El maratón de mi vida II parte

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EL MARATÓN DE MI VIDA (III parte) “las carreras son como las preguntas, debido a que no se conoce la respuesta hasta lo últimos metros”, de esta manera terminaba mi anterior relato sobre la Maratón de Valencia del pasado mes de noviembre donde logré con mucho apuro y esfuerzo la marca de 3 horas y 31 minutos, bajando 16 minutos de mi anterior carrera, pero no pude conseguir las 3:30 que era mi principal objetivo. Pues bien, pasado ya algunos meses de mi anterior competición maratoniana, solamente quedaba un puñado de días para concluir el año 2014 y me disponía a correr por primera vez en mi vida la San Silvestre madrileña, con el condicionante de que iba a salir en el primer cajón, debido a la sensacional marca atesorada con el diploma de la Maratón de valencia. Así que me planté el día 31 de diciembre en las postrimerías del Estadio Santiago Bernabéu para vivir una experiencia sensorial y emotiva nunca vivida hasta el momento, eso sí, me planteé disfrutar de la carrera sin competir por una marca, lo que produjo que mis sensaciones fueran distintas a las de otras carreras. Los primeros 500 metros de la salida los hice “a fuego”, simplemente por realizar los primeros metros entre el pelotón de carrera, y el resto de kilómetros me dediqué a disfrutar de la San Silvestre. Una vez finalizada me dispuse a viajar a Poyales para despedir el año como manda la tradición: a base de menjunjes deliciosos, bailes improvisados y conversaciones disparatas hasta altas horas con final en la mítica churrería hoyanca. En el inicio del año 2015 retomé pausadamente la práctica del running sin tener un objetivo claro para este año y lo dediqué más a mis planes personales y profesionales y, como no, a una afición que me apasiona enormemente: el boxeo. Pues reabrí el blog Último asalto: Verdad vs. Mentira http://sergiovadillo.blogspot.com.es/ con una serie de relatos reales y ficticios sobre el mundo del pugilismo y su filosofía. En el mes de febrero, después de una enorme gripe que me alejó del asfalto 15 días, empecé la temporada de carreras populares con la “carrera de la mujer” y ya empezaba a vislumbrar en el horizonte una meta personal para este año, y era realizar la Maratón de Berlín en 3:15, un objetivo alcanzable por mi progresión atlética, pero que, a pesar de encontrarse alejada no tenía que relajarme y seguir entrenando fuerte. Para ello volví a apuntarme al gimnasio para fortalecer cuerpo y mente, pues por todos es sabido que un maratoniano tiene que cultivar estos dos aspectos debido a la elevada carga emocional y mental de esta legendario carrera de Filípides, los míticos 42 km y 195 m.


