Almogaren 22, 1998

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JOSE ANDRES-GALLEGO

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cos habían sido y eran algunos de los más destacados profesionales desterrados, también entre aquellos que por su profesión tenían que esforzarse más empeñadamente en definir una concepción de la vida; nos referimos a los hombres dedicados a la cultura y, si cabe, más aún a los filósofos. Un prejuicio reiterativo en la historiografía reciente, en efecto, es el de suponer que la filosofía del exilio fue una filosofía heterodoxa y que el pensamiento católico fue extraño a la recuperación de la vida filosófica española después de la Guerra civil entre quienes hubieron de abandonar España. Al contrario, como ha insistido Luis de Llera, no es posible comprender la historia de la filosofía española de 1939-1975 sin contar con la aportación determinante de los creyentes, laicos y religiosos, profesores de universidad los unos, ajenos a ella otros, que fueron excluidos por el Régimen. O por sus conciencias. Con excepciones tan notables como la de José Gaos, no hubo tendencia en el exilio ni corriente filosófica que superase el abanico de filósofos católicos o de formación meramente cristiana formado por los hermanos Xirau, Gallegos Rocafull, Nicol, Juan Roura Parella y en un plano más crítico, pero del mismo origen, Imaz y García Bacca. Para comprenderlo, hay que tener en cuenta dos cosas: una -en la que nunca se insistirá bastante- que la expatriación provocada por la Guerra no comenzó en 1939 ni tuvo en esta fecha su volumen mayor, sino en 1936-1937. Dicho de otra manera, la mayoría de la gente no huyó de Franco, sino del caos de la zona gubernamental. Una vez en el extranjero, muchos de los huidos regresaron a España por las fronteras y las costas de la zona llamada nacional y otros muchos profirieron permanecer en el destierro, sin duda por desacuerdo con el naciente Régimen. El otro dato que hay que tomar en consideración es que, en la filosofía de las décadas anteriores, los años veinte y treinta, no se había producido una descristianización como la que hubo lugar en otras áreas hurnanísticas, tal la literatura. Buena parte de los grandes novelistas y poetas de las generaciones vanguardistas no se pueden incluir en la categoría de los creyentes practicantes o declarados; en cambio, la mayoría de los filósofos habían continuado afirmándose tales. Pero es que además muchos de ellos y de los demás exiliados, sencillamente, descubrieron América. Es decir: el conocimiento directo de un continente casi entero ahormado a la cultura grecolatina por obra de españoles de la época imperial les descubria de manera tangible, e inesperadamente, una parte de la realidad que había en la concepción histórica de España con que argumentaban los nacionales. La hispanidad tendría de hecho una de sus mejores expresiones en los escritos del filósofo -exiliado y católico- Eduardo Nicol. Y varias de las aportaciones propiamente eruditas de más envergadura para la comprensión del problema de España, las producen en esos años algu-


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