Nuestra Cultura nº 10

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Hay lectores omnímodos e imperturbables, capaces de leer en toda circunstancia; lectores quisquillosos, discontinuos; lectores de verano, ocasionales, “lectores” que sólo compran libros… Kohan –que nunca abandona un libro hasta finalizarlo– afirma que, como la muerte, la lectura es una práctica individual, un ejercicio de retraimiento; es replegarse en un mundo. Pero hacerlo en el actual, advierte, no parece fácil: “A la hora de asumir la práctica, la familia tiende a ser la primera enemiga del lector”. Sobre una experiencia piloto que propuso a sus estudiantes de nivel medio, comenta: “Constaté que cuando un chico se encierra un sábado por la tarde a leer en su cuarto, entre los padres, se activa un imaginario de la patología: piensan que se deprimió o se peleó. Socialmente, sobre la lectura pesa una gran hipocresía”. Aun así, más allá de las distracciones que suponen la televisión o el celular, para Kohan, “hay que leer”, es un mandato (“¿las ecuaciones son libres u obligatorias?”, desafía), y la suerte de la empresa depende de la escuela: “En las aulas, nacen y mueren lectores”. Lecturas de calidad versus textos edulcorados, ya digeridos, como el puré para bebés. Placer versus distracción. Así resuelve Kohan la dicotomía: “La disciplina de la lectura está ligada a un esfuerzo que también involucra el placer, pero no es una conexión inmediata, porque, ante todo, se está formando un lector. Si un profesor elige los textos invocando ‘lo que a los chicos les gusta’, no está educando, está suministrando libros. Lo fácil es contrario a lo didáctico”. Para la autora de Aquí América Latina. Una especulación, la clave es asegurar una actividad que genere divertimento. “Etimológicamente, la diversión es ‘irte para otro lado’, la misma diversión que al mirar televisión o al ir al cine. Lo que pasa es que, en la lectura, es únicamente verbal. Por lo tanto, las imágenes, si uno se entrega con libertad, podrían ir fluyendo solas o quedar ahí, como una especie de lectura ciega, que sería como escuchar la radio”. Cierto es que, fuera de clase, al mirar televisión, también se lee. “Antes, la lectura era mucho más minuciosa, más larga, tenías tu nicho de silencio. Creo que esto va a conservarse, pero como un nicho elitista, pasatista, que pueden cultivar muy pocos”, reflexiona Ludmer, para luego añadir que, producto de la historia y la tecnología, hoy hay otras formas de lectura y otras formas de narrar, de pensar y de imaginar. “En términos cuantitativos, los chicos leen más que nunca: hay más estímulos, porque cuando están en la computadora, leen todo el tiempo. Los nuevos medios no eliminan a los otros: se sobreimprimen”, asevera. En la actualidad, no sólo hay ficción en la literatura, también existe en la manera en que los medios construyen la realidad o en la publicidad, por ejemplo. Entendida como palabra sin imagen, la investigadora del Conicet define la literatura como práctica minoritaria en la cultura audiovisual. Aun así, su especificidad es abrir un mundo donde cada uno tiene la libertad de producir imágenes. “Creo que lo que puede hacer la educación es estimular esa producción de imágenes y de mundos entre los chicos, porque la imaginación está cada vez más anclada en una realidad construida”, propone sobre el papel de la enseñanza. Crítica respecto de la academia, que consagra o deslegitima según su razón, para Ludmer –que no tiene prurito en abandonar un libro premiado si la aburrió en la página 4–, lo primero que hay que enseñar en la universidad es que la lectura es histórica. “A veces se lee una cosa; a veces, otra; la historia va cambiando. Hay que revisar y explicar los cánones”. A la hora de manifestar intereses y hacer recomendaciones finales, que el seguidor de esta nota seguro agradecerá, la triple apuesta de los entrevistados es por la libertad de elección, en un mundo en el que todas las palabras son posibles. Volver a Faulkner y a la fantasía de Las mil y una noches; reivindicar lo latinoamericano, de Neruda a Onetti, Rulfo o Martí; repensar la propia historia, con Borges, Cortázar, Puig o Leónidas Lamborghini; esforzarse por estar al día con la literatura argentina actual, que es cuantiosa. Y así es como el lector toma la pluma que escribe la tradición.

