De boxeador a literato

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DE BOXEADOR A LITERATO

Sergio Núñez Vadillo


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EL AUTOR Sergio Núñez Vadillo nació en Talavera de la Reina en 1976. Su infancia transcurre en un pueblo de la Sierra de Gredos llamado Poyales del Hoyo, y tras volver a su lugar de nacimiento vive en diversos lugares: Madrid, Toledo, Valladolid… por motivos profesionales, ya que se dedica a la producción de eventos y espectáculos de gran magnitud. Un apasionado de los libros empieza sus pinitos literarios redactando proyectos corporativos, también fue redactor de la desaparecida revista de moda Al Bies. En 2006 abre el blog Último asalto: Verdad vs. Mentira, en donde ofrece multitud de artículos de diverso calado. A continuación escribe un guion de cine que se convierte en cortometraje en 2009 bajo el título de “Dosis”; por otra parte ha escrito multitud de relatos, como “Diario de un daltónico”, “El amor de mi vida”, “Carta a Fernando Sánchez Dragó”, “Diario de un exilio”, “El Maratón de mi vida”... Actualmente corre maratones y carreras populares; colecciona libros de boxeo, siendo un apasionado de este deporte al que no se llama juego. En mayo de 2016 publica su primera novela “Contra las cuerdas”, y ahora presenta este volumen que recopila diversos relatos y un guion de teatro cuyo hilo argumental sigue siendo el noble arte del pugilismo. @sergiovadillo76 Facebook.com/sergiovadillo http://sergiovadillo.blogspot.com.es/

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ÍNDICE Prólogo… 5 El púgil que tiró la toalla… 6 Golpes bajos… 9 La boxeadora del peso gallo… 15 El boxeador sin sombra… 21 Vadillo, fino estilista… 25 De la encrucijada al cuadrilátero… 29 Último asalto… 39

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PRÓLOGO Después de publicar la novela “Contra la cuerdas”, es esta ocasión os presento una serie de relatos y un guion teatral cuyo hilo argumental vuelve a ser el noble arte del pugilismo, ya que tras tantos años disfrutando de este deporte al que no se juega, he querido plasmar en mis relatos gran parte de las vivencias acaecidas en las veladas de boxeo y en su submundo, de una manera muy literaria y metafórica, puesto que decir boxeo es decir vida. Desde que se publicó en mayo de 2016 la novela, mi colección particular de libros de boxeo ha seguido aumentando paulatinamente con volúmenes de diverso calado, aunque la mayor satisfacción ha sido poder incluir en esta colección tan sentimental y especial mi propio libro pugilístico. Si bien, no he dejado de escribir relatos y guiones de temas diversos, pero lo que verdaderamente me fascina es el boxeo. Quizás sea porque al igual que el lector cuando se encierra en sí mismo con la lectura del libro desarrolla un acto de tremenda intimidad y soledad personal, al escribir sobre un deporte legendario cargado de tanta espiritualidad puedo imaginar y viajar a otras épocas, a otros tiempos, a otras situaciones que diariamente no se pueden vivir. Siempre he dicho que no fui yo quien descubrió el boxeo, sino que fue el boxeo quien me descubrió a mí, y con la escritura sucede lo mismo. Antes era un boxeador que nunca escribía y ahora soy un escritor que nunca boxea. Espero que con la lectura de estos renglones cargados de melancolía y nostalgia por un tiempo no vivido puedas viajar con tu imaginación a una velada de boxeo, enfundarte unos guantes de ocho onzas, sentir el vendaje “duro”, vibrar con la salida al ring, apreciar el aroma a embrocación, palpar al esencia más primitiva del ser humano, sentir miedo y dolor, angustia, subir al cuadrilátero, mirar al rival, desafiar el destino, intuir el drama, perder los sentidos, abrazar la soledad, luchar, sufrir, caer, levantarte, amar…. en definitiva, vivir.

Fdo.: Sergio Núñez Vadillo

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EL PÚGIL QUE TIRÓ LA TOALLA El sonido del gong anuncia que el púgil debe abandonar su esquina para regresar al centro del cuadrilátero y reiniciar el combate. De fondo se escucha la voz del speaker: ¡segundos fuera!, en ese momento el entrenador y cutman desalojan la esquina; el púgil saluda a su contrincante, pues las normas boxísticas obligan a saludarse en el último asalto. El boxeador está considerablemente dañado, la guardia es difícil mantenerla alzada, se encuentra fuera de la distancia y ya no golpea, solo recibe contundentes golpes de su adversario, que golpea con virulencia sobre su costado para sacarle el aire y rematarle con directos y rápidos crochet de izquierda. Nuestro púgil se siente asfixiado, agobiado, débil, afligido, pero su valor, fidelidad y resistencia le mantienen vivo sin llegar a pensar en la derrota, o, lo que es peor, la rendición. El boxeo no miente, subir a un ring es un medio muy fiable de saber lo que uno vale: o das una paliza, o te la dan, pero no se puede mentir, ni a uno mismo, ni a los demás. Nuestro púgil se desenvuelve mejor en el cuadrilátero que sobre el ring de la vida. Ahora se siente arrinconado y vapuleado por las 16 cuerdas, noqueado y sonado, tambaleándose en la encrucijada del cuadrilátero, hasta que decide acercarse tímidamente a su esquina coge la toalla y la tira a la lona, ante la perplejidad de propios y extraños. Es un momento excepcional y único, nunca visto anteriormente en un ring, que sea el propio boxeador y no el entrenador quien tire por voluntad propia la toalla sobre la lona del cuadrilátero. En la vida como en el boxeo nunca hay que tirar la toalla, porque si no todo lo que has luchado y vivido no ha servido para nada. Pero en esta ocasión, el púgil no tiene fuerzas para continuar. Son muchos los incondicionales de este humilde boxeador de 35 años, una edad muy propicia para retirarse, de 66 kilos, peso welter que se sientan decepcionados, ya se habían acostumbrado a asistir a una velada en la que podían disfrutar de un boxeo aguerrido, pero noble y pausado, en donde los golpes se seleccionaban o pensaban de forma sabia y prudente, respetando al rival, pues de eso se trata en boxeo, golpear y no ser golpeado, utilizando la inteligencia, la vocación, el talento, el corazón, y en último lugar los puños. Siempre con respeto y honor. Han sido numerosos los “golpes bajos” recibidos en los últimos combates, más en la lucha diaria de la calle que sobre el ring. De esos es más difícil reponerse. Pero como los buenos boxeadores se ha renovado y, en algunas ocasiones, ha salido reforzado al ring Sergio Núñez Vadillo

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para seguir soltando golpes certeros sobre el rival. Pero, como todo en la vida, en algunos casos, el rival está en casa. Por ello, en el noble arte del pugilismo el principal rival es siempre uno mismo. De ahí que no tenga más fuerzas para seguir luchando, y, traicionándose así mismo, tenga que abandonar y tirar la toalla. No puede más. Se siente decepcionado y desilusionado porque su verdadera pasión y a lo que lleva dedicándose toda la vida con sacrificio, disciplina y valor ha podido con él. Aunque, para ser más exactos, han sido las condiciones impuestas por el sistema dominante en la sociedad actual y las enormes adversidades y problemas que tiene que sufrir diariamente en esta sociedad deshumanizada le han empujado al abandono. Así es imposible subirse al ring. De todas formas, y sin que él se dé cuenta, ha sido la mejor opción. Ya que continuar peleando le hubiera empujado a recibir más golpes bajos e, incluso, podría haberse quedado sonado. Por ello, lo mejor es la retirada, ya que no valía la pena seguir peleando sin tener ninguna valoración, sin detalles y sin poder ganar una “bolsa” adecuada. En boxeo están prohibidos los “golpes bajos”, pero no en la vida no es así, está permitido todo. Es muy duro y difícil dotar a una vida de esfuerzo, valor, fidelidad, honradez y sacrificio en todo lo que se hace: trabajo, aficiones, amores, deporte, amistades, fe y espíritu; y de repente tener que tirar la toalla contraviniéndose a uno mismo, a pesar de ser la acción más inteligente que se podía hacer, puesto que para los boxeadores la lucha y entrega es innato. Hay una relación proporcional entre el sacrificio y el resultado. En el mundillo del Boxeo es conocido que los púgiles generan unas partículas internas propias para defender su cuerpo de los golpes que reciben, y por eso tienen tanto aguante en un combate; pero los golpes que da la vida son mucho más duros y más difíciles de soportar que los del cuadrilátero, en donde los rivales en el primer y último asalto están obligados a saludarse. En el ring de la vida está todo permitido. Ahora, para nuestro púgil tocará levantarse de nuevo de este duro lance, y, lo más importante, ir pensando en dejar el boxeo definitivamente. Aunque podría ser que el boxeo fuera quien lo dejara a él. Ahora le tocará centrarse en el ring de la vida, olvidando los golpes bajos recibidos y si no se encuentra bien bajar de peso, al super-ligero, o subir al super-welter; que se dice en el argot del pugilato, eso siempre regenera y sirve para reinventarse, que es de lo que se trata cuando sufres un duro golpe o revés. Sin embargo, ahora el cuadrilátero de la vida está muy convulso y revuelto, no son buenos tiempos para los idealistas y valientes, sino para los cobardes y traidores, por ello se suele decir que el boxeo es una metáfora de la vida, o al revés, la vida es una metáfora del boxeo. Sergio Núñez Vadillo

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En la vida las cosas pasan, a veces, cuando menos te lo esperas. El darlo todo no significa que lo recibas todo, ya que, una siembra no significa que tengas una buena cosecha. Que los momentos son cortos y por eso hay que disfrutarlos; que las lágrimas no las merece quien las hace llorar, y que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Que tirar la toalla no significa renunciar a los sueños… La forma de las piedras en el cauce de los ríos no se hace por la fuerza con la que golpea el agua sobre las rocas, sino por la perseverancia del agua al pasar. En la vida y en el boxeo sucede lo mismo. Y es que, nuestro púgil ha tirado la toalla a la lona del cuadrilátero, pero no dejará de pelear por lo que cree, ya que ha mantenido su fe intacta. Lo que no te mata, te hace más fuerte. Ahora lo único que necesita es tiempo, respirar profundo y buscar una nueva quimera por la que luchar y vivir; porque vivir es luchar y luchar es vivir. A pesar de todo, no se olvidará de aquellos días grises, del olor del gimnasio a cuero de los guantes de 10 onzas, del sonido de las zapatillas al restregarse en la tarima del ring, el aroma a embrocación, la luz penetrando por las cristales y los púgiles sorteándola haciendo sombra con su destello, la respiración, la distancia, la sombra que persigue a todo boxeador, el ruido de golpear el saco, la mirada misteriosa de los sparring, la tensión antes de una gran velada, la magia del ring, el eco inconfundible del gong entre asaltos… El boxeo está impregnado de un temblor poético en la reseña de todos sus combates, además de la presencia del tiempo, diez segundos para que te levantes, si te tiran; tres minutos para los asaltos, que pueden ser doce; sesenta segundos para descansar entre rounds hasta que suena la campana. ¡Segundos fuera!

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GOLPES BAJOS Un, dos, tres, cuatro… estaba tirado en la lona del cuadrilátero escuchando lentamente al árbitro realizar la cuenta de protección tras recibir un fuerte crochet de izquierdas en la mandíbula en el tercer asalto. Acababa de recibir un duro castigo en mi primer combate como boxeador amateur en una velada disputada a las afueras de Madrid. Aunque sabía que algún día acabaría en el suelo no imaginaba que iba a ser de esta manera. Mi nombre es Onésimo, aunque todos me llaman “El Tiri”, porque de pequeño estaba hecho un tirillas. Soy una persona aguerrida y por los derroteros que he llevado a lo largo de mi dilatada vida suponía que, tarde o temprano iba a terminar por el suelo, pero la pregunta es ¿qué me ha llevado a acabar así? Soy de comprensión atlética, mido uno setenta y peso sesenta y cinco kilos, peso welter en el argot boxístico. Llevo siempre el pelo cortito y mis rasgos físicos son totalmente celtiberos. Me encantan las motos y a los 13 años ya conducía todo tipo de motos de diversa cilindrada. Tengo mucho carácter, mi mayor defecto es el mal genio y la mordacidad, quizás mi principal virtud es el orgullo. Seguía tendido en la lona del ring. De fondo oía vilmente el rugir del público y al árbitro gritando la cuenta de protección: cinco, seis… el bucal lo tenía delante totalmente ensangrentado, el cuerpo no lo podía mover, la mente nublosa, la cabeza atónita y, no sé por qué, me vinieron a mi dolorida cabeza acontecimientos de mi vida que, posiblemente, fueron el detonante de mi actual situación. Mi relación con el boxeo se inició al igual que otros muchos jóvenes con el famoso combate de Poli Díaz con Pernell Whitaker que vi en directo a las 4 de la mañana por Telecinco en compañía de mi padre en la casa del pueblo. O los famosos K.O de Mike Tyson, o también el programa de boxeo que Telecinco ofrecía los viernes por la noche. Si bien la verdad es que nunca me había atraído mucho este deporte al que al cabo de un tiempo descubrí que no se llama juego. Hasta los 25 años no empecé a practicar deportes de contacto, y fue debido a que en una etapa de mi vida de mucho desfase nocturno y por buscar alicientes que ocuparan mis ratos libres me presenté en un gimnasio del barrio muy pintoresco denominado “New GYM” regentado por el carismático “Chule”, un veterano boxeador que nunca fue nada en su categoría de los pesos medios y que apenas tenía un par de peleas como profesional. Ahora ya retirado se dedicaba a pasar el día enseñando boxeo y kick boxing a propios y extraños, puesto que su clientela era muy particular. La zona de boxeo se encontraba separada de la sala de musculación, pero mientras hacías pesas, según en la parte que te encontraras, podías ver a la gente boxear. Las clases eran por la tarde y eran muy movidas y didácticas, debido a la enorme variedad

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espiritual de su clientela. Te podías encontrar desde un “niño de papá” hasta un “pastelero”. En un inicio empecé haciendo kick boxing debido a mi pasión por las películas de Van Damme y al parecerme más espectacular y divertido, pero con el paso de los días aprecié que el grupo de chavales que solo practicaban boxeo había entre ellos un rollo distinto a los que practicábamos deporte de puño y pierna. De hecho, sus gestos, comportamiento, palabras o simplemente su mirada, era distinta a la nuestra. Por aquel entonces Javier Castillejo se proclamó Campeón del Mundo y esa fenomenal noticia junto con el éxito de la película “million dollar baby” fueron los detonantes de que me animara a dejar el Kick y practicar exclusivamente boxeo. Mis primeros pasos en boxeo no fueron del todo certeros, me encontraba un poco perdido y soltaba golpes con las tibias ante la perplejidad de mi oponente, “el pirri”, un boxeador de mí mismo peso que tenía 2 combates como amateur y los veranos los pasaba en Ibiza currando de camarero y el resto del año volvía a la península. Era muy técnico y controlaba a la perfección las esquivas y fintar. Paralelamente mi vida la disfrutaba saliendo de marcha los viernes y sábados por la noche hasta altas horas y procurando viajar todo lo que podía. Era mi manera de desconectar del tema laboral, puesto que la situación era muy mala y solía cambiar de curro cada dos años debido a la poca estabilidad que tienen los trabajos de poca categoría profesional en donde los trabajadores basculábamos de uno a otro buscando un salario mayor. Había estudiado FP un módulo de electrónica, al no gustarme estudiar, y trabajaba en lo que me iba saliendo: carretillero, almacenista, ordenanza… con unos sueldos míseros y con unas condiciones deprimentes. Estaba totalmente explotado y eso me frustraba. Por lo menos conseguí comprar un Golf GTI de segunda mano de color negro lo que hizo que estuviera muy contento. Era la primera vez que mi vida que tenía algo en propiedad. Y poco a poco fui creciendo como boxeador lo que me llevó a cambiar de gimnasio para poder progresar, puesto que “el chule” era un gran maestro, pero se había encorsetado y no transmitía mucha ilusión a los púgiles. Así que me cambié a “el Jocar”, que es un gym más concienzudo y serio en deportes de contacto y, sobre todo, saca gente a competir, que era mi intención. Además se vino conmigo “el pirri”, mi pareja boxística, aunque al empezar en el nuevo Gym nos separaron para olvidar malos hábitos. Los meses iban pasando y no veía el momento de debutar, además mi pareja de cuadrilátero ya había debutado y por más que se lo decía al entrenador este me contestaba diciendo que tenía que crecer todavía más para poder pelear de verdad. Esto me causaba un gran desasosiego, aunque en vez de tirar la toalla, me ayudaba a estar más motivado y entrenar con más ahínco. Empecé asistir a veladas de boxeo en Madrid. La primera fue el abril del 2005 en Alcobendas por el Campeonato de España del peso ligero entre Héctor Moreira y Ancor Sergio Núñez Vadillo

