Siglo XXI de Aragón 78 junio13

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opinión siglo xxi de aragón

A ntonio Piazuelo

una comunidad y de un país, que incluían el respeto al adversario y la decisión de trabajar en beneficio de la mayoría social, respetando siempre las garantías y los derechos básicos de todos sus conciudadanos. Mientras eso ocurría, mi vista se posaba a veces en el hombre que durante tanto tiempo había marcado el paso de ese Parlamento al compás que más le interesaba a él y a su partido, acercándose a unos y otros, o marcando distancias con otros y unos a su conveniencia, y dejando sólo para el final —si es que alguna vez se llegaba ahí— la conveniencia de todos los demás. Estaba sentado en un escaño cualquiera, lejos del Banco Azul, mohíno, enfurruñado, con el morro torcido como se dice por aquí. Todo lo contrario que yo, que me miré en el reflejo del cristal de una cabina de prensa y vi que se me había quedado una especie de sonrisa beatífica —o tonta, como prefieran— que parecía que me había dado un aire. En algo sí coincidíamos ese hombre y yo: los dos nos preguntábamos cómo había sido posible que sucedieran esas cosas.

mental que consideraba nocivos para el interés general. Aquello no era, desde luego, un parlamento a la búlgara, ni las Cortes franquistas. Nada de eso. Había clarísimas diferencias entre las recetas políticas de la derecha y las de la izquierda, tantas como para que cada cual, atendiendo a sus propias ideas, pudiera simpatizar con unos o con otros y abrigar la intención de votar a quienes más le convencían en las siguientes elecciones. Pero también había un núcleo esencial que ambas, derecha e izquierda, compartían sin fisuras: los fundamentos democráticos de

Y entonces sonó el maldito despertador. Las noticias de la radio me recibieron de vuelta a este mundo. Tardé un poco en darme cuenta de que estaba en mi cama y en comprender lo que decía el locutor. No me hubiera hecho falta saber quién fue Augusto Monterroso, ni conocer de memoria su más celebrado y breve relato, para darme cuenta de que, cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí. No sé por qué me vino a la cabeza su otra obra magna —Dinópolis—, pero el caso es que tuve que reconocer que la realidad a veces tiene detalles de humor negro. Y sonreí, pero esta vez la sonrisa no tenía nada de beatífica ni de tonta. Durante el desayuno le conté el sueño a mi mujer. Como casi siempre, acertó con su comentario: Si serás alma cándida… Y tuve que darle toda la razón, ya digo, como casi siempre. Pero me quedé dudando si no será que, algunas veces, el sentido común se disfraza de candidez.

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