Luis Querbes y los catequistas de San Viator

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Robert BONNAFOUS

LUIS QUERBES (1793-1859)

Y LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR

Prefacio de Jean Comby


PREFACIO

Se puede pensar que las conmemoraciones son muy artificiales ¿Qué es lo que cien, doscientos..., mil años pueden añadir a un acontecimiento pasado? ¿Cómo conmemoran sus aniversarios las culturas que carecen del sistema decimal? Desde luego, lo importante no son las cifras redondas, sino un cierto espesor de tiempo que nos separa de un fundador o de los comienzos de una institución. Los que conmemoran releen el pasado en función de cuestiones que se plantean hoy. Quieren coger a la vez las continuidades entre el acontecimiento fundador y la institución actual, pero también las discontinuidades. Una institución nacida hace un siglo o más ¿puede mantenerse idéntica cuando el mundo que le rodea ha cambiado de fondo completamente? Por eso, el interés de una conmemoración es doble. Además de la evocación de los orígenes despierta nuestra curiosidad sobrepasándonos un poco, ella puede ayudarnos a evaluar el momento presente. Esta es la intención del Hermano Robert Bonnafous al proponernos esta Vida del P. Querbes, dos siglos después de su nacimiento. El cura Querbes es sacerdote durante la Restauración, cuando la Iglesia de Francia se esfuerza en borrar este cuarto de siglo de la Revolución y del Imperio considerado como un desgraciado paréntesis. Los católicos trabajan a marchas forzadas en pro de una "nueva evangelización" antes de que sonara esta expresión. Hay que rehacer el tejido cristiano de la sociedad. No solamente los seminarios mayores y menores multiplican sus efectivos, sino que también surgen en todos los rincones de Francia congregaciones de hombres y de mujeres que desean trabajar en esta recristianización, especialmente en el campo de la enseñanza y de la educación religiosa. El tiempo urge; ¡surge una fuerte competencia amenazante, como los propagandistas de la "escuela mutua" con sus reminiscencias protestantes! El Hermano Bonnafous nos hace entrever, a veces de una forma divertida, este prurito de fundación que sienten tantos obispos y sacerdotes. Cada uno quiere tener un pequeño grupo de personal propio bajo sus órdenes y no depender de nadie. En cierto modo, se podría decir que el cura Querbes realiza en Vourles lo que Marcellin Champagnat, Jean-Marie de Lamennais y muchos otros hicieron en otra parte. Pero no exactamente. El cura Querbes aparece un poco como un Bourdoise (sacerdote francés muy celoso del siglo XVII) de las aldeas en el siglo XIX. Vourles es una "parroquia que se debe rehacer" entre otras muchas. Los párrocos, aislados, no se bastan cada uno en su rincón, para el mantenimiento de la iglesia, para una liturgia digna, para la enseñanza del catecismo y la dirección de la pequeña escuela para los pobres. El P. Querbes desea asociar en la misma organización todas las buenas voluntades, pero dándoles una formación adecuada. Esta asociación podría ser una cofradía bajo el patronazgo de San Viator, un clérigo-lector al servicio de San Justo, obispo de Lyón en el siglo IV; en ella se agruparían clérigos tonsurados al mismo tiempo que seglares célibes o casados. Esta es la intuición original. Pero existe una quasi-ley de sociología religiosa según la cual, mientras en el protestantismo, las iniciativas y las renovaciones dan origen a nuevas denominaciones confesionales separadas del tronco principal, en el catolicismo, las intuiciones originales hacen nacer nuevas congregaciones pues la Iglesia no puede tolerar la anarquía. Hablar de congregación es hacer referencia a un molde-


standar conservado en Roma. Lo que no entra en la norma oficial, no puede admitirse. Por eso el proyecto del cura Querbes culmina en el nacimiento de una congregación de hermanos enseñantes algunos de los cuales serán sacristanes y un pequeño número accederá al sacerdocio. Ya no se habla de tonsura o de órdenes menores para los que no son sacerdotes. ¡Los CLérigos de San Viator no son clérigos en el sentido conónico del término, del mismo que las Visitandinas de Francisco de Sales no visitan a nadie! Hay una cierta originalidad respecto a otras congregaciones en la polivalencia del hermano que puede ejercer su función sólo, en una pequeña parroquia de aldea, aminorando la soledad del párroco al vivir en la casa cural con él, y en las denominaciones variadas que el P. Querbes da a sus hermanos: "Clérigos de San Viator", "Catequistas parroquiales", cuando no son "Clérigos parroquiales" o incluso "Clérigos-laicos". Con el hermano Bonnafous revivimos las múltiples pripecias de las balbucientes tentativas para instituir la congregación: hay que discutir con el arzobispo de Lyón, la administración real y la administración romana. Para conseguirlo, el P. Querbes se lanza a recorrer caminos, ríos, el mar... El lector sabrá, gracias al hermano Bonnafous que no nos ha ocultado nada de los comienzos a veces un tanto dificultosos de la congregación donde, por otra parte, hay más materia para sonreir que para indignarse: problemas de dinero, susceptibilidades eclesiásticas, incompatibilidad de caracteres, inestabilidad de cierto número de hermanos y de padres, improvisación de varias fundaciones en el extranjero en la India o en estados Unidos, éxito en la implantación en Canadá como consecuencia de una larga estancia en Vourles del obispo de Montréal, Monseñor Bourget. A medida que avanzamos, descubrimos en el fundador y en los primeros miembros una santidad constituida de discreción y de buen sentido práctico. Una rápida ojeada a la historia de los Clérigos de San Viator, desde la muerte del P. Querbes hasta nuestros días, induce finalmente al hermano Bonnafous a volver a las primeras intuiciones del fundador. Respondiendo a la llamada del Vaticano II, que invita a los religiosos a refrescarse en las fuentes del carisma de sus orígenes, los Clérigos de San Viator han redescubierto a los asociados-laicos cuya perspectiva tuvo que abandonar el P. Querbes. La historia no se repite de la misma manera, pero las ideas del pasado pueden ser todavía válidas. Los herederos intentan realizar lo que no pudo hacer el Fundador. Por eso, no hay duda de que la obra del hermano Bonnafous en el marco de esta conmemoración, ayudará a redescubrir tesoros perdidos que estimularán la imaginación de los Clérigos de San Viator y de los cristianos de hoy. Jean COMBY Profesor de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de Lyón.

Yo creo que hay una santidad lionesa y a menudo he soñado en una especie de canonización colectiva que agrupe al


Padre Chevrier, a Paulina Jaricot. al Padre Colin, fundador de los Maristas, al P Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas, al Padre Querbes, fundador de los Clérigos de San Viator, al cura de Ars (ya lo es, pero también él entra en este movimiento) y a Marius Gonin. Por consiguiente hay una pléyade de santos y se impondría una especie de canonización de la humildad lionesa pues todos estos hombres fueron de una modestia extrema. François Varillon, s.j. Hermosura del mundo y sufrimiento de los hombres Le Centurion.

Una última señal de predestinación tan segura como las demás: el cambio de rumbo de las intenciones del fundador. Un fundador sufre siempre, al menos un cambio de rumbo, no en el sentido de que es cogido por sorpresa, sino porque los caminos a los que Dios le lleva no son los que él había emprendido al comenzar. Ignacio de Loyola parte en peregrinación a Jerusalén y, finalmente, se quedará en Roma, con sus jesuitas; Francisco de Asís parte hacia un destino desconocido y acaba por fundar las órdenes franciscanas. El Padre Querbes alimentaba proyectos que no se realizaron siempre y llegó a las actuales fundaciones en las que no había pensado en absoluto.

Joseph Folliet Testimonio de un Lionés, 5 de septiembre de 1959

PRÓLOGO

Esta biografía ha sido escrita con ocasión del bicentenario del nacimiento de Luis Querbes. Intenta en primer lugar situar su actuación como fundador, insiste más en que puso


en movimiento que en el conjunto de sus hechos y sus actos memorables. También intentaría estudiar cómo, habiendo partido por un camino que le parecía nuevo, innovador, adaptado a las necesidades que había percibido se encontró, un poco contra su voluntad en otro camino, el de fundador de una congregación religiosa. El texto conlleva numerosas citas de documentos escritos por el P. Querbes, por testigos o corresponsales; ¿Por qué arriesgarse a decir peor, con palabras de hoy, lo que se decía muy bien, ayer, con palabras y frases muy precisas, aunque algunos giros hayan envejecido un poco? Sin embargo, para no recargar el libro de referencias, no habrá una nota para las citas de escritos del P. Querbes que llevan fecha en el texto. En cuanto a los testimonios de sus contemporáneos, todos se encuentran en los archivos de la Dirección general de la Congregación *. Muchas gracias a todos los que han colaborado en la redacción de esta obra, la han acompañado con sus consejos, con su paciente lectura y, en primer lugar al P. Léon desbos, superior provincial de los Clérigos de San Viator de Francia, que está en el orígen de este proyecto. Un gracias especial al H. Élie Salesses por su colaboración técnica. R.B.

____________ * Las notas que llevan referencia están al final del volumen, p. 175.

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NACER EN LYÓN BAJO EL TERROR

JOSÉ Y JUANA, LOS SASTRES


Los Querbes se iban trasmitiendo el oficio de sastre de padre a hijo, ¿qué se podía hacer en el altiplano de Lévezou cuando no se poseían tierras? Se podía ser carretero, herrero, tejedor, sastre. Se iba de feria en feria, esperando que los clientes vinieran a entregar los paños que las ruecas y el trabajo de las mujeres habían hilado y tejido, y en la próxima feria se entregaría el traje ya terminado. Los productos de la región serían de lana, hilo o cáñamo. El cáñamo ha dado su nombre al pueblecito donde habitó la familia: Les Canabières (país de cáñamo), una parroquia situada a más de 900 metros de altitud y a unos 30 kilómetros de Rodez, en esta región de Rouergue tan apartada de las grandes vías de comunicación y que permanecía un poco replegada sobre sí misma. José Querbes, hijo de Pedro y de María Soulier, había nacido allí el 3 de julio de 1763, sus cuatro hermanos más jóvenes también fueron sastres. Sin embargo parece que dos de ellos lograron comprar algunas tierras ya que, a su muerte, fueron inscritos como "propietarios" (1). José, provisto de un certificado proporcionado por el Párroco y el Cónsul de la comunidad de Cannabières(2), abandonó el pueblo en 1784. ¿Por qué él, el mayor de los hijos varones, no se quedó en el pueblo? quizá para comenzar la vuelta de Francia como aprendiz. Finalmente, se estableció en Lyón. En 1792, su contrato de matrimonio precisará que "ejerce desde hace varios años el oficio de sastre, en esta ciudad"(3). Los Brebant trabajaban cerca de Trévoux, a varias leguas del río Saona, en la provincia de Dombes. Benito Brebant, viudo, volvió a casarse con Philippine Lambert, también viuda (4). El tenía dos hijos y ella cuatro. Luego tuvieron otros cuatro. Su tercer hijo, una niña, Juana, nació el 11 de mayo de 1766 y fue bautizada en la iglesia de Santa Eufemia. Más tarde, en el acta de matrimonio, dirá haber nacido en el pueblo vecino, Saint-Didier de Formans. También ella vino a Lyón. El contrato de matrimonio precisará que "ejerce desde hace varios años el oficio de modista para mujeres, en esta ciudad". José y Juana se conocieron y se casaron el 18 de diciembre de 1792 (5). Él tenía 29 años, ella 26. Juana llevó como dote "la suma de 2.000 libras compuesta parte en especie, parte en el valor de su ropa blanca, vestuario y joyas, muebles y efectos que adornan el apartamento que ocupa en esta ciudad". Una suma que debía permitir un correcto comienzo de vida en común, pero el clima político de la época no se prestaba demasiado a las alegrías ni a una vida apacible destinada a coser tranquilamente detrás de un mostrador.

LYÓN DURANTE LA REVOLUCIÓN José Querbes y Juana Brevant habitaban en la calle del'Enfant-qui-Pisse, en el barrio del ayuntamiento. La calle es prolongación de la calle Lanterne y tomará este nombre en 1846 (6).


Con sus 150.000 habitantes, Lyón era entonces la segunda ciudad del reino. Tenía una larga tradición manufacturera especializada en el trabajo de la seda. La "Fábrica" hacía trabajar a unos 15.000 telares. Esto había desarrollado una población emprendedora y comercial, y también una burguesía, uno de cuyos rasgos característicos, según decían, era su avidez por las ganancias (7). Los años que habían precedido a la revolución se caracterizaron por una profunda crisis económica que redujo mucho la demanda de la seda. En 1789 había 9.000 familias indigentes (8). La práctica religiosa, estaba un poco adormecida y la ciudad no se distinguía demasiado por un cristianismo vigoroso (9). Lyón había entrado sin grandes problemas en la Revolución. Había sido contagiada, como otras ciudades de Francia, por la fiebre de la palabra. Se multiplicaban los clubs y las manifestaciones. El Terror no tardó en llegar, proveniente de París. Joseph Chalier, el Robespierre local estimaba que la ciudad necesitaba ser purgada y que era necesario "exterminar en Lyón todo lo que pudiera llamarse aristócrata moderado, especulador, acaparador, usurero, lo mismo que la fanática casta sacerdotal" (10). La guillotina se alzó en la plaza des Terreaux, la plaza del ayuntamiento. Pero Lyón era una ciudad de negocios y los negocios suponen un clima de paz o, al menos, de orden. Como muchas otras ciudades francesas, ya no soportaba los excesos del centralismo jacobino. Al contrario, deseaba una Francia federal, como lo preconizaba el partido girondino = federalista. El día en que la Revolución tocó a sus Bancos, a su economía, a sus sacerdotes, a su autonomía, Lyón no pudo hacer otra cosa que sublevarse. Es lo que hizo a últimos de mayo de 1793. Días y noches de tumultos que acabaron con la detención de Chalier y sus secuaces. Fue juzgado y guillotinado pero, antes de conducirlo al patíbulo, el condenado fue exhibido por las calles y callejuelas del barrio de Terreaux en medio de una muchedumbre excitadísima. Pasó justo por delante de la casa donde habitaban José y Juana. La sublevación estaba animada por federalistas y republicanos moderados, crispados por el extremismo parisino. También los partidarios de la realeza, que encontraban en esto una buena ocasión de revancha, apoyaban el movimiento. En resumen, éste aglutinaba varias corrientes detestadas por París. Era un desafío al poder central. La capital no podía tolerarlo. Robespierre y el comité de Salvación pública ordenaron al general Kellermann y al ejército de los Alpes atacar a Lyón. Guardias nacionales venidos de Auvernia y capitaneados por Dubois-Grancé participaron en el sitio de la ciudad que se hizo con cierta lentitud: hubo, en vano, varios intentos de reconciliación. Lyón estaba mal defendida y mal equipada para resistir. Dominada de Norte a Oeste por las alturas, estaba al alcance del fuego de los sitiadores. Los 8.000 voluntarios que cogieron las armas para defender la ciudad procedían de todas las clases sociales. El municipio no encontró para capitanearlos más que un realista, el


Conde de Précy. El 8 de agosto, el bloqueo es total. Los Lioneses, que se preparan a padecer los rigores del sitio, no saben que durará dos meses y que les va a tocar vivir uno de los episodios más trágicos de toda la Revolución.

21 DE AGOSTO, EL NACIMIENTO DE JUAN LUIS JOSÉ MARÍA El bombardeo comienza el 10 de agosto. Las fases de intensos ataques se van alternando con días y noches más tranquilos; quizá para intentar un arreglo o, sencillamente, porque se han agotado las municiones. ¡Es lo que falta!. La república que se ha puesto a sacar las cuentas, anotará 44.000 balas de cañón. Estos proyectiles, calentados al rojo blanco, pueden ser devastadores. De hecho, fueron destruidas 1600 casas. El 15 de agosto se intensifican los bombardeos. Tras un poco de calma, recomienzan el 22 de agosto. "fue el fuego del infierno, dice un testigo, durante esta noche murieron 2.000 personas". La víspera, el 21 de agosto de 1793, a las tres de la tarde, Juana Brebant dió a luz a su primogénito Juan, Luis, José, María. Se llamó Juan, como su madre; José, como su padre; María, sin duda a causa de la devoción mariana de sus padres. ¿Y Luis?, nadie lleva este nombre en la familia de los Querbes ni en la familia de los Brebant. Pero siete meses antes, había sido guillotinado Luis XIV y, los católicos, desean recordar a un rey mártir. El niño fue bautizado ese mismo día en San Pedro, muy cerca de allí. Se ha perdido el registro. Doce años más tarde, los padres lo inscribieron en los registros de catolicidad de la parroquia de Saint-Nizier de la que dependían entonces. Testificaron que su hijo había sido bautizado en San Pedro. No se menciona el nombre del sacerdote que lo bautizó. Al día siguiente de su nacimiento, Joseph Querbes apuntó a su hijo en el registro civil. Los testigos fueron Luis Blanc y Martín José Chaze, ambos sastres.(14) ¡Lúgubre atmósfera para celebrar el nacimiento de un primer hijo!. Durante los días siguientes el sitio se recrudeció. Según un relato, Juana Brebant tuvo que huir de su casa, donde había caído una bomba, llevando al niño en sus brazos. La anécdota se debe a uno de los primeros compañeros de Luis Querbes, Hugo Favre. Esto ilustra bien los horribles días del verano de 1793. El 8 de octubre, las tropas de la revolución entraron en la ciudad. El poder central, enfrentado a otras tendencias secesionistas, quiso dar un ejemplo para todos y decretó una represión sin piedad: "Lyón ha luchado contra la Libertad, Lyón no existe". La ciudad debía ser arrasada. Se crean tres tribunales. Procesos expeditivos, juicios sumarios y condenaciones sin apelación. En pocos meses son guillotinadas más de 800 personas y fusiladas más de 1.200. Para acelerar las ejecuciones, se ametrallaba a los condenados por grupos, en la llanura de Broteaux. Chalier fue deificado en una mascarada en la que pasearon un asno cubierto con


una capa litúrgica, con una mitra en la cabeza y un leccionario litúrgico atado al rabo. El sitio de la ciudad, este clima de violencia, esta represión salvaje debían marcar profundamente la memoria colectiva de varias generaciones de Lionesas. No se sabe con precisión cómo José y Juana vivieron este duro período. Juan Bautista Clavel, el primer biógrafo de Luis Querbes, precisa que José combatió al lado de los sitiados, lo cual resulta muy verosímil ya que todo el que podía sujetar un arma u ofrecer algún servicio a los defensores participó en la defensa de la ciudad. Añade que José se vió obligado a esconderse para escapar de las represalias y no reapareció entre los suyos hasta después de la caída de Robespierre (julio de 1794). También es muy verosímil.

JACQUES LINSOLAS Y EL CULTO ESCONDIDO Antes de la Revolución, la diócesis de Lyón abarcaba casi todos los departamentos del Ródano, del Loira y la mitad de los departamentos del Ain. Contaba con más de 2.000 sacerdotes y religiosos y un número aún mayor de religiosas. La mayor parte de la población se decía cristiana, aunque su cristianismo se manifestara con evidentes señales de agotamiento (15). El número de ordenaciones y de profesiones religiosas había ido descendiendo regularmente durante los 30 años que precedieron a 1789. Los conventos, que en este lapso de tiempo perdieron el 40% de sus religiosos eran frecuentemente criticados y tenían fama de albergar, se decía, a "piadosos holgazanes". En la primavera de 1791, una gran mayoría de los sacerdotes de las parroquias (85%) había prestado el juramento constitucional(16). Pero la diócesis conoció pronto, como las demás diócesis de Francia, la ruptura y las tensiones entre los "juramentados" y los "no juramentados", así como el desconcierto de los fieles. Con las medidas de control, de persecución y finalmente de descristianización tomadas por la Convención y el Comité de salvación pública, los sacerdotes, juramentados o no, fueron perseguidos, el culto, suprimido y las iglesias, cerradas. Poco a poco se organizó una Iglesia de catacumbas con una red de comunicaciones, de lugares de culto clandestinos y de sacerdotes que, con peligro de sus vidas, aseguraban un servicio pastoral a los cristianos. La diócesis de Lyón fue sin duda la diócesis de Francia dotada de la organización más "eficaz". Fue el "culto escondido" organizado y animado por Jacques Linsolas, vicario general del obispo de Lyón en el destierro. Jacques Linsolas tenía entonces 40 años. Había nacido en Lyón, en la parroquia de San Nicecio. Había intentado ir a las misiones extranjeras, su salud se lo impidió y se vió obligado a ejercer el sacerdocio en San Nicecio, primero como coadjutor y luego como canónigo de la iglesia. Era el encargado del catecismo de perseverancia. Se reveló como un organizador y un animador extraordinario. Dividió la diócesis en zonas de misión. Puso al frente de cada misión a un sacerdote, jefe de misión, al que concedió


poderes especiales. El jefe de misión animaba a los misioneros que dependían de él. Estos, con gran riesgo y peligro, visitaban el sector que les habían encomendado desplazándose, con frecuencia durante la noche. Eran ayudados por seglares, jefes de pueblo y por catequistas. El catequista era el hombre responsable de un pequeño grupo de fieles, presidía las reuniones clandestinas, animaba a unos y otros en ausencia del misionero. Además de los catequistas estables, había unos catequistas "ambulantes" que acompañaban al sacerdote y unos catequistas "precursores" que preparaban la visita del misionero. En "el culto escondido" participaban 700 sacerdotes; 130 fueron capturados y ejecutados. No se sabe el número de catequistas que corrieron la misma suerte. Linsolas desarrollaba una actividad desbordante. Regía la diócesis con intransigente firmeza. Para él, la revolución era "la calamidad" que tenía su origen en la debilitación de la fe y de la práctica religiosa, en la ignorancia de la religión y en la relajación de las costumbres. Y esto no lo pensaba solamente él, sino muchos de los cristianos que pasaron esta prueba. Aunque no se puedan detectar los caminos de la gracia, se puede decir que todos estos años de "culto escondido" fueron el comienzo de un profundo despertar de la fe en toda la diócesis: gracias a esta red compleja los cristianos iban responsabilizándose y realizaban gestos comprometedores. Muchos sacerdotes y también seglares confesaron, en el patíbulo, su fe. Durante todos estos años se preparaba una germinación, se echaban raíces. Unos años más tarde la renovación espiritual explotaría a la luz del día y haría de Lyón un lugar privilegiado de cristianismo en Francia. No tenemos ningún testimonio serio que nos permita decir cómo José y Juana vivieron este período. Juana participaría probablemente en un grupo de cristianos que asistía a la misa celebrada a escondidas por el sacerdote Recobert, un sacerdote refractario, con las consecuencias que podían derivarse. Sin duda conoció a Francisca Michallet, que habitaba muy cerca, y que fue guillotinada en febrero de 1794 por acoger a los sacerdotes. Francisca era la animadora de un grupo de mujeres creado por Linsolas. Tenía treinta y cuatro años.


2 CRECER A LA SOMBRA DE SAN NICECIO

SAN NICECIO Aunque nacido con ayuda de forceps, el Concordato (1801) trajo la paz religiosa a Francia. José Fech, tío de Napoleón llegó a ser arzobispo de Lyón y "quiso restaurar las cosas a la antigua manera", según la expresión del señor Émery, superior de San Sulpicio. El culto dejó de ser clandestino y comenzó a celebrarse públicamente en las iglesias abiertas de nuevo; trajo consigo un despertar y una renovación espirituales indudables. Los dos pasos de Pío VII por la ciudad (noviembre de 1804 y en abril de 1805) fueron ocasión de fiestas y de ceremonias caracterizadas por grandes demostraciones de fervor popular. La iglesia de San Nicecio es una de las grandes y hermosas iglesias de Lyón. Fue construida en el siglo XIV y XV, en estilo gótico flamígero. Una amplia nave central, un presbiterio despejado y un conjunto de ventanas altas crean un gran espacio abierto que favorece la liturgia. El crucero derecho tiene la hermosa estatua de Nuestra Señora de las Gracias, obra de Antoine Goyse-vox. El edificio no sufrió muchos desperfectos durante la revolución. A partir de octubre de 1797 fue devuelto al culto y se convirtió en la catedral del obispo cismático. En 1802 se recomenzó allí el culto católico. La parroquia tenía unas 20.000 almas. El barrio conservaba todavía sus calles y sus callecillas estrechas, y no siempre rectilíneas que el urbanismo del siglo XIX armonizará y ensanchará construyendo largas y espaciosas avenidas orientadas de norte a sur. La familia Querbes ya no habitaba en la calle de L'Enfant-qui-Pisse, sino en una casa situada en la calle de la Gerbe. Allí es donde nació Josefa Magdalena el 27 de abril de 1797. Unos años más tarde, la familia se estableció no llejos de allí, en la calle Vandran. José Querbes seguía trabajando en su oficio de sastre. Parece que se había establecido por su cuenta, puesto que tenía uno o varios obreros. Al acabar la Revolución y al instaurarse el Consulado y el Imperio, recomenzaron los negocios y fue mejorando la situación económica de la ciudad. Cuando José Querbes cesará su actividad podrá comprar una casa en el campo para retirarse a ella con su mujer y su hija. Luis asistió al catecismo en San Nicecio, recibió la primera comunión, preparado por el sacerdote Rivier, el 13 de junio de 1805, día del Corpus Cristi. Sin duda es inútil especular sobre los sentimientos que tuvo este día. No ha dejado filtrar confidencia alguna. Pero conservó siempre la imagen-recuerdo (1) del acontecimiento, una imagen muy del gusto de la época que representa un cordero que duerme tranquilamente sobre el libro de los siete sellos,


rodeado de diversos símbolos, entre los cuales un pelícano que abre su corazón e incluso, parece, que hasta un fénix que se quema para luego renacer de sus cenizas. ¿Y la escuela? La Revolución había arruinado la organización de la enseñanza primaria. Maestros, más o menos preparados, recibían algunos alumnos a los que formaban individualmente. Los hermanos de las Escuelas Cristianas que regresaron del exilio en 1804, introdujeron el método simultáneo que conocemos: la enseñanza es dada por un maestro a todo un grupo de alumnos. No se sabe quién enseñó a leer y a escribir a Luis. Su madre, desde luego no, pues era analfabeta (2). De todos modos aprendió, y aprendió bien. En octubre de 1805 ingresó en la escuela clerical - o escolanía - de San Nicecio que se abría este año. Ésta admitía a niños que ayudaban o cantaban durante las numerosas ceremonias de la iglesia. Para ser admitidos, los niños debían tener "aptitudes para servir en la iglesia", pero también "ofrecer alguna esperanza de vocación para el estado eclesiástico"(3). Era una especie de seminario menor con otro nombre. En 1828 estas escuelas servirán muy bien para poder aumentar el número de alumnos de los seminarios menores, fijado de forma arbitraria por el gobierno. La asistencia a los oficios diarios, la formación en el canto y en las ceremonias, la clase, el estudio, ocupaban largas jornadas. Un coadjutor de la parroquia se encargaba especialmente del funcionamiento del establecimiento. En este medio escolar y religioso, un poco especial, Luis realizará buenos estudios.

28 DE MARZO DE 1807, UN PRIMER PASO. Él hizo más que aprender a escribir un francés perfecto. Encontró compañeros que le fueron siempre fieles: Joseph-Fleury, Rabut y Antoine Steyert, y algunos sacerdotes que habían sufrido las pruebas de la persecución: Los sacerdotes Ribier, Durosat, Marduel. Sobre todo allí maduró su vocación. Fue confirmado el 2 de febrero de 1807. Algunas semanas más tarde, el 28 de marzo de 1807, recibía la tonsura (4). La ceremonia tuvo lugar en la primacial de San Juan. Oficiaba el cardenal Fesch. Optar por el estado eclesiástico, llevar el hábito clerical cuando todavía no se tienen catorce años puede despistarnos en nuestra época, en la que algunos psicólogos retrasan la adolescencia casi hasta los treinta años. Pero a comienzos del siglo XIX, la adolescencia no existía y la mayor parte de los muchachos de esta edad estaban ya comprometidos en lo que debía ser su medio de sustento como hombre: trabajando como tejedor, en las varas de un carro, en el fondo de un mina... La vida de Luis se orienta. Y es sin duda en esta perspectiva y hacia esta época cuando él toma un compromiso decisivo: Hace su voto de castidad. "Yo, Luis José María Querbes hago voto de castidad para toda mi vida". El texto va escrito en un pequeño trozo de cartón. está recubierto por una imagen del mismo formato que representa la Anunciación. Todo ello, protegido por un pergamino, se descubrió solamente después de la muerte de Luis Querbes.


La forma de la escritura y el recuadro dibujado, cuyo trazado oculta en parte la última cifra de la fecha, no permite leer de manera segura el año en que se emitió este voto: "En Lyón, el 15 de octubre de 180..." se leyó 1803; más tarde, 1802, fundándose más en argumentos externos (Luis Gonzaga hizo su voto de castidad hacia los 9 ó 10 años), que en el documento mismo. Pero la escritura del trozo de cartón se parece a la de los cuadernos de apuntes de estudiante y el dominio que se ve en la firma no es el de un niño. Hugo Fabre, que fue el vicario y sucesor de Luis Querbes y que hizo el inventario de sus papeles, sitúa el voto durante la tonsura (1807): "Fue sin duda con ocasión de esta ceremonia cuando él hizo su voto de castidad cuya fórmula se ha encontrado en sus escritos". Desde luego, no se puede leer "1807", pero se lee sin mucho problema "1808". La interpretación de Hugo Fabre es probablemente exacta: No se trata de un compromiso tomado por un niño en un movimiento de fervor sino de una decisión que acompaña a un proceso (la primera comunión, la confirmación, la tonsura) y que oriente la vida de alguien que dejándose agarrar por Dios hasta el fondo de su ser se entrega a Él. El pergamino que guardaba el manuscrito está todo manoseado como si Luis Querbes lo hubiera llevado consigo mucho tiempo. Sin embargo sería un error colocar al muchacho en un pedestal: "Durante su juventud, cuenta su contemporáneo Charles Saulin, era extraordinariamente travieso, le gustaba mucho tomar el pelo; incluso a una edad más avanzada era todavía feliz cuando podía gastar una broma a sus condiscípulos o a sus hermanos. "Las páginas de las libretas que se conservan con los apuntes de Luis en esa época contienen, en los márgenes, junto a notas diversas, algunas historias que pretendían ser chistosas y algunos juegos de palabras estudiantiles. "¿nombre del peluquero de David? Amplius" (5). Esto debía provocar alguna sonrisa entre los monaguillos, cuando oían el cuarto versículo del Miserere: "Amplius, láva me..."