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Placeres, o ese mismo año en la Cubierta de Leganés vi boxear a Javi Castillejo, Sergio “Maravilla” Martínez y Karim Kibir. Una experiencia inolvidable y pedagógica desde el punto de vista de formación pugilística. También asistía a veladas amateur en Móstoles para ver a los chavales y poder “tomar apuntes”; visitaba las webs del sector para conocer el mundillo o veía películas. Y de esta manera fue como me fui forjando en un incondicional y seguidor del noble arte del pugilismo. Mi vida se había estabilizado. Vivía con mis padres y mis 2 hermanos, tenía novia desde hace 3 años y el futuro laboral no era muy prometedor. Trabajaba largas jornadas por un sueldo cada vez más ajustado que solamente me daba para pagar el coche, el gimnasio y correrme alguna juerga. Cada vez que salía me divertía lo máximo posible para olvidar mi situación laboral. Eso sí, el boxeo me había permitido sosegar mi mente y no beber tanto, era mi nueva terapia emocional. Con lo que si estaba furioso era con el sistema imperante en la actualidad que ha conseguido robar el tiempo de la gente para que sean sus rehenes, y que el poco tiempo que tengan lo ocupen en consumir o desahogarse con futbol, así tienen al público entretenido y no puede pensar. Y una persona que no piensa no puede revelarse contra quien lo oprime. Han impuesto unos sueldos míseros de supervivencia para que la muchedumbre dependa exclusivamente de “su trabajo”, y sean meros lacayos o esbirros; de esta manera, están a su redil; viviendo con miedo a perder el trabajo y, por ende, su pésima vida cargada de hipotecas y letras que, el sistema se ha encargado de diseñar de tal manera que estén bien atados. Son ciudadanos que tienen libertad, pero que no son libres. Y esto me cabreaba y creaba frustración. Llamadme idealista o soñador, pero las injusticias y tropelías que se cernían contra mi pueblo y contra mí me malhumoraban porque no podía hacer nada por remediarlo. A pesar de esto mi vida se había tranquilizado, había conseguido ese punto de paz y mesura que buscaba en el boxeo. Ahora descargada toda mi furia y adrenalina contenida boxeando. El boxeo me había ayudado a encauzar mi vida, sosegarme y esforzarme día a día. Toda esa ira y odio contenido durante tantos años por no poder cambiar el mundo la estaba canalizando con el boxeo y me estaba ayudando a no ser tan egoísta sino a ser más humilde y respetuoso con el rival. Estaba harto de estar enfadado con la sociedad, el sistema y conmigo mismo. Quería ser otra persona. Quería cambiar, y el boxeo me estaba ayudando. El boxeo me enseñó que ya que no podía cambiar el mundo, por lo menos que el mundo no me cambara a mí. Este deporte no sé qué tiene, será el enorme sacrificio, esfuerzo, adrenalina, pundonor... que ayuda a encauzar la vida y tomar decisiones de una manera más sosegada e inteligente, además, ayuda a valorar la pertenencia a un grupo y, sobre todo, a reafirmar la confianza y personalidad en uno mismo. La cuenta de protección continua: siete, ocho… miro alrededor y solo veo caras desencajadas del público, mi entrenador haciendo aspavientos, mi vista sigue nublada y Sergio Núñez Vadillo

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borrosa; no me vienen más acciones de mi vida hasta el día de hoy y no consigo interpretar el resultado de mis desdichas. Mi intención por debutar como boxeador proseguía y a medida que se celebraban competiciones y no participaba esto hacía que me desilusionara, si bien volvía al gimnasio con más ganas si cabe de demostrar al entrenador que, al igual que los boxeadores, era un luchador dotado de coraje y pundonor, aunque en boxeo lo primero que hay que tener es cabeza, y, en segundo lugar, corazón. Es curioso, de pequeño era un niño muy malo y desvergonzado que realizaba todo tipo de fechorías, y ahora me había convertido en un ser templado y amable. Y llegó el día de mi debut. El entrenador me confirmo con un mes de antelación que tenía la oportunidad de debutar en una velada amateur a las afueras de Madrid y que mi contrincante era un púgil del mismo peso de Villaverde. Dije que sí sin dudarlo un solo momento. Mi sueño se iba a hacer realidad. El mes previo al combate estuve en un sin vivir. Se habían pactado 4 asaltos y por los comentarios de mis compañeros decían que la primera vez que subes a un ring para boxear te tiemblan las piernas, no puedes respirar, no oyes, apenas puedes mantener los brazos en alto y los golpes que lanzas no son contra el rival, sino contra el aire. Una sensación inigualable e insólita. El momento que el árbitro me anunció que en 5 minutos tenía que acceder al ring el corazón me dio un vuelco. La mente se me nubló, me costaba respirar, y esto sin haber empezado a pelear. Estaba a punto de hacer realidad un sueño y verdaderamente estaba pasándolo mal, pero esa adrenalina y excitación contenida es imposible de olvidar. Subí al cuadrilátero y miré a los ojos a mi rival que tenía 2 combates ganados a los puntos. Mi entrenador me dio los últimos consejos hasta que oí la frase mítica: ¡segundos fuera! El primer asalto fue de mera contemplación. Creo que no llegamos a cruzar cuero, solo lanzábamos golpes al aire, puesto que estábamos ambos púgiles fuera de la distancia. Yo era un manojo de nervios, me movía por el cuadrilátero de manera mecánica e intuitiva, pues todos los consejos y todo lo que había aprendido estos años se me borró de la mente. En el segundo asalto pude dar un par de golpes a mi rival, uno en el mentón y otro en el pecho. Si en cambio él me asestó varios golpes con tremenda dureza en la cara, en uno de ellos empecé a sangrar por la nariz. El combate seguía, no oía ni escuchaba nada del público ni del entrenador, estaba en una nube peleando contra mi oponente o contra mi mismo. Los guantes me pesaban, el sudor sacudía mi frente y los guantes de mi adversario chocaban contra mis mejillas.

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En el escaso minuto de descanso entre el segundo y tercer asalto lo único que entendí de mi entrenador era que procurara mantener en la distancia al rival y bascular de uno a otro lado con el pasito lateral, no bajar la guardia y estuviera a la defensiva esperando poder golpearle con un directo. Al oír la campana y dirigirme al centro de la lona, todos esos consejos se quedaron en el olvido. El tercer asalto lo reiniciamos en donde dejamos el segundo, yo recibiendo duros golpes: jabs, crochet, ganchos… parecía en algunos momentos su sparring, hasta que en un brote de cólera o de orgullo empecé a soltar duros golpes con el jab esperando abrirme paso entre sus puños y rematarle con el directo o crochet, pero eso nunca llegó, pues mi adversario basculo y me dejó fuera de su distancia. Lo único que recuerdo es que cuando sonó la campana de los 10 segundos antes de finalizar el asalto, el púgil de Villaverde esquivó mi gancho de derecha y me asestó un duro golpe en el hígado que me hizo mucho daño y dejó sin aire. Hinqué la rodilla en la lona, escupí el bucal, el árbitro se preparaba para al cuenta de protección, pero logré sobre ponerme y me puse de pie. A continuación retrocedí un metro sobre mí mismo y él aprovechó para soltar su uno-dos; yo intenté defenderme con los puños, pero este logró abrir mi guardia y en un rápido movimiento me soltó un crochet de izquierdas que hizo que callera de manera escabrosa sobre la lona. Posiblemente fuera mi infancia, el barrio, mis padres o mi educación, el desarraigo o, simplemente, lo único que he mamado desde pequeño. Por más que lo pienso la violencia no me llevado a ningún sitio, al contrario, solo me ha cargado de odio y maldad. Ahora, tirado en la lona estoy pagando las consecuencias o quizás, sea la vida la que me ha dado un duro golpe y no mi contrincante. Dicen que la vida es una metáfora del boxeo, o al revés, el boxeo es una metáfora de la vida. Porque es la vida la que me ha noqueado. En este momento es cuando me arrepiento de todas la fechorías que he realizado a lo largo de mi vida, puede ser que tenga miedo y por eso estoy arrepentido o, mi alma y espíritu están despidiéndose de la vida. El árbitro sigue contando: nueve y diez. Veo de reojo al árbitro levantando el brazo derecho de mi oponente en señal de victoria. Mi entrenador es el único que sube a la lona para cerciorarse de mi estado. Me siento solo, asustado, por primera vez en mi vida tengo miedo. No sé si es por la soledad o por mi vulnerabilidad. Siento como el entrenador intenta levantarme. Coge mi brazo y lo apoya en su hombro, me levanta y a duras penas consigue sentarme en el taburete de la esquina azul. Se aproxima el médico de la velada, me observa, abre mis ojos y sentencia: fuerte traumatismo craneoencefálico. Hay que llevarlo al hospital para hacer un reconocimiento. Solo sé que aparecí en una habitación del Hospital 12 de octubre vestido con una bata blanca con numerosos contusiones en la cara y varios dedos fraccionados. A mi lado no Sergio Núñez Vadillo

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había nadie. Volvía a estar solo aunque por primera vez en mucho tiempo volví a sonreír al certificar que estaba vivo. Creo que los golpes y el castigo recibido junto a la cura de humildad a la que había sido aleccionado sobre el cuadrilátero habían expulsado toda mi ira y odio contenido durante tantos años. Era un auténtico escarmiento. Había conseguido mi sueño de sentirme boxeador y debutar sobre un ring disfrutando de ese aroma a embrocación que solo la “tarima brava” puede ofrecer. Aunque, en la encrucijada del cuadrilátero la vida se ve de distinta manera porque el boxeo no miente, sobre el ring se reconoce la valentía del púgil, pero también su calidad y técnica boxística. El ring te pone en tu sitio como boxeador y como persona. Y a mí me habían sucedido en ambos casos. Algún día devolveré al boxeo lo que el boxeo tanto a mí me ha dado. Ahora de vuelta a la calma analizando mis últimos derroteros en la vida y sobre el ring, he de reconocer que el cuadrilátero me ha puesto en mi sitio, si algo bueno tiene el boxeo es que el rival viene de frente bajo una reglas establecidas en donde los golpes bajos no están permitidos; en la vida, sin en cambio, los enemigos te apuñalan por la espalda, los adversarios pueden estar a tu lado sin darte cuenta y, lo que es peor, está todo permitido. Si algo bueno tienes el boxeo es que están prohibidos los golpes bajos. En la vida no es así.

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LA BOXEADORA DEL PESO GALLO La realidad tiene más caras de las que a veces queremos ver. Ya que el éxito y la felicidad no se encuentra en ganar siempre, sino en no rendirse nunca. El noble arte de pugilismo me ha ofrecido multitud de historias, multitud de anécdotas y multitud de fracasos. He podido vivir en primera persona la esencia más propia y genuina del ser humano en su estado más puro y natural, así como vivir de cerca situaciones dantescas y situaciones exitosas, aunque, si con algo me quedo después de 25 años como entrenador de boxeo es con una historia inolvidable y genuina de una chica boxeadora que tenía un denominador común: y es que odiaba la báscula. Un elemento fundamental e indispensable de cualquier boxeador, pero que ella odiaba, por eso la llegué a denominar: “la boxeadora del peso incierto”. Se suele decir que detrás de cada boxeador siempre hay una historia. Y esta lo es. Esta historia aconteció hace la friolera de 15 años, cuando entrenaba en el gimnasio LUXER de la calle Príncipe de Vergara de Madrid. Siempre he sido entrenador de boxeo, ya que estudié la carrera de educación física y tras pasar varios años como preparador en varios clubs de fútbol decidí dedicarme a mi verdadera pasión y vocación, el boxeo. De pequeño en mi casa siempre se había respirado ambiente pugilístico, ya que mi abuelo fue boxeador en la edad dorada del boxeo español, llegó a pelear en el Campo del Gas de Madrid y en el Circo Price de Barcelona, siendo aspirante oficial al Campeonato de España del peso welter, pero nunca lo llegó a disputar. En casa era muy habitual hablar de boxeo, de veladas memorables, combates históricos, historias de púgiles… así que desde niño he sentido verdadera fascinación por el noble arte y de todo lo que le rodea. Aunque como boxeador no tuve gran éxito, a pesar de intentarlo, hasta que decidí dedicarme a ser entrenador y devolver al boxeo lo que él tanto había dado a mi familia y a mi vida. Solía trabajar en varios gimnasios a la vez, y era el preparador físico de entrenadores de primer nivel. Si bien en los últimos tiempos debido a la decadencia del boxeo en España entrenada solo en gimnasios de tercera fila y a púgiles más bien mediocres. Hasta que por medio de un amigo me llamarón de un gimnasio de esos pijos donde acuden los ejecutivos del centro de Madrid para desestresarse o fardar de sus músculos, para empezar a dar clases de boxeo en el gym. Al principio me dio un poco de reparo entrenar allí, pero como también daba clases de boxeo para amateurs y algún neo profesional en otro gimnasio de la periferia por las mañanas acepté el reto, o, mejor dicho, el combate. Llevaba cerca de 6 meses entrenando a chavales y señores ansiosos por desahogarse y quemar toda su adrenalina contra el saco o contra ellos mismos. Me resultaba muy fácil Sergio Núñez Vadillo

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dirigir a estos individuos, pues eran puros ignorantes del boxeo y lo único que buscaban eran fardar en sus entorno de ser boxeadores, lo cual a mí me enrabiaba de sobrada manera, pues el noble arte del pugilismo lo estaban adulterando, aunque para mi ego intentaba quitarle hierro al asunto pensando que solo eran unas horas a la semana y lo que verdaderamente me importaba era los profesionales del otro gimnasio. Hasta que a principios del mes de octubre empezó a asistir a las clases boxísticas una chica de unos 19 años, menudita, algo arisca y antipática, pero que golpeaba el saco con virulencia y participaba activamente en todas las clases. En los entrenamientos se le notaba la rabia contenida en su interior, y, el saco, el punching o su oponente de cuadrilátero eran cómplices de su aguerrido temperamento y pasión. Si bien lo verdaderamente significativo de esta historia es que la chica había llegado al gimnasio y al ring por recomendación de su psicólogo. Así es; pues estaba bajo tratamiento debido a una fuerte depresión, y el boxeo es un excelente deporte para aumentar la autoestima, la confianza y seguridad en uno mismo, aparte de canalizar la agresividad, soltar adrenalina, generar endorfinas y servir como desahogo. Por eso estaba allí como terapia emocional. El dueño del gimnasio me contó su caso, ya que esta chica que se llamaba Covadonga era anoréxica, debido a que padecía esta enfermedad desde algunos años y sus padres no sabían que hacer para remediarlo y tras acudir a innumerables sesiones de terapia el último psicólogo les recomendó que el boxeo era un método muy efectivo para combatir esta pandemia del siglo XXI. Ella al cabo de varios meses me contó su caso, uno más de tantos que por desgracia padece parte de nuestra sociedad. Y es que en este mundo superficial y frívolo donde prima la estética en lugar de la ética, hay personas que son víctimas directas de esta degradación banal del ser humano y con 17 años empezó a dejar de comer, simplemente porque no se fijaban los chicos en ella, y claro, a esas edades es un factor importante. Ella creyó que dejando de comer y adelgazando iba a destacar más y estar en la órbita actual, pero fue todo lo contario, cayó en una enorme enfermedad y depresión que la llevó a obsesionarse con su cuerpo, la ropa y el físico. En el gimnasio, al principio la costó arrancar y se mantenía muy reservada y poco habladora, hasta que empezó a darse cuenta que allí eran todos iguales, no había diferenciación social ni estética, y que sino dabas recibes una soberana paliza. Y según iban pasando las semanas la joven boxeadora se encontraba cada vez más integrada en el grupo e iba aprendiendo los golpes característicos del pugilismo, si bien donde más disfrutaba era golpeando al saco. Una vez aprendido los golpes y la normativa boxística, la enseñé a mantener la guardia siempre alzada y a encontrar la distancia respecto a su rival, dos condicionantes imprescindibles en la técnica del púgil. Aunque en su vida diaria pasaba algo parecido porque asiduamente tenía que mantener la guardia alta y cuidar la distancia con sus oponentes para no ser golpeada con improperios y prejuicios físicos. Sergio Núñez Vadillo

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En el gimnasio su pareja solía ser otra chica del mismo nivel, pero en algunas ocasiones se la emparejaba con algún chico para que se pudiera soltar. Era ahí cuando ella sacaba lo mejor de sí misma para concentrarse e intentar asestar golpes al oponente que no se achantaba por el simple hecho de ser una chica. En boxeo se trata a todos por igual. Es por ello que nuestra protagonista se sintiera valorada e integrada en el grupo, y lo que ello conlleva: amistad, compromiso, superación, lealtad, compañerismo… Pues, la pertenencia a un grupo que lucha por una causa común aporta un sentimiento de protección, seguridad, y, por ende, eleva el amor propio; de ahí que la boxeadora se implicara y colaborara en el desarrollo de la inteligencia colectiva, ya que en su vida diaria y estudiantil únicamente podía desarrollar la inteligencia individual. En la encrucijada del cuadrilátero la única manera de mantenerse firme es enfrentarse con auténtico valor cada desafío, solo creyendo en nosotros mismos y nunca bajar los brazos; eso implica mantener la guardia siempre alzada. Por ello, la boxeadora protagonista de este relato intentó extrapolar su lucha en el ring para ganar su combate más difícil: la pelea de la vida. Estaba siendo participe de un hecho nunca antes vivido por mi persona al ser protagonista de la lucha diaria personal y deportiva de una alumna que, no era tan distinta al resto de mi púgiles profesionales, ya que al igual que ellos tenían que combatir diariamente contra sí mismo. Y al cabo de varias semanas Covadonga se convirtió en otra persona: se había liberado de sus complejos, reforzado su autoestima, aumentando su confianza y se sentía más segura y a gusto consigo misma. Si bien para conseguir ese objetivo había tenido que romper varios tópicos, ganarse respeto en un deporte de hombres y, lo más importante, recuperar su dignidad y amor propio. Aunque para llegar ahí había tenido que vencer a peor de sus enemigos: la báscula. A lo largo de mi vida siempre he etiquetado a las personas por su condición física, es decir, dependiendo de su peso les catalogaba en cada una de las distintas categorías en las que se dividen los boxeadores: peso mosca, pluma, ligero, super-ligero, welter, medio, pesado… 16 categorías en chicos y 15 en chicas, ya que no existe para ellas el peso crucero; que es la base fundamental para etiquetar a cada boxeador. Y el caso de Covadonga era totalmente complejo, ella siempre había tenido como principal rival de su vida a la báscula, ya que al ser anoréxica tenía una obsesión total por pesarse, y ahora se había reconvertido esa obsesión, pues no quería saber su peso real por miedo a conocer su verdadero estado, lo que dificultaba mi labor como entrenador al no poder encuadrarla en una división de boxeo. A pesar de eso, la encuadré en la categoría de los gallo, 53 kilos. Su psicólogo, que solía frecuentar el gimnasio una vez al mes, me dijo que estas situaciones solían pasar en enfermos anoréxicos, que pasaban de tener verdadera obsesión por pesarse entre cinco y seis veces al día, a no pesarse, lo que podía transmitir Sergio Núñez Vadillo

