Semanario #723

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Domingo 12 de Diciembre de 2010

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Una Reina Celestial

Dejaron su diosa e invocaron a la

Madre de Dios Al paso de los siglos, mediante admirables hallazgos testimoniales, ha venido a caerse en cuenta acerca del significado del tiempo exacto y las delicadas formas que envolvieron las Apariciones de Santa María de Guadalupe, justamente cuando se embrionaban el mestizaje y el adoctrinamiento cristiano, pero aún no desaparecían las influencias de las deidades paganas de los indios. Pbro. José María Velasco Ortega Sección Diocesana de la Pastoral de la Comunicación.

P

ara darnos una idea más exacta de las circunstancias que prevalecían en el Centro de lo que hoy es nuestra Nación, alrededor de aquel lejano 1531, podemos recurrir a varias fuentes históricas confiables, y en ellas encontraremos prodigiosos signos que no hacen sino recalcar los misteriosos designios de Dios y el amor maternal de su Madre hacia nuestro suelo, sus habitantes y sus descendientes.

Tonantzin “En el undécimo mes, los aztecas veneraban a Tonantzin, ‘madre de los hombres’, a la que también llamaban Teotenantzin, ‘madre de los dioses’. Con el ánimo de sustituirla, suavizando el hedor de la sangre con la expresión tierna en la pintura y en el lenguaje; con manifestaciones de gran bondad y protección, se aparece Santa María, adaptando los detalles de su figura a la mentalidad del pueblo al que se aparecía. “Los indígenas lo entienden y, con suavidad, pasan de su Teotenantzin, diosa violenta e implacable, a la dulzura de la faz tierna y las palabras buenas en la nueva Tonantzin. En la procesión del traslado de la tilma, a 14 días de la aparición, la aclaman ‘Noble Indita, Nuestra Madre’; es decir, como Ciuapilli Tonantzin”. Padre Xavier Escalada, S.J., Enciclopedia Guadalupana, Pág. 707.

Otra diosa significativa En los Capítulos 2 y 3 de su Libro “La Historia de la Literatura Náhuatl”, el Canónigo Ángel María Garibay asienta: “Adusta majestad envuelve la estatua de la ‘Coatlicue’ en nuestro Museo Nacional de Antropología e Historia. Es la obra maes-

tra de la escultura americana; pero es, también, la cifra de cuanto puede darnos, en sincretismo excelso, la concepción de la mentalidad nativa. “Toscano, en Arte Precolombino, Pág. 274, dice: ‘La diosa representa al monstruo terrestre dispensador de la vida, pero al cual retornamos para ser descarnada la deidad que oculta al sol y rezuma las lluvias. Su imponente mole, de dos y medio metros de altura, es un símbolo material de su peso en el alma del mexicano. Es la escultura más alucinante que concibiera la mentalidad indígena, y una obra de arte que no puede juzgarse con los elementos piadosos del arte cristiano, pues la diosa expresa la brutalidad dramática de la religión azteca, su solemnidad y magnificencia… “Es todo eso; pero, más aún, la última palabra, dicha en piedra, de la evolución del México milenario sobre el concepto de la diosa madre. Un sentido de maternidad mana de este monstruoso monolito; pero hay un dejo de guerra y de muerte a través de aquellos corazones y de aquellas serpientes. Hay, allí mismo, sacadas de las honduras que circuyen la Catedral, otra Coatlicue: Aquí las serpientes se han vuelto corazones, y se la ha llamado Yollotlicue; y todavía otra, también de Tenochtitlán o su vecina, en que los corazones son mazorcas. “Todos estos aspectos abarcaba la diosa. Nadie ha resumido mejor su múltiple simbolismo que un documento que conservó Torquemada, abreviando y traduciendo, acaso, como él suele, hace hablar a la deidad, que dice: ‘Si vosotros me conocés por Quilaztli, yo tengo otros cuatro nombres con que me conozco. El uno es Cuacíhuatl, que quiere decir Mujer-Culebra. El otro, Cuauhcíhuatl, que quiere decir Mujer-Águila. El otro, Yaocíhuatl, Mujer Guerrera. El cuarto, Tzizimicíhuatl, que quiere decir Mujer Infernal. Y, según estas propiedades que se incluyen en estos cuatro nombres, veréis quién soy, el poder que tengo y el mal que puedo haceros’. “La mujer, en sus aspectos de madre,

La colosal estatua de la Coatlicue tiene una simetría casi perfecta. Para muchos intérpretes de la Antropología, de la Historia y de la Arqueología, pareciera un poema de inspiración chichimeca, en el que se advierte la voz de mando de una reina, como también la cuidadosa ternura de una madre que impera en el mundo y, a la vez, lo divide.

de guerra, de verdugo, autora de la vida y de la muerte, que acumula en su seno la ternura y el dolor, esto mismo nos dirán los poemas. México ha sido un pueblo maternalista; tiene sed del amor materno. Se traduce en las imágenes de barro de mujeres grávidas que hallamos en los ínfimos sustratos arqueológicos; pero se halla también en estos cantos atestiguada”.

Un cronista muy observador Además de Misionero, el Religioso Franciscano Fray Bernardino de Sahagún fue lo que hoy llamaríamos un Periodista, un Cronista muy acucioso y observador. Desde su llegada, quiso conocer la lengua y la cultura de los pueblos nahuas, con tal de facilitar el entendimiento y, con ello, la catequesis. Deseaba él conocer cómo veían ellos las cosas naturales, las divinas y las huma-

nas; qué significaban sus palabras reales y las metafóricas. Y fue así como se dio cuenta de que, en su vocabulario, la palabra Tonantzin quiere decir “Nuestra Venerable Madre”. La primera de estas diosas se llamaba Cioacóatl, que propiciaba cosas adversas como la pobreza, el abatimiento y las dificultades. En tres lugares se hacían sacrificios humanos, y uno de ellos es un montecillo que se llama Tepecac, dedicado a la madre de los dioses. Allí se hacían muchos sacrificios a honra de la diosa Tonantzin, y venían también con sus ofrendas desde más de 20 leguas. Posteriormente, el Cronista Fray Bernardino relataba que acudían grandes contingentes de hombres y mujeres a venerar a la Virgen de Guadalupe, considerada la Madre del Verdadero Dios, si bien no olvidaban los orígenes del cerro, su denominación y los antiguos ritos.


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