Llanto a lágrima abierta.

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Llanto a lágrima abierta.

Silvia Franco dedicó un año a la medicina. Cuando descubrió su pasión por las letras empezó la carrera de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Nuevo León, en la cual actualmente estudia dicha licenciatura.

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Llanto a lágrima abierta

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Primera edición: 2023.

El contenido de ésta obra está autorizado para su libre distribución mientras se respeten los derechos de autor. Todos los derechos reservados.

Edición: Moon Books

Portada: Sergio Franco.

Ilustraciones: Sergio Franco.

Corrección: Valeria Aguilera.

ISBN: 12072022161298

Lugar de impresión: San Nicolás de los Garza, Nuevo

León, México.

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A Sergio. Espero leas tu primer libro.

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Cuento1:Theo.

Debajo de mi cama hay un robot. Winnie, así se llama. Winnie no se puede mover de ese lugar, ese es el lugar de él Ese robot es, tal vez mi mejor amigo. Winnie me acompaña casi todas las noches. Todos los lunes, jueves y sábados mi mamá saca a mi mejor amigo de su lugar y lo mete a una caja junto con mis demás juguetes. Por más que intento que mi robot no se asome, mi mamá siempre logra sacarlo con su escoba de madera. Una escoba tan gorda y pesada, que cuando se pelea con mi papá, a veces la usa. No sé por qué siempre que mi mamá y mi papá se pelean, ella siempre busca a la escoba y se la lleva a donde estén peleando. Yo siempre que eso pasa, voy en busca de mi mejor amigo. Winnie me entiende, a veces hasta me hace compañía toda la noche.

Anoche me dolía mucho mi cabeza. Sentía así como cuando la vez que mi tía Rosita me llevó por una nieve ahí en la plaza y cuando probé la nieve, mi cabeza empezó a doler. Mi tía Rosita dijo que mi cerebro se había congelado. Yo me asusté bastante porque, qué pasaba si con mi cerebro congelado no podía recordar dónde estaba Winnie. O qué tal si se me olvidaba mi nombre, o mis papás. Pero mi tía me dijo que sólo se me congelaría unos pocos minutos, que era porque la nieve estaba muy fría. Me quedé ahí parado, disfrutando con dolor mi cerebro congelado. Nunca había tenido un cerebro

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congelado. Hasta sonaba chistoso, entonces me reí muchísimo. Esa vez caminamos bastante. Ya estoy acostumbrado a caminar mucho con mi mamá cuando vamos a comprar las cosas para la comida o cuando vamos a los bancos donde mi mamá les da unos billetes, a la señorita de la ventana, color café enrollados con una liguita de esas que usa para su cabello. Entonces, puedo decir que casi siempre que salgo de la casa, camino bastante, bastante. Hasta cada vez que mi mamá y yo tenemos que salir, ella le pone cinta de esa gorda y color café obscuro en la punta de mis tenis.

Hace algunas semanas empezaron a salirme unas manchitas rojas en mi brazo, pero al día siguiente vi que cambiaron de color y se hicieron moradas. Sólo eran dos manchitas del tamaño de mi dedo gordo de la mano. No eran muy grandes. Después una vez que mi papá me ayudó a bañarme, me volvieron a salir las manchitas rojas en la piel. Otra vez eran dos, sólo que ahora estaban en mi pierna. Y la vez que me picaron muchos zancudos en las pompis, por haber dejado la ventana abierta, me dio tanta comezón que no pude dormir bien en toda la noche. Suficiente tengo con los ronquidos de mi papá para no poder disfrutar mi sueño. Entonces tuve que ir a dormir con Winnie, para así poder rascarme las pompis y los brazos a gusto, pues si me empezaba a mover mucho en la cama, mi mamá se enojaría conmigo y me regañaría diciendo que nunca la puedo dejar dormir, que está harta

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de mí, que siempre le ando dando mucha lata. Me ahorré ese regaño y mejor dormí con mi robot.

Lo interesante fue que al día siguiente, mis pompis tenían manchitas moradas y mis brazos también. Tal vez los zancudos que me habían comido la sangre eran morados, o peor, mi sangre era morada. Pensé que era probable que tuviera súper poderes. Corrí hacia la cocina y le dije a mi mamá lo de mis manchas moradas. Ella sólo dijo que eran moretones, que eran porque me había caído o que eran por las nalgadas que me había dado la tarde anterior por haberme comido todo el pan y no haberle compartido a mi papá, que por mi culpa él se había molestado con ella y por mi culpa había salido con sus amigos, otra vez. No creo que los moretones hayan salido por las nalgadas, esas no me dolieron casi nada. Mi mamá no se dio cuenta que me las dio con su chancla que no duele.

Una tarde mi mamá me llevó al banco, como todos los viernes. Pero lo raro fue que cuando llegamos al banco, había sudado mucho y llegue muy cansado. Tan cansado que hasta se me acabó el aire para respirar. Sentía que el aire se había terminado para siempre. Le dije a mi mamá que no había aire en el cielo. Ella solo decía que no dijera tonteras y me quedara sentado. Mi mamá siguió con la muchacha en la ventana dándole el dinero en rollito.

