qUÉ ES Schola Cordis Iesu ??? !!!

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qUÉ ES Schola Cordis Iesu

’Esperar’ es Signo de Amor

qUÉ ES Schola Cordis Iesu

’Esperar’ es Signo de Amor

JOSÉ IGNACIO ARANGUREN AZPARREN

—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha

«Bien conozco que algunos me culparán en lo que he escripto, los que de los muertos quisieran oír la otra color de la historia, viendo que por ella se acuerdan cosas que fuera mejor que nunca fueran; pero mirad, lector, que también he yo de morir, e que me bastan mis culpas sin que las haga mayores, si no escribiese lo cierto, y entended que hablo con mi Rey, he que le he de decir verdad. E lo aviso para que provea en lo presente e por venir, para que Dios sea mejor servido a Su Magestad que hasta aquí: e que no meresciera perdón mi ánima si tales cosas callase...»

FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia General y Natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano

• San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales

• Santa Margarita María de Alacoque, Cartas

• Enrique Ramière, La Soberanía Social de Jesucristo

• Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Historia de un alma

• Los carismas espirituales en San Pablo

Introito

Siempre QUE Se HABLA del Corazón de Jesús, Se Olvida

Pretendidamente/O No, El Mensaje DIVINO de Salvación

DIRIGIDO A TODOS Los HOMBRES y, NO Sólo, A Sacerdotes, Religiosos y Consagrados, A, QUIENES Pertenece, de Modo

ESPECIAL, Una Particular SOLICITUD por Los POBRES - Lenguaje

Bíblico MÁS Q Pontificio -.

Una Radical Sumisión A La Hermandad de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón bajo ‘razones/Sinrazones’ de UNA MISMA ESPIRITUALIDAD, Hace QUE, Socios y Colaboradores de SCHOLA CORDIS IESU (Apostolado de la Oración; Red Mundial de Oración del Papa) SEAN

ENGAÑADOS Bajo UNA 1

APARIENCIA `solemne´ de UNA “Seguridad” de VIDA En La QUE

Sacerdotes/\Religiosos —o Déle Ud. la vuelta— SON Los Protagonistas y/o REFERENCIA de las Vidas de Matrimonios QUE, Inadvertidamente y Desconocedores del Carisma de ‘SCHOLA’ Y, menos AÚN, de la Espiritualidad prosaica y Advenediza de La 2 `Hdad´ A La QUE NO LE FALTA LA PRETENSIÓN manifiesta, reiterada y Públicamente “Proclamada” de UNA Continuidad de

Hacer creer a alguien que algo falso es verdadero.

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1 Venido de un lugar distinto de aquel donde se ha establecido.

La Espiritualidad de SU Fundador -D. Antonio Pérez-Mosso Nenninger († 2022)- Y ‘primeras espadas’ -D. Ignacio M.ª Manresa Lamarca, D. José M.ª Alsina Casanova y D. Santiago Arellano

Librada- A, QUIENES, LES Corresponde [Según Mandato Divino, obviamente] La Continuidad de UN PROYECTO — La INSERCIÓN de La “Espiritualidad del Corazón de Jesús” + Magisterio Pontificio + ORIENTACIÓN de Vida Familiar/Laboral/Amistades —

En CLAVE ‘diagnóstica’ de Rechazo al Mundo Moderno EN SUS Variantes disonantes CON UNA Pretendida Caja de Resonancia de Sumisión QUE encierra LAS CONTRADICCIONES 3

INHERENTES A La Sindéresis constitutiva de TODA

CONCIENCIA, Donde Las MISMAS, SON resueltas por LA MISMA `Hdad´.

Una Disonancia FRUTO de Una MalEntendida RELACIÓN/ Negatividad ‘Social’ de Raíz Hegeliana de Derechas + Pesimismo Antropológico + Moral `arcaizante´ de Baja Tolerancia ante El Misterio del Pecado en la vida del Hombre y de las Sociedades y Naciones + Una Devoción al Corazón de Jesús Más Propia de Cristiandad/Irresuelta en Sus Fines Que NO PROPICIA Un Acercamiento sincero y Honesto En UNAS RELACIONES

HUMANAS dignas de Un Kantismo ‘A La Defensiva’ Insincero con el Prójimo y Malhadado CONSIGO Mismo !!! !!!

Sometimiento del juicio de alguien al de otra persona. 3

San Ignacio de Loyola ENSEÑÓ

Dicha conducta como , sólo QUE 4

A La Inversa !!!!!!

[10] La décima. Cuando el que da los ejercicios siente al que los recibe que 4 es batido y tentado debajo de especie de bien, entonces es propio de platicarle sobre las reglas de la segunda semana ya dicha. Porque, comúnmente, el enemigo de natura humana tienta más debajo de especie de bien cuando la persona se ejercita en la vida iluminativa, que corresponde a los ejercicios de la segunda semana, y no tanto en la vida purgativa, que corresponde a los ejercicios de la primera semana.

La Odisea

La ‘FRAGANCIA’ de Homero ES, ciertamente, de calado Universal En UNA OBRA ‘Emblemática’ de Los ACONTECERES Humanos desde Los PUNTOS DE VISTA Más ‘Sobresalientes’ de Las «casualidades» Humanas/InFortunios YA Que, morir o NO, QUE ES de lo que se trata, RESULTA de UNA GRANDIOSIDAD

Más Que ‘Aparente’ para CONSTITUIR Una Reflexión primera de ‘Límites’ Allí DONDE La PROVIDENCIA divina sitúe Las Adversidades y Beneficios de la Humanidad DOLIENTE del hombre Si TAL SERÍA/FUESE LA AQUIESCENCIA DE LAS DIVINIDADES

QUE, Nuestro Siglo de Oro, YA, Se ENCARGÓ de ‘ Triturar ’ PARA SIEMPRE !!!

CANTO 1

Musa, dime del hábil varón que en su largo extravio, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio dr: innúmeras gentes. Illuchos males pasó por las rutas marinas luchando por sí mismo y su vida y la vuelta al hogar de sus

[hombres, pe:ro a Cstos no pudo salvarlos coln todo su empeíío, que en las propias locuras hallaron la muerte. ¡Insensatos! Devoraron las vacas del Sol Hipeirión e, irritada l,a deidad, los privó de la luz del regreso. Principio da a contar donde quieras, joh dnosa nacida de Zeus! lo Cuantos antes habían esquivado la abrupta ruina, en sus casas estaban a salvo del mar y la guerra; sólo a él, que añoraba en dolor su mujer y sus lares, retenfale la augusta Calipso, divina entre diosas, en sus cóncavas grutas, ansiosa de hacerlo su esposo. 15 Vino al cabo, al rodar de los añlos, aquel en que habían decretado los dioses que el heroe volviese a sus casas en las tierras de ítaca. En vano seguía con sus penas y sin ver a los suyos. Dolidas las otras deidades, disentía Posidón de continuo, encolnado en su ira 20 contra Ulises divino, que erraba dle vuelta a su patria.

En sus frondas habita la diosa nacida de Atlante, el astuto malvado que intuye los senos marinos y vigila las largas columnas, smtento del cielo. IElla es quien allí le retiene pen<ando y lloroso

y lo adula sin fin con palabras sutiles de halago por que olvide a su Itaca. En v,ano, que Ulises en ansias de mirar cómo el humo se elevei del suelo paterno prefiriera morir. ¿No conmueven, Olimpio, tu pecho tales cosas? ¿Quizás es que Ulises allá en la llanura

Mas, atento a grandiosa hecatombe de toros y cabras, embargaban al dios esta vez los lejanos etiopes, que poseen los fines del mundo formando dos pueblos, 2s el del lado en que nace Hiperión y el del lado en que muere. Allá estaba sentado gozando el festín y los otros entretanto reunianse en las casas de Zeus el Olimpio. Comenzó por hablarles el padre de dioses y hombres: se aclordaba en su mente de Egisto, el varón intachable

de Iliún y su campo naval omitiCi sacrificios, no hizo ofrenda en tu honor? ¿Cómo asi le aborreces, [oh Zeus?, Contestando a su vez dijo Zeus, que agrupa las nubes:

*¿Qué palabra, hija mia, escapti del vallar de tus dientes?

¿Por ventura podré yo olvidarme de Ulises divino,

dlel varón sin igual por su ingenio y también por los dones que ofrendó a los eternos, señorles del cielo anchuroso?

No en verdad: Posidón, batidor de la tierra, es quien sigue enconado por mor del ciclope, del gran Polifemo al que Ulises cegó siendo él el mayor por su fuerza

entre aquellos gigantes: parió10 la ninfa Toosa, la nacida de Forcis, ministro del mar infecundo, que amorosa se dio a Posidón en las cóncavas grutas. Diesde entonces el dios, respetándole sólo la vida, fuerza a Ulises a errar alejado del suelo paterno.

Pero, jea! , tratemos nosotros de acuerdo su vuelta y que el héroe regrese a su hogar; Posidón por su parte cederá en sus enconos, pues nada podrá en contra nuestra ni luchar solo él contra todos los dioses eternos., Contestando a su vez dijo Ateria, la diosa ojizarca:

a ¡Padre nuestro Cronión, soberano entre todos los [reyes!

30 al que Orestes, iamoso en el mundo, q,uitara la vida, res eternos: y con este recuerdo les dijo a los dio., «ES de ver cómo inculpan los hombres sin tregua a los loses[d. achacándonos todos sus males. Y son ellos mismos los que traen por sus propias locuras su exceso de penas.

35 Así Egisto, violando el destino, casó cori la esposa del Atrida y le dio muerte a él cuando a casa volvía. No accedió a prevenir su desgracia, que! bien le ordenamos enviáindole a Hermes, el gran celador .Argifonte, desist.ir de esa muerte y su asedio a la. reina, pues ello

40 le atraería la venganza por mano de Ch-estes Atrida cuando fuese en edad y añorase la tierra paterna. Pero Hermes no pudo cambiar las entrañas de Egisto, aun queriéndole bien, y él pagó de una vez sus maldadesn.

Atenea, la diosa ojizarca, repúsole entonces:

45 uPadre nuestro Cronión, soberano en.tre todos los reyes, bien de cierto que él yace abatido por justa ruina -¡que lo mismo perezca quienquiera que imite su [ejemplo! -, pero a mi el corazón se me parte pensa.ndo en Ulises, infeliz, que hace tanto padece de miles trabajos, M alejado de todos los suyos y preso en la isla que circundan las olas allá en la mitad del oceano.

pareciese de pronto y sembrase el espanto entre ellos, recobrara su honor y rigiera de nuevo su casa.

Tal pensando en mitad de esos hombres, fijóse en Atena y salió decidido al umbral; le dolía en las entrañas que algún huésped quedase a la puerta. Llegando a su lado, 120 tras tenderle la mano cogióle la lanza de bronce y, dejándose oír, dirigible palabras aladas: «Forastero, salud, bien tratado serás, pero antes de explicar a qué vienes habrás de saciar tu apetito.^ Tal diciendo marchó por delante, siguióle Atenea, penetraron los dos bajo el techo del alto palacio y, llevando él la lanza, la puso en pulido astillero al arrimo de erguido pilar dond'e alzaban sus puntas muchas lanzas también del sufrido de entrañas Ulises. S'entó luego a la diosa en un bello sillón extendiendo

sobre él un buen paño; a sus plantas había un escañuelo.

S:1, tomando una silla, se puso 51 su lado bien lejos de los otros, no diese a su huésped enojo el tumulto y le agriase el manjar si quedaba entre aquellos procaces y también por poder preguntarle: del padre en ausencia.

Una sierva a este punto llegó con un jarro de oro, en sus manos el agua vertió sobre fuente de plata y le puso delante una mesa pulid1a; la honrada despensera, trayéndole el pan, col~ocólo a su lado y otros muchos manjares sirvió que en reserva tenia. Asomó el trinchador, bien en alto sus platos de carne de distintas especies, y puso unas copas de oro que el heraldo una vez y otra vez les llenaba de vino.

Pero en esto llegaron los fieros galanes y en fila por sillones y sillas se fueron sentando; vertieron los heraldos el agua en sus manos en tanto las siervas les ponían en los cestos montones de pan y los mozos (de otra parte venían a colmar de licor las crateras.

De un gran salto dejando las cumbres olimpias posóse en la tierra itaquesa, de frente a las puertas de Ulises y al umbral de su casa, empuñando la. lanza broncinea los y en figura de un huésped, de Mentes, !señor de los tafios. Al momento observó a los altivos galanes: estaban en el patio gozando en jugar a las suertes y echados sobre pieles de bueyes que habían inmolado ellos mismos. Sus h~eraldos y activos sirvientes hacíainles los unos iio en crateras la mezcla del agua y del vino, los otros a su vez con porosas esponjas limpiaban las mesas y aceircábanlas luego o trinchaban la carne abundante. El divino Telémaco viola el primero; se hallaba recostado entre aquellos galanes penando en su alma :y soñando entre sí con el héroe su padre, si acaso

Si de cierto los dioses de vida feliz determinan que regrese a sus casas Ulises, el rico en ingenios, enviemos a Hermes, el guía luminoso: que vaya 8s al islote de Ogigia y en él sin demora. transmita a la ninfa de hermosos cabellos el firime decreto de la vuelta del héroe sufrido de entrañas. Yo misma iré en tanto a las tierras de ftaca; allí de su hijo en el pecho pondré diligencia y valor por que llame 90 en el ágora a junta a los dánaos crinados y en ella haga frente a los muchos galanes que matan sin duelo sus ovejas y bueyes rollizos de pasos de rueda; le haré ir hasta Pilo arenosa y Esparta a que trate de saber del regreso del padre querido y consiga 95 para ti1 mismo también favorable renombre en las gentes.»

Ta'l diciendo ligóse a los pies las hermosas sandalias inmortales, doradas, que suelen llevarla por cima de las aguas y tierras sin fin con los soplos del viento.

Asió luego la lanza robusta con punta de bronce, ioo fuerte, grande, pesada: con ella a los héroes por filas desbarata en su furia la diosa del padre terrible.

A los ricos manjares así preparados tendieron

en el puerto de Ritro al socaire del Neyo selvoso. Elien por huéspedes uno de otro podemos tenernos de familia y de antiguo: si no, que lo diga Laertes el anciano, si a verle te llegas, pues cuentan que él nunca viene ya a la ciudad, sino pasa la vida en el campo 1% con sus penas, cuidado no más que por vieja sirvienta que le da de comer y beber cuando toma sus miembros la fatiga de tanto subir por su viña del monte. Pero yo vine acá por decirse que había ya tu padre regresado al país, siendo así que han cortado los dioses 19s su camino: verdad es que Ulises rio ha muerto en la tierra, antes bien, está preso con vida en el ancho oceano, pues en isla que cercan las olas lo guardan infames y selváticas gentes forzando sus vivos deseos. Yo no obstante te voy a anunciar todo aquello que inspiran 200 a mi mente los dioses y pienso tendrá cumplimiento aun sin ser adivino ni experto en presagios: no es mucho 101 que ya separado estará de su patria querida, aunque lleguen a atarle con férrea cadena, que él piensa y medita el regreso, pues siempre fue ducho en ardides. 20s Pero, jea!, pon mente a esto otro y explica fielmente: ¿dices tú, tan mayor, que eres hijo de Ulises? Mas cierto, tui cabeza es la misma de aquél y el fulgor de tus ojos; muchas veces nos vimos en tratos recíprocos antes que él tomara la ruta de Ilión en los combos bajeles 210 arriesgándose al mar con los otros magnates aqueos: desde entonces ni vi más a Ulises ni Ulises me ha visto., Y el discreto Telémaco entonces le dijo en respuesta: aPues yo voy, extranjero, a explicártelo todo fielmente.

Me proclamo nacido de Anquíalo el discreto: soy Mentes, el señor de los tafios, nación de gozosos remeros; con mi barco y mi gente he llegado hasta aquí navegando por las olas vinosas con rumbo hacia tierras extrañas, hiacia Témesa en busca de bronce llevándoles hierro reluciente. Varado allá lejos quedó mi navío

iso los ga:ianes sus manos y ya que quedaron su hambre y su sed satisfechas tornaron su mente a otras cosas, a la danza y el canto que son la sazón del banquete.

Hermosísima cítara entonces le puso uin heraldo en las manos a Femio, al que mal de su grado tenían 15s de cantor; él las cuerdas pulsó y entonó un bello canto; mas Telémaco en esto, volviéndose a Atena ojizarca, por que no se enterasen los otros le dijo al oído:

«¿Llevarás, oh mi huésped, a mal lo que voy a decirte?

Estos hombres se cuidan tan sólo de cítara y canto

160 con raizón, pues que comen sin costo de ajena despensa; entretanto la lluvia repudre en la tierra los huesos descarnados de un héroe o el mar los arrastra en sus olas; mas si en ltaca un día le vieran llegar de regreso, bien dle cierto que todos quisieran tener al instante 16s más s~eguros los pies, no ya oro ni ricos vestidos.

Pero aquél sucumbió a la desgracia sir1 duda y no hay de tal pena consuelo, por más que algún hombre nos diga que tendrá de volver; ha perdido la luz del regreso.

Pero, jea!, tú dime y explica esto otro. ¿Quién eres?

170 ¿De qué gente? ¿Cuál es tu ciudad? ¿Quiénes fueron tus [padres?

¿En qué barco has llegado hasta aquí? ¿,Cómo fue que sus [hombres te traJeron a ltaca? {En dónde decíanse nacidos?

Por tu pie, bien se deja pensar, no has vemido a esta tierra; dime en todo verdad, porque bien saber quiero si es ésta 17s tu primera arribada o mi padre te tuvo por huésped: muchos hombres venían aquí a nuestra casa y él mismo en su tiempo gozaba en tratar muchedumbre de gente.,

Coritestándole dijo Atenea, la diosa iojizarca: «Pules yo voy, extranjero, a explicártelo todo fielmente.

De él nacido me dice mi madre, mas yo por mí mismo no lo puedo saber: ¿qué mortal reconoce su sangre?

de Duliquio, de Sama y de Zante, la rica de bosques, y los otros que en ftaca abrupta detentan el mando con mi madre pretenden casar y disipan mi hacienda. Ella, en tanto, ni puede negarse a una boda que odia ni al abuso dar fin y ellos comen, devoran mi casa

y muy pronto también me tendrá:n devorado a mí mismo.^

Enojada, a su vez, contestáballe Palas Atena: «Es de ver cuánta falta te hace ese Ulises ausente que a estos hombres osados pusiera las manos encima. jAh, si ahora, asomando de pronto al umbral del palacio 255 detuviérase en él con el casco, el escudo y las picas cual yo mismo primero en mi casa llegué a conocerlo disfrutando y bebiendo a la vuelta de Efira, en donde hospedado le había la mansión dsel mermérida Ilo!

