que fomente la vinculación territorial de sus habitantes, considerando al desarrollo de las culturas como un derecho humano.

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Stange, H., Faure, A., Lagos, C., Salinas, C., Jara, R., & Lagos, A. (2019). RABIA: Miedos, abusos y desórdenes en el oasis chileno. Santiago.

2 Bourdieu, P. (2003). Campo de poder, Campo Intelectual. Buenos Aires: Editorial Quadrata.

Carpio, P. (2019). “Redes socioculturales y cultura participativa”. Posgrado Internacional en Políticas Culturales de Base Comunitaria, FLACSO Argentina. Disponible en flacso.org.ar/flacso-virtual

El territorio corresponde al espacio en el cual las culturas generan los puntos de encuentro. Es ahí donde se desarrollan las nuevas formas de ver lo público y comenzamos a ser ciudadanos y ciudadanas, vecinos y vecinas, amigos y amigas. Es en el territorio donde se comienza a interactuar, donde se diversifican los saberes, los conocimientos y las prácticas. Es, además, donde se comienza a crear la cohesión social, aquella que incluso va más allá del diálogo que entregan las culturas, el arte y la creatividad, si no que del cómo vivimos e incidimos en la política. Las culturas —gracias al arte— llegan a ser un agente político, que carga también con un valor simbólico para los espectadores, dado a que la sociedad busca reforzar los dominios de la cultura.2 Es por este motivo que se deben generar mecanismos de activación cultural y de intervenciones artísticas, que promuevan el diálogo y la reflexión en los ciudadanos ante la crisis política y social. Hoy se comienzan a levantar los territorios, pero no sólo desde los centros, si no desde los espacios más fragmentados, desde los espacios más vulnerados. Desde los lugares con aquellas grietas que deben ser llenadas y que, gracias al rol de las culturas, se puede llenar con color, pintura, voz, relato, danza, música y sobre todo diálogo. Es desde ahí, desde el territorio, donde se debe levantar y potenciar el desarrollo creativo de nuestra sociedad. “El trabajo cultural asociativo, colaborativo y en red responde a la necesidad de revertir situaciones de opresión y/o exclusión desde el reconocimiento de identidades y propósitos compartidos. Implica visualizar colectivamente un horizonte común, pero no desde la homogeneidad ni la verticalidad, sino desde el reconocimiento de la diversidad y de lo particular, desde la complementariedad que nos permite la diferencia”.3 Desde el primer encuentro realizado en Quilpué, se han desarrollado Asambleas Territoriales Culturales con frecuencia semanal. Se ha abierto el espacio para la conexión entre los vecinos y vecinas, instaurando una travesía por medio de la comuna, con el fin de promover el diálogo, desahogo y cohesión entre la comunidad. Comenzando de esta manera, la realización de una gestión cultural comunitaria, que aborda escenarios de política pública, pero desde y para la ciudadanía, en este caso en particular, para la cultura que queremos.

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MIRADAS Y PERSPECTIVAS

DIME DÓNDE MARCHAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES CAROLINA ADAROS ROMÁN

Socióloga. Egresada Magíster en Gestión Cultural, Facultad de Artes, Universidad de Chile (Generación 2017).

Envidio a quienes pueden manifestarse en Ñuñoa, Providencia, Las Condes, Santiago Centro. Veo por televisión y por redes sociales las grandes convocatorias que se han realizado en estas comunas a pesar de la presencia policial y militar en las calles. Veo que no tienen miedo, que están felices, que comparten, que bailan. Veo creativos carteles, colores, gente de distintas edades. Quisiera estar allí o que ellos estuvieran aquí. Veo por mi ventana, salgo al barrio, nos reprimen de inmediato. Veo destrucción, supermercados saqueados, veo calles llenas de basura, parece ser un “perfecto” escenario de fin de mundo dirigido por alguien. Veo gente a la espera de poder entrar a uno de esos supermercados para sacar lo

que sea que allí quede, fumando pitos y tomando cervezas (la imagen coincide con lo que había visto que sucedía en otras comunas, pero era otra gente, otro pito, otra cerveza; eran otros los diálogos, otro escenario). Pienso ¿cómo poder pedirle que se una a esta lucha a un territorio desgastado, olvidado y ocupado en mantenerse si quiera vivo en la violencia (las violencias) que deja este escenario de desigualdad social? Pienso en el desafío por delante. Es necesario un cambio estructural, que debe partir desde “las entrañas de nuestras ciudades”. Existen territorios que tienen un gran camino avanzado, que nos llevan una delantera abismante, pero no se olviden de aquellos que han quedado atrás durante años.


Vuelvo a la televisión, vuelvo a las redes sociales y me es inevitable pensar en una investigación, que realicé el primer año de universidad “Carretes en el Galpón Víctor Jara y en el Centro Cultural Amanda ¿son estos espacios y las formas de entretención que en ellos se desarrollan expresión de un habitus determinado?”1 Me enfrento a la misma interrogante, pero con distinto contexto “Sector norte y Sector oriente de Santiago ¿son las formas de manifestación-expresión de un habitus determinado?” Vinculo el escenario actual con esta investigación, ya que muchas de las manifestaciones que se han realizado evocan un espíritu similar al que se da en los carretes. El habitus, lo define Bourdieu, como un principio unificador y generador de prácticas, que es socialmente estructurado y el cual se conforma a lo largo de la historia de cada sujeto y supone la interiorización de la estructura social. En sus palabras: “unas condiciones de existencias diferentes producen unos habitus diferentes… las prácticas que engendran los distintos habitus se presentan como unas configuraciones sistemáticas de propiedades que expresan las diferencias objetivamente inscritas en las condiciones de existencia bajo la forma de sistemas de variaciones diferenciales que, percibidas por unos agentes dotados de los necesarios esquemas de percepción y apreciación para descubrir, interpretar y evaluar en las características pertinentes, funcionan como unos estilos de vida”2. La respuesta para la diferencia entre lo que veo en televisión y lo que veo fuera de mi casa aquí está. Contamos con distinto habitus y una de las expresiones de aquello son nuestras diferentes formas de manifestarnos dentro de este contexto, tal como en el carrete chorizo del Galpón o el mambo electrizante

del Amanda. Nuestras formas de expresión cambian según nuestras trayectorias y contextos, existen puntos de encuentro como en las grandes manifestaciones en Plaza Dignidad, pero aquí se observa también en el uso del espacio estas diferencias. De igual forma, mientras unos vuelven a sus hogares tranquilos en sus vehículos o bicicletas, felices con muchas imágenes icónicas que subir a sus redes sociales, otros vuelven a sus barrios con la misma inseguridad de siempre, a pie, porque ya no hay locomoción, en grupos, cuidándonos unos a los otros. Ni siquiera sabemos si algunos podrán regresar a sus casas.

