LaRevista - No.1

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CONTENIDO

nido.

Conte-

Dirección Editorial Melisa Rabanales Consejo Editorial Philippe Hunziker, Solivan Guillén, Melisa Rabanales Diseño y maquetación Mónica Contreras Fotografía Ana Lucía Galicia Esta edición contó con la colaboración de Luis Barrueto, Ana Lucía Galicia, Morena III, Melissa Pamela Cáceres.

Impreso en Mayaprin, Guatemala. Tiraje 1,500 -2-


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editorial

breves de Vania Vargas, es la ocasión de interrogar a la autora acerca del lugar que ocuparon sus sueños en la escritura de este hermoso libro. Es la oportunidad también de arrojar luz sobre este trabajo de la autora desde la perspectiva de la interpretación simbólica junguiana de Leslie Sechel, co fundador del Centro C.G. Jung de Guatemala. En SOPHOS, creemos que la lectura abre puertas para interpretaciones más libres, más inteligentes, más sensibles de nuestra realidad. Cerramos así la revista con unas recomendaciones de lectura para quienes quieran, como nosotros, embarcarse en la construcción de relaciones más empáticas, más tolerantes y más ricas de entendimiento.

Saludemos todos esos libros: son nuestra razón de ser. Saludemos todos esos libros y lo que crece alrededor de ellos: la conversación, el encuentro. SOPHOS: una familia de personas que comparten el placer de leer y la pasión por la cultura.

Así va el rezo que acompaña nuestro mantra: Abrimos ventanas, acercamos mundos. A lo largo de veinte años de historia de SOPHOS, se ha venido fraguando un sueño: el de crear una revista en la que encontrarnos con nuestros lectores, con la que prolongar las conversaciones que iniciamos en la librería, en las redes, en la calle. He aquí, finalmente, el primer número de esa idea atrevida, esa idea concebida con pasión. Queremos en estas breves páginas, que siempre nos serán insuficientes, proponer que hay más de qué hablar siempre, cuando de libros y de reflexiones se trata. El lector encontrará en este número la mirada sagaz de Ana Lucía Galicia, librera, ante la gran novela ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2019, Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron. Ana Lucía es

una lectora voraz, cuidadosa y sensible, que nos hace descubrir tesoros escondidos y otros que yacen a plena luz del día. Luis Barrueto, cómplice nuestro en la organización del club de lectura Hablo por mi diferencia (un paseo por las historias de autores y protagonistas cuyas identidades no se conforman a los cánones establecidos), nos propone una reflexión acerca de la acción política y sus amplias posibilidades, al tiempo que se celebra el cuarenta aniversario de los disturbios de Stonewall, en Nueva York, hito que marca uno de los primeros y más visibles levantamientos de la comunidad LGTBQ contra la discriminación y la represión de que ha sido objeto. Los sueños son un tema recurrente tanto de la literatura como de la psicología. La publicación reciente por la Editorial SOPHOS de Cuarenta noches, una colección de relatos

La idea de esta revista comenzó hace mucho tiempo con un sueño, y su primer número, ya lo habrá notado el lector, tiene por hilo conductor la experiencia onírica. Sea esta pues una forma de seguir soñando juntos y, en particular, de soñar con un futuro en el que más guatemaltecos gocen del derecho a la lectura, para su propio beneficio y el de nuestra comunidad.

Philippe Hunziker Gerente General SOPHOS

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De la mesa de noche de Ana Lucía

Cuando el

amor (no) termina Por: Ana Lucía Galicia

Debería haber una forma de separar también los recuerdos, de modo que, de todo lo que habían hecho juntos y les había sucedido, Él solo se quedara con la mitad para que le fuese más liviana la carga. Desde luego hubiese sido mejor que Ella no lo dejara, pero eso ya había sucedido.

Quizá ese era todo el asunto: siempre habían sentido lo mismo, aunque tal vez lo vieran desde distintos puntos de vista, y era esa pequeña divergencia la que los había distanciado, por lo menos temporalmente.

de una pareja puede decir mucho acerca de un país, de un momento, de asuntos políticos y sociológicos. Quizá todo lo que había pasado era que Ella había comprendido – como lo había hecho Él, tiempo atrás – que no había ni habría ya más que eso, la repetición de algo banal y que no merecía ser repetido.

