UNA VIDA UNICA, COMO TODAS

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una vida única, como todas CECILIA VIOLIC GOIC


Entrando en mi sexta década de vida y por una serie de circunstancias probablemente no tan casuales, me he sentido invitada a hacer un repaso de mi vida. Tal vez para tomar el hilito y seguir caminando en las nuevas etapas que vienen, tal vez para hacer el ejercicio de la honestidad y aceptar todo lo que tiene, tal vez para que mis hijos , la Ale, Martín, la Mane y Daniel conozcan de donde vienen,tal vez para regalársela a quienes les haga sentido. Un amigo añoso y sabio me dijo, cuando le conté de esta travesía, que quería leerla, porque para él la vida de cada persona es una fuente de aprendizaje. Yo también lo creo así y lo he vivido así acompañando a muchas personas en sus propias travesías, admirando esa increíble fuerza que nos acompaña hasta cuando creemos haberla perdido y contemplando la belleza del alma cuando se caen los adornos y simplemente “somos”, en ese espacio simple y profundo donde se manifiesta nuestro ser único.

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Esta es mi vida. Esta es mi vida. Primera etapa: 0 a 9 años Lo que soy hoy, viene de 60 años atrás (aunque probablemente de mucho antes también), un 23 de Marzo de 1952, cuando nací recibiendo la vida de mi madre NevenkaGoicGoic y de mi padre Alejandro Violic Martinovic, en la casa de mis abuelos paternos Juan y Zorka, calle Ecuatoriana 1056, en Punta Arenas. Ellos, como también mis abuelos maternos, Iván e Ivka, a quienes conocí más adelante, llegaron de Croacia a Chile siendo muy jóvenes con sus familias buscando mejores oportunidades. Mi abuelo Juan tenía un astillero que según me cuentan fue comprado en parte con un premio que se ganó de lotería. También era bombero. Se había casado en primera instancia con María Martinovic con quien tuvo dos hijas, Viola y Ljuba, y luego, cuando ella murió, se casó con su hermana Zorka, mi abuela, con quienes tuvieron 4 hijos, Juan, María, mi papá, y Oscar. Mi papá nació y creció en esa misma casa aunque la educación media la hizo en Santiago, en el Liceo Lastarria, así como sus estudios de Agronomía. Mi mamá, por su parte, nació en Antofagasta y a los 4 años se vino con sus padres y dos hermanos menores, Cedomil y Alejandro a Santiago, estudiando en el Colegio Compañía de María y luego estudió un año y medio de Arquitectura teniéndolo que abandonar a petición de su padre porque llegaba muy tarde a la casa. La talla típica de mi papá hasta hoy es que ella es la mujer “del primer plano”. Según me cuentan se conocieron en un viaje en barco a Punta Arenas. Mi mamá tenía primos allá a quienes visitaba para las vacaciones. Ahí en las aguas turbulentas del Estrecho de Magallanes nació el romance. Después de 5 años de pololeo muy “custodiado” especialmente por los padres de mi mamá, se casaron y por insistencia de mi abuelo paterno que quería que mi papá trabajara en la estancia se fueron a vivir a Punta Arenas a la casa de mis abuelos paternos. Mi mamá, no muy convencida, puso como tope tres años. Mi abuelo, según me cuentan era una persona de carácter fuerte, bastante autoritario, hijo del rigor. Las levantadas en la mañana en la casa eran casi con trompeta muy de amanecida, independientemente de la edad que tuvieran los hijos, nueras y yernos. No toleraba que CECILIA VIOLIC


las mujeres salieran y llegaran con paquetes que delataban que habían comprado cosas “banales” y le tenían bastante “respeto” aunque mi mamá siempre cuenta que ella lo hacía igual y que finalmente él no le decía nada. Yo creo que era mas de ladrar que de morder y sin duda buena persona. Sin embargo en la práctica los hijos no se atrevían a contrariarlo. Mi abuela, bastante sumisa, me da la impresión que su rol era mantener la casa limpia y ordenada y atender al marido, criar hijos y eso es todo. No me parece que fuera especialmente afectuosa, tal vez su cariño lo demostraba cocinando y en esa cocina a leña se cocinaba muy rico. También compartiendo “por uno”, como decía, sus chocolates Mackintosh que se acumulaban en su closet. Hablaba poco en un español champurreado y con mucho acento croata. Cuando pienso en ella siento cariño y también me da un poco de pena su vida tan sometida, no se como lo habrá vivido en la soledad de su alma. Claro que seguramente su conciencia era esa y lo tenía asumido, como muchas mujeres en esa época. En ese ambiente mi mamá vivió su primer embarazo y mientras me aprontaba a nacer, mi abuelo, que claramente era el que tomaba las decisiones, recorrió las posibilidades de clínicas y hospitales para mi nacimiento, descartándolos uno a uno por diversas razones, que uno era muy viejo, que en el otro estaba peleado con el director, y finalmente se llevó a todo un equipo médico a la casa y ahí mismo en la pieza donde fui concebida, supongo; se produjo el parto. Las sensaciones en torno a mi nacimiento, apoyada por fotos y relatos familiares, me dicen que fui muy esperada, como primera nieta mujer y primera hija. Defintivamente pasaron susto, y seguro que yo también, porque nací con algunas vueltas del cordón en mi cuello después de un largo trabajo de parto. La verdad es que creo que me salvé de milagro. De hecho me encomendaron a la Virgen y de paso me pusieron de nombre María Cecilia del Carmen, bien rodeada de vírgenes. Mi mamá tal vez no lo pasó tan bien sobre todo porque según mis tías tenía que quedarse 40 días en cama porque esa era el tiempo en que todavía la salud corría peligro. Sin embargo desde ahí llovieron los regalos, las visitas y los regaloneos de toda la familia con tíos y primos además de vecinos y amigos. En resumen, casi el nacimiento de una princesa. Hoy sonrío al recordarlo, con ternura. Y me vienen las imágenes de mis abuelos que ya partieron, de mis tíos que siguen en Punta Arenas y otros que también partieron, de mis padres que hoy tienen 85 y 87 años, de mis primos que ya tienen hijos y algunos nietos. Desde ese tiempo y dado que hacía unos ruiditos particulares cuando tenía un chupete en la boca del tipo “cole, cole”, nació de boca de un tío, otro nombre que muchos me dicen hasta hoy: Cole. Esos dos primeros años crecí en Punta Arenas, gordita y bonita, y muy querida. Dicen que a los dos años cantaba la Canción Nacional entera. La música siempre ha sido parte de mi vida, canto en todas partes, en la ducha, en el supermercado, en la casa, en un grupo de música de Fondacio, comunidad cristiana en la que participo hace muchos años. La música 4

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me conecta con Dios en vía directa. Hace poquito participé en el Santiago Gospel. Genial! Maravillosa experiencia. Bueno, desde la canción nacional hasta ahora ha pasado mucha música por mi vida. Creo que canto desde antes de nacer. En esos dos primeros años también íbamos a la estancia de mis abuelos “Los Onas” en Tierra del Fuego, donde mi papá, me imagino, intentaba poner algo de sus conocimientos de agronomía en un paraje de puro coirón y muchas ovejas. Difícil! Aunque era muy chica para recordarlo, tiene que haber quedado en mi memoria kinestésica el viento fuerte, muy fuerte, fresco en mi cara que hasta hoy me produce una sensación de mucha libertad. También los pastos donde salen una florcitas blancas tipo margaritas. Tengo una foto a esa edad en el campo con un vestido muy almidonado sentada en el pasto, rodeada de estas flores. Es cierto que no me acuerdo conscientemente, sin embargo la sensación en mi piel está. Después de tres años de estadía de mis padres en Punta Arenas, dos años míos, le salió a mi papá un trabajo en Chillán y fue la oportunidad para ellos de emigrar. Llegamos los tres a una casa esquina en Arauco con Vega de Saldía donde pasamos 3 o 4 años. Mi papá trabajaba como Ingeniero Agrónomo ligado a la Escuela de Agronomía de la U. De Concepción, dando clases, investigando, experimentando. Mi mamá en la casa, siempre presente. Tengo algunos recuerdos de esa casa aunque por alguna razón no todos tan gratos. Parece que era un poco traviesa de más lo cual me traía algunos castigos especialmente cuando me arrancaba de la casa teniendo 4 años recién. Parece ser que desde pequeña el tema de la autonomía era importante para mí y defendía mis espacios, mezclado también con un poco de malacrianza por ser hija única y, por supuesto, de padres primerizos. Mi mamá había quedado embarazada nuevamente al poco tiempo después de nacer yo pero, según me cuenta ahora, definitivamente no quería tener más hijos tan luego y de no cuidarse terminó perdiéndolo y posteriormente le costó mucho mantener futuros embarazos que abortaban espontáneamente. Tenía yo 5 años cuando mi papá se fue a sacar un Magister a Estados Unidos por un año; mi mamá se quedó 6 meses conmigo y luego viajó también dejándome ese tiempo en Santiago con mis abuelos maternos, viviendo en su casa. Ese tiempo con mis abuelos lo recuerdo como de liberación. Mi abuela Juanita (Ivka) yo creo que no tenía intenciones de almidonar delantales así que los shorts y poleras eran mi ropa habitual. Recuerdo mucho juego, haciendo tortas de barro, tomando mate con ellos al despertar, jugando con una vecina, saliendo en moto con mi tío Alejandro y probándome los sombreros y algunas pieles que me producían un poco de nervios especialmente las que que se usaban en esa época, en ausencia total de conciencia ecológica, que incluían un animalito entero tipo zorrito con cabeza y todo para ponerse alrededor del cuello. Que espanto! Con razón me asustaba! Me parecía divertido y aún me río al recordarlo, cuando mi abuela hacía “bicicletas” en la CECILIA VIOLIC


cama al despertar, como ejercicio diario. Mi abuelo Juan (Iván), muy tierno, en esa época creo que ya le había aparecido un Parkinson y le temblaban las manos. Siempre me decía “liepa mala” que en croata significa chica linda. La verdad es que no tengo recuerdo de haber echado de menos a mis padres. Cuando llegaron de vuelta recuerdo un baúl lleno de ropas y juegos, ahora que lo pienso tal vez quisieron compensar el haberme dejado. Si lo miro desde hoy, por un lado puedo entender dada sus circunstancias que hicieron la mejor opción. Los estudios de mi papá eran importantes para surgir y mi mamá debe haberse sentido un poco conflictuada entre acompañar a su marido y quedarse con su hija, sumado a que parece que yo tenía frecuentes amigdalitis y en U.S.A. era invierno. Si lo pienso, yo no dejaría a uno de mis hijos a esa edad por 6 meses. Sin embargo, el universo es perfecto y aunque probablemente en algunos momentos sentí su ausencia y tuve pena, creo que fue mas el aporte de esa experiencia en mi vida y hoy lo agradezco. De ahí, volvimos a Chillán, ahora a la calle Martín Rucker, un pasaje de casas pareadas de dos pisos y mientras entraba al Instituto Santa María, colegio de monjas alemanas, los mejores momentos eran volver a la casa y salir a jugar a la calle, al luche, bicicleta, patines en una larga cola todos tomados de la cintura y tirados por alguna bici, con muchos amigos y amigas. Mis sensaciones de esa época tienen de todo un poco, pero si puedo resumirlas en la sensación global de sentirme querida y cuidada. Desglosando hubo de todo, muchas alegrías especialmente a través de los juegos con los amigos y de los muchos juguetes que tenía en mi casa, el almendro y el columpio del patio, una pieza de juegos, los cumpleaños en mi casa con todo el curso y mi mamá haciendo sustancias y jaleas en cascaras de naranja, mi amistad con la Carmen Gloria, mi vecina y compañera de clases, y uno de mis vecinos del cual me sentía enamorada y que encontraba especialmente atractivo porque tenía un diente quebrado, jaja. Sin duda seguía revoltosa, o creativa. Recuerdo una vez que salieron mis papás al cine y se me ocurrió armar una fiesta en la casa que se vio interrumpida cuando volvieron antes de tiempo, y se arrancaban mis amigos por las ventanas. Tenía 8 años. Por supuesto que después castigada. Travesuras varias, o más bien un afán investigativo de saber “que pasa si…?” hacían que a veces me metiera en problemas. Como cuando acompañando a mis papás a la casa de unos amigos, y muy aburrida mientras ellos conversaban, me fui al patio trasero donde tenían unos pollitos. El “que pasa si…? terminó con un pollito ahogado en un tambor con agua y yo escondiendo el cuerpo del delito para que los dueños de casa no se dieran cuenta. Este inocente acto lo guardé en secreto por casi dos décadas sintiéndome como una asesina. Me hace pensar ahora cuantas situaciones vividas en nuestra condición de niños quedan en la lista de “reprobables”, guardadas inquietamente en el corazón y lo liberador que es cuando las hablamos. 6

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Otros recuerdos me vienen de veraneos en Dichato en una casa ahí a la orilla-orilla de la playa, ahí donde el tsunami el año pasado se llevó todo. Veraneamos con la familia de la Carmen Gloria que tenía unos hermanos mayores de temer pero muy entretenidos. Tiempos mágicos de hacer hornos en la arena donde se quemaban mezclas de crema de la mamá, con conchos de café con leche, y otras hierbas con la esperanza que de eso saliera la fabricación del chicle. ¡Porque era un misterio cómo se hacía chicle! En realidad, todavía es un misterio para mí. Según me cuenta mi mamá viajábamos a veces en tren y yo le metía conversa a la gente. Me preguntaban cuantos hermanos tenía, y yo les decía..¡trece!.. Tal vez me hacía falta uno por lo menos. Las salidas a pescar al río Ñuble y Perquilauquén con los tíos San Juan también son recordables sobre todo porque iba el hermano menor de mi tía que era mi amor platónico. Me empezaba a sentir mas grande. En eso estaba cuando vino el mayor susto que hasta el momento había tenido, el terremoto del 60 y la réplica al día siguiente. La réplica del Domingo fue en la calle, todos los vecinos al medio tomados de la mano para no caernos, mientras la tina llena de agua del segundo piso de mi casa se vaciaba escalera abajo con el movimiento. Mi mamá embarazada de 7 meses del que sería, por fin, mi hermano, y los constantes movimientos mientras bajamos a dormir al primer piso en colchones en el suelo. Que miedo mas grande. Luego nos iríamos a Santiago por unos meses buscando algún lugar quieto, especialmente por el embarazo de mi mamá y dado que había tenido varios embarazos frustrados. Me quedé mucho tiempo con miedo a los temblores hasta una buena parte de mi adultez. Todavía me producen miedo pero del normal. Penas significativas en esta etapa no recuerdo. Incluso tengo algunos recuerdos a los tres años cuando viajamos a Santiago y murió mi abuelo Juan, más asociados a miedo que a pena. Recuerdo algunas pesadillas recurrentes, mi papá se caía a un pozo, y otra en que me escondía de los militares que marchaban por las calles. Sí, más miedos que penas, y a medida que crecía apareció también el sentimiento de vergüenza. Yo era como la niña modelo, a pesar de lo revoltosa, y a veces textual ya que participé al menos un par de veces en desfiles en algún hotel modelando ropas traídas de Estados Unidos. Mis padres me tenían por ahí cerquita de un pedestal, lo cual tuvo su costo a la larga en la lucha entre el “yo ideal” y el que sentía como “yo real”. Eran papás cariñosos pero también estrictos y yo siempre un poco rebelde y poco dispuesta a hacer cosas que no quería hacer. Hoy creo que fue parte de defender mi esencia. Al fin y al cabo somos seres únicos.

Estados Unidos Estados Unidos Tenía 9 años cuando nació en Santiago, post terremoto, mi hermano Alejandro, Alex, un rucio muy rucio. Para mí era como tener un muñeco vivo. Recuerdo con emoción las salidas CECILIA VIOLIC


con mi mamá a comprar pañales, mamaderas, ropitas y participar en sus cuidados. Cuando tenía 3 meses, nos fuimos todos a Estados Unidos, St. Paul, Minnesota, acompañando a mi papá que estudiaría un doctorado en genética durante 3 años. Así se inicia esta tercera etapa, entre mis 9 y 11 años en esas tierras nortinas. Increíble para una niña en esa época pasar de Chillán a Estados Unidos. Viví un buen tiempo en estado de asombro permanente. Recuerdo haber llegado al aeropuerto de Miami y caer de lleno en una juguetería que parecía el paraíso mismo. ¡Nunca en mi vida había visto tal variedad de juguetes! En la entrada, una muñeca tamaño natural que jamás había imaginado que pudiera existir, con un pelo rubio casi verdadero, y yo acostumbrada a los muñecos de goma oscuritos que era todo lo que se encontraba en Chile en esa época. Meses después, en la primera navidad que pasamos, el amoroso “Viejo Pascuero” me la llevaría de regalo. Yo creo que mi papá gozaba en esos momentos. Luego, pasar de la radio a la tele, no podía entender cómo era posible. Si ya me costaba entender que viajara la voz por un cable, esto era demasiado! Y recién estábamos en el aeropuerto. De ahí viajamos al lugar donde viviríamos 3 años, St. Paul, Minnesota. Del aeropuerto al departamento que nos esperaba en tránsito hacia la casa definitiva, no podía creer tantos prados verdes, pequeños lomajes con casas entremedio sin ninguna reja, y ardillas por todos lados que subían y bajaban por los enormes árboles y entremedio bicicletas y otros juegos dejados confiadamente en las calles sin que a nadie se le ocurriese robárselos.. Así fue mi llegada. Casi inmediatamente me hice amiga de Joan, una vecina de mi edad, y nos comunicábamos ella en inglés y yo en español, no sé como lográbamos entendernos maravillosamente bien. Salimos juntas al primer Halloween, yo disfrazada de fantasma con una sábana con hoyos para los ojos y, como todos juegan el juego, feliz de ver como las calabazas se llenaban de dulces que traíamos de vuelta a casa.