1 Ver documental “Carrete de Verano (1984)” https://www.youtube.com/ watch?v=Euocs-nDmRU

2 Bourdieu, P. (2006). La Distinción: Criterios y bases sociales del gusto. Madrid: Taurus.

Ñuñoa, Providencia, Las Condes, Vitacura, Santiago: qué bacanes son sus “carnavales culturales” con tremendas convocatorias. Me encantaría estar allá, bailando, cantando, tocando mi olla, tomándome una chela, fumándome un pito, ignorando a los carabineros y subiendo historias al insta. Pero hay una realidad que es la otra: es una donde los carabineros poco se demoran en intervenir los intentos de manifestaciones pacíficas y culturales, donde tomarse una chelita y fumarse un pito en el pasto no es opción porque es mejor resguardar la casa de los delincuentes (y en realidad porque tampoco tenemos esos pastos, como tampoco ahora tenemos al Galpón, que fue clausurado el año 2013).

Información Fotografía: Mural anónimo realizado al costado de la calle Américo Vespucio intersección Independencia, comuna de Conchalí.

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REDEFINIENDO LO COMÚN A TRAVÉS DE UNA NUEVA CULTURA DEL RECONOCIMIENTO 1

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LUIS CAMPOS , MARÍA INÉS SILVA Sociólogo, Universidad de Chile, 2003. Máster en Ciencias Sociales, EHESS París, 2006. Doctor en Sociología, EHESS París, 2011. Profesor del Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile.

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Periodista de la Universidad Católica de Chile, Master en “Patrimoine, Culture et Développement” por la Universidad Paris 3 Sorbonne Nouvelle, y candidata a Doctora en “Sociologie de la Culture por la Universidad Pierre-Mendes France. Profesora del Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile.

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Lo que hemos vivido en los últimos meses en Chile, a contar del 18 de octubre, no es sólo un “estallido social”, como ha sido enunciado de forma recurrente. Ha sido también una movilización ciudadana sistemática que busca generar una transformación cultural en un sentido profundo. Son muchas las demandas y aspiraciones sociales planteadas en estos meses, respecto de las cuales la mayoría de las y los chilenos tienen conciencia de la adecuación y la urgencia. El listado es largo y no es necesario repetirlo aquí. Lo que sí nos interesa destacar es que, de la mano de ese extenso listado de exigencias para alcanzar un nivel de vida medianamente aceptable, medianamente digno, aparecen voces organizadas

que relevan la necesidad de hacer un cambio en nuestra vida en común. Una transformación que modifique la manera en que nos articulamos como colectivo, como sociedad. Una transformación que modifique los cimientos culturales de nuestra convivencia. Esa transformación se ha vuelto visible a través de innumerables escritos en las calles. Porque, como se ha dicho insistentemente, “la calle habló”. La callé habló, leyó y escribió, y entre esas escrituras insurrectas es posible encontrar desde el fundamental “No + abusos”, hasta el declarativo “Chile despertó” y el estridente “Asamblea constituyente!”. Pero esa transformación también se ha vuelto audible en la conversación desplegada por miles de personas en innumerables

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cabildos ciudadanos. Muchos de ellos auto-convocados. Muchos de ellos bastante rudimentarios. Todos con una motivación profunda: hacer de Chile un mejor país para vivir, recomponiendo el tejido social, nuestra vida en común. Las conversaciones de esos cabildos, detonadas muchas veces a través de la pregunta por “¿cómo llegamos a esta situación?”, se han instalado inicialmente en una reflexión acerca de quiénes somos, cómo vivimos y cuáles son las maneras en las que cada uno contribuye al bienestar colectivo. Vale decir, una reflexión fuertemente identitaria que nos ha obligado a pensar en quiénes somos y en lo que nos hemos convertido. Pero también en quiénes son los otros y de qué forma nos hemos vinculado con ellos.

reconocimiento. En efecto, la reflexión de los cabildos ha indicado que hay muchos grupos que no tienen existencia pública, a los que se ha invisibilizado de manera sistemática y cuyas existencias no gozan de la misma legitimidad que otras. La conversación, entonces, ha constatado que, junto con la urgencia de nuevas garantías sociales (AFP, educación, salud, salario mínimo, etc.), es necesario estipular una nueva forma de trato, una que garantice igualdad de derechos, que nos reconozca a todos como sujetos de igual valía y que no condicione las prestaciones sociales que se está exigiendo a nuestra adaptación a formas de hacer y de aparecer estandarizadas, o a nuestro disciplinado acatamiento de la norma. No. El reconocimiento buscado es uno que acepta la diferencia, que cuida la singularidad, que respeta la disidencia.

Esta última es una clara indicación acerca de la relevancia que adquiere en nuestros días el

Es un reconocimiento que favorece una nueva delimitación sensible de la comunidad,


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puesto que rompe con las jerarquías de visibilidad existentes, esas que ordenan a mujeres y hombres; que relegan a los pueblos originarios; que ocultan a las disidencias sexuales; que siguen despojando a los más pobres de sus territorios. Pero, junto con intervenir sobre esas visibilidades, apunta a re-distribuir las capacidades de acción y decisión, porque no sólo busca que la élite pueda ver a dichos colectivos, sino que aspira a que éstos tengan verdadero poder para incidir en la vida en común, equilibrando el poder sin contrapeso que esa élite ha tenido por años… Participar en la producción de la con-vivencia. Esta nueva forma de reconocimiento requiere de una nueva forma de componer sujetos y de articular colectivos. Tal como hemos sugerido: una forma mejor sintonizada con los aspectos sensibles, inspirada en una ética del cuidado, que otorgue valor

al encuentro con la alteridad. Pero, también, una que insista en la simetría. En este punto los cabildos han reiterado lo fundamental que es la horizontalidad de la conversación y se han articulado desde abajo. De esta forma, con su operar más básico han disputado las jerarquías habituales, los modos organizativos inspirados en la eficiencia, reiterando la necesidad de terminar con la condescendencia y el miserabilismo. Reafirmando que todos tenemos las habilidades para actuar y las competencias para decidir; que todos tenemos igual derecho a participar de la vida en común y beneficiarnos de ella.

