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LAS PARADOJAS DEL LIKE

Por Antonio Zuñiga*

*Antonio Zuñiga es actor, dramaturgo y director, fundador de Carretera 45 y actualmente es director del Centro Cultural Helénico. twitter @dram1234

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Hace dos meses que nos metimos en casa, acción comunitaria que clama por la sobrevivencia de la especie humana y que se desprende de las medidas implementadas desde la Organización Mundial de la Salud y los gobiernos de todos los países; algo que la medicina y la ciencia actual dictan como la mejor estrategia profiláctica: el retiro social, el distanciamiento como tabla de salvación.

No se había visto una tragedia humana parecida al menos desde la Segunda Guerra Mundial. De ahí el pasmo general, el desconcierto humano en el que estamos. Momento histórico, sin duda; anhelo de misántropos y ermitaños, sufrimiento de masas por el evidente ensimismamiento. Aprender que hemos estado solos no es tarea fácil. Ahora, de manera contundente, nuestro desprendimiento del otro nos da pánico. Nos mata la ansiedad. La fragilidad psicológica de la humanidad se transparenta más que nunca. Nunca listos para estar con nosotros mismos.

De ahí nuestra afición al like, al puño envuelto con el dedito levantado. Al emoji del que emanan corazoncitos rojos. Al comentario favorable, no tanto de los pares, sino de los prestos confabulados. En fin, expresiones que duran lo que un viento a Juárez; trazos de inmediatez que la pandemia deja al descubierto. Éramos, hasta hace dos meses, insulsos para la mayoría. En cambio hoy, metidos en casa, nos vemos todo el día en la computadora, como microbios con microscopios viendo a microbios al microscopio.

Por eso, nos aterra que en medio del insomnio recurran a nosotros, como pesadillas en la vigilia, las preguntas fundamentales del teatro: ¿quién soy?, ¿de donde vengo?, ¿a donde voy? El asunto es que lo que nos aterra, justamente, no son las preguntas en sí, sino el poder hacerlas en el confinamiento. Nos perdemos en infiernos colectivos y nos vemos inmersos en un circulo poco fértil como si una cosa no llevara a la otra, como si para ser una (el lenguaje digital) debería dejar de existir la otra (el teatro) o viceversa. Y nos devanamos el seso ante lo que aparenta una debacle.

foto / Marius Masalar / Unsplash

foto / Marius Masalar / Unsplash

Se apuntan quienes, sabiendo de esto más que muchos, al menos en pretendida autoridad intelectual, desdibujan el tesonero ímpetu de los otros por perpetuar la práctica escénica como ha sido siempre: cuerpo a cuerpo. Las preguntas se multiplican: ¿todo será igual o no?, ¿el teatro desaparecerá empujado al cesto de la basura por la tecnología de punta, por el influjo digital? Las respuestas son variadas. Algunas fatalistas y otras extremistas. Hay quienes incluso prenderán fuego a la hogueras. Quemarán brujas. ¿Y quiénes saltarán sobre el escenario para inmolarse sin tapabocas, buscando el beso mortal del argumento teatral? ¿Impúdico como nunca, revoltoso por atrevido, el encuentro cuerpo a cuerpo habrá de ser defendido? La norma médica, recomienda cordura. ¿Quién tiene la razón? No lo sabemos. Tal vez está en el teatro; esa entelequia posible que habrá de saltar sola sobre nuestra realidad y manifestarse actual, a pesar de los tiempos y las pandemias. Patentizar su humanidad como expresión artística que ha vivido de todo y sobrevivido siempre. El mundo no se acabará aquí y, si el teatro es el mundo o al menos un constante cronista de sus tiempos, seguramente habrá de encontrar prácticas y métodos concretos dentro del cuerpo, pero también digitalmente.

El teatro y las artes caminan siempre alimentados del enigma. Los que vivimos en él habremos de estar a la escucha para transitarlo sin sujeción y sin subordinación a lo inerte.

Como sea que exista, en la digitalidad o la presencia, el teatro habrá de continuar siendo parte de nuestra realidad humana. Nos esperan caminos cruzados, y crispados a veces, entre digitalidad y presencia, pero hay que aprender a vivirlos compartidos. En esto será necesario el estudio y desarrollo de estrategias tecnológicas y humanas. El post-drama postpandemia.

El teatro seguirá siendo humano, automatizado tal vez y en ocasiones restringido al protocolo, pero nunca ajeno al mundo, al aquí y al ahora del mundo. El teatro, hermano mayor de la historia, y sus creadores, ya sea ejecutantes de experiencia o aprendices, habremos de encontrar los caminos actuales para sobrevivir presentes y constantes, tal y como lo hemos hecho juntos, desde que el teatro nos dio vida.

Morelos, mayo de 2020.

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