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un cierto avance, al pasar de obsesionarse por su peso y no comer, a regular la alimentación debido al esfuerzo diario en el gimnasio, su esperanza por mejorar entrenando y sentirse contenta por superarse día a día. Aunque en ambos casos se generaba ansiedad por miedo. El boxeo había transformado sus hábitos en un tiempo record, ya que había recuperado el apetito, comía regularmente, no faltaba a ninguna clase, asistía a veladas de boxeo… se puede decir que había vuelto a ser al Covadonga de siempre y había recuperado su personalidad, si bien todavía había algo a lo que se resistía: a pesarse. Por mucho que la dijera que era necesario para encuadrarla en una categoría, ella se negaba en rotundo y me repetía mil veces que tenía miedo a la báscula porque lo había pasado muy mal por obsesionarse con la estética, y ahora que estaba mejor no quería volver a depender del peso. Covadonga decidió elegir la ética en lugar de la estética, que tanto la había dañado por sus complejos. Si algo bueno tiene el boxeo es que estan prohibidos los golpes bajos, en la vida no es así. Con el pasar de lo meses me ilusioné con ella, he de reconocer que la cogí cariño y volqué todas mis amarguras por no sacar ningún boxeador profesional con ella, pues me llenaba mucho el poder ayudarla y ver día a día sus avances tanto deportivos como personales. Sus padres vinieron varias veces al gimnasio a felicitarme por haber conseguido guiar a su hija y encauzar su vida por el camino correcto y, sobre todo, haber conseguido recuperar su personalidad y honor. Creo que después de tantos años como entrenador el caso de Covadonga ha sido el más difícil y gratificante de todos los que he tenido, incluso por encima de cuando llevé a mi paisano “Leo Gómez” a ser Campeón de España de los ligeros. La vida continuaba y cada día Covadonga progresaba más y más, hasta el punto que la tuve que poner con los chicos para entrenar, todos ellos de la categoría en la que consideraba que podía estar, ya que seguía oponiéndose a pesarse; decía que no había llegado hasta aquí para volver a depender de la báscula. Curiosa contradicción la que el boxeo había dado, pues hizo que olvidará su problema como el peso y ahora volvía a ser su supuesto peso quien iba a catalogar la división en donde podía boxear. Pasó un año desde que entró por la puerta del gimnasio y ya se estaba enfrentando a boxeadoras de otros gimnasios de Madrid y extra radio con tremendo éxito, ganando todos sus combates por KO técnico y a los puntos, si bien los entrenadores de sus oponentes tenían que ceder a la hora de que justificáramos el peso de Covadonga, ya que se negaba a pesar. Yo la decía que si quería seguir peleando tendría que federarse y que la Federación obliga a pesar a los boxeadores antes de todos los combates, además había que ubicarla en un ranking amateur para su historial y hasta ahora era imposible hacerlo por su miedo a la báscula.

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La situación empezaba a ser complicada, pues ya no conseguía rivales para Covadonga que quisieran pelear si no fuera bajo la reglamentación oficial de la Federación Española, y los chicos a los que se enfrentaba en el gym decían que todos los boxeadores pertenecen a una categoría y que ella por mucho que yo dijera que era un peso Gallo podría pertenecer a otra división. Tuvimos una reunión sus padres, el psicólogo y yo para analizar la situación y diversas variantes, todas ellas complicadas. No podía dejar el boxeo porque era en la encrucijada del cuadrilátero en donde ella se sentían libre y viva, tampoco podía seguir estancada porque no iba a progresar y eso la generaría frustración, y tampoco había manera de obligarla a pesarse sin su consentimiento. Así que entre todos decidimos la mejor opción: dejar que el curso de la vida decidiera que camino quería elegir Covadonga. Y así fue. Pasaron los meses y nuestra protagonista se estancó, ya nadie quería pelear en un combate oficial entre gimnasios, a los compañeros los tenía muy vistos, y las chicas eran muy inferiores, así que el hastío y la desilusión se volvieron a hacer mella en un aguerrido cuerpo del peso, creemos Gallo, de Covadonga. Empecé a preocuparme por su situación por miedo a que volviera a la senda que la trajo al gimnasio o cayera en una depresión. Llamé al psicólogo y este me dijo que había que dejarlo fluir y que siguiera los pasos de Covadonga sin presionarla hasta que ella tomara una decisión, tanto buena como mala, hasta entonces no era conveniente actuar. Yo me sentía muy mal porque todo lo que habíamos conseguido se estaba perdiendo y no podía hacer nada. Veía a Covadonga cada día más triste y despistada. Pregunté a sus compañeros sobre si habían visto algún movimiento extraño y me dijeron que todos sus pasos estaban siendo normales, hasta que un chico me dijo que la había visto varias veces mirando detenidamente la báscula que se encuentra ubicada al lado de la sauna. En ese instante me quedé totalmente sorprendido y convoqué a este chico a mi despacho. Allí me contó que en un par de ocasiones la había visto mirando fijamente la báscula durante un par de minutos y que cabizbaja se había ido sin saludar. Mi primera impresión fue de estupefacción, pero pensándolo fríamente creo que era una buena señal, ya que Covadonga estaba una vez más enfrentándose al peor rival que todos tenemos: nosotros mismos y nuestros miedos. Había sido tan fuerte que logró superar la anorexia, los prejuicios, su miedos, aprender a boxear, volver a sonreír, tener ganas de vivir, superarse personalmente, recuperar su personalidad… y ahora se volvía a enfrentar por capricho del destino con un rival que siempre la había perseguido: la báscula. Los días pasaron y a este chico le dije que si volvía a ver a Covadonga delante de la báscula me lo dijera. Y así fue. Al cabo de unos días al terminar una sesión de entreno, mientras yo seguía con los entrenamientos de los ejecutivos que llegaban a la clase de las nueve de la noche, este chico, al que algunos apodaban como “Pirri”, me llamó sigilosamente, a lo que correspondí acercándome con cautela. Me dijo al oído que Covadonga se encontraba frente a la báscula. Me sobresalté. Respondí de manera Sergio Núñez Vadillo

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sosegada pero angustiosa, me acerqué con sigilo a la zona donde se ubica la báscula y al final del pasillo pude apreciar como ella se encontraba a dos pasos de la maldita báscula, una de estas digitales de marca. Los brazos los tenía caídos y la mirada baja en señal de concentración e indecisión. Yo me mantenía impertérrito en silencio procurando que no me oyera. Hasta que pasados un par de minutos aprecié con total asombro como su pie derecho avanzaba seguido del izquierdo, se descalzaba y subía con tremendo aplomo a la dichosa báscula. En ese momento justo cuando ella miraba su peso yo di un par de aplausos en señal de admiración, que al terminar, oí como su voz entrecortada me decía: -

“Gallo, soy peso gallo”.

Nada más pronunciar esas cuatro palabras cargadas de emotividad Covadonga se dio la vuelta y corriendo fue a abrazarme llorando. A lo que correspondí abrazándola como nunca lo habría hecho, porque tanto ella como yo sabíamos que este simple acto era algo más que conocer el peso exacto de la boxeadora y su posterior catalogación dentro de la categoría del peso gallo; sino que tras muchos años de desconcierto por sus problemas con la báscula y su peso, podía olvidar de una vez por siempre ese triste capítulo de su vida. Creo que de todos los años que llevo como entrenador y en mis inicios como boxeador no he vivido un momento tan emocionante como aquella noche de enero en la que mi querida boxeadora dejo de tener miedo a una simple báscula y pudo cerrar por completo un episodio dramático de su vida. La vida ofreció a Covadonga una segunda oportunidad por medio del boxeo, y ella la supo aprovechar. Y fue así como, una vez más, la encrucijada del cuadrilátero me ofreció una nueva historia de boxeo y, por ende, de la vida. En esta ocasión sobre una niña indecisa que entró por la puerta del gimnasio para combatir sus propios miedos y logró convertirse en una excelente boxeadora, y, sobre todo, las 16 cuerdas la enseñaron a ser una mujer. Y del peso gallo.

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EL BOXEADOR SIN SOMBRA A lo largo de la vida participamos en innumerables aventuras e historias disparatadas que se graban en nuestra mente y nos acompañan el resto de nuestras vidas. Hasta llegar un momento en que parece que lo hemos visto todo y ya pocas cosas nos sorprenden, pero siempre y cuando menos te los esperas eres participe de algún episodio asombroso que no te deja indiferente y te hace disfrutar más si cabe de la esencia de vivir. La historia que voy a narrar a continuación está basada en hechos reales y aconteció hace cerca de 10 años en el viejo gimnasio de boxeo Jocar de Talavera de la Reina. Este mítico gimnasio, ya desaparecido, se localizaba en una nave amplia subterránea cerca de la Plaza de España de Talavera, y era usual que pasaran por allí todo tipo de personajes ilustres de la ciudad de la cerámica, pues su clientela era muy variopinta: mecánicos, ambulancieros, seguratas, abogados, futboleros, pasteleros, dependientes, oficinistas, estudiantes… lo que hacía que cada tarde fuera una autentica función, debido a las numerosos actos que sus aguerridos actores-boxeadores nos deleitaban. La entrada al gimnasio ya prometía. Solía merodear por la puerta principal algún personaje novato con incredulidad de acceder, y esperaba a que entráramos para verificar la procedencia y aspecto de cada asistente. O el típico que entraba a hurtadillas haciéndose el despistado para no pagar al dueño del local que se encontraba en una mini-oficina comiendo pipas y viendo películas de Bruce Lee. También estaban los típicos malotes bacalas que entraban perdonando la vida y a los pocos días dejaban el gym porque veían que el boxeo es un deporte noble. Por no mencionar a los flipaos que a los tres meses querían debutar como amateurs y una vez que se les daba la oportunidad se rajaban. Si bien todos estos ínclitos púgiles tenían un denominador común: valor y coraje. Las clases las daba un entrenador que solía llegar con algo de retraso y siempre que llegaba tarde avisaba para que el más veterano iniciara el calentamiento. La sala era de cine. Tenías que bajar unas escaleras y a mano izquierda se aglutinaban multitud de guantes de boxeo viejos que los lugareños solíamos tirar para que los novatos o la gente que no tenía dinero los utilizara. Los sacos de boxeo estaban bien alineados a la izquierda, eso sí, todos encintados, y los punching al final. El lado derecho estaba acristalado y en el fondo había dos filas de gradas para que los amigos o las novias fueran a vernos boxear, sobre todo los viernes que había combates. El suelo era una lona vieja azul muy fría y rasgada que sonaba escabrosamente al hacer comba o al girar las zapatillas. El olor era una mezcla de cuero rancio y fricción. Las Sergio Núñez Vadillo

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paredes estaban decoradas con cuantiosos carteles de veladas historias del boxeo español o de películas legendarias como: “más dura será la caída”, “Rocky”, “toro salvaje” o “million dollar baby”. Y qué decir del inolvidable marcador electrónico que cada 3 minutos sonaba “salvando de la campana” a unos, e interrumpiendo los golpes a otros. Pero si de algo me acuerdo enormemente es de un día sombrío de noviembre cuando acudió por primera vez un chico nuevo de aspecto menudo, de unos 19 años, delgado, pelo oscuro y aplastado, ligeros síntomas de acné juvenil, caminando con un paso lento y prudente. Mi primera impresión fue de asombro e incredulidad porque se le veía perdido en la sala sin saber por dónde moverse y realizaba pasos extraños con ligeros movimientos de las manos intentando palpar y tocar los sacos de boxeo, hasta que los allí presentes nos dimos cuenta al aproximarse a nuestro redil que era invidente. Nos dejó atónitos. El chico se ubicó en la entrada de la sala y se enfundo unos guantes rojos. Acto seguido dio varias vueltas sobre sí mismo con las manos extendidas mientras avanzaba un par de pasos con suavidad. Hasta que el entrenador se aproximó a él de forma perpleja y le preguntó sus propósitos. Este le contestó que era nuevo y quería aprender a boxear. En ningún momento nombró su carencia visual pero todos los presentes nos dimos cuenta con enorme admiración que era totalmente ciego. El entrenamiento de boxeo es muy regular. Primero se hacen 3 asaltos de comba, a nuestro protagonista se le proveyó de una comba que saltaba con destreza, luego se estiran las articulaciones, seguidamente se hacen 2 asaltos de sombra, lo que aprovechó el entrenador para explicarle los golpes más simples: jab, gancho, crochet, directo, hulk… y a cubrirse con los guantes cerrados. Yo estaba más pendiente del chico nuevo que de hacer sombra. Pues de manera voluntariosa intentaba lanzar golpes al viento sin tener un destino claro, el entrenador corregía sus movimientos con su mano diciéndole: lanza los golpes de forma ordenada y suave. Es un boxeador del peso pluma, unos 57 kg. que se inclina y serpentea con sus nuevos guantes Charlie golpeando furiosamente tratando de encontrar su blanco. Los golpes que brotan de sus brazos no tienen un objetivo definido, pero sus puños siguen volando, todo completamente en la oscuridad, es auténtico boxeo en la sombra. Imagino que trata de guiarse por los olores y sonidos, como el rechinar de las zapatillas en la lona y el susurro de la respiración de su oponente, que en muchos casos es uno mismo.

Terminada la primera fase de entrenamiento pasamos a ponernos con nuestra pareja boxística para guantear, que consiste en realizar una seria de combinaciones de golpes y Sergio Núñez Vadillo

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esquivas según las indicaciones del entrenador, que hizo de sparring con el protagonista de esta bonita y admirable historia. Tras varios asaltos, para finalizar la clase se realizan un par de combates de 3 minutos concluyendo con estiramientos e innumerables abdominales. Al terminar la clase el entrenador le preguntó qué le había parecido, a lo que respondió con una enorme sonrisa: ¡me ha encantado, el jueves vuelvo! Y tras quitarse los guantes con soltura y despedirse de la clase, vestido con un chándal de la marca Puma y una chaqueta ligera de la que colgaba su mochila empezó avanzar por los pasillos del gimnasio sin bastón y sin perro guía. Solo guiándose con sus manos y su instinto. A la puerta le esperaba su madre que antes de encontrarse le ofreció su mano. Mientras todos los allí presentes nos quedamos mudos meditando y reflexionando sobre la muestra de verdadero valor y coraje que acabábamos de presenciar. Todavía me sigo emocionando cuando conozco a gente de la que se puede aprender lecciones de tesón, sacrifico y valor, por muchos problemas e impedimentos que les ponga la vida, la voluntad y la esperanza podrán mover siempre montañas. El boxeo posee un halo de heroicismo sentimental mitológico proveniente y heredado de la tradición greco-romana. El boxeo es una metáfora de la vida, por ello, nuestro protagonista se siente cómodo porque diariamente se tiene que enfrentar a enormes obstáculos y barreras, y es posible que sobre el cuadrilátero, inmerso en la dualidad pugilística, golpe a golpe, asalto tras asalto, en boxeador ciego se encuentre seguro en la soledad y el silencio que infunden las 16 cuerdas. Creo que no ha sido casualidad, y ha sido el boxeo quien ha elegido a él, y no al revés como en la mayoría de los casos. Es posible que nuestro flamante personaje durante los minutos que entrena con el resto de púgiles se sienta uno más del grupo sin complejo alguno, pues este bello deporte infringe una serie de valores que otros deportes mayoritarios y convencionales no pueden transmitir: sacrificio, disciplina, pundonor, superación, humildad, valor, honor, respeto, esfuerzo; y por eso se siente totalmente identificado con el boxeo, porque su vida diaria es eso: superación, disciplina, sacrificio, valor… lástima que no pueda asestar un duro golpe en el hígado a todos aquellos que le ponen barreras para poder desarrollar su vida, o aquellos que todavía se empeñan en clasificar a la gente dependiendo de su condición social, económica o personal. Desde estas humildes líneas felicito con enorme admiración al protagonista de esta magnífica historia, un púgil que boxeaba sin ver su sombra, deseando que tenga mucha suerte en la vida y que la gente le ayude, aunque, en mi caso personal, ha sido él quien me ha dado una verdadera lección de cómo afrontar y sobreponerse a los obstáculos. Sergio Núñez Vadillo

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En la encrucijada del cuadrilátero la única manera de mantenerse firme es enfrentarse con auténtico valor cada desafío, solo creyendo en nosotros mismos y nunca bajar los brazos, eso implica mantener la guardia siempre alzada. Por ello, el boxeador protagonista de este relato intentó extrapolar su lucha en el ring para ganar su combate más difícil: la pelea de la vida.