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LA GESTIÓN CULTURAL COMO UNA FORMA DE PENSAR Y ACTUAR POLÍTICAMENTE1 JUAN MARCOS GACITÚA DE LA HOZ2, JUAN SALGADO CASTRO 3

Licenciado en Ciencias Políticas y Gubernamentales. Diplomado en Mediación Cultural y Desarrollo de Públicos y estudiante del programa de Magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Chile (Generación 2018).

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Gestor Cultural, Licenciado en Artes Musicales. Productor Musical y estudiante del programa de Magíster en Gestión Cultural de la Universidad de Chile. Generación 2018.

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“La contemporaneidad es, entonces, una singular relación con el propio tiempo, que adhiere a él y, a la vez, toma distancia” Giorgio Agamben

A partir de las jornadas de protestas iniciadas el 18 de octubre, fueron surgiendo, en diversos ámbitos, formas de trabajo colectivo. Pareciera que se ha redescubierto la necesidad de la comunidad y la colectividad en cada espacio de caceroleo, asamblea, cabildo, olla común, intervención artística, o jornada de resistencia que se ha generado en los últimos 60 días.

1 Texto escrito en el contexto del Núcleo de Gestión Cultural (NGC). El NGC nace durante el año 2018, de la mano de siete estudiantes del Magíster en Gestión Cultural de la U.

Es así que pensar y escribir de forma comunitaria, en el actual contexto, se vuelve una necesidad: permite fortalecer redes, revalorizar el diálogo y enfrentar las disputas por los sentidos de las palabras, los discursos y las prácticas. Puesto que justamente uno de los cuestionamientos que se ha evidenciado es la brutalidad del individualismo en la exaltación de un ego, que ha sido fortalecida por nuestro modelo socioeconómico, y se ha dejado ver en algunas pancartas de la revuelta actual indicando el “Nunca más solos”. Esta individualidad fue superpuesta, junto a sus experiencias, emociones y aspiraciones al colectivo, a la comunidad, que es una de las formas esenciales de relacionarnos con nuestros pares, y que finalmente, nos permite la configuración de nuestras identidades. Uno de los debates que proponemos debe realizarse colectivamente y se refiere a cuestionar la forma cómo, desde el imaginario del modelo neoliberal, se ha asumido y definido la cultura.

de Chile, con un enfoque multidisciplinario, integrando miradas desde las artes, ciencias sociales, historia y gestión cultural, que se origina como un espacio para el debate, reflexiones y actividades orientadas desde el pensamiento crítico y privilegiando enfoques latinoamericanos, buscando siempre reflexividad en torno a la gestión cultural.

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Como sugiere Edward Said:

Said, E. (2009). “Cultura, identidad e historia”. En Schröeder, G., Breuninger, H. Teoría de la cultura. Un mapa de la cuestión. Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A. Pág. 52

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Al respecto, el 5 de noviembre de 2019, Radio Cooperativa destacó que el Presidente Piñera, al ser consultado sobre alguna autocrítica que pudiese hacer como Gobierno respecto al estallido social [sic], señaló lo siguiente: “muchas

La cultura es siempre histórica, y siempre está anclada en un lugar, un tiempo y una sociedad determinados. La cultura siempre implica la concurrencia de diferentes definiciones, estilos, cosmovisiones e intereses en pugna. Además, las culturas pueden volverse oficiales y ortodoxas —como en los dogmas de sacerdotes, burócratas y autoridades seculares— o pueden tender hacia lo heterodoxo, lo no oficial y lo libertario.4

autocríticas y las estamos haciendo. Por de pronto, nadie predijo o tuvo la sensibilidad para darse cuenta de esto. No escuchamos con suficiente atención, no entendimos con suficiente claridad el mensaje. Y esta no es una crítica solamente al gobierno, esto se viene acumulando hace décadas”. Rescatado el 20 de diciembre de 2019 de: https://www.cooperativa.cl/noticias/pais/ manifestaciones/pinera-estamos-dispuestosa-conversarlo-todo-incluyendo-unareforma-a/2019-11-05/032716.html

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Es bueno acotar que no estamos indicando que la economía per se sea la generadora de desigualdades, puesto que entendemos que es solo una herramienta -al igual que una constitución-, a través de las cuales las comunidades y colectivos se ponen de acuerdo para organizar sus propios recursos. Por lo que la crítica apunta a cuando estas herramientas comienzan a ser utilizadas por unos pocos en perjuicio del resto de las personas. Y esta a su vez, se transforma en el principal ente regulador de todas las redes operativas de la sociedad,

En este sentido, frases tales como “nadie predijo esta crisis”5, emitidas por las autoridades gubernamentales de nuestro país, dan cuenta de cierta desconexión, consciente o no, entre la hegemonía y los subalternos, si se quiere mirar desde una óptica y léxico post-colonial. Parecer ser, en efecto, que existe una especie de abismo entre esta especie de oligarquía dominante, amparada por un discurso neoliberal cuyo súmmun es el individuo, con una visible dificultad de comprender tanto las problemáticas, como procesos sociales y culturales de los grupos subalternos de la sociedad afectados por las consecuencias de aquel mismo sistema, por ejemplo, estudiantes secundarios, movimiento feminista, pueblos originarios, pensionados, habitantes de las zonas de sacrificio, entre una extensa lista. Como bien dice Said, estos procesos están anclados a lugares y tiempos. A su vez, estos encierran saberes, frustraciones, alegrías, ritos, entre otros, los cuales pasan —a pesar de las balas— de generación en generación, incluso como un proceso inconsciente.

como sucede en nuestro actual modelo.