Por allá vino Ulises también en su rápida nave 2M) a pedir un veneno mortal para el cuerpo del hombre con que untar sus broncíneas saetas; mas 110 negóse a atender su demanda por miedo a los dioses eternos :y en su amor sin medida entregóselo en cambio mi padre. En tal guisa debiera él aquí pre:sentarse a estos mozos; 265 'bi'en aprisa acabara su vida y se aguaran sus bodas. 'Ello todo, no obstante, en las haltias está de los dioses, ique haya o no de volver al hogar y cumplir la venganza en sus propios palacios; tú, en cambio, forzoso es que pienses en el modo de echar de esta casal a esas gentes. Veamos, 270 itus sentidos aviva y se graben en ti mis palabras: 1.la.ma a junta mañana en la plazai a los nobles aqueos y ante todos explica el asunto; que sean las deidades 1:u:s testigos y ordena a esos mozos marchar a sus casas. Si tu madre quisiere casarse, que vuelva de nuevo 275 a lhabitar la mansión de su padre opulento y, en tanto,

El discreto Telémaco entonces le dijo en respuesta: «Pues así de estas cosas, mi huéspeld, preguntas e [inquieres, te dirt5 que esta casa fue en tiempos feliiz e intachable mientras ese que sabes vivió en el país;: mas ahora otra cosa tramando ruinas quisieron los dioses, 23s que han borrado su fama en el mundo cual nunca lo [hicieron con ningún otro hombre: no fuera tan grande mi pena si él cayera en Ilión en mitad de sus tropas o en brazos de los suyos después de acabada la guerra, que entonces los argivos en pleno le hubieran alzado una tumba 240 y un renombre glorioso le hubiera quedlado a este hijo. Mas al: cabo los vientos furiosos lo han hiecho en la sombra su botín; sin ser visto ni oído se fue, nne ha dejado pesadumbres y llanto y no lloro por él :solamente, que otros duelos funestos vinieron a darme los dioses: cuantos próceres tienen ahora ploder en las islas

Bien quisiera ser hijo de un padre feliz al que hallara la ve-jez disfrutando en mitad de sus propias haciendas, mas mi padre es el más desdichado de todos los hombres:

220 de esí: tal según cuentan nací, ya que 1ú me preguntas.»

Co:ntestando a su vez dijo Atena, la diosa ojizarca: «No dejaron sin gloria los dioses la estirpe que dices, pues :Penélope en ti tan buen hijo alcanzó, pero ahora saber quiero esto otro que me has de explicar [puntualmente.

22s ¿Qué festín se da aquí? ¿Para qué esta reunión? ¿Qué [motivo hubo a hacerla? ¿Es convite o banquete dle bodas? No escote ciertaimente. Insolencia y ultraje parece en tus salas ,tal banquete capaz de indignar a cualquiera con seso que 1l.egando hasta aquí contemplara t.amaño descaro.». 230

Contestando a su vez dijo

Aitena, la diosa ojizarca: «NO detengas mi marcha, que :ya se me tarda el camino, 31s y ese don que tu afecto te impulsa a ofrecerme se quede para el tiempo en que pase de vuelta a mi patria; y [entonces tenlo bien escogido, que no queidará sin retorno..

Tal diciendo marchóse de allá la ojizarca Atenea como un ave que escapa a la vista; dejóle en el alma 320 fortaleza y valor y un recuerdo más vivo que antes dle su padre querido; notándolo luego en su mente le tomó el estupor y llegó a conocerla por diosa.

Nias bien pronto el divino varón se reunió con los otros.

Un aedo famoso cantaba en mitad y sentados

los demás en silencio le oían; narraba el regreso desastroso de Ilión que a los dánaos impuso Atenea. En el piso de arriba fue a heirir aquel canto divino a la hija de Icario, discreta Pendope: al punto descendió de su estancia tomando la larga escalera, 324 mas no sola, seguíanla de cerca dos siervas; y cuancio la mujer entre todas divina avist6 a sus galanes, a la puerta quedó del salón bien labrado, ajustóse el espléndido velo, cubrió sus mejillas, las fieles servidoras pusiéronse a un lado y a otro y, dejando 335 que corriese su llanto, le dijo al aledo divino: «Otras muchas leyendas, joh Femio!, conoces de cierto (de: guerreros y dioses, que hechizain las mentes humanas

El discreto Telémaco entonces le dijo en respuesta: ~Foirastero, has hablado en verdad con afecto [entrañable, como un padre a su hijo: no habré de olvidar tus palabras. Pero, jea!, domina tus prisas y quédate un poco, que después de bañarte y haber esparcido tu mente puedas ir a tu nave gozoso con iun buen regalo de gran precio que yo he de entregarte: ha de ser una [alhaja como suele a los huéspedes dar algún huésped amigo..

los galanes preparen la boda y apresten los dones cuantos cumple ofrecer por la hija querida a los suyos. Y a ti mismo un consejo prudente si quieres seguirlo:

280 ve y escoge la nave mejor y con veinte remeros sal e intenta saber de tu padre perdido hace tanto, ya te venga a informar algún hombre, ya! escuches la fama que venida de Zeus esparce su voz por el mundo; marchii a Pilo primero e inquiere de Néstor divino;

28s desde :Pila ve a Esparta y pregúntale allí a Menelao, que el postrero volvió de los dánaos ves,tidos de bronce; y, si nuevas te dan de que vive y regresa tu padre, por muy grande que sea tu aflicción persewera hasta un año, mas, si sabes que ha mucrto y no cuenta en los vivos, retorna

2% sin mayor dilación a la patria querida y levanta en su :honor un gran túmulo, ofrécele fú.nebres dones, cuantos bien te parezca, y entrega tu madre a otro esposo. Una vez que lo hagas y acabes aquello que digo te pondrás a pensar con la mente y el alma en el modo

29s de matar a esos hombres aquí en tu palacio, ya sea con engaños, ya en lucha a la luz, pues en nada te cuadra que te muestres aún niño: eres ya muy mayor para ello.

¿Por ventura no escuchas la fama ganada en el mundo por Orestes divino vengando la muerte paterna

300 en Egisto falaz, matador de su padre glorioso? Tú, querido, también, pues te veo tan alto y gallardo, ten valor y que alaben tus hechos los hombres futuros; mas yo debo bajar, que ya es hora, a la rápida nave y buscar a mi gente que ansiosa me espera; tú sigue

305 vigilándolo todo y atiende a cumplir miis consejos..

al cantar del aedo; entona una de ellas y beban

si pensáis que es mejor y más grato seguir devorando la fortuna de un solo varón sin gastar de lo propio, dlevoradla, mas yo he de clamar a los dioses eternos por si Zeus me concede el castigo de tales desmanes y algún día en mi mismo palacio morís sin venganza.»

Tal les dijo Telémaco y ellos, mordiendo sus labios, sle admiraban del nuevo valor qu.e mostraba al hablarles.

Pero Antínoo, nacido de Eupites, al fin replicóle: «De seguro, Telémaco, inspiran los dioses palabras tíln ufanas y te hacen hablar con tamaña osadía, 385 mas que el hijo de Crono no quiera otorgarte en la tierra itaquesa que bañan los mares el reino paterno., Y el discreto Telémaco entonces le dijo en respuesta: .Aunque a mal me lo lleves, Antínoo, tendré que decirte que, si Zeus me lo da, tomaré de buen grado ese reino. 390 ¿#O es que piensas tal vez que reinar es la gran desventura d~e los hombres? No así, bien de cierto, que el rey por de [pronto tiene bien abastada su casa y sin par es su honra. Plero hay otros reyes en Itaca, jbvenes unos y mayores los otros, ya son mult.itud: que se quede 395 uno de ellos al frente del reino, :pues ha muerto Ulises; yo seré soberano en mi casa, mandando en los siervos que ganó para mí en los combatt:~ Ulises divino., Mas el hijo de Pólibo, Eurímasco, habló de este modo: «Reservado en sus haldas, Telémaco, tienen los dioses 400 el secreto del dánao que habrá die reinar en la isla;

365 LOS galanes gritaban allá por la sala sombría. Todos ellos ansiaban yacer con Penélope; entonces el discreto Telémaco hablóles así: «Pretendientes que con esa insolente altivez asediáis a mi madre, del banquete gocemos en paz y que tal griterío 370 cese al punto, que es dulce escuchar a un cantor como éste, semejante a su voz a las mismas deidades. Mañana, c:on la luz de la aurora, saldremos al ágora todos y bien claro os diré cuanto tengo en el ánimo. Habréis de dejar estas salas: id, pues, preparad otras mesas y comed de lo vuestro invitándoo~s por turno; no obstante,

en silencio su vino esos hombres, mas corta ese canto desdichado; royéndome va el corazón en el pecho, pues en mí como en nadie se ceba un (dolor sin olvido, que tal es el esposo que añoro en perpetuo recuerdo, cuya fama ha llenado la Hélade y tierras de Argos.,

Y el discreto Telémaco entonces le dijo en respuesta: «¿Por qué, oh madre, le impides al hárbil aedo que trate de agr,adar como quiera su genio le inspire? La culpa no la tiene el cantor, sino Zeus, que reparte sus dones y los da a cada cual de los hombres según su talante.

350 No llevemos a mal que éste diga el funesto destino de los dánaos; la gente celebra entre todos los cantos el postrero, el más nuevo que viene a halagar sus oídos. A escu~charlo se avengan tu mente y tu ,alma, que Ulises no fue solo en perder allá en Troya la lilz del regreso; 355 mucho!; otros varones cayeron también; mas tú vete a tus salas de nuevo y atiende a tus pro'pias labores, al telar y a la rueca, y ordena, asimismo, a tus siervas aplicarse al trabajo; el hablar les compete a los hombres y entre! todos a mí, porque tengo el poder en la casa.,

360 Admirada la madre tornóse y marchó a su aposento con el recio discurso del hijo grabado en el alma. A los ailtos subió de sus siervas seguida y al llanto se entregó por Ulises, su esposo. Por fi:n dulce sueño en sus párpados vino a verter la ojizarca Atenea.

Iba, pues, allí dando a Telémaco luz; le quería cual ninguna otra sierva y habíalo tenido en su guarda

siendo niño. La puerta él abrió d!el labrado aposento, acercóse a su lecho, quitóse la lbata suave y en los brazos la echó de la próvida anciana. Esta luego la alisó con cuidado y, plegando la prenda, en un clavo junto al lecho de finos entalles dejóla colgada y sin más se salió de la alcoba, tiró de la puerta con la anilla de plata y corrió con la cuerda el cerrojo rnientras él en la noche, cubierto de finas zaleas, meditando el viaje quedó de que Atena le hablara.

mas biien puedes tu hacienda guardar y mandar en tu casa, que no habrá de venir quien por fuerza te quite los bienes mientras rtaca tenga habitantes. Quisiera tan sólo

que me hablascs, joh príncipe!, acerca de aquel forastero. ¿De qué tierra llegó? ¿Qué país por su patria proclama? ¿Dónde tiene el linaje y los campos paternos? ¿Noticia te ha traído tal vez de tu padre en ausencia o acaso ha venido buscando su propio negocio? ¡Qué impulso

tan vehemente al marcharse de aquí! No ha querido [quedarse ni tratar con nosotros, mas nada hay ruín en su aspecto.»

El (discreto Telémaco entonces le dij~o en respuesta: «No es posible, joh Eurímaco!, ya de mi padre el

[regreso; yo ni creo las noticias que vienen de un lado o de otro

ni hago caso de agüeros las veces que lllama mi madre a sus isalas a algún adivino y allá le intierroga. Ese hombre es mi huésped paterno, procede de Tafos, se pro~clama nacido de Anquíalo el discreto y es Mentes, el señor de los tafios, nación de gozosos; remer0s.u

Tal Telémaco habló, mas ya había conocido a la diosa: ellos, dándose al gusto del canto y el baile, siguieron divirtiéndose allí sin parar hasta hacerse de noche. Al ven:ir las tinieblas estaban aun en la fiesta, mas vencidos del sueño tornó cada cual a su casa

425 y Telérnaco fuese también al lugar del pialacio donde estaba su alcoba labrada en seguro recinto. Allá el lecho buscó revolviendo en su mente mil cosas.

Con antorchas delante alumbraba la fiell Euriclea, engendrada por Ops Pisenórida: habíala comprado, $30 cuando1 aún no era núbil, Laertes con propios dineros entregando por ella el valor de diez pares de bueyes. Al igua.1 de su esposa la honró en el palacio, mas nunca con la esclava se unió por temor a las iras de aquélla.

Una de las labores `propias’ de la Labor Histórica es La ADECUACIÓN del Documento A LA REALIDAD, Que, quiérase o No, `Retrata´ Con La MÁXIMA FIDELIDAD, Una de las Facetas Más PODEROSAS de La Fisonomía kárstica constituyente de épocas y Tiempos de, Una CONSISTENCIA Apropiada Al Momento Actual, de UNA GRANDIOSIDAD [SCHOLA] más APARENTE Q Real !!!

UNa Historia q DA rESULTADOs

Los Historiadores de ‘Doble vara de medir’ NOS DEMUESTRAN

Q, La Historia de los Pueblos SE ESCRIBE con Mayúscula

CUANDO Los QUE ‘Sirven’ A Los Vencedores SE MUDAN ‘de Piel’

Para SU PROPIO `lucimiento´ de SABER La Verdad de los Hechos

Y, No Obstante su Genial Aproximación A Los HECHOS, mienten

NO TANTO En su Favor Cuanto En su personal Aspiración A Una

LECTURA Diacrónica de Carácter ‘Aproximativo’ Pues La REALIDAD de los Acontecimientos Y Su Fiabilidad “poco honrosa”

SE ADELANTAN A los futuribles de ‘Baja CALIDAD’ pues LA VERDAD, Siempre PERMANECE INCÓLUME, La DIGA Quien la diga… Aunque UNO SEA Flavio Josefo !!!

LIBRO I

Prefacio

1. No todos los que emprenden la tarea de escribir la historia lo hacen por la misma razón, sino por diversos motivos que difieren en los distintos autores. Algunos se dedican a esta rama de la ciencia para exhibir su habilidad en el arte de las letras y para lograr reputación de elocuentes. Otros se proponen favorecer a los personajes que intervienen en la historia, y para hacerlo no ahorran esfuerzos; antes bien, exceden en la tarea su propia capacidad. Otros, en fin, escriben la historia por imperio de las circunstancias, porque ellos mismos están involucrados en los sucesos y no pueden abstenerse de relatarlos a la posteridad. Y no son pocos los que se ven incitados a sacar los hechos a la luz del día, exponiéndolos al interés público, debido a la gran importancia de los acontecimientos. De las diversas razones que mueven a los historiadores a escribir sus libros, debo declarar que las mías son las dos mencionadas en último término. Como yo estuve mezclado personalmente en la guerra que sostuvieron los judíos con los romanos, y conocí sus alternativas y supe en qué terminó, me he sentido obligado a relatar su historia cuando vi que otros escritores que lo habían hecho antes habían falsificado la verdad 1

1 Se refiere especialmente a Justo de Tiberíades, que participó en la guerra y escribió luego sobre la misma un relato en el que ataca la actuación de Josefo, y a quien éste replicó en su autobiografía, y a otros historiadores a los que en el preámbulo de La Guerra de los Judíos tacha de inexactos y parciales.

2. Me tomé el trabajo de escribir esta obra pensando que todos los griegos la encontrarían digna de estudio; porque contendrá nuestras antigüedades, y la constitución de nuestras cosas públicas, tal como las presentan las escrituras hebreas. Ya me había propuesto anteriormente, cuando historié la guerra de los judíos, explicar el origen de los judíos, las vicisitudes por que pasaron y quién fué el legislador que les enseñó la religión y la observancia de otras virtudes. Así como las guerras que libraron antiguamente, antes de verse envueltos sin quererlo en la última contienda con los romanos. Como sería un trabajo muy amplio, lo dividí en varias partes, con su comienzo y su fin. Con el correr del tiempo, como suele suceder con los que acometen grandes empresas, me fatigué y reduje el ritmo de mi labor. Encontraba, por otra parte, pesada la tarea de transladar nuestra historia a un idioma extranjero a cuyo manejo estamos poco acostumbrados.

Muchas personas que deseaban conocer nuestra historia me animaron a seguir adelante, sobre todo Epafrodito, gran amante de las ciencias pero especialmente de la historia. También él conoció las grandes empresas y las mudanzas de la suerte, revelando siempre una gran fortaleza de ánimo y un espíritu virtuoso. Cedí a sus instancias, que acostumbra a ejercer con los que poseen alguna capacidad útil y digna, para mancomunar esfuerzos; avergonzado de permitir que mi pereza pesara más en mi espíritu que el placer de trabajar de lleno en un estudio útil, reanudé con más ímpetus mi labor. Aparte de estas razones no dejé de meditar detenidamente en algunas otras, como ser la de que nuestros antepasados deseaban difundir aquellos hechos y de que no pocos griegos se interesaban mucho en las cosas de nuestra nación.

3. Averigüé de ese modo que el rey Ptolomeo 11 2 era muy dado a la sabiduría y a los libros, y estaba empeñado en obtener una traducción al griego de nuestra ley y de nuestra organización política allí estipulada. El pontífice Eleazar, par de nuestros más altos dignatarios, no deseaba dar al rey esa facilidad, y se la habría negado, si no fuera porque sabía que en

2 Ptolomeo II Filadelfo (285-247 a. J.).

nuestro pueblo regía la norma de no impedir que otros conozcan lo que nosotros consideramos valioso. Pensé, por lo tanto, que bien podía imitar la generosidad de nuestro sumo pontífice y considerar que tal vez haya otros muchos estudiosos como el rey, quien no recibió todos nuestros escritos juntos. Los traductores que fueron enviados a Alejandría sólo le dieron los libros de la ley, habiendo muchos otros en nuestras sagradas escrituras. Libros que contienen la historia de un lapso de cinco mil años, durante los cuales ocurrieron muchos episodios extraños, muchas alternativas guerreras, las hazañas de nuestros grandes jefes y los profundos cambios de nuestra organización política. Los que estudien deteni. damente esa historia verán que todas las cosas les salen bien, hasta un extremo increíble, y que Dios les propone la recompensa de la felicidad, sólo a los que cumplen su voluntad y no se aventuran a violar sus buenas leyes; y que cuando los hombres incurren en apostasía de la estricta observancia de las leyes, lo que antes era posible se vuelve imposible, y todas las cosas buenas que acometen se tornan en plagas insanables. Exhorto a todos los que lean estos libros a que pongan sus pensamientos en Dios y analicen la intención de nuestro legislador, y veansi no interpretó su naturaleza de manera digna, si no se asignó siempre acciones que fundamentaron su fuerza, si no libró sus escritos de las fábulas indignas inventadas por otros, aunque dado el largo tiempo transcurrido, podría haber convalidado esas mentiras impunemente; porque vivió hace dos mil años, lapso durante el cual los poetas no han sido tan rigurosos en determinar las generaciones ni siquiera de sus dioses, cuanto menos las acciones de los hombres, o sus leyes.

En mi historia describiré detalladamente las constancias de nuestros anales, en su orden cronológico; porque he prometido hacerlo en toda esta obra, y sin añadir nada de lo que contienen, ni quitarles tampoco nada.

