En el umbral de la espiritualidad viatoriana - Pierre Laur

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del mundo, y el único que puede luchar contra su destrucción... El pobre necesita de los otros para que lo ayuden, pero es el pobre, quien se tiene que liberar”. Veremos como estas consideraciones tienen sus repercusiones en nuestra acción y nuestra espiritualidad. La dimensión evangélica. Jesús llevó una existencia pobre y vivió entre los pobres. Es decir que para Jesús la pobreza fue una manera de vivir su existencia humana que expresa una manera de ser y hacer como hombre. Hemos de recuperar la dimensión total de la Encarnación en su significación antropológica integrando la dimensión espiritual y sociológica. Lo más interpelante es que Jesús hace de su opción por el pobre un ideal de vida. Descalifica la riqueza como ideal de vida. Opta por la existencia pobre porque le descubre una significación y una serie de valores en función del Reino. Se hace solidario del pobre y lucha como pobre contra la destrucción que sufre el pobre. Lo hace siempre desde los pobres, para ellos y con medios pobres. Retoma la dimensión destructora de la pobreza y le cambia la significación. La cruz fue una dimensión destructora de la pobreza. Jesús no la escoge. Sí la asume como consecuencia de su opción por una vida pobre. No busca la cruz. Pide al Padre librarle de ella. Asumiéndola le cambia de sentido, porque en lugar de signo de destrucción convierte la cruz en signo de liberación. La muerte se convierte en vida. La preocupación de Jesús no es quitar o no quitar las carencias, sino hacer signos y hacer que el hombre se haga más persona. Esta actitud nos invita a rescatar los valores de los pobres y buscarlos como ejes de espiritualidad. Es una consecuencia ineludible del seguimiento de Jesús. Es la lógica de nuestro voto de pobreza. Dios quiere que se realice su proyecto, el Reino. Quiere introducir todo en el orden de la voluntad de Dios. Y eso es una Buena Noticia para los pobres de toda clase: Jesús se dedica entusiasmado a propagarla. J. Jeremías, en su Teología del N.T. recalca un aspecto de la novedad del Reino de Dios. “La primera bienaventuranza dice: bienaventurados los pobres, porque suyo es el Reina de Dios (Lc 6,20). “Pone el énfasis sobre “suyo” (no lo captamos en castellano, sí en el griego). El Reino pertenece únicamente a los pobres. La primera bienaventuranza afirma: la salvación está destinada únicamente a los mendigos y pecadores. Jesús estuvo repitiendo sin cesar que la salvación es para los pecadores, no para los justos (así se designaban a los fariseos) sino para los incultos (Mt 11,26s), para los niños (Mc 10,14) y para quienes, con espíritu filial son capaces de decir Abba (Mt 18,7). “Los publicanos y las rameras entran en el Reino de Dios, pero ustedes no” (Mt 21,31)... Esta bondad de Dios significa gozo y júbilo para los pobres... Jesús mismo se siente jubiloso con ellos (Mt 11,25s). Y Dupont pregunta: “¿Por qué precisamente ellos? ¿Qué mérito tiene ser pobre? Pregunta mal planteada. No se trata de méritos, sino del modo como Dios pretende ejercer su realeza... El rey es el que defiende y protege al pobre y débil, al incapaz de defenderse; asegura la justicia a la viuda, al huérfano, al oprimido. La justicia que debe a sus súbditos, actúa necesariamente a favor de los débiles y pobres contra los ricos y poderosos... Esto nos obliga a preguntarnos ¿Es realmente de este Reino del que da testimonio nuestro comportamiento a los ojos de los pobres? Si es claro en Jesús que Dios está del lado de los pobres, nosotros, ¿de qué lado estamos?” Una espiritualidad de pobres. Esta opción por los pobres es un eje fundamental en el anuncio del Evangelio. Nunca hablaremos demasiado de esta opción. Un religioso c.s.v. me decía: “Hemos hablado ya mucho del asunto de los pobres”. Estaba cansado del tema. Pero yo creo que olvidaba lo que nos decía


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