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Vich, V. (2014). Desculturizar la cultura: La gestión cultural como forma de acción política. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. Pág. 52

A este ya complejo panorama de redes y capas profundas de operatividad del ser humano, debemos sumar el factor económico, el cual conduce a formas de organización y administración de los bienes finitos que poseen las distintas comunidades. Y es en

este punto, a partir del cual se comienzan a observar fenómenos como las desigualdades.6 Para Víctor Vich, las y los gestores culturales deben centrar su mirada en entender los distintos procesos y entramados. En sus palabras: “la opción intercultural debe encontrarse sustancialmente imbricada con la problemática de la desigualdad social y, por lo mismo, debe centrarse en el cuestionamiento de la distribución de los recursos existentes y el acceso a los bienes en la sociedad en que vivimos”.7 Dicho entrelazamiento entre las distintas capas, o imbricación a la que apunta el autor, ayudan a una lectura pertinente de un determinado contexto, como un mínimo imperativo que se le debe exigir a la gestión cultural y a quienes se hacen parte de ella. El autor refuerza su idea indicando que “si ya sabemos que en América Latina el trabajo suele estar racializado, entonces la economía y la cultura nunca pueden pensarse por separado. La cultura, [...] nunca es una categoría autónoma e independiente”.8 En ese sentido, esta herramienta, a su saber la economía, a la que se le permitió ser rectora y guía de una sociedad, en que su premisa del caeteris paribus considera que todas las variables deben ser atendidas de forma distintas, autónomas y constantes —como si fueran un mero dato—, ciertamente generaría en algún momento un estallido, que para las autoridades, iba a pasar como si fuese una “invasión alienígena” o la invasión de las huestes de la internacional. En base a lo anterior, tomando en consideración el acontecer actual y pensando en torno a los desafíos que traerá para la gestión cultural la construcción de un Chile más justo y digno, es que resulta de importancia que la gestión cultural no solo se quede en la dimensión de gestión o “lo gestionable”, en palabras de José Luis Mariscal.9 Es decir, lo relacionado con la


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aplicación de herramientas útiles como la planificación, contabilidad, la producción o formulación de proyectos, sino que sumado a ello, debe hacer hincapié en lo relativo a la producción de conocimiento desde una perspectiva crítica, aprovechando, entre otras cosas, la coyuntura de una cada vez mayor difuminación de las fronteras de las disciplinas tradicionales en el ámbito de las humanidades y ciencias sociales, como es el caso de la antropología, la sociología o la historia. Autores como Carlos Yáñez ya han dado luces respecto a cómo esta praxis debe ser “reflexiva y sensible”.10 Ya que “la problematicidad que debe asumir el gestor cultural en su actuar práctico debe mantenerse abierta”.11 Para así, al momento de imbuirse en un fenómeno u objeto en el cual se pretende intervenir, éste sea abierto en su “multi-dimensionalidad”. Lo cual, de una u otra forma, se encontrará con la necesidad inevitablemente de pensar la política, lo político y el poder. La distinción entre los dos primeros conceptos los entenderemos bajo la descripción de Chantal Mouffe, la que se refiere de la siguiente forma a estos: La política se refiere al nivel ‘óntico’, mientras que lo político tiene que ver con el nivel ‘ontológico’. Esto significa que lo óntico tiene que ver con la multitud de prácticas de la política convencional, mientras que lo ontológico tiene que ver con el modo mismo en que se instituye la sociedad.12 Quien logre, finalmente, descifrar e incidir en los distintos ámbitos de la política y lo político, logrará ejercer el poder. Eagleton, en una lectura que realiza a Edmund Burke, indica que: “Las naciones no están gobernadas principalmente por las leyes; y menos la violencia. [...] Son las maneras, o la cultura, como lo llamaríamos hoy, lo que constituye la matriz de todo poder,

compromiso, autoridad y legalidad. La cultura es el sedimento en el que el poder se asienta y arraiga”.13 Actuar y pensar la gestión cultural desde la y lo político no es solo una de las opciones o rutas a seguir, antes bien, es la distancia necesaria para observar lo contemporáneo, es el ethos mismo del campo, y los distintos lenguajes simbólicos y académicos son las herramientas para sus fines. Ya que las disputas por el lenguaje, las costumbres, los ritos, la moral, etc., que estructuran una sociedad, son las luchas por esas hegemonías, y así, en los tiempos que vivimos “la cultura no solo es un instrumento de poder. Tambíen puede ser una forma de resistencia”.14 En ese sentido, atender el llamado a la creación de un campo propio “es dar un reconocimiento a una formación que se reconozca en un saber que surge de disposiciones reflexivas, cuya función es ofrecer la base necesaria para formular problemas y facilitar interpretaciones de la experiencia sin terminar en el campo reducido de los discursos reguladores de la acción. Su tarea es volver líquida toda cristalización simbólica, interrogando las creencias y los postulados, problematizando los hábitos cognitivos, poniendo en discusión todo lo que es aceptado”.15 Es por ello que, para el caso de Chile, resulta una obligación tanto para la academia, como para quienes somos gestoras y gestores culturales, hacernos cargo de esta coyuntura que nos exige tomar postura en cómo pensar y actuar respecto a las transformaciones que el país y su gente necesitan.

9 Ídem.

9 Mariscal Orozco, J. L. (2019). “La caja de herramientas del gestor cultural”. En Yáñez, C., Mariscal Orozco, J. L., Rucker, Ú. (Eds.). Métodos y herramientas en Gestión Cultural. Investigaciones y experiencias en América Latina. Colombia: Editorial Universidad Nacional de Colombia.

10 Yáñez, C. (2018). “La gestión cultural en América Latina: entre distorsiones y potencialidades”. En Yáñez, C. (Ed.). Praxis de la gestión cultural. Colombia: Universidad Nacional de Colombia.

11 Ídem. Pág. 38

12 Mouffe, C. (2011). En torno a lo político. Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A. Pág.15-16

13 Eagleton, T. (2017). Cultura. Madrid: Taurus. Pág. 79

14 Ídem. Pág. 69

15 Yáñez, C. (2018). “La gestión cultural en América Latina: entre distorsiones y potencialidades”…Pág. 43

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MIRADAS Y PERSPECTIVAS

ESTALLIDO SOCIOCULTURAL DE CHILE: ENTRE CAUSAS Y EFECTOS / PLACAS TECTÓNICAS EN MOVIMIENTO GABRIEL MATTHEY CORREA

Compositor e ingeniero civil, profesor de cultura chilena y magíster en gestión cultural, Universidad de Chile. Actualmente es coordinador y académico del mismo magíster