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“VADILLO, FINO ESTILISTA” Se dice que existen ocasiones en las que un libro te escoge y desea leerte en vez de ser tú quien lo elige a él. Este caso que voy a relatar es muy similar, pues ha sido el libro quien me ha encontrado a mí, y cuando ha querido, no al revés; porque la realidad te devuelve muchas veces no lo que siembras, sino lo que te mereces. Hoy es un día muy simbólico y emotivo para mi colección particular de libros de boxeo, pues el libro “Doce cuerdas” publicado en 1949 por el cronista oficial de boxeo del diario Marca y As durante casi 50 años, D. Fernando Vadillo, ya forma parte de esta colección sentimental de libros pugilísticos. Y es que este libro se me ha resistido durante mucho tiempo, no lo encontraba o me pedían por él una exageración, aunque quizás, no había llegado el momento para encontrarnos. Con los años he podido descifrar de una manera muy real y didáctica que a veces creemos que en determinadas circunstancias o acontecimientos la vida nos dice “no”, pero en realidad quiere decir “espera”. Solo hay que saber esperar. Inicié esta andadura de recopilar libros cuya temática es el noble arte del boxeo hace 10 años y, hasta la fecha, he ido recopilando numerosos ejemplares de diverso calado, pero todos ellos con un único denominador común: el boxeo como hilo conductor. Ya forman parte de esta colección unos 150 volúmenes, si bien esta colección estaba huérfana, ya que el libro que más se ha resistido y que no conseguía encontrar es esta joya literaria del magistral escritor divisionario cuyo apellido compartimos. Mi colección de libros de boxeo ha ido aumentando con ejemplares y títulos de lo más variopinto: “Lona de tinieblas”, “Campeón”, “Golpes de gracia”, “Cara oculta”, “Las 100 mejores películas de boxeo”, “Boxeo y cine”, “El boxeador”, “Nunca me verás sobre un ring”, “Besos a la luz de la lona”, “Campo del gas”, “El mexicano”, “El boxeador polaco”, “Por un bistec”, “Neutral córner” “Ali”, “Young Sánchez”… de escritores como Ignacio Aldecoa, Jack London, Francisco Ayala, Manuel Alcántara, Eduardo Arroyo, José Luís Garcí, Davis Miller, Ernest Hemingway…, son una muestra inequívoca de mi fervor por este deporte al que no se llama juego. Fernando Vadillo era natural de Armentia (Álava), como boxeador en el peso ligero realizó veinte combates, ganándolos todos menos uno. Su conocimiento del mundo del boxeo le facilitó el ingreso como Jefe de la sección dedicada a este deporte en el rotativo Marca, desde donde pasó al As en 1967. Durante casi medio siglo fue el redactor y la voz del boxeo patrio, escribiendo por las noches, después de los combates, cuando la gente dormía y los idealistas soñaban. Hace escasas fechas el maestro José Luis Garci publicaba “Campo del gas”, un libro maravilloso en donde definía a Vadillo de esta manera tan categórica: “Vadillo, fino estilista, de Vitoria”; por ello esta publicación quiere rendir homenaje a este irrepetible, Sergio Núñez Vadillo

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valeroso y memorable personaje que narro la edad de oro del boxeo español con enorme talento y pasión. La pasión de Vadillo por el boxeo le llevó a escribir la novela “Doce cuerdas”, dos ensayos y las memorias de su amigo y camarada Paulino Uzcudun, además obtuvo el galardón de “mejor periodista del mundo en lengua hispana” otorgado por la WBC, Consejo Mundial de Boxeo, en 1986. Si algo nos une a este prolifero autor aparte de compartir apellido, Vadillo, de origen castellano, es que los dos también compartimos sobrenombre en nuestra propias novelas, la mía “Contra las cuerdas”, de ahí que tuviera especial interés en recopilar este ejemplar que durante tanto tiempo se ha resistido a formar parte de mi colección. Ahora ya ocupa el lugar primordial que se merece. El autor de “Doce cuerdas” escribía con una pluma muy solemne y poética, sus renglones estaban cargados se sentimentalismo y compasión por unos peleadores y un deporte al que no se juega, nadie juega a boxear. Pues como decía el gran Archie Moore: “muéstrame un boxeador que no tenga miedo, no existe”, “por eso son tan valientes”, aunque esta frase final la decía Vadillo. Un personaje con gafas oscuras, gabardina, espigado, caminar placido y trato correcto, nada de provocaciones ni medias palabras, muy en la onda de Humphrey Bogart en “más dura será la caída”; un autor que escribía ciertas palabras, que suscribo totalmente, en mayúsculas: VALOR, HUMILDAD, FIDELIDAD, FE, PATRIA, AMISTAD, HONOR, DIGNIDAD, SACRIFICIO, RELIGIÓN, RESPETO… palabras sagradas e inmutables en el tiempo pero hoy olvidadas en sustitución de la era digital, el low cost, lo rápido, la cobardía, el antojo, la traición y el no saber esperar. Cabe destacar una de las frases más celebres y mayormente utilizadas por Fernando Vadillo en sus crónicas y que se ha llegado a popularizar nuestro querido Jaime Ugarte en sus narraciones televisivas: "Le entró la derecha, limpia como una mañana de primavera". Espero y deseo también que este bello libro entre en mi mente y alma de esta manera tan categórica que relataba este genial personaje. La novela se desarrolla en el Madrid de la posguerra, en una época de pobreza y depresión en el que el boxeo representaba para muchos su única oportunidad: “El boxeo crecía en Madrid a la sombra del suburbio. Los miserables, los desarrapados, los que rinden culto a la fuerza, los que no poseen otro patrimonio que el de la carne, los vanidosos, los audaces…, toda una fauna ávida de gloria bullía en torno a las malolientes salas de entrenamiento.” Es en este escenario donde el entrenador y mánager Martínez descubre a Ernesto “Kid” García, un prometedor peso welter al que acoge bajo su protección. Pero el comienzo es duro: al principio entrenan en un “destartalado garaje de carretera”, luego en la trastienda de la taberna “Las Delicias”, regentada por un matrimonio desavenido y frecuentada por unos parroquianos de lo más variopinto, y finalmente, cuando despega la carrera profesional de “Kid” García, en un gimnasio de la calle León.

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Gracias a su talento, la carrera de Ernesto se cuenta por victorias. Así llega el momento de pelear por el campeonato de España contra el veterano Theo Villaseca, un rival al que “Kid” se verá obligado a propiciar un severo castigo del que Theo ya nunca se recuperará. Tras la victoria vienen la fama y el dinero, acompañados también del remordimiento por haber dejado “sonado” a su colega. A partir de ahí, “Kid” inicia una gira por Sudamérica a la vez que sucumbe a la tentación de vida nocturna, las mujeres, la bebida, el juego y los coches deportivos. Esa conducta canalla y la relajación en su entrenamiento le pasarán factura a la hora de defender su título ante “Young” Frutos, un joven ansioso por jubilar al viejo “Kid” Garcia, en un último y emocionante combate. Cuentan quienes lo han vivido que cuando un boxeador es noqueado en los últimos asaltos solo recuerda después del combate ligeros aspectos de la contienda, como la salida al ring, el primer asalto, la expresividad del rival, el rugir del público, algún golpe… todo muy ambiguo y místico; pero si es noqueado en los primeros asaltos, no recuerda absolutamente nada del combate. Aunque por muchos golpes que te lleves sobre el cuadrilátero, son peores los golpes que te dan en la vida diaria, porque sobre el ring sabes quién es tu oponente y los golpes bajos están prohibidos, en la vida real no sucede lo mismo. El boxeo ofrece un sin fin de episodios que solamente las 16 cuentas pueden brindar: y es palpar y sentir el verdadero significado de la esencia de vivir, en donde los sentimientos, el esfuerzo y la pasión son simplemente una excusa metafórica de la lucha que todos sufrimos diariamente. Así de simple. Hoy puedo palpar y saborear este maravilloso libro con dulzura y emoción, pues mientras disfruto de su lectura me permite viajar a otros tiempos, a esos años dorados del boxeo español, esos tiempos en los que un boxeador se admiraba como si fuera un héroe; se le respetaba, los niños querían ser boxeadores de mayor y la naturalidad, el Valor, el Esfuerzo, el Honor, el Respeto, la Humildad, la Disciplina, la Superación... Eran valores inherentes al ser humano. Es por ello que el boxeo tenía sentido. Es como si viajara con la lectura de “Doce cuerdas” a los tiempos de "Campo del gas" en la famosa calle del gasómetro, en donde en el verano madrileño se ofrecían todos los viernes veladas de boxeo y lucha a pequeños y mayores. Y por un instante pude revivir en primera persona esos tiempos pasados de olor a linimento, embrocación, cuero rancio, humo de habano, licores amargos..., y, sobre todo, de drama y dolor. Tras la lectura, cierro los ojos añorando esas épocas y la nostalgia me aflige porque la autenticidad de esos tiempos ya no tienen cabida en la sociedad actual, si bien, mi mente y mi espíritu se mantienen impertérritos porque saben que cuando lo deseen podrán viajar y revivirlo simplemente levantando la solapa de este libro y leyendo los pasajes memorables de esta novela cargada de sentimentalidad pugilística, cuyo protagonista principal es el majestuoso y legendario cuadrilátero. Pero como si un episodio de la serie “El ministerio del tiempo” se tratara, al cerrar el libro vuelvo a la realidad actual, al transcurrid de los días; si bien el pensamiento y la meditación vuelven a mí armonía para interpretar lo aprendido con la lectura de este Sergio Núñez Vadillo

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libro. Y es que leyendo los párrafos de Fernando Vadillo he podido entender muchas cosas, y si con algo me quedo es que aunque aquella etapa de nuestra historia era muy distinta a la actual, el comportamiento y actitud de muchos de sus protagonistas continuó siendo la misma con el paso del tiempo, pues no dejaron perturbar su personalidad, no se dejaron vender por el poder, por lo rápido e insustancial, lo inmediato, el capricho, el antojo, la envidia, el camino fácil, el mínimo esfuerzo, el engaño, el egoísmo, la traición, la cobardía, el deshonor, la deslealtad… siguieron siendo fieles a unos valores e ideales auténticos y verdaderos, y, sobre todo, mantuvieron esa actitud comprometida con su manera de ser, pues al fin y al cabo, es una de las pocas formas de sentirse uno libre, porque parafraseando al protagonista principal de mi novela, Pelayo: “no es lo mismo tener libertad que ser libre”; continuaron manteniendo la ilusión por cada día, soñando con nuevos retos, renovados propósitos, desafiando al mundo moderno, poniendo pasión en todo lo que hacían, disfrutando de un nuevo amanecer, añorando la primavera, sabiendo esperar el momento, pacientes y sacrificados, mostrando generosidad al prójimo, persiguiendo el bien común sin miedo a nada y a nadie, y nunca perdiendo el sentido de la realidad sin olvidar sus raíces e identidad. Como dijo el pensador italiano Julius Evola: “Mantenerse en pie en un mundo en ruinas”. Quiero terminar esta narración alabando la figura de Fernando Vadillo, su obra literaria, su carrera como redactor boxístico y su gesta como divisionario. Por todo esto pienso que tanto él como otros tantos héroes como él fueron y son El Quijote de nuestros días: “… Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho. Los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones. Nuestros enemigos más fuertes, el miedo al poderoso y a nosotros mismos. La cosa más fácil, equivocarnos. La más destructiva, la mentira y el egoísmo. La peor derrota, el desaliento. Los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor. Las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén…”

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DE LA ENCRUCIJADA AL CUADRILÁTERO Se suele decir que cuando menos te lo esperas la vida te sorprende con experiencias que nunca esperabas, o te hace participe en acontecimientos únicos e inolvidables que marcaran el resto de tu vida, o, como en mi caso personal, encuentras el significado de la esencia de vivir después de muchos años de búsqueda. La historia que se narra a continuación está basada en hechos reales y, posiblemente, numerosos lectores lo puedan extrapolar a temas particulares que, en muchos casos, no se atreven a contar, porque los seres humanos perdemos mucho tiempo por no decirnos las cosas, ya que las cosas más importantes de la vida son las que no se dicen. Pues bien, el 6 de septiembre de 2014 el boxeador español Kiko Martínez ponía en juego su corona de campeón mundial del peso super-gallo versión IBF en Belfast frente al púgil local, el aguerrido Karl Frampton, y yo me disponía a viajar en solitario a Belfast para presenciar ese histórico y memorable combate a celebrar en los astilleros del Titanic. Es posible que algunos lectores conozcan mi gran pasión a este deporte al que no se llama juego y de todo lo que le rodea, así como mi admiración por Kiko “la sensación” Martínez, al que sigo desde su proclamación como Campeón de Europa en la Cubierta de Leganés, o la defensa oficial del título de Cto. Del Mundo que hizo en Elche, a ambos combates asistí en directo a presenciarlo y vivirlo. Aunque esta ocasión era diferente, ya que era en Irlanda del Norte y tenía que ir solo, por lo que reflexioné con calma y tras mucho analizar la situación me decidí a viajar, pues era una ocasión única y las vivencias que podía disfrutar iban a ser inigualables. Y así fue como en julio saque los billetes y la entrada por tictacticket de United Kingdom. Al llegar la fecha del viaje de ida los nervios empezaron a hacer mella en mi cuerpo débil de maratoniano, pero con lo días fueron decreciendo tras observar por la prensa la expectación que había causado el combate. Además, llevaba tiempo deseando visitar Belfast, al ser una ciudad plagada de historia y conflictos civiles, para ello me leí un libro que contaba con detalle la ocupación Británica de la isla y las luchas civiles que han existido y existen en la actualidad. Y como el destino es caprichoso, me acordé que la hermana de un amigo talaverano vive allí con un chico autóctono, ya que al realizar en Belfast los estudios de Erasmus conoció a un chico del que se enamoró y desde entonces son pareja. Por lo que hablé con mi amigo para que su hermana me aconsejara cosillas de la ciudad, así que mensajeándome con ella se ofreció para ir a buscarme el día de llegada y pasear por la ciudad, a lo que accedí sin problema. Paralelamente por medio de un conocido me facilitó el teléfono de Sergio Núñez Vadillo

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Gabi Sarmiento, que es el entrenador de Kiko, para que le llamara una vez que estuviera allí para que me dijera el hotel donde estaban alojados y así poder visitar al campeón y saludarle. Estas dos formidables noticias hacían que, incluso antes de viajar, la experiencia prometía grandes emociones. Siempre he dicho que no se sí realmente, fui yo quien descubrió el boxeo o, por el contrario, fue el boxeo quien me descubrió a mí. Lo cierto es que desde que empecé a practicar este deporte al que algunos denominan “el noble arte” no he podido despegarme de él desde entonces, entrenando, asistiendo a veladas, informándome, viendo películas, leyendo libros y escribiendo. Tiene fama de “violento” pero el boxeo es algo más que un simple deporte, es un estilo o forma de entender la vida. Todo aquel que nunca se haya subido a un cuadrilátero no puede saber lo que es el deporte de las 16 cuerdas. Sacrificio, honor, valor, esfuerzo, pundonor, disciplina, fidelidad… estos son los valores primordiales de mi deporte, es por ello que la persona que no posea estos principios, por supuesto que no le gustara el boxeo, sino otros deportes de los llamados mayoritarios que gustan a todo el mundo. Un día oí decir que “la vida es como el boxeo, das y recibes golpes”, y lo cierto es que esta frase es verdad, en la vida como en el boxeo se reciben multitud de golpes, aunque los golpes que más duelen son los que da la vida. No es más fuerte el que no cae, sino el que antes se levanta porque te tienes que levantar aunque te hayan tumbado y nunca tirar la toalla. En el mundo del pugilismo los boxeadores son campeones aunque nunca se hayan subido a un ring, porque en muchos casos han ganado el combate de la calle. En la vida como en el boxeo es más importante no encajar golpes que golpear al rival, de eso se trata, de provocar al rival, esquivar sus puños, mantener la distancia, la guardia siempre alta, ser noble, y en el momento que el rival se descuida, golpear. Aunque “hostias” las da cualquiera, pero eso no es boxeo. La vida tiene varias etapas, en boxeo son asaltos; llega el momento de la madurez, en boxeo se pasa de amateur a profesional; se empiezan a tomar decisiones importantes, en boxeo se eligen los combates o se disputan campeonatos; en la vida te llevas alegrías, en boxeo victorias; también sufres desilusiones, en boxeo derrotas; a veces tienes momentos de debilidad y piensas en dejarlo todo, en boxeo piensas en tirar la toalla; aunque hay un hecho muy paradójico y significativo: en boxeo tienes que luchar contra el rival, a pesar de que el auténtico rival es uno mismo. En la vida hay que luchar contra nosotros mismos y contra muchos rivales. Sergio Núñez Vadillo

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Y por fin llegó el día del viaje. Amanecí muy temprano en Talavera para coger el autobús que me llevará a Madrid y continuar con el metro hasta Barajas. No espere mucho a la hora de entrar a embarcar debido a que llevaba la tarjeta de embarque impresa y, nada más entrar en el avión, viendo la apariencia de los compañeros de vuelo, aprecié que era el único que iba a ver el combate, lo que me convertía en un privilegiado. Durante el trayecto lo ocupé en seguir leyendo el libro sobre Irlanda que me informaba sobre monumentos de obligada visita, aunque a mí lo que más me interesaba eran los barrios católico y protestante por el elevado contenido emocional e histórico que contemplan. Y llegué a Dublín, capital de Irlanda, ahora lo que tenía que hacer era pillar un billete de autobús para ir a Belfast, y así fue, había mirado por internet donde se compraba el billete y salida del bus, por lo que, de momento, estaba todo controlado. Mientras esperaba un señor de avanzada edad que pululaba por allí me hizo varias preguntas sobre mi procedencia e intenciones de visitar la isla irlandesa, y en un discreto ingléstalaverano me defendí, pero lejos de pensar que el anciano se fuera resultó que estaba al día del combate de boxeo y no se fue hasta que llegó el bus. Fui nunca mejor dicho “salvado por la campana”. El trayecto de 2 horas de Dublín a Belfast fue realmente maravilloso, verdes praderas inundaban todos los parajes, valles y colinas plagadas de vegetación y frondosos árboles, rebaños de ovejas y manadas de vacas pastaban plácidamente viendo pasar el tiempo imperturbable a su alrededor. La llegada a Belfast estuvo plagada de magnetismo y magia, pues empezó a llover levemente con esa lluvia ligera típica de Irlanda y el bus tránsito por una calle próxima al barrio católico y pude ya apreciar extensos murales con banderas y leyendas que alababan la lucha armada. Verdaderamente estaba en una parte de Europa muy distinta a la convencional. Al llegar a la estación cogí en la oficina de información un plano de la ciudad para localizar el hotel donde me hospedaba y, seguidamente, llamé a Gabi Sarmiento con la intención de que me dijera donde estaba alojado Kiko para poder saludarles. Y así fue, me dijo el nombre el hotel y allí me presenté. Llamé a mi contacto talaverano para que nos viéramos y me dijo que se acercaba al hotel donde iba a conocer de primera mano al campeón. Tras esperar unos minutos que terminaran de comer me acerque a Gabi para decirle que era el chico que le había telefoneado y muy amablemente me presentó a Kiko. Nos estrechamos la mano y mientras nos hacíamos una foto le dije que le iba a traer suerte porque había ido a verle en Leganés y Elche y en estos dos combates había ganado, por lo que esta vez sería igual. El campeón me contestaba con monosílabos, señal inequívoca

