Alfabetos

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Marisa do Brito Barrote

Paula Adamo


Antes de que la Luna nos mate

de tanto exilio y tristeza y de que estas piedras puntiagudas y frĂ­as nos sepulten en su vientre de musgo, quisiera que no se olvidaran los Dioses ni de nosotros ni de esta historia que comenzĂł cuando todavĂ­a eran contables las aves y las estrellas del cielo.


Bajo la piedra, escondido,

la escribo. Bajo esta piedra que es millones de piedras que es montaña y que me guarda de los odios de mi pueblo. Entre estas paredes Con tintas de herrumbre y a la miedosa luz de esta hoguera.

Con tu sonrisa de amada dormida la escribo. Mi valiente amada débil. Escribo lo que será mi obra en tu espalda el que será tu hijo y conjuro el hechizo de Xilene que te secó de niños con una sola mirada. Me alzo contra ese mal con este hijo que trazo lento sobre tu papel de piel.


Días,

miles de días pasaron desde que los hombres dejaron caer el primer sonido sobre el frescor de las cosas. Días, miles de días desde que el gran Dios del Amanecer los sorprendió descalzos bailando para llevarlos a otro lugar de la naturaleza y del tiempo.

Ellos, los del infinito asombro, los que no conocían otras voces y otros nombres, solo tenían miedo en las horas del crepúsculo cuando el Dios se entregaba dócil al roer de estas montañas. Entonces, guardaban la cara entre las manos y de sus labios se escapaba esta oración:


F

“ ieras de la noche que mastican almas por detrás de la Gran Roca les obsequiaremos el mejor de nuestros pájaros la perla más grandiosa que robemos al océano el corazón más latiente que esta danza oscura nos pueda arrancar. Todo eso y más haremos si nos devuelven al Dios que creció del horizonte.”

Giraban y saltaban

los danzantes. Golpeaban con sus pies la tierra negra para que la roca temblara y el tam tam rompiera el suelo. Guardaban el sueño de la tribu los danzantes, y esperaban bailando a que el Dios naciera como un pez de la profundidad del agua.


Hombres y mujeres

noche a noche dejaban que su baile agradara al cosmos. Pero como cada mañana fue mañana y la montaña nunca hirió al dios del Día, la danza poco a poco se hizo sueño perezoso y glotón y los cantos se ocultaron en las frágiles memorias de los viejos.

¡Ingrato el que no danza ni riega con sudor el cielo. Infame si olvida al que escribe con naturaleza y astros. ¡Imprudente, si cierra los ojos y duerme cuando las fieras de la noche despiertan. Porque sus lágrimas caerán como lluvia por el rostro de una niña.


Jamás imaginó el pueblo

el estallido de ira que sobrevendría al sueño. Los hombres se miraron con ojos asustados, se miraron con ojos como soles que se esconden detrás de las montañas y las mujeres corrieron a refugiarse en sus brazos y los niños corrieron a guardarse entre sus pechos y el miedo los cubrió a todos como una manta.

Kalii, el monstruoso ser del afilado diente, se alzó un día contra el dios del Día y de su boca de piedra brotaron kilos y kilates de materia roca. Las praderas del firmamento se nublaron y miles de pequeños soles soles y lava y soles como un ejército de fuego arrasó árboles y cantos.


La hora en que llovieron rocas encendidas llegó. Ríos de cenizas, cubrieron los campos con una piel de lava. El calor chamuscó los líquenes y las pestañas de los ojos de mi pueblo… Y las gargantas de los hombre quedaron como cavernas vacías quietas y oscuras. Calcinadas.

Llagas y lamentos

crecieron en mi tribu como un torrente sin agua. Las lenguas de los hombres y los brotes de las plantas se secaron con solo oler el fuego en el aire. El viento repartió sus minerales y ya nada quedó de húmedo en los labios ni de verde ni de lágrima de emoción ni de llanto sequedad.


Muchas lunas pasaron hasta que vino la lluvia

extendiendo su cabello de agua por las cosas.

Las heridas de la tierra se sanaron pero no las gargantas de mi pueblo. Y ya no se oyó canción ni silbido ni grito Solo murmullo de océano y un trinar de pájaros y trueno. Silencio.