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El 18 de octubre de 2019 en Santiago de Chile, en forma brusca y sorprendente, se desencadenó una movilización social que, como una violenta emboscada y onda expansiva, en pocos días se propagó e involucró a todo el país. Los medios de comunicación la denominaron “estallido social”; no obstante, en realidad fue un estallido “sociocultural”, unido a una profunda crisis política e institucional, cuyas causas primeras son estructurales: culturales e históricas. Sí, estas dos dimensiones son fundamentales de considerar, pues son la base para poder comprender el problema de fondo y, con ello, encontrar soluciones también de fondo. Por ahora solo se ha tratado de atender la coyuntura, intentando diseñar una agenda social justa; sin embargo, se ha respondido más a los efectos que a las causas. Gran parte del análisis se ha hecho sesgadamente, en “clave economicista”, con escasa conciencia histórica y social —menos cultural—, toda vez que nuestra cultura actual está impregnada del neoliberalismo y, por lo tanto, nos cuesta pensar y proceder de otro modo, considerando las múltiples dimensiones y complejidades que conlleva la vida humana. Asimismo, las propuestas han sido inmediatistas, reactivas, a modo de emergencia a corto plazo. Todavía falta entrar en mayores profundidades y perspectivas, de tal manera de poder encontrar caminos de solución reales y perdurables, de largo plazo.

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En cuanto a sorpresas, el fenómeno se puede asociar con nuestra realidad sísmica, apelando a un “terremoto sociocultural”. Bien sabemos que en Chile cada cierto tiempo ocurren eventos telúricos, debido a la acumulación y liberación de energía geológica, producto de la dinámica de las placas tectónicas que coexisten bajo nuestra superficie terrestre. El proceso es silencioso, profundo, y tarde o temprano nos vuelve a sorprender.

Metafóricamente, bajo nuestra superficie social ocurre algo equivalente, pues también coexisten capas —unas más profundas que otras— que tienen su propia tectónica, cuya dinámica se debe a nuestras características geohumanas: antropológicas, sociológicas, políticas y económicas. En efecto, cuando la energía sociocultural no encuentra canales de evacuación se acumula y, en el momento menos pensado, se descarga y genera grandes estallidos. Así las cosas, la dinámica de la vida chilena depende de cómo conviven e interactúan —o no— las placas tectónicas que conforman a nuestra sociedad y culturas, especialmente si se considera que en Chile no existe movilidad social (tal como fue en la colonia).

Por ahora, si bien hay un consenso en que la actual crisis se debe a un fenómeno político-económico incubado en los últimos 30 años —debido a la aplicación forzada de un fallido modelo neoliberal en complicidad con la Constitución de 1980—, las causas reales son de suyo profundas, dentro de una perspectiva cultural e histórica que, sin duda, se encuentran bastante más lejos que los últimos 30 años e, incluso, que la dictadura cívico-militar de 19731990. Los conflictos y tensiones ya estaban latentes durante el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular (1970 – 1973); ya estaban latentes en la Reforma Agraria del gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964 – 1970); ya estaban latentes y postergados desde mucho antes, sin ser asumidos ni resueltos a nivel estructural, desde la base, porque en Chile estamos acostumbrados a barrer el polvo bajo la alfombra: preferimos encubrir y/o desvirtuar los problemas antes que enfrentarlos y solucionarlos de raíz.

No obstante, para no seguir autoengañándonos ni quedarnos atrapados en los últimos 30 años, o en la dictadura, si se quiere explorar en causas más profundas y determinantes, entonces es necesario ir directo a la fuente, siglos atrás, cuando la colonia estructuró a Chile según los intereses hegemónicos. Así, en el cuadro siguiente se hace referencia, en modo metafórico, al “material genético” de la cultura chilena, matriz cultural que da cuenta de las bases constitutivas de nuestro país, que ayudan a interpretar y a comprender mejor gran parte de la biografía chilena, desde los orígenes coloniales hasta nuestros días:


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MATRIZ CULTURAL DE CHILE* Material genético, a partir de nuestros sustratos coloniales 1. Genes principales de nuestra matriz (“ADN” o material genético, base constitutiva de la cultura chilena tradicional) 1.1 Genes de la vida hegemónica-comercial Base Generatriz

Material “Genético”

a) Las guerras

“gen guerrero”

b) El colonialismo

“gen colonial”

c) El autoritarismo

“gen autoritario”

d) El comercio

“gen comercial” 1.2 Genes de la vida sociocultural

Base Generatriz

Material “Genético”

e) La religión católica

“gen católico”

f) La familia

“gen familiar”

g) El racismo y clasismo

“gen discriminatorio”

h) La mezcla forzada (violaciones)

“gen machista”

2. Ejes principales (sustratos) de la cultura chilena tradicional, derivados de los genes constitutivos, hoy en crisis y/o en proceso de cambios 2.1 Ejes conductores de nuestra cultura tradicional explícita a) La política b) El comercio c) La familia d) El catolicismo 2.2 Ejes conductores de nuestra cultura tradicional implícita e) El autoritarismo f) El (neo)colonialismo g) El militarismo h) La discriminación y las apariencias (en diferentes ámbitos) i) El machismo manifiesto y el matriarcado oculto j) El doble origen y dualismo cultural no asumido (el mestizaje como base) Elaboración propia, según investigación realizada durante el período 1987 – 1997

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En el cuadro anterior se presenta una síntesis de nuestra cultura basal, constitutiva, que ya tiene una larga historia, sin haber experimentado cambios estructurales, a pesar de los siglos. A partir de esta matriz (causas) se pueden explicar muchos de los problemas (efectos) vividos hasta el presente, incluyendo el golpe cívico-militar de 1973 y su consecuente dictadura, seguido de los 30 años de una frustrada transición hacia la democracia y, recientemente, agregando el “golpe sociocultural” de 2019, con su consecuente movilización, acaso como un efecto búmeran de la propia dictadura. Con todo, claramente Chile se resiste a los cambios de fondo; nuestros cambios son solo superficiales, aparentes. De hecho, sin desconocer los avances materiales, durante décadas hemos (sobre)vivido enajenados, alucinados por el consumismo, el exitismo y el “país de las cosas”; sin embargo, humana y socialmente seguimos siendo subdesarrollados, literalmente mal educados, incapaces de reflexionar, tener un sentido crítico, dialogar y convivir pacíficamente: no sabemos usar la razón, menos las emociones. Una y otra vez recurrimos a la fuerza, tal cual lo proclama el lema de nuestro escudo nacional, que aquí corresponde escribir: “Por (la razón o) la fuerza”.