4. Pero como toda nuestra organización deriva de la sabiduría de nuestro legislador Moisés, es ineludible que comience por decir algo a su respecto, aunque muy brevemente. De lo contrario los lectores podrán decir que mi trabajo, destinado a ser una reseña de leyes y acontecimientos históricos, contiene

mucha filosofía. Conviene saber que él consideraba imprescindible tomar en consideración la naturaleza divina para todo aquel que quiera conducirse bien en la vida y legislar para sus semejantes; y observando los actos de Dios, imitar su modelo hasta donde pueda caber la imitación en la naturaleza humana y empeñarse en seguirla. Sin ello ningún legislador puede actuar con criterio justo ni promoverá lo que escriba el desarrollo de las virtudes, lo que sólo se logra enseñando que Dios es padre y señor de todas las cosas y ve todas las cosas y concede la felicidad a todos los que observan sus dictados. En cambio a los que no siguen la senda de la virtud los hunde en las máximas calamidades. Cuando Moisés quiso instituir su doctrina a sus conciudadanos, no comenzó a establecer sus leyes como lo hacían otros legisladores, mediante contratos y otros convenios mutuos, sino haciéndoles elevar su pensamiento hacia Dios y su creación del mundo, y persuadiéndolos que los hombres somos la más perfecta de sus creaciones terrestres. Habiéndolos hecho someterse a la religión, le fué fácil persuadirlos de otras cosas. Los otros legisladores se ajustaron a las fábulas y atribuyeron los más vergonzosos pecados humanos a los dioses, proveyendo de buenas excusas para sus vicios a los hombres más perversos; nuestro legislador, en cambio, después de demostrar la pureza de la virtud de Dios, consideró que el hombre debía empeñarse con todas sus fuerzas en participar de ella. E impuso los más severos castigos a los que no lo admitían ni lo creían. Insto a los lectores quieran examinar esta obra bajo este punto de vista. Podrán comprobar que no hay nada de absurdo ni en la majestad de Dios ni en el amor que profesa a la humanidad. Porque todas las cosas se refieren a la naturaleza del universo; nuestro legislador dice algunas cosas sabiamente pero de modo enigmático y otras envueltas en dignas alegorías, pero cuando es necesario las explica concretamente y con toda claridad. Y los que tengan tendencia a conocer las causas de todas las cosas, hallarán una teoría filosófica muy particular cuya explicación me abstendré de dar eneste momento, pero si Dios me permite lo haré al terminar esta obra. Voy a dedicarme ahora a la historia, cuya redacción he emprendido, después de mencionar lo que dice

Moisés sobre la creación del mundo, la que encontramos relatada en las sagradas escrituras de la siguiente manera.

La Historia se Escribe con MAYÚSCULAS

La Realidad Más `olvidadiza´ CONSISTE En La MÁS resolutiva de Las “Sorpresas”: Una DESCALCIFICACIÓN de PERSONAS, más Q de Amistades y/o Parientes, Que, NUNCA Supieron ENTENDER (sic transit gloria mundi) LAS ‘Transformaciones’ Inherentes de Una Espiritualidad dañina de FORMA ‘Aristocrática’ Al QUE Las Autoridades Eclesiásticas NO HAN Prestado La Atención MERECIDA pese a Una Legislación Tan AUTORIZADA Como El Código de Derecho Canónico (Regulador de la Convivencia HUMANA/ SOBRENATURAL en el ámbito ECLESIÁSTICO y, por ende, CIVIL) desde POSTURAS Antitéticas de Ley Natural (Amistades, Parentesco y pertenencia a Una Comunidad Humana HISTÓRICA) con `UNAS Discrepancias relativas a Las Autoridades Jerárquicas´ respecto a SU PERTENENCIA A Las Directrices DIOCESANAS Y, sobre todo, Una FUNDAMENTACIÓN Kantiana como Modo de Vida [Alejado de TODO ‘Perfeccionamiento’ MORAL Pues La Vida ‘fluye’ y Yo Me Mantengo “A FLOTE” de Toda CIRCUNSTANCIA política, religiosa e, incluso, Social] YA QUE La Hermandad de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón SOLICITA DE Sus DEUDOS TODA SERVIDUMBRE Afectiva y,

Sobre TODO, Una continuidad ‘PAISAJÍSTICA’ En TODOS LOS

ACTOS Y `Casuísticas´ DONDE La citada Institución CLERICAL

Manifiesta SUS Celebraciones y Encuentros de “Bajo Calado”

DONDE, puestos a citar, NO SE OFRECE NADA Q No SEA

Economía Sacramental + Devociones privadas/Públicas + Formación ACADÉMICA -insustancial y presurosa en su

DESARROLLO- DONDE, La Búsqueda de AFECTO, Sensibilidad Femenina y Un ´Apostolado de Raíz INMANENTE A LA MISMA ‘Hermandad’’ CONSTITUYE Un bucle de Ámbitos y Relaciones — a nivel de una ‘dirección espiritual’ [Q Traspasa Los LÍMITES de la Tradición y Magisterio de la Iglesia Católica] — Bajo Una

INSISTENTE Llamada A La A fi rmación de LA GENUINA

DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS y, sobre todo, LA

PERTENENCIA A SCHOLA CORDIS IESU - Institución de donde

SURGIERON Los Sacerdotes D. Ignacio Manresa Lamarca y D. José M.ª Alsina Casanova + D. Santiago Arellano LibradaQUIENES, A fuer de SER sinceros, No PASAN ‘por alto’ Su SER Discípulos ad hominem del Fundador de la ‘Hermandad’ —

D. Antonio Pérez-Mosso Nenninger [presbítero Incardinado en la Diócesis de Pamplona y Tudela, fervoroso admirador de la Compañía de Jesús en clave dieciochesca y, dotado, de UNA Preclara INTELIGENCIA A La QUE, No QUISO/supo DAR Una CONSISTENCIA ‘Estable’ Y, menos aún, “Forti fi cada de sentimientos veraces y Nobleza de Espíritu” (más dado a `Aventuras sinsentido´ de CLARA INSPIRACIÓN posibilista)].

Una Resolución de Ámbitos — Una ESPIRITUALIDAD Que No

ADMITE ‘responsabilidades’ — Pues, es de sobras conocido, Sus

REDES y CADENAS , como ‘Ruptura’ de LAZOS y ‘Encubrimiento 5 de intenciones’ LO QUE, SIEMPRE, Ha Sido CONSIDERADO Un Cisma Respecto, NO SÓLO DE LA IGLESIA SINO DE LOS LAZOS DE CONSANGUINIDAD — Ya Que Lo QUE Resulta de Una

Atmósfera ‘Envolvente’ ES LA DESAPARICIÓN de Una Vida de COMUNIDAD y Una VIDA PLENA en Cristo !!! !!!

[142] El tercero, considerar el sermón que les hace, y cómo los amonesta para 5 echar redes y cadenas; que primero hayan de tentar de codicia de riquezas, como suele, ut in pluribus, para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia. De manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y destos tres escalones induce a todos los otros vicios.

Una de las RESOLUCIONES más `Exhaustivas´ de los Últimos Siglos son Las Obras de los “Filósofos” q, habiendo Alcanzado

RENOMBRE Universal, Más POR SU Factura ‘audiovisual’ Que POR SU ‘dinamismo’ Etéreo Al Servicio de UNA PRETENDIDA

Construcción Humana de Resolución de Conflictos Nacionales/ Internacionales/RELIGIOSOS (hay Q SABER, sí o Sí, Q I. Kant (1724-1804) fue un Fervoroso Protestante de Tendencia

FiloLiberal - que No Romántica - QUE SANCIONÓ Un PENSAMIENTO Originante de Fuerte

Implantación en El Mundo NACIDO (Occidente) A partir de La Revolución Francesa + Ilustración de tradición Clasicista

Francesa + Economía de talante CAPITALISTA + Comprensión de Un DERECHO positivamente EN CONSONANCIA Con El Tratado - definitorio - de Westfalia (1648) + Una `estandarización´ de COSTUMBRES Y RITOS En Las Iglesias Anglicanas y Luteranas + Una Burguesía de ‘Altas miras económicas -Ultramar- pero, no tanto, de religiosidad6’ Q, NO Siempre SUPO ADMINISTRAR Las “CORRIENTES” de Espiritualidades VERDADERAS NACIDAS AL AMPARO de La Contrarreforma/Reforma Católica de FUERTE IMPLANTACIÓN En Las POTENCIAS CATÓLICAS de Grandes

Figuras que, No Obstante, Su SIMPLE Y FERVOROSA

Implantación Geográfica A Lo Largo y Ancho del Continente Europeo [San Alfonso María de Ligorio, San Juan Bautista de la Salle, San Luis María Grignon de Monfort, San Benito José Labre, etc] HICIERON Que La LUZ de Cristo Se `enseñorease´ de Reinos y Naciones QUE ATRAVESABAN Una ‘oscuridad’ tétrica y maloliente.

I. Kant se Supo GANAR El Favor de los ‘GRANDES de SU siglo’ y, Logró - Todo Hay Que Decirlo -, Una REMEMBRANZA tan ‘Espectacular’ Q, No Siendo TEÓLOGO, Sino `filósofo´, HIZO Que Las estrellas del Firmamento En Los SIGLOS VENIDEROS (Po l í t i c a Al GUSTO Ilustrado/Romántico de ALTA

6 Práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas.

CONSIDERACIÓN Universitaria más Que Público Lector ávido de noticias) LE Reconociesen COMO El Verdadero pensador más ‘Formador’ de mentes y pensamientos de todos Los TIEMPOS.

Los Resultados - objetivos y palpables - de las ‘Dimensiones’ de su OBRA [A Destacar, la Crítica de la Razón pura — Monumento a la ‘desfachatez’ de Un Conocimiento SIN Revelación positiva Lo Que Le valió su Inclusión En El ÍNDICE — Si tal ES SU 7 Calificación… ¿por QUÉ Es La Herramienta de Todos conocida Y, No Menos, ADMIRADA?

Decreto 8 de Julio de 1827, Sagrada Congregación del Índice

Prologo de la segunda edición1

Si la elaboración de los conocimientos pertenecientes al dominio de la razón llevan o no el camino seguro de una ciencia, es algo que pronto puede apreciarse por el resultado. Cuando, tras muchos preparativos y aprestos, la razón se queda estancada inmediatamente de llegar a su fin; o cuando, para alcanzarlo, se ve obligada a retroceder una y otra vez y a tomar otro camino; cuando, igualmente, no es posible poner de acuerdo a los distintos colaboradores sobre la manera de realizar el objetivo común; cuando esto ocurre se puede estar convencido de que semejante estudio está todavía muy lejos de haber encontrado el camino seguro de una ciencia: no es más que un andar a tientas. Y constituye un mérito de la razón averiguar dicho camino, dentro de lo posible, aun a costa de abandonar como inútil algo que se hallaba contenido en el fin adoptado anteriormente sin reflexión.

Que la lógica ha tomado este camino seguro desde los tiempos más antiguos es algo que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar ningún paso atrás desde Aristóteles, salvo que se quieran considerar como correcciones la supresión de ciertas sutilezas innecesarias o la clarificación de lo expuesto, aspectos que afectan a la elegancia, más que a la certeza de la ciencia. Lo curioso de la lógica es que tampoco haya sido capaz, hasta hoy, de avanzar un solo paso. Según todas las apariencias se halla, pues, definitivamente concluida. En efecto, si algunos autores modernos han pensado ampliarla a base de introducir en ella capítulos, bien sea psicológicos, sobre las distintas facultades de conocimiento (imaginación, agudeza), bien sea metafísicos, sobre el origen del conocimiento o de los distintos tipos de certeza, de acuerdo con la diversidad de objetos (idealismo, escepticismo, etc.), bien sea antropológicos, sobre los prejuicios (sus causas y los remedios en contra), ello procede de la ignorancia de tales autores acerca del carácter peculiar de esa ciencia. Permitir que las ciencias se invadan mutuamente no es ampliarlas, sino desfigurarlas. Ahora bien, los límites de la lógica están señalados con plena exactitud por ser una ciencia que no hace más que exponer detalladamente y demostrar con rigor las reglas formales de todo pensamiento, sea éste a priori o empírico, sea cual sea su comienzo o su objeto, sean los que sean los obstáculos, fortuitos o naturales, que encuentre en nuestro psiquismo.

El que la lógica haya tenido semejante éxito se debe únicamente a su limitación, que la habilita, y hasta la obliga, a abstraer de todos los objetos de conocimiento y de sus diferencias. En la lógica el entendimiento no se ocupa más que de sí mismo y de su forma. Naturalmente, es mucho más difícil para la razón tomar el camino seguro de la

1 Del año 1787 (N. del T.)

ciencia cuando no simplemente tiene que tratar de sí misma, sino también de objetos. De ahí que la lógica, en cuanto propedéutica, constituya simplemente el vestíbulo, por así decirlo, de las ciencias y, aunque se presupone una lógica para enjuiciar los conocimientos concretos que se abordan, hay que buscar la adquisición de éstos en las ciencias propia y objetivamente dichas.

Ahora bien, en la medida en que ha de haber razón en dichas ciencias, tiene que conocerse en ellas algo a priori, y este conocimiento puede poseer dos tipos de relación con su objeto: o bien para determinar simplemente éste último y su concepto (que ha de venir dado por otro lado), o bien para convertirlo en realidad. La primera relación constituye el conocimiento teórico de la razón; la segunda, el conocimiento práctico. De ambos conocimientos ha de exponerse primero por separado la parte pura —sea mucho o poco lo que contenga—, a saber, la parte en la que la razón determina su objeto enteramente a priori, y posteriormente lo que procede de otras fuentes, a fin de que no se confundan las dos cosas. En efecto, es ruinoso el negocio cuando se gastan ciegamente los ingresos sin poder distinguir después, cuando aquél no marcha, cuál es la cantidad de ingresos capaz de soportar el gasto y cuál es la cantidad en que hay que reducirlo.

La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón que deben determinar sus objetos a priori. La primera de forma enteramente pura; la segunda, de forma al menos parcialmente pura, estando entonces sujeta tal determinación a otras fuentes de conocimiento distintas de la razón.

La matemática ha tomado el camino seguro de la ciencia desde los primeros tiempos a los que alcanza la historia de la razón humana, en el admirable pueblo griego. Pero no se piense que le ha sido tan fácil como a la lógica —en la que la razón únicamente se ocupa de sí misma— el hallar, o más bien, el abrir por sí misma ese camino real. Creo, por el contrario, que ha permanecido mucho tiempo andando a tientas (especialmente entre los egipcios) y que hay que atribuir tal cambio a una revolución llevada a cabo en un ensayo, por la idea feliz de un solo hombre. A partir de este ensayo, no se podía ya confundir la ruta a tomar, y el camino seguro de la ciencia quedaba trazado e iniciado para siempre y con alcance ilimitado. Ni la historia de la revolución del pensamiento, mucho más importante que el descubrimiento del conocido Cabo de Buena Esperanza, ni la del afortunado que la realizó, se nos ha conservado. Sin embargo, la leyenda que nos transmite Diógenes Laercio —quien nombra al supuesto descubridor de los más pequeños elementos de las demostraciones geométricas y, según el juicio de la mayoría, no necesitados siquiera de prueba alguna— demuestra que el recuerdo del cambio sobrevenido ai vislumbrarse este nuevo camino debió ser considerado por los matemáticos como muy importante y que, por ello mismo, se hizo inolvidable. Una nueva luz se abrió al primero (llámese Tales o como se quiera) que demostró el triángulo equilátero1 En efecto, advirtió que no debía indagar lo que veía en la figura o en el mero concepto de ella y, por así decirlo, leer, a partir de ahí, sus propiedades, sino extraer éstas a priori por medio de lo que él mismo pensaba y exponía (por construcción) en

1 «isósceles», si, de acuerdo con Rosenkranz, se lee gleichschenklich, en vez de gleichseitig (N. del T.)

conceptos. Advirtió también que, para saber a priori algo con certeza, no debía añadir a la cosa sino lo que necesariamente se seguía de lo que él mismo, con arreglo a su concepto, había puesto en ella.

La ciencia natural tardó bastante más en encontrar la vía grande de la ciencia. Hace sólo alrededor de un siglo y medio que la propuesta del ingenioso Bacon de Verulam en parte ocasionó el descubrimiento de la ciencia y en parte le dio más vigor, al estarse ya sobre la pista de la misma. Este descubrimiento puede muy bien ser explicado igualmente por una rápida revolución previa en el pensamiento. Sólo me referiré aquí a la ciencia natural en la medida en que se basa en principios empíricos.

Cuando Galileo hizo bajar por el plano inclinado unas bolas de un peso elegido por él mismo, o cuando Torricelli hizo que el aire sostuviera un peso que él, de antemano, había supuesto equivalente al de un determinado volumen de agua, o cuando, más tarde, Stahl transformó metales en cal y ésta de nuevo en metal, a base de quitarles algo y devolvérselok, entonces los investigadores de la naturaleza comprendieron súbitamente algo. Entendieron que la razón sólo reconoce lo que ella misma produce según su bosquejo, que la razón tiene que anticiparse con los principios de sus juicios de acuerdo con leyes constantes y que tiene que obligar a la naturaleza a responder sus preguntas, pero sin dejarse conducir con andaderas, por así decirlo. De lo contrario, las observaciones fortuitas y realizadas sin un plan previo no van ligadas a ninguna ley necesaria, ley que, de todos modos, la razón busca y necesita. La razón debe abordar la naturaleza llevando en una mano los principios según los cuales sólo pueden considerarse como leyes los fenómenos concordantes, y en la otra, el experimento que ella haya proyectado a la luz de tales principios. Aunque debe hacerlo para ser instruida por la naturaleza, no lo hará en calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino como juez designado que obliga a los testigos a responder a las preguntas que él les formula. De modo que incluso la física sólo debe tan provechosa revolución de su método a una idea, la de buscar (no fingir) en la naturaleza lo que la misma razón pone en ella, lo que debe aprender de ella, de lo cual no sabría nada por sí sola. Únicamente de esta forma ha alcanzado la ciencia natural el camino seguro de la ciencia, después de tantos años de no haber sido más que un mero andar a tientas.

La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, completamente aislado, que se levanta enteramente por encima de lo que enseña la experiencia, con meros conceptos (no aplicándolos a la intuición, como hacen las matemáticas), donde, por tanto, la razón ha de ser discípula de sí misma, no ha tenido hasta ahora la suerte de poder tomar el camino seguro de la ciencia. Y ello a pesar de ser más antigua que todas las demás1 y de que seguiría existiendo aunque éstas desaparecieran totalmente en el abismo de una barbarie que lo aniquilara todo. Efectivamente, en la metafísica la razón se atasca continuamente, incluso cuando, hallándose frente a leyes que la experiencia más ordinaria

k No sigo exactamente el hilo de la historia del método experimental, cuyos comienzos siguen siendo mal conocidos. (Nota de Kant).