GUY-MARIE DEPLACE, EL MAESTRO Hacia 1809 ó 1810 Luis hubiera debido abandonar la escuela de canto para ir a uno de los seminarios menores de la diócesis. El señor Besson, párroco de San Nicecio, lo confió, juntamente con sus amigos Rabut y Steyert, a Guy- Marie Deplace. Hombre de una cultura muy sólida, Deplace (1772-1843) publicaba artículos y opúsculos sobre temas tan variados como las reglas de gramática, la defensa de los Mártires de Chateaubriand o la política de Napoleón (6). Era también un profesor de retórica y de filosofía, que hoy equivaldría a los dos cursos que preceden al ingreso a la Universidad aunque no existen demasiados puntos comunes entre las clases y los programas de entonces y los de ahora. No enseñaba en un colegio, sino que recibía a los alumnos en su casa. "Sabio y educador de gente selecta", así lo definía Camille Latreille, Deplace marcó a generaciones de jóvenes. Luis encontró en él una enseñanza personalizada que le permitió desarrollar sus


talentos. Juan Pedro Blein, que no ha sido un testigo directo de estos años pero que, más tarde, llegó a conocerle muy bien, dice que Luis estaba dotado de un memoria prodigiosa, de una gran inteligencia y de una facilidad dialéctica excepcional, terminó pronto sus estudios literarios, con un curso completo de lengua latina, así como de elementos griegos" (7). El 24 de julio de 1812 recibió el grado de bachiller. Este examen oral, creado en 1808, sancionaba unos buenos estudios clásicos. Las cartas que Luis Querbes ha conservado de Guy-Marie Deplace permiten adivinar algo sobre la personalidad y la influencia que este maestro pudo ejercer sobre él. No vienen de un "magister" sentencioso, sino de un hombre honesto y de gran corazón. No vienen sólamente del profesor, sino de un maestro de vida y de un cristiano. Deplace pasaba los veranos en Roanne lo cual dió pie a una correspondencia entre él y sus alumnos. Sus cartas, escritas en un tono familiar, parecen ignorar la diferencia de edad, de cultura y de posición entre maestro y alumno. Es un amigo el que habla: "he recibido, querido Querbes, las dos cartas que me has escrito. Una antes y la otra después del pequeño viaje que acabas de hacer. Muchas gracias, te lo agradezco, pero permíteme que te diga al mismo tiempo que cuando se escribe a una persona a quien se quiere no se suele ser tan breve como tú: no basta limitarse a unas pocas líneas que parecen traicionar la impaciencia de llegar al le saludo atentamente, etc... con esto no quiero decir que tú no me quieras, estoy bien persuadido de lo contrario, pero precisamente porque yo creo en tú afecto no quiero que tus cartas parezcan a cartas de negocios o de ceremonia. "Tu buen amigo, nuestro querido Steyert, ha hecho todavía peor que tú; me ha enviado sus profundos respetos al final de diez o doce líneas muy separadas, muy cortas y muy estudiadas para que parezcan un poco largas. Es exactamente como yo suelo hacer cuando escribo a algunas personas con las que quiero limitarme a guardar las apariencias (...) "Rabut ha llegado a escribirme una vez, ¡quizá le duele la mano derecha! ¡o a lo mejor no tiene tinta ni papel! ¡puede ser que una enfermedad del cerebro haya borrado de su memoria el recuerdo de su maestro y de sus amigos! (...) "Llevo aquí una vida que no vale gran cosa. Demasiado tiempo para dormir, demasiado tiempo para comer, demasiado tiempo para correr, demasiado tiempo para hacer el loco y reír, y demasiado poco tiempo para hacer el bien, para trabajar o para rezar. Heme aquí al final de mis desórdenes. Dentro de doce o trece días estaré ya el Lyón, tendré que recomenzar el trabajo: No tendré frecuentemente, creo, alumnos a los que mi corazón se vincule tan fuertemente como a tres o cuatro ingratos con sotana que tú conoces bien y uno de los cuales lleva tu nombre" (14 de octubre de 1813). Deplace encarga a su alumno de pequeños recados: comprar un libro, traerle un tejido, llevar un billete, contactar a una persona. Pide noticias de la parroquia, de lo que se dice en la ciudad. Le cuenta cosas de su vida en Roanne, de sus negocios, de la enfermedad que padecen sus hijos y que se lleva uno de ellos. Le da ánimos y consejos amistosos: "Te felicito, querido hijo, por haber asegurado tu


entrada en el seminario. Trata de afirmarte cada vez más en el espíritu de tu vocación. Has elegido la buena parte y no dudo de que el buen Dios bendecirá tus esfuerzos para asegurar tu salvación trabajando en la de los demás. Mis deseos de felicidad hacia ti son como los de un padre hacia su hijo" (13 de octubre de 1812). "Respecto a tus proyectos, el mejor, querido amigo, es no hacerlos. Esfuérzate sobre todo en fortalecerte en la piedad, en el amor de Dios, en liberarte de todo lo que te ata a la tierra; Lleva al Seminario el deseo de instruirte por la Gloria de Dios y por tu salvación: no te inquietes de lo demás" (19 de octubre de 1812). "Dedica algunos momentos cada día al estudio de la Escritura Santa: trata, sobre todo, de adquirir el conocimiento de los salmos que estás destinado a recitar un día y acuérdate de que no hay espíritu, ni trabajo, ni conocimientos que puedan suplir lo que falta a un sacerdote que no se ha familiarizado con los libros sagrados" (24 de septiembre de 1813). La correspondencia sigue durante mucho tiempo, aún después de que el alumno ha dejado al maestro. Luis ha conservado sus cartas. Quizá es lo que le hizo coger la costumbre de guardar todas las cartas recibidas. A su muerte, tendrá casi 10.000...


3 "AVANZAR HASTA EL ALTAR DE DIOS"

SAN IRENEO, EL SEMINARIO MAYOR En septiembre de 1812, Luis formula de esta manera su petición para librarse del servicio militar obligatorio: "yo, el que suscribe, clérigo de la iglesia de San Nicecio, declaro que mi intención ha sido y será siempre la de consagrarme al estado eclesiástico"(1). La escritura viva, de trazos seguros y la firma con adornos traducen esta fuerte seguridad:... ha sido y será siempre. El 31 de octubre de 1812, ingresó en el seminario de San Ireneo. Situado en la Croix-Paquet, en la orilla derecha del Ródano, el seminario estaba formado por varios edificios y constituia un espacio excesivamente reducido para el número de seminaristas. Los seminarios menores de la diócesis tenían contingentes cada vez mayores de alumnos. En 1816 se debió establecer, incluso, un año de teología en un seminario menor porque San Ireneo estaba demasiado lleno. A comienzos de 1812, contaba con 262 seminaristas, de los cuales 108 en primer año(2). Este reclutamiento sacerdotal intenso, que no era exclusivo de la diócesis de Lyón, permitía rehacer las filas del clero que había pasado mal el período revolucionario. Incluso podía permitirse el lujo de no aceptar a todos los candidatos. El señor Bochard, vicario general, escribe al cardenal Fesch: "Acabamos de salir de la ordenación en la que hemos hecho 48 sacerdotes. Podíamos haber tenido algunos más, pero se ha pensado dejarlos para más tarde"(3). Tras la supresión de la Compañía de San Sulpicio por Napoleón (1811), los sacerdotes diocesanos se encargaron del Seminario bajo la dirección del señor Filiberto Gardette. Formados por los sulpicianos, continuaban con su espíritu y sus métodos. Tres de ellos tenían apenas 24 años y sólo uno de sacerdocio: Simon Cattet (dogma), Jean Cholleton (moral) y Jean-Marie Miolan. La enseñanza en los seminarios de la época no se caracterizaba, en general, por la apertura a la sociedad contemporánea ni por la investigación o la innovación. Se contentaban con reeditar los manuales empleados en el siglo XVIII. Según Jean Soulcié, que ha hecho un estudio sobre San Ireneo (4), lo esencial de los cursos en Lyón consistía en la enseñanza cotidiana del dogma y de la moral, en dos lecciones de Sagrada Escritura por semana, sin examen, y en clases de canto. Nada de Derecho Canónico ni de Historia: durante las comidas, se solía leer un libro de historia. Durante el tercero y último año se daba una formación más práctica acerca de la pastoral, la predicación, la liturgia.


Los ocho tomos del manual de base Theologia Dogmática et Moralis de Bailly), completados por las notas dictadas en latín, exigían de los seminaristas un gran trabajo en el que la memoria ocupaba un lugar importante. La observancia rigurosa de los ejercicios de piedad era uno de los pilares de la formación, tan importante como la enseñanza o, quizá, más. Oración, oficio, lectura espiritual, examen particular, oraciones diversas, conducían a la práctica de una piedad muy reglamentada. El seminario quería moldear buenos sacerdotes.

17 DE DICIEMBRE DE 1816, EL SACERDOCIO. Luis debió sacar mucho provecho de sus capacidades: Las notas obtenidas fueron buenas. En julio de 1813 en una escala que contaba sobre diez notas, él estaba clasificado en el cuarto lugar superior "bene", con dieciséis de sus camaradas. Ciertamente nueve lo preceden con mejores menciones, pero hay setenta y uno que vienen detrás de él (5). Luis había ingresado en San Ireneo con sus amigos Steyert y Rabut, y allí conquistó otros amigos: Vincent Pater, Jean-Claude Huet, Ferdinand Donnet, Dominique Dufêtre. Según las cartas que conservamos, no parece haber mantenido vínculos particulares con Jean Claude Colin o con Marcelino Champañat, fundadores de la Sociedad de María, Padres y Hermanos Maristas. En cambio, sí mantiene vínculos con el gracioso Donnet, cuyos chistes o gracias descritos en el diario del seminario fueron cuidadosamente tachados cuando llegó a ser cardenal arzobispo de Bordeaux (6). Un antiguo compañero de habitación, Lavalette, recordará a Luis: "quiero recordar contigo aquella ligera interrupción del silencio nocturno. Cuando por la noche, en la cama, nos divertíamos a consta de algunos pobres diablos (...). Escríbeme, querido amigo, cuéntame muchas cosas, no temas detalles minuciosos. Ya sabes que tú eres muy perezoso para escribir (...). Tómate varios días y no escatimes. Tienes talento para decir bien las cosas, aunque sea de paso" (1815). Digámoslo también de paso, se comprende que la rígida disciplina hiciera saltar, de vez en cuando, algunas válvulas de seguridad... Hugues Favre, que le conoció bien, dice de Luis: "hizo con éxito brillante sus estudios teológicos, a pesar de su mala salud, que lo condenaba cada año a frecuentes intervalos de descanso en su familia". El 6 de octubre de 1814, Guy-Marie Deplace escribe a su antiguo alumno: "Haces mal, amigo, al pasar tus vacaciones en el aburrimiento y el mal humor. Estas dos cosas no son buenas para nadie, pero menos aún para un joven. Me gustaría estar cerca de ti para darte un remedio infalible; como me es imposible, te propongo uno que creo que servirá para algo, si lo acoges con tanta solicitud como la que yo te lo ofrezco (...) Ven a pasar al menos una docena de días con nosotros: te invitamos formalmente". La proposición debió ser rechazada, ya que Deplace volvió a la carga el 10 de octubre:


"no falta en el mundo gente que tiene mal humor o que se aburre; aunque otros cien me hubieran dicho esto, jamás habría yo pensado en invitarles a venir aquí. Me maravillo por lo menos tanto como por las otras hermosas razones que dices tener para quedarte en Lyón. ¿Tú crees que en Roanne no se puede repasar un tratado o incluso hacer un sermón?". ¿Experimentó Luis, durante el verano de 1814, "el aburrimiento y el mal humor" hasta el punto de comunicárselo a su antiguo maestro? ¿por qué no?. Aunque, para explicarlo, no podamos hacer otra cosas que avanzar conjeturas. Arriesguemos una. La caída del Imperio, 1814, marca un cambio político. También se va a imponer una nueva sensibilidad, el romanticismo. ¿Cómo un joven sensible, cultivado, no iba a captar algo de estas evoluciones completamente ingoradas en las clases del seminario? En una biografía de Luis Querbes, publicada en 1922, Pierre Robert avanza otra explicación: "Era, creemos, el tormento de un alma que teme no responder plenamente los planes divinos sobre ella, prueba bastante frecuente en los caracteres mejor templados, en las naturalezas más fuertes"(7). Hacia esta época se había creado, entre los sacerdotes y los seminaristas de la diócesis, una corriente hacia la Compañía de Jesús cuyo noviciado se abrió en París en julio de 1814. Parece que también Luis fue sensible a esta corriente. El 22 de septiembre de 1815, Deplace le escribe estas palabras: ¿en qué punto está tu asunto? ¿va adelante? Mi hermano Esteban ha obtenido su libertad (para ingresar en los jesuitas) y probablemente tú lo sabes ya. Nos lo ha escrito sin decirnos que se ha decidido por Belley". Existía un proyecto de abrir en Belley un colegio dirigido por los jesuitas. Un diácono, un tal Soviche, que había entrado en la compañía, escribía a Luis tratándole como "mi querido amigo y hermano en J.C. y en San Ignacio" (29 de octubre de 1815). Hugo Favre, en sus recuerdos, cuenta que Luis "debió renunciar al designio que tenía y que ya había comenzado a ejecutar por su parte. Porque había ido al noviciado recientemente abierto por los jesuitas en Montrouge (París)" es posible que aquí haya una confusión y que, en lugar de leer Montrouge, haya que leer Belley. Los Vicarios generales habían tomado las precauciones para evitar la migración de sus sujetos. Parece más razonable que fuera a Belley, que entonces formaba parte de la diócesis, que a la capital. En las vacaciones de 1814 tuvo que componer un sermón (8), ejercicio que se pedía a los seminaristas que comenzaban el tercer año. Se trataba para él de comentar un versículo de la epístola a los romanos (1, 22): "considerándose sabios los hombres se han vuelto locos". Este trabajo, 30 páginas manuscritas, trata de los espíritus fuertes" de los "espíritus soberbios", de los "nuevos filósofos" y examina "el fin que se proponen, los motivos que les animan y los medios que emplean: Según el gusto de la época, el texto está lleno de testimonios y de referencias históricas y bíblicas así como de abundantes citas latinas. De pronto, se tiene la sorpresa de oír un vibrante alegato en defensa de la compañía de Jesús "que ofrece a la vez inmensos y numerosos servicios a la religión, a la patria, a las letras y a la humanidad". Y la página acaba con estas palabras: "¡Ah!, que mi lengua helada se pegue a mi paladar, que mi débil voluntad mande inútilmente a mi brazo y que una obscuridad espesa eclipse a mis ojos la claridad del astro del día, si tú no eres, siempre, Compañía de Jesús, el principal sujeto de mi alegría y el fundamento de mi esperanza". Declamada en público, la frase debió producir


su pequeño efecto. El tiempo corría. Luis había recibido las órdenes menores el 18 de diciembre de 1812, recibió el subdiaconado, el 23 de junio de 1815, de manos de Monseñor Simon, obispo de Grenoble. En la misma ceremonia, Jean-Claude Colin, Marcellin Champañat y Jean-Marie Vianney fueron ordenados diáconos. Como había terminado la teología pero todavía no tenía la edad requerida para recibir el diaconado dejó el seminario para ir a San Nicecio, a la escuela clerical, pero esta vez del lado de los profesores. Era corriente que algunos seminaristas mientras esperaban sus órdenes fueran empleados en una institución de enseñanza. En el siglo XVII, un sacerdote de Lyón, Charles Démia, había creado las pequeñas escuelas de los curas donde enseñaban los seminaristas. Estas escuelas duraron hasta la revolución. El 20 de junio de 1816, el superior del seminario le informó que debía presentarse al diaconado y al retiro preparatorio. La ceremonia tuvo lugar el 21 de julio de 1816. Oficiaba Monseñor Dubourg, obispo de Louisiana, que estaba de paso en Lyón. La víspera de la ordenación para obedecer al consejo de su director, Luis redactó "sus sentimientos y sus resoluciones". Después de haber expresado su temor ante la dignidad que le va a revestir y la indignidad que él se reconoce a causa de sus "iniquidades pasadas" y a sus "defectos presentes y especialmente una gran sensibilidad y una vinculación demasiado viva" que tiene hacia sus familiares, detalla sus resoluciones. Se refieren sobre todo a sus ocupaciones y a los ejercicios de piedad diarios. Formula también las gracias que desearía recibir: "Pido al Espíritu Santo que haga descender sobre mí, sobre todo, el espíritu de fortaleza y de vigor, que son las gracias principales del diácono; el espíritu de recogimiento y oración para preservarme de los peligros de la disipación hacia la que me arrastra la excesiva libertad que tengo; el espíritu de humildad y de dulzura para comportarme como conviene con mis superiores y con mis semejantes, para reprimir mi acritud, para alegrar mi semblante sombrío y monótono, para alejar las ideas tristes que me persiguen". Fue ordenado sacerdote el 17 de diciembre de 1816 por Monseñor Dubourg. Entre los 9 nuevos sacerdotes se encontraban sus amigos Huet y Steyert. Es una pena que no haya ningún documento que nos recuerde los sentimientos que tuvo ese día. EL SEÑOR QUERBES, COADJUTOR A petición del señor Besson, párroco de San Nicecio, el cura Querbes, señor Querbes como se decía entonces, fue nombrado como coadjutor a esta parroquia. No era raro ver un coadjutor nombrado a su parroquia de origen. Antes que él lo habían sido los señores Ribier y Linsolas. Lo que era más sorprendente, era ver un coadjutor tan joven en una parroquia urbana. Parece que el cura Querbes no deseó este nombramiento. Fue necesario que GuyMarie Deplace le obligara amistosamente a aceptarlo: "Me han dicho que estás pensando librarte de ese peso. Entiendo todas tus razones; incluso me atrevo a decir que nadie las sabrá apreciar en el grado en que yo lo hago, y sin embargo, amigo mío, me parece que debieras intentarlo (...) El señor Besson ha hablado al señor Courbon (vicario general) de usted como de alguien sobre quien tiene ciertos derechos (...) Reflexione bien, medite bien los pasos que va a dar, pese bien las consecuencias a los pies de la cruz" (5 de diciembre de 1816).


San Nicecio no era un medio banal. Esta gran parroquia del centro de la ciudad estaba dirigida desde 1805 por una personalidad muy fuerte, el señor Jacques-François Besson (1756-1842). Éste había sido muy activo durante la revolución, siendo vicario general en Ginebra y encargado del país de Gex. En 1823 fue nombrado obispo de Metz donde, a pesar de su edad, dedicó mucho ardor a una buena administración de la diócesis. En 1817 había cuatro coadjutores en la parroquia: los señores Marduel, Huet (tío del condiscípulo de Luis), Würtz y Querbes, y algunos sacerdotes que ayudaban habitualmente. Entre estos últimos Jacques Linsolas. Aunque un poco sordo y demasiado puntilloso, Linsolas desempeñaba una función en la parroquia, especialmente en la escuela clerical. Por consiguiente, era un medio caracterizado por el recuerdo del pasado y de los años, un lugar donde se había vivido el sacerdocio lejos del incienso y de los salones dorados. Al adquirir cierta edad se va cogiendo la manía de repetir los recuerdos. Jean-Claude Huet, que conocía bien el ambiente, escribía a Luis: "Por la casa cural las cosas seguirán como siempre, no lo dudo. El señor Marduel seguirá diciendo tonterías, el señor Würtz seguirá profetizando" (7 de febrero de 1818). La juventud era (ya entonces) despiadada ¡Es verdad que el señor Würtz "profetizaba" más de lo conveniente: pretendía demostrar que la revolución y el imperio estaban ya anunciados en el apocalipsis. El consejo episcopal le prohibió predicar "viendo las locas declamaciones que hacía" (9). Pero el señor Würtz también fue el apreciado padre espiritual de una feligresa, Pauline Jaricot y, aunque no fuera más que por esto, valen la pena sus fogosos discursos... Los sacerdotes de San Nicecio ocupaban un lugar un poco especial en la diócesis. No por sus opiniones políticas, la mayoría de los eclesiásticos eran favorables al restablecimiento de los Borbones y a la vinculación estrecha entre el trono y el altar, sino más bien por el punto sensible de las relaciones entre la Iglesia de Francia y el Papado. Una buena parte del clero formado antes de 1789 era galicano, es decir, partidario de un reconocimiento por Roma de algunos derechos de la Iglesia de Francia. El manual de teología que se utilizaba en San Ireneo era galicano; por esto fue puesto en el índice en 1852 (10). Con el señor Besson, San Nicecio había tomado una postura contraria. Él sostenía que la intervención del Papa en la administración de la diócesis era legítima cuando el Cardenal Fesch exiliado en Roma a la caída de Napoleón no quería dimitir de su sede (11). El señor Besson fue encargado de la edición de la obra de José de Maistre, Du Pape (12). Habiendo constatado algunas fallos en el manuscrito puso al autor en contacto con Deplace. De los diálogos y la colaboración que se siguieron nació la obra en 1819. El libro tuvo una gran difusión. Su tesis es muy sencilla: la revolución ha arruinado a los tronos y ha engendrado la desgracia de los pueblos. Un trono ha quedado en pie: el del Papa. Por consiguiente alrededor de él es donde se restablecerán la religión, la moral, la sociedad, las naciones. Por consiguiente, la supremacía del Papa se impone a las iglesias locales y a los estados. Es el comienzo del ultramontanismo, la postura de los que miran más allá de las montañas, hacia Roma. El ultramontanismo se opone al galicanismo. Moviliza a los jóvenes sacerdotes, pero también a los menos jóvenes, como a Lamennais. ¡Ser moderno, en aquel tiempo, era estar con Roma!


No se trata solamente de una discusión teológica a la vista de todos. Los progresos del ultramontanismo aportarán, en la religión tal como se practicaba en Francia, una piedad más ferviente, los comienzos de "la comunión frecuente", menos rigorismo. La teología moral de Alfonso de Ligorio va a deshelar lo que queda de jansenismo en Francia, pero hará falta mucho tiempo... En San Nicecio, con las personalidades que se encontraban allí, el cura Querbes completaba felizmente la formación recibida en el seminario. Durante toda su vida fue un ultramontano convencido. El joven coadjutor era responsable de la escuela clerical, o más bien según dice el señor Besson "de la alta vigilancia" (13) de la escuela. Las tareas ordinarias se confiaban normalmente a maestros o a seminaristas que esperaban su ordenación. Lo esencial de su tarea era "el santo ministerio": catecismo, predicación, administración de los sacramentos, visitas a los enfermos, entierros (era necesario "subir a Loyasse", el cementerio que está lejos de la iglesia), confesionario, dirección espiritual, participación en las ceremonias de algunas de las hermandades, etc. Los oficios eran numerosos, variados, repetidos y, con frecuencia, largos. En el libro de los usos de San Nicecio leemos: "es también costumbre tener dos misas privadas durante la misa mayor, una comienza al mismo tiempo y, la otra, en el Credo o en el ofertorio. De este modo muchos feligreses que no podrían permanecer en la iglesia durante hora y media para asistir a toda la misa mayor y a la predicación que se hace después del Evangelio, aprovechan de la instrucción asistiendo a otra misa privada". Curiosa costumbre. El P. Querbes predicaba, lo hacía con voz fuerte y, según el gusto de la época, largamente. Ha conservado sus textos. Al principio completamente redactados, se convertirán más tarde en esquemas detallados. Cada sermón redactado ocupa, en la transcripción dactilografiada realizada en el Siglo XX, una media de 6 páginas completas y, a veces, mucho más. Los temas son los que se trataban habitualmente en esta época: la religión, la dignidad y los deberes del cristiano, la perseverancia, la frecuencia de los sacramentos, los peligros del mundo, el fin último, la devoción a la Santísima Virgen, a la pasión de Cristo, etc. He aquí, a título de ejemplo, los temas de los sermones del último trimestre de 1817: "Pruebas y condiciones de la confesión" (28 de setiembre), "Cuidados del cuerpo y del alma; deberes de los padres" (12 de octubre), "Oración por los difuntos" (2 de noviembre) "Tres advenimientos de Jesucristo y formas de aprovecharlos" (7 de diciembre). La doctrina es clásica, el estilo trabajado y los apóstrofes frecuentes. Por su elocuencia, un poco estudiada, el sacerdote Querbes se esforzaba en convencer y en tocar los corazones. En el sermón del 12 de octubre de 1817 sobre los deberes de los padres, después de haber hablado de la necesidad de enviar a sus hijos al catecismo sigue: "Pero ¿no basta con enviarlos al catecismo? ¿Estáis seguros de que los enviáis? ¿No van en último extremo? ¿No desaparecen tan pronto como quedan libres? Pero yo supongo que vienen realmente. Pues no, no es suficiente. Jefes de familia. Vosotros sois los pastores, estas palabras de san Pablo se os


aplican directamente Educate filios vestros in disciplina Domini: educad a vuestros hijos en la ley del Señor. Para educarlos en esto hay que enseñarles. "Pero es que yo no tengo tiempo" ¡Ah! tú tienes tiempo para enseñar a tus hijos a hacer fortuna, a formarse según los usos del mundo y tú, madre, a esta joven persona, a tomar un aire y unas maneras capaces de agradar". "Pero, yo no estoy habituado a estas materias y confieso que las he olvidado un poco". Decidlo, y esto será lo que os condenará, padres y madres ignorantes que habéis entrado en el santo estado del matrimonio sin conocer sus obligaciones. ¿Qué medio os queda? el de instruiros vosotros mismos en vuestras creencias para ser capaces de poder explicarlo en vuestra casa. ¿Tan difícil es soltar la lengua de estos niños haciéndoles pronunciar el dulce nombre de Jesús y de María, elevar de vez en cuando sus ojos al cielo, formar sus tiernas manos a hacer el signo augusto del cristiano, aprovechar los primeros albores de su razón para grabar en su memoria las verdades fundamentales?". Se puede imaginar a Juana feliz de escuchar predicar a su hijo... Por causa de este talento era llamado a predicar fuera de la parroquia, por ejemplo en San Lorenzo de Chamousete donde levanta la voz contra la fiesta bailadora (la fiesta votiva ocasión de bailes); en Irigni donde participa en una de estas misiones que la restauración había generalizado. Quizá participó también en otras: un relato de su propia mano podría dejarlo entender (14). Todos los testimonios y la correspondencia de la época concuerdan en afirmar la acogida que el P. Querbes reservaba a los que estaban en la penuria, a los que necesitaban una ayuda o un servicio de él. Se le escribía para pedirle un consejo, una intervención, para recomendarle una viuda sin recursos, una joven en peligro, un seminarista pobre. Intervenía y sacaba de su bolsa, que no debía ser demasiado grande: en San Nicecio, cada coadjutor percibía 30 francos al mes... Este dinamismo, esta abnegación pastoral, habrían podido conducirle a puestos de mucho mayor responsabilidad. Durante el verano de 1818 fue recibido en Issy, cerca de París, en la casa de los sulpicianos. Sin embargo, no entró en la Compañía. En 1822, recibió del arzobispado una proposición halagadora: en Tours se deseaba implantar una rama de los misioneros diocesanos que existían en Lyón (los cartujos). Se proponía al P. Querbes para tomar la dirección de estos misioneros. Hugo Favre cuenta su reacción: - "¿Es una orden la que me dan? - No, se ha pensando en Vd. porque Vd. es capaz de este ministerio; pero Vd. es libre de aceptar o de rehusar. - En este caso, le suplico que nombre a otro y que me permita quedarme en mi diócesis". El señor Donnet aceptó la misión con el señor Dufêtre. Ellos comenzaron allí su camino hacia el episcopado. No faltarían, un día u otro, al coadjutor de San Nicecio, la posibilidad de subir los grados de una hermosa carrera que sus capacidades y su celo le harían merecer. El 25 de octubre de 1822 fue nombrado a la parroquia-sucursal de Vourles.


4 RESTAURAR LA PARROQUIA DE VOURLES.

VOURLES, UNA PARROQUIA QUE DEBE REHACERSE.

Vourles está situado a 12 Km. al sur de Lyón, en las primeras colinas que bordean la orilla derecha del Ródano. El terreno está constituido por depósitos de morrenas donde los guijarros gruesos y pulidos, con los cuales construían las casas en otro tiempo, son abundantes. En aquel tiempo era un pueblo de viticultores. El viñedo, destruido por la filoxera en la segunda mitad del siglo XIX, no fue replantado y en su lugar se plantaron árboles frutales. Como todos los pueblos de los alrededores de Lyón, Vourles contaba también con algunas casas burguesas propiedad de algunos lioneses que venían a pasar allí los días agradables. En aquella época, las propiedades estaban a menudo cercadas por altos muros construidos ordinariamente en adobe. En 1822, Vourles era una sucursal. Bajo el régimen concordatario se distinguían netamente las parroquias de las sucursales y los párrocos de los sucursalistas o curas de sucursal. El Concordato atribuía un sueldo a los párrocos de parroquia. Napoleón había encontrado esta sutileza para hacer ahorrar dinero al estado: solamente tenían el título de párrocos los tres mil sacerdotes, poco más o menos, responsables de un partido judicial, de una capital de región o de una gran parroquia urbana. Estos eran inamovibles y recibían 1500 francos al año. Los otros pueblos o las demás parroquias de ciudad no eran más que sucursales. Hasta 1807, no se había previsto nada del sueldo de un cura de sucursal. Sin embargo, estos sacerdotes tenían la responsabilidad completa de una comunidad cristiana y podían ser desplazados con pleno derecho por el obispo. A partir de 1807, el estado daba un pequeño sueldo: 750 francos al año (1822). Era lo equivalente al salario de un obrero poco cualificado, una especie de salario mínimo. Esta desigualdad de condiciones fue el motivo del descontento del "clero inferior". En adelante hablaremos simplemente del párroco de la parroquia de Vourles, sin hacer caso de estos términos concordatarios. La parroquia contaba con algo menos de mil habitantes. Durante el sitio de Lyón un contingente de jóvenes de Vourles se había unido a las tropas revolucionarias. El pueblo ganó con ello el sobrenombre de "Vourles el valeroso". Y unos cuantos ciudadanos adquirieron un certificado que les reconocía un buen espíritu republicano (1). El párroco había entregado sus "títulos de ordenación" (certificado de órdenes) y, con sus más de cincuenta años, se había comprometido en la intendencia de los ejércitos de la república, una situación más lucrativa (2).


¿Se puede saber por qué un pueblo vota blanco mientras el pueblo vecino vota azul? ¿Por qué una "buena" parroquia tiene como vecina a otra que hace desesperar a un párroco? ¿Hasta dónde hay que remontarse en el tiempo para comprender el origen de estas fronteras que ningún límite materializa?. Es un hecho, Vourles, más que los pueblos vecinos, había tomado partido por la revolución y, una vez pasada ésta, quedaba algo en los espíritus y en las costumbres. Tras el Concordato, se habían sucedido en Vourles cinco sacerdotes y no habían conseguido darle un impulso cristiano. La práctica religiosa era escasa, sobre todo entre los hombres, la iglesia estaba destrozada y la casa cural no valía mucho más. Hugues Favre que ha conocido bien la parroquia en esta época, ya que él había nacido en ella, en 1809, dice claramente: "reinaba una gran indiferencia religiosa, en la mayor parte, y hostilidad, en algunos. Hay que añadir que la negligencia y la conducta poco edificante de algunos de sus últimos pastores no habían ayudado a mejorarla. "No era buena ni tenía buena fama". Juan Bautista Clavel resume: "era una parroquia que había que rehacer".

25 DE OCTUBRE DE 1822, PÁRROCO DE VOURLES El consejo episcopal nombró al cura Querbes párroco de Vourles el 25 de octubre de 1822; se instaló en la parroquia el 31 de octubre. A los dos días, con ocasión de su primer bautismo, ponía su primera firma en el registro de la catolicidad. La parroquia contaba, anualmente, con una media de unos veinte de bautismos, algo menos de diez matrimonios y unos veinticinco entierros. Todo esto ofrecía el escaso rendimiento económico de un centenar de francos, que se añadía al sueldo recibido del estado. ¡Qué lejos estaba esto de San Nicecio, de sus burgueses, de sus intelectuales y de su escolanía! El cura Querbes tenía ante sí a gente de pueblo, más propensa a interesarse por los riesgos del granizo o del hielo de primavera que por problemas teológicos. Durante los años siguientes evocará varias veces la "soledad" de los párrocos de pueblo y la necesidad de encontrar un compañero para ellos. ¿En qué medida no ha sentido él también este aislamiento, este contraste entre un medio de ferviente práctica religiosa y una parroquia glacial?. La restauración de la iglesia parroquial llevaba varios años en el orden del día del Consejo Municipal. El presupuesto había sido votado antes de la llegada del sacerdote Querbes. Era imposible restaurar la vieja construcción. Una vez demolida, fue reemplazada por la iglesia más amplia que existe hoy con un estilo poco corriente para la época: una nave central con techo llano, separada de las naves laterales por cuatro columnas, con un presbiterio en ábside. Guardando las debidas proporciones, algo parecido a una basílica romana. Los proyectos se demoraron más tiempo aún pero, una vez puesta la primera piedra en abril de 1826, la construcción se concluyó rápidamente, ya que la iglesia fue bendecida el 5 de mayo de 1828. Para fundamentar más sólidamente el edificio, el ayuntamiento había comprado una casa y un jardín contiguos. Esto permitió abrir una plaza y construir una nueva casa cural.