Observando el cuadro anterior según una perspectiva actual, llama la atención el punto 2.1, en donde tres ejes se encuentran en plena crisis: la política, la familia y el catolicismo. Solo ha permanecido y se ha fortalecido el comercio, eje fundamental para la sobrevivencia humana; sin embargo, en los últimos 30 años fue reforzado —

exageradamente— por la imposición de un modelo neoliberal que el país no eligió. Esto, de suyo fue un acto de gran violencia histórica, política y sociocultural, toda vez que dio lugar a una vida sometida, desequilibrada y deshumanizante, centrada en el mercado —“mercocéntrica”—. Entonces las personas se redujeron a meros entes productores-consumidores, inmersos dentro de una “cultura del solo tener y el consumir”. Con ello se generó una sociedad fragmentada y tensionada, de consumidores individualistas e inmediatistas, víctima de la ausencia de valores; víctima de la soledad y la carencia de afecto; de la falta de respeto al propio ser humano —a uno/a mismo/a— y al medio ambiente. Se generó una sociedad de gran pobreza espiritual y auto-abandono existencial, sin sensibilidad y dignidad; sin contenidos ni sentido humano para vivir. En este contexto, René Descartes probablemente habría dicho: “Produzco, consumo, luego existo”.

En el cuadro anterior también llama la atención observar que los 6 ejes del punto 2.2, hoy están totalmente vigentes, a pesar del paso de los siglos. Chile no cambia. Nuestra sociedad es heredera y parte de una “cultura tradicional” reaccionaria, encubierta, que ha operado y perdurado subterráneamente a nivel del inconsciente colectivo. Es la cultura basal que se impuso e instaló desde la colonia, la cual opera y se mantiene en forma oculta, invisibilizada, sin análisis ni cuestionamientos; solo se acata. Se trata del fundamentalismo de la oligarquía chilena que se resiste a los cambios culturales, pues allí están los 6 ejes —o sustratos—


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que le han permitido controlar el poder durante siglos. Por ello Chile, en pleno siglo XXI, sigue siendo un país esquizofrénico, esclavo de su hipocresía y doble estándar, pues por un lado se obsesiona por desarrollarse y ser moderno —en lo económico y tecnológico—, pero por otro se queda refugiado y atrapado en la “premodernidad”, sin evolucionar en “lo cultural” y en “lo social”; sin evolucionar en su humanidad, mentalidad, creatividad y sentido crítico. Chile se ha desarrollado materialmente pero se ha subdesarrollado espiritualmente. Esta dicotomía durante siglos se ha mantenido camuflada y controlada, para así conservar el “orden establecido” bajo presión, usando la “lógica del patrón de fundo” (con todo el respeto que se merece el mundo campesino).

Efectivamente, durante la dictadura cívicomilitar Augusto Pinochet aplicó la “lógica del patrón de fundo” —autoritarismo + militarismo—, dando lugar a situaciones extremas, incluido los atentados en contra de los derechos humanos. Y en ese mismo contexto se impuso el sistema neoliberal, con la asistencia de los Chicago Boys y el liderazgo de Milton Friedman. Paralelamente se diseñó e impuso la Constitución de 1980 —a la medida de la dictadura—, carta fundamental creada por la Comisión Ortúzar, con la participación de Jaime Guzmán, principal autor intelectual de la misma. Posteriormente, con el “triunfo del no” (plebiscito de 1988), la promesa de la “alegría ya viene” solo llegó en forma ficticia, pues se construyeron castillos sobre arena, de fantasía: el “país de las cosas” que trató de controlar y distraer a la sociedad a

partir de una “cultura del tener y el consumir”, según se decía. La Concertación —y en general los partidos políticos— no pudieron realizar la tan añorada transición hacia la democracia. La política ficción y los fuegos artificiales ganaron; se construyeron edificios de cristal y volcanes de silicona para fortalecer la “imagen país”. La dictadura cívico-militar se reemplazó por la “dictadura del mercado”. Chile se transformó en un país más neoliberal que los países neoliberales —más papista que el papa—, a un nivel fundamentalista en que no se aceptaban otras opciones. Así entramos en una dinámica enceguecedora y enajenante, de creer y fomentar “la calidad de vida”, aunque ella no tuviera ni valores ni sentido, reduciéndose solo a “cantidad de cosas” para tener, coleccionar, competir y consumir. Y todo esto, por cierto, en complicidad con parte importante de los políticos y empresarios, además de la farándula de la TV y de la prensa, sumado a un marketing especializado en fomentar un consumo a ciegas, manteniendo vivo al susodicho “país de las cosas”. No hubo ética ni personas, cada cual encerrado en su burbuja individualista, competitiva y exitista, sin conciencia ni compromiso por el otro ni por el bien común. Se olvidó “lo social” y “lo cultural”, a cambio del entretenimiento, los reality shows y los eventos. Nos obsesionamos por querer ser los “Estados Unidos de Sudamérica”, creyendo y promocionando el mito del “sueño sudamericano”, a pesar de ni siquiera tener un ethos propio.

De esta manera, obnubilados por la fantasía, entre cómplices pasivos y cómplices

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activos, junto a una sociedad sufriendo cotidianamente maltratos, abusos, inequidades, injusticias y humillaciones, la violencia estuvo siempre presente; las placas tectónicas inevitablemente fueron acumulando tensión sociocultural (frustración, rabia, odio y resentimiento) y, tal como ocurre con los terremotos, de pronto llegó el gran movimiento telúrico, por sorpresa: una vez más, en forma brusca y brutal, se remeció nuestro territorio humano, provocando destrucción, incendios, heridos, fallecidos y ruinas por doquier, nuevamente con atentados a los derechos humanos. Entonces quedamos abrumados e intimidados, atrapados entre el miedo, la angustia y la confusión, actualizando nuestros traumas, sin comprender por qué ocurrió lo que ocurrió. La violencia, invisibilizada durante décadas y ejercida de diferentes formas —explícitas e implícitas—, terminó por responder con más violencia, descontrolada, con múltiples placas tectónicas actuando simultáneamente, como un enjambre difícil de entender. Y todo ello, sin duda, fue fruto del propio sistema: del reputado “modelo chileno”. Inevitablemente, quiérase o no, se cosecha lo que se siembra.

