El maratón de mi vida II PARTE

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“si quieres correr, corre una milla; si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón”

EL MARATÓN DE MI VIDA (II parte) La mente estaba aturdida. Las piernas me temblaban. La respiración era asfixiante. Y las palpitaciones de mi maltrecho corazón aturdían mis oídos indolentes. De repente, una bocanada de aire fresco e insolente proveniente del Mar Mediterráneo provocó que cerrara los ojos un escueto segundo para coger aliento y fuerza; y, en ese eterno segundo mi cabeza se quedó en blanco, hasta que abrí los ojos y me percate que estaba corriendo sobre la pasarela de la ciudad de las Artes en la mismísima recta de meta del Maratón de Valencia un 16 de noviembre de 2014. Estaba a punto de hacer realidad el sueño que llevaba rondando mi cabeza cerca de 2 años, y era bajar en una Maratón de las 3 horas y media. Solamente me quedaban unos metros por atravesar la línea de meta para cumplir mi objetivo y saborear una gran victoria personal con altas dosis de superación. Pero podía ser todo de ensueño, pues desde el kilometro 36 que tomé la Avda. del Cid las fuerzas eran escasas y el dolor de todas mis articulaciones era insufrible, estaba viendo el arco de meta al fondo, por un instante mire el cronometro que marcaba 3:29:10, mi anhelada marca estaba a punto de llegar, solamente tendría que acelerar el ritmo para conseguir tan ansiado objetivo. Si bien para llegar a este momento había tenido muchos sinsabores y que saltar muchos obstáculos que, metafóricamente, se puede aplicar tanto a la vida como a una carrera. Después de la Maratón de Madrid de abril de 2013 en la que acabé “roto”, que es como se suele decir en el argot de los corredores populares, tuve que ir al traumatólogo, ya que tenía unos dolores y molestias tremendas que no se me pasaban. El médico me diagnosticó tendinitis en la rodilla debido a una elevada sobrecarga de entrenamiento, y acabó diciéndome que tenía que descansar una temporada. Así que me lo tome al pie de la letra y me tiré cerca de tres semanas sin correr ni una mísera milla, a pesar de que mi cuerpo me pedía que necesitaba carrera, aplaqué ese instinto que todo corredor popular lleva impregnado. Pues, una vez que te metes en este ambiente y este mundillo es como una droga. Será por las endorfinas generadas o por la cantidad de sensaciones que sentimos al correr.


Mi vida continuaba en la ciudad de Valladolid de una manera asentada: tenía mi núcleo de amistades, mi zona de salidas nocturnas y de ocio, de compras, iba los domingos al Rugby… me sentía totalmente integrado en la ciudad. Respecto a mi afición por el running seguía en progresión, participando en carreras locales como la carrera de la Antigua o del Museo de la Ciencia. Con la llegada del verano de 2013 y debido a la cantidad de sinsabores profesionales que tuve, las salidas a correr descendieron considerablemente, pero siempre tenía 2 días en los que salía a patear los senderos y veredas de a orillas del Pisuerga. Con la llegada del otoño reinicié mis entrenamientos con vistas a la Maratón de Sevilla de finales del mes de febrero de 2014, en la que, si todo iba bien, conseguiría mi ansiada meta de bajar de las 3:30 minutos. Para ello, aumenté la carga de entrenamientos, y como seguía sin salir los fines de semana, salvo alguna excepción, el running seguía siendo mi particular válvula de escape. Últimamente el número de ciclistas, triatletas y runners ha aumentado considerablemente y es habitual conocer o tener a un amigo atleta o practicar cualquiera de estas tres modalidades deportivas. Aunque si el lector lo piensa detenidamente se debe a algo, y es sencillamente el estilo de vida occidental imperante en la actualidad. Pues, en mi caso particular, el running me ha servido como excusa para solventar mi soledad en Valladolid, ya que me fui sin conocer a nadie, también como muestra de superación personal, y como he sido ocho años boxeador en mi ADN está totalmente impregnado el valor y el sufrimiento, que son valores necesarios e inherentes para los maratonianos. En otros casos, el deporte sirve como válvula de escape para olvidar el trabajo, a tu jefe, a tus familiares, los problemas, la hipoteca, las preocupaciones, los banqueros, los políticos, el sistema, la represión… por ello, es habitual ver a cuarentones practicar deporte a gran nivel. Además aporta un sentimiento de confianza, autoestima y seguridad personal, que cuando se está atravesando por malos momentos viene sensacional para el ego. En mi época de boxeador cada cierto tiempo un psicólogo nos enviaba al gimnasio gente joven con problemas, pues decía que el boxeo era el mejor deporte, que no juego, porque como todos sabéis el boxeo es un deporte al que no se juega, porque decía que el deporte de las 16 cuerdas era la mejor formula para coger confianza, seguridad y aumentar la autoestima personal. Y la verdad es que esos chavales y alguna que otra chica con problemas de anorexia al cabo de dos meses se convertían en personas más seguras y reforzaban su autoestima y personalidad.