1 Entendiendo, de acuerdo con Erdmann, übrigen, en lugar de ubrige (N. del T.)

confirma, ella se empeña en conocerlas a priori. Incontables veces hay que volver atrás en la metafísica, ya que se advierte que el camino no conduce a donde se quiere ir. Por lo que toca a la unanimidad de lo que sus partidarios afirman, está aún tan lejos de ser un hecho, que más bien es un campo de batalla realmente destinado, al parecer, a ejercitar las fuerzas propias en un combate donde ninguno de los contendientes ha logrado jamás conquistar el más pequeño terreno ni fundar sobre su victoria una posesión duradera. No hay, pues, duda de que su modo de proceder ha consistido, hasta la fecha, en un mero andar a tientas y, lo que es peor, a base de simples conceptos.

¿A qué se debe entonces que la metafísica no haya encontrado todavía el camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la naturaleza ha castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir este camino como una de sus cuestiones más importantes? Más todavía: ¡qué pocos motivos tenemos para confiar en la razón si, ante uno de los campos más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! Quizá simplemente hemos errado dicho camino hasta hoy. Si es así ¿qué indicios nos harán esperar que, en una renovada búsqueda, seremos más afortunados que otros que nos precedieron?

Me parece que los ejemplos de la matemática y de la ciencia natural, las cuales se han convertido en lo que son ahora gracias a una revolución repentinamente producida, son1 lo suficientemente notables como para hacer reflexionar sobre el aspecto esencial de un cambio de método que tan buenos resultados ha proporcionado en ambas ciencias, así como también para imitarlas, al menos a título de ensayo, dentro de lo que permite su analogía, en cuanto conocimientos de razón, con la metafísica. Se ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos los intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori, mediante conceptos, algo sobre dichos objetos —algo que ampliara nuestro conocimiento— desembocaban en el fracaso. Intentemos, pues, por una vez, si no adelantaremos más en las tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean dados. Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas XVII en reposo. En la metafísica se puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos. Si la intuición tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo cómo podría conocerse algo a priori sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es el objeto (en cuanto objeto de los sentidos) el que se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, puedo representarme fácilmente tal posibilidad. Ahora bien, como no puedo pararme en estas intuiciones, si se las quiere convertir en conocimientos, sino que debo referirlas a algo como objeto suyo y determinar éste mediante las mismas, puedo suponer una de estas

1 Leyendo Wären, en lugar de Wäre, de acuerdo con Rosenkranz (N. del T.)

dos cosas: o bien los conceptos por medio de los cuales efectúo esta determinación se rigen también por el objeto, y entonces me encuentro, una vez más, con el mismo embarazo sobre la manera de saber de él algo a priori; o bien supongo que los objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia, única fuente de su conocimiento (en cuanto objetos dados), se rige por tales conceptos. En este segundo caso veo en seguida una explicación más fácil, dado que la misma experiencia constituye un tipo de conocimiento que requiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. Estas reglas se expresan en conceptos a priori a los que, por tanto, se conforman necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que deben concordar. Por lo que se refiere a los objetos que son meramente pensados por la razón —y, además, como necesarios—, pero que no pueden ser dados (al menos tal como la razón los piensa) en la experiencia, digamos que las tentativas para pensarlos (pues, desde luego, tiene que Sjer posible pensarlos) proporcionarán una magnífica piedra de toque de lo que consideramos el nuevo método del pensamiento, a saber, que sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellask .

Este ensayo obtiene el resultado apetecido y promete a la primera parte de la metafísica el camino seguro de la ciencia, dado que esa primera parte se ocupa de conceptos a priori cuyos objetos correspondientes pueden darse en la experiencia adecuada. En efecto, según dicha transformación del pensamiento, se puede explicar muy bien la posibilidad de un conocimiento a priori y, más todavía, se pueden proporcionar pruebas satisfactorias a las leyes que sirven de base a priori de la naturaleza, entendida ésta como compendio de los objetos de la experiencia. Ambas cosas eran imposibles en el tipo de procedimiento empleado hasta ahora. Sin embargo, de la deducción de nuestra capacidad de conocer a priori en la primera parte de la metafísica se sigue un resultado extraño y, al parecer, muy perjudicial para el objetivo entero de la misma, el objetivo del que se ocupa la segunda parte. Este resultado consiste en que, con dicha capacidad, jamás podemos traspasar la frontera de la experiencia posible, cosa que constituye precisamente la tarea más esencial de esa ciencia. Pero en ello mismo reside la prueba indirecta de la verdad del resultado de aquella primera apreciación de nuestro conocimiento racional a priori, a saber, que éste sólo se refiere a fenómenos y que deja, en cambio, la cosa en sí como no conocida por nosotros, a pesar de ser real por sí misma. Pues lo que

k Este método, tomado del que usa el físico, consiste, pues, en buscar los elementos de la razón pura en lo que puede confirmarse o refutarse mediante un experimento. Ahora bien, para examinar las proposiciones de la razón pura, especialmente las que se aventuran más allá de todos los límites de la experiencia posible, no puede efectuarse ningún experimento con sus objetos (al modo de la física). Por consiguiente, tal experimento con conceptos y principios supuestos a priori sólo será factible si podemos adoptar dos puntos de vista diferentes: por una /^reorganizándolos de forma que tales objetos puedan ser considerados como objetos de los sentidos y de la razón, como objetos relativos a la experiencía; por otra, como objetos meramente pensados, como objetos de una razón aislada y que intenta sobrepasar todos los límites de la experiencia. Si descubrimos que, adoptando este doble punto de vista, se produce el acuerdo con el principio de la razón pura y que, en cambio, surge un inevitable conflicto de la razón consigo misma cuando adoptamos un solo punto de vista, entonces es el experimento el que decide si es correcta tal distinción (Nota de Kant).

nos impulsa ineludiblemente a traspasar los límites de la experiencia y de todo fenómeno es lo incondicionado que la razón, necesaria y justificadamente, exige a todo lo que de condicionado hay en las cosas en sí, reclamando de esta forma la serie completa de las condiciones. Ahora bien, suponiendo que nuestro conocimiento empírico se rige por los objetos en cuanto cosas en sí, se descubre que lo incondicionado no puede pensarse sin contradicción; por el contrario, suponiendo que nuestra representación de las cosas, tal como nos son dadas, no se rige por éstas en cuanto cosas en sí, sino que más bien esos objetos, en cuanto fenómenos, se rigen por nuestra forma de representación, desaparece la contradicción. Si esto es así y si, por consiguiente, se descubre que lo incondicionado no debe hallarse en las cosas en cuanto las conocemos (en cuanto nos son dadas), pero sí, en cambio, en las cosas en cuanto no las conocemos, en cuanto cosas en sí, entonces se pone de manifiesto que lo que al comienzo admitíamos a título de ensayo se halla justificado kk. Nos queda aún por intentar, después de haber sido negado a la razón especulativa todo avance en el terreno suprasensible, si no se encuentran datos en su conocimiento práctico para determinar aquel concepto racional y trascendente de lo incondicionado y sobrepasar, de ese modo, según el deseo de la metafísica, los límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori, aunque sólo desde un punto de vista práctico. Con este procedimiento la razón especulativa siempre nos ha dejado, al menos, sitio para tal ampliación, aunque tuviera que ser vacío. Tenemos, pues, libertad para llenarlo. Estamos incluso invitados por la razón a hacerlo, si podemos, con sus datos prácticosk .

Esa tentativa de transformar el procedimiento hasta ahora empleado por la metafísica, efectuando en ella una completa revolución de acuerdo con el ejemplo de los geómetras y los físicos, constituye la tarea de esta crítica de la razón pura especulativa. Es un tratado sobre el método, no un sistema sobre la ciencia misma. Traza, sin embargo, el perfil entero de ésta, tanto respecto de sus límites como respecto de toda su articu-

kk Tal experimento de la razón pura se parece bastante al que a veces efectúan los químicos bajo el nombre de ensayo de reducción y, de ordinario, bajo el nombre de procedimiento sintético El análisis del metafísico separa el conocimiento puro a priori en dos elementos muy heterogéneos: el de las cosas en cuanto fenómenos y el de las cosas en sí mismas. Por su parte, la dialéctica los enlaza de nuevo, a fin de que estén en consonancia con la necesaria idea racional de lo incondicionado, y descubre que tal consonancia no se produce jamás sino a partir de dicha distinción, que es, por tanto, la verdadera (Nota de Kant).

k Las leyes centrales de los movimientos de los cuerpos celestes proporcionan así completa certeza a lo que Copérnico tomó, inicialmente, como simple hipótesis, y demostraron, a la vez, la fuerza invisible que liga la estructura del universo (la atracción newtoniana). Esta atracción hubiera permanecido para siempre sin descubrir si Copérnico no se hubiese .atrevido a buscar, de modo opuesto a los sentidos, pero verdadero, los movimientos observados, no en los objetos del cielo, sino en su espectador. Por mi parte, presento igualmente en este prólogo la transformación de este pensamiento —que es análoga a la hipótesis mencionada— expuesta en la crítica como mera hipótesis. No obstante, con el solo fin de destacar los primeros ensayos de dicha transformación, ensayos que son siempre hipotéticos, dicha hipótesis queda demostrada en el tratado mismo, no según su carácter de hipótesis, sino apodícticamente, partiendo de la naturaleza de nuestras representaciones de espacio y tiempo y de los conceptos elementales del entendimiento (Nota de Kant).

lación interna. Pues lo propio de la razón pura especulativa consiste en que puede y debe medir su capacidad según sus diferentes modos de elegir objetos de pensamiento, en que puede y debe enumerar exhaustivamente las distintas formas de proponerse tareas y bosquejar así globalmente un sistema de metafísica. Por lo que toca a lo primero, en efecto, nada puede añadirse a los objetos, en el conocimiento a priori, fuera de lo que el sujeto pensante toma de sí mismo. Por lo que se refiere a lo segundo, la razón constituye, con respecto a los principios del conocimiento, una unidad completamente separada, subsistente por sí misma, una unidad en la que, como ocurre en un cuerpo organizado, cada miembro trabaja en favor de todos los demás y éstos, a su vez, en favor de los primeros; ningún principio puede tomarse con seguridad desde un único aspecto sin haber investigado, a la vez, su relación global con todo el uso puro de la razón. A este respecto, la metafísica tiene una suerte singular, no otorgada a ninguna de las otras ciencias racionales que se ocupan de objetos (pues la lógica sólo estudia la forma del pensamiento en general). Esta suerte consiste en lo siguiente: si, mediante la presente crítica, la metafísica se inserta en el camino seguro de la ciencia, puede abarcar perfectamente todo el campo de los conocimientos que le pertenecen; con ello terminaría su obra y la dejaría, para uso de la posteridad, como patrimonio al que nada podría añadirse, ya que sólo se ocupa de principios y de las limitaciones de su uso, limitaciones que vienen determinadas por esos mismos principios. Por consiguiente, está también obligada, como ciencia fundamental, a esa completud y de ella ha de poder decirse: nil actum reputans, si quid superesset agendum1 .

Se preguntará, sin embargo, ¿qué clase de tesoro es éste que pensamos legar a la posteridad con semejante metafísica depurada por la crítica, pero relegada por ello mismo, a un estado de inercia? Si se echa una ligera ojeada a esta obra se puede quizá entender que su utilidad es sólo negativa: nos advierte que jamás nos aventuremos a traspasar los límites de la experiencia con la razón especulativa. Y, efectivamente, ésta es su primera utilidad. Pero tal utilidad se hace inmediatamente positiva cuando se reconoce que los principios con los que la razón especulativa sobrepasa sus límites no constituyen, de hecho, una ampliación, sino que, examinados de cerca, tienen como resultado indefectible una reducción de nuestro uso de la razón, ya que tales principios amenazan realmente con extender de forma indiscriminada los límites de la sensibilidad, a la que de hecho pertenecen, e incluso con suprimir el uso puro (práctico) de la razón. De ahí que una crítica que restrinja la razón especulativa sea, en tal sentido, negativa, pero, a la vez, en la medida en que elimina un obstáculo que reduce su uso práctico o amenaza incluso con suprimirlo, sea realmente de tan positiva e importante utilidad. Ello se ve claro cuando se reconoce que la razón pura tiene un uso práctico (el moral) absolutamente necesario, uso en el que ella se ve inevitablemente obligada a ir más allá de los límites de la sensibilidad. Aunque para esto la razón práctica no necesita ayuda de la razón especulativa, ha de estar asegurada contra la oposición de ésta última, a fin de no caer en contradicción consigo misma. Negar a esta labor de la crítica su utilidad positiva equivaldría a afirmar que la policía no presta un servicio positivo por limitarse su tarea

1 No da nada por hecho mientras quede algo por hacer (Versión del T.)

primordial a impedir la violencia que los ciudadanos pueden temer unos de otros, a fin de que cada uno pueda dedicarse a sus asuntos en paz y seguridad. En la parte analítica de la crítica se demuestra: que el espacio y el tiempo son meras formas de la intuición sensible, es decir, simples condiciones de la existencia de las cosas en cuanto fenómenos; que tampoco poseemos conceptos del entendimiento ni, por tanto, elementos para conocer las cosas sino en la medida en que puede darse la intuición correspondiente a tales conceptos; que, en consecuencia, no podemos conocer un objeto como cosa en sí misma, sino en cuanto objeto de la intuición empírica, es decir, en cuanto fenómeno. De ello se deduce que todo posible conocimiento especulativo de la razón se halla limitado a los simples objetos de la experiencia. No obstante, hay que dejar siempre a salvo —y ello ha de tenerse en cuenta— que, aunque no podemos conocer esos objetos como cosas en sí mismas, sí ha de sernos posible, al menos, pensarlosk. De lo contrario, se seguiría la absurda proposición de que habría fenómeno sin que nada se manifestara. Supongamos ahora que no se ha hecho la distinción, establecida como necesaria en nuestra crítica, entre cosas en cuanto objeto de experiencia y esas mismas cosas en cuanto cosas en sí. En este caso habría que aplicar a todas las cosas, en cuanto causas eficientes, el principio de causalidad y, consiguientemente, el mecanismo para determinarla. En consecuencia, no podríamos, sin incurrir en una evidente contradicción, decir de un mismo ser, por ejemplo del alma humana, que su voluntad es libre y que, a la vez, esa voluntad se halla sometida a la necesidad natural, es decir, que no es libre. En efecto, se habría empleado en ambas proposiciones la palabra «alma» exactamente en el mismo sentido, a saber, como cosa en general (como cosa en sí misma). Sin una crítica previa, no podía emplearse de otra forma. Pero si la crítica no se ha equivocado al enseñarnos a tomar el objeto en dos sentidos, a saber, como fenómeno y como cosa en sí; si la deducción de sus conceptos del entendimiento es correcta y, por consiguiente, el principio de causalidad se aplica únicamente a las cosas en el primer sentido, es decir, en cuanto objetos de la experiencia, sin que le estén sometidas, en cambio, esas mismas cosas en el segundo sentido; si eso es así, entonces se considera la voluntad en su fenómeno (en las acciones visibles) como necesariamente conforme a las leyes naturales y, en tal sentido, como no libre, pero, por otra parte, esa misma voluntad es considerada como algo perteneciente a una cosa en sí misma y no sometida a dichas leyes, es decir,como libre, sin que se dé por ello contradicción alguna. No puedo, es cierto, conocer mi alma desde este último punto de vista por medio de la razón especulativa (y menos todavía por medio de la observación empírica) ni puedo, por tanto, conocer la libertad como propiedad de un ser al que atribuyo efectos en el mundo sensible. No puedo hacerlo porque debería conocer dicho ser como determinado en su existencia y como no determinado en el

k El conocimiento de un objeto implica el poder demostrar su posibilidad, sea porque la experiencia testimonie su realidad, sea a priori, mediante la razón. Puedo, en cambio, pensar lo que quiera, siempre que no me contradiga, es decir, siempre que mi concepto sea un pensamiento posible, aunque no pueda responder de si, en el conjunto de todas las posibilidades, le corresponde o no un objeto. Para conferir validez objetiva (posibilidad real, pues la anterior era simplemente lógica) a este concepto, se requiere algo más. Ahora bien, .este algo más no tenemos por qué buscarlo precisamente en las fuentes del conocimiento teórico. Puede hallarse igualmente en las fuentes del conocimiento práctico (Nota de Kant).

tiempo (lo cual es imposible, al no poder apoyar mi concepto en ninguna intuición). Pero sí puedo, en cambio, concebir la libertad; es decir, su representación no encierra en sí contradicción ninguna si se admite nuestra distinción crítica entre los dos tipos de representación (sensible e intelectual) y la limitación que tal distinción implica en los conceptos puros del entendimiento, así como también, lógicamente, en los principios que de ellos derivan. Supongamos ahora que la moral presupone necesariamente la libertad (en el más estricto sentido) como propiedad de nuestra voluntad, por introducir a priori, como datos de la razón, principios prácticos originarios que residen en ella y que serían absolutamente imposibles de no presuponerse la libertad. Supongamos también que la razón especulativa ha demostrado que la libertad no puede pensarse. En este caso, aquella suposición referente a la moral tiene que ceder necesariamente ante esta otra, cuyo opuesto encierra una evidente contradicción. Por consiguiente, la libertad, y con ella la moralidad (puesto que lo contrario de ésta no implica contradicción alguna, si-no hemos supuesto de antemano la libertad) tendrían que abandonar su puesto en favor del mecanismo de la naturaleza. Ahora bien, la moral no requiere sino que la libertad no se contradiga a sí misma, que sea al menos pensable sin necesidad de examen más hondo y que, por consiguiente, no ponga obstáculos al mecanismo natural del mismo acto (considerado desde otro punto de vista). Teniendo en cuenta estos requisitos, tanto la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus posiciones, cosa que no hubiera sido posible si la crítica no nos hubiese enseñado previamente nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas ni hubiera limitado nuestras posibilidades de conocimiento teórico a los simples fenómenos. Esta misma explicación sobre la positiva utilidad de los principios críticos de la razón pura puede ponerse de manifiesto respecto de los conceptos de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma. Sin embargo, no lo voy a hacer aquí por razones de brevedad. Ni siquiera puedo, pues, aceptar a Dios, la libertad y la inmortalidad en apoyo del necesario uso práctico de mi razón sin quitar, a la vez, a la razón especulativa su pretensión de conocimientos exagerados. Pues ésta última tiene que servirse, para llegar a tales conocimientos, de unos principios que no abarcan realmente más que los objetos de experiencia posible. Por ello, cuando, a pesar de todo, se los aplica a algo que no puede ser objeto de experiencia, de hecho convierten ese algo en fenómeno y hacen así imposible toda extensión práctica de la razón pura. Tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a la. fe, y el dogmatismo de la metafísica, es decir, el prejuicio de que se puede avanzar en ella sin una crítica de la razón pura, constituye la verdadera fuente de toda incredulidad, siempre muy dogmática, que se opone a la moralidad. Aunque no es, pues, muy difícil legar a la posteridad una metafísica sistemática, concebida de acuerdo con la crítica de la razón pura, sí constituye un regalo nada desdeñable. Repárese simplemente en la cultura de la razón avanzando sobre el camino seguro de la ciencia en general en comparación con su gratuito andar a tientas y con su irreflexivo vagabundeo cuando prescinde de la crítica. O bien obsérvese cómo emplea mejor el tiempo una juventud deseosa de saber, una juventud que recibe del dogmatismo ordinario tan numerosos y tempranos estímulos, sea para sutilizar cómodamente sobre cosas de las que nada entiende y de las que nunca —ni ella ni nadie— entenderá nada, sea incluso para tratar de descubrir nuevos pensamientos y opiniones y para descuidar así el aprendizaje de las ciencias rigurosas. Pero considérese, sobre todo, el inapreciable interés que tiene el terminar para siempre,

al modo socrático, es decir, poniendo claramente de manifiesto la ignorancia del adversario, con todas las objeciones a la moralidad y a la religión. Pues siempre ha habido y seguirá habiendo en el mundo alguna metafísica, pero con ella se encontrará también una dialéctica de la razón pura que le es natural. El primero y más importante asunto de la filosofía consiste, pues, en cortar, de una vez por todas, el perjudicial influjo de la metafísica taponando la fuente de los errores.