A los pocos minutos terminó y me dijo que nos fuéramos, pero yo no quería. Le dije que estaba muy cansado y que

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ya no quería caminar. Ella sólo me jaló del brazo, me hizo caminar. No aguanté más de una cuadra porque me caí y volví a sentir que el aire había desaparecido. Mi mamá me levantó y me dijo que nos sentáramos un rato en la banqueta para poder descansar, que ya habíamos estado caminando mucho toda la semana, que me había puesto a recoger muchas cosas en la casa. Nos quedamos casi media hora y volvimos a caminar. Esta vez pude aguantar hasta la casa, lo había logrado. Pensé que ese día había sido tal vez un mal día. Llegué más que agotado a mi casa. Casi ni podía respirar ni caminar. Pensé que me iba a quedar dormido y ya no despertaría jamás, pero no pasó. Después de lo que pasó esa tarde, creo que mis fuerzas se fueron, desaparecieron. Siempre que salía a la calle con mi mamá a acompañarla a cualquier lado, teníamos que tomarnos descansos cada quince minutos, porque no aguantaba. Además, mis manchitas aún no se iban y lo peor era que me comenzaban a salir en otras partes del cuerpo, como en la espalda, o en las costillas.

Mi mamá aún no se había dado cuenta porque últimamente yo me había estado bañando solo todos los días. Ella solo decía que si necesitaba ayuda, le gritara y ella iría a ayudarme. Me daba pena gritarle cuando no alcanzaba a tallar mi espala o cuando el jabón que uso para el cabello, me caía en los ojos. No le decía porque sabía que después

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ella comenzaría a decirme que no sé hacer nada, que ya estoy muy grande y que debería aprender a hacerlo por mi cuenta.

Antier mi mamá dijo que iría a comprar unas cosas de la casa, me preguntó si quería ir, pero no tenía ganas. Estaba acostado en la cama, llevaba desde la noche anterior ahí, pero no quería levantarme ni a comer. Ya no me daba hambre, no comía como lo hacía antes, hasta me llagaba a dar asco la comida que mi mamá preparaba. Mi mamá se fue y me quedé ahí acostado. Seguro que mi papá seguía en el trabajo. A veces me ponía triste saber que mi papá estaba todo el día en el trabajo. Lo extrañaba mucho, aunque casi no jugaba mucho conmigo, ni me decía algún apodo, sólo me llamaba por mi nombre, Theo. Mi mamá decía que él no era cariñoso conmigo porque siempre estaba cansado por trabajar tanto. Yo lo entendía. Como estaba aburrido, decidí ir un rato con Winnie. Él me entiende siempre. Estaba platicando con el cuándo me empezó a doler mucho mi cabeza, así como el día del helado. No, me dolía aún peor. Tenía ganas de vomitar, fui al baño y arrogué la cena del día anterior, huevo con chorizo, miré al espejo y vi que parecía un minion. Lo único que recuerdo fue cuando me pegué con algo en la cabeza. Fue algo muy duro porque me dolía demasiado, pero solo recuerdo eso, el golpe y estar acostado en el piso.

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Desperté con un olor a manzanilla. Abrí los ojos, las ventanas estaban cerradas. Mi papá estaba chillando, nunca lo había visto llorar. Siempre dice que los hombres que lloran parecen mujercitas. Mi mamá entra con una taza de manzanilla y se la da a mi papá. Trato de hablar pero no creo haber dicho nada porque mis papás parecen no oírme. Intento hablar de nuevo pero sólo me sale un gritillo, el cual es más que suficiente para que me oigan. Mi mamá me abraza y me dice que por fin desperté.

Ahora soy yo quien tiene una taza de té de manzanilla en las manos, a lado de mí están unas pastillas color rosa. Mi mamá me da las pastillas y me dice que me las tome. Le hago caso y me las tomo

Cuando vuelvo a despertar, ya es de día. Me levanto de la cama para ir al baño y al atravesar la cocina, puedo ver que mis papás están peleando de nuevo.

-Theo no está bien Alejandro. Tiene la piel muy amarillenta y sus moretones se le han expandido a todo el cuerpo. ¿No le has visto el brazo? Está todo morado.- dice mi mamá con una voz como si estuviera muy enojada.

-¿Y qué quieres que haga Amelia?

- Vamos a llevarlo con un doctor.

- Ya te he dicho que no tengo dinero Amelia. ¿Con qué chingados quieres que pague la mugre consulta? – Mi

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papá siempre usa esa palabra: chingado. U otras que se parecen bastante. Esa es su palabra.

- Pues no sé Alejandro. Pide dinero.

- No sé si te acuerdes que ya le debo mucho dinero al patrón. Si pido otro no me lo va dar.

- Alejandro… es Theo. Está enfermo. Te lo juro por mi padre, que Dios lo tenga en su santa gloria, que Theo está enfermo. ¿Acaso no te importa tu hijo?

- No salgas con chingaderas Amalia. Claro que me importa. Es mi hijo, mi sangre, mi descendencia.

- Entonces por favor Alejandro, llévalo al doctor. Ya viste que le di las pastillas que tenía para el dolor. Le di la pastilla rosa para el vómito y le mezclé el jarabe para la infección que me dieron hace un año en el té que se tomó. Nada le hizo efecto. Sigue igualito.

- Mira, si para el viernes no se mejora, lo llevamos.

- ¿Quieres esperarte dos días a que Theo se mejore?, ¿Qué tal si no lo hace?, ¿Qué tal si empeora?

- Pues si empora, lo llevamos de urgencia al doctor.

- Bueno, Alejandro. Tú sabes lo que haces.

El viernes mi mamá me bañó. Esta vez sí me ayudó. Hasta me escogió la ropa, me cambió y me peinó. Eso sí, me levantó a las meritas seis de la mañana, apenas iba a salir

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el sol y los gallos de la vecina empezaban a cantar. No pregunté a dónde íbamos, en el fondo sabía a dónde.