Para finalizar el año me traslade a Elche a presenciar el combate de boxeo de Kiko “la sensación” Martínez contra Jeffrey Mathebula por el Campeonato del Mundo IBF del peso super-gallo. Ganó Kiko en el octavo asalto con un golpe al hígado del sudafricano que le dejó K.O. era la segunda vez que veía a Kiko, la primera vez fue en la Cubierta de Leganés cuando se proclamó Campeón de Europa. Se había convertido en mi referente boxístico a nivel nacional. Posteriormente viajé a Poyales como todas las navidades y a pesar de las adversidades climatológicas, seguí saliendo a correr por el monte para ganar potencia de cara a la Maratón de febrero. El año 2014 lo inicié con optimismo, a pesar de continuar los sinsabores profesionales debido a que la situación en la agencia era cada vez más insostenible: cada mes una dimisión de compañeros que no aguantaban y se iban, el sueldo congelado, movimiento extraños, reordenación de los gerifaltes, escándalos en los periódicos que salpicaban a la empresa, abusos deshonestos, explotación total… y a pesar de todo, seguía a pie del cañón esperando el momento para saltar de la trinchera en la que me encontraba recluido y asestar un duro golpe. Además, me habían adjudicado un proyecto, tras la dimisión de su responsable, que me obligada a viajar cada 15 días a Universidades de toda España, lo que implicaba que los entrenamientos no iban a ser lo más acertados. Y con esas me planté en Sevilla el último sábado de febrero para participar en la Maratón hispalense. Para ser sinceros no me encontraba bien ni física ni anímicamente. El invierno en Valladolid había sido muy duro y el entrenamiento no estaba siendo todo lo acertado que hubiera querido. Había días que volvía a casa después de correr sin haber roto a sudar. Pero con todo y con esas esperaba conseguir la ansiada marca de las 3 horas 30 minutos que tanto se mi resistía. La víspera de la maratón la ocupamos en ir a la feria del corredor, acreditarnos, coger el dorsal y palpar el ambiente de estas citas maratonianas que es inigualable. Respecto a la carrera empezó según mis previsiones, mantuve un ritmo constante de carrera, fui hidratándome y comiendo, disfrutando de los edificios emblemáticos de Sevilla a nuestro paso: la Giralda, la Torre del oro, la Catedral… salvo que en el km. 22 me empezaron a doler las rodillas.


Iba todo según lo planificado con un buen crono en la media maratón, hasta que al llegar a plaza de España empecé a notar como me iba quedando sin fuerzas, así que tomé un gel a ver si recuperaba energías, pero ni son esas. El “hombre del mazo” me visito y una “pajara” tremenda se apoderó de mi cuerpo. Los últimos 5 km. fueron una odisea. Mi cuerpo no me respondía. Era una sensación muy extraña, más que correr, era un paso acelerado lo que llevaba. No podía más. Veía al fondo el estadio olímpico y a decenas de corredores que abandonaban o estaban tirados en la calzada acompañados de la asistencia médica. Ya dentro del estadio olímpico di una vuelta en la pista de atletismo y al cruzar la meta note un gran alivio interior al terminar la carrera. Hasta la fecha ha sido la vez que peor lo he pasado corriendo. Los días posteriores me sentía muy mal personalmente al no haber conseguido mi propósito después de tantos días de entrenos y sufrimiento. Una vez recuperado física y psíquicamente de la maratón y del fiasco sevillano empecé a investigar sobre los entrenamientos y los modifiqué por completo, debido a que llevaba 3 maratones y siempre había llevado el mismo entrenamiento, además la base ya la tenía, ahora lo que debía hacer era mejorar los entrenos y buscar la calidad, no la cantidad. Así que contacté con un club de atletismo y me planificaron diversos entrenos según mi físico, mis objetivos y mi experiencia. La idea era correr 4 días a la semana y hacer 1 fralekt que son cambios de ritmo según las pulsaciones, 1 día de cuestas o escaleras, 1 de tirada larga y el último series de velocidad. Aunque hay un denominador común que no falla: sacrificio, esfuerzo y constancia. Y así es como progresivamente fui mejorando la carencia de carrera y participé en pruebas locales de Valladolid como la de sanitas, la antigua o la media maratón de San Sebastián consiguiendo muy buenas marcas. El mes de junio tuve cambios en mi vida personal y profesional al abandonar por voluntad propia la agencia para la que trabajaba, así que estuve los meses de junio y julio en pucelandia haciendo un curso de diseño gráfico y preparando mi regreso a Talavera. El mes de agosto lo pasé en el pueblo, como de costumbre, si bien estaba en una zona montañosa no abandoné los entrenos y participando en la tradicional carrera en El Arenal de 8,5 km. y en la milla de Candeleda. Aunque también tengo que destacar que un perro me mordió en el gemelo izquierdo llevándome un gran susto y, sobre todo, modificando mi ruta de entrenamiento.