© Ana Lucía Galicia

Pareciera que todo se ha dicho ya acerca del amor. Pareciera que no existe tema más difícil que ese y que los desacuerdos que llevan a una pareja a despedir su vida juntos. ¿Cuántas novelas se han escrito sobre rupturas amorosas a lo largo de la historia de la literatura? Muchas. Sin embargo, Patricio Pron no pretende relatarnos en las páginas de Mañana tendremos otros nombres aquellas idealizaciones que tenemos sobre y por el amor. Al contrario, su novela termina siendo una investigación, o mejor dicho, una autopsia, un intento por hacer “hablar” a un cuerpo muerto.

Esta novela nos muestra que el bisturí de Pron es fino, que utiliza y se apoya de otros instrumentos para realizar esta autopsia de los órganos, de los tejidos, de los recuerdos, de lo que se dijo y de lo que no, para descubrir la verdadera causa de la muerte. Como si quisiera decirnos que la rutina es la peor de las batallas a ganar en una relación según pasan los años. Nos despliega una genealogía de actores sin nombres propios, anclados a las incertidumbres de una generación, por un lado, y por el otro, nos advierte que las superficies lisas y las palabras leves ofrecen un simulacro de orden y estabilidad en las relaciones amorosas. Me inclino a pensar que se nombran a los protagonistas como Él y Ella durante todo el recorrido de su ruptura con la intención de que cualquier lector pueda tomar ese papel, ese reflejo, ese enigma que entorpece en ocasiones nuestra vida. La prosa de Pron es sublime, tierna, en ocasiones cruel, ese lenguaje particular del amor. Una novela enormemente sugerente sobre los tiempos actuales y venideros, sobre lo que nos configura, sobre los nuevos roles, sobre la tecnología que se adentra en todo, empezando por la intimidad: Ella y Él comienzan a habitar esos nuevos espacios en paralelo, sin desgarros románticos pero con una fuerte nostalgia misteriosa que no termina de separarlos. La ruptura

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Pareciera que los finales amorosos nunca son épicos. Nadie se muere, nadie desaparece de veras, parece que nada termina de terminar, y no lo aparenta, más bien, nunca deja de ser (nos dice la escritora mexicana Valeria Luiselli) y, Patricio Pron, con palabras tan acertadas, nos lo confirma en esta novela: Mañana tendremos otros nombres, Premio Alfaguara 2019.


Por Luis Barrueto

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opinión

mientos clínicos, hasta ganarse el respeto de los investigadores y los profesionales científicos. Esta puesta en escena obtuvo la atención de una sociedad que creía que podía ignorar el problema. Y con campañas como «Silencio = Muerte», abandonaron el estatus de víctimas y convirtieron a la población afectada en actores centrales de la acción política para combatirla. Lo más crucial, sin embargo, fue lo que llegaron a hacer dentro de los edificios que al inicio sitiaron. Los activistas se constituyeron en expertos autodidactas, que aprendieron a criticar al establishment médico en sus propios términos y vocabulario. Sobre todo, apuntaron con su crítica a cambiar la forma en la que se hacía la ciencia, a corregir sus sesgos y a generar una base alternativa de conocimientos y experticia. Al hacerlo, salvaron un número incontable de vidas.

© J. Scott Applewhite/Associated Press

En octubre de 1988, alrededor de mil activistas llegaron a las instalaciones de la Agencia de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) en Maryland, no demasiado lejos de la capital federal. Algunas personas iban vestidas de cadáveres y portaban sus propias tumbas –hacían las veces de pancartas–, en una manifestación masiva para protestar por la falta de acción del gobierno del entonces presidente Ronald Reagan ante la epidemia del SIDA. El barrio suburbano no había visto nunca una protesta así. Pero, para ser justos, tampoco lo había visto nadie en el mundo entero. Los activistas eran parte de la Coalición del Sida para Desatar el Poder (ACT UP por sus siglas en inglés) y estaban hartos. Ante una sociedad indiferente, se constituyeron como un grupo de choque para sacar de su letargo a los actores con posibilidad de hacer algo ante la epidemia. Tomaron las calles de Nueva York y protestaron contra el silencio, contra los largos procedimientos para aprobar medicinas urgentes que atendieran las infecciones oportunistas, y el silencio y lentitud que resultaron en la muerte de miles de personas. Tomaron también los centros de investigación científica, la bolsa de valores en la que cotizaban las farmacéuticas, y generaron presión sobre una generación entera de políticos que podían asignar fondos y dar prioridad a la pandemia. Los activistas no sólo tuvieron el buen tino y la creatividad de poner su causa al frente de la opinión pública. Quizá lo más transformador de esta historia es que, sin saber prácticamente nada de inmunología o de la forma en que opera la industria farmacéutica, algunos líderes de ACT UP llegaron a dominar las complejidades del VIH y los procedi-