A los treinta minutos estábamos en el hospital. Era un lugar grande y con unas rayas rosas. Salimos del carro y entramos al hospital. Hacía años que no venía a un hospital, tanto tiempo atrás que apenas y lo recuerdo. Creo que había sido porque mi mamá se había caído de las escaleras de una tienda o algo así. Entramos al hospital y unas muchachas con bata rosa que estaban luego luego en una mesita en la entrada, que supongo eran enfermeras, escribieron en una hoja mi nombre, cuantos años tenía, cuanto pesaba y cuanto medía. Nos dijeron que nos sentáramos en unas bancas que había y después de algunos minutos, nos pasaron a un cuarto. Un doctor entró al cuarto en el cual había una cama pequeña color blanco, había unas cosas raras colgadas en otra cosa rara y había peluches, estaba Elmo .

El doctor Miguel me revisó, me metió un palo de madera en la boca, me puso una luz rara en el oído, me acostó en la cama pequeña y empezó a tocarme en algunos lados de mi cuerpo mientras preguntaba si me dolía, a lo que yo siempre respondía: “sí, casi no mucho”, pero en realidad sí dolía mucho.

Cuando terminó, me dio a Elmopara que lo viera, se fue a dónde estaba su mesa con las sillas en las que estaban mis papás y les comenzó a decir:

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-Físicamente Theo no se ve muy bien que digamos.

- ¿Es malo doctor?, preguntó mi papá.

-Es probable que sí, señor. Antes de adelantarnos a posibles diagnósticos, les voy a pedir que le hagan a Theo una serie de análisis que escribiré en su receta. No se preocupen, son gratuitos aquí en el hospital.- Mis papás solo dijeron que sí con la cabeza.

-¿Para cuándo los quiere?- preguntó mi mamá

-Puede venir mañana temprano para que tengan los resultados el domingo y ya el lunes os veo aquí de nuevo.

De regreso a la casa me quedé dormido, estaba exhausto. El domingo regresé al hospital. Entré al mismo cuarto. Me subí sobre la misma camilla. Me revisaron todo el cuerpo. El doctor se sienta en su escritorio, abre los resultados, se toma su tiempo leyendo. Me hubiera gustado leer lo que decía, pero no sé leer ni escribir aún. Probablemente este año entre a la escuela, por fin, ya no quiero estar ahí en la casa.

-¡No puede ser doctor!- escucho a mi mamá gritar.- ¡No puede ser! No, mi Theo no.

-No hay por qué preocuparse, sino comenzar a ocuparse. Si Theo no es atendido de inmediato, su enfermedad puede avanzar rápido. No queremos eso, ¿verdad?- Mi papá

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comienza a llorar. Esta vez no es como cuando me desperté en la cama, era peor, estaba llorando peor.

-¿Cuánto tiempo?- pregunta mi papá.

-No voy a darles un tiempo definido. Hay que empezar ya con las quimioterapias. Si pueden, puede ingresar hoy mismo. Pueden ir por su ropa y las cosas necesarias para regresar más tarde.- dejo de poner atención porque veo una luz brillante por debajo de la cama. Es una rana de peluche con una lámpara en su pancita. Quisiera ser ella. La vida de los peluches está muy fácil, no caminan, duermen mucho, no hacen del baño, juegan siempre.

La habitación color blanco, con un olor diferente. Llevo sin comer arroz de mi mamá, diez días. Los estoy contando desde el primer momento que me acosté en esta cama. Winnie, como siempre, está apoyándome. Desayuno un huevito con jamón y jugo de uva, me dejan solo un rato. Llega Abi, la enfermera. Me cae bien, siempre me hace reír con sus chistes. Viene con el tubo largo con rueditas y dos bolsas arriba. No quiero, no otra vez. Mi papá dice que cada vez que me ponen ese piquete, estoy más cerca de salir de aquí. Abi conecta un tubito pequeño en mi mano, en dónde tengo al piquete, es una aguja que está ahí en mi mano. No me puedo quitar el piquete porque es una regla que me puso mi mamá.

Dolor. Siento un dolor muy feo en todo mi cuerpo. El líquido de las bolsitas comienza a bajar por el tubo

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conectado a mi mano. Quiero llorar, siempre, todos los días que veo al tubo llegar, quiero llorar. No lo hago. No soy una mujercita. Me aguanto lo más que pueda. Mis papás en cambio, se salen de la habitación. Siempre puedo oír a mi mamá diciendo: “Pobrecito Alejandro, no lo soporto.”.

Las peleas se terminan entre ellos. Al fin no hay gritos, algo bueno que pasó desde que llegué. A veces hasta logro ver un abrazo entre ellos.

Casi todos los días son aburridos, pero también cansados. Siempre que Abi se va, me quedo dormido unas horas, para descansar. Dijo el doctor que si todo sale bien, Abi nada más tendrá que venir cien veces. Depende de mí, de cuántas ganas le eche. Tengo muchas ganas de irme de aquí, pero también creo que me gusta aquí.

Esta es la vez número veinte que Abi viene al cuarto. Cuando ella se va mi mamá me dice que vendrá alguien hoy a hacerme un nuevo corte de cabello. Qué bueno, ya tengo rato queriendo un cambio porque se me estaba cayendo mucho.

Quisiera poder aprender a leer. Hay muchos libros para niños aquí. Quisiera poder leerlos para distraerme mientras entra el líquido a mi mano, pero no puedo porque no sé leer. Cuando la enfermera se va y mis papás entran, les digo que quiero leer. Ellos solo se quedan callados y

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dicen que cuando termine con mi tratamiento, podré ir a la escuela. Es una promesa.