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de su concentración. Al despedirnos me saluda calurosamente y me dice que espera no defraudarme. Al rato llegó mi colega talaverana y nos dispusimos a pasear por la ciudad, conocer los astilleros del Titanic Quarter en donde se disputaría el combate, visitar la Catedral, el Ayuntamiento, tomar “pintas” y hacer el checking en el hotel. Luego junto a su pareja cenamos comidas típicas de allí y me llevaron en coche a visitar los barrios católico y protestante. Una experiencia impresionante por el elevado contenido histórico de esas zonas de la ciudad antagónica y endogámica. El sábado 6 de septiembre era el día señalado, aproveché la mañana y parte de la tarde para pasear y conocer en solitario la ciudad y percatarme que toda la población estaba volcada con el combate, algo envidiable, mucha publicidad adornaba las calles y los viandantes se agolpaban en los escaparates para ver en las pantallas informativas los videos promocionales de la velada. Era un día de fiesta en Belfast. Salí pronto del hotel en dirección al Titanic Quarter, ya que tenía el justificante de la compra de la entrada por internet y tenía que canjearlo y no quería que hubiera problemas. Una vez en los aledaños de los astilleros el público irlandés llegaba en masa al recinto y el ambiente y olor a boxeo iba apoderando mi cuerpo excitado por momentos. Eso sí, ni rastro de españoles, llegué a pensar que era el único español que estaba por aquellas lides. Una vez canjeado el justificante por el ticket oficial procedí a entrar al recinto construido para la ocasión, ya que se esperaba 16.000 asistentes al estadio, y como no había ningún pabellón en la ciudad con ese aforo, construyeron una instalación solo para este día. Al entrar al espacio fue una experiencia apasionante a la vez que asombrosa, miles y miles de butacas rodeaban el cuadrilátero que estaba cubierto por 4 torres de truss. El ring se encontraba en el centro de la instalación efímera mimado y ensalzado como si fuera el altar de un templo religioso. El misticismo y la liturgia se apoderan de mi mente. Me quedo en blanco contemplando tan grandioso escenario cargado de misterio y magia. La sensación en aquel preciso instante era como si accediera a un estudio de cine, cerré los ojos por un momento para imaginarme la escena que estaba a punto de presenciar: ese ring luminoso, rodeado por una ferviente muchedumbre; ese humo pesado flotando sobre la escena; esa tremenda tensión que precede al gran combate, el duro choque cuerpo a cuerpo, el olor a linimento, el público tembloroso, la furia sobre el cuadrilátero, la esquina con su peculiar taburete, el sonido del gong, las 16 cuerdas… y tantas y tantas singularidades que únicamente se pueden disfrutar alrededor de un cuadrilátero y que se pueden aplicar también a la vida, porque el boxeo es una metáfora de la vida, o al revés, la vida es una metáfora del boxeo. Sergio Núñez Vadillo

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Abrí los ojos y por un instante una leve brisa marina golpea mi cara despertándome de aquel letargo en el que me encontraba inmerso. Me levanto del asiento y me propongo dar una vuelta por los aledaños. Un sinfín de carpas que vendían hamburguesas, perritos y cerveza rodeaban el estadio, así que procedo a disfrutar de una pinta Guiness mientras paseaba ensimismado con el ambiente que allí se estaba congregando. Los combates empezaron a la hora prevista, la inmensa mayoría eran púgiles locales o de las islas de pesos pluma, ligero y welter. La pelea de fondo estaba programada a las 23:00 horas y eran las 20:00 horas, así que me dispuse a disfrutar los máximo posible del momento. Para ello me acerqué a la salida de los boxeadores para contemplar ese momento mágico que acompañados por su guardia pretoriana, los boxeadores al compás de su canción preferida acceden al cuadrilátero entre emociones y aflicciones. Además me hice una foto con Sergio “maravilla” Martínez que es el promotor de Kiko, de esta manera, verifiqué que no era el único español en el recinto, ya que oí hablar castellano a más gente. La hora de inicio del combate se aproximaba y cada vez iba llegando más gente que aprovechaban para tomar “pintas” antes de sentarse en su butaca. Yo seguí pululando por toda la instalación para empaparme sobradamente del ambiente y su sabor a velada histórica, hasta que la noche cayó sobre Belfast. Antes de que se iniciará el combate de semi-fondo, que precede a la gran pelea, me senté en la fila 20 a escasos 25 metros del ring, intenté localizar mirando a los lados a algún español, pero únicamente encontré 16.000 norirlandeses enfervorizados que cantaban al unisonó consignas coléricas a favor de Frampton. A mí me daba lo mismo, estaba solo ante el peligro, si bien en peores batallas había peleado. El ambiente era feroz, urdido contra Kiko. Aquí no hay compañeros. Nada. Tú solo. Hay riesgo de lesiones y de golpes graves, es algo más que un simple deporte, a pesar de su estricta reglamentación. Atacar y defender, defender y atacar en un ring de 6 por 6 rodeado por 16 cuerdas. Fuerza, velocidad, inteligencia y entrenamientos que exigen un sacrificio atroz. Y hay veces en que sin lanzar un solo golpe también puedes ganar la pelea, como le ocurrió al gran Willie Pep, que venció a Graves a los puntos fintando. En boxeo el principal rival es siempre uno mismo. Se pelea en el gimnasio contra el saco, en el pesaje contra la báscula y sobre el ring contra el rival, pero siempre hay un denominador común: la soledad. Ringo Bonavena decía que, cuando suena el gong, “te quitan hasta el banquito”. Ahí es cuando el púgil se queda solo, pero no lo estuvo antes. En la esquina de Kiko Martínez hay un entrenador, Gabriel Sarmiento, que entre asalto y asalto le ensancha el elástico de sus pantalones de boxeo. Su hermano Pablo Sarmiento se ocupa de la botella del agua, del protector bucal y los cortes (cutman), y un tercero vigila todo lo que está haciendo el aspirante. Un cuarto individuo, el manager, en este

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caso Sergio “maravilla” Martínez, es quien sigue desde la silla de ring los pasos de su pupilo. Pero el ritual empieza mucho antes cuando comienzan a vendarle las manos y ayudarle a vendarse. Después, una sesión de manoplas servirá para calentar al Campeón. Y antes de empezar el combate el juez de la Federación Internacional y el árbitro visitan a ambos púgiles para verificar el vendaje y recordarles la normativa. Seguidamente, los tres hombres seguirán a Kiko hasta el cuadrilátero lentamente mientras el público encolerizado anima a Kiko para llevarlo junto a su canción favorita a las postrimerías de la “tarima brava”, en donde al subirse su entrenador encoje las cuerdas para que su púgil acceda al cuadrilátero. Cada uno de sus ayudantes tiene una misión: cuando termine cada asalto, sus manos se moverán frenéticas durante los sesenta segundos de intermedio para colocarle el taburete, otro le tirará de la cintura de los pantalones del campeón para ayudarle a respirar, se le limpiará la cara con almohadillas esterilizadas, le sujetarán el protector bucal, le darán de beber, escupirá, secaran su sudor, le moverán aire con movimientos de toalla y aplicaran sales aromáticas a la nariz si está grogui. Y todo esto mientras el entrenador normalmente intenta animarlo, indicarle lo que está haciendo mal, y a menudo le dice que está perdiendo si va ganando o ganando si va perdiendo. A veces lo que se dice en el rincón durante o antes de la pelea ejerce un efecto sorprendente en el desarrollo del combate. Y llegó el combate de fondo que todos estábamos esperando. Yo permanecía impertérrito en la silla haciendo fotos a todo lo que merecía la pena. El speaker empezó con las presentaciones, en primer lugar el campeón, Kiko Martínez. El público encolerizado empieza a abuchear al español, mientras yo permanezco inmóvil de pié. Esa mezcla de miedo y nerviosismo de adrenalina y sudor de gloria y fracaso se apodera del boxeador y, por ende, de mí. El boxeador no siente miedo antes de salir a pelear no es exactamente eso. No siente miedo al dolor de los golpes, los golpes no duelen, más duele el fracaso de la derrota. Ha llegado el momento. Alguien se acerca lentamente para dar la señal de salida al luchador; eso es como pulsar el botón que acciona y desata el vendaval personal del que lucha por resurgir, solo añora poder tocar el cielo vagamente con las yemas de sus castigados dedos privilegio propio y merecido que una y otra vez injustamente le ha dado la espalda. Aunque de cierto modo ni siquiera tiene claro si quiere hacerlo por él mismo o por acallar murmullos inconfesables y ajenos que con insanas intenciones puedan clavarse en su pecho dejándole malherido o funesto. Con sus guantes correctamente colocados por sus espaldas le es acercado un batín de seda hasta los pies. Enfila el lúgubre pasillo que le conducirá al ring, metros interminables hasta la luz, el bullicio y su Sergio Núñez Vadillo

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destino. Es ahora cuando miles de sensaciones y pensamientos irrepetibles le asaltan como un huracán a una velocidad fulgurante que le hace imposible llegar a asimilarlos y comprenderlos todos. Camina rodeado mientras tira sus manos para desentumecerse, probarse y auto-convencerse de sus posibilidades. Cree que ganará como lo cree siempre hasta cuando sabe que perderá. Eso es boxeo. Creo que las sensaciones vividas por Kiko en su salida camino del ring fueron las mismas que tuve yo: estábamos solos en el abismo. Y salió Frampton envuelto en un ambiente ensordecedor que me cautivó por momentos. Una vez todos los actores sobre el ring, esperaba que sonaran los himnos, pero no fue así debido a la división entre la colérica población norirlandesa fragmentada entre unionistas y soberanistas, así que me quedé con las ganas. Los dos boxeadores y el tercer hombre se quedaron solos en el ring, el combate estaba a punto de empezar. Me persigne en señal de respeto y emoción por lo que estaba viviendo y deseando que Kiko ganara, porque me sentía participe de aquella contienda. En el primer asalto, Kiko salió más tranquilo que de costumbre, estudiando a su rival sin realizar su habitual presión. Mientras, Frampton trataba a impedir que el es pañol acortase la distancia para imponer su “jab” y su mayor longitud de brazos. Sin embargo, en el segundo el alicantino ya se lanzó más a tumba abierta y protagonizó varias combinaciones de mérito ante el norirlandés, que no perdía la cara a la pelea. Yo me mantenía impasible en mi silla moviéndome levemente asemejando al púgil que observaba con atención intentando esquivar los golpes del rival y animando en la larga distancia a mi querido boxeador. Por momentos parecía que yo era el que estaba sobre el ring, ya que lanzaba algún puño y hacía esquivas desde la butaca, e incluso, en algún momento me levanté lanzando mi “jab” de izquierda, ante el asombro de mis compañeros de silla. La gran diferencia es que Kiko peleaba contra Frampton, y yo peleaba contra mi sombra o, mejor dicho, contra mis propios rivales. En el tercero, Frampton recuperó el control de las acciones y frenó los ataques del español, que seguía concentrado en golpear abajo aunque recibió una derecha bastante dura. El problema es que ya había pasado cuatro asaltos y el aspirante se encontraba muy cómodo, manejando su “jab” de izquierda y manteniendo a raya al español, que en su intento de no ir de manera alocada a por su rival, había dejado escapar ya un tercio de la pelea.

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Los descansos de un minuto entre rounds aprovechaba para fotografiar escenas que se estaba dando a mi alrededor, como que un niño típico irlandés imitaba a su ídolo soltando golpes al viento, en España está prohibido que los niños menores de 18 años accedan a ver Boxeo, en el resto de Europa está completamente permitido. El quinto estaba siendo favorable a Kiko, en la recta final una derecha de Frampton lo pilló mal posicionado y se fue a la lona. En ese momento me levanté inconscientemente y grité un ensordecedor ¡vamos Kiko! Ante la perplejidad de la gente de mi alrededor. Una vez en el asiento repasaba mentalmente todas las peleas del púgil alicantino y esperaba con fe su reacción. En boxeo aunque vayas perdiendo claramente a los puntos, puedes ganar en el último asalto de un golpe certero. Kiko se levantó antes de que la cuenta de protección del referee llegara al número 5, me acordé de aquel fatídico día del gimnasio Jocar en donde después de 6 asaltos un púgil me golpeó contundentemente en el hígado y caí a la lona entre graves dolores y quejidos y perdiendo el escaso aire que me quedaba. En boxeo como en la vida no gana el que más fuerte golpea, sino el que antes se levanta. Los asaltos iban cayendo de mano del norirlandés y pese a su excelente juego de piernas, “El Chacal” ya no estaba tan rápido y “La Sensación” le colocó una excelente derecha a comienzos del octavo y, aunque no encontró más golpes de mérito, posiblemente también lo ganó. En el noveno asalto abandono mi silla y me ubico en una posición de pie, debido al estado de excitación en el que me encontraba inmerso, era un sinfín de sensaciones y emociones divergentes todas ellas en el cuadrilátero que tenía justo en frente. Miraba al cielo estrellado esperando que el martillo de Thor descendiera del Walhalla para golpear a nuestro oponente y así ganar la batalla. Aunque realmente he de confesar que cada golpe que recibía Kiko se asemejaba a una bofetada que me había dado la vida en algún momento. Si algo bueno tiene el boxeo es que están prohibidos los golpes bajos, en la vida no es así. A falta de tres asaltos la pelea estaba perdida a los puntos y había que confiar en la pegada de nuestro campeón. En el décimo se vivieron los mejores momentos para Kiko. Frampton parecía tocado tras dos buenos golpes a la zona de flotación, pero volvió a reaccionar con otra derecha que no fue suficiente para equilibrar el asalto. Todo corazón, Kiko tampoco pudo encontrar el golpe definitivo en el último y perdió con total justicia a los puntos por unanimidad (119-108, 119-108 y 118-111). Abandoné el estadio con tristeza por la derrota del español. Caminaba cabizbajo por los astilleros del Titanic Quarter rodeado de una manada de norirlandeses que en su idioma cantaban consignas a favor de “el chacal” y vítores típicos de la isla verde. Aceleré el paso Sergio Núñez Vadillo

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para llegar lo antes posible al hotel y resguardarme de aquel gentío desdichado y provocador. Caí rendido después del día épico y memorable que había vivido. Una vez en la cama del hotel repasé todos y cada uno de los momentos que acababa de disfrutar en ese inolvidable día de septiembre en Irlanda: los astilleros, la entrada al estadio, el ambiente feroz, la salida de Kiko, el ring, Frampton, los golpes, la luz, el cielo estrellado, la guardia alta, el griterío… creo que en los primeros sueños seguía realizando movimientos de cintura y soltando golpes a mi propia sombra esperando una nueva oportunidad para reconquistar el título de campeón. La mañana de vuelta a España la dediqué a dar una vuelta por los aledaños del hotel y hacer las típicas compras de souvenirs. El autobús salía a media mañana para llevarme a Dublín, así que aproveche para conocer el barrio de la estación, muy próximo a la zona protestante. Y al coger una calle veo como en la puerta de un hotel se agolpan varias personas a un tipo para hacerse fotos con él. En ese mismo momento concentro mi mirada y me percato de que se trata de Karl Frampton, el rival de Kiko. Por lo que me acerco con educación y sin tapujos me hago una foto con “el chacal”, el boxeador que la noche anterior ha arrebatado nuestro sueño. Esto es boxeo, el único deporte que es obligatorio que los rivales se saluden en el primer y último asalto. De camino a España volando con Ryanair me doy cuenta de que vuelvo a la cruda realidad, si bien esa quimera de viajar solo, sin compañía, a Belfast a ver boxeo se ha hecho realidad y ya nadie me podrá arrebatar de mi memoria esta bonita experiencia y todas las emociones vividas. Lo que me hace pensar que cada vez que tenemos un pensamiento o un sueño y se puede hacer realidad, no se por qué el ser humano espera a otro momento o lo pospone en el tiempo para realizarlo, cuando en la mayoría de los casos, esa oportunidad no volverá a pasar. La vida da muchas vueltas y no hay que desperdiciar ni un segundo. Todo puede cambiar en un instante, por eso hay que aprovechar cada momento y no hay que aplazar nada, cada minuto hay que disfrutarlo porque puede ser el último. Si analizáramos el tiempo que hemos perdido y desperdiciado en cosas que no importan con personas a quien importas bien poco, seguro que no lo volveríamos a hacer. No vamos a vivir para siempre. Si echas la vista atrás veras que determinados actos son consecuencia de determinadas actuaciones, pero solo siendo valiente y tomando decisiones se puede valorar la vida para ser feliz. No somos nuestro trabajo. No somos nuestra cuenta corriente. No somos el coche que tenemos. No somos el contenido de nuestra cartera. No somos nuestra ropa. Tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos. Esta es tu vida y se acaba a cada minuto. Aprovéchala.