La cultura La yankee enyankee pleno. en pleno. cultura Todo eso unido a la libertad de ir a un colegio mixto que, aunque de monjas, tenía reglas más flexibles que las alemanas de Chillán, y me parecía bastante más entretenido tener hombres y mujeres en una sala que sólo mujeres. Al principio no entendía ni gota de inglés pero tenía a otro chileno, René Cortázar, de compañero, que era mi traductor permanente mientras me decía que cuando fuera grande se iba a casar conmigo, jaja. Ahí me encontraba todas las mañanas saludando la bandera de Estados Unidos con una mano en el corazón, un ritual ineludible. Mi juego favorito durante toda mi estadía fue el beisbol. Jugaba en el colegio, y jugaba cuando llegaba a la casa a la que nos habíamos cambiado en el barrio universitario. Emocionante achuntarle con el bate a la pelota y correr y correr por las bases con la esperanza de hacer un “home-run”. Nada mejor para mí. 8

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El barrio era de casas de dos pisos, bastante nuevas, pareadas por grupos, y entre medio muchas lomas de pasto muy verde, y las ardillas por supuesto. En el invierno, con mucha nieve, las lomas eran geniales para tirarse en trineo. La nieve era tanta que costaba salir de la casa y era necesario sacarla con pala, pero esa sensación de ver nevar desde adentro de una casa calientita es maravillosa. Incluso salir muy temprano a tomar el bus amarillo para ir al colegio forrada entera hasta con orejeras para tolerar los muchos grados bajo cero, y siempre saludando de paso a las ardillas, la guardo como una sensación exquisita. Mas aún aprender a patinar en hielo en los enormes lagos que en el verano se transformaban en entretenidas piscinas y lugares para hacer picnic. No había como aburrirse. Así fui creciendo en este país mientras se elegía a Kennedy de Presidente con toda la mística que lo rodeaba a él y a su familia, y mientras mi papá estudiaba y mi mamá cuidaba a Alex, de dos años y se preocupaba de las cosas de la casa. Ellos también, siempre muy sociables, se hicieron de amigos, chilenos y gringos, con los que compartíamos a menudo, muchas veces con hamburguesas a la parrilla. Muy gringo. Y harto ketchup. En general esos tres años fueron bastante idílicos, con algunas oscilaciones de ánimo propias de los cambios que empezaba a experimentar en mi cuerpo con la llegada bastante prematura y sin aviso de mi primera regla. Mas aún cuando supe que esto se repetiría mes a mes por casi toda la vida. Uf! No es fácil ser mujer. También dejé de creer en el Viejo Pascuero. Descubrí los regalos debajo de la cama de mis papás. Bueno, ya era hora. Muy protegida siempre. De hecho recuerdo muy vagamente algunos peligros a los que estuvimos expuestos: un tornado que estuvo a punto de arrasar con todo y que nos hizo salir un par de días de la ciudad, y algunos problemas con Cuba que tenían a mis padres nerviosos. Igual lo pasaba bien, siempre con amigos y amigas y este hermano pequeño amoroso que a veces tenía que cuidar con no tantas ganas. Tal vez una sensación menos agradable era el sentirme extranjera, aunque hablaba tan perfectamente el inglés que el idioma no me delataba. De alguna manera no pertenecía, era “Marría” y alguna conciencia tenía de eso. A veces soñaba con ser gringa. Esto me ayudó a que fuera menos doloroso el anuncio de volver a Chile habiéndose completado la estadía y teniendo mi papá su título en mano. Hasta hoy agradezco mucho este tiempo que contribuyó a una apertura de mente, de nuevas experiencias, de conocer formas de vivir que con los años volverían a cobrar sentido: las casas sin reja, la confianza, la solidaridad. Así emprendimos la vuelta en barco, desde Nueva York, pasando por el Canal de Panamá y parando en cuanto puerto había en el camino ya que el barco era carguero e iba recolectando algunos bienes para traer a Chile, como unos tremendos racimos de plátanos de Guayaquil, los cuales disfrutamos día a día con mi hermano, gracias a la amistad que hicimos con el capitán. Después de una navegación de un mes, llegamos a Valparaíso y de ahí a instalarnos en Santiago. CECILIA VIOLIC


Santiago, 11 a 17 años. Santiago, 11 a 17 años. Era 1963 y la llegada en un comienzo fue a la casa de mi tía Ljuba en la calle Rafael Cañas, casa que años después sería nuestra al hacer una repartición de unos bienes de mis abuelos paternos. Tres pisos y muchas piezas la hacían muy entretenida. Mi tía, el tío Raúl y mis primas mayores Ena y Ximena estaban fascinados con este par de gringos que no hablaban ni una gota de español, muy centros de mesa los dos con Alex. Rápidamente, junto con la búsqueda de casa, la búsqueda de colegio se apoderó de mis padres con mucha dificultad para elegir uno que reuniera las condiciones de ser en inglés, además de valórico. Descartado el Santiago College ¡por ateo!, quedaban pocos y fui a parar al Villa María. La verdad es que para mi fue casi un shock llegar a un curso de 6º básico con 40 mujeres y un uniforme muy incómodo, que ponte la gorra, que sácate la gorra, que el blazer hasta en clases, que enderézate la corbata, que las faldas tableadas que, arrodilladas, tenían que llegar al piso y si no la temible Sister Pola se encargaba de que no se te olvidara nunca más. Todo eso unido a tener que aprender casi de nuevo el español. Para que decir las largas horas parada a pleno sol para el mes de María y las misas con incienso donde por hileras se iban desmayando mis compañeras mientras yo me mantenía en el umbral. El gran misterio era como eran las monjas sin esos hábitos que apenas le dejaban afuera un óvalo (o círculo en el caso de la Pola) de cara y nada más. Y la vida mas allá de esa mampara donde se retiraban en las tardes. De todas formas logré incorporarme y empezar a manejarme con los nuevos códigos. Mis compañeras en general eran amables y me fui haciendo de algunas amigas como la Antonieta Dattwyler con quien compartimos muchas aventuras en los siguientes años y podíamos contarnos nuestras intimidades. Un infaltable era la junta con los del Verbo Divino en el quiosco de la esquina, el “Paquito”, y comer unos “conejos” recién salidos del horno. Para ese entonces ya estábamos instalados en una casa que mis padres le arrendaron a un primo de mi mamá en la calle Noruega, a una cuadra del teatro Las Condes. La casa, en una esquina, era nueva, moderna, de dos pisos y techos chuecos. A poco andar me hice amigos en el barrio (ahora que lo pienso, que facilidad!) con quienes salía en bicicleta, íbamos el teatro a la esquina y nos visitábamos en las casas. Uno de ellos, sin embargo me trajo muchos problemas por un largo período, incluso después que nos cambiamos de casa. Tenía dos o tres años más que yo y decidió que estaba enamorado de mí y como yo no lo pescaba me amenazaba con suicidarse. Me mandaba recados con otros amigos, daba vueltas alrededor de mi casa y yo tenía que calcular cuando no estaba para salir. Acoso total. En un momento lo pasé realmente mal con el cuento. Cuando nos 10

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cambiamos, un par de años después, se consiguió mi número de teléfono y me llamaba. Recién ahí les conté a mis papás y le cortaron las llamadas. No supe más de él. Aquí en esta casa de la calle Noruega mi mamá se embarazó de mi otro hermano, Rodrigo. Yo compartía pieza con Alex y fue en ese entonces cuando comenzó uno de los episodios mas difíciles que nos tocó vivir como familia. A Alex le descubrieron un cáncer al riñón teniendo apenas 3 años. Tiempo muy angustioso para todos, yo sufría en silencio mientras veía la conmoción familiar, y escuchaba a Alex llorar y no podía hacer nada. Creo que desde entonces quedé muy sensible al sufrimiento de los niños. Lo operaron y empezó toda la etapa de las quimios que en realidad no recuerdo mucho, excepto verlo peladito, ya que yo creo que para no sufrir más puse mi atención en otras cosas. Entremedio nacía Rodrigo. Que caos! Cuando pienso en mi mamá, debe haber sido terrible para ella esta etapa, cuidando una guagua y con otro niño en peligro de muerte. No recuerdo mucho mas de esta etapa, definitivamente creo que me evadí. Poco tiempo después Alex tuvo una segunda operación, esta vez al pulmón y mas tratamientos. La verdad es que se salvó de milagro. Siguió mucho tiempo con controles muy seguidos hasta que ya de adolescente lo dieron de alta. En la casa no se habló nunca mas del tema hasta que, estando en la universidad, tuvo una depresión y llegó a hacerse un psicoanálisis donde se puso el tema arriba de la mesa. Recién ahí escuché a mi mamá decir todo lo que habían sufrido, y a mi también me alivió escucharlo. Me imagino que todo esto contribuyó en ser más aprehensivos y más protectores aún con los tres. Que bueno es hablar las cosas! En mi familia no se conversaba mucho de algunos temas, especialmente los que producían dolor como este acontecimiento. Tampoco de sexo. Había que averiguar todo por otros lados, conversando con las amigas y más que nada rumores que hacían que algo tan hermoso como hacer el amor pareciera terrorífico. Creo que en esos tiempos era común en varias familias esa dificultad. Como consecuencia, años después, con mis hijos adolescentes también me costó poner el tema en la mesa para conversarlo, con algunos más que con otros. Lo que sí creo es que ellos con los hijos que tengan van a ser más abiertos en las conversas. En esto estaba cuando escuché por primera vez en la radio la canción “I wanna hold your hand” y “She loves you” y entré en éxtasis mientras averiguaba que grupo cantaba. En Estados Unidos lo último en música era Chubby Checker con el twist, pero esto era de otro planeta. Qué manera de hacerme fanática, y también mis amigas, incluso algunas se cortaron el pelo para parecerse a ellos. George Harrison era mi preferido. Cuando salió su primera película nos íbamos a los cines rotativos y nos quedábamos toda la tarde viéndola una y otra vez. Mientras, mi papá muy preocupado consideraba que eran unos “coléricos” con el pelo ”tan” largo y se oponía tenazmente a cualquier manifestación de fanatismo considerando que eran una pésima influencia. Cualquiera que se pusiera chaleco rojo o una camisa rosada era considerado automáticamente de dudosa tendencia sexual. CECILIA VIOLIC


Sin duda que nuestras creencias cambian en la vida. Al ver fotos de ellos hoy la verdad es que su pelo era muy corto y dentro de todo se ven muy compuestitos y más de una vez he visto a mi papá disfrutar escuchando sus melodías. Esos juicios tan tajantes que tenemos al final son bastante relativos. Los Beatles definitivamente vinieron a rescatarme y se transformaron en mis ídolos. Todo el día cantaba sus canciones, me compraba los discos, pegaba sus fotos en cuadernos especialmente dedicados a ellos. Increíble. La Beatlemanía duró mucho tiempo, acompañada un poquito detrás por las canciones de la Nueva Ola para ponerle el toque romántico. Después de un año nos cambiamos de casa a la esquina de Napoleón con El Bosque, una casa estilo español justo al frente de una pastelería, la Avenue de Bois, que era la perdición y era un real impedimento para mantener un régimen. La verdad es que a los 13 o 14 años el cambio del cuerpo es muy fuerte y casi imposible sentirse bonita. Media gordita me sentía. Y además me sentía tímida. Sufría porque me ponía roja como tomate cuando tenía que hablar en público, fuera en el colegio exponiendo un trabajo, o en un grupo de amigos. Mucha vergüenza. Yo creo que pasamos poco tiempo ahí porque no tengo tantos recuerdos de esa casa, salvo que me sentía con poca energía a veces, seguramente por la edad, con malestares físicos, y pasaba largos tiempos en mi pieza. Años después cuando al año de casada me descubrieron una úlcera duodenal, en la radiografía apareció una cicatriz de otra que había tenido con seguridad en este tiempo. Fue ahí cuando empecé a escribir mi diario de vida. “Querido Nanito.. (así se llamaba mi diario en honor a un Fernando que había conocido en un veraneo en El Quisco y que me dejó hipnotizada)…hoy me aburrí todo el día”. “Querido Nanito, la vida es injusta”. Era un verdadero desahogo y era el único que sabía todo, todo, pero todo lo que me pasaba, guardado con candado. Nanito iba engordando con colillas de cigarro pegadas, boletos de micro, servilletas, flores secas, y todo el romanticismo guardado. De ahí otro cambio más, ahora sí a la casa definitiva de Rafael Cañas, alrededor del 1966, por supuesto que con Nanito y todo. La llegada a esta casa fue genial. Mi pieza en un segundo piso daba a un patio de luz que estaba pegado al patio de luz de nuestros vecinos, los Valenzuela, y que tenía una pieza en espejo a la mía. Las casas eran iguales pero al revés. También se topaban las terrazas del tercer piso. Una vez que nos instalamos, quedando mi escritorio mirando hacia fuera de la ventana, me di cuenta que tenía un vecino mas o menos de mi edad, 14 o 15 años, que tenía su escritorio también mirando hacia afuera, es decir quedábamos cada uno mirando al otro a unos 10 metros de distancia. Hasta ahí llegó el estudio! Las siguientes semanas era cada 12

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uno esperando que se prendiera la luz del otro y haciendo como si no nos viéramos. Luego empezábamos a saludarnos tímidamente y hacer como si estudiáramos. Hasta que apareció el primer mensaje en un papel en su ventana, “¿Cómo te llamas?”. De ahí, algún encuentro en el tercer piso entre la enredadera que separaba las terrazas, para conversar un poco más, y después de unos meses así, muy emocionante, nos conocimos con Javier y fue mi primer pololo, largo pololeo que duró hasta que yo estaba entrando a 4º medio y él empezando a estudiar Ingeniería. Tercero y cuarto medio fue el tiempo de “The Arrows”, el grupo musical que formamos con mis dos mejores amigas, compañeras de colegio, la Bernardita Urrutia y la Carola Bascuñán, y una tercera que iba rotando. Cantábamos canciones en inglés, para risa de mis hijos que me echan tallas cantando ”There’s a kind of hushhhh..”, y dentro de todo éramos bastante buenas, yo creo, porque generalmente estábamos en los primeros lugares, varias veces el primero, en los festivales de la canción de distintos colegios. Incluso un par de veces fuimos a cantar a la tele (que estaba recién inaugurándose en Chile), una de ellas a Sábados Gigantes, con Don Francisco presentándonos. Hasta nos hicimos unos vestidos mini con cuello Mao especialmente para la ocasión y que con botas blancas largas nos daban un toque increíble. Muchos ensayos, a veces inventábamos canciones, y sensación de plenitud. Yo ya había tomado clases de guitarra un par de años antes con Wilo Gamboa y gozaba cantando. En realidad era lo que más me gustaba hacer y me ayudaba a tolerar mejor el colegio, sobre todo a las monjas que consideraba muy anticuadas y autoritarias, y también en la casa a mi papá que era muy estricto, por aprehensivo creo, y que me provocaba muchos malos ratos con el tema de permisos para fiestas y salidas y falta de confianza, discusiones en las que generalmente yo terminaba llorando, mi mamá intercediendo, y luego mi papá un poco arrepentido de sus precipitados “no”, cediendo. Esta dinámica era muy típica, yo la vivía con rabia, rebeldía y lo pasaba muy mal. Mucho tiempo después comprendí que las aprehensiones en mi papá se acentuaron con la enfermedad de mi hermano y que el miedo, en parte, hacía que actuara así. La Carola y la Bernardita eran mis yuntas, sencillas, cercanas, nos reíamos mucho. Ibamos juntas los Sábados en la mañana a Providencia, al Coppelia y al Drugstore a hacer nada. Imperdible. La verdad es que en el colegio no me sentía cómoda. Muchas de mis compañeras eran de un medio social medio aristocrático, donde importaban muchos los apellidos. Errázuriz, Larraín, ojalá con hartas erres y muy discriminadoras, aunque yo me salvaba solo por tener apellido extranjero y porque tenía una mamá genial que me hacía ella misma toda la ropa que era igualita a las carísimas boutiques de Providencia. Tanta tontera. No era mi medio. Me gustaban mucho más los hippies que ya hacían noticia. A esa edad me sentí poco atractiva, que el pelo, que las piernas, y peor aún cuando llegaba alguna tía a decirme “qué linda estás” y hervía por dentro en respuesta a lo que consideraba una falsedad. CECILIA VIOLIC


Lo mas entretenido eran las obras de teatro musicales que hacíamos con los del Saint George’s. Fue justamente en “South Pacific “donde conocí a Raimundo, ex Georgian que estudiaba Construcción Civil, e iniciamos un pololeo también larguito hasta después de salir del colegio, con toda la venia de mi familia ya que era todo lo que unos padres como los míos soñaban para su hija, muy educado, convencional, de camisa y chaleco en V, de “buena” familia, etc. Era parte de esta “alta sociedad” chilena, con casa en Zapallar donde íbamos de vez en cuando y puros amigos del Club de Polo. No es que a mis padres les importaran mucho esas cosas pero yo creo que les daba confianza lo “educado” y formal que era. ¿Qué hacía yo ahí?... ¡Vaya a saber uno!, supongo que era parte de los ambientes que tenía que conocer para saber finalmente que no era lo que yo quería. A ellos les gustaba, a mí no tanto. Hubo duelo total cuando años después terminé la relación en forma definitiva ya que entremedio tuvimos algunos ires y venires.. Mientras, pensaba qué hacer con mi vida al terminar 4º medio. Me atraía la Medicina, por el hecho de ayudar a otros, pero me costaba imaginarme a futuro levantándome en la noche para ir a ver a un enfermo y que eso fuera compatible con tener una familia, y sí quería casarme y tener hijos aunque no sabía con quien. Se acercaba la fecha para dar la Prueba de Aptitud Académica y yo en blanco total. Fue ahí donde sentí la necesidad de conocer gente distinta al medio en el que había pasado mis últimos años y que sentía tan “empaquetado”. La vida tenía que ser más que eso. Era 1969, el año del Festival de Woodstock. Por ahí se me ocurrió que un lugar donde encontraría gente bien distinta , más hippie, era en Arte. Di la prueba, postulé a la Católica y quedé. Empezaba una nueva etapa.