Me dijo el doctor que había bajado tres kilos. Hace unos días, me dijo que había bajado dos kilos. Ponen un lonche de jamón enfrente de mí. Tengo muchísima hambre, pero es muy raro porque al comer, solo logro darle cuatro mordidas cuando de repente ya no lo quiero. Ya estoy satisfecho. La enfermera llega después del almuerzo. Sé que tiene una hija, se llama Luna. Lleva un año trabajando en el hospital. Es casada. Vive a quince minutos de aquí. Es vegetariana, no ha podido dejar de comer queso. Lo sé porque he platicado con ella treinta veces ya.

-Hola Theo. Soy Juanita.- llega de la nada una señora, se ve un poco más grande que mi mamá. Casi no la veo bien porque me estoy despertando de mi descanso. Al irse Abi, me quedé muy dormido, estaba demasiado cansado.

-Buenas tardes.- dice mi papá

-Abi me dijo que a Theo le gustaría aprender a leer. Soy la pedagoga del programa de educación básica aquí en el hospital. ¿Sabían ustedes del programa?

-La verdad no.- responde mi papá.

-Déjenme les platico tantito. Miren, es un programa que brinda la secretaría de educación del estado. Es un programa muy completo que abarca la educación desde la etapa inicial hasta secundaria. Los niños asisten a un

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salón que está en el piso de arriba y son sus enfermeras quienes los llevan. Para evitar riesgos de contagio o infecciones, debido a su estado de salud delicado, las clases se imparten con sólo cuatro niños por salón. La clase dura de dos a tres horas diarias y brindan los contenidos que normalmente se abordarían en una institución de allá afuera. Lo mejor es que está incorporado a la secretaría de educación púbica, por lo que sus calificaciones sí son registradas en el sistema. Es cien por ciento gratuito.

Mis papás se quedan un rato callados.

-Sí, mira Juanita, muchas gracias pero no sé si nos puedas dar un tiempo para platicarlo y después te doy una respuesta.

-Claro que sí, tómense su tiempo.

Juanita sale de la habitación y nos quedamos los tres adentro.

-¿Cómo ves Theo? ¿Qué dices?- me pregunta mi papá.

-Si quiero.

-Bueno, entonces sí.- le hablan a Juanita quien estaba esperando afuera de la habitación.

-Sí va a entrar.- confirma mi papá.

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Estoy listo. Abi me guía por un pasillo largo hacia un elevador. Salimos del elevador y abre la primera puerta a la derecha. Es un cuarto dos veces más grande que el mío. Hay dos niñas, creo que también tienen cinco años, como yo. Entra Juanita y saca unas carpetas y marcadores.

-Hola niños. ¿Cómo están?- pregunta Juanita.

-Bien.- Respondo.

-Miren, hoy está con nosotros, Theo, él apenas se va a unir con nosotros, para que platiquen con él y sean amigos.

Vamos a dar hoy un repaso general de lo que hemos aprendido. ¿Si? Para que Theo se ponga al corriente con nosotros.

Regreso a la habitación, con ganas de contarles a mis papás mi día en la escuela, pero no están. Me recibe Abi, de nuevo. Me recibe ese tubo con las bolsas de líquido arriba. No quiero, de verdad no quiero, hoy no. Esta vez sí lloro. Esta vez es diferente que las demás. Estaba emocionado y feliz por la escuela, pero llego y me recibe este mugre tubo con rueditas. Lo odio. Odio estar con ese líquido en la mano.

En la escuela todo ha ido muy bien. Cumplí años apenas hace dos días. Me trajeron un pastel con seis velitas arriba. Y como ya sé leer, ese pastel decía: Feliz Cumple Theo. Y abajo decía: ¡Tú puedes! Terminando de comer pastel, llegó la enfermera. Ya no la quería ver aquí. Estoy

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cansado ya. Ese día de mi cumpleaños, me cambiaron el catéter, sí así se llama la ajuga que estaba en mi mano. La cambiaron a mi brazo porque dijeron que mis venas ya estaban débiles. Que el medicamento estaba tardando mucho en pasar. Lloré de nuevo. Mi papá también lloró. Y mi mamá también lo hizo.

La escuela es lo único que me motiva a seguir. Amo la escuela, de verdad. Me siento muy inteligente últimamente.

Mi mamá dice que siempre he sido muy inteligente, pero ahora de verdad siento que lo soy. Mis amigas, Graciela y Fabiola también están en tratamiento como yo, pero ellas llevan unos meses más que yo. Fabiola dice que en unas semanas por fin podrá salir de aquí. Estoy triste porque ya no jugaré con ella.

Este es el tercer día que falto con la maestra Juanita. El doctor ha dicho que necesito descansar. No sé qué les ha dicho a mis papás pero me han estado abrazando y besando casa de Abi llega a la habitación. Me dicen que me aman y que soy y siempre seré su mayor orgullo. Al momento que Abi sale de la habitación, sólo hace una señal con su cabeza, la mueve de lado a lado, cómo diciendo que “No”.

Hace dos semanas que no veo ni a Fabiola ni a Graciela. Supongo que Fabiola ya se fue. No he comido desde hace unos pocos días. No quiero comer. Siempre que veo

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comida, vomito. Siempre que voy al baño, siento que el aire se acaba y al llegar a la cama me doy cuenta que estoy sudando.

Ahorita me encuentro acostado, esperando a que mis papás lleguen. Fueron a comprar unos medicamentos que me dio el doctor y se acabaron. Estoy solo, tranquilo Winnie a mi lado. “Vámonos Theo”- volteo hacia un lado, no lo puedo creer. Winnie me está hablando.

-Vámonos Theo- repite de nuevo.

-Winnie…

-Estoy cansado. Vámonos por favor.

-¿Desde cuándo hablas?

-Siempre, sólo que no oías.

-¿A dónde vamos?

-A casa, a descansar.