Paralelamente volví a asistir a una velada de Boxeo en Torrejón, pues aunque había ido a Elche y Belfast a ver a Kiko Martínez defender su cetro de Campeón de Mundo del peso super-gallo, a Madrid hacía mucho tiempo que no iba, lo que hizo que disfrutara enormemente de los combates y, sobre todo, del ambiente místico y sensitivo que infunden las 16 cuerdas. A finales de marzo volví a la competición en la ½ Maratón de Navalcarnero, una carrera muy dura entre pinares con elevados cambios de ritmo, muchas cuestas, obstáculos, diferentes tipos de trazado… que hizo que midiera mis sensaciones, volviera a sentir la chispa de las carreras y me animara a seguir corriendo, puesto que este deporte es muy duro y si quieres progresar y superarte a ti mismo día a día es necesario competir mensualmente y siempre tener un objetivo en mente para estar motivado. Mi vida personal estaba en una etapa que, verdaderamente, desconocía por completo: la calma y la tranquilidad absoluta, con cero problemas y sin preocupaciones, pues los últimos 8 años los había pasado trabajando en el quinto empleo más estresante del mundo: la producción de eventos, y esto junto con la inestabilidad laboral, los viajes, los sobresaltos, los disgustos, el cambio de vida… había hecho mella en mi malherido cuerpo, mente y, sobre todo corazón. Ahora podía disfrutar de la vida, viajes, tiempo libre, de mis aficiones, amistades, tenía la mente despejada y volvía a escribir, a hacer planes; aspectos de la vida que antes los había olvidado. Es curioso pero cuando tienes tiempo y te consideras libre por completo hay determinados aspectos de la vida que antes no prestabas atención, ahora inmerso en la paz interior te das cuenta sobre todo del comportamiento humano, debido a que mi nueva etapa personal me ha ayudado a conocer más a la gente que tengo a mi alrededor, para bien en algunos casos y en la inmensa mayoría para mal. Todo hay que decirlo. El ser humano que vive en mi patria se mueve solo por el interés, se ha convertido en mezquino, cobarde, egoísta, desleal, y, sobre todo, se vende a las primeras de cambio sin importar las consecuencias que pueda ocasionar en su tierra. La mentira corre carreras cortas. La verdad corre maratones. Lo que tiene ser completamente libre, que es algo distinto a tener libertad, es que no estas atado a las cadenas del sionismo, ni de las falsas apariencias, ni de la falsedad y mentira, por lo que al ser dueño de mi mismo me permití el lujo de quitarme una deuda que tenía pendiente y era viajar a la ciudad eterna, o, mejor dicho, la capital de Occidente: Roma. En donde tuve la oportunidad de conocer monumentos emblemáticos y majestuosos: Fontana di Trevi, Piazza Novana, Pantheon, Boca della Veritá, Arco de Constantino, Palantino, Coliseum, Foro Romano, Catacumbas, multitud de plazas como la de España, el monumento a Emmanuelle, numerosas iglesias… y, sobre todo, lo que más me fascinó fue El Vaticano. Increíble. Hasta ese día no había conocido en el mundo algo tan impresionante histórica y artísticamente, algo inolvidable, como la visita a la Capilla Sixtina y contemplar era maravilla pictórica que hace retroceder en la historia de la humanidad a tiempos inmemoriales donde la espiritualidad y el arte eran inherentes al ser humano.


De vuelta a tierra patria seguía entrenando como si fuera un boxeador, es decir, entrenar duro día a día sin saber cuando iba a ser el siguiente combate, en mi caso, la próxima carrera. Ya era el mes de abril y después de disfrutar de un merecido descanso físico en Poyales empecé a valorar la posibilidad de adelantar la competición de la maratón, puesto que se me hacía muy lejano el mes de septiembre para disputar la prueba Berlinesa y, más que nada, porque estaba “como un tiro” y me veía fuerte para adelantar la cita. El impedimento era que las citas maratonianas más próximas eran en mayo: Vitoria u otras fuera de España. Además mi compañero de maratones se disponía a participar en julio en un Iron Man, lo que conllevaba que para la cita de septiembre no pudiera participar y al ser la prueba más importante del calendario europeo, me podía quedar sin dorsal. Y por que no decirlo, no quería pasarme otro verano como el anterior entrenando a un alto ritmo. Todo un dilema. Mi vida continuaba y tras disfrutar de la Semana Santa hoyanca regresé al pueblo en el primer encuentro de “magia y magos” y para participar en la segunda edición de “la ruta de la tapa”. Porque todo no iba a ser correr y correr, también hay hueco para el esparcimiento, además el día 2 de mayo se celebró en el MGM de Las Vegas el denominado “combate del siglo” entre Floyd Myweather y Manny Pacquiao, que hizo que el Boxeo volviera a copar todas las conversaciones de aquellos que tienen olvidado el deporte de las 16 cuerdas y los medios de comunicación se volcaron con el combate, fue el evento deportivo más seguido por PPV en EE.UU y el que más recaudación monetaria ha logrado en la historia del deporte como negocio. Y fue el Boxeo quien logró parar el mundo en una velada memorable para mi persona al considerarme un apasionado de este bello deporte al que no se juega. Volví a la competición con dos carreras rompe-piernas: Oropesa y Cebolla, que me sirvieron para no perder la chispa de la competición y ponerme objetivos a corto plazo, aunque en mi mente solo estaba en vivir la prueba maratoniana que ya estaba vislumbrando en mi cuerpo y mente, pues decidí tras mucho pensar hacer una carrera antes del verano debido a que estaba en forma y me veía animado y con ansia de intentar ese reto que me había impuesto de correr los 42 km. en 3:15. Ya solo me quedaba elegir una carrera y la verdad es que el calendario no favorecía en nada, al quedar solo maratones en los países nórdicos de Europa y en España la Maratón de Pamplona que era su segunda edición y consistía en recorrer un circuito de 21 km. por la capital de la Comunidad Foral. Estaba es un autentico dilema, no sabía que hacer, la maratón pamplonica era el 27 de junio y el día 7 se cerraba el cupo de inscripciones, además tenía el añadido de que no conocía la ciudad y no era del todo llana, la altimetría de la prueba mostraba varios repechos duros y con el añadido de que era nocturna, pues la salida estaba programada a las ocho de la tarde. Lo único a mi favor es que al ser dos vueltas podía conocer el terreno en la primera.


