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Sobre transmedialización del teatro en contextos de pandemia.

Por Fernanda del Monte*

*Fernanda del Monte es es dramaturga, directora e investigadora.

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Hace un par de meses el mundo cambió radicalmente, la aparición de un virus trajo consigo una serie de decisiones estatales que han tenido distintas repercusiones en los países donde habitamos, nuestras formas de movilidad, trabajo y expresión artística. Se trata de un suceso histórico, y como tal las realidades se sobreponen unas a otras, las opiniones con respecto a los modos de hacer y ejercer el poder se hacen sentir y lo preocupante es, como todo, que no tenemos control sobre eso que está sucediendo: es decir un nuevo virus que mata personas, genera miedo en la población y para la forma de vida que teníamos: controlada, precarizada, y/o terrible que conlleva vivir dentro del sistema capitalista en el siglo XXI.

Dentro de este contexto, el sector teatral, pero sobre todo pienso en el sector dedicado al teatro independiente, la música y la danza, artes que históricamente necesitan de la presencia de otro para ser llevadas a cabo, han visto cerradas las puertas de los recintos clásicos donde se daban lugar. Pero hablar de recintos teatrales no es lo mismo que hablar de teatro. El teatro como expresión humana ha continuado sin duda ejerciendo ese poder que tiene que es la representación de lo público ante la mirada de otres.

Vemos a personas salir a las azoteas a tocar música, aplaudir, rezar el rosario, declamar, hacer representaciones teatrales para los vecinos, realizar coreografías y performances que tienen una relación presencial con quienes los pueden mirar, y una relación transmitida vía redes sociales que construye también un auditorio virtual, lo que prueba que el teatro como expresión estética continúa a pesar de que se cancelen los espacios que estaban construidos para tal fin. La teatralidad es inmanente al ser humano. La expresión y la necesidad de hacer como otro sigue siendo parte de los juegos de los niños, ahora enclaustrados en sus casas, de los juegos familiares y del aprendizaje social de los niños, los padres y los que viven en confinamiento con sus propios soliloquios en soledad.

Lo que está cancelado en este momento es el espacio público. Ese espacio público abarca los auditorios, los estadios, los deportes, la música, la danza, los mítines políticos, las reuniones en bares, cafés, restaurantes. Lo que está cancelada es la vida pública como la conocíamos. Ahí es donde uno debería preguntarse sobre la necesidad imperiosa de volver a los espacios llamados públicos para ejercer también el acto político (es decir de la construcción de la polis) de estar con el otro en un espacio abierto. El teatro por eso históricamente ha sido el lugar del convivio político y estético por excelencia.

Es ahí donde se juegan las posibilidades de formas de vida, de formas de relaciones y de formas de vincular las pulsiones humanas en sus complejos constructos. Lo poético nos ayuda a traer al presente cuestiones que muchas veces se mantienen en nuestra cotidianidad de forma abstracta o inconsciente. El arte teatral trae frente a nosotros lo que parece lejano para hacerlo cercano y por tanto darnos la posibilidad de pensarlo de forma sensible, es decir, a través del cuerpo.

(Estoy escribiendo este texto de botepronto, así que seguramente es barroco y da vueltas en sí mismo)

Eso está cancelado. Dejemos este argumento un momento parado ahí.

foto / Dynamic Wang / Unsplash

2. Lo tecnológico La transmedialización del teatro es parte de la impronta del ser humano para tecnologizar el mundo. Me viene a la mente McLuhan que tendría que ser una lectura de referencia para todos los que se preguntan sobre el teatro en redes digitales, pensar que lo tecnológico es parte fundamental de la creación del arte (teknè), de la organicidad de lo humano en su relación con la creación, el pensamiento y la técnica. El teatro renacentista fue una innovación, el teatro realista fue una innovación, el teatro posdramático fue una innovación, la decostrucción del drama a concepto y la transmedialización del teatro ha sido una innovación. La performatividad de la escena teatral ha sido una innovación. Y de ahí que esta relación entre digitalidad y teatro ya tenga varias décadas explorándose, que es un campo estético apasionante que se pregunta sobre la idea de presencia virtual donde la semiótica y la teoría de la recepción son fundamentales en su crítica a las transformaciones de la vida y las relaciones humanas.

La digitalidad parece estar en el ámbito contrario al teatro. Si la digitalidad transmedializa la presencia y genera campos de virtualidad donde se puede habitar con un avatar un mundo humano, creado y controlado por lo humano y lo técnico, el teatro busca el contacto físico, la materialidad de los cuerpos, lo improbable, lo incontrolable, la acción presente, lo que surge del azar y lo vivo-presente.

