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El Teatro y los recursos digitales en tiempos de Covid

Por Alberto Lomnitz*

*Alberto Lomnitz es director, actor, fundador de la compañía Seña y Verbo y fue Coordinador Nacional de Teatro de 2017 a 2019. twitter @albertolomnitz

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I.- Las motivaciones.

Nuestro primer impulso (quiero decir, el del “El Teatro”) para conquistar la sociedad virtual pareció surgido de una necesidad desesperada por demostrar que somos indispensables para la humanidad. Acto por demás inútil, ya que si el Teatro es en verdad indispensable (y creo que su supervivencia a lo largo de tantos milenios lo comprueba de sobra) ¿qué necesidad hay de demostrarlo? Y si no lo fuera, no habría intento de validación que sirviera. Pisando los talones de este primer impulso, le siguió una ola productiva, igualmente desesperada, surgida de nuestra necesidad laboral, o mejor dicho, de procurar los medios para pagar las compras y la renta. Y finalmente llegó –sumándose a las motivaciones anteriores, más que negándolas—la invención artística, surgida de la necesidad creativa. Fue hasta entonces que la cosa nos comenzó a gustar.

Ante la urgencia, el recurso inmediato de instituciones, compañías, empresarios y festivales fue la oferta, prolífica y en su mayor parte gratuita, de vídeos de representaciones pasadas. No se hizo esperar el rechazo vehemente de los artistas: ¡eso no es Teatro! El vídeo es al teatro lo que la sepultura al cuerpo. El teatro se distingue por dos elementos indispensables e indisolubles: tiene que ser en vivo, y tiene que suceder ante público. Dos recursos digitales ofrecían estas características: las plataformas de live streaming (Facebook Live quizás el más popular) y las plataformas de videoconferencia (Zoom indudablemente la más popular). Las videoconferencias resultan más satisfactorias en cuanto a la presencia del público, ya que la retroalimentación en plataformas de live streaming es más limitada.

foto / Allec Gomes / Unsplash

La primera sorpresa fue que el “público público” (es decir, los espectadores que no se dedican al teatro) parece estar respondiendo con interés y agrado a esta nueva oferta en línea (secretamente, todos la rechazábamos por antiteatral y anticipábamos que fuera pavorosamente aburrida). La segunda sorpresa fue que nos comenzó a gustar hacerlo, en la medida en que comenzamos a vislumbrar nuevas posibilidades creativas, contactar nuevos públicos y descubrir nuevas maneras de intimar a la distancia. Comenzamos a sospechar que lo que está surgiendo son nuevas formas de hacer teatro (o, si lo prefieren, y para aquellos puristas para quienes la palabra Teatro no existe afuera de un anfiteatro griego: un Arte Vivo Digital); comenzamos a conjeturar que estas nuevas prácticas quizás vienen para quedarse; y a aceptar que no vienen a competir con el teatro de presencia física que tanto amamos, sino a convivir con él, como lo han hecho tantas otras prácticas escénicas que hoy cohabitan y dialogan entre sí.

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