No más palabras para decir

ni más palabras para escuchar. El silencio los envolvió a todos como una mañana de bruma y entonces se alejaron se perdieron como naves en el mar se olvidaron de las cosas y de las caras… Tan acostumbrados estaban a crearlo todo con palabras que quedaron solos de amor y de universo.


Ñusta, mi amado padre, lo supo en sueños.

Ofreció mi padre su sudor a la tierra

Se vio tratando de reverdecer la tierra. El dios del Día puso en sus manos una herramienta mágica.

Y luego de obrar y labrar bajo el radiante Sol de muchos días lo verde revivió.

En un sueño que nos volvió a la vida.

Al despertar, se internó en el monte a construirla. Tenía cuñas para rasgar la tierra y cinchas de piel para arrastrar la nada.

como gota sagrada de su frente.

Entonces, se acercó a la tribu y de entre todas las mujeres a una mujer eligió para mostrarle su obra. Mi madre vio lo verde desde lo alto de la colina y sonrió.


Porque no solo vio los brotes, los colores de la siembra,

vio también las curvas que la herramienta escribía sobre la tierra y en las curvas, vio signos vio palabras nombres para las cosas y sus dioses. Y, entonces, lo besó. Pasadas ocho lunas, me nombraron: Site, el que nació donde brotaron las palabras.

Quisieron los hombres de la tribu

honrarlos como padres por haber devuelto los verdores y sus nombres. Codo a codo trabajaron todos juntos y a los campos devolvieron el color y también a las plumas de las aves. Con la tarde, gustaban de escribir largas conversaciones sobre la tierra fértil. Así las palabras dibujaron las casas, los caminos y los campos.


Rojos y amarillos

Seis ciclos de paz se sucedieron,

Los viejos de la tribu trazaron los cimientos del templo.

Cumplido el último giro se presentó la lluvia, Cabellera de los Dioses, con sus dardos de agua furiosa y lavó las palabras de los viejos.

nacieron los frutos de los árboles. Rojos piedra rubí amarillos limón y escama.

Hasta bien dormida la tarde hubo fiesta danza y risas con venado y fragor.

como gira una rueda de madera buena.

Hombres y mujeres amontonaron palma y piedra para que ni frío ni aguacero se colara en sus hogares pero el hambre ese sí fue incontenible.


Tantos ruegos se escribieron

Unidos esperamos

para apagar los furores de la lluvia tantos ruegos sucumbieron embarrados y arrasados por sus dardos.

los primeros brotes hasta que un mismo sueño nos durmió.

Hasta que una bella joven de ojos guijarros ofrendó su pelo lustroso y lo sembró en la tierra.

Los tallos surgieron altos desde el fondo del barro los coronó un capullo de carmín en flor.

Mi orgullo cedió como cáñamo al viento y la tomé por mujer.

Como quien teje un tapiz, de la corteza hicimos láminas y tinta del almíbar de la flor.


Vieron los nuestros

la maravilla del hallazgo. Y muchos besaron nuestras manos y con las suyas amasaron el papel y escribieron mensajes de felicidad para los dioses. Y la lluvia fue cediendo, cansada, y volvió a su morada de nube. Pero no a todos los arropó la dicha. A muchos de los pobres hombres de mi pueblo la envidia se les clavó como una semilla amarga.

Waas, el anciano hechicero de la tribu,

juntó a los suyos y con rencores y pócimas los instó contra mi padre y su estirpe. Desde la antigua visión de Ñusta tenía el cuerpo ennegrecido por las ratas de la noche.


Xilene, su malvada hija,

entró una noche a la tienda de mis padres. Los secó con sus venenos e inquina. Por la mañana tenían mis muertos olores a acre y a ortigas. A mi cuerpo lo salvó tu abrazo, amor pero te hirieron en las horas de la huida.

Yermo es el lugar donde escribo

el final de esta historia.

Yerma es también esta vida que para nosotros no quiero. A poco de dar a mis padres sepultura el hechicero y su prole nos cargaron con los sacos de la culpa. Dijeron ¡fueron ellos! Gritaron ¡muerte! Lo escribieron con hiel sobre un papel hecho de cardos. Nos condenaron al exilio, amor, a las fauces de esta piedra.


Zonas baldías y solas nos esperaban pero confiábamos aún en el socorro del Dios en que una gran familia surgiera de tus venas y mis venas. Ya no. Poco nos queda más que este hijo de palabras que tatúo lento como testimonio como amoroso grito sobre tu papel de piel.



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