Se comenzó la restauración de la parroquia con los métodos pastorales del tiempo: la predicación, la incitación a la práctica de los sacramentos, el desarrollo de cofradías piadosas, etc. La primera cofradía fue la del Santo Rosario (diciembre 1822). Otras vinieron más tarde. El cura decano de Saint-Genis visitó la parroquia en 1827. En su informe hace notar, entre otras observaciones: "hora en la que se abandona el confesionario por la noche: cuando se ha terminado". En Vourles, como en San Nicecio, el cura Querbes utilizó sus talentos de predicador para conmover los espíritus y los corazones. Preparó una serie de instrucciones para la cuaresma de 1823 (3). Trataban de las gracias de este período litúrgico, la necesidad de emplearlo bien y los motivos de la conversión: Dios, considerado en sí mismo, Dios creador, Dios motor de todo, Dios redentor, Dios santificador; al final, el tema de la muerte es objeto de dos instrucciones. Era entonces el gran período de las misiones internas. Éstas conmovieron a la mayor parte de las diócesis de Francia y a muchas parroquias. Sus métodos, a veces muy llamativos y no siempre imbuídos de sencillez evangélica, impresionaban fuertemente la imaginación y la sensibilidad populares pero su efecto no era muy duradero. Estas especies de "maratones espirituales" duraban dos o tres semanas con dos pláticas diarias. "Las pláticas eran de cinco cuartos de hora" y los ejercicios de piedad, variados y adaptados a las categorías de fieles. Se sabe que el cura Querbes, coadjutor, había participado en estas misiones. Predicó el jubileo en una parroquia vecina (Charly, 1826) (4), y una misión en el mismo Vourles (1827). Después de las primeras fiestas de Pascua, el alcalde de Vourles, el señor Magneval, que habitaba en Lyón, le escribió para anunciarle su visita. Decía en su carta: "Será muy agradable para mí pasar unos momentos con usted y felicitarle por los buenos sentimientos que me expresan todos los que han sido testigos de la Pascua en su parroquia" (31 de marzo de 1823). Aunque siempre guste oír un cumplido, una alabanza, el cura Querbes no se dejó engañar: la práctica religiosa no podía haberse restablecido en pocos meses. Aún quedaba mucho por hacer. Y se lo hicieron saber. Hugues Favre cuenta una escena de la que pudo ser testigo directo; "el verdadero celo no puede actuar demasiado sin producir descontentos (...) El nuevo párroco no podía dejar de experimentarlo de alguna manera. Recibió quejas y murmuraciones de las que no hizo ningún caso (...). Los descontentos, no atreviéndose a atacarlo de frente, tomaron la táctica de dirigirle cartas con insultos y amenazas que le enviaban clandestinamente a la casa cural, lanzándolas, a veces, por encima de los muros del jardín ¿Cómo responder a ataques y a injurias cuyos autores permanecen ocultos en el anonimato? Varios escritos de este tipo le han llegado ya de esta manera. He aquí que llega otro. Será el último. "El domingo siguiente aparece en el púlpito con la carta en la mano y dice a su auditorio (que probablemente sabía ya algo) que desde hace algún tiempo encuentra, de vez en cuando, por la mañana, en su huerto, cartas que han sido arrojadas allí durante la noche, que él ignora de quién vienen dado que no llevan firma, pero que lo siente mucho porque esto le priva del placer de responder a los que le honran dirigiéndole sus cartas; que también esta


semana ha recogido una, como de ordinario, entre las berzas de su huerto y que, al igual que las precedentes, tampoco lleva el nombre de su autor; pero dado que éste se encuentra sin duda en el auditorio le ruega que comprenda que, ya que no puede responder de otra manera, le responda públicamente; y aquí lee solemnemente la carta que va comentando y de la que subraya con sutileza todo lo que contiene de falso, de malo, de grosero, de ridículo... La gente se ríe; si el autor de la carta estaba presente, no hay duda de tuvo que esforzarse para evitar el ponerse colorado. Lo que sí es cierto es que esta persona no tuvo ganas de volver a lanzar anónimos. Se acabaron las cartas anónimas". El rasgo es muy verosímil: el carácter del cura Querbes, lo veremos, se acomodaba bien a estas situaciones y las palabras cáusticas no le costaban demasiado. Pero, aunque no hubiera más cartas anónimas, todavía hizo falta mucho tiempo para que la parroquia se animara. ¿Se animó realmente? El mismo Hugues Favre lamenta que la parroquia "respondió demasiado imperfectamente a los esfuerzos y a los trabajos" de su párroco. Al fin del siglo XIX los sacerdotes encontraban a los habitantes de Vourles poco religiosos y nota uno de ellos "lo que les retiene es la cantidad de ricas familias burguesas" que tenían una residencia en Vourles (5). En 1825 apareció en Lyón un libro titulado Cantiques tirés des meilleurs recueils à l'usage des paroisses (Cánticos sacados de las mejores colecciones al uso de las parroquias). Contenía la letra de más de trescientos cánticos. El cura Querbes había reunido, corregido y clasificado estos textos para facilitar su utilización. Esta obra, seguida del Airs notés en plainchant mesuré (Cánticos con música gregoriana medida), tuvo un rápido éxito: hasta 1861 se hicieron trece reediciones. Para el autor no fue, ciertamente, un negocio lucrativo. Lo esencial no era esto, sino poner al servicio de las parroquias, de las catequesis, de los retiros, de las casas de educación un buen instrumento para una mejor y mayor participación en los oficios. El párroco de Vourles era consciente de que la educación de los niños era primordial para rehacer duraderamente una mentalidad cristiana. Solamente gracias a la formación de varias generaciones sucesivas se crea o se recrea un espíritu, una mentalidad, una vida. El catecismo se enseñaba con mucha regularidad "desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Pascua, todos los días, a las once; durante el resto del año, todos los domingos, antes de vísperas". (Informe de 1527). Llamó a las Hermanas de San Carlos para dirigir una escuela de niñas que se abrió en 1823 (6). En todo el cantón era la única escuela de chicas dirigida por religiosas. Pero quedaba la escuela de niños. El P. Querbes dirá más tarde que quería "desembarazarse de dos maestros de escuela indignos de su profesión" (7). Maestros que imaginamos sin problema cuando se sabe la poca competencia de los institutores de aquella época. Se dirigió a la Congregación recientemente fundada de los Hermanos de María, los Hermanos Maristas (8). Charles Solin, que conoció bien al cura Querbes, cuenta: "se dirigió a las Congregaciones de enseñanza entonces existentes para solicitar un religioso. Todas les respondieron que ellas no podían darle menos de tres de sus miembros. La parroquia de Vourles era demasiado pobre para pagar el sueldo de tres hermanos. A disgusto, deplorando la laguna que dejaban estas instituciones, laguna que privaba de la educación cristiana a los niños de los pueblos pequeños, no le vino por el momento otro pensamiento que el de hacer lo posible para educar cristianamente a


los niños dando la mejor dirección posible a su escuela parroquial, dirigida entonces por un institutor, un maestro laico". "Hacer lo mejor posible", es decir, espabilarse. Pero él hizo más que esto.

PIERRE MAGAUD: COMPAÑERO.

CANTOR,

SACRISTÁN,

CATEQUISTA,

COMENSAL

Y

Cuando todavía está mortificado por el rechazo que acaba de experimentar, el P. Querbes tiene una experiencia que cambiará su vida. El sobrino del señor Magaud, que era alcalde desde mayo de 1823, había hecho una tontería. El joven, que se llamaba como su tío y padrino, Pierre Magaud, era también hermano de una religiosa de la escuela femenina de Vourles. Había nacido en 1800 en Montuel (Ain). Había ingresado en los Hermanos de las Escuelas Cristianas donde le pusieron el nombre de Sulpicio Severo. Ya llevaba seis años con ellos y, actualmente, enseñaba en su escuela de San Medardo, en París. Pero, a mediados de Septiembre de 1824, se escapó del Instituto para ir a llamar a la puerta del Seminario de Belley. Sentía, según habría confesado él mismo dicho a su superior, "una inclinación hacia el estado eclesiástico" (9). Su decisión y su gesto habrían recibido la aprobación de su confesor, pero para el instituto era una falta grave. Por otra parte, teniendo en cuenta esta situación, el obispo de Belley no lo aceptó en el Seminario. El sacerdote Querbes intervino en favor del joven. El obispo confirmó el rechazo. Esperando que la situación se aclarara, Pierre Magaud fue alojado en la casa cural de Vourles y el párroco comenzó los trámites para obtener de Roma la dispensa de sus votos. El indulto fue concedido en noviembre de 1824 (10). Por su parte, Pierre Magaud se mostró útil: abrió la escuela de niños, secundó al cura Querbes en la iglesia, en la sacristía y con los niños, como catequista. Los resultados fueron buenos. Con satisfacción por las dos partes. Para el cura Querbes, Pierre Magaud se había convertido en su "cantor, sacristán, catequista, comensal y compañero"(11). Incluso, en marzo de 1827, llegó a firmar un contrato con él (12). Pierre Magaud se comprometía a continuar las funciones de maestro. Por su parte el párroco se obligaba a mantenerlo "en sus funciones de sacristán y de maestro de escuela (...) y a darle clases de latín y de humanidades". Lo alojaba, le daba de comer y le pagaba... muy poco: sesenta francos anuales. Pierre Magaud recibió cursos de latín y sin duda una formación básica: él no tenía todavía el permiso de enseñanza y no lo obtuvo hasta 1829. También debía necesitar lecciones de pedagogía: en 1833, un inspector lo juzgará como "poco capaz" y hará notar que los habitantes "se quejaban de su lentitud en instruir" (13). El cura Querbes era un hombre activo, práctico. Ya que formaba al maestro del pueblo, ¿por qué no podrían beneficiarse también de esta formación otros maestros de las


parroquias vecinas? En enero de 1826, el institutor de Brignais, un pueblo muy cercano a Vourles y cuyo párroco era Vicente Pater, amigo del seminario de Querbes, era un tal Tomás Nogier. Tenía apenas 20 años. Aprovechó esta formación. Mucho tiempo más tarde Pierre Magaud recordaba su expresión un poco alambicada: "el señor Querbes (...) intentó como sabéis crear una sociedad entre los maestros seglares que serían los amigos de la religión y de los curas, que son los ministros. Con este fin quería reunir tres o cuatro maestros en conferencias pedagógicas que, presididas por uno de ellos o por el señor cura de uno de los maestros, se animarían (sic) mutuamente a hacer bien todas las cosas. El señor Nogier y yo habíamos comenzado a secundar las intenciones del señor Querbes que presidía nuestras reuniones" (31 de mayo de 1860). Eran reuniones pedagógicas, pero en ellas se abordaba la formación moral y espiritual. El párroco de Vourles elaboró un método de lectura. Existe en forma de un rollo de tela de tres metros de largo por 40 cm. de ancho y en forma de un folleto impreso titulado A B C de las pequeñas escuelas. Más tarde vendrá el Cálculo de las pequeñas escuelas. El cura Querbes estaba lanzado: "también, escribe, me sorprendía en pensar lo ventajoso que sería procurar a mis hermanos, maestros y compañeros parecidos al que yo había tenido la dicha de tener entonces"(14). Pierre Magaud, aunque su personalidad no fue muy brillante, ocupó tal posición cerca de su párroco que permitió a éste imaginar el papel que podrían tener estas personas en las pequeñas parroquias como Vourles, desprovistas de recursos para poder pagar a los hermanos. El proyecto condujo a Luis Querbes en direcciones inesperadas y hacia una carrera que no había imaginado... Pierre Magaud, por su parte, siguió su propio camino: acabó por entrar en el seminario de la diócesis de Belley y fue ordenado sacerdote en 1841. Ejerció su ministerio sacerdotal como coadjutor en varias parroquias de la región de Ain.


5 IMAGINAR LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR

LA INTUICIÓN FUNDADORA El cura Querbes confesará más tarde haber concebido el primer designio de la sociedad que va a crear "hacia el fin del año 1826" (1). En otoño de 1828 escribía así al arzobispo: "Después de haber examinado delante de Dios, durante varios años, una idea que primeramente le vino en su presencia, uno de vuestros sacerdotes se siente impelido a exponerla a Su Ilustrísima...". En otro texto de la misma época dice que esta idea "le ocupa completamente, le sigue incluso hasta el altar". Esta idea que le ocupa es la creación de un "seminario menor destinado a proporcionar a las pequeñas parroquias de las aldeas, buenos maestros de escuela que, durante dos años de permanencia en el mismo, para estudios y noviciado, hallarían tiempo suficiente para formarse en la virtud, en los métodos y en los conocimientos necesarios, y después, revestidos de la tonsura, serían enviados a los párrocos que los solicitaran para quienes serían fieles compañeros y les servirían como sacristanes, salmistas y clérigos en la administración de los sacramentos. Podrían ser trasladados, lo mismo que se hace con los coadjutores, cuando fuera necesario." Se trataría, por consiguiente, de crear un centro de formación y una sociedad de maestros para las escuelas parroquiales. Este centro reuniría periódicamente a estos maestros para "dedicarse a los Ejercicios Espirituales y renovarse en el espíritu del cristianismo y en el espíritu propio de su estado". Recibirían allí una formación pedagógica ("enseñar a educar a los niños... dirigir las escuelas") y una formación para la pastoral parroquial ("secundar a los curas encargados de las parroquias"). La casa serviría también como centro de acogida para los maestros retirados de la sociedad. En un borrador de carta al señor Cattet, vicario General, el cura Querbes precisa su objetivo: el proyecto es formar una escuela normal de verdad, que sea para la diócesis un semillero de maestros para las escuelas parroquiales y piadosas, cuyos alumnos sean, en nuestras parroquias de los pueblos, acólitos y sacristanes de los párrocos, siempre a sus órdenes, como también a las del Ordinario (el obispo), ya sean célibes o casados" (1828). En una carta a un Consejero de Estado manifiesta la preocupación de formar y de promover a los maestros de escuela "que ejercen las funciones, tan despreciadas y sin embargo tan hermosas, de institutores de los niños del pueblo". Bien dirigidas, las escuelas que tendrán podrán "rivalizar con (aquellas) donde la religión no es más que parte y no la base de la enseñanza y de la educación" (30 de marzo de 1829).


En 1838 en un informe presentado a un cardenal de la curia romana recuerda lo que había sido la idea fundadora de la sociedad: "una sociedad de catequistas que, enviados de uno en uno si fuera necesario, llenarían el vacío dejado por otras sociedades religiosas y podrían ser: 1º los compañeros de muchos párrocos en su soledad; 2º sus clérigos y ministros en el servicio de los altares; 3º los maestros piadosos cuyo deber sería el de vivificar toda la enseñanza elemental por medio de la doctrina cristiana, y que se opondrían a los maestros del indiferentismo." Más tarde, en marzo de 1841, vuelve a hablar del "pensamiento que predominó al principio de la Sociedad (...). Se trataría sobre todo de aprovechar el impulso dado a la instrucción popular para colocar al lado de los pastores un ministro inferior como se reclamaba en la antigua disciplina de la iglesia, un catequista compañero de sus funciones, y encargado especialmente de la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y del cuidado de los santos altares, de llenar así un vacío dejado por las demás instituciones religiosas y de anular o al menos amortiguar los funestos efectos de la invasión del campo por los institutores salidos de las escuelas donde todavía se oyen las demasiado famosas palabras: "estáis asistiendo a los funerales de un gran culto". Esta última frase es de un inspector general de la universidad. Estos textos escalonados en una docena de años permiten darse cuenta de cual fue la intuición fundadora del cura Querbes y los males que intentó remediar. Quiere comprometer y formar a hombres que serán los catequistas de los niños. Estos catequistas tendrán también una función cerca de los párrocos aislados del campo, especialmente en la preparación y en el desarrollo de la liturgia que puede ser percibida como una especie de catequesis para adultos. Su presencia permitiría a estos sacerdotes salir del aislamiento. Como la catequesis y las ceremonias religiosas no ocupan a una persona durante todo el día y además el catequista necesita un salario, sería también el maestro de la escuela. Por otra parte, los primeros que el cura de Vourles ha comenzado a reclutar a formar y a promover: Magaud, Nogier, Liauthaud, Damoisel, Bachoud...son maestros en ejercicio. Este hombre, que es catequista, que participa en la acción litúrgica, que es maestro de escuela necesita un nombre. El cura Querbes utiliza dos, que para él son sinónimos: catequista y clérigo parroquial. No es clérigo a secas, sino clérigo parroquial. Es más que un matiz, también emplea alguna vez la expresión "clérigo laico". Este catequista está colocado bajo el nombre de San Viator, un santo de la iglesia de Lyón, del siglo IV. Era lector, por consiguiente, encargado de anunciar y proclamar la palabra y fue también fiel hasta el final a su obispo san Justo. Este clérigo parroquial o catequista de San Viator está destinado a las pequeñas parroquias de los pueblos que no tienen medios suficientes para pagar a una comunidad de dos o tres religiosos, las "aldeas atrasadas", las que están apartadas, no solamente de las grandes rutas, sino también del progreso. El cura Querbes imagina, incluso, catequistas


"enviados a las parroquias un poco como se hace con los coadjutores" (2).

LAS DISPOSICIONES PRÁCTICAS Está muy bien responder lo mejor posible a las necesidades observadas, pero hace falta un mínimo de organización para que estos catequistas tengan entre sí un poco de cohesión y un espíritu común. El cura Querbes precisa: "no es una nueva congregación religiosa la que me parece necesario establecer; es sólo una sencilla cofradía de maestros piadosos y cristianos que pueda responder a las necesidades del momento. Estos institutores seglares, unidos por los vínculos de la caridad, podrían ser célibes o incluso comprometerse con los vínculos del matrimonio sin dejar de formar parte de la cofradía" (3). Por consiguiente, una cofradía; se decía también una asociación piadosa. Este grupo de personas tenía sus estatutos aprobados por el obispo que nombraba a un sacerdote para dirigirlos. Las modalidades de admisión eran flexibles y no exigían una gran preparación. Sin embargo parecería que el cura Querbes pensó primeramente en una estructura más compleja. En un borrador redactado a comienzos de 1827, texto que según toda verosimilitud es el primero que evoca a los futuros catequistas, él piensa en una "Congregación de maestros de escuela". Estaría compuesta de tres grupos de personas: de "hermanos vinculados por votos simples a la edad de 33 años". "De hermanos, célibes o no, que habrían sido formados por la sociedad", y finalmente de los "asociados", que sin haber sido formados por la sociedad se habrían adherido a ella sin beneficiarse, desde luego, de las mismas ventajas que los cofrades. El término de "congregación" no debemos tomarlo en el sentido actual de la palabra: ¿cómo un congregación podría tener a la vez religiosos y personas casadas? aquí se emplea en uno de los sentidos que tenía en la época: asociación de personas religiosas o seglares que siguen una regla común (4); por ejemplo, la Congregación del Rosario no era una congregación religiosa. No se volverá a hablar de este proyecto de organización. Los proyectos ulteriores no evocan ya a estos hermanos que habrían pronunciado votos a los 33 años. Al menos hasta 1833 el cura Querbes intentará crear una cofradía de maestros laicos, casados o no, de la cual él sería el director. El celibato no habría sido el único elemento de distinción de los cofrades entre sí. Dado que los catequistas hubieran debido ejercer un servicio cerca de los sacerdotes, una especie de ministerio, diríamos hoy, ¿no podrían beneficiarse, algunos, de una disposición del Concilio de Trento (sesión 23. Capítulo 17) (5), que preveía que, en ausencia de clérigos, algunos seglares, incluso casados, podrían ejercer las funciones de las "órdenes menores" lo que hoy llamaríamos "ministerios instituidos"?. El catequista hubiera sido este "ministro inferior que reclama la antigua disciplina de la iglesia". Finalmente, y siempre con la preocupación de responder del mejor modo posible a las necesidades de las pequeñas parroquias, los catequistas serían enviados de uno en uno, si fuera necesario. En este caso, podrían alojarse en el presbiterio pero también podrían encontrarse en parroquias vecinas. Podrían reunirse los jueves, día de vacación, para una conferencia semanal bajo la autoridad de uno de ellos, el regente.


Estas modalidades pretendían ser prácticas, flexibles. En algunos puntos necesitaban ser más concretas. Desde luego, no iba a faltar quien se lo haría saber a su autor.

EL AMBIENTE DEL MOMENTO El proyecto del cura Querbes se inscribe en la perspectiva de la recristianización que caracteriza a la Iglesia durante la primera mitad del siglo XIX, especialmente bajo la Restauración (1815-1830). La Iglesia intenta recuperar el terreno perdido combatiendo el espíritu liberal o, como se decía entonces, el espíritu volteriano. Rechaza las novedades antes de condenarlas en 1864 en el Syllabus. Se apoya sobre lo que, en la sociedad, ha quedado más apartado de las corrientes peligrosas. La recristianización se hace por el medio que parece más apropiado, la enseñanza de la doctrina cristiana. "La revolución había hecho desaparecer, escribe el cura Querbes, hasta las huellas de los elementos que proporcionaba la educación cristiana de los pobres en las parroquias" (otoño de 1828). Y en un texto más tardío: "hacía tiempo que todos los buenos espíritus se daban cuenta de la necesidad de hacer penetrar la enseñanza religiosa en el seno de los pueblos más apartados y de renovar de esta manera, en ellos, las costumbres patriarcales, el único fundamento de la paz y de la seguridad pública (...) es en el campo y en las aldeas donde la semilla religiosa puede echar profundas raíces y producir frutos seguros" (Febrero 1840). Por aquel tiempo de produjo en Francia un importante movimiento de escolarización. En 1815, institutos y colegios daban una enseñanza bastante satisfactoria en general. Pero solamente a unos 50.000 alumnos (6). La enseñanza primaria, las pequeñas escuelas vinieron con retraso: escolarizaban menos de un millón de niños (7). La mitad de los ayuntamientos no tenían escuela. En 1830, el número de alumnos de enseñanza primaria era ya el doble; en 1840, será de cuatro millones. De 1820 a 1840, se crean más de 27.000 escuelas. Esta ola de escolarización viene acompañada de la implantación de un sistema de formación de maestros. ¡Y no sin necesidad!. En 1833, en el departamento del Ródano, casi la mitad de los institutores carecían de la instrucción mínima que les permitiera ser maestros aceptables...(8). Este desarrollo de la enseñanza lleva consigo una lucha entre dos corrientes que se enfrentan en lo que será la primera batalla sobre la enseñanza: la querella llamada de la enseñanza mutua. La iglesia confía en esta ola de enseñanza para educar a las nuevas generaciones. Pero los liberales, por su parte, quieren sacar provecho de esta fuerza para desarrollar una escuela neutra, abierta (el término de "laica" todavía no se usaba para caracterizar una escuela). Piensan haber encontrado el medio favorable al generalizar un sistema de enseñanza que se llamaba mutua en el que el maestro daba la lección a unos monitores que iban a transmitirla a sus compañeros. El sistema es fuertemente combatido por la iglesia que favorece la escuelas parroquiales, las congregaciones dedicadas a la enseñanza y el control del clero sobre los maestros. Durante algunos años, un obispo llegó a ser incluso gran maestre de la universidad, es decir, ministro de educación.


También el cura Querbes estima que hay que aprovechar el impulso dado a la instrucción popular (9) y "rivalizar con las escuelas donde la religión no es más que parte y no la base de la enseñanza y de la educación"(10). Construye su proyecto cuando "la muchedumbre de escritores liberales iba aireando las escuelas de Lancaster (las escuelas mutuas) y amenazando con introducirlas en todos los ayuntamientos de los pueblos" (11). Finalmente, el proyecto de los catequistas de San Viator se inserta en el gran hervidero que ha marcado el catolicismo lionés del siglo XIX. La fuerza, la diversidad, la originalidad de las iniciativas dan a esta diócesis un relieve muy especial. Dinamismo del clero que envía sacerdotes y obispos a las misiones extranjeras: en 1839 la diócesis cuenta con un millar de sacerdotes seculares. Dinamismo de las vocaciones y de las congregaciones religiosas: de 1816 a 1830 nacieron ocho congregaciones de hombres y de mujeres y, en 1830, 1400 religiosas y 200 religiosos están al servicio de la diócesis (12). Dinamismo de los seglares: Pauline Jaricot y Frédéric Ozanam son los más conocidos, pero no fueron los únicos. Muchos seglares animaban a las numerosas cofradías y asociaciones de todo tipo. El medio católico lionés es muy estimulante. Por consiguiente el proyecto del cura Querbes se inscribe en medio de una fermentación de ideas y de realizaciones. En el ambiente del tiempo no es el único que intenta ensayar ideas nuevas. En Amiens, en 1824, se funda la congregación de los Hermanos de San José. Se trata de "maestros de enseñanza primaria", pero también de "clérigos laicos" que "asistían a los curas en la administración de los sacramentos, el catecismo, el canto de los oficios, el mantenimiento de la sacristía y de la iglesia"(13). En Nancy, hacia la misma época, toma cuerpo un proyecto de, "Magisterio" para formar maestros cristianos. Esta asociación agruparía a maestros casados y otros con votos religiosos (14). En la Sarthe, en Ruillé-sur-Loire, el cura Dujarié quiere formar "hermanos maestros de escuela-sacristanes, instruidos en el canto y en las ceremonias de la iglesia" para que ayudar a las parroquias pobres. Estos hermanos podían ser nombrados por el obispo (15). Hacia 1825, en la región de París, el cura Poirier crea a los Hermanos de la Cruz, maestros colocados bajo la autoridad de los párrocos y que deberían ser también "cantores, clérigos y sacristanes". Podían ir solos, en caso de necesidad, o formarían una comunidad cuyos miembros se dispersarían cada mañana para ir a su escuela (16). Bajo la Restauración se intensifica la búsqueda de fórmulas posibles. Algunas se experimentan para poder responder de la mejor manera a las necesidades concretas y urgentes. Se es inventivo, quizás un poco utópico. Aunque no todos los intentos tuvieron éxito, al menos algunos llegaron a echar buenas raíces y llegaron a convertirse en congregaciones que existen todavía. El párroco de Vourles, para dar catequesis, para participar en el servicio de la parroquia y para ayudar a las parroquias más pobres, confiaba en los seglares a quienes juzgaba aptos para cumplir estas funciones. ¿No era demasiado optimista para la sociedad y la Iglesia


de aquel tiempo?


6 ASENTAR LOS FUNDAMENTOS DE LA SOCIEDAD.

MONSEÑOR DE PINS Y SUS VICARIOS GENERALES. Para poder existir, la cofradía de los catequista debía ser aprobada por el consejo episcopal de Lyón pero, como se trataba al mismo tiempo de una asociación de maestros de escuela, también necesitaba la autorización de los poderes públicos. La diócesis de Lyón vivía, desde 1815, en una situación especial. El cardenal Fesch tuvo que abandonar Francia a la caída de Napoleón, pero no renunció a su cargo de arzobispo. Fueron los vicarios generales los que gobernaron la diócesis hasta 1823 dándo fielmente cuenta de todo al Cardenal. En esta fecha y para hacer evolucionar la situación, la Santa Sede nombró a monseñor De Pins administrador apostólico de la diócesis. Como no podía llevar el título que Fesch conservaba para sí, se le encontró el título de un arzobispado in partibus, Amasia en Asia Menor. Se llamó Obispo de Amasia. Sin duda él hubiera preferido Llamarse Obispo de Lyón. En Juan Pablo Gaston de Pins, (1766-1850) se reconocía la sensibilidad, la prudencia, una gran bondad y una conducta irreprochable, caracterizada por una austeridad casi jansenista. Pero tanto en política, como en religión, su intransigencia no aceptaba componendas. Aunque no fue un arzobispo brillante supo ser, silenciosamente, un buen pastor en una época difícil(1). De salud frágil, dejaba muchos asuntos en manos de sus tres vicarios generales, los grandes vicarios, como se les llamaba en aquel tiempo: el señor Barou, considerado como un santo, el señor Cattet y el señor Cholleton que había conocido a Luis Querbes en el seminario de san Ireneo cuando ambos enseñaban allí. Jóvenes activos, un poco autoritarios, especialmente el primero, pero muy capaces, supieron secundar muy bien al arzobispo que les daba confianza. Pero muchos sacerdotes no les querían demasiado. Este es el consejo episcopal con quien tratará el cura Querbes en múltiples ocasiones. Al principio, un poco más con el señor Cattet, encargado de las comunidades religiosas, más tarde, con el señor Cholleton, encargado de ocuparse de la Sociedad. Fue el señor Cattet quien respondió al proyecto que el cura de Vourles había sometido (2). En lugar de animarle a precisar más el bosquejo que había hecho, le propuso la dirección del seminario menor de San Jodard o de ir a secundar al cura Vicente Coindre, que se encontraba por casualidad al frente de los hermanos del Sagrado Corazón tras la muerte del fundador de esta congregación naciente. El cura Querbes estudia las dos proposiciones y madura su respuesta. Desea comprometerse en una tarea apostólica más intensa. Está dispuesto a desenraizarse: "sin embargo, señor vicario general, no le diría todo si dejara de confesar que me cuesta mucho liberarme del bienestar en que me encuentro. Los feligreses me


llenan de atenciones, pero su simpatía me resulta cada vez más gravosa pues me doy cuenta de que mis cadenas se hacen más fuertes. Mis familiares demasiado cercanos (José y Juana se habían retirado a Vourles) muy edificantes pero cuya cercanía temo me resulte un tanto desfavorable. Amigos y compañeros cuya amistad me hace feliz; pero el tiempo pasa, yo tengo ya 36 años y no he hecho casi nada. Haga lo que haga (aunque no lo quiera) las visitas previstas para media hora me ocupan fácilmente todo el día y qué difícil me resulta después someterse de nuevo a un régimen de vida uniforme e invariable"(3). De paso hay que notar la pequeña impaciencia: tiene 36 años y no ha hecho casi nada. ¡En seis años ha publicado dos libros, ha participado en la construcción de la iglesia, ha abierto dos escuelas y ha predicado mucho!. Puede hacer más. Donnet, su amigo y más joven que él es ya párroco de una gran parroquia, la de Villefranche. Pero entrevé dificultades en ir a ayudar a un superior más joven que él y a quien podría hacer sombra. Vuelve a la carga: "todo esto ¿no nos está alejando de la idea fundamental: formar una verdadera escuela normal para maestros parroquiales?..." Y expone de nuevo las grandes líneas del proyecto. Es una constante de su carácter el no abandonar una idea hasta después de haber hecho todo lo que podía para verla concretarse. No fue a San Jodard ni a ayudar al P. Coindre.