-Tengo que esperar a mis papás para decirles.

-Tus papás van a entenderlo, te lo prometo. Yo ya les dije que nos queríamos ir.

-¿Ellos sí te oían?

-No, pero hace poco lo empezaron a hacer.

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-Los tenemos que esperar, ellos son los que nos van a llevar, en el carro. No quiero irme caminando. No puedo, me voy a cansar.

-Nos iremos por un atajo, no te vas a cansar Theo.

-Pero me quiero ir con ellos.

-¿Qué no somos mejores amigos? Dijiste que lo éramos, ¿No?

-Sí, pero mis papás…

-Después nos alcanzarán ellos Theo. Confía en mí.

-Está bien Winnie. Vámonos a descansar a casa.

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Cuento2:Javier.

Javier se dirige a donde su mamá está y llora. Llora por mucho rato, con un llanto a grito abierto. La forma de sus gritos y llantos era inconsolable, como si tuviera años sin haber llorado antes o como si nunca en su vida hubiera llorado.

Mas, anteriormente, el día trece de abril, la primavera de hace dos años, cuando las gardenias de su casa apenas florecían gracias a las abundantes lluvias que habían caído durante esos días nublados, su madre una mujer de cuarenta y tantos años cuyo esposo la había abandonado por Sarita -la ramera, -como ella la llamaba, que le cortaba el cabello a su esposo cada quincena-, enfermaba y deterioraba con el paso de las horas en su cama. Su piel se tornaba cada vez más pálida que ya hasta parecía que sus ojos negros azabache eran las únicas partes de su cuerpo que aún conservaban su color, sus manos, con textura rasposa debido a sus largas jornadas de trabajo en una textilera para poder llevar comida a su hijo todos los días, iban perdiendo fuerzas que ya hasta se sentían sus huesos al simple tacto, entonces, Javier no derramó ni una sola lágrima.

Tampoco en mayo, el trece de mayo, cuando una fuerte llovizna con granizo se presentó en San Juan de la Vaquería, el agua se filtraba debajo de la puerta aún y cuando Javier la tapaba con la sección de sociales y de

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deportes del periódico, el agua comoquiera llegaba hasta la cocina y por más que el trapeaba y trapeaba, el agua filtrada seguía entrando por la puerta, hasta llegar al cuarto de su madre Julia, enferma y más muerta en vida que nada, quien había perdido la noción de las cosas y ocupaba de Javier para ir al baño, para comer y para todo, especialmente ese día que le agarró una diarrea incontenible y era Javier quien cansado de esa vida, la había llevado al baño tres veces seguidas, justo en ese día Javier no lloró. Probablemente se hacía el fuerte, apretando a más no poder su corazón para contener el llanto.

Lo raro es que en Junio, el trece de Junio, cuando su madre dejaba en su cuarto hecho con adobe, su último respiro, a las seis en punto de la mañana, mientras que el último de los gallos del criadero de su vecina cantaba, el cielo principiaba a esclarecer y Javier agarrando la mano de Julia, sólo le susurró al oído “En mi cruz llevé mi penitencia, espero Dios me haya absuelto ya mis pecados”, ahí sentado a lado del cuerpo de su madre, el cual empezaba ya a helarse, Javier contuvo el llanto y no derramó lágrima alguna.

Mientras la luz del sol de despedía de la ciudad, esa misma tarde del trece de Junio, en el panteón del Santo Cristo, el cuerpo incinerado de Julia era depositado en las urnas junto a la entrada principal. En esa caja negra con detalles blancos estaban contenidos cuarenta y tres años de vida

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de una mujer que, aunque no hubiese sido la mejor madre, se esforzaba como nadie para no descuidar a Javier y por darle una educación durante los trece años de vida de él, es por eso que Javier, aunque no muy conforme con su deber de cuidar a su madre enferma, lo hacía, pues estaba consiente que sin ella, él no sería nadie, ya que, su padre inclusive viviendo ahí, nunca hacía nada por él. Pero esa noche, al regresar a su casa y resentir la ausencia de Julia, quedándose solo, con su abuela Jesusa, pero solo, Javier contuvo el llanto.

Fue hasta apenas hoy trece de Junio, un par de años después de dejar a Julia en esa caja negra, que Javier llegó al Santo Cristo a las tres de la tarde, una hora después de haber salido de la escuela, antes de entrar a sus clases de aprendizaje intuitivo, que Javier tomó un taxi con las tres últimas monedas de su alcancía en forma de carrito que le había regalado Jesusa ese mismo año por su cumpleaños -en la cual había podido juntar solamente ocho monedas de diez pesos y un billete de veinte pesos- y se dirigió al panteón, el cual por suerte no se encontraba tan retirado de su escuela. Fue en ese preciso momento, que Javier corrió hacia a la urna número veintitrés con el nombre de Julia Pérez, cuando Javier por fin lloró. Ese llanto no cesaba por más ganas que tuviese de parar, las lágrimas no paraban de brotar de sus lagrimales y sus ojos ya hinchados, cansados de dejar correr tantas lágrimas, le pedían a Javier paralizar su llanto, pero él no lo hizo.

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Llevaba dos años Julia ausente en la vida de Javier, sin embargo, él nunca sintió esa desesperada necesidad del suave pero áspero tacto de sus manos en su espalda, del caliente aunque apestoso aliento de su boca pronunciando las palabras “Te quiero hijo”, de ese sentimiento de cariño que cualquier hijo anhela obtener de su madre, del apoyo incondicional de Julia o de sus deliciosos aunque un poco duros frijoles charros. Fue hasta esa tarde que resintió en verdad su partida, después de que Julia llevaba ya dos años encerrada ahí dónde la dejaron, la necesitaba. Su abuela Jesusa, quien también le tenía mucho cariño a Javier, no era muy comprensiva con él, siquiera sabiendo aquellas situaciones que él enfrentaba diariamente.