La verdad es que me apetecía participar en esta prueba por la cantidad de detonantes históricos que tiene la ciudad, capital del antiguo Reino de Navarra, a parte de transcurrir la carrera por parte del recorrido de los encierros de San Fermín y con el aliciente de terminar en la Plaza de Toros. Y tras mucho pensar me decanté por la prueba maratoniana. Estaba decidido, el 27 de junio iba a correr mi quinta Maratón: Pamplona. Navarra y Pamplona poseen una larga historia. Fundada por los romanos y atravesada por el Camino de Santiago durante la primera mitad del siglo IX, la nobleza local, consiguió la consolidación de un núcleo de poder independiente liderado por Íñigo Arista, que convirtió a Pamplona en la capital del Reino de Pamplona y durante la Edad Media, en la del Reino de Navarra. En 1512 fue ocupada por las tropas enviadas por Fernando el Católico, con la rendición definitiva en 1521, y que junto con la parte peninsular del antiguo reino navarro quedó anexionada en la corona española. El reino navarro colaboró activamente en el proceso histórico llamado Reconquista. Famosa es la participación del monarca navarro en la Batalla de las Navas de Tolosa, que supuso el principio del fin de la dominación musulmana de la península y se dice que es origen del actual escudo de Navarra. Ocurrido en las cercanías de esta localidad jienense. Así, la heráldica incluye unas cadenas de oro sobre fondo rojo que representan la guardia de esclavos que custodiaba al califa An-Nasir, y que fue traspasada por las fuerzas navarras en el transcurso de la confrontación. Fue el mismísimo Sancho VII «el Fuerte» de Navarra quien rompió con su espada la cadena, arrebatando además del turbante del califa una esmeralda, que también está incluida en el escudo de Navarra. Los días de junio anteriores a la cita los dediqué a ultimar mi preparación, de más a menos, como en anteriores ocasiones, algo de piscina, fisio, GAP, series cortas e ir disminuyendo la carga de gimnasio y carrera. Esperaba no fallar. Además el día 5 asistí en el Palacio de Vistalegre a una velada de boxeo fabulosa con dos títulos de España en juego de la categorías de los ligeros y super-ligero con victoria de Christian Morales y Nico González. En paralelo seguía escribiendo relatos de boxeo cada quince días en mi blog Último asalto: Verdad vs. Mentira que estaba teniendo una gran aceptación entre los lectores; con títulos muy lacónicos: “de la encrucijada al cuadrilátero”, “el boxeador sin sombra”, “la boxeadora que nunca bajaba la guardia”, “el púgil que tiró la toalla”, “golpes bajos”, o “último asalto”. Respecto a mi vida personal y profesional estaba como el titulo de uno de estos relatos: en una verdadera encrucijada. Era el momento de tomar decisiones y me estaba costando tomarlas. Siempre las iba aplazando, ahora me había tomado como margen la Maratón, y en ello estaba. Es difícil tomar decisiones cuando sabes que te juegas gran parte de las cartas de la vida.