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No es lo mismo “tener libertad” que “ser libre”, pues hay muchas personas que, aun teniendo libertad, no son libres ni felices enredados en sus propias cadenas o en el miedo, sobre todo por el temor a la verdad. Pero todavía queda un halo de esperanza en el valor, la perseverancia y la confianza en uno mismo para lograr los objetivos o sueños que todos tenemos. Si algo he aprendido con el boxeo es que no se combate contra un rival, sino contra uno mismo y sus adversidades, es una manera muy sutil de plantarle cara a la vida y, sobre todo, aprovechar cada asalto, porque puede ser el último, ya que tu oponente te puede golpear y caer a la lona por K.O. En la vida diaria sucede lo mismo.

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ÚLTIMO ASALTO PERSONAJES: Boxeador: PELAYO Entrenador: SAÚL Manager: IMANOL “veneno” Promotor: PABLO “el chatarrero” Árbitro Supervisor equipo contrario Novia: JENNIFER Amigo al móvil: ROBER Médico Voz en off speaker

GUIÓN DE LA OBRA DE TEATRO:

PRIMER ACTO Se sube el telón. Transcurre en el vestuario de un polideportivo multifuncional en donde se va a desarrollar una velada de Boxeo. El vestuario está compuesto por varios bancos pegados a la pared, varias taquillas, poca luz, una camilla en un lateral, un lavabo, un botiquín, baño, ducha. La puerta de acceso se encuentra frontalmente a la visión del público, un cubo de agua que hace la función de escupidero, esponja. Un espejo sobre la pared izquierda.

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ESCENA I PELAYO “entra” en el vestuario llevando una gran bolsa de deporte agarrada con la mano derecha sobre su espalda. Viste ropa de deporte. La luz de la sala está encendida. En la otra mano trae un teléfono móvil, cierra la puerta y tras soltar la bolsa de deporte, se mira en el espejo de forma pensativa y como no reconociéndose a sí mismo, mirándose de forma extraña. Se toca la cara y besa una medalla que cuelga del cuello. Resopla. PELAYO: ¡Va por ti mamá! PELAYO suelta la medalla y consulta el móvil de manera instintiva, hasta que de repente suena el móvil. Unos segundos de silencio… PELAYO: Hola Rober ¿cómo lo llevas tron?... Si aquí estoy en el vestuario, quedan dos horas aproximadamente para que empiece el combate y estoy de los nervios, es mi debut como profesional tío. Estoy hecho un flan. Silencio PELAYO: Pues la verdad es que sé poco, me ha dicho mi entrenador, SAÚL, que es un chico de Bilbao, y que tiene las mismas peleas que yo en amateur pero 2 en profesional. En internet no hay nada suyo y según me he enterado tiene 23 años, así que me saca dos el gañan ese. Le pienso romper la cara. Silencio PELAYO: Sí, quedamos después del combate en la puerta de los vestuarios para ir a celebrarlo, sea cual sea el resultado, y tomarnos una birras que con esto de la dieta estoy canino y me apetece mazo tomar unos tercios. Imagino que después del combate me darán la “bolsa”,600 € para mí, eso es lo que me ha dicho el manager. Silencio PELAYO: Venga tron un abrazo y nos vemos… silencio. Ya tío, lo sé, llevo pensando en ella todo el día. La verdad es que la hubiera encantado ver que hago realidad mi sueño. No pasa ni un día que no me acuerde de ella. Un abrazo cabronazo. PELAYO hace sombra durante unos segundos, finta, suelta golpes al aire y gira varias veces el cuello.

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ESCENA II “Entra” el entrenador por la puerta. Es un tipo de unos 50 años, vestido con ropa deportiva, pelo corto, aspecto callejero, camiseta corta y encima rosario, come chicle, entra con rabia y cierra la puerta de un portazo. SAÚL: ¡Me cago en la puta! Ya empezamos con los líos. Putos promotores. PELAYO: ¿Qué pasa Míster? SAÚL: ¿Pues qué va a pasar? Lo de siempre, que va Pablo que se cree el Don King de Carabanchel va y me dice que no se ha dado bien la venta de entradas y que no puede pagar lo pactado en la bolsa: 600 pavos para ti, 400 € para mí y 200 para el manager… Que 1.000 € para los tres dice el puto “chatarrero”. PELAYO: Joder tío, que me van a partir la cara por cuatro duros, como puede ser tan cabrón, si Pablo es el “Rey de la chatarra” y está forrao. Que más le dará, si esto lo hace para “lavar dinero negro”. SAÚL: Eso todo el mundo lo sabe, que estas veladas las celebran para limpiar el dinero de sus chanchullos y que el boxeo le importa un carajo. No te preocupes, tú vas a cobrar tus 600 pavis, porque has sufrido mucho y has luchado por estar aquí. Los 400 restantes nos lo dividimos entre el manager y yo. PELAYO: Gracias Míster, eres un crack, no sé qué haría sin ti. La conversación se mantiene con SAÚL de pie y PELAYO sentado en un banco. A continuación SAÚL se levanta y ambos se mantienen en silencio. SAÚL pasea y PELAYO pensativo apoya sus codos en las rodillas y mira el suelo. PELAYO: ¿Cómo está el ambiente en el pabellón? ¿Hay mucha gente? SAÚL: Pues lo de siempre, qué se puedes esperar de un promotor chatarrero que nos mete en un tugurio como este, nos intenta tangar dos horas antes del combate… los típicos macarras de barrio, chusma, ciclaos de gimnasio y come-bolsas. La mierda de siempre. Si es que desde que se da licencia de promotor a cualquiera pasa lo que pasa. Me acuerdo antes en las veladas de los viernes en el “campo del gas” que había un ambiente sano y fabuloso. Asistían padres con su hijos, se veía boxeo autentico y los combates estaban bien “casados”. SAÚL: Campo del gas, ¿eso que es? Un campo de fútbol regional, situado entre las calles del Gasómetro, Las Américas, ronda de Toledo y paseo de las Acacias, en ese escenario todos los viernes de verano se celebraba un espectáculo deportivo que parecía trasplantado de épocas olvidadas. Viejos Sergio Núñez Vadillo

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aficionados al boxeo, hombres de edad indefinible y aspecto siniestro, chelis y mujeres vistosas se reunían para presenciar la velada del campo del Gas. Sobre el ring, unos jóvenes se golpeaban por una corta paga, mientras acarician sueños ambiciosos. Fue allí donde conocí el noble arte de pugilismo, no esta cutrez. En fin hijo mío esperemos que la próxima sea mejor. PELAYO: No te preocupes, lo importante es que gane mi primer combate como profesional y no me partan la cara. ESCENA III Suena el móvil de PELAYO, música de Rocky, este lo descuelga. Le llama su novia. PELAYO: Hola preciosa, ¿por dónde andas? Silencio PELAYO: Estoy en el vestuario con SAÚL, y algo nervioso por la situación ¿tú estás ya de camino? Silencio PELAYO: Entendido, cuando llegues a la puerta da tu nombre porque lo tiene el “machaca” de la puerta. Estás apuntada en una lista de invitados, te dará una acreditación y cuando entres al pabellón puedes venir a verme. Silencio PELAYO: Yo también. ¡Hasta luego!

ESCENA IV PELAYO se lava la cara en el lavabo, a continuación saca una toalla de la bolsa y se limpia la cara. Seguidamente saca todo el material que lleva en la bolsa y lo coloca sobre un banco. SAÚL le mira expectante. SAÚL: A ver, queda hora y media para el combate, vamos a repasar todo lo que te dije del otro rival, luego te toca revisión médica, después empezamos con el vendaje, y tendrá que supervisar el vendaje el árbitro y un integrante del equipo rival. Posteriormente calentamos y que sea lo que Dios quiera. Relájate tío. Silencio.

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PELAYO: Es que me estoy poniendo como un flan, me da la impresión de que no sé qué hago aquí cuando podía estar en casa tranquilamente y no meterme en estos follones cuando lo mismo salgo de este tugurio con los pies por delante o acabo en el hospital. SAÚL: Tú tranquilo que todo va a salir bien, es normal que estés nervioso, es tu debut profesional y vas a pelear sin casco ni camiseta. Veras como cuando subas al ring se te pasan todos los nervios y cuando termines estarás en una nube. Me acuerdo de mi primer combate como profesional. Fue en el viejo pabellón de la ciudad deportiva del Real Madrid, cuando Martín Berrocal era promotor ¡qué tiempos! Yo era un peso ligero como tú muy rápido e impulsivo, mi contrincante tenía tres peleas vencidas por K.O y era de Zaragoza, se llamaba… Félix o algo así. El menda nada más empezar el combate me propinó dos directos que me impactaron de lleno en la cara. Me dejaron algo grogui y los dos primeros asaltos no conseguí darle ni un solo golpe. Tenía mucho miedo pero en el tercer asalto el prenda empezó a confiarse y empecé a meterle manos entre sus puños. Tengo que dar las gracias a mi esquina por sus sabios consejos de fintar y no acercarme a las cuerdas. Gracias a eso no caí por KO, a pesar de que perdí la pelea a los puntos. Lo que aprendía de aquella derrota es que por mucho que golpees, por mucho que te apasione el boxeo, por mucho que sufras, lo principal en mantenerse firme, seguir los consejos del entrenador y darlo todo encima del ring. El boxeo es un deporte que no miente, das una paliza o te la dan, no hay medias tintas ni medias verdades como en la vida. El boxeo es un deporte para valientes. PELAYO: ¿Por qué te hiciste boxeador? SAÚL: Buena pregunta. Silencio SAÚL: Para decirte la verdad no lo sé. Quizás sea una historia muy parecida a la tuya. Se suele decir que detrás de cada boxeador siempre hay una historia. La mía es que eran los años 80 y en mi barrio la heroína se estaba cargando a todos mis colegas. Empecé a fumar canutos y en plata algo de “jaco”, no había otra diversión por entonces, eran los tiempos de la “movida madrileña”, el buen rollo y la OTAN y en Vallecas no había otra alternativa de ocio salvo pegar tirones, robar en estancos y mangar “loros” en los coches. En casa pasaban de mí, mi padre se tiraba todo el día currando en la fábrica de pinturas para dar de comer a mis 4 hermanos y mi madre se preocupaba de mis hermanos más que de mí, ya que yo era el mayo. Me habían dado por perdido cuando a los 15 años dejé el colegio y me metí de aprendiz de carpintero. Curro que deje a los pocos días. Pase por varios reformatorios hasta que tras pegar el palo en una farmacia nos trincaron y pasé en “el trullo” unos meses. Fue allí donde conocí el boxeo y a la salida de la cárcel seguí con los entrenamientos en el gimnasio del Metropolitano. Y lo que es la vida, mi padre fue cuando empezó a hacerme caso, puesto que a él le encantaba el boxeo y cuando era Sergio Núñez Vadillo

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pequeño nos llevaba a todos los hermanos a ver veladas en el “campo del gas”. Si algo tengo que agradecer al boxeo es que me sacara de la delincuencia, me ofreciera un porvenir y me reconciliara con mi padre. ¿Qué te parece la historia? Ya te dije que todos los boxeadores tenemos una. Por cierto, nunca te he preguntado la tuya. Silencio

ESCENA V SAÚL se mantiene sentado mientras PELAYO se levanta y suelta dos golpes al aire y hace con que esquiva. Resopla. Pone los brazos en jarra y con mirada incisiva levanta la cabeza en señal de sentirse inquieto. Da varios pasos, contrae los nudillos y se sienta en la camilla. PELAYO: Pensé que te lo había contado. A ver por donde empiezo… sinceramente fue a raíz de la muerte de mi madre hace dos años. Ya sabes que soy de Villaverde, hijo único, y no conocí a mi padre. Mi madre me decía que nos abandonó al enterarse de que ella estaba embarazada, él era un lio de una noche, se enrollaban a menudo, hasta que ella quedo embarazada y cuando se lo dijo él pasó y despareció. Creo que era de Albacete. SAÚL: ¿Y nunca has querido conocerle? PELAYO: Pues no, un tío que nos abandona antes de mi nacimiento y deja tirado a mi madre es un cabrón y lo único que merece es matarlo, si lo tuviera delante en el ring hoy mismo lo mataba a puñetazos…. Mi infancia fue complicada porque mi madre apenas tenía familia. Vivimos siempre en casa de mis abuelos hasta que ellos murieron de cáncer. Ella trabajaba limpiando portales y oficinas y yo siempre he sido un poco rebelde, me echaban de todos los institutos por meterme en peleas, me encantaba pelearme y meterme en follones, pienso que puede haber sido para llamar la atención. No terminé la ESO y me metí a currar montando vinilos y carteles. Mi madre cayó en una fuerte depresión y yo en vez de cuidarla me dí a la noche y al trapicheo de poca monta. Sabía que ella estaba saliendo con un tipo pero por mucho que la preguntaba no me decía nada. Hasta la seguí un par de veces pero me canse de seguirla, ya que nunca les pillaba juntos. Quizás fuera lo mejor que pasó, porque si hubiera pillado a ese cabrón le hubiera matado. Y hace dos años ella apareció en un hotel muerta por sobredosis de antidepresivos. ¿Seguro que me vas a preguntar que hacía en el hotel? Y según me confirmó la Policía, ella la anterior noche había mantenido relaciones con un hombre y en recepción del hotel dijeron que había tenido una fuerte bronca y sonaron golpes fuertes. Al parecer la versión de “la pasma” es que ella estaba enamorada de él, y este la dejó y como mamá no estaba bien de la cabeza decidió suicidarse. Sergio Núñez Vadillo

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Silencio. PELAYO se levanta de la camilla y se vuelve a lavar la cara. SAÚL se gira y dirige la mirada en su dirección. SAÚL: Vaya PELAYO, que historia más triste, no la conocía, había oído algo pero no sabía que había sido así. PELAYO se limpia la cara con la toalla y suelta tres golpes al aire. Camina. PELAYO: Acabe boxeando pienso porque el boxeo me eligió a mí, porque no fui yo quien eligió el boxeo. En Villaverde algunos chavales participaban en combates de Kick-Boxing en un pabellón de Móstoles y a raíz de que un colega me enseñó a golpear para defendernos de las numerosas peleas en las que me metía, me apunté a un gimnasio de Usera para aprender Kick y al poco tiempo el entrenador me dijo que tenía madera de boxeador, aunque no le hice caso. Cuando murió mamá intente buscar motivaciones para no caer de nuevo en la delincuencia y por eso me apunté a tu gimnasio y te conocí. Pienso que el boxeo lo único que me ha aportado a mi vida es frenar la rabia y odio que tengo hacia mi padre y al asesino de mi madre y quizás el boxeo me sirva para entrenar con la intención de que cuando lo encuentre lo aplaste.

ESCENA VI Suena un golpe en la puerta y al abrir la puerta aparece el manager llamado Imanol, aunque todos le llaman “veneno”. SAÚL y PELAYO se mantienen sentados. “Entra” Imanol. IMANOL: ¡Hola chicos! SAÚL y PELAYO: Qué pasa “veneno”. IMANOL: Está empezando a entrar gente al recinto, y eso que todavía no han empezado los profesionales, si todo sigue así, en hora y poco estas en el ring, eres el primero de los profesionales en pelear. Acabo de ver a tu rival y tiene una mirada que va perdonando la vida. PELAYO: ¿Y eso? IMANOL: Ha viajado esta mañana desde Bilbao y en cuanto acabé el combate se pira de nuevo, este “chatarrero” es que no se gasta un duro en la gente, es un puto negrero. Se ve que el chico está cansado de estas condiciones lamentables y nos quiera liquidar en un asalto para salir volando a casa. De todas formas no te preocupes “pelayito” que a este te lo meriendas en un tris.

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PELAYO: No me toques los cojones “veneno”, no me toques los cojones. Que ya me ha dicho SAÚL que el “chatarrero” nos ha querido guindar parte de la bolsa. Si es que tío me has conseguido una pelea de mierda para mi debut. Un rival que da miedo, que llevas 2 combates por KO en profesional y me das 4 duros por dejarme pegar. Lo único que faltaba era que me dijeras en qué asalto me tengo que tirar. IMANOL: Joder tío que quieres que hagas, el patio está muy mal. Yo aparte de ser tu manager y buscarte peleas llevo a más gente y además soy matchmaker. PELAYO: ¿Y eso que hostias es? IMANOL: Consiste en casar las peleas. Me tengo que buscar la vida como sea, desde que me despidieron de la fábrica no encuentro curro y estos son los únicos ingresos que tengo, y tal y como está el panorama me da a mí que me voy a tener que poner los guantes y subirme a pelear. Y, si no, al tiempo. PELAYO: ¿Cuantas peleas hiciste de profesional? IMANOL: Era peso Welter, entrenaba en el viejo Palacio de los Deportes y llegué a ser aspirante al título de España, pero lo de siempre, mi promotor decía que no estaba preparado, que había que esperar el momento, que no me preocupara… y al final se me pasó el arroz, tuve que empezar a curar, saltarme entrenamientos y las derrotas empezaron a llegar hasta que me noquearon en Valencia y estuve convaleciente tres meses y decidí retirarme. PELAYO: ¿Por qué te llaman “veneno”? (risas) IMANOL: Para serte sincero cuando me echaron de la fábrica tenía que buscarme la vida y por eso volví al boxeo, eche mano de los viejos amigos y me echaron un cable presentándome a boxeadores y promotores. Lo de “veneno” viene porque las primeras peleas que “casaba” eran muy duras y conflictivas y empezaron a decirme que era más malo que el “veneno” porque enfrentaba a boxeadores muy aguerridos y sus combates se convertían en auténticas carnicerías. SAÚL: No si eso me lo creo (risas). A ver PELAYO acércate que vamos a repasar la estrategia del combate.