El regreso de Javier a la secundaria de San Juan de la Vaquería, había sido tres días después del velorio de su madre. Entró como si nada hubiera pasado y pese a que todos en la escuela se habían ya enterado de su orfandad, nadie se molestó por condolerse ante él, mas que la maestra Josefina. Javier tenía esta reputación de ser un compañero antipático, competitivo, de fácil fastidio y algo aborrecible. Siempre fue un gran reto para él lograr tener amistades, puesto que, su actitud no era nada favorable y su constante ocupación por mantenerse activo, eran algo molestas para todos en el salón.

Varios intentos fallidos habían tenido tanto Javier como su maestra tratando de mejorar su actitud, no obstante, era

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algo muy natural e invariable en él. Inclusive hablando varias veces con Jesusa sobre los comportamientos de Javier, nada había que pudiera hacerse para mejorar sus competencias socioemocionales.

Hubo este día en el que Javier debía hacer un trabajo en conjunto con otros alumnos de la secundaria. Una maqueta tridimensional del planeta Tierra. Javier siempre interesado por todas aquellas cosas galácticas y espaciales como los planetas, los astronautas, se encontraba muy emocionado por esta asignatura. Tal vez demasiado emocionado, más de lo debido. Al llegar ese día a la escuela, al sentarse en el suelo helado y escabroso del salón, empezaron todos a sacar aquellos materiales que se usarían en la maqueta. Fue cuando Javier acaparó todos y cada uno de los materiales, los escondió en su mochila, se adueñó de ellos e inició a hacer la maqueta él solo. Por más que la maestra trataba de quitarle la mochila con el material adentro, él no la soltaba. Josefina tuvo que hasta forcejear con él para que accediera, mas, él no cedía de ninguna manera. Su compañera de equipo, Jimena, al borde del llanto causado por la desesperación, lo manoteaba para que librara la mochila, pero él se aferró a ella como si fuese su propia vida la que estaba en juego, no una simple mochila con cosas adentro. Regañado, regresó Javier a su casa. Jesusa quien estaba tallando unos calcetines blancos, dirigió su mirada algo extrañada hacia Javier, pero él simplemente

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agarró un plátano de la mesa y con tan solo en tres mordidas, dejó la cáscara vacía.

Conforme transcurría el segundo año de secundaria, las cosas se ponían cada vez más intensas con Javier. Siempre se le había conocido como un alumno inteligente, porque en verdad lo era. Era el primero en terminar los exámenes, el primero en responder correctamente todas las actividades, el primero en entregar los trabajos. Pero también era demasiado competitivo, era el primero en todo porque quería serlo, quería tener ese sentimiento se ser el mejor de todos. Tal vez era porque desde antes, cuando tenía menos edad y su padre Juan aún vivía con ellos, Javier tenía esa necesidad de tener su aprobación, quería demostrarle a Juan que su hijo era el mejor de todos en todo. Ojalá Juan hubiese notado eso en Javier, en cambio, para Juan, su hijo era una de sus últimas preocupaciones. Javier siempre fue así, pero sus actitudes se habrían desbocado desde el momento en el que Julia fue incinerada y metida en esa caja negra.

En una de esas visitas anuales a la escuela que hacían aquellas gentes importantes quienes siempre venían bien vestidos, con sus pantalones de sastre y camisas con botones de alguna marca importante, la cual siempre tenían la intención de hacerla notar, puesto que, llevaban siempre el logo de dicha marca en el pecho de la camisa, llegó una mujer un tanto robusta con unos tacones altísimos y con un olor de algún perfume caro y una bolsa

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blanca, por la cual Javier se preocupó, debido que tal vez el polvo que se juntaba en el ambiente pudo haber manchado aquella bolsa bien conservada y probablemente nueva. Se presentó ante los alumnos como Silvana Palomares y dijo que solo iba a corroborar el buen manejo de las instalaciones y materiales otorgados a la escuela. La maestra Josefina le platicaba gustosamente las actividades que normalmente se hacían durante los horarios de clase y esa tal Silvana sólo sonreía y asentía, pero Javier sentía que dentro de ella había algo que la hacía verlos con lástima y superioridad, pensando, tal vez, que gracias a Dios sus hijos nunca tendrían ese tipo de escasez y pobreza.

Esa vez, Josefina fue presentando uno por uno a los alumnos a Silvana; conforme los presentaba, les platicaba un poco de ellos y sobre sus calificaciones en la escuela. Cuando fue el turno de Javier, él con su antipatía de siempre, la saludó. Josefina lo presenta y dice una que otra mentirilla acerca de él. Javier lo nota pero no dice nada. Silvana queda fascinada pero al mismo tiempo intrigada y un poco consternada por lo que Josefina le habla sobre Javier. Continúan las presentaciones y al final, Silvana se retira.

Javier sabía que le quedaba tan sólo un año y medio para terminar la secundaria. No sabía lo que haría después de terminarla. Aún y cuando siempre había sido muy organizado para todo, esa parte de su vida, todavía se

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encontraba desorganizada. Desde que su mamá Julia comenzó a enfermar, él, al más minúsculo ápice de asomo del Sol, saltaba de su cama para dirigirse a la regadera y entre cantos y burbujas de shampoo, Javier enlistaba mentalmente sus tareas fuesen de la casa o de la escuela, por grado de prioridad y urgencia. Saliendo de bañarse, organizaba todas y cada una de sus actividades dentro de la casa y la escuela, incluyendo, por su puesto, su nueva obligación permanente: cuidar a su madre.