Se acercaba la prueba pamplonesa y mis nervios y ansiedad iban en aumento, además estaba ahora en otra controversia, pues si conseguía el objetivo de la marca me tendría que poner otra, y si no lo conseguía tendría que seguir entrenando o, lo que es peor, podría abandonar. Son muy duras las carreras de esta envergadura, sobre todo, si tienes un objetivo, porque son muchos días de sacrificio, esfuerzo, disciplina, tesón… que, en muchas ocasiones me pregunto si merecerá la pena, y no se contestar a esa pregunta, simplemente creo que lo hago como muestra de superación personal, aunque a decir verdad no creo que a estas alturas de la vida tenga que demostrar algo a mi mismo, ni a nadie. Si algo me sobra es personalidad y valor. Y justo cuando menos me lo esperaba, a 15 días de la prueba, empiezo a sentir en las rodillas y el cuádriceps ligeras molestias y a sentir las piernas algo pesadas; señal inequívoca de sobrecarga. Por lo que aminoré los entrenos, descansé un par de días y fui al fisio dos veces para que me descargara las piernas. Esto lo que hizo en aumentar mi incertidumbre y dudas sobre la cita del día 27 y acrecentar los nervios. La semana de la maratón la dedique a descansar, comer bien, sacar los billetes de tren, confirmar la reserva hotelera, indagar sobre las historia de Pamplona y lugares turísticos para visitar en la ciudad. La salida del tren fue después de comer. Cogí un tren que me llevo a Madrid y allí otro en dirección a Pamplona. El viaje lo dediqué a leer revistas de running y disfrutar del paisaje. Al entrar en la Comunidad Foral de Navarra el paisaje y la fauna cambio por completo, pasamos de la terrible estepa castellana a unos enclaves paisajísticos naturales impresionantes con altos montes y vegetación frondosa. Por unos instantes el tren transitó por tierras en donde El Cid atravesó en su destierro de Burgos camino del levante español y, por un momento, me imaginé a Don Rodrigo Díaz de Vivar camino del destierro con un puñado de los suyos cabalgando, y, esta situación, se podía asemejar cuando los maratonianos pasamos el temible muro del km.32 y las fuerzas empiezan a escasear, es cuando los maratonianos nos sentimos perdidos, vulnerables, desorientados, azarosos… al igual que los desterrados de El Cid se pudieron encontrar. Al empezar a caer el sol el tren hizo entrada en la estación de Pamplona. Ya no había vuelta a atrás. Transité unos metros por la calles de capital Navarra hasta llegar al hotel. En esos escasos metros que me separaban la estación del Hotel pude comprobar la idiosincrasia de los navarros, algo distinta a la del centro de España, pues son más serios, nobles, prudentes, desconfiados, quizás será por el carácter de el Norte, la climatología o su peculiar manera de contemplar la vida. La Comunidad de Navarra posee el rasgo diferencial con respecto al resto de regiones de España por la denominación foral. Se refleja la singularidad de su régimen de autogobierno basado en los derechos históricos que reviste características especiales más allá de las puramente nominativas, siendo el derecho más destacable el que permite a Navarra la gestión de sus propios impuestos, mediante el sistema del Convenio y el Concierto Económico.


Ya en el hotel y después de hacer el checking me dispuse a conocer la habitación y cenar tranquilamente en el comedor. Por allí ya pululaban los runners de otras regiones y de fuera de España, pues se les veía “a la legua” por su singularidad: delgados, con chándal, zapatillas asics o saucony en mi caso, aspecto de concentración, olor a réflex, conversaciones de atletismo, etc. La primera noche como tantas otras que he pasado en hoteles no fue buena, por la cama, la almohada, los nervios o la certidumbre del momento. El sábado después de desayunar lo dediqué a pasear plácidamente por el centro de la ciudad y los lugares más emblemáticos, así como conocer algunas zonas por donde iba a transitar la Maratón. Estuve en la popular Plaza de Toros para recoger el dorsal pertinente, al ser allí el final de la carrera y congregarse la mayoría del gentío maratoniano. Estudie parte del recorrido, algunos tramos coincidían con el trayecto de los encierros, por lo que dotaba a esas calles de mayor emotividad y misterio. El inicio de la prueba estaba programado a las 19:45 horas con salida desde la Plaza de El Castillo, así que después de comer abundante pasta y descansar un par de horas, aunque la verdad no descansé mucho debido a que el paseo mañanero consiguió que aumentara más mi incertidumbre. Inicié ese ritual épico que solo en estos grandes momentos se puede vivir, el vestirme y preparar todos los artículos que pro visten al corredor: zapatillas bien atadas, calcetines de compresión, pantalón corto, camiseta de tirantes, gorra, dos geles en el bolsillo, pulsometro, el dorsal bien pinchado con imperdibles… todo muy litúrgico. Salí a la calle y una manada de corredores me envolvía sintiendo en ese momento una sensación especial y similar a la que los corredores de los encierros podrían sentir un par de semanas después en ese mismo trazado, lo que me hizo considerar un afortunado por participar en tan grandioso acontecimiento cargado de épica. La hora de salida se aproximaba. Yo era un manojo de nervios. Procuraba saltar sobre mi mismo, respiraba profundamente, me persignada, comprobaba una y mil veces el cronometro, miraba sin un rumbo fijo, soltaba los brazos…, era un momento único cargado de dualidad emocional: temor y valor, frio y calor, sudor y escalofríos, nervios y armonía, adrenalina y sosiego, emoción y tibieza… una situación muy especial que no se puede expresar con palabras y que cada vez que participo en una contienda de estas características me embarga. Los primeros metros fueron como de costumbre, mero tramite para tomar contacto con el asfalto, el ambiente, el clima, el público y los compañeros de fatiga que me acompañarán durante todo el recorrido. El corazón corre más que mis piernas y mi mente me sugiere que queda mucho y es mejor aflorar el ritmo. La maratón es la prueba atlética de la fluctuación. Destrona a reyes y puede coronar a lacayos. El recorrido era relativamente bueno aunque con tramos que van picando hacia arriba en diversos segmentos del recorrido con diversos cambios de terreno:


adoquines, aceras, tierra, hierba, asfalto, no había grandes avenidas, si bien, lo bueno es que no se me haría pesada. La idea era correr a ritmo de 4´30´´´-35´´. El km. 10 en 45:35, el paso por el 20 en 1:32´minutos, y tras pasar por la primera vuelta las sensaciones eran estupendas. Me encontraba fenomenal, verdaderamente estaba disfrutando de la Maratón y del ambiente de la misma. Respecto a las fuerzas y dolores me estaban respetando y no tenía ninguna molestia. A 3 km. de completar la primera vuelta se encuentra el tramo más duro de la carrera: el Portal de Francia, que transcurre en paralelo con las murallas. Esta localización es también denominada Zumalacárregui, en honor a Tomás Zumalacárregui, principal jefe militar Carlista en la primera contienda, organizó las tropas navarras a la muerte de Fernando VII y se lanzó con ellas a la conquista del Norte, hasta fracasar frente a las defensas bilbaínas. Su vinculación a Pamplona más conocida es la salida de la capital por el Portal de Francia o Zumalacárregui el día 2 de noviembre de 1833 para ponerse al frente del ejército del pretendiente Carlos V. Aunque nació en Guipúzcoa, estuvo destinado en Pamplona y residía en la casa nº 25 de la calle del Carmen, muy cercana al Portal de Francia. De ahí el topónimo. Además, ese tramo coincide con El Camino de Santiago, pues Pamplona es la primera ciudad del popular Camino de Santiago Francés. Esta ruta por la ciudad lleva al visitante por el recorrido habitual del peregrino a su paso por Pamplona, desde que cruza el Arga por el Puente de la Magdalena hasta los templos y calles medievales de la vieja ciudad que recorre la parte más antigua y su centro histórico. Lo que me vino a la mente corriendo por el pavimento adoquinado fue cuando en el año 2006 realicé el Camino de Santiago en soledad durante el trayecto que discurre por Galicia. Ahora 9 años después volvía a estar solo emprendiendo otra contienda igual de espiritual, pero, si cabe, más osada. Un hecho importante y fundamental, como verán los lectores en le transcurso del relato, es que en el Km. 8 alcancé a “la liebre” de las 3 horas 15 minutos, que agrupaba un pelotón de unos 25 corredores, lo que hizo que cuando les alcancé disminuyera mi ritmo sabiendo que ese grupeto era el bueno y que su ritmo me llevaría a conseguir la ansiada meta. En el km. 23 tuve que parar a orinar, lo que propino que el grupeto de “la liebre” me sacara cerca de un minuto de diferencia. Una vez restablecida la carrera conseguí llegar a un grupo de 5 corredores que ya se habían descolgado del pelotón, en ese momento me puse de cabeza para intentar llevarles de nuevo al grupo, pero viendo que no me seguían me descolgué e inicié en solitario la remontada. Fue un momento clave en la carrera, puesto que si no hubiera saltado en ese momento la diferencia se hubiera aumentado. Así que con templanza mantuve la calma y los conseguí alcanzar. No fue hasta el km. 30 con 2 horas y 18 minutos, tres por encima de lo estimado para conseguir mi objetivo, cuando creí realmente que podría cumplir mi ansiada marca. Hasta entonces todo eran dudas en mi cabeza: el calor y el frio, la inseguridad personal de haber chocado contra el “muro” en la prueba sevillana, las lesiones de rodilla, los