Así las cosas, en pleno siglo XXI, en Chile todavía no sabemos usar la razón —tampoco las emociones— para poder resolver nuestros problemas: somos un país mal educado, valga insistir, subdesarrollado humanamente. Carecemos de recursos éticos y dignos y cada cierto tiempo volvemos a usar la fuerza. Históricamente ha sido así: en los momentos más difíciles hemos recurrido, una y otra vez, a “los golpes”. La experiencia de 1973 no fue suficiente, ni tampoco lo fue la traumática dictadura. Posteriormente, durante 30 años igualmente no fuimos capaces de procesar ni asimilar las lecciones.

He de esperar que ahora, con este nuevo golpe —del 18 de octubre—, seamos capaces de aprender, para efectivamente poder empezar a trabajar por un verdadero desarrollo, integral, construyendo un país más justo, digno y estimulante de ser vivido. Esto conlleva salir de las burbujas autorreferenciales; exige romper con el individualismo y aprender a compartir y a construir juntos, colectivamente, el destino del país que queremos; implica considerar que el otro / la otra también existen, de igual a igual. Así, tenemos que aprender a (re)conocernos y a respetarnos; tenemos que aprender a convivir, valorarnos y dignificarnos socialmente; a ser más (auto)críticos y proactivos, con un ethos y desarrollo humanizante, compatible con nuestro territorio y medio ambiente. Ello solo es posible en “modo consciente”, colectivo e inclusivo, dialogante y participativo, democráticamente, sabiéndonos escuchar, por la razón y/o la fuerza de las emociones.

Chile necesita descolonizarse para poder descubrirse, (re)conocerse y desarrollarse en forma más plena, equilibrada y genuina. Chile necesita creer y confiar en sí mismo; necesita superar sus complejos de carencia; necesita dejar de “copiar y pegar” para poder ser más libre, auténtico y creativo, en la era digital y globalizante en la que vivimos. Chile clama por ser un país más democrático, justo y solidario; requiere asumir su diversidad, su mestizaje y fundamentos para vivir con mayor coherencia, paz y sentido; necesita de un ethos propio para poder justificar su existencia. La gestión cultural, sin duda, tiene mucho que pensar, hacer y decir al respecto, sobre todo si se asume como política profunda.


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RELATO VISUAL

SANTIAGO DE CHILE 2019: EL ESTALLIDO DE LA IMAGEN TÉCNICA


LUIS WEINSTEIN

Fotógrafo. Magíster en Gestión Cultural, Universidad de Chile (Generación 2016)

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RELATO VISUAL


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SECCIÓN INTERNACIONAL

CUIDATE Y RESISTE

CARLOS OLIVA MENDOZA

Doctor en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es profesor titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad. Sus líneas de investigación son Teoría crítica y marxismo; Estética y hermenéutica; Teoría de la cultura y Relaciones entre filosofía y literatura.


“Uno no conoce por edad, conoce por afectos y contagios, por influencias, por memorias familiares y populares que de alguna manera se traspasan, se permean de piel a piel, de canto a canto, de falta en falta, de rabia a rabia, de impulso a impulso, de batalla en batalla.” Pedro Lemebel

En Santiago, Chile, la plaza Italia, renombrada en las batallas que se libran desde el 18 de octubre la plaza de la Dignidad, se ha convertido en el centro de las revueltas y resistencias chilenas. Plaza tomada, en momentos álgidos, tiene una cobertura mediática de larga duración. Por ejemplo, cada viernes de noviembre hubo extendidas coberturas, filmadas por la galería CIMA y difundidas, entre otros medios, por la icónica revista The Clinic (ese medio radical chileno que retoma el nombre de la London Clinic, donde Pinochet fue arrrestado el 16 de octubre de 1998, por cargos de genocidio, terrorismo internacional, torturas y desaparición de personas).

1 https://www.youtube.com/ watch?v=kBz7sonRkn8

Esas coberturas recuerdan lo que le pasó a Enrique Peña Nieto el cuatro de mayo de 2006, en San Salvador Atenco, cuando era gobernador del Estado de México, seis años antes de asumir la presidencia de la República, que entonces ocupaba el panista Vicente Fox. La cobertura de las televisoras privadas, fuera de control —era un enlace en vivo, que por la brutalidad e importancia de lo que monstraba no se atrevieron a detener— mostraba las detenciones, torturas y disparos que recibía la población. No habría que olvidar que se demostró, dentro de toda la violencia física y psicológica, la violación de siete mujeres, por las fuerzas del Estado, y otras tantas agresiones sexuales. Por ejemplo, si se ve el enlace indicado a pie de página1, se puede seguir la manifestación del 15 de noviembre de 2019, la cuarta gran marcha de las revueltas de Chile y la toma de las y los manifestantes y la contratoma de las y los carabineros. En la plaza, todos los días, se enfrentan los carabineros, las muchachas y los jóvenes. De pronto arremeten unos y unas, luego otros. Todo huele a gas pimienta y se encuentran dentro un cerco virtual que, súbitamente, se materializa. El viernes ocho, igual que el primero y el 15, hubo marcha, desde temprano. Y la plaza se llenaba y vaciaba: a cada momento, los escarceos subían de intensidad. Si alguien ve la parte final del video, ya muy de noche, verá cómo la policía carga y recupera la plaza, después de haberla perdido de manera total en el atardecer. De visita en Chile, ese viernes estuve hasta las siete de la noche en la plaza. No me fue muy bien, lo gases me afectan más de lo que afectan al común, niños y niñas incluidas, por lo visto o, mejor dicho, por lo no visto. La lacrimógena, le llaman. Disparada como proyectil o ya diluida en el agua que se rocía, es loca la ceguera que causan las lágrimas una vez que uno es gaseado. No me imagino el perdigón alojado en tu ojo. Yo daba tumbos hasta que alguien me detuvo y me roció agua con bicarbonato. Magia… volví a ver. Después de observar la refriega, caminé en medio de un batallón. Nada pasó. Pero a 200 metros la gente corría y me avisarón que por ahí no fuera pues otro contingente sí estaba en acción. Las mismas personas cambian en minutos, como objetos que dependen de su uso y no de su voluntad. Al final encontré una nueva ruta hacia mi hotel y casi al llegar me detuve a tomar una cerveza. Plena primavera. Cientos de personas salen y regresan de la plaza y otros campos de batalla. La ciudad es pequeña. En un mapa mental, mi hotel está en Santa María la Ribera o en la colonia Doctores, pero en una zona restaurada y gentrificada, como la Roma Norte. Los disturbios, digamos, tienen lugar en el Ángel de la Independiencia. Por cierto, organizados en alguna medida por las barras del Colo-Colo y la Universidad de Chile.