8 DE AGOSTO DE 1829, LA AUTORIZACIÓN CIVIL. El P. Querbes hubiera podido hacer aprobar primeramente la cofradía por el Consejo Episcopal. Comenzó por la autorización civil. En efecto, la realización del proyecto, especialmente la creación de esta escuela normal, exigía fondos, por consiguiente un reconocimiento legal. El cura Querbes quería que el director tuviera la facultad de entregar las autorizaciones de enseñar e incluso pretendía que le fuera confiada la escuela normal de la academia. En el contexto político y clerical de aquel tiempo, este último punto estaba lejos de ser una utopía: al fin de la Restauración, los marianistas del P. Chaminade dirigían varias escuelas normales departamentales, incluso hubo un proyecto para confiarles la formación de los maestros en Francia (4). El cura Querbes redactó los estatutos principales de una asociación caritativa de buenos ejemplos y de apoyo mutuo entre maestros de escuela y clérigos parroquiales, llamada de los catequistas de San Viator". Siete artículos cortos ponen las bases de una asociación cuyos miembros se comprometen al mejor logro de su salvación (...), proporcionar a los niños una primera educación sólida y cristiana, a ayudar a veces con los grados inferiores de la clericatura a los párrocos de los pueblos en el cuidado de las iglesias y en las funciones de las ceremonias sagradas..." (Art.1). "La asociación está gobernada "bajo la autoridad del señor arzobispo de Lyón y bajo la protección e inspección del señor rector de la academia de esta ciudad..."(Art. 6). Antes de enviar el texto al rector, el cura Querbes lo sometió a la aprobación del arzobispado (29 de enero de 1829). La respuesta que recibió no debió ser negativa, ya que emprendió otras diligencias. Quizá el consejo episcopal pensó que debía ceder a las peticiones


de un sacerdote un poco temerario, aun sabiendo que el proyecto no iría muy lejos; se pedía el reconocimiento legal de una asociación que todavía no tenía ningún miembro. Y la petición se dirigía a un gobierno que privilegiaba el control de la universidad en la enseñanza primaria. El gobierno Martignac (enero 1828 - agosto 1829) apoyado por liberales y realistas moderados, había retirado al episcopado la vigilancia de la enseñanza primaria. Había también limitado el número de alumnos en los seminarios menores y expulsado a los jesuitas de ocho colegios. ¡El episcopado, que durante cuatro años había hecho demasiado, se quedó hundido! En febrero de 1829, el rector de la academia de Lyón transmitió la petición de reconocimiento legal al Ministerio de Instrucción pública y lo acompañó con una nota favorable al proyecto y a su iniciador (5). Un mes más tarde el ministro responde secamente en cuatro puntos: para apreciar el proyecto deben examinarse estatutos más completos; la asociación debe permanecer dentro del ámbito de la enseñanza primaria (ni hablar de que sus miembros aprendan el latín); no se le confiará la escuela normal de la academia; la autorización depende únicamente del Ministerio de Instrucción Pública (también se había presentado una petición al Ministerio de Asuntos Eclesiásticos). El P. Querbes redactó rápidamente una serie de artículos explicativos (6). El 10 de mayo el ministro decide: "del examen de estos estatutos resulta que presentan dificultades para su adopción. Varias cláusulas indican claramente que se trata de una congregación religiosa. Por consiguiente, sería necesaria una ley para autorizar esta fundación"(7). A la administración le gusta las cosas claras y verificadas. Por consiguiente, intentad hacerles comprender que los seglares que enseñan el catecismo y que tienen un lugar en el presbiterio no son Hermanos... El P. Querbes protesta: "solamente los votos constituyen una congregación religiosa: aquí nadie los tiene. Es cristianamente una cofradía y legalmente una asociación caritativa. Nada más. Lejos de mí ser un fundador de orden" (8). Por otra parte, en el contexto político de la época, un proyecto de ley que autorizara una congregación religiosa no tenía ninguna posibilidad de pasar. A mediados de julio fue entregado un nuevo expediente (9). El cura Querbes se había inspirado en los estatutos de los Hermanos de San José de la Somme, dejando aparte lo referente a los votos. Por tercera vez el rector transmitió el expediente con un nuevo aviso favorable: "He examinado este proyecto con atención. Me ha parecido que sería posible acceder a los deseos del señor Querbes que, como tengo el honor de decirle, merece tanta confianza por su carácter como por sus luces (10). Para defender mejor el expediente y con la autorización del monseñor De Pins, el cura Querbes va a París (fin de julio, primera quincena de agosto). El señor Cattet le ha recomendado mucho "desconfiar de la astucia y dirección de las personas con quien tenía que tratar y tener cuidado de no hacer ninguna concesión" (11). Al darle la autorización de ir a París, ¿creía el consejo episcopal en el éxito? Según el testimonio de alguien que podría estar bien informado, parece que no: "mientras el P. Querbes estaba en París uno de sus amigos


escribía que en el arzobispado había oido que se tenía al P. Querbes por loco, que se le había permitido este viaje para acceder a su cabezonería, pero que volvería sin conseguir nada" (12). En París, la redacción de los estatutos fue muy simplificada: siete artículos breves establecen una asociación caritativa de maestros de primaria para los departamentos de la academia de Lyón: El Ain, el Loira y el Ródano. "Estaría sometida a los reglamentos universitarios que rigen las asociaciones caritativas destinadas a la instrucción pública de los niños del pueblo" (Art. 2). "Los miembros de la asociación están repartidos en dos clases: la de los asociados y la de los agregados (...). Los primeros son célibes y ni unos ni otros tienen votos" (Art. 4). En la sesión del 8 de agosto de 1829 el Consejo real de instrucción pública recomendaba la autorización de la asociación. La orden real será firmada el 10 de enero siguiente. "Esta aprobación por parte del gobierno ha sido siempre un secreto casi exclusivo del cura Querbes", notará mucho más tarde Charles Saulin. ¿Cómo un sencillo cura de pueblo de una pequeña parroquia puede, en menos de seis meses, hacer aprobar los estatutos de una sociedad que no existe? Y esto en un tiempo mínimo y con un gobierno que tenía fama de ser poco favorable a las instituciones de la iglesia. Sin duda el cura Querbes supo ser un buen abogado en su causa durante los dos encuentros que tuvo con el ministro, el señor Vatimesnil, un hombre honesto, a quien por otra parte reconocía le debía mucho. Pero la explicación se queda un poco corta... Varios altos funcionarios fueron buenos protectores para él: Ambrosio Randú y los curas de la Chapelle y Clausel de Coussergues. La Chapelle, consejero de estado, comisario del rey para la presentación del presupuesto de cultos era una de las relaciones del señor Magneval, abogado, alcalde de Vourles de nuevo. Había intervenido en tres ocasiones para obtener subvenciones de 2.500 francos para la iglesia de Vourles (13). El sacerdote Clausel de Coussergues, consejero de Estado también, originario de Aveyron, era miembro del Consejo Real de Instrucción Pública. Además, fue él quien anunció al cura Querbes el éxito de los trámites (14). Por su parte Ambrosio Randú fue durante una treintena de años el especialista de enseñanza primaria. Por esta razón es considerado como uno de los padres de las dos leyes (1816-1833) que crearon este tipo de enseñanza en Francia en el siglo XIX (15). Sin embargo, en 1845 y en un contexto netamente menos clerical, escribirá dirigiéndose al ministro: "He hecho constantemente profesión, en voz alta, de creer que una sociedad que comprende las necesidades de la humanidad debe felicitarse al ver que se forman en su seno asociaciones caritativas cuyo único objeto, cuya única ambición es la de solucionar estas mismas necesidades, yo digo asociaciones caritativas por dos razones: la primera, porque la denominación misma excluye toda idea de asociaciones políticas que podrían causar al gobierno algunas molestias o alguna sombra, la segunda, porque para remediar los males y aliviar las miserias del cuerpo social yo no conozco nada más eficaz y seguro que el amor a los hombres encendido en la llama del amor de Dios" (16). Más tarde el cura Querbes recurrió también a él al menos en otras dos ocasiones, en 1831 y en 1844. El señor de Verna, diputado del Ródano,


también intervino cerca del señor de Vatimesnil (17). Era miembro de la Congregación, una sociedad secreta muy activa, una especie de Opus Dei de la época. La Congregación se interesó por la asociación de los Catequistas en 1834. ¿Se había interesado antes? no se sabe. Un apoyo ante la Congregación de París, en los centros del poder, quizá pudo ayudar. En seis fecundos meses la asociación ha sido creada legalmente. Falta presentar la cofradía, y esto depende ya del arzobispo.

3 DE NOVIEMBRE DE 1831, LA APROBACION EPISCOPAL De regreso a Lyón, el cura Querbes no recibió una acogida triunfal en el arzobispado. Dice sencillamente: "esta asociación (...) desagradó al señor administrador y suspendió su aprobación" (18). Otro documento dice crudamente: "un vendaval terrible le esperaba a su vuelta a Lyón" (19) ¿Qué estaba pasando? Los obispos habían reaccionado con firmeza a las medidas tomadas por el gobierno Martignac. Monseñor de Pins más que los demás: "se quiere quitar la instrucción primaria a los sucesores de los apóstoles, escribía en un documento, y colocar a los niños para que reciban su primera educación en casas que no están bajo la vigilancia del obispo" (20). Y he aquí que uno de sus sacerdotes había aceptado "someter a los reglamentos universitarios", por consiguiente bajo la vigilancia de la execrada universidad, una futura asociación de catequistas maestros. Y por otra parte, ¿tenía autorización para ir a París? En un largo alegato-defensa muy argumentado (21) el cura Querbes recoge los reproches que le hacen. Recuerda en primer lugar al arzobispo, palabra por palabra, los términos de la conversación en la que le dió la autorización para ir a París. Si aceptó que la sociedad fuera sometida a los reglamentos universitarios fue porque las asociaciones de este tipo y los institutos de hermanos son aprobados con esta condición, el argumento es, con todo, frágil: las congregaciones de hermanos tienen la ventaja de disposiciones particulares que no les pone bajo la autoridad del Ministerio, por ejemplo la autorización de enseñar dependía de los superiores. El hecho de que la asociación esté dividida en dos clases, la de los célibes y la de los agregados, que pueden ser casados, no debería dañar su cohesión. No se puede ver en esto una "tendencia de protestantismo a secularizar la enseñanza y las funciones religiosas" como parece sospecharlo el superior del seminario. Al contrario, ¡es la posibilidad de realizar, por fin, una disposición prevista por el Concilio de Trento casi 300 años antes! La nueva sociedad no estorbará a establecimientos que existen ya: "la diócesis de Lyón y las diócesis vecinas, estima él, son un campo muy vasto para tales obras de celo". De hecho, no hay riesgo alguno en intentar un ensayo: "además, que Su Ilustrísima no pierda de vista que no se trata más que de un ensayo sobre el cual yo pido su bendición y que hecho bajo sus auspicios será rodeado de las más prudentes precauciones. Si, a pesar de todo,


la esperanza fuera vana, la asociación podría ser fácilmente depurada por su autoridad, Monseñor, puesto que el jefe de derecho es, sin otra condición, uno de vuestros curas párrocos". Finalmente el cura Querbes recuerda la urgencia de obrar y por qué la aprobación civil era necesaria en primer lugar: "el género mismo de la institución exige publicidad y desde luego una aprobación civil. Además, era ya tiempo de detener los aterradores progresos de las escuelas de enseñanza mutua que habrían acabado por invadir todas las ciudades y todos los pueblos de la diócesis. Ahora bien, para llegar más rápidamente era necesario emplear la publicidad". ¡Extraña expresión en 1829! Pero Monseñor de Pins no fue sensible a este argumento y, a pesar de varias intervenciones hechas ante él, no modificó su rechazo. La publicación de la orden del día del 10 de enero de 1830, estimuló al cura Querbes y a sus amigos. El tiempo urge: es la época en que se vislumbra la creación de las escuelas normales en los departamentos. ¡Ah, si Vourles pudiera recibir la del Ródano! y si el arzobispado consintiera finalmente en apoyar el proyecto. ¡Por fin llega de París la feliz nueva: el cura Clausel de Coussergues informa que Monseñor de Pins entonces en la capital "ha consentido, por fin, en no oponerse a la ejecución de esta orden del día" (22). Su excelencia ha dado su acuerdo, pero como lo nota el cura Querbes "no quiere mezclarse en esto" (23). Aprovechando el acuerdo concedido redacta una circular (24) destinada al clero de la diócesis para dar a conocer la asociación, para obtener la colaboración de los sacerdotes en el envío de jóvenes formandos y para conocer las necesidades de las escuelas parroquiales. ¡Todavía la publicidad! Pero tiene mucho cuidado en indicar bajo qué autoridad está esta asociación "esta piadosa asociación que reconoce como primer superior a monseñor el Arzobispo de Lyón se propone hacer de su principal establecimiento un semillero de clérigos seglares destinados a secundar a los señores curas de las parroquias de los pueblos y también de la ciudad en calidad de catequistas, es decir, de maestros de las pequeñas escuelas y cantores sacristanes" (marzo 1830). Finalmente los catequistas de San Viator van a ver la luz del día. ¡Pues no! La ráfaga de julio de 1830 derriba al rey y la restauración. Se instala la monarquía de julio y con ella la burguesía liberal. La iglesia, que apoyaba al régimen anterior sufrió un contragolpe. En el relevo de los hombres de poder desaparecerían amigos y apoyos fieles del cura de Vourles: el rector Magneval, de la Chapelle, Clausel de Coussergues... por eso cuando el 5 de febrero de 1831 el cura Querbes toma de nuevo contacto con el ministerio para hacer aprobar su método de lectura y para pedir que la casa principal de la sociedad se convierta en escuela normal del departamento, recibe un doble rechazo. En marzo de 1831, el consejo episcopal propuso al cura Querbes como párroco de Bourg-Argental, una promoción normal y ventajosa pero que suponía abandonar la sociedad de los catequistas. Pero el gobierno no aceptó el desplazamiento de un sacerdote políticamente demasiado realista para su gusto. La comunicación de este rechazo llegó a conocimiento del párroco de Vourles el 21 de octubre de 1831. Y éste no era un día cualquiera para el cura


Querbes. Después de haber trabajado cuidadosamente varios borradores escribió pronto a Monseñor de Pins: "sometido a la voluntad divina que estaba bastante clara por la decisión de su excelencia sobre mi desplazamiento, yo había ya aceptado con resignación las consecuencias inevitables. La esperanza de la institución de una sociedad de catequistas se alejaba cada vez más: pero un incidente, aparentemente banal, viene a despertarlo. Hoy mismo, día de San Viator, 21 de octubre, me ha llegado la noticia del rechazo (...) por consiguiente, monseñor, perdone que, animado por esta circunstancia, me ponga a los pies de Su Excelencia..." (25) Y sigue abogando por la aprobación de la sociedad. El nuevo alegato vuelve a tomar los puntos expuestos dos años antes, tras la tempestad. Pero el tono es diferente: se ha realizado una madurez espiritual. "En la sombra y en el silencio es donde esta obra de celo debe ser propuesta actualmente". La publicidad ya no está a la orden del día. El párroco de Vourles se ha desprendido de su proyecto y cree leer un signo en el acontecimiento imprevisto. Pero él se remite a su obispo. El 3 de noviembre de 1831, Monseñor de Pins autorizaba la sociedad. "En el consejo de este día, escribía el Señor Barou, vicario general, Monseñor ha aceptado y aprobado, en lo que le concierne, su institución de Clérigos de San Viator. Desea su éxito y no duda en ello, puesto que el primer pastor le da su bendición"(26). El título está desgraciadamente contracto, pero la sociedad existe.


7 ORGANIZAR LA SOCIEDAD DE LOS CATEQUISTAS

LA CUNA

El 5 de noviembre de 1831, después de una misa de acción de gracias, el cura Querbes firmaba sus promesas de "sacerdote catequista". El 10 de noviembre recibía a los dos primeros catequistas Pierre Magaud y Pierre Liauthaud. El primero había estado junto a él durante toda la maduración del proyecto. El segundo, maestro y secretario del alcalde en Saint-Bonnet-deCray (Saona y Loira), se había enterado de la aprobación de la Sociedad de los Catequistas por la lectura del Boletín Oficial del Estado. Enseguida había escrito a Vourles (1). Los caminos del Señor pasan también por la lectura del boletín oficial ¡Tenía 38 años y enseñaba desde hacía veinte! Más tarde será el brazo derecho del cura Querbes. En 1832, Tomás Nogier, maestro en Brignais se adhiere a la sociedad (2). Jacques Damoisele, maestro en Panissières (Loira) donde enseña desde hace diez años llega también a ser catequista de una manera bastante fortuita. Habiendo faltado su ayudante, el párroco, señor Ginot, antiguo condiscípulo del párroco de Vourles le puso en relación con este "yo llevaba una carta del señor Ginot, párroco de Panissières, para el señor Querbes, con el fin de conseguir un sujeto que me ayudara. Efectivamente nos pusimos de acuerdo pero a condición de que yo me agregara a los hermanos de San Viator" (3). El mismo año 1832, Pierre Liauthaud abandona Saint-Bonnet-de-Cray para abrir la escuela de Francheville, muy cerca de de Lyón. En este momento componen la Sociedad naciente, además de su director, cuatro catequistas que dirigen cuatro escuelas: Vourles, Brignais, Panissières y Francheville. Era necesario encontrar un local que pudiera acoger a los aspirantes y que permitiera reunir a los miembros de la asociación. La casa cural pronto sería insuficiente. El cura Querbes lo anota en el diario de asuntos interiores de la Sociedad (4). "Libres ya de obstáculos, ingresaron varias personas para formarse y se pensó en adquirir una casa que fuera la cuna y la casa principal de la asociación. Un inmueble adosado a la iglesia parecía el más adecuado, pero pertenecía a varios propietarios y había que convencerles de realizar la venta en común. El párroco no lo dudó. Pero, cuando llegó el momento de hacer la escritura y pagar al contado, resultó que no tenía un céntimo. Las Señoras Comte y la Srta. Lamoureaux fueron en este trance los dignos instrumentos de la Providencia y, gracias a un préstamo de 12.000 francos, pudo efectuarse la compra definitiva". Las señoras Comte - se decía también las señoritas Comte - eran tres: María Magdalena, Fleurie-Antoinette y Jeanne. Estas rentistas habitaban en Lyón, en la plaza


Bellecour, y poseían una residencia de verano en Vourles. Dieron 4.000 francos y, más tarde, colaboraron financieramente en varios proyectos del cura Querbes. Nos quedan una veintena de cartas suyas con abundante cháchara. La Srta. Lamoureux, una de sus amigas, dio 6.000 francos. Estos dones completaron el préstamo. Esta suma, bastante considerable, algo más de 400.000 francos actuales permitió adquirir, el 30 de agosto de 1832, una casa grande de dos pisos y sus dependencias: un patio, una huerta y varias pequeñas construcciones (5). Se convirtió en la Cuna (Berceau) de la Sociedad. Existe todavía hoy y aún lleva este nombre. Para conseguir algunos recursos ordinarios, el cura Querbes solicitó, en septiembre de 1832, "la autorización para abrir una casa de educación con el título de dueño de pensión". Esto dio lugar a una encuesta (6). El prefecto desaconsejó toda autorización por el motivo altamente culpable de que en Vourles se obstinaban en no querer cantar la oración por el nuevo rey Luis Felipe. Conceder el derecho de tener un pensionado hubiera sido mirado como una medida favorable a los "carlistas", a los legitimistas, partidarios de Carlos X, el rey destituido en 1830. El rector, al transmitir los documentos del expediente, dio también una opinión desfavorable. Sin embargo entre los documentos figura un testimonio del alcalde elogioso para el párroco. También aparece una declaración del cura Querbes: "francamente legitimista como soy, me creo obligado a no contrariar en nada, en la estrecha esfera en la que la Providencia me ha colocado, a la actual marcha de las cosas que considero como el último baluarte contra la anarquía". Naturalmente la autorización fue rechazada. El cura Querbes volvió tres veces a la carga pero sin éxito. En adelante, los problemas financieros complicarán siempre su existencia.

EL DIRECTORIO DEL CATEQUISTA PARROQUIAL Como los catequistas eran también maestros de pequeñas escuelas pero no les sobraba formación, el cura Querbes compuso para ellos el Directorio del Clérigo de San Viator, Catequista parroquial. Es a la vez un libro de reglas, un tratado de pedagogía y un manual de saber vivir. En agosto de 1833 la redacción está terminada(7). Los Catequistas y los postulantes copiaban la versión manuscrita con más o menos exactitud. Jacques Damoiselle se queja: "respecto a las prácticas del Directorio sería bueno que yo tuviese una copia exacta, la del señor Bachoud (su adjunto) no es más que un conjunto de garabatos, además me parece que ha perdido una parte" (17 de enero de 1833). En 1836 se imprimió el texto con el fin de, indica en el prefacio, preservarlo de las falsas interpretaciones producidas por la infidelidad de las copias manuscritas; y en pequeño formato (10 x 6 cm) para hacerlo más manejable que los cuadernos en los que habéis escrito hasta hoy". La obra comprende dos partes: los deberes personales del catequista, sus funciones. La primera trata del reglamento, de los diversos ejercicios de piedad a los que el catequista debe ser fiel, del comportamiento que debe tener con las personas que le rodean, de los estudios


que debe hacer para mantenerse en su empleo y, finalmente, de los cuidados personales. La segunda parte aborda sus funciones, en la iglesia, en la escuela. Este último punto ocupa casi la mitad de la obra. El Directorio pretende ser práctico. Contiene, por ejemplo, una distribución de las materias del catecismo, un método catequético, una distribución de los temas según la edad de los alumnos, la lista del mobiliario que debe poseer una clase... Muchos consejos y sugerencias intentan ayudar a los catequistas a prepararse mejor a su tarea: "al llegar a la parroquia os dirigiréis en primer lugar al Señor Párroco para presentarle vuestras letras de obediencia. Cuando habrá concordado vuestros servicios, entregaréis los demás documentos al señor alcalde..." (nº 59). "Tened la mano siempre entrenada en las diferentes clases de escritura que se exigen hoy y capaz de reproducir todos los caracteres que deseéis. Para conseguirlo, no dejéis pasar demasiados días de vacación sin escribir ejemplos de escritura corrida, cursiva o inglesa, bastardilla y redondilla..." (nº 79). Respecto a la lectura "haced que todos los alumnos de una misma división se coloquen alrededor de vuestra mesa, mientras tanto, que los demás alumnos trabajen cada uno en sus deberes. Colocadlos ante vosotros en semicírculo, según el orden en el que quedaron en la lectura precedente y dad la señal para que comience el primero. Éste continuará hasta que golpeéis de nuevo sobre el libro, a continuación leerá el siguiente. Si uno se equivoca, pasad al alumno siguiente, quien deberá corregir la falta; si no puede, lo hará el siguiente y así sucesivamente. El alumno que corrige a los demás toma el lugar de aquel que se equivocó..." (nº 155). El cura Querbes indica que para componer esta obra ha mirado "en excelentes escritos. A menudo hemos adoptado el plan, las ideas e, incluso, las expresiones". En algunos pasajes, efectivamente, ha tomado frases o expresiones de otros tratados anteriores. La noción de derechos de autor no existía entonces como hoy, incluso los sacerdotes tenían la costumbre de copiar de los sermonarios que por otra parte se habían escrito para eso. La principal fuente del Directorio es la Instrucción para los jóvenes profesores que enseñan humanidades, del P. Judde, un jesuita de comienzos del siglo XVIII. También utiliza, en menor grado, el Tratado de los estudios de Charles Rollin y la Conducta de las Escuelas Cristianas de San Juan Bautista de la Salle. Estos son tres tratados clásicos en los que generaciones de maestros han aprendido su oficio. El cura Querbes sigue, a veces, la idea e incluso llega a utilizar las palabras del autor. Otras veces completa o adapta. Un ejemplo nos permitirá ver cómo actuaba, está sacado de la introducción del capítulo sobre la educación. nunca, Padre Judde Aunque quizás pudiérais, sin un apoyo especial de la gracia, esperar ver avanzar a vuestros alumnos en las ciencias,

haréis nada de sólido

para formarlos en la piedad si no sois muy ayudados por Dios


(...) por consiguiente manteneros unidos al principio de la gracia.

Cura Querbes

No haréis nunca nada de sólido por el bien personal de vuestros lumnos si Dios no bendice vuestros esfuerzos. Por consiguiente manteneos unidos por la oración al principio de la gracia para hacerla descender sobre vuestros alumnos, rezad por ellos y rezad con ellos.

El cura Querbes hizo mucho más que inspirarse en obras anteriores; compuso un libro sencillo, claro, lleno de sabiduría y bien adaptado a los catequistas. Éstos encontraron en él observaciones de sentido común que fueron a veces las únicas lecciones de pedagogía que tuvieron ocasión de leer. Los que las practicaban, los que vivían del espíritu que llenaba estas páginas llegaban a ser buenos cristianos y buenos maestros. Muchos lo fueron.

LA LEYENDA, EL OFICIO DEL CATEQUISTA En la sección del Directorio dedicado a la oración, el cura Querbes escribe: "la lectura es el alimento del Espíritu. En la oración nosotros hablamos a Dios, en la lectura espiritual Dios nos habla y nos brinda las ideas para hablar con él en la oración. Sed fieles a la lectura obligada y no olvidéis tampoco las otras lecturas espirituales" (nº 34). Esta lectura obligada, esta Leyenda como se llamaba (del latín legenda, las cosas que


deben leerse) es el oficio del Catequista que él debe rezar por la mañana y por la tarde, bien viva solo o con otros hermanos. No se trata de un oficio constituido por oraciones de devoción o un aspecto determinado de la vida del Señor, de nuestra Señora o de los santos - lo cual habría sido bien del gusto de la época. Es mucho mejor: "la Palabra de Dios, explica el cura Querbes, la doctrina cristiana propuesta por la autoridad del Vicario de Jesucristo, el hermoso libro de la Imitación, el más admirable que haya salido de la mano de los hombres, he aquí de qué está compuesta la Leyenda o la lectura a la que todo catequista está obligado" (nº 35). Los tres textos leídos, con una oración introductoria, las respuestas breves y una oración final van al corazón de la vida del catequista. Éste debe, primeramente, vivir la Palabra y la enseñanza de Cristo, escucharla, meditarla para poder evangelizar. La Biblia se lee por entero: por la mañana el Salterio y el Nuevo Testamento y, por la tarde, en dos años, el Antiguo Testamento. Conviene subrayar esta decisión del Padre Querbes de hacer leer, en el siglo XIX, a seglares, la Biblia, toda la Biblia, incluso aunque algunas lecturas (los Números, las Crónicas) debían ser especialmente áridas. El segundo texto está sacado del Catecismo del Concilio de Trento. Este libro parecerá muy incompleto después del Vaticano II, pero era una exposición doctrinal sólida, muy superior a otros manuales o catecismos espirituales a menudo marcados por el jansenismo o por el galicanismo. Respecto a la Imitación, el lugar central que ésta concede a Cristo crea un clima espiritual que está a cien leguas de las devociones sentimentales. Aunque no todos los catequistas habían recibido una formación que les permitiera sacar todo el provecho posible, la leyenda les ayudaba a identificarse como tales, a ir a la fuente, la Palabra de Dios. Ha sido un oficio especialmente adaptado a la misión y al espíritu de la Sociedad.

1831-1833, MODIFICACIONES SUSTANCIALES Quedaba un punto importante que arreglar: la aprobación de los estatutos. Los que habían sido aprobados en París eran válidos solamente desde el punto de vista civil. Por consiguiente el arzobispado debía sancionar la regla de una sociedad que pretendía estar al servicio de la catequesis y de la pastoral parroquial, como se diría hoy. El director de la Sociedad sometió un proyecto de estatutos de "la Asociación caritativa de los Catequistas parroquiales de San Viator" (8). El texto asigna varios fines a los catequistas: "su propia santificación, el apoyo mutuo que deben darse en sus necesidades temporales", objetivos generales de toda asociación caritativa o hermandad piadosa. Son creados especialmente para "la educación de los niños pequeños y el servicio del santo altar en los rangos inferiores del clero" (art. 1º). El catequista "debe recordar que no está llamado a formar pequeños sabios sino a procurar a los niños una primera educación sólida y cristiana" (art. 5º) "Estará siempre


dispuesto a secundar a su pastor, a servirle con celo en las santas ceremonias y en la administración de los sacramentos, a decorar los altares y a aplicarse en la enseñanza del canto gregoriano" (art. 6º). El compromiso residía en una promesa de obediencia al director de la Sociedad (art. 8º). Se precisaba: "sin embargo, si algunos hermanos tuvieran la devoción de hacer de los tres consejos evangélicos materia de votos simples y secretos, el confesor podría recibir sus promesas salvo siempre el consentimiento del director (art. 9º). Respecto a la vida cotidiana era la de los buenos cristianos: "su regla de vida diaria y ordinaria es la de los cristianos piadosos" (art. 3º). Los catequistas guardaban la libre disposición de sus bienes, tenían señales distintivas discretas: un anillo rosario y una pequeña cruz para los que pertenecían al cuerpo dirigente. El vestido será "el de los hombres de edad madura y clase media" (art. 12). Algunas disposiciones reglamentaban la entrada en la Sociedad, la salida, el gobierno, los estudios, las reuniones semanales y anuales y el mantenimiento de los establecimientos, etc. Modificaciones sucesivas enriquecieron y precisaron el texto pero, sobre todo introdujeron en él disposiciones nuevas que cambiaron sustancialmente la Sociedad. En febrero-marzo de 1832 el consejo episcopal hizo una revisión en la que hizo desaparecer la disposición donde de preveía que algunos Catequistas fueran tonsurados y pudieran recibir las órdenes menores. Otra modificación iba en el sentido de que, además de la promesa de obediencia al director, los Catequistas se comprometieran "a practicar la castidad y a formarse en el espíritu de la pobreza cristiana". Ya no se trata de hermanos que hubieran podido casarse. El cura Querbes podía comenzar a aplicar estos estatutos, pero se le advirtió que esto no equivalía a la aprobación. Fue sobre todo durante el verano de 1833 cuando se produjo el cambio decisivo. El consejo episcopal propuso a los Hermanitos de María, fundados por Marcelino Champagnat, que no estaban reconocidos por la autoridad civil, que se unieran a los catequistas de San Viator, que estaban reconocidos. Quizás en el voto del consejo había una segunda intención concerniente a los Catequistas a fin de obligarles a entrar en formas más clásicas... Ya en diciembre de 1832, el consejo había pensado "que la reunión inmediata de los Hermanos de María a la obra del señor Querbes les pondría al abrigo de todas las dificultades". Pero esta proposición no tuvo continuidad ya que se emprendieron nuevos trámites para obtener la aprobación de los Hermanos Maristas. Al no conseguirlo, el consejo episcopal volvió a su idea el 7 de agosto de 1833: "el consejo, para hacer gozar a los Hermanitos de María de una existencia legal, piensa que deben unirse a la obra de los Clérigos de San Viator de Vourles, legalmente autorizados. Por lo menos, se trata de intentarlo" (9) El P. Champagnat y el cura Querbes se habían encontrado ya, sin duda durante el invierno de 1826-1827 (10). En cuanto supo el deseo del consejo, el cura Querbes propuso


que se le enviara un joven sacerdote capaz de ayudarle "a llevar el temible peso que se le imponía" (11). El Sr. Cholleton, vicario general, vio al P. Champagnat y le pareció "bien dispuesto" (12). Pero el fundador de los Hermanitos de María estaba demasiado ocupado para viajar a Vourles y entenderse con el cura Querbes. Además, no había "entendido bien el asunto", escribe al Sr. Cholleton; Yo he creido entender que el señor Querbes deseaba hacerse Marista; en este caso, opino que señor párroco de Vourles debe hacer las primeras diligencias (...) No me atrevo a hablar de ello a nuestros hermanos, al ver el problema que se ha creado en los de Millery (a pocos kilómetros de Vourles) cuando, imprudentemente, alguien se lo ha dicho" (13). En efecto, corrían rumores. Jacques Damoisel escribe al cura Querbes: "el señor párroco de Chambost me ha dicho, si he comprendido bien, que usted es el superior general de los Hermanos Maristas" (29 de agosto de 1833). Se comprende el problema. ¿Qué pensaba de todo esto el cura Querbes? Unos años antes, cuando se le había propuesto secundar al padre Coindre había manifestado sus reticencias. Temía dar la impresión de que deseaba "cambiar o modificar la finalidad de una parte de su Instituto, cosa a la que sabéis que un fundador bien penetrado del espíritu de su Instituto tiene tanto como al Evangelio" (14). No podía, por consiguiente, estar muy entusiasmado ante la proposición de un acercamiento o una fusión con los Hermanitos de María. Sin embargo, para secundar el punto de vista del consejo episcopal redactó un borrador de estatutos de la "Asociación de los Catequistas de Nuestra Señora San Viator" (15). De hecho, tomó los estatutos de los Catequistas y, como los Hermanitos de María eran religiosos, introdujo los votos simples, conservando también, para los asociados seglares que lo desearan, la posibilidad de emitir una simple promesa de obediencia al director de la asociación. La reunión de las dos sociedades no se realizó. El consejo había creído beneficioso proponerla. El P. Champagnat obró bien al no ir a Vourles y así preservó el futuro de los Hermanitos de María y el de los Catequistas. En diciembre de 1833, el consejo episcopal puso al cura Querbes en la alternativa de continuar el régimen provisional en que se encontraba la Sociedad desde noviembre de 1831, o de recibir los estatutos modificados por él (16). Quedarse con la primera propuesta era correr el riesgo de que el Arzobispo jamás aprobara la regla, lo que hubiera sido anormal para una asociación que iba dirigida a los pastores de la diócesis y en primer lugar al superior de ellos. El cura Querbes optó por la segunda solución. El texto aprobado el 11 de diciembre de 1833 (17) vuelve a tomar las disposiciones introducidas durante el verano precedente. La sociedad se describe como siendo a la vez "una piadosa asociación y una congregación religiosa". Los hermanos emiten votos públicos y perpetuos. Los cofrades "una promesa o voto de simple devoción". La introducción de los votos públicos marcaba una evolución clara de la Sociedad hacia el carácter de congregación religiosa. Para el arzobispo, esto debía aparecer como una


garantía indispensable. Para el cura Querbes fue una ocasión más de aceptar una palabra que no le gustaba, pero que iba también mucho más allá de la intención de quien la había pronunciado. Durante estos dos años (noviembre 1831-1833) se elaboraron cinco versiones sucesivas de los estatutos. El texto se concretó desde el punto de vista jurídico y pero también fue enriquecido. Allí se concretan los fines de la Sociedad en una fórmula definitiva "la enseñanza de la doctrina cristiana, en público, o en privado; y el servicio del santo altar". También otros artículos persistirán a través de los tiempos, especialmente el artículo 4º, donde se precisa la misión del catequista: "sea cual fuere la vocación particular del catequista no olvidará jamás el honroso título que lleva (...) si fuere sacerdote, nunca hablará a los fieles desde la cátedra sagrada sino para exponer algo de la doctrina cristiana; si se dedica a la enseñanza de las ciencias o de sus elementos modelará ante todo los corazones de sus discípulos enseñándoles la fe católica, si tuviera la dirección de un taller, tratará de formar varones cristianos con más empeño, incluso, que hábiles obreros; en una palabra, en cualquier situación en que se encuentre nunca perderá ocasión de evangelizar a Jesucristo, sobre todo entre los pobres, y de disipar de todas partes los prejuicios de la ignorancia y de la irreligión".