varapalos personales, la escasez de fuerzas; y antes de llegar las diez de la noche el sol empezó a caer sobre la capital pamplonesa pasando el relevo a la luna que, a empujones, tomaba la iniciativa desde el firmamento observando nuestros pasos y hechizándonos con sus destellos que servían de guía espiritual y, sobre todo, emocional. Lo que hizo que la noche convirtiera la prueba en algo mágico. A partir del km. 30 me dolía todo el cuerpo, los dolores de rodilla me remitieron en detrimento de dolores de cuádriceps, brazos, tobillos, cuello… sabía que estaba en el punto clave de la carrera, el famoso “muro” en donde el “hombre del mazo” visita a los corredores para devolverles a la vida real. Y así fue. A partir del km. 32 el grupo de los 25 que nos encontrábamos rodeando a nuestra “liebre” empezaron a caer del grupeto como “chiches”. En esos momentos mis cinco sentidos se multiplican en una progresión simétrica: oigo al público, siento mi corazón palpitar hondamente, huelo la flora, veo las murallas, saboreo la victoria y el fracaso… mi corazón empieza a susurrarme hasta llegar a un estrepitoso concierto de latidos que de dicen cómo de he proseguir hasta la línea de meta. Me concentro en la carrera, y justo al traspasar el km. 35 en 2 horas y 41 minutos nos quedamos “la liebre” y yo solos. Ese momento fue crucial, el corredor que abanderaba ese propósito encargado por la organización me pregunta con voz tenue: ya estamos los dos solos ¿espero que me aguantes?, a lo que respondí lacónicamente: ¡claro que sí! A partir de ahí creo que cada 500 metros se me pasó por la cabeza el no volver a hacer una carrera de estas dimensiones ni volver a correr. No podía más, estaba semidesfalleciendo, no tenía fuerzas, estaba roto. Notaba como mis fuerzas menguaban, mi compañero de carrera avanzo uno 25 metros por delante y me servía de referencia, me animaba, la gente me gritaba… y al fondo la luna contemplando ese espectáculo mágico y épico cargado de dramatismo y tragedia del cual era el protagonista. Cerraba los ojos, intentaba respirar, pero no, las fuerzas me dijeron que no podían más. Me boceaba interiormente a mi mismo: “venga”, “venga”, “venga”… “tu puedes”, “tu puedes”… y así, poco a poco tirando de mi mente y mis emociones, autoconvenciéndome a mí mismo iba pasando los metros. El cronometro dejé de mirarlo en el km. 35, puesto que sabía que era difícil conseguir el tiempo que deseaba pero que iba a conseguir una gran marca. La “liebre” seguía siendo mi guía, le dije que continuara porque yo no podía, pero como los buenos soldados no me abandonó y siguió animándome y dándome aliento que junto con mi espíritu fueron los verdaderos culpables de que yo siguiera corriendo. Saqué fuerzas de lo más profundo de mi cuerpo y creo que hasta mi corazón malherido por tanto sinsabores de la vida empujaba desde dentro de la caja torácica. Lo que hice fue empujar desde mi interior hacia fuera y cuando no podía más lo volvía a hacer una y otra vez. Es curioso pero las malas sensaciones de la Maratón se olvidan de una prueba a otra y puedo decir que son todas totalmente distintas, eso sí, hay algo muy en común, y es