Arte

Arte En ese tiempo yo vivía en la estratósfera. Con seguridad caminaba por la vida levitando y eso que nunca probé la marihuana, aunque algo me debe haber llegado respirándola desde la mañana hasta la noche en las salas de clases, en las fiestas, en el patio. Por eso tengo recuerdos en flash más que en continuo. Lo que pasó entremedio, quien sabe. El primer día, de entrada, conocí a la Chica Vives y lueguito a la Isabel Raies que sin duda fueron mis cables a tierra, se encargaban de “despertarme” de vez en cuando con sus preguntas al hueso. Mi necesidad de conocer personas distintas a las que ya conocía, fuera del molde, estaba plenamente satisfecha. Mis compañeros, la mayoría, eran bastante más liberales y el ambiente de la Escuela, ahí en El Comendador, lo incentivaba. Hombres de pelo largo, chaquetas de cuero con flecos, y esa exquisita mezcla social entre la Dodó Berthet y el Nano Ogaz, de los extremos de la ciudad, que hace la vida más entretenida. No fue fácil para mi papá ese tiempo, muerto de susto que su hija se contagiara y terminara drogadicta y/o comunista. Mi mamá siempre amortiguaba. La verdad es que la capacidad

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imaginativa ilimitada puede atormentarnos y apanicarnos mientras en la realidad yo era más sana que un yogurt, abriéndome recién a la diversidad de experiencias y relaciones. Por ejemplo, que me pasara a buscar en moto el Lolo Argandoña para acompañarlo a tocar con su grupo a distintos pubs y discoteques. Me sentía mas o menos como la polola de Paul McCartney. El Lolo se cultivaba el look de Beatle y además cantaba increíblemente bien “Blackbird” y “I will” entre otras, acompañado de su guitarra, y en el escenario me dedicaba las canciones. Bien distinto el ambiente a las salidas anteriores con Raimundo siempre a Le Moustache, que incluso llegó a tener llave para entrar. Por supuesto que a estas alturas el pololeo había terminado. El tercer piso de mi casa se transformó en taller y era el lugar preferido para quedarnos toda la noche haciendo trabajos en grupo, dibujando quinientas cajas de fósforos en distintas posiciones o haciendo los trabajos de color de Vilches que con seguridad al otro día recibirían con mucha suerte un 2 de su parte. Lejos lo que más me gustaba eran las clases de telar, la textura de las lanas, los colores, los olores y pasaba horas haciendo morrales y cinturones. De hecho hoy día mi hijo Martín tiene un morral que hice en esa época. Ese año aprendí a observar los troncos de los árboles dibujando sus nudos, su veta, su historia. Favoritos, los pimientos del Cerro San Cristóbal en Pedro de Valdivia Norte. Una sensación mágica estar ahí horas contemplando y dibujando solo los troncos en los días de primavera con ese calorcito que pareciera llegar hasta las células más ocultas y abrazarlas suavemente. Así pasó ese año, con buenas amistades, nuevas experiencias. Hasta fui elegida reina de Arte en la semana mechona. Yo toda tímida. Y en la nube permanente. No me acuerdo mucho más. Ahí apareció Mario Lucchini, flaco, con anteojos y bien garabatero. A poco andar surgió el romance con la Isabel y no se separaron más. Pancho Rojas siempre revolviéndola, y un sinfín de amistades nuevas y entretenidas. Y esa capacidad increíble que tenía el “Huevito” de la Ana María para que cupiéramos todos. Eso sí que era riesgoso! De lejos, especialmente en el casino donde la Olguita preparaba una tras otra pailas de huevo revuelto con o sin queso y con su buena marraqueta de compañía, aparecían los tres altos de arquitectura, Pato Schmidt, Alvaro Donoso, y Oscar Bustamante y entre medio Alberto. La verdad es que nunca me percaté de Alberto y más bien lo conocí meses después ese verano en Con Con. Estábamos con la Chica en la playa y se acercó a conversar ya que nos había visto en la Escuela. Tímido no era. Enganchó al tiro con ella mientras yo dormía en la arena y la invitó a salir esa noche. Mas tarde la Chica me suplicaba que saliéramos los tres, que no la dejara sola con él. Ahí yo, CECILIA VIOLIC


buena amiga, fui a tocar el violín, sentada en el asiento de atrás del auto mientras nos dirigíamos a Viña a tomar algo por ahí. La realidad es que Alberto, que después supe que se pololeaba por orden alfabético a todas las niñas de Arquitectura y de Arte, andaba buscando panorama y cuando escuchó que la Chica estaba interesada en un argentino aprovechó una coyuntura para invitarme a salir a mí mas tarde esa noche. A falta de pan.. No se bien por qué le dije que sí, considerando que yo estaba, para variar, pololeando hacía un mes con un Pato estudiante de Arquitectura, claro que no muy entusiasmada. Pasaba del amor al desamor cuando se ponía una camisa floreada media transparente que me aguaba todas las pasiones. Porque sin duda el amor se juega ¡¡en las camisas que uno se pone!! Jaja. Esa fue la primera salida y luego vino otra y otra pero yo me sentía muy intimidada por este señor 8 años mayor que yo y que a esa edad se nota. Me sentía nerviosa y “se me guardaba” el habla. Alberto igual era bien encantador, canchero y terminé pololeando con él, al menos durante un mes, porque cuando empezó a hablar de matrimonio, salí arrancando. Era el verano de 1971, había sido elegido Allende como Presidente de Chile. Mi papá trabajaba en La Platina, dedicado a la investigación del maíz, y el clima de incertidumbre y temores de quedar sin trabajo hicieron que buscara opciones fuera de Chile. Es así como en Febrero ese fue el impactante anuncio mientras veraneábamos en Con Con. Nos iríamos a vivir a otro lado. Podía ser Colombia, Costa Rica o México. Balde de agua fría. No quería moverme de acá, tenía mis amigos, mis estudios, pero por sobre todo mis amigos. Fueron meses difíciles, de oposición, de rebeldía, de pena, mientras se iba definiendo que sería Ciudad de Mexico, mi papá trabajaría en un Centro Internacional CIMMYT y nos iríamos a mitad de año. Después de mucho corcoveo empecé a tomarme del hilito aventurero que tengo y abrirme a la posibilidad de conocer un nuevo ambiente. Mis hermanos dejarían el Verbo Divino y sus amistades también, aunque eran mas pequeños, 10 y 6 años, y creo que no les afectaba tanto. Mientras, ese año seguí estudiando y ¡volví con Raimundo! A esta alturas ya experimento un poco de vergüenza escribiendo de mis ires y venires románticos. Pero así fue y estoy dispuesta a escribir esta historia con honestidad me guste o no. Hace poco al estudiar PNL, supe que, neurolinguisticamente, la estrategia que utilizamos para encontrar pareja es la misma que utilizamos para comprar zapatos. Me costaba decidirme qué zapatos comprar. Me probaba y me probaba, me iba de la zapatería, vitrineaba otros, ninguno me gustaba enteramente, volvía a la primera zapatería, los compraba y a veces al llegar a la casa ¡ya estaba arrepentida! Bueno un poco así era con mis parejas. Hoy en día tengo mucho mas definido mi estilo de zapatos. Entonces cuando nos fuimos a México, después de llorar las despedidas de los queridos amigos de Arte, me despedía también de Raimundo quien viajaría unos meses después a verme. Nunca tan enamorada. Parte de vivir en la estratósfera era no saber por qué tomaba algunas decisiones. 16

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Mexico, 1971-1976 México, 1971-1976 Primera parte Un hotel en la Zona Rosa de Mexico D.F. fue nuestra casa alrededor de un mes mientras encontrábamos un lugar donde vivir. Era el comienzo de una nueva etapa y sentía la emoción de la aventura. Entretenido hacer vida de hotel entre gringos y mexicanos, caminar por las calles llenas de tiendas que después de unos días me las sabía de memoria. La relación con mi papá se ponía cada día más tensa, mas aún cuando me hacía amigos de la nada, y viéndolo desde ahora, tenía razón. En ese momento solo me sentía muy descalificada. Yo era absolutamente inconsciente de los peligros de meterse con desconocidos. De hecho recuerdo haber conocido a un “cuate” que me invitó a salir en su auto todo deportivo. Estando en su casa, que era una verdadera mansión, tomé conciencia de lo que significaba estar con alguien completamente desconocido en un país completamente desconocido, y ni siquiera existían los celulares. La verdad pasé un poco de susto, pero parece que tengo buenos ángeles guardianes. Los primeros años nuestra vida transcurrió en una casa en la calle Sierra Gorda en las Lomas de Chapultepec. Mi papá trabajaba en las afueras de la ciudad a cargo de muchos Trainees que venían de países menos desarrollados a aprender a mejorar la alimentación. En mi casa eran frecuentes los cocteles y cenas con una variedad de colores de piel, atuendos e idiomas. Gente de la India, Pakistán, Africanos, gringos y otros. Mi mamá , con un don que la ha caracterizado toda la vida, hacía unas comidas exquisitas y siempre nuevas. Estando allá me replantié mis estudios. Arte había sido una experiencia increíble pero no me veía a futuro trabajando de artista, algo me faltaba Visité las universidades públicas y privadas y finalmente me decidí por una privada, la U. Anáhuac que quedaba en la punta de un cerro ya que la UNAM pasaba en huelga y tenía demasiados alumnos por clase, además de quedar exactamente en el otro extremo de la ciudad. Pensé nuevamente en Medicina y nuevamente lo deseché, y cuando vi los laboratorios que habían en Psicología y todas las investigaciones que se hacían decidí que esa sería mi carrera que también me permitiría, como en la medicina, ayudar a otros. Después de una semana de pruebas quedé aceptada y comenzó mi vida universitaria en un lugar que luego me di cuenta estaba ligado a la “high society” mexicana. Bastaba ver el tipo de autos estacionados de los alumnos, donde abundaban los Mustang, Ferraris, y otros que no se ni como se llaman. Los Legionarios de Cristo eran los dueños. Mis hermanos fueron a parar al Cumbres, también de ellos, por recomendación de amigos chilenos de mis papás. En realidad lo pasé increíble. De sentirme bastante común y corriente en Santiago, allá pasé absolutamente al primer plano siendo “la chilena” y me llovían las invitaciones a salir., muy bueno para la autoestima. CECILIA VIOLIC


Me hice de muy buenas amigas , especialmente Tachu y Malú, con quienes andábamos para todos lados juntas, muy amorosas, y los galanes eran muy divertidos y encantadores , y como además gozaban de un poder adquisitivo muy por arriba del standard, me sentía totalmente princesa y aproveché a conocer muchos restaurantes, discoteques y fiestas de todo tipo. Los mexicanos son unos conquistadores de tomo y lomo. Muy frecuentemente me despertaba a mitad de la noche con los mariachis que alguno se conseguía para llevarme una serenata. Algo tienen las trompetas y esas canciones que llegan al alma. La primera vez no sabía qué hacer. Ni siquiera sabía que era para mí. Alrededor de la tercera canción llegó mi mamá a despertarme. No tenía idea qué correspondía hacer en esos momentos pero lo único que se me ocurrió fue abrir la ventana y ponerme a conversar con el galán. Mis amigas luego me instruyeron que en esas ocasiones había que, dignamente, encender la luz, a cortina cerrada, para que supieran que estaba escuchando, y apagarla cuando terminara. Me costó mantener esa costumbre ya que me parecía más espontáneo lo que había hecho la primera vez a menos que el cuate no me interesara para nada. Genial las serenatas, emocionantes y románticas. En esto estaba cuando llegó a verme Raimundo. Y fue muy complicado. Yo estaba en otra frecuencia y ya no me veía con él. Me sentía lo peor. El había viajado kilómetros para ir a verme. Fue una tortura su estadía para él, para mi, para mi familia, y por supuesto que hasta ahí si que llegó la relación y sin vuelta atrás. Bueno, es que en los temas del corazón, no queda más que la sinceridad. En general me costaba mucho terminar los pololeos y creo que si tuve pololeos largos fue porque me demoraba al menos la mitad del tiempo en ponerle fin, con una sensación de vacío que me acompañaba hasta que lograba darme el valor y terminar. Me ponía en el lugar del otro y me daba pena y así dejaba pasar los meses, poco feliz. Con el tiempo me di cuenta que era pura soberbia porque yo creía que iba a ser tan terrible para el otro, sin embargo, en la práctica todos mis ex se casaron después y no se quedaron llorando toda la vida por mí. De haber sabido antes… En estos primeros dos años en México tuve 3 pololeos para sumar a la lista, dos con mexicanos, Pepe y Manolo que tenía unos bigotes tipo Emiliano Zapata, y uno con un chileno, Jorge Andrés. No recuerdo cuanto duré con cada una, creo que con Pepe un poco más. Todos muy amorosos y buenas experiencias hasta que se iba el amor. Ahora, todos estos eran pololeos “sencillos”, bien distintos a los de los tiempos actuales. Tenía el mandato interior que la virginidad se conservaba hasta llegar al matrimonio y hasta ese momento no me causaba mayores problemas. Cada mitad de año, verano mexicano, veníamos a Chile. El gobierno de Allende ya empezaba a hacer temblar la economía y escaseaban los productos básicos por lo que traíamos las maletas llenas de pasta de diente, café y todo lo que se pudiera para repartirlo entre familiares y amigos. Era muy penoso y contrastante con el pequeño círculo en el que me movía en México la situación en Chile. Por otro lado para nosotros Chile resultaba baratísimo 18

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y aprovechaba a comprarme ropa al equivalente de mil pesos por un chaleco increíble. La verdad es que me generaba disonancia interna, en Chile lo estaban pasando mal y yo a todo trapo. Las venidas a Chile también incluían algunos encuentros con Alberto, y otros con Raimundo. Alberto me caía bien y me gustaba pero yo no quería compromisos así que cuando intentaba cualquier acercamiento, llámese tomarme de la mano siquiera, yo lo paraba en seco y hasta ahí llegaba la relación hasta el año siguiente. Estábamos en México en 1973 cuando se produjo el golpe militar en Chile. En mi casa, a través de las imágenes televisivas, celebrábamos con la esperanza que trajera mejores tiempos para nuestras personas queridas. Yo estaba lejos de entender las reales implicancias de un golpe y el posterior atropello a los derechos humanos que sufrirían tantas personas durante años. Actualmente no podría alegrarme con ningún golpe militar sea cual sea el país que lo viva. Es tan raro que al mismo tiempo en la historia de este planeta se vivan realidades paralelas tan distintas en un país y en otro. Yo iba normalmente a la universidad mientras en Chile muertes y festejos a la vez. Rara la vida.

México, segunda parte , segunda parte México A estas alturas ya tenía 21 años, mayoría de edad. Me iba bien en la universidad y lo pasaba muy bien. Me gustaba especialmente la psicofisiología. Pasábamos largas horas con los compañeros que iban quedando en la carrera, que cada vez eran menos, de hecho de los 40 que entramos quedamos 7 al final, haciendo experimentos con ratitas blancas y también con alumnos de otras carreras que se prestaban para que les pusiéramos electrodos en toda la cabeza y les midiéramos las variaciones de la actividad cerebral ante diversos estímulos. Fuera de clases formamos el equipo de volleyball de psicología, “las frutillitas”. Yo era bastante nula para los deportes pero esto resultaba muy entretenido, más por el ambiente social que generaba que en lo deportivo. Las que íbamos quedando en la carrera éramos un grupo muy unido, puras mujeres y un solo hombre, Rafael. El trabajo social también ocupó un buen tiempo en mi vida. Viajábamos con mis amigas y otros de la universidad a Yucatán a aldeas indígenas a realizar censos y de paso conocer la increíble vida de las familias en sus rucas con piso de tierra mientras compartíamos con ellos una tortilla de maíz hechas con una masa que moldeaban en sus rodillas y ponían al fuego en el mismo piso. México es un país mágico. País de chamanes y brujos. Mientras leía “Las enseñanzas de Don Juan” compartía largas horas con otro Juan escuchando música y escuchando sus relatos de sus visitas a su chamán y como cambiaba la realidad cuando jugaba tenis habiendo consumido peyote, la planta que altera los sentidos. Nunca me animé a probarla pero sí me gustaba ir a su sencilla casa que parecía haber salido de algún cuento de brujas, escuchar sus historias que me introducían en este otro México, mientras sonaba Led Zepellin o Pink Floyd y estábamos horas sentados en el suelo haciendo nada. CECILIA VIOLIC


