La batalla sonora Por Nicolás Barriola Paullier y Natalia Costa Rugnitz
LA ACÚSTICA ES QUIZÁS UNA FORMA DE CONTAMINACIÓN INVISIBLE, PERO NO POR ELLO MENOS DAÑINA. LA CALIDAD SONORA DEL AMBIENTE REQUIERE DE MEDIDAS Y CORRECTA IMPLEMENTACIÓN PARA EVITAR CAER EN DIFERENTES FORMAS DE AISLAMIENTO. Difícilmente podrá imaginarse la urbe contemporánea sin evocar un conjunto vertiginoso, agobiante y caótico de estímulos auditivos. Y lo que la imaginación proyecta, la experiencia lo confirma cada día: automóviles, colectivos y vehículos de todo tipo (en esta parte del mundo en su mayoría antiguos y, por eso, especialmente “sonoros”), bocinas, sirenas, alarmas, amplificadores, altavoces. De principio a fin de la jornada, cada jornada, un bombardeo constante de inputs conforma el paisaje sonoro en que se desarrolla nuestra experiencia de la ciudad, salvo raras
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excepciones. ¿Cómo influye este frenesí en la tan mentada calidad de vida? Pues se trata, al fin y al cabo, de lo cotidiano y, por lo tanto, de calidad de vida. ¿Cómo convivir con semejante circunstancia? ¿Cuánto depende del ciudadano particular; cuánto está o debe estar en manos del Estado? Pensemos en las políticas públicas. En Uruguay, la Ley Nº 17.852 (de 2004) vela por la prevención, vigilancia y corrección de las situaciones de contaminación acústica, entendiendo por contaminante acústico “todo sonido que, por su intensidad, duración o