Hoy los pacientes VIH positivos son tratados como pacientes con una condición crónica, manejable, y si bien persisten dificultades en garantizar el acceso de muchas personas en países como Guatemala, a los tratamientos, existen mecanismos para tratarlos. Y el avance en el abordaje de la epidemia del SIDA demuestra que rara vez las injusticias tienen una sola causa: se trata más bien de una combinación de elementos, intereses, procedimientos y prácticas, paradigmas científicos o culturales, y de las regulaciones y la legislación que las mantienen. Yo no sé lo que quiere decir un país en el que se vive con justicia. Y sobre todo es difícil imaginarlo cuando todavía estamos atravesados por las diferencias que el sistema crea en todos y todas nosotras, así sea por el color de piel, la pertenencia étnica, la clase social, el género o la orientación sexual. Resulta más difícil imaginarlo cuando vemos quebrarse muchos de los esfuerzos por hacer que el sistema de justicia responda verdaderamente a toda la ciudadanía, y que han exhibido con más claridad quienes tienen un interés por mantener las cosas como son. Tampoco sé si la justicia es alcanzable de forma plena, pero por eso traigo a colación el ejemplo de arriba. Sí sé, y la campaña por combatir el SIDA lo demuestra, que la audacia de imaginar y construir un mundo menos injusto e indolente es posible. Sí sé que se pueden transformar injusticias concretas, y cerrar poco a poco las brechas que nos colocan lejos de un mundo que podamos llamar, en todo el sentido de la palabra, justo.

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Vania Vargas es una experta en escribir relatos espejo. Para los muchos seguidores de la autora quetzalteca no es ningún secreto. Lo ha demostrado en algunas de sus obras como el poemario Quizá ese día tampoco sea hoy (Editorial Cultura, 2010) y la compilación de relatos breves Después del fin (Ediciones Del Pensativo, 2016) en donde suele calzarse los zapatos de esos otros yo para narrar sucesos cotidianos agresivamente cautivantes, pero llenos de ternura.

Los relatos, además de ser extraordinarias descripciones, cortas y precisas, de los sueños de la autora, son narraciones únicas de la dualidad y del desdoblamiento. De esos otros yo que aparecen en los sueños, a veces parecidos y en ocasiones tremendamente distintos de quienes somos en la vigilia. Colocar en un texto los sueños no es tarea fácil; hacerlos literatura es ya otra hazaña. Vania, quien logra decir mucho con poco, responde esta entrevista con la misma sinceridad con la que impregnó Cuarenta Noches…

Te hago algunas preguntas de cajón… espero que no te moleste. ¿Qué significó para vos escribir Cuarenta Noches? ¿Cómo nació la idea? Cuarenta noches fue un intento por aprovechar esa otra dimensión de la que se puede extraer algo que contar. Fue una etapa muy primaria de mi larga relación con lo onírico, una etapa de curiosidad y de asombro, de la que quise extraer las imágenes, como vinieran, y a partir de ellas intentar armar algo más, contar esas otras historias que se viven en horas extra. El proyecto duró más de cuarenta noches. Hubo muchas noches vacías, imágenes que no me llevaron a nada. Y me quedé con cuarenta porque era un número bíblicamente significativo del delirio de la soledad en medio del desierto, y porque tenía que detenerme. ¿Por qué escoger la experiencia onírica para tus relatos? Porque para las personas como yo, que les gusta contar y que les cuenten historias, no hay dimensión de desperdicio. Todas son aprovechables. -6-

© Ana Galicia

En su último proyecto literario ha decidido contar, a través de cuarenta relatos hiperbreves, su propia experiencia onírica. Cuarenta Noches fue la apuesta literaria de Editorial SOPHOS en 2018 y no hubo duda que eran textos que necesitaban ser cuidados, que merecían prestarles atención. Así nació una edición que roza lo artesanal acompañada de doce postales ilustradas por Alba-Marina Escalón, en su propia interpretación de algunos de estos sueños.