A pesar de esta importante modificación en el campo de las ciencias y de la pérdida que la razón especulativa ha de soportar en sus hasta ahora pretendidos dominios, queda en el mismo ventajoso estado en que estuvo siempre todo lo referente a los intereses humanos en general y a la utilidad que el mundo extrajo hasta hoy de las enseñanzas de la razón. La pérdida afecta sólo al monopolio de las escuelas, no a los intereses de los hombres. Yo pregunto a los más inflexibles dogmáticos si, una vez abandonada la escuela, las demostraciones, sea de la pervivencia del alma tras la muerte a partir de la demostración de la simplicidad de la sustancia, sea de la libertad de la voluntad frente al mecanismo general por medio de las distinciones sutiles, pero impotentes, entre necesidad práctica subjetiva y objetiva, sea de la existencia de Dios desde el concepto de un ente realísimo (de la contingencia de lo mudable y de la necesidad de un primer motor), han sido alguna vez capaces de llegar al gran público y ejercer la menor influencia en sus convicciones. Si, por el contrario, en lo que se refiere a la pervivencia del alma, es únicamente la disposición natural, observable en cada hombre y consistente en la imposibilidad de que las cosas temporales (en cuanto insuficientes respecto de las potencialidades del destino entero del hombre) le satisfagan plenamente, lo que ha producido la esperanza de una vida futura; si, por lo que atañe a la libertad, la conciencia de ésta se debe sólo a la clara exposición de las obligaciones en oposición a todas las exigencias de las inclinaciones; si, finalmente, en lo que afecta a la existencia de Dios, es sólo el espléndido orden, la belleza y el cuidado que aparecen por doquier en la naturaleza lo que ha motivado la fe en un grande y sabio creador del mundo, convicciones las tres que se extienden entre la gente en cuanto basadas en motivos racionales; si todo ello es así, entonces estas posesiones no sólo continuarán sin obstáculos, sino que aumentarán su crédito cuando las escuelas aprendan, en un punto que afecta a los intereses humanos en general, a no arrogarse un conocimiento más elevado y extenso que el tan fácilmente alcanzable por la gran mayoría (para nosotros digna del mayor respeto) y, consiguientemente, a limitarse a cultivar esas razones probatorias universalmente comprensibles y que, desde el punto de vista moral, son suficientes. La mencionada transformación sólo se refiere, pues, a las arrogantes pretensiones de las escuelas que quisieran seguir siendo en este terreno (como lo son, con razón, en otros muchos) los exclusivos conocedores y guardadores de unas verdades de las que no comunican a la gente más que el uso, reservando para sí la clave (quod mecum nescit, solus vult scire vidert1). Se atiende, no obstante, a una pretensión más razonable del filósofo especulativo. Este sigue siendo el exclusivo depositario de una ciencia que es útil a la gente, aunque ésta no lo sepa, a saber, la crítica de la razón. Esta crítica, en efecto, nunca puede convertirse en

1 Lo que ignora conmigo pretende aparentar saberlo él solo (Versión del T.)

popular. Pero tampoco lo necesita. Pues del mismo modo que no penetran en la mente del pueblo los argumentos perfectamente trabados en favor de verdades útiles, tampoco llegan a ella las igualmente sutiles objeciones a dichos argumentos. Por el contrario, la escuela, así como toda persona que se eleve a la especulación, acude inevitablemente a los argumentos y a las objeciones. Por ello está obligada a prevenir, de una vez por todas, por medio de una rigurosa investigación de los derechos de la razón especulativa, el escándalo que estallará, tarde o temprano, entre el mismo pueblo, debido a las disputas sin crítica en las que se enredan fatalmente los metafísicos (y, en calidad de tales, también, finalmente, los clérigos) y que falsean sus propias doctrinas. Sólo a través de la crítica es posible cortar las mismas raíces del materialismo, del fatalismo, del ateísmo, de la incredulidad librepensadora, del fanatismo y la superstición, todos los cuales pueden ser nocivos en general, pero también las del idealismo y del escepticismo, que son más peligrosos para las escuelas y que difícilmente pueden llegar a las masas.

Si los gobiernos creen oportuno intervenir en los asuntos de los científicos, sería más adecuado a su sabia tutela, tanto respecto de las ciencias como respecto de los hombres, el favorecer la libertad de semejante crítica, único medio de establecer los productos de la razón sobre una base firme, que el apoyar el ridículo despotismo de unas escuelas que levantan un griterío sobre los peligros públicos cuando se rasgan las telarañas por ellas tejidas, a pesar de que la gente nunca les ha hecho caso y de que, por tanto, tampoco puede sentir su pérdida.

La crítica no se opone al procedimiento dogmático de la razón en el conocimiento puro de ésta en cuanto ciencia (pues la ciencia debe ser siempre dogmática, es decir, debe demostrar con rigor a partir de principios a priori seguros), sino al dogmatismo, es decir, a la pretensión de avanzar con puros conocimientos conceptuales (los filosóficos) conformes a unos principios —tal como la razón los viene empleando desde hace mucho tiempo—, sin haber examinado el modo ni el derecho con que llega a ellos. El dogmatismo es, pues, el procedimiento dogmático de la razón pura sin previa crítica de su propia capacidad. Esta contraposición no quiere, pues, hablar en favor de la frivolidad charlatana bajo el nombre pretencioso de popularidad o incluso en favor del escepticismo, que despacha la metafísica en cuatro palabras. Al contrario, la crítica es la necesaria preparación previa para promover una metafísica rigurosa que, como ciencia, tiene que desarrollarse necesariamente de forma dogmática y, de acuerdo con el más estricto requisito, sistemática, es decir, conforme a la escuela (no popular). Dado que la metafísica se compromete a realizar su tarea enteramente a priori y, consiguientemente, a entera satisfacción de la razón especulativa, es imprescindible la exigencia mencionada en último lugar. Así, pues, para llevar a cabo el plan que la crítica impone, es decir, para el futuro sistema de metafísica, tenemos que seguir el que fue riguroso método del célebre Wolf, el más grande de los filósofos dogmáticos y el primero que dio un ejemplo (gracias al cual fue el promotor en Alemania del todavía no extinguido espíritu de rigor) de cómo el camino seguro de la ciencia ha de emprenderse mediante el ordenado establecimiento de principios, la clara determinación de los conceptos, la búsqueda del rigor en las demostraciones y la evitación de saltos atrevidos en las deducciones. Wolf estaba, por ello mismo, especialmente capacitado para situar la metafísica en ese estado de ciencia. Sólo le faltó la idea de preparar previamente el terreno mediante una crítica del

órgano, es decir, de la razón pura. Este defecto hay que atribuirlo al modo de pensar dogmático de su tiempo, más que a él mismo. Pero sobre tal modo de pensar, ni los filósofos de su época ni los de todas las anteriores tienen derecho a hacerse reproches mutuos. Quienes rechazan el método de Wolf y el proceder de la crítica de la tazón pura a un tiempo no pueden intentar otra cosa que desentenderse de los grillos de la ciencia, convertir el trabajo en juego, la certeza en opinión y la filosofía en filodoxia.

Por lo que a esta segunda edición se refiere, no he dejado pasar la oportunidad, como es justo, de vencer, en lo posible, las dificultades y la oscuridad de las que hayan podido derivarse los malentendidos que algunos hombres agudos han encontrado al juzgar este libro, no sin culpa mía quizá. No he observado nada que cambiar en las proposiciones y en sus demostraciones, así como en la forma y la completud del plan. Ello se debe, por una parte, a que esta edición ha sido sometida a un prolijo examen antes de presentarla1 al público y, por otra, al mismo carácter del asunto, es decir, a la naturaleza de una razón pura especulativa. Esta posee una auténtica estructura en la que todo es órgano, esto es, una estructura en la que el todo está al servicio de cada parte y cada parte al servicio del todo. Por consiguiente, la más pequeña debilidad, sea una falta (error) o un defecto, tiene que manifestarse ineludiblemente en el uso. Este sistema se mantendrá inmodificado, según espero, en el futuro. No es la vanidad la que me inspira tal confianza, sino simplemente la evidencia que ofrece el comprobar la igualdad de resultado, tanto si se parte de los elementos más pequeños para llegar al todo de la razón pura, como si se retrocede desde el todo (ya que también éste está dado por sí mismo a través de la intención final en lo práctico) hacia cada parte. Pues el ‘mero intento de modificar la parte más pequeña produce inmediatamente contradicciones, no sólo en el sistema, sino en la razón humana en general. Ahora bien, queda mucho que hacer en la exposición. En la presente edición, he intentado introducir correcciones que remediaran el malentendido de la estética, especialmente el relativo al concepto de tiempo; la oscuridad en la deducción de los conceptos del entendimiento; la supuesta falta de evidencia suficiente en las pruebas de los principios del entendimiento puro y, finalmente, la falsa interpretación de los paralogismos introducidos en la psicología racional. Hasta aquí únicamente (es decir, sólo hasta el final del primer capítulo de la dialéctica trascendental), se extienden mis modificaciones en el modo de exposición2k. En efecto, el tiempo

1 Leyendo, de acuerdo con Erdmann, sie en vez de es (N. del T.)

k Sólo llamaría adición en sentido propio, aunque únicamente en el modo de demostrar, a la efectuada en la págin [Véase p. 246 de esta edición (N. del T.)] con una nueva refutación del idealismo psicológico y con una rigurosa demostración (la única que creo posible) de la realidad objetiva de la intuición externa. Por muy inocente que se crea al idealismo respecto de los objetivos esenciales de la metafísica (de hecho no lo es), sigue siendo un escándalo de la filosofía y del entendimiento humano en general el tener que aceptar sólo por fe la existencia de las cosas exteriores a nosotros (a pesar de que de ellas extraemos todos el material para conocer, incluso para nuestro sentido interno) y el no saber contraponer una prueba satisfactoria a quien se le ocurra dudar de tal existencia. Dado que en las expresiones de la prueba se hallan, desde la línea tres a la seis [Véase p. 247 de esta edición (N. del T.)], algunas oscuridades, ruego se modifique este período como sigue: Pero ese algo permanente no puede ser una intuición en mi. Pues todos los fundamentos de determinación de mi existencia que pueden hallarse en mí son representaciones y, como tales, ellas

era demasiado corto y, por lo que se refiere al resto, no he hallado ningún malentendido de parte de los críticos competentes e imparciales. Aunque no puedo mencionar a éstos elogiándolos como se merecen, reconocerán por sí mismos la atención que he prestado a sus observaciones en los pasajes revisados. De cara al lector, sin embargo, esta corrección ha traído consigo una pequeña pérdida que no podía evitarse sin hacer el libro

mismas necesitan un algo permanente distinto de ellas, en relación con lo cual pueda determinarse su cambio y, consiguientemente, mi existencia en el tiempo en que tales representaciones cambian.» Es probable que se diga contra esta demostración: sólo tengo conciencia inmediata de lo que está en mí, es decir, de mi representación de las cosas externas. En consecuencia, queda todavía por resolver si hay o no fuera de mí algo que corresponda a dicha representación. Pero sí tengo conciencia, por la experiencia interna, de mi existencia en el tiempo (y, consiguientemente, de la determinabilidad de la misma en el tiempo). Lo cual, aunque es algo más que tener simplemente conciencia de mi representación, es idéntico a la conciencia empírica de mi existencia, la cual sólo es determinable en relación con algo que se halle ligado a mi existencia, pero que está fuera de mi Esta conciencia de mi existencia en el tiempo se halla, pues, idénticamente ligada a la conciencia de una relación con algo exterior a mí. Lo que une inseparablemente lo exterior con mi sentido interno es, pues, una experiencia y no una invención, es un sentido, no una imaginación. Pues el sentido externo es ya en sí mismo relación de la intuición con algo real fuera de mí, y su realidad descansa simplemente, a diferencia de lo que ocurre con la imaginación, en que el sentido se halla inseparablemente unido a la misma experiencia interna, como condición de posibilidad de ésta última, cosa que sucede en este caso. Si en la representación «Yo soy», que acompaña todos mis juicios y actos de entendimiento, pudiera ligar a la conciencia intelectual de mi existencia una simultánea determinación de mi existencia mediante una intuición intelectual, no se requeriría necesariamente que ésta tuviera conciencia de una relación con algo exterior a mí. Ahora bien, aunque dicha intuición intelectual es anterior, la intuición interna, única que puede determinar mi existencia, es sensible y se halla ligada a la condición de tiempo. Pero esta determinación y, por tanto, la misma experiencia interna, depende de algo permanente que no está en mí, de algo que, consiguientemente, está fuera de mí y con lo cual me tengo que considerar en relación. Así, pues, la realidad del sentido externo se halla necesariamente ligada a la del interno, si ha de ser posible la experiencia. Es decir, tengo una certeza tan segura de que existen fuera de mí cosas que se relacionan con mi sentido como de que yo mismo existo como determinado por el tiempo. Cuáles sean, en cambio, las intuiciones dadas a las que correspondan objetos reales fuera de mí, las intuiciones, por tanto, que pertenezcan al sentido externo, las que haya que atribuir a éste último y no a la imaginación, es algo que ha de resolverse en cada caso de acuerdo con las reglas según las cuales distinguimos la experiencia en general (incluso la interna) de la imaginación. Para ello se presupone siempre la proposición de que se da realmente experiencia externa. Se puede objetar todavía que la representación de algo permanente en la existencia no es lo mismo que una representación permanente. Pues, aunque la primera [Entiendo, de acuerdo con Wille, jene en lugar de diese (N. del T.)] puede ser muy transitoria y variable, como todas las representaciones que poseemos, incluidas las de la materia, se refiere a algo permanente, lo cual tiene, pues, que consistir en una cosa exterior y distinta de todas mis representaciones. La existencia de esa cosa exterior queda necesariamente incluida en la determinación de mi propia existencia y constituye con ésta última una única experiencia, una experiencia que no se daría, ni siquiera internamente, si no fuera, a la vez (parcialmente) externa. Cómo sea esto posible no puede explicarse aquí más a fondo, al igual que no somos tampoco capaces de aclarar cómo pensamos lo permanente en el tiempo, de cuya coexistencia con lo mudable surge el concepto del cambio (Nota de Kant).

demasiado voluminoso. Es decir, algunas cosas que, aun no siendo esenciales para la completud del conjunto, pueden ser echadas de menos por algunos lectores, dada su posible utilidad desde otro punto de vista, han tenido que ser suprimidas o abreviadas para dar cabida a una exposición que es ahora, según confío, más inteligible. Aunque, en el fondo, no he cambiado nada de lo que afecta a las proposiciones y a sus pruebas, el método de presentación se aparta a veces tanto del empleado en la edición anterior, que no ha sido posible desarrollarlo a base de interpolaciones. De todos modos, esta pequeña pérdida, que puede remediar cada uno por su cuenta consultando la primera edición, se verá compensada con creces, según espero, por una mayor claridad en esta nueva edición. Me ha complacido gratamente el observar, a través de diferentes escritos públicos (sea en la recensión de algunos libros, sea en tratados especiales), que no ha muerto en Alemania el espíritu de profundidad, sino que simplemente ha permanecido por breve tiempo acallado por el griterío de una moda con pretensiones de genialidad en su libertad de pensamiento. Igualmente me ha complacido el comprobar que los espinosos senderos de la crítica que conducen a una ciencia de la razón pura sistematizada —única ciencia duradera y, por ello mismo, muy necesaria— no ha impedido que algunas cabezas claras y valientes llegaran a dominarla. Dejo a esos hombres meritorios, que de modo tan afortunado unen a su profundidad de conocimiento el talento de exponer con luminosidad (talento del que precisamente no sé si soy poseedor), la tarea de completar mi trabajo, que sigue teniendo quizá algunas deficiencias en lo que afecta a la exposición. Pues en este caso no hay peligro de ser refutado, pero sí de no ser entendido. Por mi parte, no puedo, de ahora en adelante, entrar en controversias, aunque tendré cuidadosamente en cuenta todas la insinuaciones, vengan de amigos o de adversarios, para utilizarlas, de acuerdo con esta propedéutica, en la futura elaboración del sistema. Dado que al realizar estos trabajos he entrado ya en edad bastante avanzada (cumpliré este mes 64 años), me veo obligado a ahorrar tiempo, si quiero terminar mi plan de suministrar la metafísica de la naturaleza, por una parte, y la de las costumbres, por otra, como prueba de la corrección tanto de la crítica de la razón especulativa como de la crítica de la razón práctica. Por ello tengo que confiar a los meritorios hombres que han hecho suya esta obra la aclaración de sus oscuridades —casi inevitables al comienzo— y la defensa de la misma como conjunto. Aunque todo discurso filosófico tiene puntos vulnerables (pues no es posible presentarlo tan acorazado como lo están las matemáticas), la estructura del sistema, considerada como unidad, no corre ningún peligro. Son pocos los que poseen la suficiente agilidad de espíritu para apreciar en su conjunto dicho sistema, cuando es nuevo, y son todavía menos los que están dispuestos a hacerlo porque toda innovación les parece inoportuna. Igualmente pueden descubrirse aparentes contradicciones en todo escrito, especialmente en el que se desarrolla como discurso libre, cuando se confrontan determinados pasajes desgajados de su contexto. A los ojos de quienes se dejan llevar por los juicios de otros, tales contradicciones proyectan sobre dicho escrito una luz desfavorable. Por el contrario, esas mismas contradicciones son muy fáciles de resolver para quien domina la idea en su conjunto. De todos modos, cuando una teoría tiene consistencia por sí misma, las acciones y reacciones que la amenazaban inicialmente con gran peligro vienen a convertirse, con los años, en medios para limar sus desigualdades e incluso para proporcionarle en poco tiempo la elegancia indispensable, siempre que

haya personas imparciales, inteligentes y verdaderamente populares que se dediquen a ello.

Konigsberg, abril de 1787.

Jesús muchas veces, y especialmente en su despedida con los apóstoles, habla del mundo (cf. Jn 15,18-21). Y aquí dice: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros» (v. 18).