Y en septiembre, tras la vuelta de Belfast de presenciar el combate de boxeo de Kiko Martinez, aceleré la puesta a punto para el ansiado día: la Maratón de Valencia, que ya se había convertido en un reto personal. Para ello, corrí la media maratón de Talavera haciendo una marca estupenda, 1 hora y 27 minutos. Y por fin llegó el gran día. El sábado 15 de noviembre amanecí pronto en Talavera para poner rumbo a Madrid vía autobús. A mi llegada mi compañero de fatigas de las maratones me estaba esperando para viajar en su auto dirección a Valencia. Durante el recorrido lo pasamos hablando de las distintas estrategias que íbamos a seguir en la carrera y repasando una y mil veces lo que hay que hacer: hidratarse, tomar geles, no hacer cambios bruscos de ritmo, volver a hidratarse y comer, no picarse con nadie… y, lo más importante, mantener la mente fuerte y auto motivarse en todo momento porque, hay un instante de la carrera que se pasan mil cosas por la cabeza y, una de ellas, es buscar una motivación para poder seguir esforzándote y tener capacidad de sufrimiento. Ya por la tarde en la capital valenciana fuimos a la feria del corredor para conocer el lugar de salida y coger el dorsal junto a la bolsa del corredor. El ambiente era fantástico, miles de chandals y zapatillas, en su inmensa mayoría asics, pateaban la ciudad de las artes y las ciencias con un mismo objetivo: hacer la maratón. Estaba emocionado por el magnifico ambiente de runners que había, lo que contribuía a que las ansias por correr se acrecentarán. Procuraba pensar en otra cosa, pero la presión después de tantos días de sacrificio y esfuerzo preparando esta carrera era imposible de aplacar. En el corazón del otoño, en pleno levante español, está marcado en rojo en el calendario de los runners, el 16 de noviembre una marea humana de más de 13.000 corredores vuelan por las calles de Valencia en el Maratón Trinidad Alonso, el más rápido de España. No solo es un circuito llano, un clima propicio y los mejores corredores impulsan a los runners populares, es mucho más. Una de las cualidades que eleva a Valencia por encima de otras pruebas es una afición volcada con su carrera. Los valencianos arropan a los corredores en cada tramo del circuito, convirtiendo el recorrido en una fiesta del deporte. A ello se une el apoyo de la organización, aportando animaciones en todo el trazado. Por la noche cenamos algo de pasta para cargar el cuerpo de carbohidratos y después de volver a repasar por undécima vez el circuito y las tácticas de carrera caímos rendidos, aunque a mí me costó algo más dormirme y a eso de las 6:30 horas desperté ansioso porque empezara la competición, por lo que bajé a desayunar.


En los pasillos del hotel ya se veían movimientos en las habitaciones y un olor que persigue a todo corredor, el réflex, traspasaba la puerta de las habitaciones para invadir la atmosfera. Una vez en el comedor me senté con un grupo de runners foráneos y saboreé un gran tazón de cereales. Tras terminar de desayunar mi compañero de fatigas subimos a la habitación, y una vez terminado el ritual de vestirnos nos pusimos en marcha rumbo a la línea de salida. El trasiego por las calles de Valencia era constante. Un sinfín de corredores con todo tipo de indumentarias y de distinta condición social deambulaba por las principales arterias con la mirada inquieta y, en algunos casos, sobrecogedora, puesto que muchos eran un manojo de nervios. Una vez en los cajones de salida nos despedimos con un fuerte abrazo, reemplazándonos a vernos a la llegada, debido a que cada uno lleva un ritmo diferente de carrera.