8 ACOGER A LOS PRIMEROS CATEQUISTAS

1833-1837. LAS PREOCUPACIONES ORDINARIAS. A partir de este día de enero de 1829 en que presentó la primera petición de autorización, el cura Querbes debió trabajar mucho. Sin abandonar su función de párroco, redactó las versiones sucesivas de los estatutos, las puso a limpio y las defendió. Encontró el tiempo para comprar una casa, componer el Directorio, publicar el A B C de las pequeñas escuelas y, para hacer un servicio al P. Augustin, capellán de las religiosas trapenses de Vaise, cerca de Lyón, escribió y publicó la vida del restaurador de esta orden en Francia, Dom Agustín de Lestrange. También comenzó el Ceremonial de la recepción de los catequistas; el texto será aprobado en 1834. "No debe haber un instante perdido o mal empleado en la jornada del catequista" escribirá más tarde (1855). Pero su salud se resintió. En diciembre de 1832 se vio obligado a detenerse. Pierre Liauthaud, que le vio entonces, se sorprendió al verle tan bajo de forma, tan sufriente (cartas del 6 y 20 de diciembre de 1832). Por su parte, el Sr. Cattet le escribía: "ahorre su salud, querido párroco y no se exceda imprudentemente en el trabajo" (19 de junio de 1833). Unos días más tarde, se le envía un sacerdote para, dice él, "darle una ayuda provisional y para que usted pueda ausentarse y reposar durante algunas semanas" (29 de junio). A todos estos problemas se añade el duelo por sus padres: su padre primero, fallecido el 26 de diciembre de 1829, y después su madre, el 24 de febrero de 1831. Pero la vida le arrastra y la Sociedad con su regla nuevamente aprobada exige toda su atención. Se dio a conocer al clero por medio de varias circulares: se le pedían Catequistas y se presentaban candidatos. Desde 1831 hasta fines de 1837, pasan por Vourles unas 80 personas: Catequistas, novicios, postulantes, "gente que viene a mirar". Adultos o jóvenes, a veces muy jóvenes. Todos no se comprometieron y todos los que lo hicieron no perseveraron en la Sociedad. Pero esto testifica que Vourles y lo que nacía allí ejercía una poderosa atracción. Entre estas dos fechas, los Catequistas fueron enviados a 18 parroquias, principalmente de la diócesis de Lyón. La parroquia de Vourles y el marco de la Sociedad necesitaban personal. En 1829, durante la estancia del sacerdote Querbes en París, fue reemplazado por el sacerdote Pompalier. La familia de este joven sacerdote había venido a instalarse a Vourles. Más tarde será obispo en Nueva Zelanda. Pero no se trataba más que de una ayuda puntual: había deseado (1) "un coadjutor, (...) algunos seminaristas designados como maestros de los postulantes". Pero ¿cómo van a nombrar un coadjutor en una sucursal? y ¿con qué sueldo? Por eso los refuerzos fueron bastante frágiles: un subdiácono que no había podido ir a enseñar


al seminario menor, un sacerdote a quien el consejo episcopal concedía justamente que celebrara la misa, un seminarista en espera de ser ordenado... Sin embargo fueron nombrados algunos coadjutores (2). Desde octubre de 1833 hasta mayo de 1840 se sucedieron ocho sacerdotes en la casa cural de Vourles, entre ellos Prosper Faivre, que se distinguirá por su buen carácter, su colaboración dinámica con el cura y su permanencia en Vourles: dos años y medio. Debió ser un buen compañero. Sabía poner en su correspondencia algunos detalles que harían sonreir a su párroco: mientras celebraba los funerales de Margarita Pourchet, pudo observar cómo "Emilio (quizás el heredero) parecía llorar solamente por un ojo, mientras parecía estallar de risa por el otro" (24 de febrero de 1836). Al fin de su vida publicará memorias en las que recuerda lo feliz que vivió en Vourles. Sin embargo había llegado allí con cierta aprensión: "el demonio de la desobediencia por la voz de algunos seminaristas había intentado demostrarme que el puesto era insostenible, inaceptable, que el párroco mataba a sus coadjutores (sin duda porque no jugaba y no frecuentaba los banquetes). Sí, mis superiores tenían razón, el señor Querbes era un párroco muy capaz, un sacerdote modelo, instruido, trabajador, sin ambiciones, sobrio y desinteresado, incluso en exceso, piadoso sin mezquinería ni fanatismo ni simple exageración, incluso era artista y muy alegre, quizás un poco mordaz, pero era incapaz de bajas envidias" (3). Pero el cura Faivre y el cura Tissut fueron casi los únicos que secundaron correctamente a su párroco. Algunos de los otros coadjutores llegaron incluso a complicar la vida del cura Querbes. Quedaba siempre pendiente el asunto de los recursos. Al fin del año 1831, de acuerdo con el Sr. Cholleton, el cura de Vourles puso en funcionamiento "la obra de caridad de San Viator", para recoger fondos (4). Éstos vendrían de los fundadores o fundadoras que entregaban 500 francos o más, o bien de bienhechores que se comprometían a dar 20 francos al año. El producto serviría para "adquirir y amueblar la casa del seminario menor, para pagar a los maestros y a los becarios, para formar un fondo de previsión..." El empleo del dinero sería supervisado y gestionado por "una junta de siete rectores temporales". No parece que el proyecto tuviera una continuidad inmediata, se volvió a insistir en él después de 1833, se imprimió una circular, se organizó un despacho (5). El Sr. Cholleton era el presidente; el Señor de Verna, vicepresidente; Victor Coste, notario-tesorero; el canónigo Desgarets, secretario. Benoît Coste recuerda en la Historia de la congregación que los hermanos de San Viator, cuya obra es tan interesante para la educación de los niños de los pueblos, llamaron a los Congreganistas en su apoyo y el comité encargado de la protección de esta obra se componía en gran parte de amigos nuestros" (6). Los fondos eran más necesarios que nunca pues el proyecto de adquirir una nueva casa para la formación de los postulantes iba tomando cuerpo. Por mediación del Sr. Cholleton, el cura Querbes pudo comprar, en 1835, un edificio en las montañas de Forez, el castillo del Poyet, a una quincena de kilómetros de Montbrison (Loira). El Poyet llevaba el título de castillo, pero ¡no era precisamente Versailles! El cura Querbes acompañó allí, personalmente, al primer contingente de moradores, en febrero de 1836. Era necesario trabajr mucho para hacer habitables aquellas piezas. Se quedó allí varias semanas, luego volvió a Vourles para las


fiestas de Pascua. El cura Favre fue a reemplazarle. "Yo tenía que instalar allí a dos de sus hermanos novicios, escribe en sus memorias. Teníamos 14 francos para tres e íbamos a pie a Montbrison, donde debíamos encontrar dinero y provisiones, pero donde lo único que encontramos fue el camino que conduce al Poyet, tres leguas entre bosques y con nieve. Sin embargo, yo estaba contento, éramos como soldados en campaña; Por eso, al no encontrar en el sonoro, enorme y viejo edificio, otro mueble que un recipiente con tres huevos podridos grité: ¡bravo!, he aquí el título del castillo: la vasija está!".*1 Se quedó poco tiempo allí, fue nombrado coadjutor en Lyón y reemplazado por un sacerdote de Bourg-Argental, el cura Charles Faure, a quien se propuso, no se sabe por medio de quien, para que trabajara al lado del padre Querbes. Vicente Pater lo anunció a su amigo diciéndole que tendría con él un "verdadero santito" (24 de febrero de 1836). El truculento cura Faivre, que había conocido a Carlos Faure en el seminario aportaba un bemol: "me parece un hombre que se puede ahogar en un escupitajo de beata" (25 de febrero). ¡No parecía muy halagüeño para las beatas, pero el coadjutor tenía razón!. El cura Faure fue ayudado por Jean-Jacques Mermet, que había ingresado en la Sociedad en diciembre de 1835 y a quien el cura Querbes reconocía "mucho gusto y aptitud para dirigir los estudios, cosa que hace muy diligentemente" (7). En octubre de 1836, estudiaban en el Poyet 18 postulantes de edades muy diversas (8).

DAMOISEL, BACHOUD, Y ALGUNOS OTROS Poco a poco, se iba organizando la Sociedad. La mayor parte de los catequistas eran enviados, solos, a las pequeñas parroquias, pero no siempre era fácil la vida cuando habitaban en la casa del cura. Todos se reunían en Vourles del 21 de septiembre al 21 de octubre para participar allí en el retiro anual y en una sesión de formación. Para algunos era necesario: Por cada Tomás Nogier o Pierre Liauthaud, cuya expresión escrita era impecable se encuentran muchos Jacques Bachoud que escribe tontamente al director de la Sociedad indicando su sorpresa al encontrar, en su clase, niños que "ciertamente están más impuestos que yo en la gramática, en la ortografía y más aún en el análisis" (30 de enero de 1837) Y la carta contiene más de 30 faltas y una decena de frases mal construidas... Por otra parte, las primeras dificultades que padeció la Sociedad vinieron de personas como ésta. Jacques Damoisel, un maestro competente, confunde el dinero de la escuela y el del cura, con el suyo propio, y la Sociedad debe desembolsar sus 4.000 francos de deudas; Lussereau abandona su escuela dejando deudas, una casa saqueada y una fama dudosa; Marin Poncillon se mezcla en el asunto de pedir que se vaya el párroco con quien no se entiende 1

.- N.T. en francés se presta a un juego de palabras: le "pot y est" = le Poyet.


bien. ¿Es necesario decir que fue él quien tuvo que marchar? Convert tiene una conducta escandalosa... Catequistas rápidamente reclutados, no siempre competentes, a veces adultos que habían fracasado en otra parte, esto no podía crear más que problemas. Vincente Pater, en el elogio fúnebre que hará de su amigo Luis Querbes, recordará estos años difíciles; en su esquema, hablando de los comienzos de la Sociedad, anota:"su débil comienzo. Sus dificultades. Asociados escandalosos. Oposición de los que debían apoyarle. Ningún recurso financiero" El cura Querbes lo reconoce: "nos vimos obligados más de una vez a mandar a casa sujetos recibidos apresuradamente y a retirar algunos de ciertos puestos" (10 de febrero de 1839). Por fortuna también tenía a Pierre Liauthaud, Jean-Jacques Mermet, Claude Robin, Jean-Pierre Blein, Antoine Thibaudier, Louis Fraigne y otros, cuya conducta era irreprochable y su abnegación para la Sociedad y la causa que habían adoptado, sin límites. Pero éstos hacían poco ruido, mientras que a los otros se les oía bien.

1836, LA CRISIS. Se les oía incluso hasta en el arzobispado, que por medio de una nota seca del Sr. Cattet pidió cuentas de ello al cura Querbes y le dijo que tenía que elegir para los catequistas un hábito distinto de la sotana, "otro hábito más propio para su estado por su modestia y que no comprometa nuestro santo hábito" (23 de noviembre de 1836). Según los estatutos aprobados, los Catequistas llevaban "la levita negra con el alzacuello blanco". Los que habían recibido del obispo "el permiso de realizar las funciones de clérigos parroquiales o sacristanes (llevaban) el hábito eclesiástico con el pequeño alzacuello blanco en lugar de la golilla". El hecho de que la autoridad episcopal se entrometiera en un punto anteriormente aprobado ¿no suponía el riesgo de verle inmiscuirse un día en algún asunto más fundamental que el hábito? El Padre Querbes respondió inmediatamente con una carta en que se evidencia la emoción contenida (9). Recuerda, en primer lugar, el hábito que los Catequistas tienen autorización de llevar y por qué: "esta decisión está perfectamente de acuerdo con el espíritu de la Iglesia. Enseñar la doctrina cristiana y servir al santo altar son funciones totalmente eclesiásticas". Luego, utilizando la expresión empleada por el Sr. Cattet, da unas indicaciones acerca de siete "individuos" que han abandonado la Sociedad o que van a abandonarla. Se permite una llamada de buena lid: ¿habría que "despojar a todos los sacerdotes de su hábito porque el Sr. Giraud no lo ha honrado?". El "miserable Giraud" como sigue diciendo el cura Querbes, era uno de sus coadjutores, juerguista desconsiderado, de quien tuvo que quejarse. ¿Se puede cambiar impunemente una disposición de un texto aprobado sin provocar malestar? "¿qué idea se formarían (los clérigos) de la estabilidad de nuestra Institución si, de repente, de un plumazo y sin dar ninguna explicación, habría que borrar uno de los artículos considerados esenciales en los reglamentos de una sociedad religiosa?". Y acaba subrayando la cuestión y recordando una vez más su postura y la de la mayor parte de los catequistas: "Finalmente, Señor Vicario general, si el consejo de Monseñor no nos


es favorable, cosa que deduzco claramente de la medida que me proporciona el honor de recibir su carta, mientras que el Sr. Cholleton, encargado de dirigirnos, no me ha dicho una palabra sobre su contenido. Si no se nos quiere juzgar por nuestras obras, sino por algunos informes que nos sería fácil reducir a su propio valor rompiendo el silencio que voluntariamente nos hemos impuesto sobre ellos; si nuestro destino es sufrir unas medidas lamentables, yo le aseguro de antemano nuestra obediencia, en nombre de la Sociedad (...) Puedo responder de la abnegación de un gran número de clérigos. Su Ilustrísima nos puede arrojar por tierra de un plumazo. Nos levantaremos con un saco al hombro y, guiados por la Providencia, iremos en busca de nuevas pruebas" (25 de noviembre de 1836). Él protesta de su fidelidad, pero la disposición tomada por el consejo le ha herido, esta decisión hiere también a los Catequistas. A partir del 3 de diciembre, el cura Charles Faure escribe: "Usted ha recibido del arzobispado la decisión por la cual nuestros clérigos no podrán llevar en adelante el hábito eclesiástico. Cuando el Sr. Cholleton me lo dijo me sentí muy incómodo, sobre todo pensando en la pena que usted tendría (...) la decisión fue tomada en un momento en que el Sr. Cholleton se encontraba ausente del consejo, en otro caso, el habría protestado". Pierre Liauthaud es más categórico: "yo no sabía que el Sr. Cattet había llegado al punto de hacer suprimir la sotana en nuestra Sociedad, jamás hubiera creído al arzobispo de Lyón tan inconsecuente como se ha mostrado respecto a nosotros. Hoy aprueba y mañana desaprueba. ¿Cómo podemos fiarnos de la aprobación que ha hecho de nuestros estatutos? El día menos pensado el señor Cattet va a pedir al consejo episcopal la suspensión. ¡Nos tiene arreglados, este monseñor!. El no sabía que varios de nosotros habían hecho ya votos perpetuos bajo el hábito eclesiástico y que suprimiendo este hábito se suprime en cierto modo nuestros votos que, yo no lo dudo, han sido agradables a Dios" (13 de abril de 1837). Unos meses más tarde, el cura Querbes dejaba desbordar su hastío en una carta a Carlos Faure: "las contrariedades amargas se suceden. No hay un sacerdote abnegado. sin embargo necesitamos uno. Me temo que las ideas desfavorables que se han extendido sobre nuestra obra y sobre el que la dirige no nos ayuden mucho. Monseñor decía en una reunión no hace mucho tiempo: "los hermanos del señor Querbes no son de fiar" Se le podría responder: "los sacerdotes que Su Excelencia me ha enviado lo son menos todavía" (16 de mayo de 1837). Monseñor de Pins habla de los "Hermanos del Señor Querbes". Los catequistas que habían llamado la atención en el arzobispado no eran religiosos. Quizás radica aquí una ambigüedad "la Sociedad de los Catequistas era a la vez una asociación piadosa y una congregación religiosa" como lo precisa el artículo 7 de los estatutos. ¿No consideraba el consejo episcopal a los Catequistas, sobre todo, como religiosos?. ¿En qué medida no se habían quedado, para el cura Querbes, en los seglares que él había imaginado? Como el registro de entradas se comenzó o se volvió a escribir en 1837 y allí no constan más que los que habían salido hasta esta fecha, es difícil saber de una manera precisa quién ha sido catequista, la fecha de su entrada, su estatuto (si era religioso o seglar) en los primeros años de la Sociedad. Parece que en 1837 ya no había seglares en la Sociedad y que la hermandad había dejado de existir de hecho. La reunión anual de 1837 permite la celebración del primer consejo de la Sociedad


(entonces se decía "discretorio"). Reunió alrededor del director, a los formadores (Faure y Mermet) y a los Catequistas, que con el título de "mayores" formaban parte del cuerpo dirigente (Favre, Liauthaud y Robin). El consejo reglamentó diversos puntos: los estudios, las condiciones de apertura de nuevos establecimientos. También precisó algunos detalles del vestido: los catequistas comprometidos temporalmente llevarían la levita o el redingote, los definitivamente comprometidos llevarían una sotana modificada que permitiría distinguirlos de los eclesiásticos. Tres días más tarde, los nuevos catequistas admitidos en la Sociedad pronunciaron votos condicionales sin que se sepa exactamente cuáles eran las condiciones. Este 21 de octubre de 1837, la Sociedad tenía ya 22 o 23 miembros. Había surgido otra dificultad: "los Catequistas emitían un voto o una promesa al Señor Arzobispo de Lyón" y dependían de él. Pero algunos enviados a Coligny (diócesis de Belley), a Saint-Victor de Morestel (Grenoble) o a Saint-Sulpice (Nevers) dependía de otros obispos. ¿No se corría el riesgo de que estos quisieran también introducir en los estatutos condiciones y obligaciones propias para su diócesis? Se sabía que Monseñor Devie (de Belley) no quería una congregación que dependiera de otra autoridad que la suya. Esto era un freno para la expansión de la Sociedad y un riesgo para su unidad. Cuando, en 1839, recuerda la historia reciente de la fundación, el cura Querbes indica, al hablar de la crisis de noviembre de 1836: "fue entonces cuando el fundador de los Clérigos de San Viator tomó la resolución de pedir a la Santa Sede Apostólica la aprobación de los estatutos de la Sociedad para protegerlos de todo cambio".

9 CONSENTIR LA CONSOLIDACION DE LA SOCIEDAD

FEBRERO DE 1838. EL EXPEDIENTE PARA ROMA. No es solamente "un decreto de alabanza" lo que el fundador espera de Roma, es decir, una especie de reconocimiento de los fines de la Sociedad, sino más bien la aprobación definitiva de la regla. Habitualmente la aprobación pontificia de los estatutos o de las constituciones no se realiza más que varios decenios después de la fundación de una congregación, una vez que ésta ha experimentado durante cierto tiempo. Para las noventa congregaciones masculinas fundadas en el siglo XIX y que todavía hoy existen, ha pasado más de 50 años de media entre su nacimiento y la aprobación definitiva de sus reglas. Los catequistas de San Viator no tienen aún siete años cuando el cura Querbes solicita su aprobación. Por su parte, parece una empresa que humanamente podría calificarse de audaz e incluso un poco temeraria. También sus contemporáneos la consideraban así. Charles Saulin


cuenta que cuando partió para Roma, el cura Querbes fue tratado de "presuntuoso y loco". Su antiguo maestro Guy-Marie Deplace le escribirá: "¿se acuerda de las siniestras predicciones que hizo cierto Monseñor cuando usted marchó?, parece que con su terquedad natural quiere usted desmentir el oráculo: se lo deseo. Nadie más interesado que yo por su éxito; pero sigo dudando aún" (20 de julio de 1838). "Presuntuoso", "loco", "siniestras predicciones" un amigo que duda del éxito: no era demasiado animador. Dos amigos por lo menos no dudaron, el padre François Renault, jesuita de La Louvesc escribe: "va usted a Roma, ¡bendigo al Señor!, este viaje será, lo espero, para su gloria y para el bien de la congregación de la que es fundador" (2 de mayo de 1838). Y el padre Renault recomienda enseguida al Padre Querbes a muchos miembros influyentes de la Compañía de Jesús. Pauline Jaricot le confiesa su alegría cuando él le anuncia su viaje: "estoy demasiado contenta por esta buena aventura. Vivan Jesús y María. ¡Qué bueno es embarcarse en su tan amable compañía!" (mayo 1838). Ella también le recomienda a personas influyentes que conoce como el padre Pascal o la baronesa Kimski. Antes de ser transmitidos a Roma, los estatutos sufrieron una nueva verificación en el arzobispado, en febrero de 1838 (1). desapareció lo concerniente a la cofradía. Recurrir a Roma ¿no era para el cura Querbes una última esperanza, una última tentativa de hacer aprobar la primera idea de la Sociedad?. El no lo dice pero, en la práctica, obra así. Redacta con mucho cuidado en francés y en latín un capítulo adicional sobre "los catequistas seculares" (2). Su papel, sus obligaciones, los vínculos que deberán tener con el director, están minuciosamente descritos allí. En julio de 1838, en la presentación que hace de los Clérigos de San Viator al cardenal encargado de estudiar el dossier de aprobación, le indicará: "los asociados célibes componen la Sociedad regular (la Sociedad religiosa)"; son sus estatutos los que se someten a la aprobación de la Santa Sede Apostólica. La otra clase de hermanos, de cofrades seculares y piadosos catequistas, que podrían ser casados, no existe todavía. Pero habiendo reconocido el gobierno civil el derecho de dirigirlos sería muy bueno aprovecharse de ello" (3) Por su parte, Monseñor de Pins escribió una súplica al Papa Gregorio XVI, para presentar a los "hermanos catequistas" y recomendar la aprobación de sus estatutos (4). El tono no tiene nada en administrativo. No se comprendería, desde luego, si se imaginase una especie de competición entre un sacerdote y su obispo que recurren a un arbitro para arreglar las diferencias. Monseñor de Pins y el cura Querbes pertenecen a la corriente ultramontana. Recurrir a Roma no es desafiar a su obispo y el obispo lo sabe. Esta "tentación ultramontana" (5) entra, poco a poco, en las mentalidades del clero en Francia. Parece que el cura Querbes había intentado antes obtener la aprobación pontificia sin tener que ir personalmente a Roma (6). En el momento en que terminó el expediente, su estado de salud no le permitía realizar este viaje. El 19 de enero de 1838, escribía a Carlos Faure: "su firma (su compromiso en la Sociedad) cuando Dios le inspirará que me la envíe me aliviará de una inmensa inquietud. Me parece que desde hace mucho tiempo la muerte planea sobre mi. Entonces diría yo, con una satisfacción infinita, mi nunc dimitis". En una carta del 5 de febrero, aparece una breve nota en un tono parecido. El 20 de este mismo mes, en una carta al Sr. Cholleton en la que le devuelve los estatutos corregidos, confiesa: "no nos queda más


que desear que la respuesta sea favorable y rápida. Después de esto yo diré gustosamente mi nunc dimitis, porque debo confesarle que formido mortis cecidit super me (me sobrecoge un pavor mortal). salmo 55, versículo 5)". "Hay que resolver un terrible problema de cálculo" escribe el 26 de febrero de 1838 y, un poco más tarde: "estoy un poco mejor y acabo de hacer mi primera salida" (16 de marzo). Por consiguiente, el Padre Querbes trabaja su "dossier" en el sufrimiento físico y moral con la esperanza de una conclusión feliz que le habría permitido dejar en otras manos la responsabilidad de la Sociedad. Con todo, hizo este viaje.

21 DE SEPTIEMBRE DE 1838. LA APROBACION PONTIFICIA. Parte el 8 de mayo. Deja la parroquia y la dirección de la Sociedad en las manos del cura Faure. Pero éste sufre una operación en los ojos y no volverá Vourles más que en julio. Es el cura Tissut, vicario, quien le suplirá durante este tiempo y le escribirá largas cartas donde le informa de la vida parroquial. El viaje de ida dura siete días (7). Se hace en barco de Lyón a Avignon; en diligencia de Avignon a Marsella; otra vez en barco hasta Civitavecchia y, de nuevo en diligencia, hasta Roma. Y he aquí al Padre Querbes, en esta Roma que es, todavía por un poco de tiempo, la capital de los Estados Pontificios. Una Roma de unos 200.000 habitantes (8), que flota en el interior de las viejas murallas, mientras que las viñas y los jardines crecen entre basílicas y palacios y los rebaños comen la hierba entre los monumentos caídos de un forum invadido por cinco o diez metros de escombros. La ciudad ha conservado su dédalo de calles y callejuelas que no airean todavía las escasas excavaciones realizadas desde 1870. Luis Querbes habita en la pensión Sauve, a dos pasos de la iglesia y de la casa de los jesuitas, en el barrio de Campo de Marte, el más poblado y el más animado. Es cierto que Roma le sedujo: es la ciudad de las maravillas, escribe a su amigo Vicente Pater. Yo, preocupado por el negocio importante que me ha traído aquí, la he visto solamente de paso pero ya tendría de qué llenar un libro o charlar durante cuatro o cinco tardes; además, me sería imposible contar las impresiones que se experimentan al contemplar las obras de arte y los lugares santos que se encuentran a cada paso" (22 de mayo). Y en una carta escrita el mismo día a Charles Faure: "Roma es una piedra de tropiezo y de escándalo para nuestros desgraciados impíos e, incluso, para gran número de sacerdotes franceses que llegan aquí con su espíritu crítico. Roma es la fuente de los sentimientos y de las emociones cristianas y sacerdotales para quien tiene la dicha de encontrar los santos lugares a su llegada. Este ha sido mi caso." Pero él no ha venido aquí a hacer turismo... El escribe cartas, súplicas e informes en francés, latín o italiano. Interviene, respetuosamente pero con insistencia, ante Monseñor Soglia, el secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, ante cardenales, especialmente ante los cardenales Sala y Mari. Ante Gregorio XVI en persona.


En Roma como en otras partes y sin duda más que en otras partes, no pasa nada si no se es un poco introducido, guiado, protegido. El cura Querbes citará algunas personas que han favorecido sus trámites: "los reverendos padres Roothaan, general de la Compañía de Jesús, Rosaven, asistente de Francia, de Villefort, sustituto del Secretario, Vaure, penitenciero francés y Menor conventual, y Sauveur Pascal, superior general de los misioneros llamados piadosos obreros" (10 de febrero de 1839). Una mención especial debe hacerse a la colaboración de la Compañía de Jesús. Los padres Roothaan, Rosaven, de Villefort son jesuitas; el Cardenal Mai lo era antes de ser promovido. El cura Querbes no dice explícitamente lo que debe a la Compañía de Jesús, pero quince días después de su llegada escribe: "Demos gracias al Señor por haberme hecho encontrar a los padres jesuitas. ¡Qué hombres estos! He aquí la primera orden religiosa y el modelo de todas las demás. Roguemos a Dios para que nosotros lleguemos a ser jesuitas abecedarios" (22 de mayo). Lo que no quería decir que los Clérigos de San Viator debían ser jesuitas a medias, sino que debían ser, en su dominio propio, las escuelas de los niños, donde se aprende el abc, tan competentes y eficaces como los jesuitas lo son en su dominio, especialmente en los colegios. Además de su acción y de sus trámites, el cura Querbes cree firmemente en el poder de Aquel que, dice él: "es el patrón de los corazones y de las voluntades" (21 de agosto). Una vez que ha hecho todo lo que humanamente le corresponde, se pone en las manos de Dios en la oración, el retiro (hace dos retiros en la casa de los jesuitas), la peregrinación a Loreto y a los diversos lugares venerados en Roma. Su estancia en Roma comprende tres períodos de desigual duración. El primero va desde el 15 de mayo hasta primeros de agosto. Es el descubrimiento de la ciudad eterna, las visitas de cortesía, la presentación de la Sociedad, la primera audiencia concedida por el Papa Gregorio XVI y el trabajo con los miembros de la Sagrada Congregación para los Obispos y Regulares. El Padre Querbes sospecha, ya desde entonces, que su presencia en Roma será más larga de lo previsto: "a pesar de todas las promesas de celeridad que se me han hecho, me temo que el asunto durará algún tiempo. Sea lo que fuere, estoy decidido a quedarme hasta el final" (22 de mayo) ¡Palabras un poco imprudentes! Se trata de obtener la aprobación de un texto de 35 artículos que llevan disposiciones concretas y la administración pontifical se toma el tiempo suficiente para examinar con calma los textos que se les ha sometido... El segundo período abarca el mes de agosto, un mes de pruebas. El 3 de agosto los miembros de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares se reúnen y estiman que debe diferirse la aprobación de los estatutos. Los catequistas dependen hasta el momento del arzobispo de Lyón, que recibe los votos de los religiosos, puede dispensar de ellos, tiene derecho a vigilar la administración, etc. En Roma, algunos artículos han sido modificados y ha desaparecido la referencia al arzobispo de Lyón. Los catequistas pasan de un horizonte diocesano al horizonte universal de la iglesia. Los cardenales estiman que, al menos por cortesía, deben consultar a Monseñor de Pins y que le corresponde a él dar su acuerdo a la nueva versión de los artículos retocados. Lyón, por consiguiente, debe decir su palabra.