Claramente habla del odio que el mundo ha tenido contra Jesús y tendrá contra nosotros. Y en la oración que hace en la mesa con los discípulos durante la Cena, le pide al Padre que no los retire del mundo, sino que los defienda del espíritu del mundo (cf. Jn 17,15).

Creo que podemos preguntarnos: ¿cuál es el espíritu del mundo? ¿Qué es esta mundanidad, capaz de odiar, de destruir a Jesús y sus discípulos, es más, de corromperlos y corromper a la Iglesia? Nos hará bien reflexionar sobre cómo es el espíritu del mundo, qué es. Es una propuesta de vida, la mundanidad. Hay quien piensa que la mundanidad es ir de fiesta, vivir haciendo fiestas... No, no. La mundanidad puede ser esto, pero fundamentalmente no es esto.

La mundanidad es una cultura; es una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje, una cultura de “hoy sí, mañana no, mañana sí y hoy no”. Tiene valores superficiales. Una cultura que no conoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias, lo negocia todo. Esta es la cultura mundana, la cultura de la mundanidad. Y Jesús insiste en defendernos de esto y reza para que el Padre nos defienda de esta cultura de la mundanidad. Es una cultura de usar y tirar, según la conveniencia. Es una cultura sin lealtad, no tiene raíces. Pero es una forma de vida, un modo de vivir también

de muchos que se llaman cristianos. Son cristianos pero son mundanos.

En la parábola de la semilla que cae en la tierra, Jesús dice que las preocupaciones del mundo —es decir, de la mundanidad— sofocan la palabra de Dios, no la dejen crecer (cf. Lc 8,7). Y Pablo dice a los Gálatas: “Eráis esclavos del mundo, de la mundanidad” (cf. Ga 4, 3). Siempre me causa profunda impresión leer las últimas páginas del libro del padre De Lubac: “Las meditaciones sobre la Iglesia” (cf. Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Bilbao 1958), las últimas tres páginas, donde habla precisamente de la mundanidad espiritual. Y dice que es el peor daño que le puede pasar a la Iglesia; y no exagera, porque luego dice algunos males que son terribles, y este es el peor: la mundanidad espiritual, porque es una hermenéutica de vida, es una forma de vida; también un modo de vivir el cristianismo. Y para sobrevivir ante la predicación del Evangelio, odia, mata.

Cuando se dice de los mártires que son asesinados por odio a la fe, sí, realmente para algunos el odio era por un problema teológico; pero no eran la mayoría. En la mayoría [de los casos] es la mundanidad que odia la fe y los mata, como lo hizo con Jesús.

Es curioso: la mundanidad, alguien me puede decir: “Pero padre, esto es una superficialidad de vida...”. ¡No nos engañemos! ¡La mundanidad no es superficial en absoluto! Tiene raíces profundas, raíces profundas. Es como camaleónica, cambia, va y viene según las circunstancias, pero la sustancia es la misma: una propuesta de vida que entra en todas partes, incluso en la Iglesia. Mundanidad, hermenéutica mundana, maquillaje, se maquilla todo para que sea así.

El apóstol Pablo llegó a Atenas, y se quedó impresionado cuando vio muchos monumentos a los dioses en el Areópago. Y pensó en hablar sobre esto: “Sois un pueblo religioso, así lo veo... Me ha llamado la atención ese altar al ‘dios desconocido’. A este yo le conozco y vengo a deciros quién es”. Y comenzó a predicar el Evangelio. Pero cuando llegó a la cruz y la resurrección se escandalizaron y se fueron (cf. Hch

17,22-33). Hay una cosa que la mundanidad no tolera: el escándalo de la Cruz. No lo tolera. Y la única medicina contra el espíritu de la mundanidad es Cristo muerto y resucitado por nosotros, escándalo y necedad (cf. 1Co 1,23).

Es por esto por lo que el apóstol Juan, cuando en su primera Carta trata el tema del mundo, dice: «Es la victoria que venció al mundo: nuestra fe» (1Jn 5,4). La única: la fe en Jesucristo, muerto y resucitado. Y eso no significa ser fanático. Esto no significa descuidar el diálogo con todas las personas, no, pero con la convicción de fe, a partir del escándalo de la Cruz, de la necedad de Cristo y también de la victoria de Cristo. “Esta es nuestra victoria”, dice Juan, “nuestra fe”.

Pidamos al Espíritu Santo en estos últimos días, también en la novena del Espíritu Santo, en los últimos días del tiempo pascual, la gracia de discernir qué es mundanidad y qué es Evangelio, y de no dejarse engañar, porque el mundo nos odia, el mundo ha odiado a Jesús y Jesús ha rezado para que el Padre nos defendiera del espíritu del mundo (cf. Jn 17,15).

Francisco, Cristo muerto y resucitado por nosotros: La única medicina contra el espíritu de la mundanidad, Capilla Santa Marta, 16 de mayo de 2020.

qUÉ ES Schola Cordis Iesu

21 EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA VENCERSE A SI MISMO Y ORDENAR SU VIDA SIN DETERMINARSE MOVIDO POR ALGUNA

AFECCION DESORDENADA

PRESUPUESTO

22 Para que así el que da los ejercicios espirituales como el que los recibe se ayuden más y saquen más provecho, se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de estar más dispuesto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla; y si no la puede salvar, pregunte cómo la entiende, y si la entiende mal corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, entendiéndola bien, se salve.

[PRIMERA SEMANA]

23 Principio y Fundamento

El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que cae bajo la libre determinación de nuestra libertad y no le está prohibido; en tal manera que no queramos, de nuestra parte, más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo lo demás, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados.

San Ignacio de Loyola ES Un `Grande´ de la Espiritualidad

VERDADERA de la Iglesia UNIVERSAL Ya QUE Fue FAVORECIDO por Dones INFUSOS y Talentos NATURALES de Importancia DECISIVA

PARA La Fundación de UNA Compañía de Jesús — de una Raíz CRISTOCÉNTRICA ‘Excluyente de toda otra consideración’ — Q, En La CONVERSIÓN de Loyola - Unión de VOLUNTAD - y En La ILUSTRACIÓN DEL CARDONER - Unión de ENTENDIMIENTOALCANZÓ/Fué ALCANZADO Una ‘Personalidad’ de HONDA

SERVIDUMBRE Allí Donde La Providencia de Dios LE ORIENTASE

Y, Q, Tantos FRUTOS DE EXIMIA Santidad (y NO Tanta Vida Mística) HA DADO/y DA, En `Situaciones y Coronas-RealezasAristocracias-Misiones ad gentes´ Así como una Fecundísima

Caridad EN C ENTROS E DUCATIVOS de Preeminencia Investigadora y Enseñanza ‘Inclusiva’ de razas, etnias e, incluso, credos YA QUE La espiritualidad IGNACIANA ES Una JOYA de INTEGRACIÓN no clasicista, En Absoluto, SINO ‘Simétrica’

RESPECTO de UNA Disonancia, explícitamente cartesiana, QUE, consiguió/ y CONSIGUE, Alumnado (Más QUE Profesorado) de Excelente Formación Académica e ilusionado Ante La VIDA del día a día + Hermanos (Profesión de Consejos Evangélicos de ORIGEN Patrístico, a lo menos) + Sacerdocio Plenamente ASUMIDO En Carácter de Ministerio q ‘Acompaña’ Una Reciedumbre de Espíritu SÓLO ASUMIENTE Por AQUEL QUE, Dios mismo, HA ELEGIDO Según SU Divina ELECCIÓN !!!

La Compañía se Ha Distinguido EN SU CONTINUIDAD HISTÓRICA por Su Ferviente PROFESIÓN del Credo Apostólico + Adhesión Incondicional Al Sumo Pontí fi ce + Absorta contemplación de Cristo [Y Éste CRUCIFICADO] + Moral, No siempre Acomodaticia AL PODER Secular + Dogmática, Menos ‘intransigente de Lo Que SE cree’ Y Más ‘Cosificada’ de Lo QUE

Se “Afirma” + Limpieza EXTRAORDINARIA de Costumbres + Celo, ‘A UTENTIFICADO ’, de SALVACIÓN de LAS Almas + IMPULSO `Sobrenatural de Actuaciones (Por ejemplo, RMOP y Colegios

En EE. UU. de GRAN trascendencia Social) + Atención ‘Sobresaliente’ a Individuos/Personas Sin “relevancia” ALGUNA de TIPO Mundano + Tandas de Ejercicios Espirituales, Allí donde la NECESIDAD Real Lo Requiera + Casas de Formación/Y Vida en COMUNIDAD EN PLENA Connaturalidad con El ORDEN NATURAL de La Vida ‘ENTERA’ + Una Espera, silenciosa y, plenamente, ‘Virginal’ de TANTOS Mártires Q, ACOMPAÑAN La ‘ida y Venida’ del Dios Misericordioso En Su ‘Impronta HISTÓRICA’ Llamada

Jesús de Nazaret, Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo. (1 Cor 15, 28)

Una Reflexión Así ‘PONDERADA’, RESULTA `Beneficiosa´, En UNA Institución - Schola Cordis Iesu (RMOP) - Llamada por Dios

Nuestro Señor En ARAS de TRABAJAR Allí Donde SE Encuentre Un Socio o Colaborador En LA CONSTRUCCIÓN

DEL R EINO TAL Y COMO LA I GLESIA LO ENSEÑA !!! !!! !!!

CARTA X

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

Liberalidades de su Soberano Dueño.—El Señor quiere al P. de La Colombière en la Cruz.—No otro contento que el de no tener ninguno.

¡Viva † Jesús!

[Noviembre de] 1680

Vos sois siempre la querida Madre de mi corazón que os ama en el de nuestro amable Salvador, con todo el afecto de que es capaz. Estoy persuadida de que no dudáis de esto, puesto que no tengo secreto para vos, y os descubro con gusto singular las misericordias de nuestro Soberano Dueño con la más ingrata de todas las criaturas. Sus liberalidades conmigo son tan grandes, que me es imposible manifestárselas a Vuestra Caridad. Os diré, sin embargo, que se porta conmigo como un padre lleno de amorosa ternura que guía a su hijito, sobre todo durante mis ejercicios, pues parecía complacerse en colmarme de dulzuras. Pero no podía decidirme a gustarlas en esta vida, pues no encuentro en ella contento, sino en el que Él tiene en hacernos bien, puesto que las cruces, desprecios, dolores y aflicciones, son los verdaderos tesoros de los amantes de Jesucristo crucificado.

Rogadle, mi querida Madre, que no me deje un momento sin este contento en el cumplimiento de su santa voluntad, que se manifiesta en los padecimientos del R. P. de La Colombière; porque habiéndole encomendado una vez a su bondad, me dijo: «Que el siervo no era más que el Señor, y que nada había tan provechoso para él como la conformidad con su querido Maestro. Y aunque, según el parecer humano, parecía más gloria de Dios que gozase de salud, débansela mucho mayor sus padecimientos, porque hay para cada cosa su tiempo.

Hay tiempo para sufrir y tiempo para trabajar, tiempo para sembrar y tiempo para regar y cultivar».

Esto es lo que él hace al presente, porque el Señor tiene gusto en dar precio inestimable a sus sufrimientos por la unión con los suyos propios, para derramarlos después como un rocío celestial sobre esta semilla que Él ha sembrado en tantos lugares y para hacerla crecer y fructificar en su santo amor. Sometámonos, pues, mi querida Madre, a las órdenes de nuestro Soberano y confesemos, a pesar de parecernos las cosas ásperas y molestas, que es bueno y justo en todo lo que hace, y que merece en todo tiempo alabanza y amor.

¡Si supierais cuánto me insta a amarle con un amor de conformidad a su vida dolorosa! Y como me quiere en continuos actos de sacrificio, me ofrece Él los medios para ello en la ocupación en que me ha puesto, en donde veo con gusto que cada acción es para mí un nuevo sacrificio, por la repugnancia que me hace la gracia de sentir en ella, y que tanto contento da a este Espíritu, dueño del mío, que me obliga con frecuencia a decir, a pesar de todas las oposiciones naturales, que es bueno caminar por la fuerza de su amor en sentido contrario a nuestras inclinaciones, sin otro placer ni contento sino el de no tener ninguno, puesto que nos debe bastar que nuestro buen Dios reciba contento del modo y forma que a Él le agrade.

Mayor sería mi gozo, si en vez de escribiros pudiera hablaros; hasta creo que de palabra os manifestaría mejor los sentimientos de mi corazón, que recibe mucho consuelo con la lectura de vuestras cartas; y aunque estoy muy contenta de que no se piense más en mí, me parece sin embargo que Nuestro Señor quiere que vos penséis y que yo nunca os olvide. Por el amor del Sagrado Corazón ved algunas veces el billetito que guardáis, porque Él tiene gusto en ello.

¡Cuán obligada os quedaría, mi buena Madre, si me hicieseis el favor de quemar todo lo que tenéis mío! Hagamos todo lo que nos sea posible para procurar honor y amor al Sagrado Corazón de nuestro Esposo, que me hace siempre toda vuestra en su santa dilección. D. S. B.

Una de Las CARTAS de Sta. Margarita María de Alacoque NOS HACE decir LO MARAVILLOSOS QUE Son Los caminos del Señor En SUS Manifestaciones A Las PERSONAS Q, Él mismo, ESCOGE, Para ‘Demostrar’ A TODOS LOS PUEBLOS SUS Intenciones de Formar UN Pueblo ESCOGIDO de Talante UNIVERSAL A La LUZ de Los DOCUMENTOS PONTIFICIOS, Las Cartas de Santa Margarita María, Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, La Defensa del Sumo Pontífice en Su Servidor E. Ramière S.I. y La Vida Y Escritos de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz !!!

Un ‘motivo’ de Alabanza a Dios ES La COMUNICACIÓN de Un CARISMA como Manifestación del Espíritu Santo A TODAS LAS NACIONES En SU ‘diocesaneidad’ [Y, NO, A través de trancas y barrancas ] pues La Iglesia Camina En La Historia desde PRESUPUESTOS Sobrenaturales y, NO, desde categorías a priori, Q, Envilecen Un carisma de Talante Universal ASENTADO En La Iglesia DIOCESANA , Ya QUE, Las Disposiciones DIVINAS Manifestadas a Los Santos `Reseñados´ MERECE Una Disponibilidad Apostólica de ‘ACERCAMIENTO’ A Las `Oportunidades´ de OFRECIMIENTO A Todas y Cada Una de las “partes de la Iglesia” (Diócesis) CUYA `Tragedia´ PostConciliar ESTRIBÓ En UNA INADECUACIÓN del Mensaje Conciliar — Bellísimo en su Caracterización Y, Más Aún, en Su ‘Dinámica’ de aggiornamento — Al QUE, En Sus Manifestaciones Últimas, ES DE UNA Simplicidad Y ‘Operatividad’ Increíblemente Agradecidas

A UNA Inspiración Sobrenatural de UN DESEO de Nuestro 8

Señor Jesucristo de AVIVAR La ESPERANZA real y NO ILUSORIA de Una MÁS PLENA Instauración de Cristo en TODAS Las Cosas En CUANTO A Los HOMBRES Nos es Dado Conocer !!! !!!

Las ‘libres’ Disposiciones Conciliares de APERTURA Sincera y Humilde Al CONOCIMIENTO Real y Sincero de las personas con

Las Que UNO Se Encuentra Allí donde HABITA Es La Clave de la Nueva Evangelización QUE NO ES, SINO LA

ADECUACIÓN del EVANGELIO DE CRISTO

JESÚS A La ‘Actualidad’ Presente, Viniere de DONDE viniere La Persona `llamada´ por Cristo

Jesús A LA REALIDAD donde UNO ESTÉ !!! !!!

“Cuanto a la iniciativa del gran acontecimiento que hoy nos congrega aquí, 8 baste, a simple título de orientación histórica, reafirmar una vez más nuestro humilde pero personal testimonio de aquel primer momento en que, de improviso, brotó en nuestro corazón y en nuestros labios la simple palabra "Concilio Ecuménico". Palabra pronunciada ante el Sacro Colegio de los Cardenales en aquel faustísimo día 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, en su basílica de Roma. Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio”. Discurso de Su Santidad Juan XXIII, Solemne Apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962.

OPORTUNIDAD DE LA PRESENTE OBRA

Situación y programa de los diversos partidos

La Derecha

Esta revelación es ya completa hasta el punto de poder establecer perfectamente la situación de los diversos partidos que forman lo que en el mero hecho de llamarse católicos deberían estar exentos de toda división. Para señalar estos partidos, séanos permitido emplear los términos usados en la clasi fi cación de las asambleas políticas. El Evangelio nos autoriza para apropiarnos estos términos, ya que mucho antes de la creación de las asambleas políticas los había ya empleado para indicar las dos grandes agrupaciones de la asamblea del último día.

No nos apartaremos, pues, demasiado del lenguaje que está en uso, y seremos ciertamente comprendidos por todos nuestros lectores, si decimos que en el gran debate doctrinal que se agita entre los católicos hay una derecha, una izquierda y un tercer partido; o para emplear una nomenclatura más característica, conservadores, reformadores e innovadores, o sea, católicos puros, liberales que se dicen católicos, y católicos liberales.

Al establecer esta clasificación no tenemos la vista fija tan solamente en Francia. Todas las comarcas del antiguo y nuevo mundo contienen, en proporciones diferentes, algunos elementos de los partidos cuyas tendencias vamos a esforzarnos en precisar.

Hablemos de la derecha

Se compone de los católicos que no vacilan en preferir la enseñanza tradicional de la Iglesia a la de las ideas modernas que están en desacuerdo con esta enseñanza.

¿Hay entre ellos una extrema derecha? ¿Existe un partido que lleva su culto a la antigüedad hasta rechazar sistemáticamente todo lo que es moderno; que sueña en la vuelta de la Edad Media, y rehúsa admitir siquiera como un hecho con el cual es indispensable contar, el estado social que ha sucedido a la destrucción del antiguo régimen?

Muy a menudo se nos ha hablado de este partido; mas por lo que a nosotros toca debemos confesar que no lo conocemos. Todos los católicos verdaderamente tales, aun los más conservadores, están acordes en que el deber de los hijos de la Iglesia consiste en aceptar francamente las condiciones sociales en medio de las cuales la Providencia les ha hecho nacer.

Como ellos creen en un solo Dios que conserva y gobierna todas las cosas, creen asimismo que este Dios no ha permitido el advenimiento del nuevo régimen sino en consideración de la gloria de su Hijo y del triunfo de su Iglesia, y cualesquiera que puedan ser sus esperanzas, relativamente a la mayor o menor proximidad de este triunfo, se reconocen obligados a cooperar a él con todas sus fuerzas y a emplear para lograrlo todos los recursos que les ofrece el nuevo régimen.

El programa, pues, de los católicos puros puede resumirse en cuatro principios: conservación enérgica de la doctrina tradicional; repudiación igualmente enérgica de los errores modernos; aceptación basada en la confianza de los hechos que la providencia ha permitido; y empleo resuelto, encaminado a dicho propósito, de los verdaderos progresos materiales que las sociedades modernas han realizado.