En mi cajón, el azul, se congregaban los runners que pretendíamos terminar los 42 km. y 195 metros alrededor de las 3 horas y media. Había gente de todo tipo de espectro social y procedencia. El running es un deporte que te permite competir con el campeón del mundo en la misma carrera, teniendo las mismas oportunidades que cualquier oponente. La hora señalada se aproximaba y cada uno de los que estábamos allí presentes realizábamos una liturgia personal muy propia de acontecimientos impregnados de épica, misticismo y angustia. Cada cual apuraba los últimos momentos antes de salir para estirar, rezar, despedirse de la familia… yo repasaba una y mil veces la “chuleta” de los tiempos que llevaba escrita en el antebrazo izquierdo. Además de intentar no salir muy presionado, a pesar de que me la jugaba esta vez, ya que tras los traspiés de las últimas 3 maratones anteriores y después del esfuerzo, sacrificio y disciplina que había impuesto a los entrenamientos no quería tener un imprevisto o, lo que es peor, un abandono. A las 9 de la mañana se dio el pistoletazo de salida y 13.000 corredores empezamos a correr por el puente de la avenida de Francia. En los primeros kilómetros procuré mantener el ritmo de 5 minutos el km. que me había marcado y que tendría que mantener durante todo el recorrido, a pesar de que las salidas de las carreras los atletas vamos con mucho ímpetu y nos dejamos llevar en algunos casos por la pasión. Yo procure aplacar ese instinto y me mantuve firme. Los kilómetros iban pasando y me iba encontrando bien, mantenía el ritmo de 5 minutos el kilometro como había previsto y las sensaciones no podían ser mejores: buen ritmo, alegría en el pelotón, magnifica climatología y un buen sabor de boca. Aunque lo peor estaba por llegar. Pasado el kilometro 8 me tope con un viejo conocido de Talavera, el “chuma” que se había animado a participar. Da la casualidad que hace tres años cuando hice por primera vez la ½ maratón de Talavera, el “chuma” se encontraba en un punto kilométrico animando a los corredores, y ahora 3 años después es uno más del pelotón. Según iba pasando los kilómetros íbamos pasando por lugares emblemáticos de Valencia: Torres de serrano, la playa de la Malvarrosa, el puerto, el coso de la calle Xativa, el estadio de Mestalla, etc…, ciudad que conocía a la perfección por la cantidad de veces que había ido a trabajar en producciones como la Falla Corona, Nochevieja, la producción de la carroza de Mercadona para la Cabalgata de Reyes o la Crida, que es el pregón de la fallas.


Es curioso, puesto que se dice que durante una carrera de larga distancia el 90% es físico y el 10% es mental, pero no hay que subestimar ese diez por ciento, porque la cabeza en una carrera tan larga es fundamental al pasarse mil y un pensamientos tanto positivos como negativos. La carrera iba según lo previsto, hidratándome en todos los puntos de avituallamientos, tomando geles cada 10 km. Manteniendo en ritmo y corriendo con optimismo y mucho animo. Hasta que en el km. 22 la rodilla izquierda me empezó a doler de manera considerable. No quise darle importancia porque lo peor que se puede hacer en estos casos es alarmarse, aunque la situación era inquietante. En el kilometro 29 empezó al dolerme la rodilla derecha con las mismos síntomas que la izquierda. Y todo era debido a que tantos kilómetros sobre las piernas y al tener una comprensión delgada es normal que las rodillas se lesionen. Y llego el fatídico km. 30, a partir de ahí es cuando empieza de verdad la maratón, lo anterior es solo un entrenamiento. La cara de los corredores empezaba a cambiar. Era impresionante el silencio sepulcral entre los atletas, solamente interrumpido por los gritos de ánimo de los viandantes. Sabía que el momento más sobrenatural y misterioso se estaba avecinando. A partir del km. 33 “el famoso muro” que es el momento en que todo corredor se queda sin energías y empieza a tirar únicamente de su ímpetu y corazón estaba a punto de caer. El dolor ya había invadido todas mis articulaciones. Me dolía todo y las fuerzas iban descendiendo, mi ímpetu y animo seguía intacto intentando animarme a mi mismo con acordes de “venga, venga”. Al tomar la avenida del Cid me vino a la mente la leyenda de El Cid Campeador y de Jaime I “el conquistador” que entraron a sangre y fuego en la ciudad del río Turia para reconquistarla. Por ello, no podía ser menos y en este momento tan duro tenía que sacar fuerzas de flaqueza y al igual que hicieron nuestros héroes al asestar un duro golpe al invasor islámico, yo tendría que luchar, pero contra mi mismo. En el punto kilométrico 37 y viendo que “el hombre del mazo” no me iba a visitar, es decir, que no creía que me viniera una “pajara”, decidí aumentar el ritmo y tirar para adelante bajando el ritmo a 4:45, pero según pasaban los metros me dolían más las articulaciones y no podía seguir ese ritmo muchos metros, por lo que tuve que descender la cadencia para que no aumentaran estas molestias. Además en el km. 40 el corazón empezó a sufrir unos leves pinchazos, lo que me alarmó.