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La gente, repito, pasa por ese barrio, como quien viene de la batalla y va a descansar. Aquí no me acordé de Peña Nieto, sino de las concentraciones o conciertos en la UNAM. De pronto, inopinadamente, pasó un guanaco, esos mega tanques que rocían agua y gases, descargando su veneno por la colonia (acá barrio Italia). Lo apedrean, poco, porque en los momentos álgidos se trata de tirarlos. Después se va, dejando al aire intóxicado, y regresamos a nuestros lugares. Al bar, el taller, al pasto, a la calle, a la larga fila del expendio de cervezas artesanales, hasta que un helicóptero nos ilumina. Gritos otra vez y ataques al aire, en ese español chileno rápido y, como en toda Latinoamérica, contaminado hasta lo indescifrable por la forma natural circundante. Una prueba de la potencia natural entre nosotros, es el diferente y diverso uso de las metáforas y analogías de lo animal y lo vegetal en el lenguaje común y corriente. Siempre una o un latinoamericano necesita de un breve, rápido y amenazante —por su cercanía— sistema de traducción en Latinoamérica. Aquí, otra vez, pensé en mi territorio sentimental. No volví a acordarme del último presidente mexicano priista, sino de la toma de Oaxaca, fechada del 14 de junio al 29 de octubre de 2006. Aquella pequeña comuna oaxaqueña que

ocupó la plaza, levantó barricadas, tomó y democratizó por un breve momento a los medios de comunicación locales. Ese movimiento que coordinó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). El marxista Bolívar Echeverría llegó a decir que las formas de resistencia barroca frente al capitalismo eran de segundo orden, esto es, que buscaban una estrategia perceptual, religiosa, estética o artística para enfrentar políticamente a la modernidad cínica y realista del capitalismo mercantil. Si hubieran decidido enfrentarla de manera total y frontal, serían exterminadas. En Chile, me dio la impresión de que esa realidad de segundo orden ya era vivida de manera virtual, que no buscaba estrategias para enfrentar la realidad, sino que ya se presuponía como la realidad misma. Por eso se experimentaba como un cómic, un film, un cuento de hadas, triunfantes y desafiantes, con una recarga permanente de ironía y parodia, aún en medio de la brutalidad policiaca que vuela ojos, tortura, viola y mata. En esos días y noches, tuve la constante sensación de estar dentro de una película o dentro de un video juego. Un hecho barroco nuevo, no tectónico, como en la historia de Latinoamérica, ni acuático, como en el mediterráneo europeo. Sino


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una especie de ataque virtual, pero feroz y desafiante al capitalismo, como pocas veces se ha experimentado. Fue Sergio Ugalde el que un día me contó su teoría del barroco tectónico, inspirado por la obra de Juana Inés de la Cruz y Lezama Lima. El autor de Analecta del reloj, me dijo, reconecta el arte sublime con la representación barroca, y la reconstruye la metáfora de la Naturaleza como la poderosa fuente de formación del paisaje americano. El barroco, al ser una realidad de segundo orden, no es una substancia por la que todo el arte transcurre. El barroco es un hecho específico de la representación americana. En este contexto, escribió después Sergio Ugalde, es que Lezama sintetiza las posiciones occidentales al respecto y se atreve “a lanzar una caracterización, muy general, del arte barroco europeo para contraponerla al arte barroco americano. Mientras que en Europa este estilo se había definido por acumulación y asimetría, en el arte americano había una tensión y un plutonismo”. Justamente por esta definición —el barroco como tensión y plutonismo— es que Lezama avanza sobre la teoría barroca, al señalar que este barroco americano se traduce en una poética de placer, cotidiano y existencial, conjugado con un afán enloquecido

de conocimiento. El asunto que quedaba planteado aquí es muy importante para el debate sobre América y sobre las formas actuales de producción de conocimiento. La teoría plutónica de Lezama, donde lo central no es la acumulación sino la tensión, no la asimetría sino la síntesis y no la sedimentación, indica que el barroco no es un hecho europeo fijo —ni italiano ni español— sino que ha mudado de forma creativa y poderosa hacia el espacio americano. En cierto sentido, es un hecho que no configura su paisaje en resistencia al capital, sino en una reinvención de lo humano y lo natural que ya consigna como un dato inevitable, pero fundamentalmente ajeno al paisaje, la propia constitución capitalista, acumulativa y brutalmente simétrica — equivalencial— del capital. Por esto la extraña figura del Martí de Lezama, pero mejor aún la figura de Sor Juana, quien, como escribió Sergio “parece moverse lenta y serenamente en otras zonas de la conciencia”. Esta figura inmensa, Sor Juana, aparecería como la prueba, una entre tantas, de que el proceso de sentido en América se encuentra, trágicamente, desligado del proceso de toda modernidad que esté atada al principio de acumulación cognitiva que


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tiene el espectro de finalidades —ilustradas y románticas— que alimentaron a la modernidad europea. El barroco américano no decantaría en una perla extraordinaria y rara, más que en algunas ciudades hipercosmopolitas, como alguna vez lo fueron la Habana, Buenos Aires, Río de Janeiro, Chicago o Guadalajara. No, el barroco americano es un hecho fugaz y desprendido, su esencia es el derroche, porque reproduce una realidad volcánica, sísmica, selvática, desértica. Sus aguas están siempre contaminadas de sus tierras y del movimiento de sus tierras. El barroco es un hecho sabio. Cuando tuvo que organizar sus modos de resistencia desde el agua, lo hizo; cuando tuvo que hacer chocar las tierras y los paisajes, lo realizó; ahora, en Chile, me pareció ser una guerra en el aire: no por virtual y lúdica menos corporal, sangrienta y violenta. De los cuatro elementos, falta el fuego, quizá por eso la consigna de marras parece ser futurológica: ¡Qué todo arda! Oh, capitalismo, siempre me sorprendes. Veremos si sales de esta.

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REVISTA DE GESTIÓN CULTURAL

#14 2019


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