Contrastaba este ambiente con la fastuosidad de las casas de otros de mis amigos, con mucho blanco y dorado en los muebles, pisos de mármol, fuentes de agua en medio del living. Estaba inquieta por conocer otras realidades especialmente las mas místicas. Leía “La mujer dormida debe dar a luz” de Ayocuán sobre el despertar de la conciencia. Ya el solo nombre del libro me hablaba. Me sentía, de alguna manera, una mujer dormida, viviendo la vida en piloto automático y comenzaba de a poquito a despertar. Incluso un día mirando por la ventana del departamento al que nos habíamos cambiado en la Av. Las Palmas, en el mismo barrio, tuve un pequeño atisbo de conciencia y escribí una canción que decía algo así como “Un día que pasa y tú sin saber que hoy es distinto que ayer. Abre tus ojos, no lo pienses más”. La canción después la presentamos en un festival en la universidad y salimos primeros con mis compañeros. Vinieron otros libros como “El zen en el arte del tiro con arco” unido a experiencias de meditación zen. A veces nos íbamos, en las afueras de la ciudad, a la parte mas alta de los cerros a quedarnos en total silencio contemplando la belleza. La sensación de sentirse un elemento mas en armonía con la creación es maravillosamente reponedora. Atesoro estos momentos hasta hoy. Me ayudan a darle una real dimensión a cualquier situación compleja y a volver a la paz y armonía interior. En ese tiempo conocí a Javier Gabito, un mexicano que estudiaba Economía y con quien tuve la relación mas significativa estando en México. En estos temas él me llevaba la delantera y me gustaba lo jugado que era. Presidente del Centro de alumnos, activo en acción social. Me hacía bien, tal vez porque en mi semi-dormidez veía reflejado en él algo de lo que yo quería llegar a ser. Eramos bastante parecidos, nos llevábamos super bien en todos los planos, incluso es el pololeo en que estuvo más en peligro el mandato internalizado de la virginidad hasta el matrimonio y solo ponía freno cuando me aparecía el temor a un embarazo y la reacción que podría tener mi familia ante un hecho así. Difícil, a una edad en que naturalmente el cuerpo dice otra cosa. Es una creencia que claramente he cambiado. Si hay amor y responsabilidad me parece natural y más saludableuna relación completa. Anduvimos juntos alrededor de un año y después unos clásicos ires y venires. Después de ese tiempo, en uno de los “ires” viajé de vacaciones a Santiago como lo hacía casi todos los años excepto uno que nos fuimos a una preciosa isla en Florida, Fort Myers Beach, a pasar el verano. En Santiago, como ya era costumbre, me encontré con Alberto que siempre me estaba esperando con unas nueces de la Varsovienne en el lugar donde llegaría a alojar, esta vez en el departamento de unos tíos en Las Lilas. Fue ese año que, después de las clásicas salidas en que yo retrocedía si se ponía más comprometedora la relación, Alberto me dijo que ya no quería más de una relación así y que o nos casábamos o no nos veíamos más. 20

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No se si influyó la pena que me daba no verlo más o el hecho que la Mati, su mamá, había muerto recientemente o qué se yo, la cosa es que me dejé llevar y acepté casarme con él. Anuncios a la familia y amigos, anillo de compromiso, regalos, bendición de las argollas… cuando pienso en este tiempo siento que retrocedí a la nube. No sé cuán presente estuve ahí realmente. Cuando me subí al avión de vuelta a México y miraba mi mano con dos anillos que no estaban ahí dos meses antes, desperté mientras en mi cabecita me decía ¿¿qué hice??. Yo no quería casarme, no me sentía preparada. Tenía muchas situaciones inconclusas aún. Incluso Javier no era un caso cerrado. De ahí el tiempo de vuelta en México fue llorar y llorar, y cada vez que mi mamá llegaba con algún regalo para el ajuar, yo lloraba. Y adelgazaba hasta estar en los huesos con la angustia que sentía y que no me atrevía a contarle a nadie. Gracias a Dios, se dio, caído del cielo, la posibilidad de compartir lo que me pasaba con un amigo de mi papá muy acogedor y que me inspiraba mucha confianza. Le conté todo, me lloré todo y sabiamente él me dijo “si no quieres casarte, no te cases”. Era el permiso que necesitaba para ser fiel a lo que sentía interiormente y me dio la fuerza para enfrentar la situación, sabiendo lo difícil que sería para todos, para mi familia pero especialmente para Alberto. Cuando lo pienso ahora siento la angustia y la pena. Me hubiese gustado haber tenido la madurez que tengo ahora en ese tiempo para no haber hecho cosas que causaron daño a otros, sin embargo sé absolutamente que en ese momento actué según lo que creía mejor, y como he aprendido con el tiempo, cada uno hace lo mejor que puede en cada momento considerando la conciencia que tenemos. Al mirar hacia atrás y especialmente sabiendo las consecuencias de nuestros actos por supuesto que es fácil decir ¡¡qué hice!! Pero es injusto hacia nosotros mismos recriminarnos porque hoy tenemos una conciencia ampliada con las consecuencias de la situación. En fin. Daño hice sin duda. Mandé de vuelta anillos con una carta a Alberto y durante mucho tiempo me sentí la villana de la película. Al siguiente año que fui a Chile, anduve de incógnita, esperando no encontrarme ni con Alberto, ni su familia, ni amigos. No lo vi, por suerte. A esas alturas ya había vuelto, como era habitual en mi y en mi corazón de alcachofa, con Javier. Uf! Me acabo de agotar de mi misma.

México, últimaMéxico parte , última parte El último año en México resurgió la necesidad de pertenencia, la misma que había sentido en Estados Unidos al sentirme extranjera aunque ahora era más bien con proyección a futuro. Necesitaba decidir donde quería echar raíces, tal vez casarme, tener hijos. Me preguntaba si era con un mexicano, concretamente Javier, y me imaginaba cómo sería quedarme para siempre en México, tener hijos mexicanos, una casa mexicana, comida mexicana, costumbres mexicanas para siempre. CECILIA VIOLIC


O tal vez quería echar raíces en Chile y a futuro tener una familia chilena aunque no supiera aún con quien. Muy tironeada interiormente. Hacía años que vivía esta dualidad ya que viviendo casi todo el año en México igual pasaba dos meses en Chile y de alguna manera no era de aquí ni de allá y eso me dificultaba comprometerme. Necesitaba tomar una decisión de dónde quería vivir mi vida para adelante y jugármela por algo. Es así que me decidí por Chile. Ya había terminado la universidad y estaba bastante avanzada en la investigación concreta de mi tesis. Aún no me había recibido pero habiendo tomado la decisión no quería esperar más. Además pensaba que ese paso de independencia era necesario para mi, aprender a arreglármelas sola y encontrarme con mis propias reglas en vez de las reglas impuestas. Entendía en ese tiempo, como le debe pasar a la mayoría de los jóvenes de esa edad, que vivir en casa de los padres implica asumir un estilo que no necesariamente es el propio, y yo quería encontrar mi estilo. Ellos no tenían por qué cambiar, yo tenía que buscar mi lugar. Se lo comuniqué a mi familia que, como era de esperar, no querían que me fuera, intentaron hacerme cambiar de opinión, pero mi decisión era definitiva y con el tiempo me apoyaron. Yo tenía 24 años. Ese año, 1976, fui como siempre en Julio a Chile de vacaciones con la idea de trasladarme en Diciembre con cama y petaca. Tenía que organizar cómo y dónde iba a vivir, qué tenía que hacer, para revalidar mis estudios de Psicología y en qué iba a trabajar para mantenerme. Por segundo año consecutivo la Chica Vives y su familia me recibieron amorosamente en su casa en Vitacura. Llegando le conté de mis planes a la Chica invitándola a que nos fuéramos a vivir juntas. Ella estaba muy acomodada en su casa pero algo le movió la invitación ya que a corto andar dijo que sí. Sacando cuentas nos dimos cuenta que necesitábamos una tercera persona que se sumara a esta aventura y esa finalmente fue la Carola, mi compañera de colegio. Que cosa mas buena la sensación interior de paz que da tomar una decisión después de tanto tiempo dividida. Aún no se concretaba el paso en forma definitiva sin embargo ya miraba todo con otros ojos y experimentaba confianza que todo iba a salir bien. En eso estaba cuando me reencontré con Alberto en forma totalmente inesperada. Yo había ido a visitar a mis tíos y primos a Punta Arenas y volví a Santiago el día del cumpleaños del papá de la Chica enterándome que habría fiesta esa noche. Lo que nunca me imaginé es que a esa fiesta llegaría Alberto a quien no veía desde el compromiso aquel, el de la bendición de argollas. Cuando lo vi de lejos casi me muero. Recuerdo haber ido a la cocina a sentarme, con taquicardia. Sentía mucha vergüenza de encontrarme con él después de todo lo que había pasado dos años atrás. Por mi me hubiera arrancado, pero la Chica me animó a enfrentar la situación. Tarde o temprano me iba a encontrar con él igual. El encuentro, para mi sorpresa, fue muy natural y amoroso, y contrario a lo que yo creía, que me iba a echar en cara lo que había hecho, cuando nos despedimos me desarmó al decirme “el pasado, pasado está. Ahora es otro tiempo”. No podía creer tanta ausencia de rencor. 22

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Y yo que todavía me sentía lo peor. Creo que fue eso lo que me enamoró de Alberto y de repente me lo imaginé de papá de esos hijos que podríamos tener juntos. Me gustó lo que imaginé. Salimos juntos algunas veces y antes de partir de vuelta al último tiempo que viviría en México nos pusimos a pololear. Como a esa alturas la familia de Alberto me tenía en la lista negra por lo que había hecho, y por el lado de mi familia también había sido complicado, decidimos mantener en secreto nuestra relación, incluso mandarnos cartas con pseudónimo. No recuerdo cual era el mío pero el de él era “hoyitos”, inspirado en que me gustaban unos surcos que se le hacían en las mejillas. De vuelta en México, me sentía feliz y segura de la decisión tomada. Estaba dispuesta a jugármela para que funcionara esta relación y dejar de mirar para el lado. Porque al fin de cuentas eso es una decisión. De otro modo me habría quedado toda la vida buscando la pareja ideal que obviamente no existe, al menos para todas las que crecimos con los cuentos del príncipe que rescataba a la princesa. Ahí comenzó el tiempo de despedidas de este México que, como bien dice la canción, efectivamente es “lindo y querido”. Lloré harto mientras me despedía de cada una de mis amigas, de mis amigos, de Javier, de mis papás y hermanos, pero me sentía segura de lo que estaba haciendo tal vez por primera vez en mi vida. Junté mis cosas y partí de vuelta a Chile. Estando en el avión, México quedaba atrás y ya sentía la emoción en mi corazón del nuevo tramo del camino.

Por fin, Santiago Por fin, Santiago No podía creerlo. Estaba en el primer día de mi independencia. Y sentía la emoción nerviosa de encontrarme esa tarde con Alberto para retomar nuestra relación. Hablamos por teléfono y quedamos de encontrarnos en un restaurant en el cerro San Cristóbal sector de La Pirámide. La verdad es que el encuentro que yo esperaba que fuera romántico y de puro amor, estuvo lejos de eso. Alberto me comunicaba que en el tiempo que yo estaba en México se había embarcado en una relación con otra mujer. Balde de agua congelada. No podía creer que después de, por fin, haberme decidido a tener una relación definitiva con él saliera con esto. Realmente nunca lo esperé. Aunque igual a nivel de intuición quedé un poco metida con una foto recortada que una vez me mandó a México y que alcanzaba a salir un pelo rubio largo al lado de él. Esos días posteriores, alojada en la casa de la Chica y su familia, fueron de mucha pena e incredulidad. No entendía nada. Esos días en que se siente un dolor en el corazón y una desazón generalizada. Había sido un golpe bajo. Pero de alguna manera quedábamos equiparados. De ahí, y gracias a lo que yo creo hoy que es una salud mental notable que me acompaña, o una liviandad notable, me dije, igual que la ScarlettO´Hara en “Lo que el viento se llevó”..., mañana será otro día. CECILIA VIOLIC


Puse mi mente y mi energía en lo que verdaderamente había sido el motivo de mi vuelta: hacer mi vida independiente, encontrarme con mi estilo y a fin de cuentas descubrir más mi identidad. Esas semanas nos pusimos en marcha con la Chica y la Carola buscando un departamento y juntando algunas cosas para ponerle adentro. Nos sentíamos grandes visitando distintas posibilidades, hablando con los dueños y haciendo ofertas de acuerdo a nuestras posibilidades. La Chica con su sentido práctico, que yo tenía menos desarrollado, fue vital en esta etapa. Finalmente conseguimos uno en las torres de Carlos Antúnez con Providencia, ahí en medio de cientos de departamentos, no recuerdo si era el octavo o noveno u otro piso pero nos pareció que era perfecto. Tres dormitorios, uno para cada una, lo hacían ideal para vivir juntas y al mismo tiempo tener nuestros espacios propios. Me empezaba a entrar el alma al cuerpo. Un radiador viejo con un vidrio encima sería nuestra mesa de centro, una cama de la Chica sería nuestro sofá. Yo había traído algunas cosas de México además de mi cama y un refrigerador, un mueble modular de repisas de vidrio con uniones de bolitas metálicas que instalamos de separación entre el living y el comedor. Y así, con otros aportes de la Carola, más algunas plantas, el departamento se armó y la chochera que teníamos era inconmensurable. Lo encontrábamos precioso. La sensación de libertad y de cero restricción era maravillosa. Yo decidía como quería vivir mi vida, en qué horarios, qué comer y que no comer, a quien invitar, a qué hora llegar si salía, hasta qué hora dormir en la mañana. De hecho ese año lo que más comí fueron pailas de huevo revuelto porque me daba lata cocinar. No sé como resistió mi hígado. La Chica en cambio era genial. A la hora que llegara empezaba a picar pimentones en cuadritos, cebollitas, zanahorias, perejil y lo que encontrara, lo tiraba en una sartén caliente y se preparaba tremendos guisos. Con la Carola nos reíamos y la admirábamos. Nos llevábamos super bien las tres. Teníamos nuestras vidas por separado y tiempos de encuentro, de compartir y algunos amigos en común. La Carola partía muy arreglada, de taco alto, en las mañanas a su práctica de Leyes en algún estudio en el centro, la Chica trabajaba en Somela diseñando enceradoras y secadores de pelo y yo revalidaba estudios en la Universidad de Chile, en lo que era el pedagógico en Macul, en un ambiente entre hippie e intelectual. Compartíamos los amores y desamores, especialmente de ellas porque yo, aunque salía bastante con amigos, me quedé mas tranquila en términos sentimentales y me negaba rotundamente a iniciar una relación más. Ya la había revuelto bastante así que me tenía censurada a mí misma. Sabía a veces de Alberto porque teníamos algunos amigos en común y nos encontrábamos en fiestas y celebraciones, donde Mario y la Isabel, o Fernando Abalo. La Chica también era amiga de él así que lo invitaba a veces a juntas que hacíamos en el depto. 24

Una vida única, como todas


No sé bien qué estaba viviendo él en esa época pero en general era un zombie, medio deprimido, se sentaba en las fiestas en algún lugar a observar y no hablaba. Así pasó varios meses. Yo hacía mi vida y la verdad es que bastante feliz dentro de todo. Me había hecho nuevas amistades en Psicología y estaba descubriendo otras visiones que por estar tan metida en los laboratorios había estudiado menos y que les daban menos énfasis en la Anáhuac. Lo que mas me gustó fue la psicología humanista y, en esa época, en especial, el aporte de Fritz Perls, creador de la terapia Gestáltica y sus experiencias en Palo Alto, California. La “oración” típica de Perls decía algo así como “Yo soy yo y tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y tú tampoco estás en este mundo para cumplir las mías”. ¡¡Que liberador!! Me enamoré de la Gestalt, de descubrir las polaridades internas y ponerlas a conversar porque todo era parte de un todo, todo cabía, y los límites eran flexibles en las relaciones como las olas del mar cuando llegan a la playa y luego se recogen. Así describía Perls nuestros límites y hablaba de la sabiduría organísmica y la importancia de confiar en nuestra intuición. Bueno, tal vez fue esa intuición la que me hizo aceptar casarme con Alberto ese día que se apareció en el departamento por ahí por Septiembre y después de una larga conversa lanzarme un ¿casémonos?. En realidad después de tanta historia no había nada mas que pensar sino tirarse al agua. No puedo decir que me sentía perdidamente enamorada pero sí lo quería. Nos conocíamos ya 7 años y, aunque casi no pololeamos, excepto el mes cuando nos conocimos, habíamos construido una relación. Alberto no era ningún santo pero mirando sus ojos podía ver algo de su alma. Era una buena persona, me daba confianza, y eso era lo más importante.