Cuarenta Noches

Todos interpretamos los sueños de maneras diferentes. Para vos ¿qué significan? y ¿por qué creés que es importante dejar una constancia escrita de ellos? En el momento en que escribí el libro, significaban material para conformar historias. Con el tiempo, mi relación con ellos ha cambiado. Les pongo más atención. He llegado a un punto de profundo respeto en el que trato de leer sus imágenes como si vinieran de un libro escrito solo para mí. Un libro que habla de mí. Ahora solo los escribo cuando involucran a personas conocidas y me toca contarles, escucharlas. Ahora sí…. En casi todas tus obras retratas el otro yo -o al menos así lo llamo yo- personas (mujeres, niñas, ancianos) que de alguna manera fueran un doble. ¿Hay una razón? Soy una persona muy visual. Siempre me han inquietado las sombras, los reflejos, tanto los externos, como los internos. Pienso en la dualidad de la emoción y la razón, y su eterna lucha por complementarse dentro de nosotros. Pienso en los rasgos vitales y emocionales que compartimos con las personas que nos rodean y que de alguna manera


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común: el agua, como reflejo. ¿Por qué? Es algo de lo que no me había percatado. Ha de ser porque el material de los sueños son las emociones, y porque simbólicamente las emociones están relacionadas con el agua. ¿Los sueños, para vos, son utopías? ¿Los sueños en general? No. Son anhelos, y en todo anhelo hay esperanza. Muchas de las experiencias que contás parecieran ser escenas cotidianas pero hiladas con elementos absurdos o fantásticos; ¿creés que tus relatos puedan caber dentro del realismo mágico? No lo creo. Creo que la realidad, fuera de los sueños, está llena de esos momentitos absurdos o fantásticos. Yo me he dispuesto a andar con los ojos bien abiertos para dejarme sorprender por ellos cuando aparecen.

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Por Melisa Rabanales

Entrevista con Vania Vargas

En ese sentido, ¿qué papel juega la introspección y la observación al momento de pasarlo a texto? La observación y la introspección son todo a la hora de la escritura. Es llenarse de imágenes y luego digerir, conectar, relatarlas o convertirlas en algo más. Dicen que es posible acercarnos a las personas a través de los significados que le dan a las palabras. Terminemos esto de otra forma. Voy a decirte algunas y me decís lo primero que se te viene a la mente.

nos hermanan, nos reflejan. Pienso en la deformidad de nuestros reflejos, en la sombra que arrastramos, esa que delata la luz, en ese rostro que nos lanza el espejo y que se supone que nos pertenece, pienso en el lector encontrándose en la lectura, y así, vivo explorando lo que esa inquietud me produce.

Sueño: no me despierten Mar: ímpetu y caricia Observar: otra forma de leer Espejo: yo en perspectiva Naufragio: un puerto imprevisto Escribir: escucharse con atención Dormir: es jugar a ser inmortales

Alguna vez te oí hablar del desdoblamiento. ¿El sueño es para vos un desdoblamiento del ser?

Vania no solo es una de las autoras guatemaltecas más importantes de los últimos años, es también una observadora por excelencia. Pues solamente alguien que pudo contemplarse a sí misma -y a sus sueños- puede invitar a los demás a hacerlo. Su obra, Cuarenta Noches, es una muestra de ello.

Totalmente. Es el soñante viéndose a sí mismo en situaciones que emulan o no la realidad de la vigilia. Es el soñante desdoblándose en objetos, personas, situaciones, símbolos que de alguna manera son él mismo. Los relatos de Cuarenta Noches tienen casi todos un denominador

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© Ana Galicia

LOS SUEÑOS,

material simbólico para la interpretación Por Melisa Rabanales

Dejarse fascinar por los sueños resulta ser bastante humano. A lo largo de la historia los sueños han figurado, en el arte y la literatura, como fuentes de inspiración. Sin embargo, es a través de la ciencia como es posible penetrar en el inconsciente y descubrir ese universo paralelo que pareciese que todos llevamos dentro. Si algo le ha importado a la psicología, especialmente a la analítica, es la experiencia onírica. -8-