El Padre Querbes esperaba una aprobación rápida. La decisión del 3 de agosto va contra su deseo de volver rápidamente a Vourles. El 6 de agosto escribe a Monseñor de Pins y le somete los cambios proyectados y le pide una rápida respuesta. Concluye la carta con estas palabras: "entre las dificultades y los calores acaban de hacerme pagar el tributo al clima de Roma. Entre el fastidio de las "contrariedades" o del clima (este calor que ahoga, ¿qué es lo que más le ha abatido?). El hecho es que está enfermo durante varias semanas y se verá obligado a abandonar Roma para ir a buscar un poco de descanso en las alturas más templadas de las colinas albanas. A pesar de su estado y para hacer avanzar su expediente, escribe a los cardenales y al Papa. Sigue sobre todo creyendo en la Providencia. "Mi salud está deteriorada, una irritación de vientre me consume y me anonada, ruegue a Dios por el pobre sacerdote francés que lucha aquí por asentar el fundamento de nuestra obra. Es el momento en que los obstáculos se elevan a la altura de las montañas, pero también el momento en que Dios me concede la gracia de estar más decidido que nunca. In te Domine speravi non confundar in aeternum (A Tí, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado). Salmo 31,2 (9 de agosto). La respuesta de Monseñor de Pins va mucho más allá de lo que el Padre Querbes esperaba: el arzobispo no solamente suscribe los cambios propuestos, sino que incluso acepta de antemano todos los "cambios" y supresiones, todas las modificaciones que la Sagrada Congregación desee hacer a los reglamentos. Lo esencial es obtener de la Santa Sede esta aprobación que consideramos con razón la garantía de la prosperidad de los Clérigos de San Viator" (15 de agosto). Monseñor de Pins añade: "como no pongo límites a mi deferencia por la prudencia de la Santa Sede Apostólica si, a su juicio, hubiera algún otro título que cambiar me someto de antemano, desde ahora, a los cambios exigidos para acelerar, en lo que me concierne, la expedición de este asunto" (15 de agosto). Esta respuesta debió suponer un buen remedio para los males del Padre Querbes. El tercer período es el mes de septiembre, un período breve pero muy ocupado. Se completa el dossier con algunas partes nuevas. Es sometido de nuevo a los cardenales, después el cura Querbes se retira a la casa de los jesuitas para hacer un retiro. El 21 de septiembre de 1838, los miembros de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares reunidos en sesión plenaria aprueban la versión definitiva de los estatutos de la Asociación de los Catequistas de San Viator (9). El Padre Querbes se entera muy pronto. Al día siguiente, por la mañana, escribe al P. Faure: "entonad el Te Deum, todo ha terminado y la Sociedad acaba de recibir su existencia de aquel que, en nombre de Dios, da a todas las instituciones la fuerza y la vida. Se nos ha dicho : Crescite et multiplicamini (creced y multiplicaos). Dichosos por este éxito, ahora solamente debemos pensar en alcanzar nuestro fin y en justificar nuestro título de catequistas" (22 de septiembre). El decreto de aprobación esta firmado el 27 de septiembre. El documento pontificio solemne de aprobación (las letras apostólicas) será publicado el 31 de mayo de 1839 y llevado a Francia por Paulina Jaricot.


Una vez alcanzado su objetivo, el Padre Querbes se apresura a volver a Vourles. Va a visitar al Papa el 27 de septiembre. Una semana más tarde, el 4 de octubre, parte de Roma. El camino de vuelta es el mismo que hizo al venir. Diez días más tarde es recibido con entusiasmo por los religiosos y feligreses de Vourles.

INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LA APROBACIÓN La Sociedad aprobada el 21 de septiembre de 1838, es una congregación religiosa. Dejando aparte lo referente a los votos y a la dirección, la regla vuelve a tomar las disposiciones que ya estaban en vigor. Los votos se emiten en primer lugar por cinco años, después para siempre. El director principal, elegido por el Capítulo General, ya no tendrá que hacer aprobar sus decisiones por el arzobispo de Lyón. El cura Querbes había ido a buscar la estabilidad para la Sociedad. La tendrá, aunque pueda ocurrir que alguien, como al cardenal de Bonald, sucesor de Monseñor de Pins, experimente el deseo de intervenir inoportunamente. La aprobación pontificia permite a los Clérigos de San Viator abrirse a un horizonte más vasto que el horizonte diocesano. En los diez años sucesivos se aprovechará de ello. El Padre Querbes había ido a Roma para reconocer la Sociedad tal como él la había imaginado primeramente. En una nota redactada para presentarla añade tres notas en italiano (10). La redacción de la tercera tuvo que ser para él un tormento. "Aconsejado por su excelencia Monseñor Soglia y el reverendo padre Rosaven, no se reproducirá el apéndice que contenía el proyecto de la cofradía de los catequistas seculares". ¿Se le ha hecho notar que intentar obtener una aprobación en este sentido hacía correr el riesgo de comprometerlo todo? Es posible. En todo caso se le dijeron buenas palabras: asegurará más tarde que el capítulo de los catequistas seglares ha sido visto y aprobado verbalmente en Roma" (11). Pero en Roma, como en otros lugares, las palabras vuelan... Tampoco él vuelve de Roma tal como había marchado: vinculado hasta allí a la Sociedad por la simple promesa de "sacerdote catequista" el 27 de septiembre pronuncia ante el Papa sus votos perpetuos en la congregación de la que él es el primer general y se convierte en el Padre Querbes. "Lejos de mi ser fundador de orden" había protestado en 1829. Uno de sus hermanos le tomaba el pelo entonces: "piense usted más seriamente, tome usted un aire más solemne, piense que es usted fundador de orden en potencia. Me parece ya verle en un nicho de su capilla o encima de un pedestal en la sala del capítulo. Allí me lo imagino con la cruz del abad en la mano derecha y sus estatutos en la mano izquierda, con el globo terráqueo bajo sus pies y un San Viator que le pone en la cabeza una corona de inmortalidad..." (9 de junio de 1829). Como muchos otros, Luis Querbes fue amenazado con tener que caminar sin saber muy bien a donde iba. Humanamente una fundación puede ser percibida como una historia en la que intervienen personas, relaciones de fuerza, conflictos de intereses... y esto ocasiona una


enorme cantidad de papeles en los archivos. Pero no es solamente eso. Es una aventura espiritual en la que el actor principal no cae bajo la lupa del observador. El Espíritu no deja documentos autentificados. Y él está de las dos partes: camina con aquel que se ha puesto a caminar e inspira, también, a aquel que pone los postes indicadores. El caminante correría el riesgo de perderse si no los respetara. Pero si no hubiera caminantes ¿quién habriría caminos? La primera idea de Luis Querbes no tuvo una continuidad inmediata. Era sin duda una utopía pensar que los seglares pudiesen, en el siglo XIX, tener funciones reservadas hasta el momento a los clérigos. Esto hubiera supuesto una especie de igualdad entre el clérigo y el seglar, cuando en la época se vivía un clericalismo que jerarquizaba mucho las funciones. Quizá para remediar esta dificultad, el Padre Querbes había imaginado ver a los seglares beneficiarse de las disposiciones previstas por el Concilio de Trento para las ordenes menores y que hasta el momento eran sólo letra muerta. Pero ¿no era también una especie de recuperación inconsciente del laicado por la clericatura?. Sin duda, Monseñor de Pins arruinó el proyecto primitivo. El cura Querbes es consciente de esto "la segunda clase (los cofrades) no fue posible, la autoridad eclesiástica se había negado a aprobarla" escribe en 1849 (13). Pero al hacer entrar a los Catequistas en una forma clásica y reconocida en la época, el arzobispo salva a los Clérigos de San Viator que sin la autorización episcopal se habrían extinguido como otros muchos ensayos del siglo XIX. El 15 de agosto de 1838 al dar su acuerdo a las ligeras modificaciones que se le habían sometido, anota: "en esta forma de redacción yo veo un futuro y este futuro me consuela". A pesar de su tenacidad y su voluntad de responder lo más fielmente posible a la idea que le había venido en presencia de Dios, Luis Querbes aceptó, aunque le costara mucho, estas evoluciones y estas verificaciones. Cuando en Roma, el dossier parecía bloqueado, escribe al cardenal que lo sigue: "sean cuales fuere las observaciones, las correcciones, los cambios que tenga que hacer en los estatutos, la única cosa que me tomo la libertad de pedir con insistencia a Su Eminencia es que se digne darme lo más pronto posible la aprobación, sean cuales fuere las modificaciones con tal de que respeten el fin y el nombre del instituto" (28 de julio). Establecía así una distinción esencial entre el corazón del proyecto y las formas concretas en las que este proyecto podría encarnarse. Por su parte, el aceptar las modificaciones hechas en 1832, 1833, 1836 y 1838, era manifestar un profundo sentido eclesial. Pero también era saber que el Espíritu sopla donde quiere el recordar al arzobispo de Lyón, en 1841 que: "esta facilidad de poder erigir en cofradía y dirigir legalmente una asociación de maestros laicos era una verdadera conquista. El uso de este derecho sería precioso puesto que los señores párrocos reclaman en todas partes maestros piadosos y cristianos y que simples asociados, catequistas seculares, bien por su vestido o bien por su género de vida ordinario o bien por el secreto de su dependencia de una sociedad religiosa, despertarían en menor grado, los prejuicios de estos tiempos desgraciados. Esperamos en este punto las órdenes de Su Eminencia" (10 de julio de 1841). También es mantenerse fiel al Espíritu el incluir en la recopilación de los textos importantes de la Sociedad, en el registro conocido bajo el título de Libro de oro, el capítulo adicional sobre los catequistas seculares. Y también será permanecer fiel al Espíritu el escribir


en el comentario de los estatutos en 1855: "en su sesión 23, capítulo 17, el Santo Concilio de Trento emite el deseo de que las funciones de las órdenes menores no sean ejercidas en las iglesias más que por clérigos promovidos a estas órdenes. Mientras este deseo se realice y siguiendo las huellas de San Viator, nuestro patrón, el P. Querbes explica bastante bien su idea en el estatuto de que el Catequista dedicará diligentemente al servicio del santo altar el tiempo que le deja su empleo particular". ¿La idea primera no tuvo continuidad? Pero las buenas ideas tienen la vida larga. Si no germinan hoy quizás germinarán pasado mañana...


10 ACOMPAÑAR EL DESARROLLO DE LA CONGREGACION

PIERRE LIAUTHAUD, EL MAESTRO DE NOVICIOS Una vez pasadas las fiestas del retorno a Vourles, el Padre Querbes se sintió obligado a organizar la Congregación. Se creó un noviciado regular y Pierre Liauthaud fue elegido maestro de novicios. A pesar de su aprensión ante esta carga, el hermano Liauthaud fue a hacer los ejercicios de San Ignacio al noviciado de la Compañía de Jesús en Avignon. El noviciado de Vourles se inauguró el 1 de junio de 1839. Un jesuita, el Padre Brumauld, había predicado un retiro a los Clérigos de San Viator y lo hará todavía varias veces. También lo hicieron otros padres jesuitas. El maestro de novicios pasó por Avignon, el reglamento del noviciado está calcado en las Instrucciones para el noviciado de la Compañía de Jesús. Por consiguiente, la formación de la Congregación se puso en camino con el espíritu y el apoyo real de los padres jesuitas. Pierre Liauthaud (1793-1857) había nacido en Brianson (Hautes-Alpes). En su juventud fue, como muchos de sus compatriotas, uno de los numerosos maestros itinerantes que pasaba los meses de invierno fuera de sus montañas para alquilar sus servicios a los ayuntamientos o aldeas del valle del Ródano o de la región lionesa. Las escuelas temporales de estos "montañeses", "saboyanos" o briançonnais" como se les llamaba entonces, daba una especie de desvastado que no iba muy lejos (1). En 1830, Pierre Liauthaud llevaba una escuela permanente en Saint-Bonnet-de-Cray (Saona y Loira) donde trabajaba, además, como secretariado del ayuntamiento. Se sabe que llegó a Vourles después de haber leído la noticia oficial de la aprobación de los estatutos. En 1833, un inspector lo estima "bastante capaz" e indica que "es bastante amado y estimado" como maestro (2). "Ha sabido conquistarse el afecto de los niños y de los padres en todas partes, escribía de él el fundador. Hace muy bien el catecismo, tiene una piedad viva y alegre, discernimiento, celo, inteligencia y una gran abnegación. Sin embargo, necesita ser moderado y dirigido" (10 de febrero de 1839). Pedro Liauthaud emprendió su nueva función con entusiasmo. Compuso las Instrucciones sobre los estatutos de la Sociedad (125 conferencias), Meditaciones para todos los días del año, así como también diversas conferencias e instrucciones para el noviciado. También mantuvo una correspondencia continua con religiosos, quedan unas 200 cartas suyas, algunas bastante largas.


Supo ser un guía apreciado por los novicios y por los religiosos. Las confiadas relaciones que se establecieron le abrieron los corazones. Había religiosos que le escribían para darle a conocer los pequeños y grandes problemas que surgían en las escuelas o en las parroquias. También ocurría que pasaban por él para llegar al superior. Se llegó a hablar del Padre "Liauthaud", del buen Padre "Liauthaud" y la expresión se permanece, el mismo Padre Querbes la emplea. "Necesita ser moderado" había escrito el Padre Querbes, una pequeña frase que explica muchas tensiones que surgirán entre el fundador y el maestro de novicios. El hermano Liauthaud quería que los novicios recibieran una buena formación y le parecía mal que el superior, apremiado por la multiplicación de las escuelas y la obligación por los hermanos de obtener el permiso de enseñar, pareciera dar prioridad a la formación profesional, de aquí se siguió una oposición en las maneras de ver y de obrar del Padre Querbes, oposición que condujo en varias ocasiones a crisis agudas. La apertura del noviciado de Vourles dejó casi sin postulantes la casa del Poyet. En aquel tiempo el Poyet se había revelado poco cómodo, a causa del frío en invierno y del aislamiento, que hacía los viajes muy dificultosos. Por eso se decidió cerrar la casa trasladando los postulantes a una casa abierta en Nevers. A partir de 1837, Clérigos de San Viator habían sido enviados a dos parroquias de La Nièvre (Saint-Sulpice y Germigny) y en 1838 a una de l'Allier (Le Donjon). El Padre Querbes esperaba un desarrollo de la Sociedad en estas regiones, a pesar de estar alejadas de la casa madre. El Padre Faure abrió la casa de Nevers en la primavera de 1839. La casa del Poyet se puso en venta y, mientras esperaban un eventual comprador, un religioso aseguraba la custodia. En octubre de 1839, Francisco Gloppe y dos postulantes fueron a pasar allí algunos días de descanso. Una mañana, habiendo limpiado un fusil salieron a cazar. De regreso, para atajar, escalaron una pared. "El joven Gloppe, para encaramarse más fácilmente, colocó el fusil al pie de la pared. Desde arriba se inclinó para coger el arma, que estaba cargada, y debido al frotamiento contra la pared se disparó. La bala le atravesó el hombro izquierdo" (François Favre). François Gloppe murió el 26 de octubre, tras 10 días de grandes sufrimientos, tenía unos 19 años. Es el primer Clérigo de San Viator que llegó a la casa del Padre.

1840, LAS FINANZAS EN NUMEROS ROJOS En febrero de 1840, según un informe del Padre Querbes, había en Vourles "más de 30 novicios" y 18 postulantes (3). Si tenemos en cuenta los hermanos que había en aquel momento ¡constituyen un buen número! y aunque no se celebraba fiesta todos los días, muy lejos de esto, el mantenimiento de esta cincuentena de personas costaba caro. Y más todavía, si se tiene en cuenta que Nevers enviaba a la casa madre jóvenes en formación sin contribuir a pagar su pensión. El Padre Querbes se queja de esto al Padre Faure: "En esta casa estamos más de cincuenta personas de las que hay que alimentar a casi todas y vestir a muchas. El Padre Liauthaud le encarga de que Vd. exponga un caso de conciencia al obispo de Nevers. Él


pregunta qué es lo que se puede responder a las murmuraciones que se oyen contra Su Excelencia cada vez que enviamos a Nevers sujetos formados y bien provistos, sin que nos venga de allí ni siquiera un céntimo para los gastos del establecimiento y cada vez que nos llegan de Nevers sujetos con pantalón corto, con todo su ajuar en un pañuelo de bolsillo y con dos filas de hermosos dientes" (16 de febrero de 1840). Un presupuesto establecido el 25 de febrero de 1840, permite constatar que la casa vivía del sueldo (800 francos), de las misas y de entradas casuales (900 francos) del párroco; de algunas migajas de pensión (1.600 francos); de las economías que las escuelas enviaban (800 francos) y de dones (2.000 francos). En la misma fecha, el presupuesto prevé unos 19.100 francos de gastos ordinarios y 1.600 francos de gastos extraordinarios. El saldo tenía que ser forzosamente negativo (14.600 francos). En noviembre de 1840, unas inundaciones catastróficas devastaron el sureste de Francia y especialmente la región de lyón. Este desastre monopolizó dones y reformas. En el mismo momento, la estrepitosa bancarrota de Benoit Coste, agente de cambio, que manejaba el dinero de las buenas familias de Lyón, anuló la ayuda que venía de ellas Además el señor Coste era uno de los miembros de la Junta de Rectores Temporales. "Estamos en la miseria, escribe el Padre Querbes al Padre Faure, usted comprende que sufrimos el golpe de la espantosa bancarrota del señor Coste y los desastres de Lyón" (10 de noviembre de 1840). Por eso en el presupuesto previsivo de 1840-1841, la partida de gastos se previó muy a la baja (10.350 francos), para ajustarse a la de las entradas(4). Era necesario despachar a mucha gente: la casa se redujo a la mitad. La venta del Poyet y de la escuela de Panissières (17.000 francos) permitió pagar, en parte, la deuda fija originada por antiguos préstamos. El Padre Querbes aceptó un control más riguroso por parte de la comisión de rectores temporales. A pesar de todo esto, en Vourles había todavía hambre. Charles Saulin que conoció, de joven, este período nos cuenta:"la pobreza de la obra era extrema. Hasta tal punto que, un día, el cura Querbes pidió a uno de sus compañeros, el cura Pater, que lo invitara. Después de comer le dijo: "ahora, querido amigo, yo he comido, pero los míos tienen hambre y no tengo ni pan ni dinero en casa, préstame algo, ¡por favor!" El cura Pater no tenía dinero en este momento; salió y volvió en seguida con 300 francos que entregó al Padre Querbes, el cual volvió a todo correr a Vourles". En sus cartas al Padre Faure, el Padre Querbes comparte sus preocupaciones de todas clases. El 10 de marzo de 1840 escribe: "le confieso que estoy volviéndome débil a estos golpes de la Providencia (a la cual me siento tentado de decir: multiplicasti gentem non magnificasti leticia" (has multiplicado a tu pueblo y no has aumentado su alegría; cita de Isaias 9,2 en la que el Padre Querbes pone la segunda parte en forma negativa).

1839-1850. LA EXTENSION FRENADA A pesar de las dificultades económicas, la Congregación se desarrollaba. De algo menos de 30 miembros en 1839 pasó, diez años más tarde, a un centenar. En 1839 tenía 14


establecimientos repartidos en 10 departamentos. Durante los 10 años siguientes se fundaron otros 57 establecimientos, no todos tuvieron una existencia muy prolongada; durante el mismo período, los Clérigos de San Viator abandonaron 23. En 1949, por consiguiente, la Congregación estaba presente en 13 departamentos en los que dirigía 48 establecimientos. Entonces tenía a su cargo 45 escuelas primarias, 2 sacristías y un "asilo agrícola de huérfanos" (5). Pero una seria tensión con el Ministerio de Instrucción Pública estuvo a punto de comprometer este desarrollo. Durante el año escolar 1843-1844, la tercera parte de las escuelas se encontraba en los departamentos del Ródano y del Loira. Las demás se diseminaban hacia el norte (Cote D'Or, Doubs), el sur (Isère, Ardèche, Vaucluse, Gard, Hérault) y hacia el macizo central (Nièvre, Allier, Aveyron). Ahora bien, la Sociedad había sido aprobada solamente para los departamentos que dependían de la academia de Lyón (Ródano, Loira, Ain). Bajo la monarquía de Julio, el clima no era demasiado favorable a las congregaciones. En 1844 la Cámara se preparaba a discutir un proyecto de ley sobre la libertad de enseñanza, cuyo contenido levantó una fuerte oposición por parte de los liberales. Grandes espíritus como un tal Michellet apuntaban sus baterías contra los establecimientos religiosos, las congregaciones en general y los jesuitas en particular. La administración no podía admitir esta expansión ilegal. En abril de 1844, el rector de Montpellier atrajo la atención del ministro, entonces el señor Villemain, hacia los Clérigos de San Viator, indicándole una carta pastoral del obispo de Rodez, sobre el empleo de la lengua francesa (6). En esta carta Monseñor Croizier indicaba entre otras medidas para propagar el francés su intención "de establecer un noviciado de hermanos de San Viator que irán uno, dos o tres a las parroquias que los soliciten". De hecho, en esta fecha, los Clérigos de San Viator dirigían cinco escuelas en el Aveyron y era el segundo punto señalado por el rector, varios religiosos no tenían permiso para enseñar y se servían de un nombre prestado como titular de la escuela. El 17 de mayo de 1844, el ministro dirigió una carta muy firme al Padre Querbes invitándole a cesar estos abusos antes de que la autoridad judicial interviniera. ¿Es que el Padre Querbes había sido ya prevenido de esto? El hecho es que se encontraba entonces en París, pero no pidió una audiencia al ministro y, una vez vuelto a Vourles, no respondió a su carta. El señor Villemain pidió informes al rector de Montpellier, al prefecto de Aveyron y al obispo de Rodez. El 8 de agosto escribía una memoria que iba mucho más allá que la carta del mes de mayo: "cuento con que usted deberá prever que, en ningún caso, los hermanos de su Instituto ejerzan fuera de su circunscripción". Esto amenazaba a 22 de las 33 escuelas abiertas en aquel tiempo. El Padre Querbes respondió el 8 de septiembre. Se justificaba del retraso en responder. Daba una explicación plausible al hecho de que dos hermanos hubieran podido enseñar sin título, intentaba sobre todo legitimar la expansión fuera de los límites autorizados: "en el preámbulo de la orden (la que en 1830 autorizaba la Sociedad) que nos asigna la dependencia de la academia de Lyón y que no me había parecido tener un sentido limitado responde el artículo de ley (de 1833) que autoriza a abrir un establecimiento de instrucción primaria en cualquier pueblo, a todo el que pueda exhibir un permiso de capacidad, un certificado de


moralidad y que no padece una de las incapacidades previstas por la ley" El argumento era frágil: la ley no concernía a las congregaciones que quedaban sometidas a la ordenanza que las autorizó. Es lo que el ministro le respondió el 16 de octubre. El Padre Querbes se hizo el sordo "contando, dirá más tarde, que la tormenta pasaría juntamente con las circunstancias desagradables que la habían suscitado" (nota de agosto de 1845). Pero la amenaza era muy real y algunas escuelas fueron molestadas. En gran parte para hacer frente a esta necesidad de replegarse, el Padre Querbes aceptó la proposición que se le hizo en agosto de 1844 de enviar hermanos a las Indias. El señor Villemain fue reemplazado. El nuevo ministro, el señor de Salvandy, pidió un informe al rector de Lyón para ver más claro. El largo texto que redactó concluía con la integración de los Clérigos de San Viator a los límites de su autorización (7). Pero el señor de Salvandy era más conciliador. En una entrevista que concedió al Padre Querbes, en abril de 1845, consentía finalmente que los Clérigos de San Viator permanecieran en los establecimientos que dirigían fuera de la academia de Lyón con tal que se detuviera la expansión (8). Desde 1845 hasta 1850 se respetará esta medida, excepto en 1849 en que se abrirá la escuela de Salles-sur-Cérou en el Tarn.

1845, LOS HERMANOS DE SAN VIATOR DE TERNES Por iniciativa de un misionero diocesano se había fundado, en la diócesis de Saint Flour, una congregación de hermanos enseñantes bajo el nombre de "Hermanos de San Odilón". En 1839, el sacerdote diocesano encargado de la naciente congregación tomó contacto con el Padre Querbes para pedirle un formador para el noviciado. El Padre Querbes respondió evocando la posibilidad de abrir un juniorado para preparar a los postulantes. No fueron más allá (9). De 1839 a 1844, los hermanos de San Odilón se desarrollarán lentamente: no estando legalmente autorizados quedaban sometidos al servicio militar y debían pagar a los reemplazantes, lo cual era caro. En abril de 1844, el señor de Pompignac, vicario general de Saint-Flour, escribió al Padre Querbes. Hacía un informe sobre la pequeña congregación: 18 religiosos y novicios, tres escuelas, un noviciado, deudas, pero 40 parroquias que pedían hermanos. Y proponía la afiliación de San Odilón a San Viator. En Padre Querbes aceptó el ofrecimiento. Fue a Saint-Flour y el 3 de junio de 1844, firmó con monseñor de Marguerye el acta por la que "los hermanos de San Odilón (serían) considerados en adelante como formando parte de la Congregación de San Viator" (10). Pero el Padre Querbes se encontraba entonces en el punto de mira del señor de Villemain... y el acto no tuvo consecuencias inmediatas. En 1845, monseñor de Marguerye y el señor de Salvandy se vieron y encontraron una solución por lo menos curiosa: los hermanos de San Odilón adoptarían los estatutos de los hermanos de San Viator, no saldrían de la diócesis de Saint-Flour (Cantal), tendrían un "superior especial" con el que se podría tratar inmediatamente, a pesar de su afiliación el Instituto de Lyón" (11). El ministerio fingió creer


que en Francia había dos Institutos de San Viator. La afiliación real tuvo lugar en la primera quincena de agosto de 1845. El hermano Chargeboeuf fue nombrado superior, tenía 25 años. El Padre Querbes rogó al vicario general que siguiera en su nombre a la joven congregación. Con los 13 religiosos recibió también las deudas y el castillo de Ternes, a varios kilómetros de Saint-Flour, que el obispado le cedía. La dirección y el noviciado se instalaron allí. Así nacía la "obediencia" de Ternes. Se dirá más tarde la "provincia" de Ternes.

1851, LA EXTENSION A TODA FRANCIA Pero había llegado el fin de la monarquía de Julio, y la revolución de 1848 derrocó a Luis Felipe. Se creyó, por un momento, ver a reproducirse los tiempos de angustia y de incertidumbre. El 17 de marzo, el Padre Querbes juzgó oportuno advertir a los religiosos, por medio de una carta circular: "no podemos saber todavía si es la copa de la justicia o es la de la misericordia, la que la Providencia tiene suspendida sobre nuestras cabezas". Les daba instrucciones prácticas en caso de que algunas medidas les arrojaran de las escuelas, les invitaba sobre todo a la prudencia y a poner su confianza en la Providencia. Unos meses más tarde reconocerá su alarma: "hubo un momento de inquietud tal que yo estaba dispuesto a enviar el mayor número posible al extranjero" (4 de julio de 1848). De hecho, solamente dos escuelas tuvieron que cerrar sus puertas, otras conocieron algunos momentos de miedo pero sin consecuencias. Los días revolucionarios fueron seguidos por un clima de euforia falsamente fraterno. Se vio crecer un poco por todas partes los árboles de la felicidad, bendecidos por el clero con un gran tañido de campanas y de Marsellesas. Pero el mes de Junio, en París, el sueño de la fraternidad universal se desvaneció durante unos días sangrientos. De allí salió una república moderada que la burguesía se apresuró a conquistar. Ningún documento indica cuál fue el árbol de la libertad, un roble o un olmo, que bendijo el párroco de Vourles... Legitimista como era, hacía una lectura demasiado pesimista de la historia inmediata. El 4 de julio, apenas conocidas las noticias de París, escribía: "en estos tiempos desgraciados hay que vivir día a día. La tierra tiembla bajo nuestros pies. Habéis tenido noticia, sin duda, de las horribles jornadas de San Juan en París. Esta desgraciada ciudad donde bajo el nombre de progreso, de las luces y de la civilización se han halagado, durante tanto tiempo, los oídos del pueblo con teorías absurdas realzadas por el brillo del lenguaje, ahora acaba de pagar su deuda a la justicia de Dios". Y el 8 de julio: "parece que actualmente los días malos se alejan y se puede presumir que la religión atravesará esta crisis sin persecución violenta. Pero la fe y las costumbres languidecen en medio de este desbordamiento general de ideas locas y de falsas pasiones". La burguesía, que había tenido miedo, se volvió a la Iglesia, que le parecía capaz de mantener el orden social y de predicar al pueblo la obediencia. De este pánico nació, entre otras medidas, la Ley Falloux (15 de marzo de 1850) que favorecía especialmente la


enseñanza confesional y congregacional. El proyecto de ley dió lugar a un importante trabajo preparatorio llevado a cabo por una comisión extraparlamentaria de la que era uno de los responsables un lionés, ClaudeLouis Michelle. Éste conocía al Padre Querbes y fue una de las personalidades consultadas sobre las escuelas normales, los institutores, la enseñanza, etc. (12). El Padre querbes responde sin ambages y sus respuestas no sorprenden demasiado viniendo de un sacerdote formado bajo la restauración, que había trabajado por frenar las escuelas mutuas y que había tenido que quejarse de la vigilancia ejercida por la universidad. El es partidario de que la Iglesia controle de nuevo la enseñanza (13). El 15 de septiembre de 1850, invocando el beneficio de la nueva ley, el Padre Querbes pidió que la Congregación fuera autorizada por todo el territorio francés. Esta petición provocó una encuesta entre los rectores en las academias donde había Clérigos de San Viator (14). Sus detallados informes indican que las clases se mantienen habitualmente de un modo satisfactorio y que los maestros, en general, son aptos. No todo es perfecto, pero tampoco hay notas demasiado discordantes. El 15 de marzo de 1851, el Consejo Superior de Instrucción Pública autorizaba a la congregación para toda Francia (15).