El matrimonio, otra aventura El matrimonio, otra aventura Decidimos que nos casaríamos en Diciembre, es decir teníamos 3 meses por delante para comunicárselo a nuestras familias y amigos, encontrar el lugar, mandar a hacer los partes, conseguir vestido de novia y todos los agregados de un noviazgo. Un poco de locos. Tal vez pensábamos que con tanta historia si dejábamos pasar más tiempo algo mas podría suceder entre medio. Cuando llamé a mis padres por teléfono a México para decirles ¡me caso! al unísono preguntaron ¿¿con quién?? Para nada era obvio. Al saber que era con Alberto me rogaban que esperáramos, que lo pensáramos bien, que dejáramos pasar un año. Alberto no era tan favorito de mis padres, yo creo que lo encontraban demasiado vividor, muy canchero y poco conservador, pero al verme tan decidida no les quedó más que aceptar y como siempre apoyar a pesar de. Y con el tiempo lo quisieron, especialmente mi mamá. Así, fueron meses intensos para arreglar todo y el 29 de Diciembre de 1977 nos estábamos casando en una pequeñísima capilla en Camino de Asís, donde ni siquiera cabían todos CECILIA VIOLIC


los invitados, que decía en el umbral de la puerta “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré”. Bonito. Queríamos algo sencillo y así fue. Luego la luna de miel recorriendo el norte en auto hasta Iquique, pasando por Antofagasta y San Pedro de Atacama, y llena de anécdotas divertidas. La mejor fue celebrando el Año Nuevo en el Hotel Diego de Almagro en Antofagasta, cena con cotillón. Yo toda elegante de vestido de largo y Alberto de camisa blanca muy abierta dándoselas de actor de cine, terminábamos de cenar cuando se le ocurrió fumarse un puro que le había regalado la tía Ljuba para la Navidad. Había cierta expectación en el ambiente a medida que retiraba el envoltorio plástico y sacaba este tremendo puro. Mas aún cuando trata de prenderlo y sólo sale humo en la punta. Encendedor otra vez y más humo, y cada vez más humo, y ahora humareda total. En eso me empieza a dar ataque de risa recordando que en Punta Arenas alguna vez había visto estos puros que en realidad no se fumaban porque eran una manera creativa de regalar ¡un pañuelo enrollado! Hasta ahí llegó el glamour. Nos fuimos de ida al norte a todo trapo, de hotel en hotel con exquisitas comidas, vinos y champañas, y a la vuelta a pura limonada preparada en Calama y comiendo peras que nos requisaron los pacos a medio camino. Fue un tema cuando estábamos en el último peaje y Alberto me dice que no nos alcanza para pagarlo. Le rogábamos al señor de la caseta que nos aceptara un cheque y no hubo caso. Al final la señora que vendía dulces chilenos se apiadó de nosotros y nos pasó lo que faltaba. Los pobres siempre nos ayudaron. Sin duda que estas cosas que pasaban y que tenían mucho que ver con la personalidad de Alberto más que la mía que era bastante más “fome”, aunque servía de “galucha” según decía Alberto porque me reía de todas las cosas que él hacía, hacían que el recorrido fuera mas entretenido. Nos reíamos mucho y éramos amigos además de empezar el camino de amantes con los esperados encuentros y desencuentros. En realidad el camino de amantes lo empezamos un poco antes de casarnos así que después de todo la famosa y cuidada virginidad ¡no alcanzó a llegar a la meta! El comienzo no fue tan fluido dada la poca experiencia y los sustos que yo tenía pero con el tiempo y más aún con los años de matrimonio logramos una rica relación en este plano, de no tanta frecuencia pero sí disfrutada plenamente. Tal vez podría haber sido mejor aún si yo me hubiese atrevido a conversar más el tema porque nadie conoce mejor su cuerpo que uno mismo y a tomar más la iniciativa cuando quería hacerlo. En realidad me inhibía, con tantos aprendizajes condicionados influidos por la educación católica de esos tiempos y en que los mensajitos internos del tipo“no se debe..” solo traían conflictos internos entre este “deber” y el “querer”. Me sentía bastante atada. Le dejaba toda la responsabilidad a Alberto y por supuesto que me frustraba si él no tomaba la iniciativa, esperando que me adivinara el pensamiento.. La verdad es que toda esa mirada del sexo sólo como medio para co-crear ya no la comparto pero me costó años y varios “mentores” creer que es un acto precioso aún cuando no esté la intención de tener hijos. La única condición para mí hasta hoy es que haya amor. 26

Una vida única, como todas


También en los meses previos al matrimonio iniciamos la búsqueda del lugar donde queríamos vivir y llegamos a una parcela en La Reina con una casita de 90 m2 con techo de dos aguas de tejas. La casa era sencilla, tal vez la de un cuidador de la parcela, pero al verla y ver el lugar logramos captar su potencial. Alberto era experto en eso, podía imaginar la belleza oculta en lugares que otros pasaban de largo. Y tenía también la capacidad de convencer a quien fuera, en este caso a los viejitos italianos, Don Bartolo y su señora, dueños de la casa, que la dejaran para nosotros, entre muchas otras ofertas. Era necesario despejar el jardín del exceso de pitas, pintar un poco la casa, hacerle pequeños arreglos, encerar las baldosas rojas del porch, improvisar algunos mesones y repisas en la cocina y quedaría genial para vivir ahí, con la calidad de vida que te da el ambiente campestre, los cuatro enormes paltos del jardín, y entrar y salir cada día recorriendo un largo parrón que en época de uvas era imposible privarse del picoteo. Siempre me han gustado las calles de tierra y los paisajes naturales donde los jardineros no le han metido mucha mano. Y el olor a tierra mojada al despertar de una noche de lluvia. Así era en ese tiempo Carlos Silva Vildósola. Luego irían apareciendo los grandes personajes del lugar: el parcelero Don Segundo con sus pantalones arremangados, una guata redondita y poquitos dientes acompañado de su yegua, la Perla, el Lucho que trabajaba los fierros y vivía cerquita, y nuestro primer acompañante con quien jugamos a ser padres, el Bicho, un quiltro que quería parecerse a Snoopy. El Bicho cuando llegó era una bolita chiquitita y le gustaba meterse adentro de nuestra cama hasta el fondo hasta que a media noche, sofocado de calor, empezaba a subir entre medio de los dos hasta llegar a la almohada. El problema es que al crecer hacía lo mismo y en invierno, muy embarrado. Bueno, en este ambiente aprendíamos a ser pareja. Es curioso esto del matrimonio pensando que de la noche a la mañana empiezas a vivir junto a otra persona que viene de otra familia con otros códigos, otras costumbres, y de repente estás compartiendo la misma cama, el mismo baño, el mismo todo. No es del todo fácil. Sin duda los dos primeros años fueron de conocernos más y afiatarnos. Yo no me había dado cuenta antes que Alberto era “búho” como le llaman ahora a las personas que se activan más de noche y que les cuestan más las mañanas, a diferencia mía que soy “alondra”. Esta fue una primera dificultad sobretodo porque yo no podía entender que no estuviera levantado al alba para iniciar el día laboral. Yo salía temprano a la Universidad, todavía revalidando mis estudios, y él empezaba a arribar tipín nueve con suerte. Considerando que yo venía con el legado, suavizado, de mi abuelo paterno, eso, que ahora entiendo que es parte de nuestra diversidad biológica, era inaceptable. Entonces hacía de bruja: pero como estás durmiendo a esta hora, a qué hora vas a trabajar, y todo ese lado oscuro femenino manifestado en pleno. CECILIA VIOLIC


Mas aún cuando costaba sacarlo de los panoramas nocturnos, yo muerta de sueño y él con el clásico un trago más y nos vamos, y eso significaba con suerte dos horas más y ser siempre los últimos en irnos. La bruja hervía. Y además, ya que estoy en el desahogo, si había algo que realmente yo no soportaba era el muchas veces visto cuadro del hombre que llega de la pega, se instala frente a la tele con un whisky, y la mujer vamos haciendo la comida, lavando los platos, haciendo el aseo. Definitivamente esa no era la idea de matrimonio que yo quería y estaba dispuesta a dar la pelea completa. Pelea difícil de dar cuando el contrincante encuentra que eres maravillosa. Yo le criticaba todo y cuando le pedía que me dijera lo que le molestaba de mi me decía “nada”. Grrrr. Así llegamos a nuestra primera crisis en que le dije que necesitaba tomarme un tiempo a solas para pensar y que me quería ir unos días a Con Con a la casa que tenía mi suegro. Yo me había casado, como la mayoría de los que tomábamos esa decisión en ese tiempo, con la intención que fuera para toda la vida, sin embargo no estaba dispuesta a pasarlo mal. Casi se murió. Me rogó que no me fuera y que iba a cambiar. Y me quedé. Salimos fortalecidos de ese primer encontrón y creo que fue la única crisis que tuvimos entre nosotros. Creo que por mi parte decidí enfocarme en el lado positivo de esa manera de ser de Alberto y que a mí me hacía tanta falta: un poco más de relajo, mas distensión en los horarios, si el fin de semana nos despertábamos tarde no había razón para almorzar igual a las 13:30 hora Violic. Podíamos tomar desayuno y almorzar cuando nos diera hambre ¡y no se caía el mundo! El lo pasaba mejor que yo, eso era un hecho. Lo que más aprendí de Alberto, que empecé a incorporar de a poco, fue su capacidad de disfrutar los momentos presentes a concho. De alguna manera me hacía falta más soltura y sin duda más flexibilidad y por algo me había casado con él, tan distinto a mí. Hace poco leía una frase de otro de los grandes maestros humanistas que me inspiraban en ese tiempo, Carl Rogers. Decía: “Me doy cuenta que si fuera estable, prudente y estático, viviría en la muerte. Por consiguiente acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ese es el precio que estoy dispuesto a pagar por un vida perpleja, fluida y excitante”. Creo que algo de eso andaba buscando y de alguna manera estaba dispuesta a vivir. Aunque a veces me costara.

De mamáDe mamá Cuando pienso en ese día en que supe que por primera vez estaba embarazada, siento un calorcito adentro , un cosquilleo en el pecho, e inevitablemente sonrío. Había tenido antes un falso aviso o tal vez una pérdida, no se, y me había costado un poco quedar embarazada, seguramente por esa presión psicológica de sentir que “ya era hora” y que parece jugar tan en contra. Todas las sensaciones eran totalmente nuevas para mí, y podría resumirlas, las que viví en este embarazo y en cada uno de los siguientes, como un sentirme plena y mejor que nunca a pesar de las incomodidades de los últimos meses, alguna nausea, acidez, dolor 28

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en las costillas o lo que fuera. El estado de embarazo para mi ha sido maravilloso en especial sentir los pequeños movimientos de una vida que crece adentro del cuerpo. El misterio de la vida en pleno. Todavía me parece asombroso poder dar vida de la nada. Así llegó la Ale y, como primera hija, la tarea era aprender a ser mamá. Alberto me acompañaba de cerca y participaba activamente también, sin embargo en estas circunstancias las mamás somos irremplazables, y los papás se suben al carro bastante después. La experiencia de ser mamá por primera vez es increíble, y también muy difícil, especialmente cuando avanzan los días y la rutina se repite entre prepararse para dar papa, dar papa, sacar chanchitos, mudar, aproximadamente 30 minutos con suerte para arreglarse un poco y vamos de nuevo a prepararse para dar papa, dar papa, sacar chanchitos, mudar… todo el día… y además a las dos de la mañana, a las seis, y si a eso le sumamos el dolor extremo que me producía amamantar y ni siquiera producir suficiente leche, guagua llorando, uf.., creo que no hay mamá nueva que no tenga alguna pequeña crisis. La conciencia además era que tienes a alguien que depende cien por ciento de ti, casi pegada, y que así será por muchos años. Es un cambio fuerte. Cuando la Ale después de muchos años tuvo a la Jacinta y en algún momento hizo una crisis similar, podía entender muy bien lo que estaba viviendo. Por suerte se pasa y después es tan natural hacerlo. Mientras voy escribiendo, automáticamente me vienen los recuerdos del nacimiento de Martín 3 años después, el de la Mane, 5 años después, la guaguita que perdimos a los tres meses de gestación 4 años después, y el de Daniel 1 año después cuando yo ya tenía 39 años. En todos, vuelvo a contemplar el misterio de la vida, y, en los cuatro, la maravilla de verlos crecer, sumando aprendizajes desde los más simples como sostener la cabeza hasta los que hoy les permiten ir conquistando su autonomía más amplia. A estas alturas me doy cuenta que con cada nacimiento se abren nuevas historias, como las ramas de un árbol grande y frondoso, y de hecho podría escribir largamente acerca de la vida de cada uno pero creo que eso lo haré en otro momento para regalárselos a ellos. Solo agregar que no me equivoqué cuando pensé que Alberto sería un buen papá. En realidad fue genial, entretenido, bueno para los panoramas lo cual para mi era maravilloso porque en mi espíritu más tranquilo y contemplativo me permitía tener también mis tiempos libres sin cargo de conciencia (bueno, con poco). Fue bueno también que tuvieran años de diferencia entre uno y otro, me habría costado tener niños muy seguidos y además trabajar, preocuparme de la casa y andar feliz por la vida. Me topo con mis límites. Eso sí que fue con un poco de tensión el entretiempo ya que con los métodos anticonceptivos naturales era mas difícil asegurarse. En realidad ser mamá es lejos lo mas maravilloso que me ha pasado en la vida y he sido una mamá… lo mejor que he sabido ser. CECILIA VIOLIC


Tal vez me habría gustado ser una mamá 100% dedicada a los niños pero no fue así. Tenía también otras inquietudes y, como nos sucede creo que a la mayoría de las mujeres que trabajamos fuera de la casa, siempre estuvo presente el tironeo interior y esa vocecita interna crítica que se encarga de mantenernos en la culpa por estar haciendo otras cosas. Con los años aprendí que en vez de combatirla era mejor aceptarla, descubrir su intención de fondo, respirar hondo y esperar que se disipara. Para ser justa conmigo, puedo decir a mi favor que una virtud que he tenido y cultivado más con los años es el respeto por la unicidad de cada uno. He puesto lo mejor de mí para que cada uno sea como es y no a medida de mis expectativas, aunque por momentos me ha costado y en otros se me ha olvidado. Han tenido libertad y mi apoyo para buscar lo que más quieren hacer en su vida de acuerdo a esa unicidad y sólo alego cuando creo que algo de esa búsqueda pudiera no ser saludable. En un hecho concreto, cada uno tuvo chipe libre para cambiar estilos en sus dormitorios, pintarlos, re-pintarlos, hacerlos a su medida y re-adecuarlos cuando solos sentían que habían cambiado de etapa. Alberto también lo permitía. También pienso que habría sido genial haber tenido, cuando mis hijos eran mas chicos, la sabiduría que me van dando los años, la ternura, la paciencia y la delicadeza que me sale natural con mis nietos, la Jacinta y León. Así y todo, estuvo bien y seguro que ellos serán aún mejores papás y mamás tomando lo que fue bueno para ellos y haciéndolo distinto en lo que no. Me gusta como son, cada uno, y ha sido un privilegio ser su mamá y acompañarlos en su camino.

Una aventura Unaespiritual aventura espiritual Nuestra vida en La Reina transcurría entre los niños, colegio de la Ale, transporte, tareas, Martín empezando el Jardín, el trabajo -a veces más y a veces menos-, amigos, amigos antiguos y amigos nuevos aportados por psicología de la Chile como la Laura Moncada y Rodrigo Gil. Por períodos tuvimos más habitantes en la casa: mi hermano Rodrigo cuando se vino de México a estudiar a la universidad, y también Pato Geisse hijo, sobrino de Alberto. Me gustaban los inviernos en esa casa, especialmente los fines de semana con chimenea prendida. Exquisita sensación, más cuando llovía afuera y no tenía que salir. Ya llevábamos 8 años de casados, nuestra relación en general era buena, por supuesto que teníamos nuestras discusiones especialmente con el mismo tema del inicio, nuestras diferencias entre “buho” y “alondra” y la vuelta a la casa en la noche con copas de más. Yo me podía quedar enojada varios días pero algo que me enseñó Alberto, que tenía la cualidad de cero rencor, era que no valía la pena perderse tantos días. Eso que aprendí lo aprendí para siempre. Además que ahora sé que cuando me mantengo enojada, yo pierdo, porque andar 30

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con el enojo adentro es tanto mas perjudicial que liberarme. Es mejor conversar las cosas y luego soltar. Lo que nos ayudaba mucho era el humor, reírnos de nosotros mismos siempre, y un lenguaje inventado para saludarnos que era muy divertido. Era 1985, fuimos invitados a un fin de semana de CCN, Cristianos para la Ciudad Nueva, una comunidad de laicos nacida en Francia, parte de lo que en ese momento se le llamaba “la Fundación”, hoy Fondacio. La invitación caía en un buen momento . Pocos días antes habíamos estado en una reunión en el colegio y nos habían hecho la pregunta de cómo pensábamos traspasarles la fe a nuestros hijos. Por alguna razón esa pregunta me quedó grabada. Nunca fui muy de misa, con las de las monjas ya había tenido mi cuota y superada, pero sí he creído que la cosa no se juega solamente a nivel terrenal y que creer en algo más agrega valor a la vida. Tal vez esta invitación podía traer respuestas. Igual fui con bastantes resistencias, no así Alberto que era el que me empujaba a vivir la experiencia con su entusiasmo característico. Conocíamos a algunas personas de la comunidad y había algo en ellos que nos atraía, por eso finalmente fuimos. Ese Viernes en la noche llegamos a Punta de Tralca, y desde el comienzo me conquistó la música. Hacía tiempo que la había dejado de lado, en realidad desde el colegio, y al ver a un grupo cantando a todo pulmón, sueltos, espontáneos y unas canciones que me parecían preciosas, algo me pasó adentro. Mas aún al sentir que me estaban esperando y que el ambiente reunía dos cosas que no siempre se dan juntas: la calidez y acogida, y una organización notable, muy distinto a los retiros espirituales de la época del colegio en que pasábamos tanto frío que se me congelaba hasta el alma y solo me recuperaba con mis compañeras con algún tecito llevado a escondidas al igual que el clásico tarro de leche condensada hecho manjar que se untaba en galletas de vino, todo escondido debajo de las camas. Recuerdo una pregunta que nos hicieron esa noche, después de unos testimonios de personas que la respondían según sus vivencias, y que luego compartimos en grupos pequeños separados con Alberto. La pregunta era: ¿Qué le falta a mi vida?... ¿Qué le falta a mi vida?... Tal vez fue ver al grupo que cantaba o no se qué pero la respuesta que me vino fue: intensidad. Sentía que mi vida era buena pero le faltaba emoción, intensidad. Parece que aún era más una observadora de la vida que una vividora de la vida. Y luego el cuento del aguilucho que nace en un corral con las gallinas y los patos y que cada vez que pasan las águilas reales por los cielos su corazón late, hasta que un día se atreve, estira sus alas, corre, vuela y se une a ellos dándose cuenta que también es un águila real.

Mis alas no Mis estaban extendidas. alas no estaban extendidas. A medida que transcurría el Sábado ya me daba cuenta que la psicología no tenía respuesta para los anhelos profundos que había en mi corazón y probablemente en los de otros. Las respuestas están a otro nivel. Como bien ha dicho Einstein “los problemas no se resuelven en el mismo nivel en que fueron creados”. El fin de semana fue muy especial ya que ese Sábado en la tarde murió de un infarto una CECILIA VIOLIC


mujer joven, recuerdo que se llamaba Alejandrina, que también iba de invitada. Inesperado. No podíamos creerlo. Y cuando pasan esas cosas naturalmente se nos mueve el piso y nos cuestionamos acerca de las cosas verdaderamente importantes de la vida. Los meses siguientes seguimos haciendo camino en la comunidad. La cosa era bien exigente en tiempos, jornadas, grupos pequeños en las casas, acompañamiento personal, a veces un fin de semana en Punta de Tralca, mas algún servicio que en mi caso fue el de la música. Desempolvé la guitarra. Feliz. Vivimos muchas experiencias que en mi caso me iban ayudando de a poco a “extender mis alas”, a perder el miedo a mi misma, que era bastante, y a atreverme a ser yo. La comunidad para mi fue como un almácigo con buena tierra, protegido, nutritivo, que permitía el crecimiento. Almácigo hecho de acogida, aceptación, escucha sin interrupciones, no-juicio ni crítica y de buscar las respuestas adentro más que afuera, entrar en el lenguaje de las sensaciones, encontrar a Dios adentro de cada uno.