La madurez de Javier se vio obligada a arribar lo más temprano posible, desde que su papá Juan abandonó la casa, aquel día en el que a Julia la habían despedido de la casa en la que trabajaba como muchacha de limpieza. Cuando llegó con semejante noticia y se la pronunció a Juan, este al darse cuenta que su vicio podría ser cesado, puesto que, a partir de ese momento tendría que ocuparse de toda la familia por sí solo, explotó contra Julia y diciéndole palabrería y media, Juan fue a los cajones donde tenía las pocas prendas que le pertenecían y en una bolsa de esas para el mandado, echó todas sus prendas y le faltaron pies para dirigirse más rápido a la puerta y largarse. Julia y Javier quedaron anonadados, pero ambos sabían que todo sería, desde ese momento en adelante, más fácil para ellos. Días después escucharon de la comadre de Julia, que Juan tenía ya rato buscando una excusa para salirse de la casa y deslindarse de toda responsabilidad con Julia y Javier; la razón era sencilla:

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Juan llevaba varios meses teniendo un amorío con la mujer que le cortaba el cabello y es por eso que cada quince días sin falta llegaba a casa con el cabello impecable, ella, la vecina Jacaranda, sabía todo esto porque el día anterior había ido a hacerse el retoque de raíz con Sara, la amante de Juan.

Verdaderamente, Javier pensaba que aquella mujer elegante que había visitado la escuela, no volvería a pisar San Juan de la Vaquería por mucho tiempo, sin embargo, la semana siguiente a su primera visita, estaba ahí de nuevo. Esa vez iba con un único objetivo: Javier. Mientras los demás comían el lonche afuera del salón, Javier se encontraba adentro, junto con Silvana y Josefina. Silvana le dice a Javier que le propondrá algo.

Lo que Javier quería era sentirse acompañado. Es lo que él siempre había anhelado durante toda su vida. Javier quería que alguien finalmente pudiese entender aquello que nadie comprendía. No es prescindible decir que la mayor parte de su vida, se había sentido fuera de lugar. Él no pertenecía ahí, no solo en la escuela, sino, tampoco en su casa. Es algo de lo que acababa de caer en cuenta

Silvana portaba un vestido tres cuartos, color azul celeste, unos tacones altos con plataforma que crearon la pregunta en Javier, que si Silvana siempre usaba tacones tan altos. ¿Realmente estaba tan bajita? ¿Cuál sería su verdadera estatura? ¿Cuántos tacones como esos tendría

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guardados en su clóset? Dudas que tuvieron que disiparse cuando Javier entró al salón de clases y dentro de aquel salón, se encontraban solamente Silvana y él.

-Dime, Javier, ¿En realidad disfrutas tu estancia aquí?

-No. - contestó Javier sin un ápice de arrepentimiento.

-¿De verdad tienes problemas con tus maestros y compañeros?

-Sí.

-¿Crees que es debido a tu forma de ser?

-Sí.

-¿Te sientes enclaustrado, queriendo huir, pero siempre atrapado en esta realidad?

-Sí

-Lo más importante, ¿Te gustaría cambiarlo?

Javier siempre quiso encajar dentro de un grupo, tener amigos, platicar, ser entendido, pero al parecer nunca lo había logrado y con el paso de los días, se daba cuenta que ese sueño, se encontraba lejos de su alcance.

Entra Javier al automóvil con el logo SEP, logo que todo niño, desde primaria conoce, aquel logo del que sus maestras están siempre orgullosas de mencionar, ese logo que representa para muchos una gran responsabilidad.

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Secretaría de educación pública, una institución que se jacta de hacer lo mejor para los niños, que dice desempeñarse bajo miles de normas, una secretaría que asegura brindar siempre el mejor trato a los alumnos de todos los grados.

Durante el viaje, un viaje de una hora, un viaje en el cual Javier se sentía nervioso, un viaje en el cual pidieron autorización de Jesusa, quien no sólo había permitido esto, sino que casi que hincándose de rodillas, le daba gracias a Josefina por llevarse a Javier un par de días, tan es así que, Jesusa nunca preguntó a dónde llevarían a Javier.

Incómodo en el automóvil, Javier nada más merodeaba en su mente. Siempre ha sido alguien quien tiende a sobre pensar las cosas que le pasaron, las cosas que le pasan o las cosas que le pasarán, una cualidad que su mamá amaba pero a la vez odiaba de él. La amaba porque solía él tener siempre un segundo plan para cuando no hubiese dinero para comer, o cuando su luz se cortase porque no alcanzaba para pagarla, por eso Julia amaba y dependía mucho de Javier, y éste, lejos de sentirse orgulloso por la gran valía que representaba para Julia, se sentía como si jamás pudiese ser capaz de salir de esa realidad tan detestable, pues, en el fondo de su mente, Javier sabía que apenas llegándose aquel día en el cual su mamá se enfermara, él llevaría toda la carga del cuidado, lo cual terminó ocurriendo para la gran desfortuna de Javier.

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Lo malo de el sobre pensamiento de Javier era que a veces sus mayores inseguridades, miedos y fobias llegaban de la nada para estacionarse, ya fuese un buen rato, una larga noche o varios días, dentro de la inteligente mente de Javier. Esto a Javier le aturdía como ninguna otra cosa.

Hacía que todos sus planes futuros o sus acciones pasadas fueran torturadas como en la Santa Inquisición dentro de su cabeza, él no podía hacer nada para evitarlo.