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Con un aire de templanza, muy familiar para quienes lo conocen y con el libro de Cuarenta Noches, la obra de Vania Vargas en las manos, Leslie Sechel, psicólogo guatemalteco y co fundador del Centro C. G. Jung en Guatemala, se sienta en una de las mesas de la librería para explicar, desde la perspectiva junguiana, qué son los sueños y cuál es su importancia en la vida de los seres humanos. Una definición técnica, pero bastante explicativa de los sueños, dice Sechel, es que son “manifestaciones independientes y espontáneas del inconsciente; fragmentos de actividad psíquica involuntaria, es decir, de aquello [sobre lo] que no tenemos control”. Para Jung el inconsciente está dividido en dos, el personal y el colectivo. “El personal alberga los recuerdos olvidados adrede, las impresiones de la infancia, el trauma infantil, entendido como experiencias fuertes, y lo reprimido hasta cierto punto”, explica. Para definir al inconsciente colectivo, Leslie lo hace en sus propias palabras. “Es una especie de ADN psíquico, patrones de comportamiento, de pensamientos, herencia que, a pesar de ser individual, se recoge de los ancestros, de las civilizaciones que nos preceden y que han formado parte de la evolución de la humanidad”. De ahí provienen los sueños, de lo más profundo de ese inconsciente colectivo, para después adoptar formas o, mejor dicho, arquetipos (que tienen como función principal organizar la psique) provenientes del inconsciente personal. ¿Para qué sirven los sueños entonces? Sechel responde claro: “De forma simbólica los sueños describen la situación actual de la psique desde el punto de vista del inconsciente. Es como un punto de vista paralelo a la realidad. Y es por eso que su función principal es la compensación y el equilibrio”. Si conscientemente es posible reprimir algo, el inconsciente puede revelar muchas cosas, aspectos de la personalidad que no se conocen, habilidades o traumas. La interpretación de los sueños es un proceso complejo que requiere, para significarlos, de la voluntad que tiene la

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persona que vive la experiencia onírica. “El psicoterapeuta, añade Sechel, puede ayudar a develar arquetipos y atar hilos en los sueños, pero al estar hechos de materiales simbólicos, es el soñante el que debe darle significado a las imágenes e interpretarlos”. El registro de los sueños, dentro del enfoque junguiano, es esencial para realizar el viaje del héroe o de la heroína: un viaje profundo hacia sí mismo. “Este viaje es un ir hacia adentro o un dejar salir como una inmersión de autoexploración, o de autodescubrimiento. Cuando uno está soñando, está explorando, descubriendo con la intención debida. En procesos de psicoterapia es precisamente eso lo que se pretende, una autoexploración. Ve a descubrir quién eres, qué es lo genuino en ti, e integra.” El sueño de las escalas

Adentrarse al inconsciente con Cuarenta Noches Sechel explica que dentro del proceso terapéutico se invita a las personas a llevar un diario de sueños, parecido al de Cuarenta noches, donde el soñante pueda escribir o dibujar (como también lo hizo Alba-Marina Escalón en las doce postales en tinta china que acompañan el libro) con un orden cronológico, aquello que recuerda haber soñado. “Hay un hilo conductor de un sueño a otro, aunque para la consciencia le parezcan totalmente separados. Parte del proceso de interpretación es ir atando un sueño con el otro, a manera de series.” Aunque lo verdaderamente difícil es reconocer en qué momento acaba y empieza una serie. Sin afanes de jugar a la interpretación, que, dejamos claro, es imposible hacer sin la significación de quien sueña, Leslie Sechel explica algunos símbolos personales de carácter arquetípico que están impregnados en Cuarenta Noches y que de alguna manera construyen series. Los pájaros, las mujeres, el agua, el reflejo, los espejos, son algunos de ellos.