A unama. Dios que ama. A un Dios que Así lo viví y seguro que Alberto también. Fui testigo de su crecimiento. Al año siguiente fui a una sesión de crecimiento PRH que se llamaba “¿Quién soy yo?”. Cinco días de introspección, fuera de Santiago, y también en un ambiente de no juicio y al mismo tiempo con una pedagogía muy rigurosa. Ahí, en un tiempo de caminar por un jardín silvestre, me detuve en un lugar donde había una pequeña flor, parecida a una Margarita, de pétalos blancos abiertos y centro amarillo al lado de un riachuelo. En ese momento sentí que, en lo más profundo de mi ser, yo era como esa pequeña flor, simple, sencilla, que tomaba agua de sus raíces y se abría recibiendo el calor del sol. En ese sentir tan íntimo y profundo constaté la presencia de Dios. Eso era todo lo que tenía que hacer en la vida: permanecer abierta a recibir y entregarme. Cuando lo recuerdo ahora vuelvo a sentir la misma emoción, me sigo reconociendo de fondo así. Y hasta hoy, cuando me empiezo a complicar por cualquier tema, vuelvo a esa imagen, a esa vivencia, y todo se simplifica. Hoy puedo decir que esos años de comunidad fueron mi segundo nacimiento, esta vez más a mi verdadero ser. Un poema místico de Rûmi lo describe muy bien: El ser humano debe nacer dos veces: una vez de la madre, y otra vez de su propio cuerpo y de su propia existencia. El cuerpo es como un huevo; en este huevo, la esencia del hombre debe convertirse en un pájaro, gracias al calor del amor. 32

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Gracias al calor del amor. Finalmente eso es lo que permite salir del huevo. Mientras más parecido al amor incondicional, mejor. No porque haces o no haces, te sacaste un siete o un cinco, eres exitoso o fracasaste, más o menos bonita. Sólo porque eres. El tiempo después, por lo menos hasta 1991, en que hubo una crisis grande en la fundación con salida del fundador, fue de mucha entrega. Cuando has recibido algo bueno, se impone entregarlo. Y por añadidura se fortaleció también nuestra pareja, sumándose el vínculo espiritual. A Alberto lo amé más a medida que pasaban los años, mucho más que cuando me casé con él, en que si lo pongo en la balanza había corazón sin duda pero había harta cabeza y más intuición que otra cosa. La experiencia en Fondacio cambió mi mirada hacia las personas, incluyéndome, para siempre y a Alberto lo “veía” más allá de las cosas que en los primeros años me molestaban. Incluso a medida que pasaba el tiempo lo iba encontrando cada vez más atractivo y creció mi admiración por él. Fuimos muy conocidos y queridos como “Alberto y la Cecilia”, casi como una sola persona, lo cual tiene de bueno y de no tan bueno también. Responsables de comunidades, gestores de eventos, animadores, parte del equipo iniciador del “proyecto Conchalí” con la compra del terreno, la construcción del oratorio… En fin, siempre había algo, y mientras tanto, nacía la Mane, y como no se puede estar en todo, descuidábamos nuestras profesiones, a algunos amigos y alegaban los hijos cuando nos íbamos los Sábados aún cuando muchas veces partíamos con ellos también cuando era fin de semana completo. Mirado desde hoy, creo que nos faltó equilibrar más los tiempos, las distintas áreas de la vida, pero en ese momento genuinamente era lo que creía y creíamos que había que hacer. De hecho después de la crisis de Fondacio se tomó conciencia también de esto. Creo que hicimos mucho bien también, y algo veían en nosotros las personas que hacía que fuésemos tan solicitados. Tal vez es esa necesidad espiritual que tenemos las personas. Hoy también lo percibo cuando hago un taller, atiendo una consulta, o tengo una buena conversa con algún amigo o amiga. Lo que he descubierto con los años, pasadito los 50, es que puedo colaborar para que las personas sean más ellas mismas porque creo que siendo quienes somos nos conectamos con lo que está mas allá de nosotros, le llamemos Dios, Amor universal, Energía cósmica o lo que sea. En esa conexión, en esa fluidez, nuestra libertad crece y podemos caminar mas confiados en medio de las incertidumbres. Bueno, esa es mi fe. Demás está decir que a mi vida nunca más le ha faltado intensidad, no necesariamente por mucho hacer sino por vivir la vida “desde adentro”. No puedo dejar de decir que ese tiempo de comunidad fue uno de los mejores momentos de mi vida, con pasión, con alegría, con entusiasmo. Nos hicimos de amigos queridos, y los lazos CECILIA VIOLIC


que se generaron con los años compartiendo nuestras luces y sombras en las jornadas y también después de las jornada cuando nos íbamos a veces a la casa a la que nos cambiamos cerca de la rotonda Atenas, a veces a otra, a comer pizza, bailar, cantar, habiendo ya perdido el temor a hacer el loco, son lazos que permanecen a través de los años. Como familia también lo pasábamos bien. Con Alberto siempre había panorama aunque fuera salir a dar una vuelta en la Perla, o hacer un huerto, o ir a fantasilandia y por supuesto él era el primero en estar en la montaña rusa, o en cualquiera de esos juegos terribles en que quedas cabeza abajo. La Mane era la que más aperraba con él. Yo, ni por nada. Celebrábamos siempre los cumpleaños nuestros y los de los niños continuando la tradición de las cáscaras de naranja con jaleas de colores, agregando las tortas decoradas con todo tipo de dulces de colores, gomitas, koyacs o lo que fuera. Y los veranos que pasábamos en familia en Algarrobo con mis papás, años tras año, los atesoro en mi corazón. Por supuesto que yo contemplando y tomando solcito mientras Alberto capeaba olas con los niños. En La Reina pasamos alrededor de 10 años hasta que se murió Don Bartolo y los hijos nos pidieron la casa ya que querían hacer un condominio. Hacía tiempo que la calle ya estaba pavimentada y las casas vecinas en parcela se habían loteado. De ambiente campestre le quedaba poco. Este pedido llegó en un momento en qué ya estábamos soñando con Huechuraba, que en ese tiempo era Conchalí, así que, aunque había pena de dejar el lugar, también estaba la ilusión de llegar en algún momento a vivir en un terreno que la fundación había comprado con donaciones y buenas voluntades de muchos y con Alberto participando activamente para que fuera posible. Muy activamente. Fue ahí que conseguimos una casa “en tránsito” en Martín Alonso Pinzón. Voy a hacer un paréntesis. Es curioso, pero al escribir de este período me cuesta mucho conectar con lo que yo sentía, separada de Alberto, y me sale todo el tiempo el “nosotros”. Creo que fue asi. Generamos una “tercera persona”. A veces pienso que con Alberto teníamos que encontrarnos para vivir lo que vivimos, además de generar una hermosa familia, abrir algunos caminos nuevos para otros. Así existe hoy el Centro Los Almendros y todo lo que se seguirá desarrollando ahí, el oratorio de Los Almendros por donde miles de personas han pasado a darse un momento de silencio, de oración, de volver a lo esencial en la sencillez del lugar, la comunidad Lemunantu donde vivo hoy y que se inició convocando a otros a vivir menos aislados y más solidarios y que ha permitido que los niños de todos nosotros hayan experienciado una manera de vivir que con seguridad les ha aportado a sus vidas.. Sin duda, Alberto llevó la delantera en todos estos proyectos y yo aportaba con pequeños toques y acompañando. Me emociona. Cierre de paréntesis. 34

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La crisis de Fondacio , en Mayo de 1991, fue un remezón muy fuerte. Habíamos entregado con Alberto buenos años de nuestra vida, muy comprometidos, y ahora todo empezaba a cuestionarse. Se le había pedido la renuncia al fundador y, especialmente en Francia en un principio, había sido un terremoto grado 10. Al mismo tiempo nacía Daniel y era maravilloso. Pena y alegría juntas. La vida misma. Poco tiempo después optamos por dejar la comunidad y buscar otras maneras de encauzar lo que nos motivaba de fondo ya que con tanto cuestionamiento no era posible hacerlo ahí. Recuerdo que en lo personal en esos momentos pensaba “Dios está en todas partes, si no es aquí será en otro lado donde puedo colaborar para que este mundo sea mejor”. Y visto desde hoy, creo que fue muy bueno que eso pasara.

Vivir con otros Vivir con otros La crisis remeció fuerte y trajo de regalo más humildad, más apertura, más desapego. A veces, cuando queremos mucho algo o a alguien, nos vamos apropiando. Creo que eso nos pasó. Hace poco leí “El libro tibetano de la vida y la muerte”. Ahí Sogyal Rimpoché dice, desde la visión budista, que estos momentos de muerte en medio de la vida son oportunidades para ir aprendiendo a soltar, a desapegarnos, y prepararnos para la muerte al final de la vida en que necesariamente tenemos que soltar todo, todo, hasta nuestro cuerpo. Ojalá podamos llegar livianos a ese momento, “ligeros de equipaje” en palabras de Tony de Mello, para que la partida no sea tan dolorosa. Desde esta actitud mas humilde, sentía la necesidad de meterme más en trabajos de servicios concretos. Ahí me llegó la posibilidad de trabajar en la Fundación Chilena de la Adopción para acompañar en su proceso a mujeres embarazadas en conflicto con sus embarazos, y acepté. Las oficinas estaban en la esquina de Ahumada con Huérfanos y caminar por ahí todos los día, perdida en medio de un centenar de habitantes de la ciudad, me hacía bien. Más aún el contacto con estas mujeres, generalmente con historias de pobreza material, de escaso amor, intentando que ganaran un poquito de libertad para tomar la decisión que las dejaría más en paz. Y por otro lado acompañando a parejas que habían sufrido mucho y que su esperanza era ser padres por esta otra vía. El aprendizaje para mi, que raro decirlo hoy, era ser común y corriente y poner más los pies en la tierra. Me imagino que también para Alberto, que se dedicó más a la arquitectura. Raro decirlo porque hoy me siento una más, con ese toque especial que tenemos cada uno. Mi maestra de PNL, Judith Delozier ofrecía la metáfora de la orquesta donde los diversos instrumentos, cada uno en un sonido particular, podían sonar bien juntos. A fin de cuentas estamos creados sin fotocopia y la Judith decía: en la historia de la humanidad sólo ha habido, hay y habrá una tú. Y sólo tú puedes dar tu sonido. CECILIA VIOLIC


Al mismo tiempo los seres humanos compartimos alrededor del 97% de los genes. Entonces ni muy muy ni tan tan. Mientras, y a pesar de todo, seguía avanzando el “proyecto Conchalí” y, aunque estábamos más lejos del día a día de la fundación, igual nos sentíamos concernidos por ese lugar que hoy es el Centro Los Almendros. Ya veníamos desde antes con el sueño de vivir allá, aunque en ese momento no había nada más que tierras con cultivos además de un par de casas antiguas y las bodegas de la ex Viña Cochalí bastante abandonadas. Todo coincidió para que así fuera. La fundación necesitaba terminar de pagar el terreno, y se decidió hacer un loteo urbanizado vendiendo terrenos para financiar y también para que vivieran ahí personas concernidas con el lugar y los proyectos que podían surgir. Nos motivaba la idea de hacer comunidad en lo concreto de la vida diaria y por ahí empezamos a ver con quienes y fueron apareciendo nombres de personas cercanas, la Vero Muñoz, la Judith Figueroa, Carlos Fuenzalida y la Gloria que por su parte andaban en la misma con Felipe Bañados y la Juany y Fernando Fuenzalida y la Ximena que se sumaron, la Laura y Rodrigo, Pancho Ríos, Pato Morales, la Chalaco Valverde, Adolfo Aldunate y la M. Patricia, HernanKonig y la Marcela, la Nélida San Martín y otros que fueron a algunas reuniones y luego se desistieron. Era un grupo humano diverso, unos mayores, otros más jóvenes, solteros, casados con familias grandes o pequeñas. Lo esencial, antes que si tenían o no el dinero para comprar, era si querían vivir más cerca unos de otros, con menos rejas entre medio. Había mística. Son esas experiencias en que experimento lo humano y lo divino unido y esa sensación es maravillosa, me produce una felicidad increíble y me siento más lúcida. Estuvimos dos años reuniéndonos casi todas las semanas, soñando juntos y viendo como materializar nuestros sueños. Logramos al fin comprar un paño de 6500 mts., calculando cuanto de eso quería cada uno, y, para hacerlo posible, los que tenían más dinero le prestaron a los que tenían menos. Por nuestra parte, lo compramos con una herencia que le llegó a Alberto de su papá que había muerto. Gracias, Tata Fernando, porque todavía gozo del lugar. Cada mañana cuando subo a tomar desayuno y miro el Cerrito de los almendros y los árboles que van creciendo, me invade un sentimiento de gratitud. Nuevamente el alma volvía al cuerpo con este proyecto. Aunque la Ale y Martín eran más grandes y la idea les entusiasmaba menos, queríamos que nuestros hijos vivieran en un lugar que les permitiera tener más vida de barrio y con más relación con los vecinos. La Ale siempre alegó más. Martín no tanto ya que su naturaleza sociable lo llevaba siempre a andar fuera de la casa, en casa de amigos. Los meses siguientes fueron de seguir concretando el proyecto, proyectando las casas y tomando decisiones en un grupo que por lo diverso no siempre era fácil. El respeto y la aceptación de las diferencias fueron un aprendizaje constante para mí porque a veces me daban ganas de mandar a algunos a la punta del cerro. 36

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Importante respirar hondo, poner por encima la motivación de fondo, y cuidarme de “mi lado oscuro”, el Darth Vader que me acompaña, del cual ya había tomado conciencia con dolor con la ayuda iluminadora del libro “Encuentro con la sombra” y gracias a algunas personas queridas como la María Judith que me lo hicieron ver a partir de lo que sentían. Las personas, sin darnos cuenta, podemos hacer mucho daño. Yo podía hacer mucho daño. A veces se me olvidaba la humildad, me creía dueña de la verdad, de cómo “debían” ser las cosas, y podía ser muy dura. Bueno, en este grupo, yo no era la única, y discutíamos fuerte especialmente cuando ya estábamos construyendo las casas y afloraban las distintas sensibilidades. Finalmente cada decisión que tomábamos esperábamos a que todos estuvieran de acuerdo. Por supuesto que nos demorábamos más pero se cuidaban mejor las relaciones. Con esta diversidad de personas y sensibilidades surgió Lemunantu, “luz del bosque”, con casas todas distintas pero con un gran espacio común. Alberto hizo varias de las casas y fue el que armonizó el conjunto, escuchando a cada uno y buscando proposiciones donde todos se sintieran considerados. Sin duda ejercitó mucho la paciencia, porque también en materias arquitectónicas no solía ser muy transigente. Para la empresa constructora fue un problema grande esta diversidad de materiales, formas y tamaños de las casas, y, sumándose a una falta de experiencia en este tipo de proyectos, quebró. Eso nos obligó a pedir un préstamo adicional y finalmente nos fuimos a vivir allá con las casas aún no terminadas, en pleno invierno, y en un año en que las lluvias fueron torrenciales, creo que por ahí por 1998. Nada de fácil, pero se puso a prueba la solidaridad comunitaria con ayudas mutuas y subidas a los techos vecinos para poner plásticos en plena tormenta. Cual pioneros conquistábamos estas tierras con todas las inclemencias del tiempo pero con esa alegría interior de materializar un sueño. En realidad, podría escribir mucho más de la historia de Lemunantu pero lo dejaré hasta aquí porque creo que en algún momento la historia la escribiremos entre todos. La Chalaco ya empezó con una primera parte.