ESCENA VII Los tres se aproximan a una esquina y se sientan en los bancos. SAÚL: En la vida como en el boxeo, el principal rival es siempre uno mismo. Acuérdate de eso, el boxeo es un deporte al que no se juega, nadie juega a boxear. Así que desde que Sergio Núñez Vadillo

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saltes al cuadrilátero bascula de un lado a otro, no pares de moverte, no te aproximes a las cuerdas, finta, esquiva y cuando veas un hueco golpea rápido, no duro, sino rápido, es mejor en tu debut meter golpes certeros para ganar puntos que soltar golpes al aire. Tú sé conservador, respira, toma la distancia, y no pares de fintar. La vida es una metáfora del boxeo, o al revés, el boxeo es una metáfora de la vida. Sin fe y sin valor se puede perder una batalla que parecía ganada. En boxeo, aunque vayas ganando un combate a los puntos, si bajas la guardia puedes perderlo por KO en el último asalto. En la vida sucede lo mismo, no gana siempre el mejor, sino el que más persiste. Así que aplícate el cuento. IMANOL: Recuerda que tu rival lleva dos peleas como profesional y tiene más experiencia. En este primer combate es importantísimo no caer a la lona, sino ir sumando puntos porque no vamos a ganar por KO, sino a los puntos. Tú tranquilo y sereno y sin miedo. SAÚL: Aquí el “veneno” ha pactado la pelea a 4 asaltos, en este deporte es primordial llegar entero al último asalto, así que no desfallezcas en el intento, haz caso a lo que te digamos en la esquina y si te mete un “truco” duro, respira, respira y agárrate a él, eso siempre hay que hacerlo, si te ves contra las cuerdas, agárrate al bilbaíno para hacer tiempo. PELAYO: Entendido. IMANOL: Según le he visto, el tipejo este es un pelín más alto que tú, por lo tanto vais a pelear en la larga distancia, por lo que más quieras no entres a pelear en la distancia corta, tú golpea seguro y utiliza el “jab” para marcar, abrir distancia y prepara un directo certero. PELAYO: Joder pues sí que es difícil esto. Si lo sé me dedico a la petanca. (Risas) SAÚL: Bien, relájate un poco y que “veneno” vaya a avisar a los jueces que en 30 minutos empiezo a vendarte para que vengan a supervisarlo.

ESCENA VIII Los tres se levantan, “se retira” IMANOL por la puerta y el resto se mueven por el vestuario. PELAYO pone música en el móvil y SAÚL revisa el material de vendaje. Suena la puerta. SAÚL: ¡PASA! Sergio Núñez Vadillo

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En ese momento “entra” JENNIFER, la novia de PELAYO vestida como una barriobajera “choni” de extrarradio. JENNIFER: Hola mi vida, ¿cómo estás? Se dan un beso en la boca de unos 5 segundos. PELAYO: Ahora mejor, se ha ido el pirata de “veneno”, no aguanto a ese tipo, es un caradura y una sanguijuela. JENNIFER: Imagino que estarás de los nervios. PELAYO: Puffff, ahora que estás aquí mucho mejor, pero no paro de acordarme de mi madre que en paz descanse. Se hubiera sentido orgullosa de mí, de ver hasta donde he llegado y que he dejado la mala vida de una Santa vez. Qué pena la verdad que no esté aquí para verlo. Voy a pensar que mi rival es el cabrozano de mi padre o el cabrón que la mató y les voy a fulminar. JENNIFER: No te sulfures amor, ya no puedes hacer nada. PELAYO: Eso es lo que más me jode, que no puedo hacer nada, si en su momento en vez de andar por los parques trapicheando hubiera conocido el boxeo o hubiera hecho caso a mi madre o te hubiera conocido a ti, ella ahora estaría aquí sentada. Hay veces que me auto culpo de su muerte y pienso que he sido yo el culpable porque no hice nada por evitarlo. Ambos se abrazan y PELAYO empieza a llorar. PELAYO: Fue culpa mía, estoy solo en la vida, no tengo a nadie (sigue llorando) JENNIFER: No digas eso, me tienes a mí. SAÚL se levanta y se acerca a ambos. SAÚL: PELAYO sabes que también me tienes a mí, eres como el hijo que nunca tuve. PELAYO: Gracias chicos. Ya sé que no estoy solo pero últimamente no paro de auto lamentarme y me maldigo mil veces por no haber cuidado a mi madre. JENNIFER: Tú ahora céntrate en el combate y gana por ella para dedicárselo. PELAYO se besa la medalla que lleva colgada. SAÚL: Hijo mío es normal que estés tenso y te acuerdes de ella, pero lo mejor ahora es que te centres en el combate que es ahora lo que importa.

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PELAYO: Me cago en la puta SAÚL, ¿cómo qué es lo que importa? Lo que te importa a ti querrás decir. Que fuiste un boxeador mediocre y quieres pagar tus frustraciones conmigo. Me metes en este cuchitril penoso a pelear con un púgil mejor que yo, el promotor me intenta tangar, el manager va a su aire y lo único que le importa es que salga vivo de esta pelea para seguir sangrándome. ¿Y dices que no me preocupe? Sabes lo que te digo, que voy a ganar esta pelea por mi madre y no por vosotros, panda de hijos de puta. Silencio PELAYO: Posiblemente fuera mi infancia, el barrio, mis padres o mi educación, el desarraigo o, simplemente, lo único que he mamado desde pequeño. Por más que lo pienso la violencia no me ha llevado a ningún sitio, al contrario, solo me ha cargado de odio y maldad. Ahora estoy pagando las consecuencias o quizás sea la vida la que me ha dado un duro golpe y no mis enemigos. Dicen que la vida es una metáfora del boxeo, o al revés, el boxeo es una metáfora de la vida. Porque es la vida la que me ha noqueado antes de subirme al ring. A pesar de esto mi vida se ha tranquilizado gracias al boxeo, he conseguido ese punto de paz y mesura que buscaba en el boxeo. Ahora descargo toda mi furia y adrenalina contenida boxeando. El boxeo me ha ayudado a encauzar mi vida, sosegarme y esforzarme día a día. Toda esa ira y odio contenido durante tantos años por no poder cambiar el mundo la estoy canalizando con el boxeo y me está ayudando a no ser tan egoísta sino a ser más humilde y respetuoso con el rival. Estoy harto de estar enfadado con la sociedad, el sistema y conmigo mismo. Quiero ser otra persona. Quiero cambiar, y el boxeo me estaba ayudando. Pero no puedo olvidar a mi madre y a esos dos cabrones que la dejaron tirada. Les odio y no puedo evitarlo. Silencio JENNIFER: Ven y dame un abrazo y desagótate ¡anda! Se vuelven a abrazar. En ese momento vuelve a sonar la puerta. “Entra” SAÚL y el médico. SAÚL: Traigo al médico para la revisión. JENNIFER: Yo me voy, un beso cariño y mucha suerte, te quiero, nos vemos luego. PELAYO: Gracias por todo y por aguantarme. JENNIFER “se retira” del vestuario e IMANOL con el médico “entran” dentro. El medico apoya su bolsa en la camilla e invita a PELAYO a sentarse en ella. IMANOL y SAÚL observan el procedimiento a escasos dos metros. MÉDICO: Siéntate aquí que vamos a tardar un minuto. Sergio Núñez Vadillo

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PELAYO se sienta. El médico le toma el pulso, le mira la vista, las orejas, le toca en el abdomen, anota en un papel y le dice que está apto para boxear. MÉDICO: Estas apto para subirte al ring, te recuerdo que el combate es sin caso y que si en algún momento tienes una herida profunda tendré que revisarla sobre el cuadrilátero. No te preocupes que en boxeo no dejamos pelear a gente con heridas, que esto no es una cacería, es un deporte olímpico. PELAYO: Perfecto. MÉDICO: Ahora límpiate esas lágrimas, que no está bien que un campeón llore. IMANOL acompaña al médico a la puerta y ambos “se retiran” del vestuario. SAÚL se mete en el baño. SAÚL: Voy a echar un meo que con tantas emociones se me ha aflojado la vejiga. PELAYO revisa el móvil y escribe varias veces sentado sobre un banco. Silencio VOZ EN OFF SPEAKER: Ya queda menos para los combates profesionales, a continuación vamos con la penúltima pelea de boxeo amateur. Un combate revancha para los dos púgiles. Desde Moratalaz con 61 kilos de peso, del gimnasio Olimpia, entrenado por Arturo Millán, con 21 peleas como amateur…. Sandro “la perlita negra” Durán. Suena música de ACDC. Sale SAÚL del baño. SAÚL: Has oído tío, ya queda menos, calculo que en 45 minutos subimos al ring. Venga vamos a vendarte, luego te doy unas friegas, calentamos y al tostadero. PELAYO: Me parece correcto, vamos a hacer algo porque esto se me está haciendo eterno.

ESCENA IX Suena el móvil de PELAYO. PELAYO: Hola Rober, ¿estás en el pabellón? Silencio Sergio Núñez Vadillo

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PELAYO: Ni idea tío, espera que se lo pregunto a mi entrenador. SAÚL, me pregunta un amigo ¿qué si sabes qué esquina me va a tocar? Que se quiere sentar al lado de la nuestra. SAÚL: Sales el primero, vas a la esquina azul. PELAYO: En la esquina azul me dicen por aquí, a ver si me traes suerte. Silencio PELAYO: Pues tenía dudas de qué canción elegir para mi salida, pero al final he elegido una canción que le encantaba a mi madre, es de Camarón, se llama “como el agua”. Silencio PELAYO: Gracias tronquito, te veo en la esquina azul. Un abrazo. PELAYO cuelga el móvil. PELAYO: Por cierto SAÚL, mi colega Rober me acaba de recordar lo de la canción de salida al ring, a quien se la tengo que dar. La tengo en este pincho. SAÚL: Pásamelo que se lo llevo al disck jockey. SAÚL coge el pincho y “se retira” del vestuario para dárselo al técnico de sonido.

ESCENA X PELAYO se vuelve a quedar solo en el vestuario, algo intranquilo, pasea mirando el móvil, pone en el móvil la canción “como el agua” de Camarón, deja el móvil apoyado en un taburete y se pone hacer “sombra”. Pasados un par de minutos acelera el calentamiento con señas evidentes de malestar. Hasta que “entra” en el vestuario SAÚL. SAÚL: ¿Qué te pasa campeón, estas bien? Silencio. SAÚL: PELAYO, contéstame, me preocupas. Se para la canción. Acto seguido PELAYO coge el móvil y mira unas fotos, SAÚL lo mira con asombro. PELAYO: Hay una cosa que nunca te he preguntado maestro. Silencio. Sergio Núñez Vadillo

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SAÚL: Tú dirás. PELAYO: ¿tú conocías a mi madre? Silencio. SAÚL: Por favor PELAYO céntrate en el combate que es muy importante subir al ring con la mente despejada. Si quieres de lo otro hablamos mañana. PELAYO se enerva. PELAYO: Una leche mañana, lo mismo mi rival me machaca en el ring y no estoy vivo mañana. Contéstame a la pregunta o no peleo. Silencio. SAÚL: Pues… para serte sincero la he visto alguna vez por el barrio, me dijeron en el gimnasio que era tu madre un día que fue a esperarte a tu salida de entrenar, hablé con ella antes de saber que era tu madre, pero simplemente eso… PELAYO: Simplemente eso, ¿estás seguro? SAÚL: Que sí joder. PELAYO: No me mientas, eh, no me mientas. Porque ella me ha hablado de ti varias veces, y siempre que volvía del entrenamiento me preguntaba por ti. Nunca lo daba importancia, pero ahora que pienso, los dos sois de la misma edad, sois del mismo barrio, a ella le gustaba el boxeo y mira que es extraño en una mujer y tú nunca me preguntabas por ella. Silencio. SAÚL: Pero a dónde quieres llegar joder. Que en 30 minutos te subes a un ring tío, déjate de hacer de investigador privado y comerte la cabeza… anda siéntate en el banco que te voy a vendar. PELAYO: Me cago en la puta, me cago en la puta… a ver si vas a ser tú el amante de mi madre y me lo estas ocultando. Dime la verdad o te mato. PELAYO está acelerado y nervioso, se acerca a la taquilla e instintivamente pega un puñetazo a la taquilla. SAÚL: Qué haces, joder, que te vas a lesionar. PELAYO se echa mano a su mano derecha en señal de dolor, grita: ahhhhhh

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PELAYO: Eso es lo único que te importa, que boxee hoy por ti, para silenciar tus frustraciones y olvidar que fuiste un boxeador mediocre. Eres una mierda, yo no te importo nada y mi madre menos todavía. Creo que te alegras de su muerte porque así estoy cabreado y me puedo dedicar de lleno al boxeo. SAÚL: No digas eso, no digas eso… sabes que eres como un hijo para mí. Que nunca te haría daño. Me duele que pienses eso de mí. SAÚL “se retira” del vestuario. PELAYO mientras se agarra la mano y se queja. Al momento Saúl “entra” con una bolsa de hielo que arroja en el lavabo. SAÚL: Anda, mete la mano aquí unos minutos para que te baje esa hinchazón. PELAYO le hace caso y mete la mano derecha. Silencio. Mientras SAÚL supervisa el material de vendaje y la vestimenta del boxeador. Suena la puerta. “entra” IMANOL. IMANOL: ¿pero qué hostias ha pasado aquí? Joder que tienes que pegarte luego en el ring no en el vestuario, SAÚL qué coño ha sucedido. SAÚL: Nada “veneno”, el chico que está nervioso. IMANOL se acerca al lavabo le saca la mano y ve que está hinchada. IMANOL: Me cago en la puta, joder, resulta que os dejo unos minutos y me dicen en el pasillo que se oyen voces del vestuario, vengo a ver qué pasa y me encuentro a mi púgil con la mano hinchada metida en el lavabo y al entrenador diciendo que no pasa nada. Una mierda, aquí pasa algo y no me lo queréis decir. En quince minutos viene el árbitro a supervisar el vendaje, así que vamos a olvidar lo sucedido y ponernos al lio. SAÚL: Campeón vístete por favor. PELAYO saca la mano del lavabo, la seca con una toalla y se acerca al banco donde está su ropa, se viste. IMANOL mientras mira el móvil y SAÚL se mantiene pensativo mientras prepara el material de vendaje. PELAYO se sienta en el banco, SAÚL se siente con la silla del revés y apoya su mano derecha en la parte trasera. Empieza a vendarle con gasas. Suena la puerta. “Entran” el árbitro y un supervisor del equipo contrario. IMANOL les recibe y presenta al equipo suyo. SAÚL: Ya he puesto las gasas, aquí las ves, ahora empiezo con el esparadrapo. Sergio Núñez Vadillo

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SAÚL sigue vendando al púgil mientras el resto lo mira con atención. PELAYO se mantiene indiferente. Mientras lo venda, SAÚL explica cómo se debe vendar a un púgil novato. SAÚL: El vendaje es uno de los rituales más tradicionales del boxeo. Primero se acolchonan los nudillos, que consiste en hacer un colchoncito para proteger los nudillos, porque ahí es donde la mayor parte del impacto va a venir. Cuando se le pega al otro boxeador, los nudillos son los que sufren el impacto de pegada. Por lo tanto yo les hago un colchoncito de protección dependiendo del boxeador, a mis boxeadores con gasa y después que uso como 5 yardas de gasa, 2 para el vendaje y una para el acolchonamiento, uso bastante esparadrapo para protegerles las manos. Me aseguro que tengan las manos aseguradas, no muy apretadas, entonces hago las tiritas de esparadrapo. Cada entrenador tiene una cantidad específica de esparadrapo que les gusta usar. Pero, en verdad, yo no creo que el vendaje de las manos dicta el impacto de la pegada. El boxeador pega o no pega. Todo el propósito del esparadrapo es proteger las manos, y no convierte al boxeador en un mejor pegador. Hay boxeadores que prefieren menos gasa o más esparadrapo, otros que prefieren más gasa y menos esparadrapo, y otros prefieren un acolchonamiento agudo sobre los nudillos y otros no prefieren ese gran acolchonamiento y a veces lo desean noma. He visto el caso que ni los prefieren pues entienden que ese acolchonamiento les quita pegada, porque protege más al boxeador contrario. Hay púgiles que no quieren usar mucha gasa, que les gusta sentirse las manos cuando conectan un golpe. La gasa se usa para proteger las manos, la única variable es la cantidad de esparadrapo que se usa, sólo puede ayudar el impacto un poquito pero al mismo tiempo, solamente se está protegiendo las manos del boxeador, y el vendaje no lo hace mejor pegador. Los allí asistentes se mantenían atentos a las explicaciones del entrenador. Una vez acabado el vendaje el árbitro saca de una bolsa los guantes de boxeo y se los enseña al supervisor del equipo contrario. ÁRBITRO: Estos son los guantes que se usaran en la velada, de 10 onzas de la marcha Charlie. SUPERVISOR: Correcto, a ver si un día los ponéis de otro color que siempre son negros. SAÚL coge los guantes y se los pone a PELAYO, una vez enfundado se atan y las cuerdas se cubren de esparadrapo. SAÚL: Señor árbitro aquí está todo listo, ya puede estampar la rúbrica. El árbitro comprueba los guantes y con un rotulador negro los firma y pone las siglas de la Federación. A continuación SAÚL dice a PELAYO que se levante para que el árbitro le dé las indicaciones oportunas. Sergio Núñez Vadillo