La Soberanía Social de Jesucristo, medio de conciliación

¿Débese en consecuencia renunciar a toda esperanza de conciliación? Decididamente, puesto que se trata de doctrinas. Los liberales de la izquierda, que tienen una doctrina propia, no pueden ofrecer esperanza alguna mientras que estén resueltos a mantenerla. El sí y el no no pueden estar juntos. Se deja de ser católico desde el momento en que,

para obedecer a la autoridad de la Iglesia, se la impone la obligación de seguir nuestras propias ideas.

Muy diferente es la disposición de los católicos, que, añadiendo a este título, tan bueno cuando va solo, el epíteto de liberales, pretenden permanecer católicos antes que todo. Muy a menudo les hemos oído protestar que su doctrina no difiere en el fondo de la que han sostenido los Pontífices en sus bulas, y que adoptar una táctica opuesta, en apariencia, a esta doctrina, tienen únicamente por objeto servir mejor los intereses de la Iglesia.

Evidentemente, en el fondo de la contrariedad en los pareceres que nos separan de estos hombres, apreciables bajo otros conceptos, debe haber una deplorable mala inteligencia. Cuando por ambos lados se ama la Iglesia; cuando se cree en la palabra de Jesucristo; cuando se cuenta más en sus promesas que en los poderes de este mundo; cuando se está resuelto a obedecer, cueste lo que cueste, a la autoridad que Él ha establecido para interpretar su voluntad, la división no puede ser perpetua.

¿Pero cómo llegar pronto al fin de estas funestas divisiones? ¿Cómo facilitar al Concilio la más hermosa de sus obras y disponer los espíritus a recibir sus decisiones? ¿No sería posible reducir estas cuestiones —que tienen el triste privilegio de dividir a los hijos de la unidad—, a un punto tan sencillo, tan evidente, tan palpable, que todo disentimiento llegara a ser imposible?

He aquí lo que nos hemos preguntado muy a menudo, y lo que vamos a ofrecer a nuestros lectores es la respuesta a esta cuestión.

Este punto capital, este eje sobre el cual nos parece debería girar toda discusión acerca las relaciones entre la Iglesia y el Estado, este principio incontestable sobre cuya base debe establecerse el acuerdo entre los verdaderos cristianos, y cuya unanimidad y firme profesión haría mucho más inofensivas nuestras inevitables divergencias, creemos que existe, y el objeto de este trabajo es esclarecerlo.

LA SOBERANÍA SOCIAL DE JESUCRISTO: he aquí el terreno que debe reunir a todos los verdaderos católicos, por más divididos que puedan hallarse en las cuestiones políticas. Para todo hombre que no ha renunciado a su título de cristiano, es esta la única solución del gran problema de las sociedades modernas.

Con estas palabras: La soberanía social de Jesucristo, entendemos el derecho que posee el Hombre-Dios, y que posee con El la Iglesia, que le representa acá en la tierra, de ejercer su divina autoridad en el orden moral sobre las sociedades, así como sobre los individuos, y la obligación que semejante derecho impone a las sociedades de reconocer la autoridad de Jesucristo y de la Iglesia en su existencia y en su acción colectiva, de la misma manera que debe ser reconocida por los individuos en su fuero interno y en su conducta privada.

Fácil nos será probar que si la Iglesia ha intervenido en las controversias que de un siglo a esta parte agitan a las sociedades europeas, se ha visto a ello obligada por la necesidad de constituirse en salvaguardia de esta soberanía social de su divino Fundador; que lo que ella condena en las doctrinas ataviadas con el falso nombre de liberales, no es ciertamente lo que puedan tener de favorables a la libertad de los hombres, sino tan sólo lo que tengan de atentatorio a la divina soberanía del Hombre-Dios; y por consiguiente que las doctrinas romanas relativas al liberalismo, además de estar conformes con la fe cristiana, tienen una relación tan íntima con los principales principios de esta fe, que no se las puede rechazar sin renegar al mismo tiempo de Jesucristo como Dios.

El P. Ramière S.I., INSIGNE Servidor de la Santa Sede EN TODAS Las Facetas de Su Vida Tanto ‘Privada’ Como Pública -siendo Un JESUITA DE No/Relumbrón-, `estuvo´ Al Final de SU VIDA Feliz y Contento de SER/HABER SIDO Una Molesta FIGURA En El seno de La Compañía Así Como EN LOS MEDIOS ‘Publicitarios’ del Mundo Occidental/Colonialismo EN SU AFÁN Sincero y Honesto de ANUNCIAR A LOS PUEBLOS El Mensaje de Paray-Le-Monial + Las Doctrinas ‘romanas’ [duramente CRITICADAS Por LOS OBISPOS CATÓLICOS ALEMANES EN SU AFÁN DE “aproximación” `teológica´ AL MUNDO Protestante allí donde se Encontrase/Colonias inclusive ] + Una REAL ‘aproximación’

Al Misterio de CRISTO Jesús EN SU Oración ‘Mística’ -poseía la Sexta Morada EN PLENITUD- Y UNA CONSTANTE y Afectuosa

AMISTAD Con Superiores, Familiares y Amigos a Los Que NUNCA desdeñó una Cercanía REAL y CONSTANTE pese A Un Régimen de Vida Tan Estricto -La Compañía de Jesús ES Un Instituto de `características´ MUY Singulares En SU PROYECCIÓN A Las Misiones Ad intra COMO A La Propagación de la Fe- Y, Más Aún, UNA cercanía Amorosa y FIEL A Sus Allegados Allí DONDE La PROVIDENCIA Le ENVIASE !!! !!!

EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR

1. Hay en la tierra un árbol, árbol maravilloso, cuya raíz se encuentra,¡oh misterio!, en el cielo.

2. Acogido a su sombra, nada ni nadie te podrá alcanzar; sin miedo a la tormenta, bajo él puedes descansar.

3. El árbol inefable lleva por nombre «amor». Su fruto deleitable se llama «el abandono».

4. Ya en esta misma vida este fruto me da felicidad, mi alma se recrea con su divino aroma.

5. Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro. Al llevarlo a la boca, me parece más dulce todavía.

6. Un mar de paz me da ya en este mundo, un océano de paz, y en esta paz profunda descanso para siempre.

7. El abandono, sólo el abandono a tus brazos me entrega, ¡oh Jesús mío!, y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos.

8. A ti, divino Esposo, me abandono, y no quiero nada más en la vida que tu dulce mirada.

9. Quiero sonreír siempre, dormirme en tu regazo y repetirte en él que te amo, mi Señor.

10. Como la margarita de amarilla corola, yo, florecilla humilde, abro al sol mi capullo.

11. Mi dulce sol de vida, mi amadísimo Rey, es tu divina hostia pequeña como yo...

12. El rayo luminoso de tu celeste llama nacer hace en mi alma el perfecto abandono.

13. Todas las criaturas pueden abandonarme, lo aceptaré sin queja y viviré a tu lado.

14. Y si tú me dejases, ¡oh divino tesoro!, aun viéndome privada de tus dulces caricias, seguiré sonriendo.

15. En paz yo esperaré, Jesús, tu vuelta, no interrumpiendo nunca mis cánticos de amor.

16. Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme, más alto que la alondra sabe volar mi alma.

17. Encima de las nubes el cielo es siempre azul, y se tocan las playas del reino de mi Dios.

18. Espero en paz la gloria de la celeste patria, pues hallo en el copón el suave fruto ¡el dulcísimo fruto del amor!

Santa Teresita del Niño Jesús ENSEÑA Una ‘Aptitud’ Apostólica de G RANDEZA IMITABLE : El Abandono Con fiado en La Paternidad divina COMO Palanca de trascendencia - no sólo personal Sino, En LA VIDA SOBRENATURAL DE LA IGLESIAHacia UNA VIDA Evangélica de IMPRONTA SALVÍFICA y REDENCIÓN Verdadera - en La QUE, Las `Variables´ de UNA vida en Cristo SON/SERÁN siempre CIRCUNSTANCIALES, imprevisibles, E, Incluso, Desafortunadas/Sin Razones de Apariencia ‘Sensata’ — ‘Entendibles a miradas humanas’ y/o Sujetas a `Limpios´ JUICIOS Humanos + Intensidad/fervor de Devociones y/o Oraciones (Litúrgicas, Vocales E, incluso, Meditativas A LA LUZ de la Sagrada Escritura) Donde - El COMÚN de los Hombres, Siempre, Se Ha Distinguido por Un ABANDONO IN/CONSCIENTE de Honda Raíz NATURAL [Y, no por ello, menos Veraz], DESDE Una Solución `de COMPROMISO´ de Reflexión discursiva + Memoria imaginativa + Voluntad Adecuada a LOS HECHOS COTIDIANOS Manifestación CREÍBLE — de Tanto Bien y Resoluciones PACÍFICAS de Correcta Interpretación EN TODOS LOS ÁMBITOS DE VIDA SOCIAL, LABORAL, FAMILIAR y, desde LUEGO, de AMISTAD [¿Es QUE Hay OTRA QUE NO SEA EN CRISTO?]

Un Regalo de Dios Padre A La Humanidad ‘deshecha y Encontradiza con SU VOLUNTAD’ PERO, No POR ELLO - más aún, En Ello - Están Las CONFIDENCIAS del Corazón de Jesús A SUS Discípulos MÁS ‘Ateridos’ e, Incluso, ‘Ajusticiados por, Quienes Así Se PRESENTAN, Justicias de SUS hermanos’

Una persona DIGNA de ENCOMENDARSE Pues SU INTERCESIÓN Traspasa Los Límites de LA SANTIDAD `Al uso´

PARA ARRIBAR A METAS de HONDO Calado En El Misterio de Dios Trino.

Cien Años de Soledad

uchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daba a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. «Las cosas tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento–, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza y aun más allá del milagro

y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Mel quíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve». Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un re licario de cobre con un rizo de mujer.

En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano. «La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Melquíades. «Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus imanes, concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar los lingotes

imantados y tres piezas de dinero colonial a cambio de la lupa. Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había enterrado debajo de la cama en espera de una buena ocasión para invertirlas. José Arcadio Buendía no trató siquiera de consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa. Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un mensajero que atravesó la sierra, se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste, antes de conseguir una ruta de enlace con las mulas del correo. A pesar de que el viaje a la capital era en aquel tiempo poco menos que imposible, José Arcadio Buendía prometía intentarlo tan pronto como se lo ordenara el gobierno, con el fin de hacer demostraciones prácticas de su invento ante los poderes militares, y adiestrarlos personalmente en las complicadas artes de la guerra solar. Durante varios años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se lamentó ante Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio entonces una prueba convincente de honradez: le devolvió los doblones a cambio de la lupa, y le dejó además unos mapas portugueses y varios instrumentos de navegación. De su puño y letra escribió una apretada síntesis de los estudios del monje Hermann, que dejó a su disposición para que pudiera servirse del astrolabio, la brújula y el sextante. José Ar­

cadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía. Cuando se hizo experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete. Fue esa la época en que adquirió el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras Úrsula y los niños se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena. De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida por una especie de fasci nación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin, un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su tormento. Los niños habían de recordar el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento:

–La tierra es redonda como una naranja. Úrsula perdió la paciencia. «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo», gritó. «Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano.» José Arcadio Buendía, impasible, no se dejó amedrentar por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el suelo. Construyó otro, reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías que para todos resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida navegando siempre hacia el oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio Buendía había perdi­

do el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida para entonces en Macondo, y como una prueba de su admiración le hizo un regalo que había de ejercer una influencia terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia.

Para esa época, Melquíades había envejecido con una rapidez asombrosa. En sus primeros viajes parecía tener la misma edad de José Arcadio Buendía. Pero mientras éste conservaba su fuerza descomunal, que le permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas, el gitano parecía estragado por una dolencia tenaz. Era, en realidad, el resultado de múltiples y raras enfermedades contraídas en sus incontables viajes alrededor del mundo. Según él mismo le contó a José Arcadio Buendía mientras lo ayudaba a montar el laboratorio, la muerte lo seguía a todas partes, husmeándole los pantalones, pero sin decidirse a darle el zarpazo final. Era un fugitivo de cuantas plagas y catástrofes habían flagelado al género humano. Sobrevivió a la pelagra en Persia, al escorbuto en el archipiélago de Malasia, a la lepra en Alejandría, al beriberi en el Japón, a la peste bubónica en Madagascar, al terremoto de Sicilia y a un naufragio multitudinario en el estrecho de Magallanes. Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un hombre lúgubre, envuelto en un aura triste, con una mirada asiática que parecía conocer el otro lado de las cosas. Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos. Pero a pesar de su inmensa sabiduría y de su ámbito misterioso tenía un peso humano, una condición terrestre que lo mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana. Se quejaba de dolencias de viejo, sufría por los más insignificantes percances económicos y había dejado de reír desde hacía mucho tiempo, porque el escorbuto le había arrancado los dientes. El sofocante mediodía en que reveló sus secretos, José Arcadio Buendía tuvo la certidumbre de que aquel

era el principio de una grande amistad. Los niños se asombraron con sus relatos fantásticos. Aureliano, que no tenía entonces más de cinco años, había de recordarlo por el resto de su vida, como lo vio aquella tarde, sentado contra la claridad metálica y reverberante de la ventana, alumbrando con su profunda voz de órgano los territorios más oscuros de la imaginación, mientras chorreaba por sus sienes la grasa derretida por el calor. José Arcadio, su hermano mayor, había de transmitir aquella imagen maravillosa, como un recuerdo hereditario, a toda su descendencia. Úrsula, en cambio, conservó un mal recuerdo de aquella visita, porque entró al cuarto en el momento en que Melquíades rompió por distracción un frasco de bicloruro de mercurio.

–Es el olor del demonio –dijo ella.

–En absoluto –corrigió Melquíades–. Está comprobado que el demonio tiene propiedades sulfúricas, y esto no es más que un poco de solimán.

Siempre didáctico, hizo una sabia exposición sobre las virtudes diabólicas del cinabrio, pero Úrsula no le hizo caso, sino que se llevó los niños a rezar. Aquel olor mordiente quedaría para siempre en su memoria, vinculado al recuerdo de Melquíades.

El rudimentario laboratorio –sin contar una profusión de cazuelas, embudos, retortas, f iltros y coladores– estaba compuesto por un atanor primitivo; una probeta de cristal de cuello largo y angosto, imitación del huevo filosófico, y un destilador construido por los propios gitanos según las descripciones modernas del alambique de tres brazos de María la judía. Además de estas cosas, Melquíades dejó muestras de los siete metales correspondientes a los siete planetas, las fórmulas de Moisés y Zósimo para el doblado del oro, y una serie de apuntes y dibujos sobre los procesos del Gran Magisterio, que permitían a quien supiera interpretarlos intentar la fabricación de la piedra filosofal. Seducido por la simplicidad de las fórmulas para doblar el oro, José Arcadio Buendía cortejó a Úrsula durante varias semanas, para que le permitiera desenterrar sus monedas coloniales y aumentarlas tantas veces como era posible sub­

dividir el azogue. Úrsula cedió, como ocurría siempre, ante la inquebrantable obstinación de su marido. Entonces José Arcadio Buendía echó treinta doblones en una cazuela, y los fundió con raspadura de cobre, oropimente, azufre y plomo. Puso a hervir todo a fuego vivo en un caldero de aceite de ricino hasta obtener un jarabe espeso y pestilente más parecido al caramelo vulgar que al oro magnífico. En azarosos y desesperados procesos de destilación, fundida con los siete metales planetarios, trabajada con el mercurio hermético y el vitriolo de Chipre, y vuelta a cocer en manteca de cerdo a falta de aceite de rábano, la preciosa herencia de Úrsula quedó reducida a un chicharrón car bonizado que no pudo ser desprendido del fondo del caldero. Cuando volvieron los gitanos, Úrsula había predispuesto contra ellos a toda la población. Pero la curiosidad pudo más que el temor, porque aquella vez los gitanos recorrieron la aldea haciendo un ruido ensordecedor con toda clase de instrumentos músicos, mientras el pregonero anunciaba la exhibición del más fabuloso hallazgo de los nasciancenos. De modo que todo el mundo se fue a la carpa, y mediante el pago de un centavo vieron un Melquíades juvenil, repuesto, desarrugado, con una dentadura nueva y radiante. Quienes recordaban sus encías destruidas por el escorbuto, sus mejillas fláccidas y sus labios marchitos se estremecieron de pavor ante aquella prueba terminante de los poderes sobrenaturales del gitano. El pavor se convirtió en pánico cuando Melquíades se sacó los dientes, intactos, engastados en las encías, y se los mostró al público por un instante –un instante fugaz en que volvió a ser el mismo hombre decrépito de los años anteriores– y se los puso otra vez y sonrió de nuevo con un dominio pleno de su juventud restaurada. Hasta el propio José Arcadio Buendía consideró que los conocimientos de Melquíades habían llegado a extremos intolerables, pero experimentó un saludable alborozo cuando el gitano le explicó a solas el mecanismo de su dentadura postiza. Aquello le pareció a la vez tan sencillo y prodigioso, que de la noche a la mañana perdió todo interés en las investigaciones de alquimia; sufrió una nueva crisis de

mal humor, no volvió a comer en forma regular y se pasaba el día dando vueltas por la casa. «En el mundo están ocurriendo cosas increíbles», le decía a Úrsula. «Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros.» Quienes lo conocían desde los tiempos de la fundación de Macondo se asombraban de cuánto había cambiado bajo la influencia de Melquíades.

Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejos para la crianza de niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad. Puesto que su casa fue desde el primer momento la mejor de la aldea, las otras fueron arregladas a su imagen y semejanza. Tenía una salita amplia y bien il uminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado y un corral donde vivían en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas. Los únicos animales prohibidos no sólo en la casa, sino en todo el poblado, eran los gallos de pelea.

La laboriosidad de Úrsula andaba a la par con la de su marido. Activa, menuda, severa, aquella mujer de nervios inquebrantables, a quien en ningún momento de su vida se la oyó cantar, parecía estar en todas partes desde el amanecer hasta muy entrada la noche, siempre perseguida por el suave susurro de sus pollerines de olán. Gracias a ella, los pisos de tierra golpeada, los muros de barro sin encalar, los rústicos muebles de madera construidos por ellos mismos estaban siempre limpios, y los viejos arcones donde se guardaba la ropa exhalaban un tibio olor de albahaca.

José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cual­

quiera de las conocidas hasta entonces por sus trescientos habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.

Desde los tiempos de la fundación, José Arcadio Buendía construyó trampas y jaulas. En poco tiempo llenó de turpiales, canarios, azulejos y petirrojos no sólo la propia casa, sino todas las de la aldea. El concierto de tantos pájaros distintos llegó a ser tan aturdidor, que Úrsula se tapó los oídos con cera de abejas para no perder el sentido de la realidad. La primera vez que llegó la tribu de Melquíades vendiendo bolas de vidrio para el dolor de cabeza, todo el mundo se sorprendió de que hubieran podido encontrar aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga, y los gitanos confesaron que se habían orientado por el canto de los pájaros.

Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio. Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar, y pidió el concurso de todos para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos.