Apenas estacionándose el carro, Javier baja de él y lo primero que vislumbran sus ojos, color café sepia heredados de su abuela Javiera, mamá de Juan, quien fallecería años antes del nacimiento de Javier, motivo por el cual se tomó la decisión de nombrar al hijo de Juan y Julia: Javier, en honor a su madre, es una construcción de una sola planta, pero que a simple vista parecía ser bastante amplia por dentro.

“Aula Lego Saltillo” escrito en letras grandes y azules en la pared del complejo. Javier entra, dudoso e incierto sobre lo que pasará. Silvana quien baja del carro, en la parte de adelante, le dice a Javier que no tema, que no se ponga nervioso, que escuche lo que van a decirle.

-Ahí adentro, hay un área llamada niños AS. Es un área en la cual niños desde los cuatro hasta los quince años, trabajan en un programa de robótica y otros en un programa de astronomía con ayuda de legos . De ahí el nombre: Aula lego. Lo mejor es que estos niños son niños

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con aptitudes sobresalientes, Javier. Y tú eres uno de ellos. Primero haremos un test de tipo psicométrico para asegurarnos que lo eres, pero es algo de lo que Josefina y yo estamos seguras. ¿Listo?

Una mujer delgada y con cabello rizado y esponjado, se sienta a lado de Javier en aquel cuarto que huele demasiado bien, un olor que aún no se desbloqueaba de las fosas nasales de Javier, pero que al hacerlo, fue un olor que le agradó bastante, pues olía a calma, a seguridad, a que todo estaría bien. Esta mujer, Jessica, le dice a Javier que será ella quien le hará las preguntas del test. Él accedía emocionado.

Ahora, Javier está en el panteón del Santo Cristo, ubicado en Saltillo. Es catorce de Junio, hace apenas un día Julia cumplió su segundo aniversario luctuoso. Hace ya un año que Javier y Jesusa se mudaron cerca del Aula Lego, la cual por fortuna para Javier, se encontraba cerca del Santo Cristo. Dos años atrás, aquel día de mayo, Javier estaba lo suficientemente estresado y agobiado por todas las responsabilidades que habría de tener, sin embargo, hoy, después de dos años, su mundo tomó un nuevo rumbo, Javier estaba finalmente complacido.

Jesusa empezaba a enfermar. La mente de Javier comenzó a sobre pensar, pero finalmente decidió que suficiente cruz había cargado con Julia, no obstante, desde su mudanza a la nueva casa, para calmar su estrés, se le

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había dado por dedicarse a su jardín, en el patio trasero, en sus tiempos libres. Cuando cayó en cuenta de que la enfermedad de Jesusa probablemente iría para largo, fue a revisar entusiasmado su planta a la cual le dedicaba su mayor tiempo, la adelfa. Quién sabe, tal vez en la mañana desayunarían pan con té.

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Cuento3:Andrea.

-Andrea. Deja de estar haciendo tu berrinche. Me tienes ya harta.

-Sí, hija. Contrólate por favor.

Mi hermana, Andrea, tiene ya seis años y cada vez se pone peor. Está loca.

La vez pasada, mi mamá la estaba bañando, llevaban apenas unos minutos ahí adentro y Andrea empezó a ponerse como loca, como si llevase ya días ahí adentro. Mi mamá la tuvo que sacar de ahí rápido, pues hasta había dejado de respirar.

Mi mamá al haber tenido ya dos abortos, cuando Andrea llegó eso la llenó de alegría. Mi papá, por el contrario, se había puesto algo triste porque él lo que quería era un varón.

-Es un milagro.-Dijo mi mamá cuando Andrea estaba ya en la casa. Recién nacida.

A veces creo que Andrea sólo vino a causar más problemas de los que ya había aquí. Bueno, vino a arruinar todo. Llevaba ya siete años siendo sólo yo. Tuvo que atravesarse en mi camino.

El otro día, cuando mi papá se fue desde tempranito al trabajo, mi mamá nos llevó al centro. Nos fuimos en

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autobús, mi papá se había llevado el carro. Al momento de subirnos, Andrea vio a mucha gente y comenzó a gritar. Gritaba mucho, como si estuviese a punto de morir. Mi mamá, apenada, hizo la parada y tuvimos que bajar.

Siempre tengo que andar sacrificando cosas por Andrea, siempre. Me dijeron hace unos días que tendría que suspender mis clases de karate, que porque llevarían a Andrea a un tal campamento.

-¿Andrea puede ir sola a un campamento y yo no puedo siquiera salir con mis amigos?, no es justo mamá.repliqué el día que me dijeron tal noticia.

-Andrés, ya te dije que no es un campamento, es una escuela especial. Se llama CAM. No campamento.- eso respondió.

-¿Y para qué lo necesita?, puede ir a una escuela normal.

-No, no puede. Andrés, tu hermana tiene seis años y apenas y puede hablar, no sabe hablar bien.

-¿Y eso que tiene que ver con mi karate?

-Pues es a la misma hora y sólo podemos llevar a uno. Lo de ella es más urgente.

A veces me daban ganas de meter a Andrea al baúl donde mi mamá guarda las cosas que ya no necesita. Estoy pensando en guardar su muñeca favorita dentro de él y decirle que vaya a buscarla.

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6. Theo. 23. Javier. 38. Andrea.
ÍNDICE

Llanto a lágrima abierta.

Terminó de imprimirse: 02 de Junio 2023 en San Nicolás de los Garza, México.

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Diferentes tipos de ver el mundo a través de los ojos de tres niños diferentes, viviendo realidades y problemas diferentes, pero parecidas entre sí, cada quien en su entorno. Llevando consigo, cada quien, una condición distinta

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Llanto a lágrima abierta. by silvia.francop - Issuu