El camino pedregoso El camino pedregoso Pasamos al siglo 21 con un año nuevo bien celebrado en el espacio común. Ya se había hecho costumbre en Lemunantu las celebraciones comunes iniciadas casi con nuestra llegada cuando todo era tierra y Alberto hacía “el baile en la piedra” con las risas de todos, payaseando y cantando a lo Sinatra. La sensación de los primeros años en Huechuraba para mí era exquisita, un privilegio vivir tan cerca de la ciudad y al mismo tiempo sintiéndome de vacaciones en mi casa. Saber que puedes contar con otros en cualquier momento y que otros pueden contar contigo para CECILIA VIOLIC


lo que sea, desde el clásico pedido de la taza de azúcar que faltó para el postre que estás preparando, hasta el equipo de salvataje cuando se te inunda la casa, o llevar a algún niño a la clínica en una emergencia. O, como hoy, que me desperté temprano y ví que había entrado a mi jardín un joven buscando algo para robar, y a los pocos minutos Felipe tocaba el pito y salían Carlos, Hernán y Alvaro con palos, la Juany en el balcón, La Marcela animando desde el segundo piso, todos a abordar la situación. Los veranos, desde que estábamos en la casa anterior, nos íbamos a un camping en Vichuquén, tiempos muy ricos en familia, acompañados de la Walwalun (en mapudungun “murmullo de las corrientes de las aguas”), una canoa pintada por Alberto y que me permitía salir de la carpa mientras todos dormían, caminar 10 pasos hasta el muelle, y “navegar” cuando las aguas son como un espejo y apenas se escucha el sonido del remo empujando suavemente el agua. Todo esto acompañado siempre de incertidumbre económica. Alberto trabajaba en forma independiente, en realidad nunca le gustó tener horarios tan estructurados, y yo seguía algunos días en el tema de la adopción y atendía consulta. Vivíamos al justo y un poco tensionados con el dividendo que había quedado muy alto por el préstamo adicional, los colegios y universidades de los cuatro hijos más las cuentas del mes a mes y gastos básicos. Rara vez sabíamos con certeza cuanto tendríamos para el mes siguiente. Desde que nos casamos, salvo algunos años en que Alberto trabajó en oficinas como las de Carlos Alberto Cruz o Carlos Elton, siempre había sido así. En los primeros años de matrimonio me causaba angustia cuando nos cortaban la luz o el agua y esta sensación de estar permanentemente en el límite. Para Alberto parecía no ser tanto problema y siempre lo resolvía de alguna manera. Pero ya el tener cuatro hijos a mi me daba mucha pena no poder financiar cosas que eran importantes, como una ortodoncia, o algún estudio extra de lo que fuera. Así y todo creo que lo más importante que podíamos entregarles estuvo. Al verlos hoy se me confirma. El año 2001 con la recesión mundial el problema empezó a crecer. Se afectó la construcción, Alberto tenía muy poco trabajo y con lo mío no alcanzaba. Hacíamos malabares para pagar los estudios, la casa, se nos juntaban cuotas, de repente salía algún trabajo y nos poníamos al día, luego otra vez lo mismo. No daba para ir cubriendo. Sumado a las angustias económicas, la Ale, que estaba en medio de sus estudios de Diseño, nos contaba que estaba embarazada. Fue duro en un comienzo. Nuestros amigos vecinos lo recibieron como una buenísima noticia, una guagüita venía en camino…, y eso nos consolaba. Si hubiese sabido en ese momento que el fruto sería la Jacinta no habría derramado ni una lágrima, al contrario le habría dado las gracias a la Ale y a Alejandro por hacerme abuela de una niña maravillosa. 38

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Me ayudó, en esos momentos en que se cuestionan los paradigmas instalados, mirar la luna llena una noche mientras llorando regaba el jardín e imaginarme por un instante que yo estaba ahí y miraba desde ese lugar nuestra casa, nuestra cultura chilena, y otras culturas y sintiendo como es tan relativo lo que “debe” y “no debe ser” dependiendo de la cultura donde estamos insertos. Son solo paradigmas. Ampliar la mirada me alivió y desde ahí acepté. También la acogida que le dieron sus hermanos a la Ale. La sabiduría de los jóvenes. Y más aún las sabias palabras de la Ale que hasta hoy me han servido para regalársela a alguna persona que atiendo en consulta, “no es como hubiésemos querido que fuera, pero no tiene por qué no ser bueno”. Y así ha sido. En Octubre de ese año nacía la Jacinta. Me cuesta describir lo que sentí en ese momento al verla. Me viene la palabra trascendencia. Esa increíble sensación del paso de la vida que viene de nuestros ancestros, que pasa por nosotros y que sigue con ella. La felicidad de Alberto también era plena. Ese año también, apelando a la creatividad para intentar salvar la situación, nos asociamos con Alberto y creamos Encuentros Chile, pensando en cambiar de rubro y poner nuestros talentos, los que habíamos ocupado tantas veces en Fondacio como animadores de grupos, en otros contextos que además nos dieran mejores ingresos. Habíamos tenido la oportunidad de hacer talleres para padres en el Colegio Ciudadela Montessori, que estaba partiendo y donde habíamos puesto a la Mane y a Daniel buscando una educación más acorde a lo que creíamos de fondo, y habían resultado bastante bien. Gracias a la Trinidad Alliende, su directora, que confió en nosotros, pudimos hacer un trueque de talleres y acompañamiento al proyecto educativo a cambio de colegiaturas. Este nuevo rubro algo ayudó. Tuvimos algunas experiencias en empresas y nos gustó. Las vocaciones de fondo encontraban un lugar para expresarse remuneradamente. Era el inicio. Sin embargo, en el 2002 la situación económica ya se hizo insostenible. Tiempo negro, solo suavizado por la ternura de ver crecer a la Jacinta y por tener esta preciosa familia. Las deudas se acumularon, entramos en la persecución telefónica que los que han pasado por esas saben lo humillante que puede ser, y mientras, estudiábamos fórmulas con amigos pero la situación se hacía cada vez mas compleja por los intereses que generan las deudas. Pusimos en venta la casa, para mi con mucho dolor, Alberto mas desprendido. Venían matrimonios a verla y no llegábamos a acuerdos de precio. Tampoco era un buen año para vender. Pasamos por el embargo de muebles, que, aunque nada de lo que teníamos era muy valioso, igual la sensación de invasión es muy grande, mas aún cuando se hizo sin que estuviésemos CECILIA VIOLIC


nosotros en la casa lo cual por otro lado creo que fue mejor. Ahí estaban esperándonos nuestros amigos vecinos y rápidamente se encargaron de traernos algunas cosas para reponer. Recuerdo a la Vero llegando al tiro con su microondas y una banqueta. Lo que es el amor concreto y el desprendimiento. Todavía tengo mucho que aprender. El humor igual estaba presente aún en estas ocasiones y en realidad nunca faltó reírnos de nosotros mismos. Me río al recordar cuando meses antes había venido una señora a hacer la lista de cosas embargables y Daniel la acompañaba y le decía “¡allá abajo hay una lavadora también!”. O los comentarios de los hijos, después del embargo, que el living había quedado más amplio. Bueno, a través de amigos también llegamos a hablar con las altas autoridades del banco y logramos que con el embargo quedara detenida la cosa. Por lo menos eso. Agotador este tiempo, de mucha impotencia y de no tener claridad hacia adelante.

Alberto Alberto El día que fui a buscar la radiografía de tórax que se había hecho Alberto, pedida por Rodrigo Gil por malestares que estaba sintiendo, tardé horas en volver a la casa. Ya habíamos quedado inquietos por comentarios del radiólogo. Cuando vi los resultados sentí un frío que me recorría el cuerpo entero. Si alguien me hubiese visto debo haber estado blanca como papel. No sabía qué hacer. Solo atiné a irme a mi oficina donde podía estar sola y desde ahí llamé a Rodrigo. Este fue el comienzo. Alberto lo tomó con bastante más calma. Rodrigo nos había contactado con uno de los mejores oncólogos de la Clínica Las Condes y había que ir paso a paso. Su compañía amorosa y sabia fue vital en todo este período. La corte de ángeles que fueron apareciendo en el camino, partiendo por Rodrigo, todavía me asombra y mientras escribo les envío bendiciones a cada uno. Dada la situación de la que veníamos, no teníamos previsión y tampoco con qué pagar, y estábamos siendo atendidos gratuitamente por estos excelentes médicos que se comprometieron y nos acompañaron poniendo más que su experiencia. Fue el comienzo de la gratuidad. El tumor canceroso alojado en el hígado aunque era grande tal vez era operable. El cirujano ya estaba contactado, y de a poco íbamos manteniendo informada a la familia y a los amigos. Luego vendría la visión doble y vuelta a los scanners. El cáncer estaba ramificado por todas partes, el cerebro, el pulmón, el bazo. Alberto tranquilo. A mí el miedo me superaba. Yo que a duras penas me tomo un paracetamol en casos extremos, tuve que tomar por unos día ½ Alprazolam para aquietar esa sensación de desarme en mi guata y poder funcionar para acompañar a Alberto y a nuestros hijos en esta travesía poco esperanzadora. 40

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El oncólogo decía que con tratamientos podía prolongarse la vida pero era necesario estar en condiciones para resistir las bombas farmacológicas. El siguiente tiempo fue el más triste que haya vivido en toda mi vida. Ver a una persona que quieres debilitarse e ir perdiendo paulatinamente las funciones de su cuerpo va desgarrando el corazón. A veces me iba al jardín en la mitad del día y solo acompañada de los pájaros lloraba desconsoladamente. Creo que nunca lloré tanto en mi vida como en esos 4 meses que duró el camino de la cruz. Lloro ahora también al recordarlo. Más pena me daba ver a Alberto entregado o no sé si es pena o es la emoción de contemplar la belleza detrás de nuestra vulnerabilidad, ahí donde los accesorios se caen y sólo va quedando lo esencial. El hacía todo lo que se le pedía para curarse, la radioterapia en el cerebro, el régimen alimenticio a la pata de la letra, y los masajes en los circuitos energéticos con las visitas donde Raúl, el “gurú” recomendado por Mario y la Isabel. Agradezco que la debilidad de su cuerpo no le haya permitido someterse a las quimios porque en este caso sólo habrían alargado el sufrimiento. También que no hubiese sido necesario en ningún momento hospitalizarlo. Yo no tenía cabeza para nada mas, ni para trabajar, ni para distraerme, solo quería estar ahí. Y aquí es cuando siento el amor de Dios que se hace carne en una multitud de personas que nos acompañan en el camino permitiendo que pudiéramos vivir todo esto y no tuviéramos que hacer nada más. No sé bien como sucedió pero nuestra casa, nuestra familia se llenó de ángeles. Lemunantu organizaba las ayudas económicas contactando a otros amigos y familiares, nuestra cuenta corriente de la noche a la mañana pasó a un azul permanente en alza que nos daba la tranquilidad para costear remedios, exámenes y lo que fuera. Otros se hicieron cargo de las deudas, otros de mantener el refrigerador lleno, además con productos orgánicos como le pedían a Alberto y sin que yo tuviera que salir ni a comprar el pan. Llegaban cajones de uvas de alguna parcela, frutas de todo tipo, de las mejores, cariñitos para los hijos. Mis papás amorosos acompañando atentos, sufriendo con nosotros. Todos los días eran decenas de correos dándonos ánimo y compañía, llamados, y también los que sabíamos que estaban ahí a la distancia y que también agradezco que no hayan venido. Y la Vero que abrió su casa todas las tardes para que el que quisiera llegara a sumarse a la oración. Esa sensación increíble de no tener siquiera que ir yo a rezar porque habían otros que lo estaban haciendo por nosotros, al otro lado del muro, todos los días sin excepción. Alberto era una persona muy querida por pobres y ricos. Los testimonios de las personas en ese momento y después que murió eran muy parecidos: “Alberto hacía que yo me sintiera una princesa”. Eso, que yo creía que solo me pasaba a mí, le pasaba también a la Elba, a la Magaly y a muchas personas que se hacían presente como forma de agradecer el haber sido “vistos”. CECILIA VIOLIC


La comunidad de pobladores de Fondacio le enviaban carteles manifestando su amor. Alberto siempre estuvo cerca de los pobres, de igual a igual, solidario, desde su amistad con el Lucho en La Reina, o con Jorge en Colón que sufría de la cadera, no tenía trabajo y dormía en la calle. Alberto lo fue a buscar y estuvo tres meses durmiendo en el sofá del living de nuestra casa, no tan fácil para mí, menos crecida en el amor. De hecho, dos años después de su partida, vino a preguntar por él un maestro que había participado en la construcción de nuestra casa. Se quedó helado cuando supo que Alberto ya no estaba, y mientras yo veía a toda su familia en el auto estacionado afuera, me decía que venía a darle las gracias a Alberto por una conversación que había tenido con él caminando por el loteo y que lo había hecho dejar el alcohol y recuperar a su familia. Como estas, innumerables historias. La salud de Alberto iba decayendo cada día sin embargo el colchón espiritual y del amor concreto hizo su obra en él. Era imposible no sentirse plenamente amado, eran demasiado los baldes de amor recibido y Alberto, creo que por primera vez en su vida, sintió ese amor. El “se sabía” amado pero no lo había experimentado en su cuerpo de la forma que lo estaba sintiendo ahora. Ese amor permitió, como me comentaba en sueños que había tenido y meditaciones que iba haciendo, que pudiera recorrer su historia, perdonar, perdonarse y sentirse reconciliado y en paz. Los niños también contribuyeron en traspasar las capas para llegar al corazón: los niños de Lemunantu que venían a verlo y le traian sus dibujos y regalos hechos por ellos, y la Jaci, chiquitita, que entraba a su pieza y le besaba la mano al tata Alberto. Tanta vida en medio del dolor. La celebración del bautizo de la Jacinta en el jardín con ventanas abiertas de la pieza donde yo sentada cantaba, guitarra en mano, haciendo de puente para que pudiera participar, el Cuasimodo de Huechuraba que le traía a caballo la comunión, mi cumpleaños celebrado también en el jardín. Me vienen miles de rostros y nombres de personas, de Fondacio, de Lemunantu, de amigos de años, de familia, sus hermanas la Chapa y la Coni que estuvieron de punto fijo acompañando. Me va a faltar vida para agradecer. Todo este amor creo que fue lo que me dio la fuerza para tomar decisiones. Recuerdo el día que hablé con él y le dije que ya habíamos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, y que él se sintiera libre de partir cuando fuera el tiempo, que no lo íbamos a retener. Luego, le bajaba las dosis de morfina para que estuviera algo lúcido para vivir este proceso de despedida, cuidando el límite del dolor. Lo mas duro para mi fue invitar a nuestros hijos y como familia despedirnos de él. Sabía que cada uno lo estaba enfrentando de distintas maneras, más cerca o más lejos pero Intuía que, 42

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a pesar de lo doloroso, era más saludable. Y si, lloramos harto pero también fue hermoso. Luego vino toda la comunidad a despedirse, uno por uno, los familiares, los amigos. Yo ya estaba más serena, más increíblemente sostenida. De hecho, anticipándome, una noche mientras me quedaba dormida, me trasladé a su funeral y lloré mucho. Gran parte del duelo ya estaba hecho. Alberto murió en la madrugada del 23 de Mayo del 2003, el día que Daniel cumplía 12 años, muy acompañado y querido, en paz, arrullado con cantos toda esa última semana en que ya estaba en sueño. Tal vez esperó ese día para asegurarse que siempre habría fiesta en sus aniversarios… Habiendo pasado por el calvario, algo misterioso y hermoso tiene estar en ese momento, percibiendo el alma que deja el cuerpo. Yo lo veía sonriendo y bailando, libre. Una vecina que tiene el don de conectarse con los que han partido me contó semanas después que ese día vio a Alberto entero de blanco, luminoso, a los pies de su cama. Yo creo que así fue. El cielo estaba de un azul que difícilmente se ve en Santiago en Mayo, transparente, como si se abriera para recibirlo. Y también creo que así fue. Llevar su urna a pie con los amigos desde la casa atravesando el espacio común y el terreno campestre hasta el Centro Los Almendros para una primera parada en el oratorio que fue su obra maestra, y luego al gran salón preparado con belleza y delicadeza, todo era como correspondia. Y ahí, lo que me venía natural era cantar, seguir acompañando el tránsito de su alma. En la noche, Sinatra acompañaba. Con todo lo vivido mi sensación era de esas palabras cristianas que había escuchado tantas veces: “la vida vence a la muerte”. Es cierto que su cuerpo había muerto pero todo el proceso vivido me dejaba mucho mas conectada a la vida y con la certeza que él , su alma, había trascendido. Tal vez por eso su funeral en Los Almendros parecía una fiesta y hubo mucha gente que asistió y que no podían creer lo que veían. Morir a esta vida tan acompañado, tan querido, dice de lo que él entregó y le llegó de vuelta a raudales.

vuelta a casa De vuelta aDe casa Al día siguiente de despedir a Alberto, pensé en mí. La batalla había terminado. No conocía la metáfora en ese momento pero lo que viví lo describe muy bien el mitólogo Joseph Campbell cuando dice que la vida es como el viaje de un héroe, o una heroína en este caso. CECILIA VIOLIC


A veces hay algún llamado a la aventura que nos impulsa a avanzar, a conquistar un territorio, al mismo tiempo que, situados en el umbral, tenemos miedo. Ahí aparecen esos mentores internos que nos dan la fuerza para aceptar el llamado y a veces librar batallas bravas cuando es necesario y ganarle al miedo. Luego el héroe o la heroína vuelve a casa, a la vida ordinaria, tal vez con muchos aprendizajes que irá entregando a otros. En esta vuelta a casa después de una batalla, requiere cuidar las heridas para que cicatricen, alimentarse bien, recuperarse, para retomar sus fuerzas. Así me sentía. Los últimos años habían sido muy difíciles, muy difíciles. Mi sensación era de un tiempo muy largo sin descanso. Sabía que Alberto estaba bien ahí donde estuviera. Ahora quería cuidarme, tratarme con cariño, estar en familia, esa era mi necesidad.. Todo simple. Lo primero fue re-mirar la que había sido nuestra pieza y que ahora sería mi pieza. ¿Cómo la quería?... Recordaba que el último mes Alberto decía que la pintara de blanco. Blanco y amarillo eran los colores que me venían y así, brocha en mano, me puse a pintarla. Mientras pintaba, imaginaba algunas cosas que por ser muy femeninas Alberto se había negado a tener o elementos que siempre quise y no tuve la posibilidad. Al otro día salí a comprar un plumón de plumas gordito y cubreplumones blancos con florcitas amarillas y otro con naranjo, de esos que no necesitas más sábanas ni frazadas y que lo aprendí de mi amiga Pilar en el campo. Además cojines mullidos, bien femenino todo. La pieza se iluminó y no me costó sentir que ahora era mi espacio. Pensé en cambiar la cama por una más chica pero mis hijos me hicieron ver que si lo hacía no iban a caber ellos si querían dormir conmigo, o la Jacinta al venir a alojar. Y no se equivocaron porque las “visitas” en mi cama fueron frecuentes. Esa primera noche y las siguientes me sentí cobijada, llena de amor. La verdad es que no sentí pena, mas bien una sensación de compañía interna y confianza, mucha confianza. De hecho, es loco lo que me pasó de ahí en adelante porque, en momentos en que me sentía insegura, volvía a evocar el funeral de Alberto y situándome ahí recuperaba la sensación de confianza. Yo creo que por tanto amor recibido. Estaba iniciando una nueva etapa, tal vez una nueva oportunidad. Tuve la imagen de la vida como un camino en que había recorrido la mitad sola, la mitad con Alberto, y ahora venía otro tramo. Este remezón en la vida, como le sucede a mucha gente que ha pasado por momentos difíciles, me conectaba con las cosas que eran verdaderamente más importantes al mirar el futuro. Me llevaba de vuelta “a casa”, a lo más esencial. Y ahí aparecían mis hijos, hacer familia con ellos, seguir con Encuentros Chile que unía trabajo y vocación, y cultivar de alguna manera la conexión espiritual. En los días siguientes entré en el movimiento de “reciclar”, tomar lo que había y darle vida nueva. 44

