Tras la luz de Diosa blanca (Reneé Acosta. México. 2018)

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había una barrera entre nosotros. Ni él ni yo podíamos hacer nada. Después de tanto tiempo de caminar juntos de día o de noche en Chihuahua o en Ciudad Juárez. Cada quien tomamos nuestro camino. Así fue. R.A.- ¿Considerarías que la muerte de Rogelio fue un suicidio grupal? S.V.- No. Siempre decía: “Soy borracho, pero no pendejo”. Se fue debilitando y esa noche hizo más frío, aunque estaban cerca de donde dormían... a veces entra un sopor que te cierra los ojos y eres capaz de dormirte en las mismas vías del tren. R.A.- ¿Cómo afectó a Rogelio la muerte de la poeta Susana Chávez? S.V.- Tenía casi tres años sin tomar. Un año antes de su propia muerte me dijo llorando que habían matado a Susana. Ahí fue cuando volvió a la tomada. Es curioso que ambos murieron en noche de Reyes. Saúl y yo seguimos platicando después de la entrevista. Poco a poco en el calor de los recuerdos, de la música de Pink Floyd que siempre le fascinó a Rogelio, comenzamos a recordar más y más cosas. Saúl fue uno de los grandes amigos de Rogelio, uno de sus hermanos con quien compartió una relación verdaderamente profunda, que fue también un poco un discípulo, un condiscípulo, un colega y un cómplice de los buenos y malos momentos. Otra de las cosas más valiosas de su testimonio es que Saúl tiene una memoria privilegiada, recuerda tantos detalles de su convivencia con Rogelio al paso de los años, desde los años 80’s, al punto que platicar con él era revivir a Rogelio, traerlo de vuelta a la vida. Entre otras cosas comenzamos a hablar y en esa soltura de la charla, fresca, amena, comencé a tomar nota de todo aquello que me decía al calor de unas cervezas y el ambiente de la música de Pinky:

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