En la digitalidad existe la manipulación, lo controlable, la escritura, la creación ficcional, las relaciones arquetípicas, los perfiles, las máscaras (no que en lo público-presencial no, pues si no ¿qué es la política?), los paseos virtuales que dan un punto de vista, el discurso determinado por un formato, etc…

La intermediación entre digitalidad y teatro, entonces, parece un paliativo para la cancelación de la posibilidad de reunirnos en el teatro. Un paliativo imperfecto para quienes quieren tocar al otro. Un paliativo imposible y frustrante para quienes buscan el acto vivo-presente. Para quienes nos interesamos en estos cruces, un lugar de posibilidades nuevas, que permiten la búsqueda de poéticas innovadoras, que quizá aportarán más a la creación estéticas de los nuevos medios que al lenguaje teatral. En la digitalidad también, entonces, como cualquier arte, nos topamos con posibilidades y limitaciones en términos de funcionalidad, presencia actoral, dramaturgia y posibilidades apropiadas que logren, (al final de cuentas en el teatro siempre se busca llegar a un otro, otra), seguir creando poesía, metáfora, para expresar un sentir presente que puede trabajar con la imagen, el concepto, la idea, el habla, la presencia, la interacción, la construcción ficcional, la expresión autorreferencial para dar cuenta de un estado actual de ser. Eso es todo, y no poco. Y aquí como toda expresión artística hay calidades y sensibilidades. Si en México la eduación en teatro contemporáneo es tan limitada, el trabajo a realizar para llegar a entender conceptualmente los nuevos medios llevará años, por lo que no podemos juzgar las posibilidades transmediales del teatro por unas pocas expresiones o intentos que ignoran o no logran apropiarse del medio, y por tanto no logran construir estéticamente un lenguaje (diría Szondi “dialéctico”) transmedializado.

3. Vuelvo a la vida pública,

por tanto política. Entonces (Aristóteles me persigue y por tanto me limita en este texto) el problema como siempre no es la transmedialización de un lenguaje artístico (que ya vimos tiene que seguirse explorando y encontrando sus propias potencialidades y poéticas), sino la forma de vida y de producción de un arte, normalmente presente y político ha dejado de existir, aunque sea de forma temporal, de tajo. Esta afectación tiene que ver con las posibilidades históricas de la expresión de un tipo de arte y lenguaje, pero sobre todo con la posibilidad de ejercer el acto en presente (pienso en la misma idea de ir a misa para los católicos). Esa supresión del acto presente de la reunión es lo que me parece más fuerte y por supuesto es lo que hace que las alarmas se activen. Tenemos que volver a ser capaces de ejercer nuestro derecho a la reunión, sea para un mitin político, para crear una ceremonia religiosa y para volver a reunirnos en el teatro. Por supuesto. En segunda instancia, las acciones de cuarentena impuestas a la población de muchas latitudes han traído también la supresión de formas de vida y economía de miles de artistas escénicos. Esto es trágico. Esto es lo que ha hecho que surjan todas estas convocatorias: que se pueden pensar paliativas aunque, insisto, en que también pueden dar pie a una exploración poética muy interesante, que no tendría por qué ponerse a pelear el lugar del acto político presencial pues estaríamos, de alguna manera, sumándonos a esta idea, desde mi punto de vista autoritaria y antidemocrática, de que si no hay teatros y espacios de reunión multitudinaria es mejor para el control de la población.

Claro me viene a la mente que en las épocas de crisis políticas es muy conveniente a los Estados, cancelar la posibilidad de reuniones y manifestaciones: avisperos de revoltosos o revoltosas, pensemos que justo antes de todo esto, las calles ardían con marchas feministas. Cerrar los teatros no puede ser una opción nunca para nadie. Pensar en su apertura como una acción política: un acto necesario y fundamental de modos de vida sociales sustanciales a la ampliación de nuestra convivencia y por tanto a la calidad de vida humana (no podemos vivir siempre en el oikos, somos seres políticos y sociales). Insistir en la reactiviación de la economía cultural tiene que ver con dos aspectos de la vida de los artistas teatrales: sus modos de vida, y sus modos de expresión que devienen, ambos, acciones políticas importantes en las que habrá que seguir insistiendo y creando formas alternas mientras dure esto.

Termino.

Discutamos sobre los espacios concretos de la producción estética y política. Intentemos deconstruir la complejidad en la que estamos inmersos. Me parece que dividir e intentar aclarar los campos, aunque en realidad estén completamente mezclados, ayuda a entender hacia dónde podríamos ir. Las luchas son siempre políticas y estéticas por supuesto. Yo apuesto, como Aristóteles, a ejercer mi libre creación en medios digitales, como este texto, o en la exploración dramatúrgica en la digitalidad, tanto como en la lucha por mantener y volver a reactivar la economía del sector y desear con muchas ansias volvermos a encontrar en el teatro.

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