Almogaren 38, 2006

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José Miguel Barreta Romano: Aproximación a la historia contemporánea de la diócesis de Canarias. El tránsito al siglo XX

En febrero de 1930, la Conferencia de San Francisco, con el párroco Rafael Macario al frente, trató de movilizar a la población de la ciudad de Las Palmas para hacer frente a la mendicidad callejera, estableciendo subsidios que posibilitasen a las personas salir de la situación en que se encontraban, con la cooperación de militantes visitadores. Ya durante la República, las Conferencias prácticamente desaparecieron de la Diócesis de Canarias o bien su actividad se redujo a cotas irrelevantes. El Círculo Católico de Obreros continuó existiendo pero prácticamente sin actividad pública. Centrado en el socorro mutuo y la educación, sus locales permanecieron cerrados los días laborables, abriendo sólo las horas en que funcionaba la escuela nocturna y los domingos para la lectura en la biblioteca entre las 9 a.m. a las 10 p.m. de modo que el ideal de vida que preconizaba para los obreros católicos era el siguiente: en día de trabajo, las oraciones, aseo y desayuno, luego jornada laboral, cena y asistencia a la Escuela nocturna del Círculo vigilada por la Junta y el Consiliario. El resto de las actividades consistieron en cumplir una vez al año con la Iglesia confesando y comulgando, prestar auxilios en metálico a los enfermos, colaborar en los gastos de funeraria y la lectura los domingos en la biblioteca. Los intentos de apertura, o de confluencia con otras organizaciones como el Sindicato Obrero Católico y las Damas Catequistas, como la que tuvo lugar en una concentración conjunta en el Circo Cuyas en mayo de 1924, buscando superar el individualismo y el retraimiento organizativo en relación con las grandes obras sociales de la Iglesia, no fructificaron. Durante el Obispado de Serra, el asociacionismo obrero católico fue irrelevante. Desde El Defensor de Canarias se apoyó el derecho de los trabajadores a participar en los beneficios de las empresas y contra los patronos que trataban de enriquecerse pagando salarios miserables, así como la reivindicación de la jornada de 8 horas en la huelga del Puerto de La Luz en 1924. A partir de enero de 1928, se intentó promover la creación de un sindicato agrícola católico, unido a la Confederación Nacional Católico-Agraria. En diciembre se fundó el primer Sindicato Católico Agrícola en San Mateo, en cuya creación jugó un destacado papel el presbítero José Cárdenes Déniz, subordinado a la autoridad de la Iglesia no en cuanto a sus objetivos sindicales, sino «en cuanto a su moralidad». Se trataba de comprar mas barato, vender mejor los productos de sus afiliados, lograr financiación de la Caja de Ahorros

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