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Así fue con la ropa de Alberto. Después de pasar por el filtro de los hijos, le regalé a los amigos vecinos sus chalecos regalones, pensando en qué prenda tenía sentido para cada uno. La chaqueta de cotelé para el Feña, un chaleco de lana para Carlos que hace poco se lo re-regaló a Daniel, otro para Hernán, mucha ropa para los trabajadores de los Almendros y más adelante pantalones y camisas para Marcelo que sería mi nuevo socio. No había nada muy nuevo pero sabia que esas personas lo apreciaban. Tenía sentido. Así fue también con nuestras argollas que se las regalé a la Ale y a Alejandro para que las fundieran y se hicieran unas nuevas para su matrimonio al siguiente año. También tenía sentido. Y así fue también cuando decidí quedarme con la oficina de Alberto en Bellavista, que también se transformó en blanca con amarillo, cambiando los muebles y dejando la mesa de trabajo que había sido hecha con pequeños retazos de maderas de las bodegas de Los Almendros, salvadas de las boscas. Ahí empezaría a funcionar Encuentros Chile. Creo que este reciclaje me ayudó a soltar, a dejar ir. Era lo mismo y distinto a la vez. Estaba bien. Más allá de la pena que a veces me visitaba sin aviso previo en el auto, o en el supermercado donde fuera, sentía de alguna manera que esta etapa traería nuevas cosas para mi vida. No sabía aún como lo iba a hacer pero me acompañaba internamente la voz de Alberto que me decía, como de hecho me dijo en un momento, “nunca te va a faltar nada”. Alberto siempre tuvo mucha confianza en mí, más que la que yo tenía, y en los años siguientes cada vez que sentía miedo, escuchaba el “tú puedes” que me impulsaba a avanzar. En el período de los dos años siguientes a su partida, me atrevo a decir que en al menos tres sueños recibí la visita de Alberto. Nunca había tenido sueños de ese tipo, con una presencia física, tangible, por eso lo reconocí. El estaba bien. En el último, me costaba llegar hasta donde él estaba, subiendo una larga escalera. Desde ese día lo sentí distinto. Creo que su alma emprendió otro viaje. En mi cuerpo así lo sentí. Y tuve claro también que mi vida seguía aquí en la tierra.

Desafíos nuevos Desafíos nuevos

Muchos. Primer desafío: sacar adelante a la familia. Y dependía solo de mí. No quería, como pasa a veces en estos casos, que mis hijos interrumpieran sus estudios o se adelantaran en asumir más responsabilidades que las que por edad les correspondían, aún cuando algunos me decían que los mayores tenían que ayudar. Para mi era más importante que siguieran paso a paso las etapas que les tocaban, después habría tiempo. Puede que haya estaba equivocada o no pero eso era lo que me dejaba en paz. Puse mi mejor empeño en ser lo más autónoma posible y agradezco de corazón a los angelitos que nos acompañaron para hacerlo posible. Cuando miro para atrás, la verdad no sé como logré mes a mes, año tras año, proveer a

CECILIA VIOLIC


la familia aunque fuera bien al justo. Mi sensación es de caminar sobre el agua sin darme cuenta de lo que estaba haciendo. Recuerdo un momento en que se me habían juntado unos pagos que tenía que hacer. No alcancé a preocuparme cuando un amigo me preguntó como estaba de plata, le conté que tenía esta situación pendiente. Me preguntó ¿cuánto? Le dije 500 mil y él me regaló ¡un millón!. Asombroso. Otro aprendizaje para mí de generosidad y desprendimiento y un ángel en el camino. Bendiciones para él. Otro ángel: la presencia amorosa y fiel de la Eliana que nos venía acompañando desde que nació Daniel y que las sufrió también con nosotros, fue un apoyo fundamental en el día a día normalizando la casa y siempre con una sonrisa. Difícil que hubiese podido sin su respaldo. Como mamá, ahora sin tener con quien “pimponear” las decisiones, fue un desafío encontrarme con situaciones de mis hijos en que no sabía bien como reaccionar, ellos han sido especialistas en remover mis esquemas, y ahí nuevamente alguien había con un buen consejo que sumado a la “brújula interior” lograban alguna respuesta. Acompañar de la mejor forma los duelos de cada uno de la pérdida del papá también era algo nuevo para mí. Me preguntaba como hacerlo sin forzar situaciones. Lo que más atiné fue a hacer un álbum de fotos de Alberto para que estuviera en la pieza de estar, a veces preguntar, y observar los procesos que a fin de cuenta son tan personales que cada uno lo va haciendo a su manera. La verdad, no sé si lo hice muy bien, creo que mejorable en todo caso. Segundo desafío: desarrollar Encuentros Chile Me sentía con una fuerza emprendedora, de esas que se presentan casi por gracia divina. La motivación y el entusiasmo estuvieron siempre presente y diría que la alegría también. Algo especial sucede cuando estamos en lo que tenemos que estar en el momento preciso. Me sentía como subiéndome en un bote, tomando los remos, y la fuerza del río hacía más liviana la navegación. Se iban produciendo muchas coincidencias, todavía lo siento así, las personas precisas, las invitaciones precisas en cada momento. Realmente creo que no existen las casualidades. Algo sucede que ahí están en nuestro camino las personas que necesitamos para seguir aprendiendo, evolucionando. Seguramente yo también aparezco en el camino de otros para lo mismo. Así nos vamos encontrando. Una de esas personas fue Marcelo Santa María que apareció en el momento justo para caminar conmigo en Encuentros Chile, con todos sus nuevos conocimientos de PNL (Programación Neurolinguistica) que agregaban valor a los talleres que venía haciendo, y con su capacidad natural de cuestionar mis “no se puede” con un “¿y por qué no?” ladeando la cabeza y arrugando serio el entrecejo. Por ahí me embarqué también yo en estudiar PNL y nuevamente todo se dio para que fuera posible y para que en cada uno de los 4 años como alumna de otra gran maestra, la Jessica Riveri, además de las venidas desde California de la sabia Judith, fueran transformándose varias de mis creencias limitantes, derribando paradigmas y encontrando los recursos internos para caminar hacia mis “estados deseados”. El sentido de futuro se abre y también las opciones. Incorporé maravillada un buen set 46

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de “presuposiciones” de la PNL como que “el mapa no es el territorio”, cada uno nos representamos la realidad adentro pero la realidad es mucho mas amplia, nadie tiene “la papa”. O como “si lo que haces no te da el resultado que esperas, hazlo de otra manera”, maravillosa flexibilidad para lograr lo que queremos. O como “detrás de toda conducta hay una intención positiva” que me ha ayudado tanto a comprenderme y comprender a otros desenganchándome de sus conductas. Muchas herramientas que además me ayudaron a hacer mejor el trabajo y a experimentar en el cuerpo que soy capaz, que tengo lo que se requiere para lograrlo, que es posible porque muchos otros lo han hecho, que es importante, para mí, para mis hijos, para los que van a nuestros talleres, y que me lo merezco porque porque toda persona se merece que le vaya bien. Tercer desafío: ordenarme Me quedé con alergia a las deudas. Incluso por años no quise tener ni una tarjeta de crédito. Al mismo tiempo en la medida que caminaba con mas orden financiero, mi esencia se sentía feliz. Tener que administrar las cuentas de Encuentros Chile fue una gran escuela. Al principio igual se me confundían mis platas con la de la empresa porque todo estaba en una misma cuenta pero luego al separarlas se me fueron ordenando las dos. Me hizo bien en algún momento cambiarme de banco y recibir la nueva cuenta con todos los “extras” que, quieras o no, traen. Estaba bien. Cuarto desafío: reencontrarme con mi ser mujer No sé si llamarlo un desafío, mas bien lo sentí como una suave invitación a conectarme más con la mujer “de la tierra”. Volver a mi cuerpo, a despertar los sentidos, a sentirme más presente, a reconocer la energía femenina. Como parte de este tema, ya se me había olvidado como era relacionarme con otro hombre que no fuera Alberto. La primera vez que salí con un amigo a cenar en la noche, me sentía cercana a una adolescente. Sensación muy rara, como si no supiera como comportarme. Después me reía de mi misma, de mi tupición a esas alturas de la vida en que ya había pasado los 50. Todavía me da risa, más aún por todas las tallas de mis hijos que han permanecido en el tiempo con todo tipo de conjeturas acerca de mi vida amorosa y pasándose unas películas dignas de un Oscar. Entre medio otras experiencias más “virtuales” que concretas que trataba de entender sin mucho éxito. Sin embargo me sorprendí de la sintonía que podía sentir con alguien y eso era una buena noticia, y también de la ausencia de sintonía en otros casos. Finas distinciones para una “novata”. Una experiencia para mi insólita pero que a la vez agradezco porque me sirvió para definir bien lo que quería y lo que no, fue una oportunidad en que conocí en una comida a una persona que se había separado hacía un tiempo y que empezó a llamarme y a invitarme una y otra vez. Alcancé a salir tres veces con él, chocolates y flores de entrada cada vez que me iba a buscar, y a la tercera él ya iba para casorio. ¡Cómo se puede ir tan rápido por la vida! Me alegré de la libertad que sentí para decirle que no iba a llegar a ninguna parte conmigo. Hasta ahí quedaron las salidas. CECILIA VIOLIC


Esa experiencia me dejó una sensación desagradable de sentirme como en el “mercado”. Decidí que no quería eso y que si alguna vez volvía a tener una relación con alguien sería de otra manera, más natural. La verdad tampoco me sentía muy lista tan pronto para una relación fuera con quien fuera. Especial mezcla de quiero pero no quiero, y todo lo iba procesando en sueños con toda la sabiduría del inconsciente. Lo que sí es que me quedé con muchas ganas de leer “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”. Especiales los del género masculino, especialmente en estas edades. Y aunque sospecho que si mis hijos leen esta biografía, especialmente la Mane y la Ale, se van a quedar con ganas de saber más de este tema, desde ya les digo que lo sabrán en unos 10 años más. Mientras escribo estos desafíos, que podría resumir como “vivir mas terrenalmente” pienso que no son tan ordenados y lineales como los escribo aquí ya que se topan unos con otros, suceden al mismo tiempo, están conectados, así como es la vida, y podría haberlos hecho como un “mapa mental”. y... ¿por qué no?…

Así está mejor. 48

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Y ahora losY60 ahora los 60 Estamos en Marzo de 2012 y estoy pronta a cambiar de década una vez más… Algo tienen las décadas que a muchos nos cuestionan y cada una tienen alguna especialidad. Los 50 significaron recibir la famosa menopausia tan temida y que al final resultó bastante más amable de lo que podría haber imaginado además de soltar la preocupación de un embarazo a esa edad, aunque de poco me sirvió porque esos dos años antes que muriera Alberto las preocupaciones tenían un poco inhibida nuestra vida sexual. El cuerpo sí que va cambiando, tenía la sensación que me comía una marraqueta y me salía un rollo. Tuve que ir cambiando la forma de alimentarme y hoy me gusta comer más sano. Ahora los 60, un poco más de arrugas y el fantasma de ir entrando a la “tercera edad” aunque en la realidad me siento con buena energía y sensación joven. Así como a partir de los 50 cambié la alimentación, ahora se hace necesario más ejercicios y me está haciendo bien. Es lo que hay. Vuelvo a mirar el mapa de los desafíos del capítulo pasado y me doy cuenta que todos siguen activos y en general bastante bien encaminados. Mi norte es vivir lo espiritual y lo humano unidos. Y si pienso en esto como una aprendizaje que he tenido que hacer, encuentro más sentido a las distintas etapas recorridas, algunas muy espirituales y luego los aterrizajes de golpe que me muestran algo que debo aprender de este otro lado más terrestre para poder hacer el puente y vivirlo integrado. He comprendido que es bueno que me amigue con este otro lado. En los tiempos largos cargados al espíritu me encontré con muchas personas que en este momento vienen a mi mente y que fueron “maestros” para conocer, experimentar, aprender a navegar en estos espacios intangibles. Son tantos que tendría que llenar una hoja entera si los mencionara. Como creo en este mundo intangible, simplemente en este momento les agradezco uno por uno su presencia y con mayor razón a Jesús, maestro de maestros. Fue el gran regalo de todo el primer período en Fondacio que además fueron la mejor preparación que pude haber tenido para pasar por los períodos difíciles y quedarme después con aprendizajes y crecimiento en vez de lamentos. Hoy me siento bastante amigada con lo más concreto y terrenal, haciendo que funcionen los proyectos, sobreponiéndome a los múltiples trámites y burocracia que son parte de éstos, administrando (salvo cuando me empieza a tragar el papeleo), aprendiendo a ubicarme en esta ciudad (lo cual para mí es un logro), con alguna ayuda de mapcity por supuesto, solucionando problemas o haciendo arreglos en la casa. Para algunas personas todo esto les resulta muy fácil. ¡Para mí ha sido todo un camino! Me siento como una hippie-urbana como me reflejó una vez un joven que atendí. CECILIA VIOLIC


También puedo decir que mi capacidad de disfrutar, de estar en el presente, ha aumentado mucho. Disfruto a cien de esos preciosos momentos que se producen al abrazar a mis nietos, la Jacinta y León, o cuando escucho sus historias o simplemente cuando los observo asombrada de cómo siempre hay algo nuevo que se manifiesta en ellos. En realidad ser abuela es maravilloso, me lleno de ternura, es como si me transformara en algodón rosado dulcecito por dentro, indescriptible. Estar con cada uno de mis hijos también me llena de amor y además me siento muy querida por cada uno de los cuatro. Aprecio mucho la particularidad de cada uno a medida que crecen y se va manifestando la identidad de cada uno y sus talentos únicos. La Ale con una increíble capacidad de emprendimiento y de gestión, Martín con su liderazgo movilizador, la Mane con su habilidad para realizar y la seguridad que transmite en su hacer, y Daniel con su don en las relaciones, aportando una maravillosa energía a este mundo, pura buena onda y avanzando en disciplina con su don musical. Gozo con los proyectos de cada uno, la Ale en el Barrio Italia, la Banda Jibarito que reúne a Martín y Daniel, los increíbles maquillajes que hace la Mane. Me gusta abrazar, decir te quiero, tocar, tener una buena conversa, oler las hojas de menta, la flor de azahar, la melisa, y el 212 de Carolina Herrera, cocinar y compartir los almuerzos familiares como hoy que incluyen a mis papás, reirme mucho viendo capítulos antiguos de “Friends”, así como trabajar el huerto, metiendo las manos en la tierra, sembrando, cosechando tomates y, por supuesto, cantar. Muchos de estos espacios, cada vez más, unen lo espiritual y humano, y me hace feliz que así sea. Son simples. En esto tengo mucho que agradecerle a Marcelo, la Alexandra y Sergio, el equipo más del día a día de Encuentros Chile con los cuales entre trabajo, reírnos mucho, conversar, meditar, estudiar, creamos espacios para nosotros y para otros donde esta unión se manifiesta y crece. Los vaivenes interiores existen también en mí, a veces me siento genial, y otras veces de un cuatro para abajo. Me representa un poema de Mario Benedetti que dice en una parte: “Unas veces me sientocomo pobre colina, y otras como montaña de cumbres repetidas, unas veces me siento como un acantilado, y en otras como un cielo azul pero lejano, a veces uno es manantial entre rocas, y otras veces un árbol con las últimas hojas”. ¡Así es la vida!! Como creo que me queda más camino por recorrer en el amor, mi deseo hacia delante es mantenerme abierta a la vida, sin ponerle obstáculos ni empujar las cosas en todas las áreas. La vida para mí es un camino de aprendizaje y especialmente un espacio para desarrollar nuestra capacidad de amar. En esta apertura y aprendizaje se incluye, si se diera en algún momento, tener una nueva 50

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relación de pareja que desde que murió Alberto no he tenido. Siempre he dicho que no me volvería a casar, ni siquiera vivir con alguien, aunque también dije que no volvería a tener perro ¡y ayer recibimos a Charlie! así que mejor no aseguro nada tan tajante. Jaja. Lo importante es que haya coincidencia en el amor, lo demás se va creando y la forma realmente no me importa. No sé si se dará o no, aunque a veces intuyo que podría ser, más aún considerando mi historia amorosa hacia atrás. Entro en este año más de vida, agradecida de todo lo que ha transcurrido, especialmente de la vida regalada por mis padres y que se traspasa hoy a mis hijos y a mis nietos, y de todo lo que hay en mi vida hoy, especialmente las personas, las relaciones, que hacen mi vida más rica. Cuando empecé a escribir el primer capítulo no me imaginaba que iban a salir tantas páginas de viviencias, emociones y reflexiones. Dejé que fluyera tal como lo sentía y a medio camino pensé en regalársela a mis hijos ya que parte de mi vida es su vida también. Estoy contenta de haber puesto mi corazón aquí lo más honestamente que pude y muy agradecida de la acogida y el interés de un amigo querido, Andrés, que me alentó a hacerlo y me acompañó en este recorrido. La experiencia vale la pena.

CECILIA VIOLIC


“Creo que canto desde antes de nacer” cecilia violic

“Unas veces me siento como pobre colina, y otras como montaña de cumbres repetidas, unas veces me siento como un acantilado, y en otras como un cielo azul pero lejano, a veces uno es manantial entre rocas, y otras veces un árbol con las últimas hojas”. Mario Benedetti

¡Así es la vida!


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