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ÁRBITRO: A ver te informo. Ningún objeto podrá ser llevado durante la competición. Se prohíbe el empleo de grasa, vaselina, ungüentos u otros productos que pueden ser perjudiciales o desagradables para el adversario, sobre la cara, los brazos o cualquier otra parte del cuerpo. La vaselina únicamente se aplicará en cantidad moderada sobre las cejas, pómulos y barbilla. Yo seré el encargado de dirigir en todo momento los combates teniendo la máxima autoridad para anular, parar o descalificar a cualquiera de los competidores. En el caso de que vea que la integridad física o psíquica del competidor se ve afectada paro el combate, lo doy por finalizado y solicito a los servicios médicos. Te informo que podré amonestar o sancionar a los competidores y entrenadores si considera que están realizando acciones antirreglamentarias. Las tres palabras fundamentales son: – ¡”BOX”! indicándoles que inicien o continúen el combate – ¡”BREAK”! poniendo fin a una situación de sujeción de un púgil a su rival o mutua; a éste mandato, cada boxeador dará un paso atrás, reanudando inmediatamente la acción de combate, sin necesidad de ninguna nueva orden. Nunca se empleara esta voz de mando cuando uno de los púgiles se encuentre apoyado en las cuerdas. – ¡”STOP”! ordenando a los Boxeadores que se detengan. La voz de ¡STOP! dará lugar a la parada del cronómetro solamente cuando así lo indique el Árbitro a la Mesa Federativa. Para que el combate se reanude deberá dar la voz de ¡BOX! Tienes que tener cuidado con los cabezazos y si golpeas al rival sin querer o queriendo y este no puede continuar, eres descalificado. ARBITRO: ¿entendido? ¿Alguna objeción? Y te recuerdo que en este deporte están prohibidos los golpes bajos. PELAYO: De acuerdo. Es lo único que me gusta de este deporte, que aquí existen las reglas. En la calle no es así. IMANOL, el árbitro y el supervisor “se retiraran” del vestuario. ÁRBITRO: Mucha suerte SUPERVISOR: Suerte chaval. IMANOL: Vete calentando que en media hora subes al ring. Yo estaré atento cuando acabe la pelea de ahora que va con retraso y te indico cuando sales. Portazo. PELAYO: Joder aquí todo el mundo me da órdenes. Panda buitres. Sergio Núñez Vadillo

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SAÚL: Tranquilo campeón. Te voy a dar unas friegas y a poner vaselina en la cara. Súbete a la camilla. PELAYO le mira con desprecio. Y mientras se sube a la camilla dice: PELAYO: Parecéis a mi madre, todo el día dando órdenes. Cuando no eres tú, es mi novia, y si no “veneno”… estoy hasta los cojones de todos vosotros, como no gane esta pelea dejo esto y punto, y así no tengo que aguantar a nadie. SAÚL: No digas eso PELAYO, que vas a ganar, te lo aseguro, lo que tienes que hacer es tranquilizarte y concentrarte en el combate. SAÚL le da unas friegas en el torso. Posteriormente le frota vaselina en diversos puntos de la cara. SAÚL: Ahora escúchame. Tienes que hacer todo lo que te diga, así que al salir al ring tú mantén la guardia alta, bascula de un lado a otro, la distancia larga y sólo suelta golpes si los ves claros. A la mínima, si el tío te pega duro y se acerca te abrazas a él. Y cuanto vayas a la esquina ya te diré la estrategia para el siguiente asalto. Suena la puerta. “Entra” IMANOL. IMANOL: Chicos, esto va con retraso, me ha dicho “el chatarrero” que vamos a esperar un poco antes de tu combate a ver si entra más gente. Así que a calentar bien. SAÚL: ¿Pero te ha dicho a qué hora salimos al ring? IMANOL: Si, en 30 minutos. Yo me largo a tomar una cerveza con un promotor que he visto a ver si le cuelo algún combate de PELAYO en su próxima velada, así que chico le tienes que impresionar. PELAYO: A sus órdenes señor. IMANOL: Vaya carácter de mierda que tienes tío, porque estas a punto de saltar al ring, que si no… PELAYO le interrumpe levantándose de la camilla y levantado el puño. PELAYO: Qué si no que… payaso. SAÚL tiene que intervenir para separarlos. SAÚL: Haya paz por favor, que esta no es la mejor forma de subir a un ring. A ver, cada uno ya sabemos lo que tenemos que hacer. PELAYO boxear y nosotros cuando termine cada asalto tus manos IMANOL se tienen que mover frenéticas durante los sesenta segundos de intermedio para colocarle el taburete, le tirarás de la cintura de los Sergio Núñez Vadillo

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pantalones del campeón para ayudarle a respirar, yo le limpio la cara con almohadillas esterilizadas, le sujeto el protector bucal, le doy de beber y aplico sales aromáticas a la nariz si está grogui. Y si tiene algún corte IMANOL es un excelente cutman y te cortará la hemorragia. Y yo mientras te explico lo que estás haciendo bien o mal y me debes hacer caso en todo lo que te diga ¿entendido? IMANOL “se retira” del vestuario de un portazo y PELAYO empieza a hacer “sombra”. SAÚL: Nada ni caso. Este es el combate más surrealista que he participado en mi vida.

ESCENA XI SAÚL: Ven para acá que vamos a calentar. Pero antes pruébate el bucal que no quiero sustos de última hora. SAÚL mueve la camilla del centro del vestuario y saca de su bolsa unas guantillas. Se las pone. PELAYO se mueve en su dirección golpeándose los guantes. SAÚL coge el bucal y se lo mete en la boca, lo mastica PELAYO. SAÚL: Bien ¿no? PELAYO se lo saca de la boca. PELAYO: Prefiero masticar chicle. SAÚL empieza a hacer “guantes” con él, le indica los golpes que tiene que realizar y le pone las guantillas para que golpee. SAÚL: Uno-dos. Uno-dos-crochet. Esquiva ¡vamos! Uno-dos-gancho. Doble jab, arriba, venga, uno-directo, ahí, ahí, más fuerte, uno-dos, doble jab-directo, esquiva, finta, finta, uno-dos-crochet, eso es… un minuto para respirar. Durante ese minuto SAÚL aprovecha para beber agua y PELAYO hace “sombra” suavemente hasta que se resiente de la mano con la que había golpeado la taquilla. SAÚL: ¿Te duele mucho? PELAYO: Me duele más el alma. SAÚL: Menos mal que ha sido después del reconocimiento médico, si no, no te hubiera dejado pelear el médico. PELAYO: Me importa una mierda, sabes. Silencio. Sergio Núñez Vadillo

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SAÚL se cabrea. SAÚL: A ver niñato, a ti que hostias te pasa, no te das cuenta que en 15 minutos subes al ring y tienes que estar concentrado. Si no estás convencido no subas y punto, o lo mismo es que tienes miedo. PELAYO: Miedo, ¿miedo yo? Yo no tengo miedo a nada ¿sabes? Lo que pasa es que tengo un entrenador que es un mentiroso y no me dice la verdad, eh! SAÚL: Pero que hostias dices, si yo te protejo en todo, y te he dicho mil veces que eres como el hijo que nunca tuve. PELAYO: ¿Tu mi padre? Estaría bueno, al cabrón de mi padre no lo conozco y ni falta que hace. Seguro que es un borracho fracasado que anda tirado en algún parque. Si lo pillo lo rompería la cara. No me vengas con esas de que soy el hijo que nunca tuviste, si ni tan siquiera me dices la verdad sobre si conocías a mi madre. Seguro que hablabais de mí a escondidas y ella te chivaba cosas mías y al revés… ahora que me acuerdo, recuerdo que fuiste a su entierro y te pasaste por el tanatorio y después de su muerte estuviste 15 días de vacaciones. Espera… espera… que de eso no me daba cuenta, no lo había prestado importancia… pero eso no lo hace alguien que no la conoce. ¿A ver si me estas ocultando algo?... dime la verdad mamonazo. SAÚL: Céntrate en el calentamiento que en breve nos llaman al ring y déjate de monsergas. SAUL le vuelve a poner las guantillas SAÚL: Venga, uno-dos… No hay respuesta, vuelve a poner las guantillas: SAÚL: Uno-dos-crochet. PELAYO le mira con desprecio. PELAYO se enfurece y le vocea. PELAYO: Mira lo que te digo, hasta que no me digas la verdad de aquí no sale nadie, ¡entiendes! Así que ya puedes ir diciéndome la verdad. SAÚL: ¿Qué verdad? PELAYO: De si tú conocías a mi madre y tenías algo con ella. SAÚL: Estas loco. PELAYO agarra de la pechera a SAÚL con agresividad.

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PELAYO: ¿Qué me lo digas? ¿Qué me lo digas? Ambos están agarrados y en una enzarzan en una disputa. PELAYO: Tú sabes algo y no me lo quieres decir, ¡habla! SAÚL: Por favor suéltame que estas equivocado. Yo solo conocía a tu madre de vista. PELAYO: Y una mierda. Dime la verdad si no quieres que te parta la cara. Tú sabes algo. Habla manonazo. Ambos siguen enganchados y PELAYO le levanta el puño derecho en señal evidente de pegarle. PELAYO: Habla cabrón o te reviento, ¡habla! Silencio. Se oye de fondo al speaker de la velada. VOZ EN OFF SPEAKER: “amigos del noble arte del pugilismo, os anuncio que en breves minutos se disputará el primer combate profesional de la noche entre dos boxeadores del peso ligero…” PELAYO interrumpe gritando. PELAYO: ¡Dime la verdad, dime la verdad! SAÚL está asustado y tembloroso. SAÚL: Esta bien, pero suéltame primero. PELAYO le suelta. SAÚL bebe agua y PELAYO va detrás de él tapándole la puerta. SAÚL: A tu madre la conocí hace tres año, un día que fue a buscarte al gimnasio. Y a raíz de aquel día cuando coincidíamos en el barrio charlábamos sobre ti y el boxeo, pero poco a poco empezamos a conocernos y a quedar a escondidas para que tú no te enteraras. PELAYO se sienta en el banquillo y gesticula. PELAYO: Como he podido ser tan tonto y no darme cuenta hasta hoy. SAÚL: Al principio éramos simples conocidos. Poco a poco empezamos a quedar más y más hasta empezar a salir. Ella quería que tú no te enteraras porque sabía que no te iba a gustar. Yo estaba de acuerdo con eso. Así que quedábamos a escondidas y así estuvimos mucho tiempo hasta que… silencio PELAYO: ¿Hasta qué? Suéltalo. Silencio Sergio Núñez Vadillo

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SAÚL: Hasta que ella empezó a enamorarse de mí y quería hacer la relación oficial. Yo me negaba porque no estaba seguro de lo que quería con ella. Hasta entonces la relación era solo carnal, simplemente, era como un juego. Estaba atravesando un momento malo en mi vida por deudas de dinero, y ella me servía para olvidarlo. El boxeo lo tenía como un entretenimiento pero con el tiempo te cogí cariño y me volqué en ti para que pudieras debutar como profesional. Además, me engañaba a mí mismo pensando que el boxeo nos iba a juntar y que cuando empezaras a boxear todo cambaría y podríamos ser una familia los tres. Pero mis dudas lo truncaron todo. PELAYO: ¿En serio pensabas que o te iba a aceptar como padre y seríamos una familia feliz? Joder SAÚL haberlo dicho. SAÚL: Fui un cobarde. PELAYO: No sé cómo hubiera respondido… pero por lo menos ella estaría entre nosotros. SAÚL: Lo siento, lo siento… todo fue culpa mía… ella me presionaba para que oficializásemos nuestra relación, pero yo me negaba. Quedábamos en el hotel ese de Atocha en donde la encontraron muerta una vez a la semana hasta que ella insistía en que nos viésemos más. Me estaba presionando y decidí que lo dejáramos un tiempo hasta que yo recapacitara y decidiera qué hacer. Fue entonces cuando ella no lo acepto y pensaba que la iba a dejar. Por eso cayo en depresión y empezó a medicarse. PELAYO: Me habéis estado todo este tiempo engañando. Mi propia madre y mi entrenador liados a mis espaldas. Esto no lo olvidaré nunca. SAÚL: Comprendemos PELAYO. No sabíamos cómo te lo ibas a tomar. PELAYO se enerva y acelera, golpea con los guantes la taquilla donde antes había golpeado gritando. PELAYO: ¡Hijo de puta, hijo de puta! Tú la mataste, tú la mataste. SAÚL: ¿Y qué quieres que hiciera? Éramos novios. PELAYO: Si hubieseis sido novios no la habrías dejado tirada en el hotel dejándose que se muriera. SAÚL: Eso no es verdad. Yo la quería. Ese día habíamos quedado para vernos. Después de un mes sin vernos y hablar apenas, ella insistió para vernos. Yo no sabía que estaba así de mal, pero accedí porque sentía que lo estaba pasando mal por mi culpa. Cuando llegué ella me recibió como si no hubiera pasado nada. Discutimos. Me enseñó el bote de pastillas que estaba tomando y me encontré entre la espada y la pared. No sabía qué hacer. Estaba hecho un lio. Por un lado quería seguir con ella, pero por otro necesitaba Sergio Núñez Vadillo

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aclarar mis ideas y pasar la mala racha que estaba pasando. La dije que la quería muchísimo y que nunca una mujer me había tratado tan bien como ella… Silencio. PELAYO: ¿Y qué pasó? Silencio SAÚL: Ella se puso a llorar. Yo estaba hecho un lío. Me sentía muy incómodo. Traté de tranquilarla, la abracé. Nos fundimos en un abrazo interminable y muy tierno. Luego volvimos a hablar de lo nuestro mucho tiempo hasta que llegó la noche. Ella me dijo que me quedara a dormir con ella, que necesitaba dormir abrazada. Que estaba locamente enamorada de mí. Yo estaba confuso, por un lado me quería quedar con ella, pero mi conciencia me decía que no la engañara y que me fuera a pesar de hacerla daño. Era lo mejor. No quería mentirla. Así que con buenas palabras la dije que lo mejor era que me fuera y que el tiempo decidiera si nos volvíamos a juntar. Ella se quedó cabizbaja y profundamente deprimida. Durante unas horas paseé por las calles sin rumbo dándole vueltas al asunto y sin poder pensar claramente. Hasta que a media noche decidí volver, una vez que había aclarado la ideas. No quería dejarla sola. Así que volví al hotel y a eso de las dos de la madrugada me encontraba en la puerta de su habitación. No abría. Llamé varias veces sin tener contestación. Pensé que se había dormido. Por lo que bajé a recepción y pedí una llave. Subí y al abrir la encontré tumbada con un bote de pastillas al lado. Enseguida me percaté que se las había tomado. Intente despertarla pero no reaccionaba. Llamé a recepción. Llamé a una ambulancia y preso del pánico me fui. No podía hacer nada. PELAYO le interrumpe. PELAYO: La dejaste tirada. SAÚL: No. Compréndeme, estaba asustado, temía que me inculparan y ya no podía hacer nada. Al día siguiente la Policía me localizó y me tomó declaración. Les dije toda la verdad. Estaba muy asustado. PELAYO: Eres un mierda y un cobarde. Te odio. SAÚL: Lo siento, desde entonces no he levantado cabeza y todos los días me inculpo de lo sucedido. Soy lo peor. PELAYO se levanta del asiento enfurecido y se acerca a él con intención de golpearlo. SAÚL: Perdóname, perdóname, lo siento… Forcejean y PELAYO le golpea contundentemente hasta tirarle al suelo. Una vez allí le sigue golpeando con gritos diciendo: asesino, asesino… era mi madre… era mi madre… Sergio Núñez Vadillo

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SAÚL está en el suelo inconsciente y sangrando. PELAYO le sigue golpeando… hasta que “entra” IMANOL… IMANOL: Ya nos toca. Dios mío qué pasa aquí, ¿qué haces? Suéltalo que lo vas a matar. IMANOL se acerca a PELAYO y lo separa. PELAYO se levanta y se acerca al espejo. Se mira al espejo. IMANOL intenta levantar a SAÚL… lo levanta, lo tumba en la camilla. Grita: una ambulancia, una ambulancia. Lo has matado cabrón. IMANOL lo agarra de los brazos y medio muerto se lo lleva del vestuario quedándose solo PELAYO. Imanol “se retira” y dice al salir: IMANOL: La has cagado chaval, tú no eres boxeador, eres un matón. PELAYO se quita los guantes y los tira con desprecio al suelo. Suena una voz en off: VOZ EN OFF SPEAKER: Atención señores nos informan que el combate que se iba a disputar a continuación pactado a la distancia de 4 asaltos entre Pelayo Díaz y Aitor Aguirre ha sido suspendido por incomparecencia de PELAYO, por lo que este boxeador queda descalificado y se le cataloga como perdedor. PELAYO está sudoroso y tenso, se mira varias veces al espejo, se lava la cara y mirando al público se besa la medalla que cuelga de su cuello y dice: PELAYO: Ya sí que no me queda nadie en la vida, ni mi padre, ni mi madre, ni mi entrenador. El boxeo solo era una excusa para reprimir mis frustraciones y canalizar mi odio. No ha hecho falta subirme al ring para darme cuenta que soy un perdedor… Y todo gracias al boxeo.

Se baja el telón.

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SINOPSIS Hay tres cosas que no se pueden ocultar por mucho tiempo: la luna, el sol y la verdad. Es por ello que este volumen que tienes entre tus manos, querido lector, pretende transmitir de una manera muy directa por medio de diferentes historias, las luces, las sombras y, sobre todo, la verdad, de la esencia más pura y genuina del boxeo, y, por ende, de la vida. Pues si algo bueno tiene el boxeo es que no miente. Subirse a un ring es una manera muy fiable de saber lo que uno vale, o das una paliza o te la dan, no valen las medias tintas ni las medias verdades. Por eso, los relatos que estas a punto de leer están repletos de una carga emocional y sentimental muy elevada, impropia de estos tiempos donde prima la falsedad y la mentira. De ahí que la verdad en el boxeo y en los boxeadores sea un valor inherente e inmutable a su carácter y, por consiguiente, a su personalidad. Se suele decir que detrás de cada boxeador siempre hay una historia, y esto es precisamente lo que cada relato trasmite: diversas historias de distinto linaje pero con un denominador común, la verdad y el dolor; pues el drama sobre el cuadrilátero es innegable cuando dos contrincantes se enfrentan golpe a golpe bajo la banda sonora de la campana, y la perplejidad de los acólitos aficionados que, como si asistieran a una sala de cine, se mantienen perplejos e incrédulos por el espectáculo tan vivo que están contemplando, dos protagonistas, un escenario y un solo resultado: el triunfo o el fracaso.

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