EL DIRECTOR PRINCIPAL DE LOS HERMANOS DE SAN VIATOR Para responder a las peticiones de apertura de escuelas, el Padre Querbes acortaba, a veces, la formación de los religiosos. También aceptaba, con demasiada facilidad algunos establecimientos, sin asegurarse de que las condiciones financieras fueran correctamente mantenidas. Sin embargo, ya había sido prevenido. Desde 1839, el Padre Brumauld le había aconsejado: "escríbame, para alegrarme el alma, de que su viaje acaba de tener como resultado, no establecimientos nuevos, ni siquiera uno sólo, sino buenas convenciones con uno u otro obispo para confiarle buenos sujetos que usted formará por cuenta de él y cuyos servicios podrá después aprovechar" (3 de diciembre de 1839). Y algunos meses más tarde: "sí, empéñese con tesón en no tener más que buenos sujetos, bien hechos a su medida y manténgase con tesón también en formarlos bien (...) me temo que a pesar de lo que le digo, usted será tentado más por la cantidad que por la calidad" (2 de mayo de 1840). Por su parte, el Cardenal de Bonnald le lanzaba también una advertencia en el mismo sentido: "mi querido párroco, haga buenos religiosos antes de multiplicar los establecimientos, prepárelos por un noviciado bien constituido a cumplir, en cada uno de ellos, los designios de Dios. Una congregación que se extiende tan rápidamente cae, con frecuencia, más rápidamente aún" (27 de septiembre de 1844). Es verdad que hubo extragos, hubo fundaciones que no tuvieron continuidad (de 1839 a 1850, 14 escuelas no se mantuvieron más que durante uno o dos años), había religiosos que se marchaban (entre estas dos fechas, de los 140 religiosos que hicieron sus votos en Vourles,


80 salieron de la Congregación) y algunos hicieron mucho ruido al marchar(16). Unos años después de la muerte del fundador, Joseph Pailhès, en la biografía que le dedica, sin excusarlo completamente, encuadra esta prisa en el contexto de la época: "se equivocó, quizá hubiera hecho mejor en resistir más enérgicamente a la impaciencia y a las instancias reiteradas de sus hermanos en el sacerdocio. Los señores párrocos lo abrumaban de peticiones, sin desconcertarse por sus respuestas negativas, venían a visitarlo y no se marchaban hasta después de haber obtenido una promesa formal (...) tal era la necesidad en que se encontraba la Congregación desde sus comienzos. Esta situación se mantuvo durante demasiado tiempo y le fue perjudicial, debemos reconocerlo. La experiencia ha probado, más tarde, que es mejor formar a los sujetos que abrir fundaciones. Las dificultades que encontraban provenían también quizá de ciertas disposiciones propias de los estatutos de la Congregación. En 1850, el rector de la región del Loira, en una carta al ministro de instrucción pública, observa: "los Clérigos de San Viator van solos. El señor Querbes, su fundador, creía haber puesto a sus clérigos bajo un patronazgo tan seguro como honroso, el del cura de la parroquia y puso su conducta en armonía con el hábito que les dio y el nombre que llevaban, pero unas inspiraciones tan santas no pudieron realizarse porque sin duda no están en las costumbres actuales. El clero, aunque los alababa, no los acogía. En efecto, pocos párrocos consintieron recibir en su intimidad, aceptar como comensal, como testigo privado de toda su vida a un extraño que ordinariamente no habían ni conocido ni elegido (...) si no viven adjuntos a los párrocos, se concibe lo falsa que resulta su postura: por su aislamiento, están privados de los recursos y del apoyo que ofrece la vida comunitaria; por su estado, están separados del mundo" (17). En 1850, menos de la tercera parte de las escuelas son regidas por un solo hermano. Sin embargo, el P. Querbes se mantuvo fiel a la idea original: ayudar a las parroquias pequeñas. Ni una sola escuela se abrió en Lyón o en Saint-Étienne. Por el contrario, muchos de los pueblos donde van los Clérigos de San Viator tiene en aquel tiempo menos de 1000 habitantes: Bor y Bar (Aveyron), Montfaucon (Gard), Recologne (Doubs), Saint-Denis-surCoise (Loire), Saint-Sulpice (nièvre), Talizat (Cantal), etc. Los únicos centros de alguna importancia donde se aceptaron escuelas (Amplepluis, Ganges, Tarare) son centros industriales y se sabe que allí había, frecuentemente, una población con condiciones de vida deficientes. Se aceptaron varias obras para los desfavorecidos, aunque algunas duraron poco: una "providencia" en Dijon (se llamaba así una escuela donde se enseñaba también un oficio a los niños pobres), en Lyón, la providencia Saint-Irenée que formaba "canuts" (tejedores de seda). Dos hermanos estaban empleados en el orfelinato agrícola de Poussery (Nièvre), otro, en un orfelinato de Vienne. Los hermanos iban a los pobres y soportaban las consecuencias de esto, vivían pobremente. Incluso llegó a ocurrir que, en Vourles, se murmuraba de la comida diaria (18). Aunque las escuelas eran casi todas comunales, lo cual quiere decir que los municipios pagaban, teóricamente, lo previsto por la ley, sin embargo la situación no era muy boyante. Un ejemplo: en 1846, el hermano Robin calculó que durante todo el año, en la escuela que dirigía y donde había tres religiosos, los gastos por alimentación llegaron a 321 francos, o sea algo menos que 5.000 francos actuales, de los cuales 5,30 francos de carne (19), lo cual significa


que la carne que consumían se la regalaban las familias. A medida que crecía, la Congregación exigía de su superior una atención mayor, negociaciones con los párrocos, con los alcaldes, correspondencias con los religiosos, visitas a las escuelas, todo esto acaparaba el tiempo del Padre Querbes. En 1840, Hugo Favre fue ordenado sacerdote, era vicario de la parroquia y de la Congregación. El Padre Querbes dice de él: "siempre le ha asustado la proximidad de las santas órdenes (...) su exactitud es perfecta, su aptitud, más que suficiente, pero su carácter indeciso le quita la energía que necesitaría emplear alguna vez" (10 de febrero de 1839). El hermano Liauthaud en Vourles, el inconsistente Padre Faure en Nevers, dirigían las casas de formación. Al superior le faltaban buenos segundos que hubieran podido sostenerle, aconsejarle, incluso sustituirle durante sus ausencias. La Congregación no faltaba de estas personalidades: Jean-Pierre Blein, Claude Robin, Jean-Pierre Archirel, Jean-Baptiste Clavel y otros, pero ellos eran necesarios como directores de escuelas y eran Hermanos. Efectivamente, los estatutos reservaban la dirección de la Congregación (director principal y vicario) y la de los establecimientos principales (dirección y formación en una región determinada) a sacerdotes. "Los sacerdotes catequistas son también religiosos, había precisado el fundador, serán pocos y se ocuparán de la dirección de los establecimientos principales de la Sociedad y de predicaciones puramente doctrinales y catequéticas" (28 de marzo de 1838). Había esperado que algunos sacerdotes diocesanos se juntarían a su obra. Los curas Faure, Morin, Chevalier lo hicieron, pero su agregación a la sociedad fue breve o con limitaciones. En cuanto a pedir a los hermanos que recibieran el sacerdocio, esto no se hacía sin más: ¿tenían la formación teológica requerida y primeramente la práctica del latín? y esto ¿no hacía correr el riesgo de crear vanas esperanzas en algunos? "Por regla general, indicaba el Padre Querbes al Padre Faure, no demos a nadie la esperanza de llegar al sacerdocio y no dirijamos a este fin más que a aquellos que ya han hecho su prueba en la Sociedad" (16 de febrero de 1840). Los hermanos Chargeboeuf y Gonnet serán ordenados con el fin de ser superiores de las obediencias de Ternes y de Rodez. Por otra parte, esta falta real de gente que le secundara se acomodaba bastante con el carácter vivo y entero de un superior habituado a trabajar mucho. Pero esto llevaba consecuencias malas para la dirección de la Congregación: todo pasaba por el superior. Y como le ocurría que, a veces estaba desbordado, el correo debía esperar. Ahora bien, en aquella época se escribía mucho: en 20 años, 1839 a 1859, le fueron dirigidas más de 8.300 cartas, el Padre Querbes tenía que agrupar las respuestas. El 20 de abril de 1841, responde a las cartas que el Padre Faure le ha dirigido el 8 y el 21 de marzo y el 7, 15 y 22 de abril. Hemos visto a un ministro impacientarse por no recibir respuesta - quizá había allí un poco de silencio táctico... algunos obispos se ponían nerviosos. Monseñor Dufêtre, el amigo del seminario, que llegó a ser obispo de Nevers, viendo que la respuesta no llegaba, escribe al decano de Saint-Genis: " ¿sería usted tan amable de decirme qué ha pasado con su vecino el señor Querbes?, le he escrito ya tres cartas para un asunto muy importante y todavía no he recibido respuesta alguna. ¿Está ausente?, ¿se ha muerto? (10 de mayo de 1849).


No había muerto, estaba demasiado ocupado. Solamente en este año, en 1849, además de estar ocupado por sus funciones normales hizo un viaje a Argelia, respondió extensamente a la encuesta preparatoria a la Ley Falloux, predicó un retiro a las Hermanas de San Carlos, acabó un Ordo perpetuo (Calendario litúrgico) que comprendía 35 fascículos correspondientes a las diversas fechas de Pascua, limitándonos únicamente a las actividades que han dejado testimonios escritos... También escribía a los religiosos... Muchas cartas no se han encontrado. El cierre de las escuelas, la laicización debida a las leyes Ferry, las expulsiones de 1903 han desbaratado los archivos. Necesitaba animar a los religiosos, calmar los espíritus, porque la cohabitación con un sacerdote o con otro religioso podía pasar por fases sensibles, arreglar un número enorme de problemas concretos, etc. Si quisiéramos buscar una constante en las letras que se conservan, se podía subrayar la preocupación de conservar muy vivo el fin primero de la Sociedad, los consejos que da a los directores para que tengan cuidado de sus hermanos, la preocupación de pacificar los espíritus que el rigorismo religioso del tiempo podía inquietar. Algunas breves citas entre otras posibles: - La doctrina cristiana: "le recomiendo que jamás predique exabrupto. Al preparar las instrucciones que se siguen sobre la doctrina cristiana, usted tendrá en esto una ocasión de rendirse más tarde más útil a todos los ministerios a los que estamos llamados por nuestro Instituto" (28 de enero de 1840). - El servicio del altar: "respecto al canto, ofrezca sus servicios al señor párroco como ya lo ha hecho. Si él los rehusa, paciencia, mientras tanto ejercite a sus niños en el canto llano. Incluso, intente hacerles ejecutar con precisión algunos motetes" (6 de febrero de 1845). - A un director: "para animar a sus dos coadjutores a abrirse cada vez más con toda confianza, acójales siempre con gran presteza, incluso prevéngales a menudo. No muestre jamás extrañeza, incluso aunque le cuenten caídas. Su mano debe servir siempre para levantar, nunca para rechazar" (5 de enero de 1841). "Usted sabe que la mejor cualidad de un superior es la de saber poner en su lugar las cualidades e incluso los defectos de las personas a las que tiene que conducir" (9 de julio de 1848). - A un inquieto: "es necesario que se reserve tiempo para entrar dentro de usted mismo, no en su imaginación sino en su conciencia y esto, dulcemente y en presencia de Dios, ella le reafirmará puesto que usted encontrará siempre allí estas dos respuestas satisfactorias: yo no quiero ofender a Dios, yo no trabajo más que para Dios. No se inquiete de lo demás" (7 de febrero de 1846).


11 FUNDAR MAS ALLÁ DE LOS MARES

Si Luis Querbes había sido ordenado por Monseñor Dubourg, un lionés obispo de Luisiana, si su condiscípulo Monseñor Loras era obispo en Estados Unidos, no era por casualidad. El dinamismo de los católicos lioneses no se manifestaba solamente en las múltiples iniciativas al servicio de la diócesis, pasaba más allá de los mares. Paulina Jaricot, aún permaneciendo a la sombra de Fourvière, tuvo esta idea, sencilla e ingeniosa, de la colecta de la moneda "por las misiones" que, en 1822, se convirtió en la Propagación de la Fe. La obra, aunque se mantenía materialmente de personas y de realizaciones en países de misiones, aumentó y desarrolló el sentido misionero de los católicos de Lyón y de otros pueblos. Durante todo el siglo XIX y aún más tarde, los numerosos ingresos en el seminario y en los noviciados permitieron muchas partidas de misioneros hacia América del Norte, Oceanía, las Indias, Africa. Los principales motores de este dinamismo eran las congregaciones: la Sociedad de María, los Jesuitas, las Religiosas de Jesús María, las Hermanas de San José, las Misiones Africanas de Lyón, etc. También los catequistas partieron a fundar a tierras lejanas.

1841, SAN LUIS (MISSOURI) El 3 de febrero de 1838, el Padre Querbes escribía al Padre Faure: "preocúpese, le ruego, de mantener, de animar las buenas disposiciones del Señor Archirel y, en general, el celo por las misiones (...) es algo que desearía para nosotros más tarde. Sería ir a Argelia a catequizar a los árabes. Pero, por ahora, coloquemos los fundamentos sólidos del edificio; otros lo terminarán". ¡Hay una veintena de catequistas y él piensa ya en las misiones! Hace solamente ocho años que Francia desembarcó en Argelia y no ocupa en ella más que una pequeña banda de tierra, Ab El Cader, y ¡el Padre Querbes quiere ir a catequizar a los árabes!. A veces la realidad alcanza a los sueños, Monseñor Rosati, obispo de San Luis (Missouri), estaba al frente de una gran diócesis en un territorio pionero, cuya población crecía rápidamente. Las necesidades eran a la medida de la diócesis. Algunos sacerdotes irlandeses, belgas, franceses habían ido ya allí, entre ellos algunos lioneses, como el cura Fontbonne. También habían ido algunas congregaciones, como las Hermanas de San José de Lyón. El obispo buscaba hermanos enseñantes. Por mediación del cura Fontbonne quiso que


el Sr. Cholleton se lo pidiera a los Hermanos de María (1). Éste le sugirió más bien a los Clérigos de San Viator, puesto que los Hermanos de María estaban a punto de fundar en Oceanía. Monseñor Rosati, no conociendo ni a unos ni a otros, aceptó y propuso que dos americanos vinieran a Francia a formarse en el espíritu de la congregación para volver después al país con los hermanos franceses (2). Por eso, en junio de 1839, llegaron a Vourles Alexander McDonald, un irlandés de 41 años, maestro de profesión y William Shepherd, un joven recientemente convertido. Hicieron su noviciado, pronunciaron los votos un año después, aprendieron el francés y dieron lecciones de inglés al Padre Querbes, que intentó traducir los estatutos de la Congregación. También se hicieron propagandistas de la nación americana. El hermano McDonald escribía largas disertaciones para presentar América y las costumbres de sus habitantes. "Mi principal objetivo extendiéndome en estas descripciones, decía él, es darle un informe, tan completo, que le permita formarse una opinión sobre esta gente entre las que la libertad ha establecido su templo sagrado y sobre la felicidad que se experimenta bajo su sagrada bandera, en este gran país destinado a ser, dentro de muy pocos años, el país más grande del mundo" (3). Anotación en inglés del Padre Querbes: "todo este escrito me parece haber sido compuesto con buena intención, pero sus opiniones parecen el fruto de unas ideas preconcebidas respecto al país natal. La santa religión de Cristo no conoce los derechos de los hombres, sino sus deberes para con Dios y para con el prójimo, según las santas leyes de la divinidad" (4). El envío de Clérigos de San Viator a Estados Unidos hubiera debido hacerse en 1840, pero el Padre Querbes no tenía los recursos necesarios, y el crédito de Monseñor Rosati en la Propagación de la Fe era de 7.000 francos, cuando el Padre Querbes pedía el doble para el equipo, el viaje y el mantenimiento de los religiosos durante su primer año. El obispo de San Luis, de viaje por Europa, pasó por Lyón durante el verano de 1841. Vino a Vourles y se entendió con el Padre Querbes respecto a la instalación de los hermanos en su diócesis: les dio un terreno que le pertenecía, fuera de San Luis para que abriesen allí el noviciado. Ellos se encargarían de una escuela en la misma ciudad. Para esta fundación, el superior había designado, además de los hermanos McDonald y Shepherd a los hermanos Antonio Thibaudier, François-Thérèse Lahaye, Pierre Pavy y Fermín Lignon. Antonio Thibaudier, 26 años, el superior del grupo, era originario de Vourles, había comenzado sus estudios para sacerdote. Pavy, 33 años y Lahaye, 25 años, justo acababan de terminar el noviciado. Lignon, 28 años, había comenzado el suyo en abril de 1841. El sacerdote Fontbonne aceptó ser el garante eclesiástico de la pequeña comunidad de San Luis. (5) Partieron de Vourles el 21 de octubre de 1841. Los viajeros fueron a Fourvière para poner la misión bajo la protección de la virgen María. Embarcaron en el Havre el 4 de noviembre y dos meses más tarde tocaban Nueva Orleans. Monseñor Rosati volvió a Estados Unidos, pero a Filadelfia, para consagrar a su coadjutor Monseñor Kenrik, de allí pasó a Santo Domingo y después a Francia donde murió poco más tarde. Por consiguiente, no volvió a San Luis. Monseñor Kenrik acogió


amablemente a los viajeros, pero no sabía demasiado qué hacer con ellos y no tenía terreno para darles, ni empleo que ofrecerles. El hermano McDonald volvió a tomar la escuela que dirigía antes de venir a Francia. El hermano Shepherd se encargó de la sacristía de la catedral y del huerto del obispo. Los cuatro franceses fueron a la casa cural de Carondelet, cerca de San Luis, donde se encontraba el cura Fontbonne. Tuvieron serios problemas de salud y su carácter sufrió con ello, en particular el del hermano Lignon. El cura Fontbonne creyó conveniente separarse de él, cosa que no estaba prevista en los poderes que le había delegado el Padre Querbes. El hermano Thibaudier se opuso. Las relaciones entre ambos se hicieron tensas. Más tarde las cosas de sosegaron. El hermano Thibaudier entró al seminario. El hermano Lahaye abrió una escuela en Carondelet. Pero en octubre de 1843, el cura Fontbonne quisquilloso de su autoridad acabó por devolver al Padre Querbes los poderes de su autoridad eclesiástica y rompió con los Clérigos de San Viator (7). Monseñor Kenrik acogió a la pequeña comunidad en su casa, los hermanos abrieron una escuela gratuita y se ocuparon un poco más de la sacristía de la catedral, el hermano Lahaye entró también, a su vez, en el seminario. El hermano Thibaudier fue ordenado sacerdote (1844) y se le confió la parroquia de Carondelet, que el cura Fontbonne acababa de abandonar. El hermano Pavy se retiró a los lazaristas. Al hermano McDonald, que tenía el espíritu un poco exaltado, se le puso en la cabeza que tenía que fundar una comunidad y desapareció de San Luis. En 1846, el hermano Lahaye recibió el sacerdocio, y la comunidad se retiró de Carondelet. Parece que Monseñor Kenrik jamás tuvo un proyecto para los religiosos, excepto el de hacer de ellos sacerdotes diocesanos que necesitaba. Varias veces, el Padre Thibaudier había pedido al Padre Querbes que le enviara refuerzos. Pero ante lo inseguro de la fundación, el superior no accedió a sus deseos. Cuando supieron que otros Clérigos de San Viator se habían instalado cerca de Montreal, los padres Thibaudier y Lahaye fueron a su encuentro, en agosto de 1847, dejando al hermano Shepherd el cuidado de arreglar sus asuntos antes de venir a encontrarlos. Es posible que el hermano Shepherd pusiera los asuntos en orden, pero él no fue a Canadá.

1844. SIRDHANAH (INDIAS) Ya recordamos que en 1844 los Clérigos de San Viator estaban amenazados de tener que replegarse a los tres departamentos para los que había sido aprobada la Sociedad. En el mes de julio de este mismo año, Monseñor Borghi, un capuchino italiano, obispo de Agra, en las Indias, vino a Lyón para visitar a las Hermanas de Jesús María que dirigían un pensionado en su diócesis. El Sr. Cholleton lo aguijoneó hacia el Padre Querbes. El obispo, cuya diócesis se extendía a todo lo largo del río Ganges, pidió inmediatamente seis religiosos para dirigir un colegio en Sirdhanah (provincia de Agra). El colegio debía comprender un pensionado para los jóvenes ingleses e irlandeses a los que se daría "una


educación esmerada" y, aparte, una "providencia" para los indios. El obispo prometía 4.500 francos anuales (8). No parece que el Padre Querbes respondiera inmediatamente, pero en la primera quincena de agosto la oferta era aceptada (9). Este podía ser un terreno lejano de repliegue si la autoridad civil cerraba las escuelas. El 2 de septiembre, Monseñor Borghi vino a Vourles para ver al superior y a la comunidad, se designaron 6 religiosos, el Padre Pierre-Augustin Morin, 34 años, superior de la misión, comprometido en la Congregación desde marzo de 1843; el hermano Jean-Jacques Mermet, 33 años, uno de los primeros compañeros de Luis Querbes, con un carácter vivo, casi perturbado - lo que le había frenado en el sacerdocio después de su seminario; los hermanos Jean Beaume, Jean-Louis Chavanne, Pierre-Marcellin Guibert y Louis Verrière, jóvenes religiosos de 20 a 24 años, los cuatro todavía con votos temporales. Este envío a la misión provocó una observación un poco altanera del Cardenal de Bonald cuando estaba de vacaciones en su Aveyron natal: "he oído decir, mi querido párroco, que Monseñor el obispo de Agra lleva consigo algunos hermanos. Yo no sé si lo que se me ha dicho es exacto, pero permítame hacerle la observación (...) de que vuestros hermanos no siendo exentos no deben salir de mi diócesis más que con mi permiso. Yo soy su primer superior. Necesitan una obediencia de mi parte" (27 de septiembre de 1844). El Padre Querbes no tuvo problema para responderle: es la Santa Sede la que me ha exigido "que los hermanos o Clérigos de San Viato, aunque sometidos a la jurisdicción espiritual de los ordinarios (los obispos), estuviesen bajo la autoridad regular del director principal (...) Si el soberano pontífice hubiera aprobado nuestros estatutos tal como yo los había presentado, yo hubiera sido feliz de verme descargado de tal responsabilidad" (2 de octubre de 1844). Se embarcaron en Marsella el 4 de octubre de 1844. Antes de la partida, Monseñor Borghi juzgó prudente enviar al hermano Chavanne a Vourles. Por Alejandría, Suez (todavía no existía el canal), el Mar Rojo y el Océano Indico, estaban ya en Bombay el día 22 de noviembre. Después de otros dos meses de un viaje duro a través de las Indias llegaron, por fin, a Sirdhanah, el 29 de enero de 1845 (11). A las dificultades ya de por sí grandes de la adaptación a las lenguas y a las costumbres inglesas e indias, se añadieron pronto las tiranteces internas del grupo. El Padre Morin, demasiado tímido, no tenía ningún ascendiente sobre los demás religiosos, le ocurría con frecuencia lamentar su excesiva timidez que le había llevado a aceptar demasiado fácilmente el proyecto con la esperanza de que, en las misiones, su carácter se fortalecería: "¡Ah! ojalá que usted no hubiera enviado jamás a nadie, escribe al Padre Querbes, por sorpresa y como con artimañas, con promesas cuya ejecución se hace esperar" (9 de marzo de 1845). El hermano Mermet a quien el Monseñor Borghi ordenó sin dificultad, cuando todavía no había transcurrido un año desde su llegada, fue nombrado superior en lugar del Padre Morin. Lo cual no mejoró las cosas: "cuando fue revestido del carácter sacerdotal el Padre Mermet se convirtió en un hombre aún más autoritario" (Jean-Baptiste Clavel). De una ausencia de cabeza se había pasado a un autoritarismo sin corazón. El obispo que veía las


cosas de lejos, ocupado como estaba por su vasta diócesis y por la construcción de su catedral en Agra, no intervenía siempre en el momento oportuno: "siempre es como el rayo, el trueno, los relámpagos, la tempestad" decía de él el Padre Mermet (19 de diciembre de 1848). Pero el obispo se quejaba: "mi querido señor Querbes, es imposible que con tales sujetos y con un espíritu como éste, el establecimiento de Sirdhanah pueda marchar bien. No hay entre estos hermanos ni uno solo que tenga cierta estabilidad" (12 de septiembre de 1846). Efectivamente, uno tras otro se fueron retirando. El Padre Mermet se quedó durante algunos años, solo. Volvió a Francia en 1853. El Padre Querbes le acojería con estas palabras: "Padre Mermet, ¿qué ha hecho usted de mis hijos?" (12). Después, pasó al clero secular. Al evocar las fundaciones de San Luis y de Sirdhanah, Jean-Baptiste Clavel, que tiende más bien a una hagiografía generosa, dice claramente: "en estas dos circunstancias, nuestro fundador evidentemente se equivocó, pues tuvo la temeridad de creer en las promesas de los obispos misioneros. Estos obispos no pueden prometer nada: nada estable, nada fijo, en sus diócesis todo está por crearse: para reclutar vocaciones, no se puede contar con los indígenas (...), ni con los colonos, que han invadido el país". A esto hay que añadir la falta de preparación, en particular para la fundación de las Indias; los religiosos concernidos no disponían más que de tres o cuatro semanas entre su designación y el día de su partida. Las dificultades de la lengua complicaron su integración: un año después de su llegada a San Luis, el hermano Thibaudier no conocía todavía el inglés; más de un año después de la fundación de Sirdhanah, el señor Borghi se quejaba: "de todos estos maestros de Sirdhanah no hay ni siquiera uno que sepa la lengua suficientemente como para enseñarla. Respecto a la lengua indostani, no saben ni siquiera como se llama el pan" (12 de septiembre de 1846). Naturalmente la división en el interior de las pequeñas colonias no hizo más que agravar la situación. De estos grupos minados no nació, jamás, dinamismo alguno. 1847, LA INDUSTRIA (CANADA) En 1840, Monseñor Ignacio Bourget fue consagrado obispo de Montreal. Su preocupación pastoral le impulsaba a buscar un personal sacerdotal y religioso cualificado para su diócesis, en plena expansión. En 1841, fue a Roma para arreglar cuestiones que concernían a la administración eclesiástica del sur de Canadá. Aprovechó su paso por Francia para explorar en las diócesis y congregaciones enseñantes, hospitalarias o misioneras (13). Pocos sacerdotes seculares fueron a Canadá, pero Monseñor Bourget obtuvo Oblatos de María Inmaculada (1841), Jesuitas (1842), Damas del Sagrado Corazón (1842), Hermanas del Buen Pastor (1844) y, unos años más tarde, Padres de la Santa Cruz y Clérigos de San Viator. A su paso por Lyón, en agosto de 1841, ¿se encontraron Monseñor Bourget y el Padre Querbes?, seguramente no. El obispo no se quedó más que dos días. En la relación detallada del viaje y en sus cartas, habla de las personas que encontró, y no menciona al Padre Querbes. Éste, por su parte, estaba a punto de enviar religiosos a San Luis y trataba entonces con Monseñor Rosati que también estaba de paso en Lyón. En 1844, Monseñor Hudon, vicario general de Monseñor Bourget hizo, a su vez, un viaje a Europa. Visitó al Padre Querbes que le dio cierta esperanza sobre algunos religiosos y


le entregó los estatutos de la sociedad. De vuelta a Montréal, el señor Hudon recordó al Padre Querbes sus compromisos. El 22 de enero de 1845, el Padre Querbes aceptó enviar cuatro religiosos a Canadá. El señor Hudon, el 10 de junio siguiente, precisó para qué llamaban a los Clérigos de San Viator: dirigir un establecimiento en "un hermoso pueblo" donde "un rico señor de este país" había hecho construir "una hermosa casa toda nueva de piedra, de dos pisos, de 80 pies de largo por 40 de ancho (26 metros x 13)". Indicaba, además, que su agente en París debía avanzar los fondos necesarios para el viaje (14). El señor Barthelemy Joliette había explotado el bosque e instalado allí un centro industrial, L'Industrie, a orillas del río Asunción, a unos 70 kilómetros de Montréal. Según el párroco, el Sr. Manseau, esta parroquia tenía en 1846 "800 almas, y el campo anejo a la parroquia, 900" (15 de agosto de 1846). El señor Joliette quería ver abrir allí un colegio que impartiera lo que hoy llamaríamos una enseñanza técnica. Además de las materias elementales (lectura, escritura, aritmética) habría que enseñar la geometría, el arte de hacer planos, de hacer presupuestos de construcción, algunos oficios" (carta del señor Hudon), "algunas nociones de química, de mineralogía, de botánica y de agricultura" (carta del Sr. Manseau). El Padre Querbes tardó en responder, lo hizo solamente el 4 de febrero de 1846, lo cual indispuso un momento al señor Hudon. Se comprende las dudas del superior, tenía en las manos dos fundaciones que aleteaban. El año precedente la partida para las Indias había herido las susceptibilidad del Cardenal de Bonald. Y, además, él no veía llegar ningún dinero de París. Como Monseñor Bourget debía ir a Francia, el Sr. Manseau propuso que los hermanos no partieran antes de que el obispo hubiera venido a Lyón para "asegurarse mejor de sus disposiciones y cualificaciones y de la buena voluntad de plegarse a las exigencias de nuestra localidad" (23 de agosto 1846). Efectivamente, Monseñor Bourget pasó por Vourles en la primera quincena de diciembre. El P. Querbes le impresionó. "Viéndole, escribe al Sr. Manseau, he sido penetrado de afecto y de respeto hacia este servidor de Dios" (11 de diembre de 1846). Se entendió con él en los detalles de la futura fundación. Vió también a los religiosos. Un rasgo contado y sin duda embellecido por la tradición oral (15) nos lo muestra dirigiéndose a la comunidad reunida y preguntando: ¿quiénes son los que quieren venir conmigo al Canadá? Todos levantan la mano menos uno. Era un religioso cercano a la cuarentena, sólido, con el aspecto un poco huraño. El obispo le señaló con el dedo: "¡a usted elijo!", se llamaba Etienne Champagneur. Por consiguiente, la aceptación de esta fundación por el Padre Querbes, en 1844, no había sido más que una aceptación de principio ya que, dos años más tarde, los religiosos que debían partir, no estaban todavía elegidos. El hermano Champagneur fue designado superior de la fundación. Tenía 39 años. Después de haber hecho dos años de seminario y enseñado en diversos colegios había entrado en el noviciado en 1844. Al presentarlo a Monseñor Bourget, el Padre Querbes decía de él: "es frío en apariencia y un poco melancólico (...) tiene necesidad de ser animado y prevenido contra los escrúpulos" (17 de abril de 1847). El hermano Champagneur había pensado ir a la trapa e, incluso, lo había intentado. Con él partían también el hermano Augustin Fayard, 26 años, apreciado director de la escuela de Vourles y el hermano Luis Chrétien, 25 años, apto


para ocuparse de las cosas materiales. El Padre Querbes los recomendaba a la acogida del Sr. Manseau. La partida tuvo lugar el 19 de abril de 1847. Por Fourvière, etapa obligada, Moulins, Nevers, llegaron a París, después el Havre, donde se embarcaron el 30 de abril (16). "La primera tarde de nuestra navegación, escribirá algunos días más tarde el hermano Champagneur, antes de dejar el puente y descender a nuestra cabina, lanzamos una última mirada a la costa de Francia, que todavía podíamos ver y que esperábamos volver a ver la mañana siguiente (...) La mañana siguiente hemos subido de nuevo al puente y hemos buscado, pero en vano, descubrir las costas de nuestra querida patria, nuestra hermosa Francia. ¡Oh, sí, de nuestra querida y hermosa Francia. ¡Permítanos decir todavía esta palabra!" (17 de mayo de 1847). ¿un hombre frío champagneur? El 22 de mayo desembarcaron en Nueva York y subiendo el río Hudson llegaron a Montréal, el 27 de mayo. Dos días después estaban, finalmente, en la Industrie. Su primera impresión fue buena: "le diré que éramos deseados y bien deseados en el país, hemos sido bien recibidos" (6 de junio de 1847). Los tres hermanos tomaron allí la dirección del colegio que llevaba el nombre de su creador, "Colegio Joliette". Abrieron un noviciado, en julio del mismo año. En agosto recibieron el refuerzo muy apreciado de los padres Thibaudier y Lahaye. Estaban en marcha. La fundación se desarrolló y los sucesivos ingresos de jóvenes religiosos canadienses permitieron fundar escuelas en Sainte-Elisabeth, en Barthier, aceptar la dirección del colegio de Chambly, después del colegio de Rigaud, ocuparse de la parroquia de Saint-André d'Argenteuil. En 1855, un sordomudo de la Lorrena, José María Jung, formado en una institución especializada de Lyón, se hizo clérigo de San Viator y fue a Montréal a poner en marcha la institución de sordomudos de esta ciudad. Tuvo un éxito rotundo. No todo fue fácil. Había franceses: y hubo algunos problemillas. Y estos franceses vivían con canadienses y hubo algunas incomprensiones. Pero esto no amenazó ni al grupo ni al futuro. Personalidades sólidas asentaron la fundación: Etienne Champagneur, preocupado por el progreso espiritual de los hermanos, fue un superior eficaz, aunque no se solía reir todos los días; Agustín Fayard, que murió en 1854, muy joven, de tuberculosis pulmonar, como otros muchos después de él; Francisco Thérèse Lahaye, un hombre de actuaciones reflexionadas; José María Jung; y los jóvenes canadienses Pascal Lajoie, Luis Vadeboncoeur, Joseph Michaud, Louis-Georges Langlais, Michel Pozé, y otros muchos. La fundación naciente tuvo la suerte de encontrar un apoyo, que es lo que había faltado a las de San Luis y Sirdhanah: el apoyo de los eclesiásticos. Incluso tuvo uno, el Sr. Manseau, cuyo puño fue alguna vez un poco rígido. Con algunos prejuicios antifranceses, vigiló de cerca lo que llegaba y empujó con fuerza para que la fundación se "canadianizase" rápidamente. Los Clérigos de San Viator se beneficiaron, sobre todo, de la sabiduría y la autoridad del obispo de Montreal, Monseñor Bourget, que tenía toda la confianza del Padre Querbes, el cual se encontraba demasiado lejos para dirigir una comunidad en un medio desconocido para él. Y si algo o alguien vacilaba, el Padre Querbes recordaba, a Monseñor Bourget, lo que esperaba de él: "le pido de rodillas que añada una gracia a tantas otras, la de una dirección firme, precisa e inmediata a nuestros hermanos del Canadá y sobre todo a su superior a quien yo acabo de escribir que no haga nada de cierta importancia sin permiso de


Vuecencia" (17 de febrero de 1857). El Padre Querbes hubiera deseado visitar a los hermanos del Canadá. El Cardenal de Bonald le nego el permiso, por lo menos dos veces (1852-1855), a pesar de que la segunda petición fuera apoyada por Monseñor Bourget. El P. Querbes tuvo que limitarse a escribir dos circulares. Lo hizo con palabras cálidas, él que normalmente escribía con un estilo frío. Lo hizo sin insistir en la razón que no le había permitido el viaje: "este deseo tan ardiente, dictado por tantos motivos imperiosos, la Providencia no me ha permitido satisfacerlo y me veo reducido a colmar la distancia que nos separa por la expresión de algunos pensamientos que confío a la fidelidad de vuestros recuerdos y a la asiduidad de vuestras reflexiones" (14 de noviembre de 1855). Pero las palabras, por justas que sean, jamás pueden sustituir al calor de un encuentro. El contexto en el que se había desarrollado la fundación canadiense, la autonomía que tomó respecto a Vourles, la influencia de las personalidades que acompañaron sus proyectos, le dió ciertas características que la distinguen, desde los primeros años, de la provincia madre. Aunque el término de "colegio" no deba hacernos demasiada ilusión (el de la Industria tenía 73 alumnos en 1851-1852, y 107 en 1856-1857) (17). No fueron las escuelas de clase única en "las aldeas atrasadas, retiradas" las que se desarrollaron en Canadá. Nacieron comunidades más fuertes, más vigorosas que en Francia. Comunidades donde los sacerdotes tuvieron su lugar. El 2 de noviembre de 1849, Monseñor Bourget anunció al Padre Querbes: "nuestro buen hermano Champagneur es ahora un buen padre. Yo le he ordenado a pesar suyo pero, finalmente, lo he conseguido". Más tarde, siguieron otras ordenaciones. En 1859, de los 45 religiosos franceses y canadienses seis eran sacerdotes (18). En el mismo momento, en Francia, para un número cinco veces mayor de religiosos, había solamente dos sacerdotes. El pueblo de La Industrie se convirtió en la ciudad de Joliette, y fue el hogar donde se desarrolló la provincia canadiense de los Clérigos de San Viator. Diez años después de haber soñado ir "a catequizar a los árabes", el Padre Querbes hizo un viaje a Argel (febrero de 1849). Respondía a las invitaciones del Padre Brumauld, jesuita, que dirigía allí un orfanatrofio y de Monseñor Pavy, un condiscípulo del seminario San Ireneo, que era obispo de Argelia. Pero el Padre Querbes no juzgó el terreno suficientemente preparado para establecer en él una comunidad. Era también consciente de la escasez de recursos y, sobre todo, del escaso personal apto para tal empresa. No hubo fundación en Argel. Era preferible consolidar lo que ya existía.