Descendió con lentitud de la cama, como lo hacía todos los días cuando sonaba el despertador. El sol no había salido, el cuarto era una acumulación de sombras. Caminó con vacilación hacia el baño, esquivó la ropa tirada, el desorden que se permitía al vivir sola, al no esperar a nadie. Con el pie apartó lo último que encontró en el camino, un objeto mediano que cuando topó contra la pared emitió un sonido seco. Se detuvo, se agachó para revisarlo, era el zapato derecho de un niño. Volteó hacia el cuarto y reparó en que no era el mismo que le dictaba la costumbre. Sobre la cama que acababa de abandonar, una cama más grande que la que conocía, dormía el pequeño. Miró a su alrededor, no reconoció el espacio. La mesa de noche estaba llena de fotografías de risas extrañas, y en medio de todas, ella misma. Se acercó más y se dio cuenta de que la imagen no tenía cara; la dejó en su lugar, vio el reloj, eran las cinco y media de la mañana; se metió de nuevo a la cama, abrazó al niño, y se dio otros minutos para intentar volver a despertar.

Además, en los relatos figura la aparición de esos otros yo, especialmente el de la otra mujer, que Sechel identifica -9-


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Los sueños resultan ser la manera más fácil de acercarnos al inconsciente, ese espacio cuántico que navega sin límites, sin tiempo ni espacio. Armas sumamente importantes para descubrirnos más allá de lo que creemos que somos, para hacer una introspección y para integrar aquello que logramos revelar. Solo hace falta, concluye Leslie, poner atención.

Por Melissa Pamela Cáceres

Pero hay una representación que a Sechel le parece más curiosa, más allá de los animales, los espejos y las mujeres. No ocurre mucho: los relatos de Vania parecieran estar repletos de personajes femeninos. Sin embargo, un niño logra colarse en las narraciones. El sueño de las escalas le ha llamado la atención. La acción del descenso es el motivo arquetípico que desde lo simbólico es el descenso al inconsciente, a las profundidades de la psique personal. En el relato, en lo más profundo de ese inconsciente, se encuentra el zapato de un niño, y es masculino. “Como la figura es de sexo opuesto a la autora, no se trata de una cuestión regresiva, sino que nos pone de cara frente al arquetipo del sí mismo, del self. Ese sí mismo que es el arquetipo de la totalidad. El arquetipo ordenador por naturaleza de lo consciente y lo inconsciente, y muchas veces aparece como un niño que debe madurar”. En un proceso psicoterapéutico, aclara Leslie, cuando surge la imagen del niño, no hay que perderla de vista, pues es el niño, el que pasa por el camino del héroe o la heroína, el que hace la transformación.

autores emergentes

como el posible arquetipo de La Sombra. “La Sombra es aquel desconocido que a veces se hace presente, que puede ser motivo de miedo o no. En su forma de anciana puede identificarse con el motivo del arquetipo de la gran madre o de la vieja sabia. Todo eso depende del momento, del sueño y del por qué en su línea del tiempo”. En el caso de la niña puede hablarse de cristalizaciones, un momento en el que la niña espera ser rescatada.

Me hago pequeña por voluntad propia no porque él quiera me hago pequeña y es hermoso puedo ser feliz incluso cuando estoy abajo y mi cara está pegada al suelo Me hago pequeña y sonrío triunfante corto sus pies y cae el gigante

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“Entre dos cirujanos igualmente competentes, procure que le opere el que haya leído a Chéjov”. Simon Leys

©Morena III

“Lo que les enseñamos a los niños a amar y desear siempre pesará más que aquello que les hacemos aprender”.

“Uno se libera de sus enfermedades vertiéndolas en los libros; vuelve a presentar y a experimentar sus sentimientos para así dominarlos”. D.H Lawrence.

“Era un bastón normal de madera, de mango curvado y punta de hierro, sin nada más especial a primera vista. Claudio golpeó dos o tres veces la punta contra el suelo, y casi sin pensarlo, se subió a horcajadas al bastón… De repente, éste ya no era un bastón, sino un caballo, un hermoso potro de color negro con una estrella blanca en la frente, que se echó a correr al galope alrededor del patio, relinchando y haciendo saltar chispas del empedrado”. - 11 -


Cécile Baquey-Moreno

Daniela Cytryn

Manuela vive en Tucaché, a la par de San Andrés Semetabaj. Quiere ir a la escuela, aprender a leer, jugar con otros niños. ¿Podrá realizar su sueño? La respuesta la tiene el Resplandeciente Quetzal, que la viene a visitar en sus sueños.

Novedad de Editorial SOPHOS


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