nro. 10 | año 3 | marzo de 2011 |

La promoción de la lectura como oficio del Estado Destreza individual adquirida socialmente, la lectura es generadora de placer individual y, a la vez, herramienta necesaria para la transformación del mundo. “El rol que cumple la lectura en una sociedad es, básicamente, político”, asegura María del Carmen Bianchi, presidenta de la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares (Conabip), entidad que colabora con estas instituciones, surgidas en el país hace más de 140 años, cuando los trabajadores anarquistas y socialistas procuraron hacer de la alfabetización un instrumento para difundir las ideas de justicia y cambio social. Hoy, cuando el desafío del Estado democrático es garantizar la justa distribución de la oferta en materia de lectura y, al mismo tiempo, poner en condiciones de demanda a los ciudadanos –explica Bianchi–, las 2050 bibliotecas populares existentes actúan como formadoras y promotoras de los procesos de lectura de miles de argentinos. “Los mediadores –voluntarios en su mayoría– que trabajan en las bibliotecas salen a sus comunidades, puerta a puerta, a despertar con creatividad el entusiasmo por la lectura y a transformar así las biografías personales. Es una labor muy rica porque, horizontalmente, construyen y representan al lector de su comunidad, a la vez que prestan un servicio público de ciudadano a ciudadano”. En los últimos años, la Conabip ha proporcionado a las bibliotecas capacitación y equipamiento tecnológico. Además, colabora dotándolas de material bibliográfico y contenidos de interés. También desde la esfera del Estado nacional, fruto del compromiso interministerial, en mayo último, se formó el Consejo Nacional de Lectura, dispuesto para coordinar actividades y establecer criterios de acción común. De él participan los ministerios de Educación, Trabajo, Desarrollo Social y Salud, además de la Secretaría de Cultura de la Nación, la Conabip, la Biblioteca Nacional, y Radio y Televisión Argentina. “Es un hecho trascendental en las políticas estatales dirigidas al fomento de la lectura”, sentencia Rodolfo Hamawi, director nacional de Industrias Culturales. Una de las primeras medidas del Consejo es la realización de una nueva encuesta de hábitos de lectura. “Queremos saber cómo estamos respecto de la última medición, de 2001. Además, incluimos preguntas para detectar cuáles son hoy los estímulos para crear lectores, cuál es la influencia que un joven o un niño recibe para elegir qué leer, qué recursos tiene para acercarse a los libros y qué relación tiene con la lectura digital”, enumera el funcionario. Puesto a vaticinar resultados, que se conocerán en junio, menciona: “Vamos a encontrar más y mejores lectores; pensemos que, en 2001, la desarticulación del sistema educativo, laboral y social influía en un desentendimiento sobre la lectura. Hoy hay una fuerte acción del Estado para acercar el libro a la población. Tengamos en cuenta los millones de libros distribuidos en estos ocho años en el sistema educativo”. Otro dato relevante es el récord histórico de la edición en la Argentina: “En 2009, se produjeron cerca de 90 millones de ejemplares. Es de suponer que hay quien lee esa cantidad de libros”, evalúa. El Consejo también proyecta entregar a todo bebé nacido en hospital público libros para sus primeros años de vida, y guías de lectura para la madre. “Queremos que, al nacer, los chicos tengan su libro, que el libro esté en la mano”, explica Hamawi. Esta iniciativa está en línea con el Programa Libros y Casas, de la Secretaría de Cultura de la Nación, que ya distribuyó un millón de textos entre las nuevas viviendas sociales construidas por el Estado. Porque, sintetiza el funcionario, “quien de niño empieza a disfrutar de la lectura difícilmente deje de ser lector en toda su vida”.

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