que en todas se pasa por la cabeza en no volver a competir y dejarlo, aunque al final no lo hago. Llegó el km. 39 que era el momento más dificultoso de la prueba, pues había que subir de nuevo el Portal de Francia, antesala de la zona del casco viejo y la meta. Mi “liebre” o ángel de la guarda no le veía, no sabía donde estaba, también era debido a que cerraba los ojos buscando fuerzas en alguna parte de mi organismo, gritaba, procuraba respirar, el cuerpo seguía sin responder y esos metros de subida se me estaban haciendo eternos, y, justo en el momento que peor lo estaba pasando, noté sobre mi espalda una mano que me empujaba, e, incluso, me susurraba al oído: “ten fe”; era como si un soldado carlista del tercio de Requetés, mitad moje y mitad soldado, en guardia al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, en compañía de los luceros en vigilancia tensa, fervorosa y segura, me ayudara a superar tan duro envite. Ese momento mágico hizo que solventara la cuesta de una manera sosegada. Me encontraba en las puertas del recorrido de los encierros. Era el km. 40 y al mirar el cronometro vi que marcaba 3 horas y 5 minutos. En ese momento pude aseverar que si podía conseguir mi objetivo, por lo que acelere la marcha sacando energía de donde no las tenía. Las calles se estrechaban, el público rugía a ambos lados, mi cara era un poema; unos metros delante la “liebre” giraba su cara para animarme, el gentío me envolvía y no podía fallar. Por unos momentos pude sentir algo parecido a lo que los corredores de los encierros pueden vivir al correr delante de los toros: emoción y pasión. Corrí como no lo había hecho nunca, las piernas pesadas pasaron a ser ligeras, los adoquines se convirtieron en un tartán de atletismo; hasta que al pasar la plaza del Castillo y torcer a la calle Estafeta puede ver la Plaza de Toros flanqueada por la estatura del celebre Hemingway. Traspase el callejón de la Plaza y, al traspásalo, pude comprobar como el cronometro del arco de meta marcaba 3 horas y 15 minutos. Lo iba a conseguir. Levanté los brazos en señal de vitoria, me persigne, mire al cielo y al pisar la arena de la Plaza pude sentir como un susurro procedente de mi espalda me decía tenuemente: “lo ves, nunca pierdas la fe”. Creo que pudo ser ese soldado carlista que me empujo en la cuesta del Portal de Francia quien me había seguido todo el recorrido, o, quizás, fuera mi espíritu quien me hablaba. Crucé el arco de meta en 3 horas, 15 minutos y 40 segundos. Lo había conseguido. En ese momento el esfuerzo, la pasión, el sacrificio, el pundonor, y, sobre todo, el dolor remitieron sorprendente. Al momento llegó la “liebre” en compañía de sus hijos a los que paró a recoger. Nos fusionamos en un abrazo emotivo mientras yo le daba las gracias por haberme llevado a un buen ritmo. Caminé unos metros y una chica de unos 10 años me puso la medalla de “finisher”. Procedí a recoger la mochila y darme un masaje mientras saboreaba lo que acababa de conseguir. Estaba muy feliz y contento. Lo había conseguido.


Esa noche apenas pude dormir. Mi cabeza absorta por tantas sensaciones y emociones disfrutaba repasando con todo detalle cada kilometro de la cerrara, mientras mi cuerpo debilitado no se podía mover de la cama. Hasta que al final caí en un profundo sueño en el que mi mente, mi cuerpo y posiblemente mi espíritu también descasaron plácidamente. El único que no descansó esa noche fue mi corazón, que tras castigarle con un nuevo sobreesfuerzo era el único que esa noche no dormía. El domingo volví a casa en tren con una enorme sonrisa y la cabeza muy alta por el logro conseguido. Seguía estando feliz y pletórico. El trayecto en tren de Pamplona a Madrid y luego a Talavera lo dediqué a disfrutar del paisaje y volver a repasar cada kilometro de la Maratón pamplonesa para guardarlo en mi memoria y no olvidarlo, pues, aventuras como esta son las que se mantienen para siempre y que nadie me podrá arrebatar jamás. La vida y una maratón tienen algo muy en común, y es que ambas contiendas son una carrera de fondo con infinidad de obstáculos: momentos felices, sobresaltos, noticias buenas y malas, derrotas, fracasos, alegrías, sinsabores, traiciones, victorias… si bien lo más importante es superarse a si mismo y ser fiel desde la línea de salida hasta la meta, porque gana el que más resiste, y no el que corre más rápido. La mítica carrera de Filipides ha aportado muchas cosas a mi vida, pero si me tengo que quedar con algo elijo la superación personal. El esfuerzo diario al final tiene su recompensa, porque al igual que en la vida: el valor, el sacrificio, la disciplina, el coraje, la verdad, la lealtad, el honor o la dignidad, son valores eternos inherentes al ser humano que con ellos se pueden conseguir todo lo que te propongas. Lo contrario es mentira y falsedad. Misterio, misticismo, espiritualidad, angustia, épica… solamente los que hemos atravesado la línea de meta en varias maratones podemos saber el verdadero significado de esta prueba legendaria cargada de estoicismo y heroicidad; perenne como la hierba que aguanta el viento, marea, lluvia… y eso es debido a que sus raíces se mantienen fuertes e impertérritas. Esta es la esencia real de la Maratón, y, por ende, de la vida. Solo aquellos que se arriesgan a correr muy lejos… son conscientes de lo lejos que pueden llegar en la vida.

Continuará…

Fdo.: Sergio Núñez Vadillo


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