La mente estaba totalmente en blanco, el sudor azuzaba mi frente, el público gritaba, aunque no conseguía oír muy bien sus voces. Nunca había sentido esas sensaciones tan dispares e inquietantes. Era una batalla contra mi mismo. Los atletas iban cayendo a mi paso, por calambres, bajadas de tensión, dolores, fatigas, y otros directamente abandonaban. No podía más conmigo mismo. Al fondo veía el Oceanografic y, a pesar de que solo me quedaba 2 kilómetros, mi cuerpo estaba abatido. Saqué fuerzas de donde no las tenía, creo que los pinchazos del corazón eran debidos a que mi espíritu había salido de mi cuerpo y estaba corriendo por mí. No podía dejar pasar la ocasión. Había sufrido mucho para llegar hasta allí y esos 2 kilómetros tenía que terminarlos a pesar de que mi crono estaba a punto de alcanzar las 3 horas y 30 minutos. Tenía que hacer un último esfuerzo para conseguir la marca. Y tal y como empezó este relato… el final de la Maratón de Valencia se aproximaba. Volvía a cerrar los ojos para invocar al Dios Odín y que me diera fuerzas para terminar esta prueba, volví a mirar el crono y marcaba 3:29:10, mi sueño estaba a punto de hacerse realidad, solo me quedaban unos metros. Intenté acelerar aunque las piernas no respondían. Apreté los dientes, grité, intente aumentar la zancada, sin embargo el cuerpo seguía sin responder. Vi como mi cronometro sobrepasaba las 3 horas y 30 minutos y la recta de meta se me hizo eterna. A ambos lados de la famosa pasarela sobre el agua de la recta de meta el público se agolpaba para animarnos, sabia que ya no iba a lograr la ansiada marca por un mísero minuto, sin embargo sabía que había conseguido una proeza personal que me congratulaba por todo el esfuerzo que había hecho para llegar hasta allí. Y así es como crucé la meta: entre emociones divergentes y aflicciones. Tras pasar el arco mi cuerpo se dobló en busca de descanso. Los auxiliares de asistencia preguntaron por mi estado, a lo que contesté afirmativamente. Caminé unos metros buscando el aire, y tras recoger la bolsa de regalos y ponerme un voluntario la medalla de “finisher” busqué a mi compañero maratoniano de fatigas. Estaba como en una nube. No pensaba en nada. Seguía abatido. Había conseguido una gesta personal memorable al bajar 16 minutos de mi anterior marca, pero el cansancio y el sufrimiento es tan grande que es ese momento no se puede valorar. Tras encontrar a mi compañero maratoniano, lo dos emprendimos el camino de regreso a casa entre incesantes alusiones a lo sucedido y dándole mil vueltas a que habíamos tenido que salir a otro ritmo para mejorar la marca. Sin apenas valorar la meta conseguida.


Con el paso de los días y tras disfrutar de un merecido descanso, he empezado a saborear mi cuarta Maratón, que ha sido la mejor hasta la fecha que he realizado. Solamente los que hemos terminado una carrera de tal dimensión podemos describir con palabras los sentimientos y emociones tan divergentes y contrapuestas que durante esas horas sufre el cuerpo y, sobre todo, la mente. Misterio, misticismo, espiritualidad, angustia, superación… pueden ser algunas de las palabras que definan esta legendaria y valerosa carrera que ha conseguido penetrar dentro de mi alma de manera fragante. Las carreras son como las preguntas, debido a que no se conoce la respuesta hasta lo últimos metros. Continuará…


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