José Arcadio Buendía ignoraba por completo la geografía de la región. Sabía que hacia el oriente estaba la sierra impenetrable, y al otro lado de la sierra la antigua ciudad de Riohacha, donde en épocas pasadas –según le había contado el primer Aureliano Buendía, su abuelo– sir Francis Drake se daba al deporte de cazar caimanes a cañonazos, que luego hacía remendar y rellenar de paja para llevárselos a la reina Isabel. En su juventud, él y sus hombres, con mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis

meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo para no tener que emprender el camino de regreso. Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque sólo podía conducirlo al pasado. Al sur estaban los pantanos, cubiertos de una eterna nata vegetal, y el vasto universo de la ciénaga grande, que según testimonio de los gitanos carecía de límites. La ciénaga grande se confundía al occidente con una extensión acuática sin horizontes, donde había cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales. Los gitanos navegaban seis meses por esa ruta antes de alcanzar el cinturón de tierra firme por donde pasaban las mulas del correo. De acuerdo con los cálculos de José Arcadio Buendía, la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del norte. De modo que dotó de herramientas de desmonte y armas de cacería a los mismos hombres que lo acompañaron en la fundación de Macondo; echó en una mochila sus instrumentos de orientación y sus mapas, y emprendió la temeraria aventura.

Los primeros días no encontraron un obstáculo apreciable. Descendieron por la pedregosa ribera del río hasta el lugar en que años antes habían encontrado la armadura del guerrero, y allí penetraron al bosque por un sendero de naranjos silvestres. Al término de la primera semana, mataron y asaron un venado, pero se conformaron con comer la mitad y salar el resto para los próximos días. Trataban de aplazar con esa precaución la necesidad de seguir comiendo guacamayas, cuya carne azul tenía un áspero sabor de almizcle. Luego, durante más de diez días, no volvieron a ver el sol. El suelo se volvió blando y húmedo, como ceniza volcánica, y la vegetación fue cada vez más insidiosa y se hicieron cada vez más lejanos los gritos de los pájaros y la bullaranga de los monos, y el mundo se volvió triste para siempre. Los hombres de la expedición se sintieron abrumados por sus recuerdos más antiguos en aquel paraíso de humedad y silencio, anterior al pecado original, donde las botas se hundían en pozos de aceites humeantes y los machetes destrozaban lirios sangrientos y salamandras doradas. Durante una semana, casi

sin hablar, avanzaron como sonámbulos por un universo de pesadumbre, alumbrados apenas por una tenue reverberación de insectos luminosos y con los pulmones agobiados por un sofocante olor de sangre. No podían regresar, porque la trocha que iban abriendo a su paso se volvía a cerrar en poco tiempo, con una vegetación nueva que casi veían crecer ante sus ojos. «No importa», decía José Arcadio Buendía. «Lo esencial es no perder la orientación.» Siempre pendiente de la brújula, siguió guiando a sus hombres hacia el norte invisible, hasta que lograron salir de la región encantada. Era una noche densa, sin estrellas, pero la oscuridad estaba impregnada por un aire nuevo y limpio. Agotados por la prolongada travesía, colgaron las hamacas y durmieron a fondo por primera vez en dos semanas. Cuando despertaron, ya con el sol alto, se quedaron pasmados de fascinación. Frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español. Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa coraza de rémora petrificada y musgo tierno, estaba firmemente enclavado en un suelo de piedras. Toda la estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido, vedado a los vicios del tiempo y a las costumbres de los pájaros. En el interior, que los expedicionarios exploraron con un fervor sigiloso, no había nada más que un apretado bosque de flores. El hallazgo del galeón, indicio de la proximidad del mar, quebrantó el ímpetu de José Arcadio Buendía. Consideraba como una burla de su travieso destino haber buscado el mar sin encontrarlo, al precio de sacrificios y penalidades sin cuento, y haberlo encontrado entonces sin buscarlo, atravesado en su camino como un obstáculo insalvable. Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía volvió a atravesar la región, cuando era ya una ruta regular del correo, y lo único que encontró de la nave fue el costillar carbonizado en medio de un campo de amapolas. Sólo entonces, convencido de que aquella historia no había sido un engendro de la imagina­

ción de su padre, se preguntó cómo había podido el galeón adentrarse hasta ese punto en tierra firme. Pero José Arcadio Buendía no se planteó esa inquietud cuando encontró el mar, al cabo de otros cuatro días de viaje, a doce kilómetros de distancia del galeón. Sus sueños terminaban frente a ese mar color de ceniza, espumoso y sucio, que no merecía los riesgos y sacrificios de su aventura.

–¡Carajo! –gritó–. Macondo está rodeado de agua por todas partes.

La idea de un Macondo peninsular prevaleció durante mucho tiempo, inspirada en el mapa arbitrario que dibujó José Arcadio Buendía al regreso de su expedición. Lo trazó con rabia, exagerando de mala fe las dificultades de comunicación, como para castigarse a sí mismo por la absoluta falta de sentido con que eligió el lugar. «Nunca llegaremos a ninguna parte», se lamentaba ante Úrsula. «Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia.» Esa certidumbre, rumiada varios meses en el cuartito del laboratorio, lo llevó a concebir el proyecto de trasladar a Macondo a un lugar más propicio. Pero esta vez, Úrsula se anticipó a sus designios febriles. En una secreta e implacable labor de hormiguita predispuso a las mujeres de la aldea contra la veleidad de sus hombres, que ya empezaban a prepararse para la mudanza. José Arcadio Buendía no supo en qué momento, ni en virtud de qué fuerzas adversas, sus planes se fueron enredando en una maraña de pretextos, contratiempos y evasivas, hasta convertirse en pura y simple ilusión. Úrsula lo observó con una atención inocente, y hasta sintió por él un poco de piedad, la mañana en que lo encontró en el cuartito del fondo comentando entre dientes sus sueños de mudanza, mientras colocaba en sus cajas originales las piezas del laboratorio. Lo dejó terminar. Lo dejó clavar las cajas y poner sus iniciales encima con un hisopo entintado, sin hacerle ningún reproche, pero sabiendo ya que él sabía (porque se lo oyó decir en sus sordos monólogos) que los hombres del pueblo no lo secundarían en su empresa. Sólo cuando empezó a desmontar la puerta del cuartito, Úrsula se atrevió a preguntarle por qué lo hacía, y él le contestó con

una cierta amargura: «Puesto que nadie quiere irse, nos iremos solos». Úrsula no se alteró.

–No nos iremos –dijo–. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo.

–Todavía no tenemos un muerto –dijo él–. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.

Úrsula replicó, con una suave firmeza:

–Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero.

José Arcadio Buendía no creyó que fuera tan rígida la voluntad de su mujer. Trató de seducirla con el hechizo de su fantasía, con la promesa de un mundo prodigioso donde bastaba con echar unos líquidos mágicos en la tierra para que las plantas dieran frutos a voluntad del hombre, y donde se vendían a precio de baratillo toda clase de aparatos para el dolor. Pero Úrsula fue insensible a su clarividencia.

–En vez de andar pensando en tus alocadas novelerías, debes ocuparte de tus hijos –replicó–. Míralos cómo están, abandonados a la buena de Dios, igual que los burros.

José Arcadio Buendía tomó al pie de la letra las palabras de su mujer. Miró a través de la ventana y vio a los dos niños descalzos en la huerta soleada, y tuvo la impresión de que sólo en aquel instante habían empezado a existir, concebidos por el conjuro de Úrsula.

Algo ocurrió entonces en su interior; algo misterioso y definitivo que lo desarraigó de su tiempo actual y lo llevó a la deriva por una región inexplorada de los recuerdos. Mientras Úrsula seguía barriendo la casa que ahora estaba segura de no abandonar en el resto de su vida, él permaneció contemplando a los niños con mirada absorta, hasta que los ojos se le humedecieron y se los secó con el dorso de la mano, y exhaló un hondo suspiro de resignación.

–Bueno –dijo–. Diles que vengan a ayudarme a sacar las cosas de los cajones.

José Arcadio, el mayor de los niños, había cumplido catorce años. Tenía la cabeza cuadrada, el pelo hirsuto y el carácter voluntarioso

de su padre. Aunque llevaba el mismo impulso de crecimiento y fortaleza física, ya desde entonces era evidente que carecía de imaginación. Fue concebido y dado a la luz durante la penosa travesía de la sierra, antes de la fundación de Macondo, y sus padres dieron gracias al cielo al comprobar que no tenía ningún órgano de animal. Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos. Mientras le cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro. Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que parecía a punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia. Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: «Se va a caer». La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero éste lo interpretó como un fenómeno natural. Así fue siempre, ajeno a la existencia de sus hijos, en parte porque consideraba la infancia como un período de insuficiencia mental, y en parte porque siempre estaba demasiado absorto en sus propias especulaciones quiméricas.

Pero desde la tarde en que llamó a los niños para que lo ayudaran a desempacar las cosas del laboratorio, les dedicó sus horas mejores. En el cuartito apartado, cuyas paredes se fueron llenando poco a poco de mapas inverosímiles y gráficos fabulosos, les enseñó a leer y escribir y a sacar cuentas, y les habló de las maravillas del mundo no sólo hasta donde le alcanzaban sus conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación. Fue así como los niños terminaron por aprender que en el extremo meridional del

África había hombres tan inteligentes y pacíficos que su único entretenimiento era sentarse a pensar, y que era posible atravesar a pie el mar Egeo saltando de isla en isla hasta el puerto de Salónica. Aquellas alucinantes sesiones quedaron de tal modo impresas en la memoria de los niños, que muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado, con la mano en el aire y los ojos inmóviles, oyendo a la distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los sabios de Memphis. Eran gitanos nuevos. Hombres y mujeres jóvenes que sólo conocían su propia lengua, ejemplares hermosos de piel aceitada y manos inteligentes, cuyos bailes y músicas sembraron en las calles un pánico de alborotada alegría, con sus loros pintados de todos los colores que recitaban romanzas italianas, y la gallina que ponía un centenar de huevos de oro al son de la pandereta, y el mono amaestrado que adivinaba el pensamiento, y la máquina múltiple que servía al mismo tiempo para pegar botones y bajar la fiebre, y el aparato para olvidar los malos recuerdos, y el emplasto para perder el tiempo, y un millar de invenciones más, tan ingeniosas e insólitas, que José Arcadio Buendía hubiera querido inventar la máquina de la memoria para poder acordarse de todas. En un instante transformaron la aldea. Los habitantes de Macondo se encontraron de pronto perdidos en sus propias calles, aturdidos por la feria multitudinaria.

Llevando un niño de cada mano para no perderlos en el tumulto, tropezando con saltimbanquis de dientes acorazados de oro y malabaristas de seis brazos, sofocado por el confuso aliento de estiércol y sándalo que exhalaba la muchedumbre, José Arcadio Buendía andaba como un loco buscando a Melquíades por todas partes, para que le revelara los infinitos secretos de aquella pesadilla fabulosa. Se dirigió a varios gitanos que no entendieron su len­

gua. Por último, llegó hasta el lugar donde Melquíades solía plantar su tienda, y encontró un armenio taciturno que anunciaba en castellano un jarabe para hacerse invisible. Se había tomado de un golpe una copa de la sustancia ambarina, cuando José Arcadio Buendía se abrió paso a empujones por entre el grupo absorto que presenciaba el espectáculo, y alcanzó a hacer la pregunta. El gitano lo envolvió en el clima atónito de su mirada, antes de convertirse en un charco de alquitrán pestilente y humeante sobre el cual quedó flotando la resonancia de su respuesta: «Melquíades murió». Aturdido por la noticia, José Arcadio Buendía permaneció inmóvil, tratando de sobreponerse a la aflicción, hasta que el grupo se dispersó reclamado por otros artificios y el charco del armenio taciturno se evaporó por completo. Más tarde, otros gitanos le confirmaron que en efecto Melquíades había sucumbido a las fiebres en los médanos de Singapur, y su cuerpo había sido arrojado en el lugar más profundo del mar de Java. A los niños no les interesó la noticia. Estaban obstinados en que su padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar: –Es el diamante más grande del mundo.

–No –corrigió el gitano–. Es hielo.

José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó. «Cinco reales más para tocarlo», dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el

corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano, en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. «Está hirviendo», exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:

–Este es el gran invento de nuestro tiempo.

El Realismo `Mágico’ no Lo Es TANTO, Cuanto Es de NECESIDAD `Imperiosa´ La LUMINOSIDAD Con LA QUE, Escribe diacrónicamente Las Mejores Novelas de LA ACTUALIDAD, Se Mire Por Donde SE MIRE !!!

Cien años de soledad, Obra EXTRAORDINARIA donde Las Haya, “cierra el círculo” de Habitantes y Familias — Que ES de LO QUE

SE TRATA — de un Modo INCREÍBLE Para ‘demostrar’ A Todo El QUE SE ‘acerca’ Al MUNDO del Autor Una SINFONÍA de COLORES Realmente FUERA DE LO COMÚN pues La CONDICIÓN

HUMANA ES, Siempre, POLIÉDRICA En Sus INFINITAS MANIFESTACIONES de grandezas y miserias dado Que, La humana natura, ES UN BIEN Muy PRECIADO Tanto En Las `Atmósferas diabólicas´ COMO EN LA PLENITUD DEL REINO DE DIOS dado a Conocer En LOS EVANGELIOS REVELADOS A Los HOMBRES de BUENA VOLUNTAD !!! !!!

Una obra de Tales CARACTERÍSTICAS Es Un BIEN difícilmente ‘SUPERABLE’ pues El GENIO, indiscutido, de García Márquez, CAMINA En dirección OPUESTA TANTO A ‘puritanismos’ de Toda ‘ENVERGADURA’ COMO a Jansenistas ‘Irresueltos’ Que NO CONCIBEN otra “Vida en Cristo” Que La de los Leguleyos de `armas tomar´ Cuando SUS/y Sus Expectativas de ‘SANTIDAD` Se derrumban / CAEN En Nombre de ‘TODOS LOS SANTOS’

Una Aparente Descalcificación

Una Aparente Descalcificación ESUnaREALIDADMuyDURA de sostener EnLa PERSONA pues,Una VEZ LOGRADA,es,muyDifícil suCURACIÓN!!!

La Hermandad de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón —correelpeligro,YLOSABE—de adentrarse ENUNLODAZAL deProporcionesMAYÚSCULASpuesElNOReconocimientodela instituciónComo,ES, vox populi, Sociedad de Vida Apostólica/ Instituto de Vida Consagrada9,CONCEDEUn grado,YA, deproporciones‘históricas’10,DifícildeEntenderporTODOS

AQUELLOSAlejadosdelosdimesydiretesMundanosPero SÍ

EsUna Responsabilidad -ENELSENO,‘Familiar’y,SOBRETODO, “Institucional”-de ADVERTIRy`denunciar´Públicamente,como LOACONSEJAElApóstol,

No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. (Gál 6, 7-8)

Una PERSONALIDAD Acuciante e Irresoluble dada Su NO RECONOCIDA ‘Solvencia’ de Talante `universal´ ADSCRITA A la Diócesis de Toledo Y NO APROBADA por La Santa Sede.

Francisco, Authenticum charismatis, 2020. 9

Aprobación de las Constituciones y Reglamento de la Asociación Pública 10 de Clérigos «Hermandad de Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón» [Boletín Oficial del Arzobispado de Toledo, Enero 2002]

Una Resolución de Voluntades -menos, de INTENCIONES-, Que, Ha ‘dado’ y, A día de Hoy, ‘DA’ — Forma — , A personas y Familias 11 de HONDA RAIGAMBRE CRISTIANA Secular, AUNQUE, ‘Al Decir de Todos’, ES, Un Atractivo de INCUESTIONABLE Razonabilidad, YA Que, Siendo Una Forma Q ‘vehicula’ La Vida -Q No la 12

Existencia- de Sus Allegados A Los QUE Se Les Ofrece Unas respuestas a TODOS Los ‘Condicionantes’ del día a día, de clara

Base Kantiana , Resulta de UNA ‘Inconsistencia’ SUMARIA de 13

Alcance Monolítico A Lo QUE, Este Trabajo, Ha CONCLUIDO En SU Objetividad !!! !!! !!!

Una ‘Mirada’ REDENTORA de UNA ‘Absoluta’ Objetividad

Sobrenatural de índole PROFÉTICA “Cierra” Un CAMINO MUY

DESAFORTUNADO de ‘relativa Abundancia de VOCACIONES’ + pésima Consideración SOCIAL (incluso el `ánimo´ Familiar decae paulatinamente) PUES El Señor HABLA EN EL SUCESOR DE PEDRO

Toda forma está determinada por la naturaleza de aquella materia de la que 11 es forma. En caso contrario, no se seguiría la proporción entre la materia y la forma. Por lo tanto, si el entendimiento se uniera al cuerpo como forma, como quiera que todo cuerpo posee una determinada naturaleza, se seguiría que el entendimiento tendría una determinada naturaleza. De este modo, no lo conocería todo, como quedó asentado anteriormente (q.75 a.2); lo cual va contra la razón de entendimiento. Por lo tanto, el entendimiento no se une al cuerpo como forma. (S. Th. I, c.76, a. 1 obj 2)

12

3. f. Modo o manera de estar organizado algo. Forma de gobierno.

Diccionario de la Lengua española (RAE), forma [Del lat. forma.], 2023.

Inmanuel Kant, Crítica de la Razón pura (1787). “El hecho no es ciertamente 13 efecto de la ligereza, antes bien del maduro juicio de la época que no quiere seguir contentándose con un saber aparente y exige de la razón la más difícil de sus funciones, a saber: que de nuevo emprenda su propio conocimiento y establezca un tribunal que al mismo tiempo que asegure sus legítimas aspiraciones, rechace todas las que sean infundadas, y no haciendo esto mediante arbitrariedades, sino según sus leyes inmutables y eternas. Y este tribunal no es otro que la Critica de la Razón pura”. [Prefacio]

AL QUE SE Le RECONOCE Una Voz AUTORIZADA PERO NO ASUMIBLE por La ‘Directiva’ de la citada Institución Diocesana Ya Que, Dios mediante, y al albur de las nuevas Incorporaciones “mantenemos el tipo”; sujetos, eso sí, al Ministerio de Hacienda como soporte VITAL de TAMAÑO DESPROPÓSITO !!! !!! !!!

Ad calendas graecas

ANEXO

Se acabó de imprimir esta edición de «qUÉ ES Schola Cordis Iesu. ’Esperar’ es Signo de Amor» el día 15 de Agosto de 2024, Solemnidad de la Asunción Bienaventurada Virgen María

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

La Realidad, Más PODEROSA, de La Iglesia de JesuCristo, ES, siempre, INADECUACIÓN del Mensaje REVELADO y/o el Mundo, Ya Que, La Siempre Difícil TAREA de ‘vivir en Cristo’ NO ES Una `clasificación´ de Tareas y/o Criterios a priori, Q , Deslegitiman Las ORIENTACIONES Pontificias y , más aún, El MANDATO DE JESUCRISTO de ANUNCIAR, quiérase o no, Su Palabra y VIDA, a todos los hombres de buena voluntad.

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