12 PRODUCIR EL CIENTO POR UNO

LA CORTEZA Charles Saulin, que conoció el Padre Querbes, lo describe así: "de bastante buena talla, pero delgado, hacia los cuarenta comenzó a engordar, cosa que le fatigó mucho al final de su vida. Frente ancha y despejada; ojos grises, vivos, escrutadores e imperativos; nariz un tanto gruesa, lo mismo que los labios. Cara ovalada, tez un tanto morena con pequeños restos de viruela; una voz vibrante y firme". Una ficha descriptiva, hecha en 1850, le da una talla de 1'77 metros (1). Lo que es claramente por encima de la media en hombres del siglo XIX. "iba siempre sin sombrero, con un sencillo solideo" (la señora Testenoire). "Siempre vestido de un modo muy sencillo y que en otro hubiera parecido negligencia" completa Charles Saulin. Parece querer piadosamente excusar el modo de vestir poco cuidado del fundador, mientras que Pierre Robert, un historiador preocupado por la verdad y que ha conocido testigos, habla de "su sotana -una de sus viejas sotanas que llevaba habitualmente incluso de viaje, toda resplandeciente y arrugada; con el brazo derecho remangado (era una vieja costumbre en él); su cinturón en lugar de estar desplegado, quedaba casi todo él enrollado alrededor del cuerpo; sus cabellos no cuidados, van a donde el viento quiera..." (2) Y otro testigo, François Favre nota: "en el Padre Querbes, la economía era para él un principio que practicaba él mismo con el mayor rigor: nada de rebuscado en su persona, vestido con la misma calidad de paño que sus hermanos, compartiendo en la mesa con ellos los mismos alimentos". Contrariamente a un rasgo hagiográfico que lo querría tan fuerte como los robles de su país natal, Luis Querbes estuvo enfermo en varias etapas de su vida, en el seminario, en el tiempo de la fundación y más tarde, hasta que una diabetes se lo llevará. Pero estos períodos solamente llegan a nuestro conocimiento por la correspondencia recibida, en cambio en sus cartas resulta muy discreto: "no había nadie capaz de ocuparse de su salud" (Hugo Favre). Una vez, durante el último año, habla un poco más extensamente y, aún en este caso, es sobre todo para atribuir una mejoría en la enfermedad a la intercesión de la Virgen María y para tomar el pelo a su descreído doctor.

EL CORAZÓN Todos los relatos de los contemporáneos concuerdan respecto a las capacidades intelectuales de Luis Querbes. Eran sólidas, incluso brillantes. Una inteligencia "pronta y


segura"; un juicio "seguro, recto, exquisito, sólido"; una memoria "feliz, excelente"; un espíritu "penetrante, fino"; un gusto "pronunciado por el estudio". Se ha visto que supo sacar partido de su capacidad, gracias a profesores competentes, especialmente Guy-Marie Deplace. Éste lamentaba, por otra parte, que Luis Querbes "lanzado tan joven al ejercicio de un ministerio tan laborioso no hubiera podido cultivar a su gusto los maravillosos talentos con que la Providencia le había enriquecido" (al cura Sanquin). Quizá Deplace soñaba con verle un día convertido en un buen apologista de la Iglesia, en una época en que eran necesarios. En efecto, tenía la pluma suficientemente ágil como para hacerse heraldo de una causa justa. Pero llegó a ser el iniciador de una sociedad de maestros de escuela... Según un testimonio "escribía fácilmente, incluso en verso. Dominaba perfectamente el latín, el griego, el inglés, el italiano. Conocía las matemáticas, la aritmética en todas sus partes, el derecho comercial, la teneduría de libros (de cuentas) que él mismo solía enseñar. Era sobre todo excelente en teología, en derecho canónico y en historia eclesiástica. Cuando quería descansar, divertirse, se ocupaba en solucionar un problema difícil de aritmética o de álgebra o bien de componer un párrafo en verso. Le gustaban todo tipo de estudios y era feliz cuando daba conferencias a los hermanos sobre enseñanza primaria o sobre los métodos. Estaba radiante de felicidad cuando, en los exámenes, encontraba a uno capaz de hacerle frente". El testigo ha quedado en el anonimato, pero está bien informado. Respecto a los trozos en verso, las rimas caen bien, pero Lamartine y Hugo pueden dormir tranquilos... En cambio, respecto a las matemáticas, Luis Querbes ha dejado, efectivamente, problemas y soluciones. Algunos ejercicios de su cálculo de las pequeñas escuelas darían preocupaciones a niños de hoy, poco familiarizados con las medidas dispares, con los números complejos o con las fracciones complicadas. Un ejemplo: "¿Cuánto valen 25 toesas, 5 pies, 2 pulgadas de artesonado esculpido a 357 libras, 19 sueldos y 11 dineros la toesa?"...por no hablar de las "bicherées" de Lyón (medida regional) que no tienen la misma superficie que las de Villefranche y que hay que convertir en hectáreas y, todavía, menos mal si no interviene también algunos "hommées de vigne" (lo que un hombre puede vendimiar en un día) y un "arpen de París"...Incluso en aquel tiempo, las diversiones del sacerdote "matemático" hubieran podido crear dificultades en las escuelas de pueblo. "Era muy alegre, vivo, dinámico, absoluto" recuerda Charles Saulin y lo confirma el cura Bouvard, que fue párroco de Vourles en 1866: "de carácter alegre, de humor chistoso y cáustico, pero nunca malo. El Padre Querbes era excelente en el arte de tomar el pelo; animaba como nadie una conversación, una reunión de amigos". Jean Pierre Blein es uno de los hermanos que han dejado huellas del tiempo de la fundación. También él confirma este rasgo: "algunos de sus condiscípulos en el clero lo encontraban demasiado malicioso, cáustico y un poco burlón. Ignoramos si han querido hacer de esto un defecto o una imperfección o si han querido expresar la vivacidad que ponía siempre en la defensa de las buenas causas. Lo que sabemos es que estaba dotado de una vivacidad de respuesta y, sobre todo, de una oportunidad sin par que dejaba sin palabra a sus adversarios". Los testimonios convergen: Luis Querbes tenía la respuesta fácil y la reacción rápida. Él mismo, por otra parte, no tiene dificultad en hablar de ello: "recomiéndeme frecuentemente en el santo altar, escribe a Carlos Faure, para que, finalmente, obtenga el triunfo de la petulancia de carácter que usted conoce


en mí. Yo creo que si doy menos pruebas es por que me faltan las ocasiones" (18 de enero de 1840). Se diría que casi lo lamenta... Pero no siempre le faltaron las ocasiones. Un joven hace ruido durante el oficio, lo echa (3). Otro, contrariamente a las costumbres, se ha sentado en la iglesia al lado de las mujeres, lo apostrofa (4). Un anticlerical lo insulta en una calle de Lyón, inmediatamente va hacia él, le replica y le tira de la barba (5) - en otra versión de la escena, le da una bofetada. Se comprenderá que algunos catequistas cuyo comportamiento dejaba que desear hubieran tenido que vérselas con sus vivas reacciones. Alguien le pide que no le aplaste demasiado, para no despertar una gastritis ¡otro se queja de recibir de su parte demasiadas "verdugadas" (actuaciones de verdugo) (7). Pero, aunque la corteza sea un poco rígida, el corazón es de oro y los testimonios son todavía más explícitos, en este punto, que respecto a la vivacidad del humor, incluso en aquellos que más de una vez han tenido altercados con él. "Si usted quisiera olvidar este pasado, le escribe un catequista que ha cometido tonterías, y acordarse solamente de esa bondad paternal que le caracteriza, yo me sentiría muy dichoso" (13 de abril de 1837). Jean Pierre Blein, más tarde, se acuerda del Padre Querbes en estos términos: "hemos visto, a menudo, en sus visitas a las escuelas, que temía hacer sufrir. Y en las parroquias era de una reserva y de una modestia que se hubieran tomado por timidez exagerada (...) Os escuchaba con paciencia, recogía vuestras confidencias, sufría vuestras penas, se identificaba con vuestras desgracias, buscaba y a menudo encontraba el remedio para el mal. Y, ciertamente, él no regateaba, no calculaba los sacrificios para aliviaros. Puedo decir que jamás rehusó su ayuda a las personas necesitadas que se dirigieron a él, y desafío a cualquiera a demostrar lo contrario. Si su palabra es viva, en cambio su escrito es mesurado, ponderado, discreto, al menos en las cartas que se conservan. Pero el muestrario de los corresponsales es suficientemente amplio como para incluir en él algunas cabezas ligeras. El inefable Jacques Damoisel, antiguo religioso de la Cruz de Jesús, bajo el nombre de Hermano Fortunato, ha saqueado la escuela que se le había confiado como catequista. En vez de venir a la reunión anual, va a hacer el retiro a su antigua comunidad. Reacción del Padre Querbes: "cediendo a malos consejos, en lugar de responderme, ha ido usted a la Cartuja *2 para hacer allí un retiro durante el cual ocupará a su director con sus miserables intereses temporales (...) usted prepara una nueva cabezonada. Le advierto que se arrepentirá pronto o tarde, usted y todos los que le habrán aconsejado, sean quienes fueren, usted querría ser un Hermano Fortunato, es decir, pasar por tal y hacer lo que le da la gana y disponer a su antojo y prepararse el futuro y la vejez de un pequeño rentista. Todo esto es una quimera, querido amigo, desde que está bajo el yugo de una regla usted no se ha cansado de ella hasta haber escuchado consejos insensatos, usted me conoce, venga todavía, si quiere, y me encontrará como siempre, es decir, lleno de ternura hacia usted y deseando que no sepulte lo que Dios le ha confiado" (12 de octubre de 1836).

2

NDT la casa sede de la Congregación de la Cruz de Jesús de la que procedía Jacques Demoisel.


Una buena parte de la correspondencia con el Padre Faure está hecha de recuerdos pacientes, de palabras de ánimo amistosas y de notas prácticas que desean ayudar a Charles Faure a vencer sus ilusiones y sus veleidades, pero los esfuerzos y la paciencia del superior no fueron recompensados. Este ardor que en ciertas ocasiones podía tener algunas consecuencias fastidiosas es, sin embargo, la causa de muchos gestos al servicio de personas necesitadas. Cuando constata una situación de sufrimiento o alguien que está en peligro, Luis Querbes reacciona rápidamente, interviene en favor de sus hermanos, en favor de sus feligreses (jóvenes de Vourles detenidos en una pelea con jóvenes de parroquias vecinas) (8), sus amigos (Monseñor Pompalier en conflicto de intereses con sus superiores) (9), desconocidos (matrimonios desunidos, una joven en peligro moral, un sacerdote en dificultades con su obispo (10), etc.). Le ocurre, incluso, tener que pagar personalmente. Un solo ejemplo: ha sabido que un religioso dominico italiano en ruptura con su comunidad se ha refugiado en Ginebra y va a convertirse al Protestantismo. Él va a Ginebra, paga las deudas, trae a casa al fugitivo, lo alberga en Vourles durante siete meses, lo reconcilia con la orden. Más tarde, el dominico llegado a ser superior de un convento en Holanda recuerda con nostalgia el tiempo pasado en Vourles (11). Como era "a menudo, víctima de su gran bondad y de su generosidad, a veces, muy por encima de sus modestas posibilidades" (Padre de Villefort) necesitaba provocar gestos generosos a su alrededor. Etienne Gonnet cuenta un hecho que pudo observar: un domingo de julio de 1854, después de la misa mayor, el Padre Querbes recibe a un refugiado español que viene a interceder en favor de su joven y pobre cuñada para encontrarle un establecimiento de educación. Inmediatamente, el Padre Querbes les acompaña a los dos al pensionado de las Hermanas de San Carlos a Brignais, expone la situación a la superiora y concluye perentoriamente: - Hermana, aquí hay una buena obra que hacer. Tiene que recibir gratuitamente a esta persona y tenerla aquí hasta que haya terminado su educación. - ¿Ella traerá por lo menos su ajuar?, pregunta la superiora. - Nada, hermana, es necesario que la buena obra sea completa. La superiora aceptó. Etienne Gonnet concluye: "eran casi las doce cuando entró a Vourles. No había comido y había hecho todo este viaje con un calor tropical. Al entrar nos dijo: "estoy más contento que si acabara de ganar 10.000 francos". La señora Testenoire resume bien su actitud cuando habla de "esta desenvoltura original y firme haciendo el bien un poco militarmente, pero no retrocediendo ante ningún peligro". Ella era la hija del señor y la señora Duclaux, que pasaban en Vourles una parte del año. El señor Duclaux, pintor de paisajes y de animales de la escuela lionesa, tiene algunas telas en el museo de bellas artes de Lyón. La señora Testenoire sigue: " (el señor Querbes) venía diariamente a jugar a damas a casa del señor Duclaux; el espíritu de los dos jugadores era siempre la ingeniosidad, la alegría mordaz no faltaba nunca, las santas señoritas Comte y la señora Duclaux, todas ellas amigas del Padre Querbes y que le ayudaban en sus obras,


estaban a menudo emocionadas por las temeridades de su párroco. El sermón del domingo ofrecía a veces a estas señoras recomendaciones de prudencia. Pero el cura Querbes se reía de sus temores y hacía su sermón con su verbo habitual y aplicaciones diversas que hacían temblar a estas santas almas. Pero, como un feligrés estuviese en apuros o una gestión fuera útil, allí estaba el párroco, partía para Lyón y volvía siempre con el éxito deseado, tenía la autoridad de la superioridad..." Este hombre activo que lleva de frente varias tareas: la parroquia, la dirección de una congregación, la escritura..., es el sacerdote que suspiraba, en 1828: "el tiempo pasa, tengo ya 36 años y no he hecho casi nada". En el comentario de los estatutos recomienda: "no debe haber un instante perdido o mal empleado en la jornada de un catequista, es necesario que sus días sean llenos..." (1855). No cesa de repetir la misma idea en sus cartas a las cabezas ligeras o a los soñadores: "se pierde en la ola cuando uno se entrega a tantos pensamientos, más vale actuar. Incluso la oración misma se convierte fácilmente en ilusión cuando no desemboca diariamente a lo que hay de más práctico en nuestra conducta" (4 de mayo de 1847). Perder el tiempo es gastar lo que corresponde a los demás, es también dejar que pase un buen medio de ascética, mucho mejor que otras prácticas ilusorias. Luis Querbes se beneficiaba pues de sólidas cualidades humanas. A pesar de sus reacciones impulsivas, era capaz del dominio de sí mismo frente a las dificultades y capaz de ponerse a caminar después de un fracaso. Una vez decidido, él avanzaba, lo que a veces debió complicar su vida, la de su arzobispo y, sin duda, la de alguna naturaleza frágil o tortuosa. Frente a la administración francesa es un poco cuco, ladino, pero ¿qué francés no lo es de alguna manera? Y a pesar de su saber y de su autoridad él ha sabido permanecer siempre cercano a sus hermanos, concreto, práctico; sus cartas están tejidas de una gran cantidad de enseñanzas y de notas útiles. La madurez le ha dado una estatura que le permite ser osado. El ligero flotamiento del joven en espera de porvenir ha desaparecido pronto. Le ha sido necesaria mucha determinación y fuerza de carácter para lanzarse a la aventura de la fundación, una cierta audacia tranquila para imaginar la sociedad de los catequistas y una gran dosis de tenacidad para llevar el asunto hasta el final. También ha necesitado mucha abnegación para dejar en el camino, como adarajas, ideas queridas, para soportar los golpes que no le vinieron solamente de los enemigos, para olvidar un porvenir personal que hubiera podido ser brillante en la carrera eclesiástica.

LA SAVIA. De los numerosos documentos que Luis Querbes ha dejado, pocos escritos pueden ser clasificados como "espirituales". En las cartas, raras confidencias, en el rodeo de una frase, que dejan pasar poca cosa de su relación con Dios. En su vida, ningún misticismo exacerbado, ninguna práctica excéntrica, ninguna visión, nada de artesas que se llenan de repente de pan. Solamente lo "ordinario", esta es la palabra que emplea él mismo. Al Padre Faure, que sueña heroicidades y vías estrechas para llegar a la perfección, le replica: "he desaprobado, a menudo, en usted esa necesidad de plantearse sin cesar una pregunta ociosa, a saber: si debemos hacer profesión de tender a la perfección o a conseguirla, si debemos poseer virtudes


heroicas u ordinarias. ¡Ay! querido padre, mientras hablamos mucho el tiempo pasa y no hacemos nada, prometamos mucho menos y hagamos más. Ya tenemos bastante de qué ocuparnos, virtudes del religioso: obediencia, castidad, espíritu de pobreza y virtudes de nuestro estado: fe, celo, humildad, pureza, amor al trabajo, a la soledad y al silencio. Comencemos por construir sobre estas virtudes que yo considero ordinarias (pues no se trata más que de entenderse), el edificio de nuestra salvación y de nuestra perfección y lo demás ya se nos concederá" (13 de mayo de 1841).

Las virtudes "ordinarias" El 23 de mayo de 1829, se presentó para aprobación una versión de los estatutos. Todavía no existe ningún catequista. El artículo 3 dice así: "las virtudes que caracterizan a un verdadero catequista son: una fe viva e ilustrada, un celo ardiente y desinteresado, la humildad, la pobreza, el amor al trabajo, a la soledad y al silencio". A pesar de todas las modificaciones que los estatutos han conocido, desde 1829 hasta 1839, el artículo 3 ha quedado intacto, sólo el verbo "caracterizar" ha sido reemplazado por "distinguir", es decir, que ha sido sólido. En esta especie de retrato robot del catequista, ¿como no reconocer los rasgos de quien lo ha escrito? La base de toda la vida cristiana por donde Luis Querbes camina está en "lo ordinario" de la vida espiritual. Y en primer lugar, la fe, la esperanza, que en su tiempo se veía más bien bajo el aspecto de "confianza en Dios", la caridad, que él llama con una palabra un poco envejecida, celo. Y él no camina de una manera mediocre. La fe. Fuera de una perspectiva de fe, su vida no tiene sentido, su voto de castidad, su compromiso total en la realización de la Sociedad, toda su vida de sacerdote y de superior manifiestan su fe ¿Cómo se podría consentir en revisiones reductoras de un proyecto en el que se ha puesto todo el corazón, si no se tuviera el apoyo de la fe? La esperanza. En las dificultades, los obstáculos, los sufrimientos, Luis Querbes trata de guardar la confianza en la Providencia e invita a los catequistas a adoptar esta actitud: "ánimo, no teniendo nada, no buscando nada, tendremos a Dios de nuestra parte" (10 de noviembre de 1836). "Yo soy débil, pero más que nunca lleno de confianza en Dios" (22 de agosto de 1838). "Contamos con la Providencia. No os inquietéis, Dios proveerá como a todo lo demás" (22 de febrero de 1842). "Dios es el dueño de los acontecimientos, aceptémoslos de su mano (...), cuando os enteréis (de algunas noticias) que esto no provoque en vosotros más que la expresión de la confianza y el abandono en las manos de la Providencia" (17 de marzo de 1848). François Favre, que vivió muy cerca del fundador al fin de su vida, nos dice: "su desinterés era tan sincero y su confianza en Dios tan grande que le gustaba llamar a sus Hermanos los hijos de la Providencia de Dios que, ciertamente, no les abandonaría nunca. El reverendo Padre Querbes tenía la mayor confianza en la Providencia ¡Cuántas veces se le ha podido ver sin recursos para sostener su obra siempre tranquilo y resignado, esperando un apoyo que a menudo le llegaba de una mano extraña y desconocida!" Charles Saulin termina el retrato que hace de él con estas palabras: "de una confianza sin límites en la Providencia. Su


palabra favorita era ésta: Dios proveerá". Esta confianza en Dios le permitió tener también confianza en sus hermanos, de los que tampoco dudaba, a veces, incluso fue engañado. "Lo hemos visto con las lágrimas en los ojos, se acuerda Francisco Favre, llorando de alegría y recibiendo con los brazos abiertos a los pobres hermanos separados, perdidos... como buen padre generoso no volvía a recordar sus escapatorias, les concedía la misma confianza y el mayor afecto."¿Tenía una idea demasiada elevada de la naturaleza humana? ¿No se daba cuenta de que todo el mundo no había vivido una historia como la suya que seguía una trayectoria privilegiada desde su juventud? ¿Que no todos habían tenido la suerte de tener las dotes y el temperamento tan fuerte y voluntarista como él? Quizás. También se puede ver en él una actitud que ve muy lejos; "yo pregunté un día al Padre Querbes, cuenta el Padre Gonnet, por qué guardaba en la comunidad a sujetos cuya conducta dejaba mucho que desear y que hubiera debido expulsar; Me respondió: "si los expulso, son almas perdidas, si se les conserva aquí puede ser que se conviertan. No hay que romper la caña cascada, ni apagar la mecha que todavía humea" ¿cómo se puede decir que se ama a Dios, a quien no se ve, si no se ama a su prójimo a quien se ve? (Cf. 1 Jn 4, 20). ¿Cómo se puede esperar mucho de la Providencia de Dios, si no se espera nada de su hermano? Esperar, tener paciencia, acompañar, perdonar, es creer que después de la separación o después de la falta, no está todo terminado, es creer en otras mañanas de Pascua.

La caridad. Hoy la palabra "celo" se ha cargado de connotaciones, a veces peyorativas. Si tuviéramos que actualizar la expresión empleada por el Padre Querbes "un celo ardiente y desinteresado", hoy diríamos "un amor activo", "una caridad viva, fuerte, completa...". Durante su vida, Luis Querbes dio múltiples pruebas de este celo que él esperaba de los catequistas. La sensibilidad a las necesidades de los más pequeños, la urgencia en actuar, el tiempo dado sin reservas, lo manifiestan ampliamente. Quizá esta prisa le ha llevado a cometer incluso errores: esas peticiones a las que responde demasiado rápidamente, esos establecimientos fundados sin garantías suficientes, esa falta de seguimiento regular a ciertos negocios, le han conducido a fracasos dolorosos de personas y de obras. Razonablemente, hubiera sido mejor una mayor prudencia. Su temperamento y las urgencias que percibía le condujeron a otras soluciones. Michel Sudres, el noveno superior general de la Congregación, hablando del fundador explica: "La prudencia es una virtud, la imprudencia no lo es. Pero la fe, la confianza y el amor, tienen a menudo un comportamiento que parece imprudente. ¿Cómo progresaría el Reino de Dios si no hubiera locos?" (12). En efecto, en un cambio de perspectiva, las vías del Señor van a veces contra las de la sabiduría, la prudencia de los hombres: lo que es locura de Dios es más sabio que los hombres (1 Col 1, 25). Si el Padre Querbes no hubiera tenido esta audacia, esta prisa y este celo ardiente, muchas obras no se habrían fundado jamás y la Congregación no habría nacido.

La relación con Dios


Este amor de Dios que impulsa a Luis Querbes a amar a sus hermanos, este amor a los hermanos que le hace retornar a Dios se enraizan en la adoración. En el comentario de los estatutos, dice a propósito de la oración: "la meditación ocupa el espíritu con la consideración de las verdades santas, la oración penetra en el corazón, el examen de conciencia y sobre todo el examen particular muestra la aplicación a nuestra conducta habitual, el sentimiento de la presencia divina, la visita al Santísimo Sacramento y las aspiraciones frecuentes mantienen la unión de nuestra alma con Dios y nos predisponen a hacerla cada vez más íntima en la oración. Los que se creen menos capaces son también capaces cuando quieren, porque al Señor le gusta comunicarse a las almas sencillas". Un poco más adelante, añade: "por el santo ejercicio de la presencia de Dios (...) el Clérigo de San Viator animará y vivificará su fe (...) que penetrará y dirigirá todos sus pensamientos y todos sus deseos, todas sus palabras y todas sus conversaciones, todas sus acciones y todas sus empresas". Hombres sensibles a una presencia, con el corazón atento, he aquí como él desea que sean los catequistas, así quiere que vivan. Esta disponibilidad interior, esta obediencia, en el pleno sentido del término, que recomienda a sus hermanos y que él vive. En un esquema de retiro que dio se destacan dos líneas: "no gustar más que la voluntad de Dios, no servir más que de instrumento a la operación de Dios". La maduración que se ha efectuado en él durante toda su vida, le ha llevado a consentir una especie de abandono que ama la voluntad de Dios: "Sí, nosotros debemos ser santos, escribe al Padre Faure, y yo especialmente. Más que nunca, siento que el buen Dios me pide todos los sacrificios. Gracias a su bondad no experimento repugnacia por ninguno" (28 de enero de 1840). En el comentario de los estatutos, el párrafo dedicado a la obediencia concluye con estas palabras: "nunca pedir nada, jamás rehusar nada, tal es el holocausto más agradable que se pueda ofrecer a Dios". Más allá de las palabras empleadas, que son de otro tiempo, se perfila la actitud fundamental de aquel que no se comporta maliciosamente delante de Dios, la actitud descrita en un himno del actual oficio dice: "el pobre sólo puede acogerte, con un corazón quemado de atención, con los ojos vueltos hacia tu luz". Las "almas sencillas" can por caminos "ordinarios" y no por caminos inseguros. Es inútil buscar, en él, un místico etéreo. Su vida espiritual está anclada en escolleras que fundamentan y nutren toda vida cristiana. La Palabra de Dios. "La lectura es el alimento del espíritu, en la oración hablamos a Dios, en la lectura espiritual Dios nos habla y nos da de qué hablar con El en la oración" (Comentario de los estatutos). Puede ser que hoy no se harían estas distinciones, pero conviene subrayar esta preocupación que tiene por ir a las fuentes. Ha inventado la Leyenda para los catequistas, este oficio que comienza por una página de la Biblia. "Por consiguiente, es necesario para hacerla, recomienda, llevar al más alto grado la atención y el respeto. San Carlos Borromeo no leía la Escritura más que de rodillas, como si estuviese escuchando a Dios que le hablaba desde el monte Sinaí, en medio de rayos y truenos. Por consiguiente, tratar de penetrar lo que estáis leyendo, de aplicároslo, de examinar de buena fe si practicáis lo que tenéis ante los ojos y de pedir al Señor el valor y la fuerza para conformar a ello vuestra conducta".


La Eucaristía. Los catequistas "tratarán de hacerse dignos de comulgar, con autorización de sus confesores, los domingos y los jueves, así como en todas las fiestas solemnes, obligadas o no (Comentario de los estatutos). A primera vista, la recomendación puede parecer banal, pero en esta época marcada por un fuerte vestigio de rigorismo jansenista, era recomendar lo que más tarde se llamará la comunión frecuente". Los catequistas son también invitados a visitar a menudo el Santísimo Sacramento, sea por la visita de regla o por visitas de devoción: "no entréis jamás en clase, ni salgáis jamás de ella, si es posible, sin visitar al Santísimo Sacramento" (Directorio). Además, explica con un lujo de detalles, la actitud que deben tener los que están encargados de sacristía y de las ceremonias litúrgicas o la actitud que debe tener el que debe ayudar a misa: "la fe viva, la religión ilustrada, la devoción tierna al Santísimo Sacramento les pondrán al abrigo de una familiaridad sacrílega con las cosas santas" (Comentario de los estatutos). La Iglesia. Se ha tenido ocasión de verle varias veces a Luis Querbes llevado de un profundo sentido eclesial que sobrepasa de lejos la adhesión a una persona o una preocupación táctica. Uno de los objetivos principales de la fundación fue la de responder a las necesidades más urgentes de las pequeñas parroquias, establecer una colaboración estrecha con los sacerdotes bajo la dependencia del obispo, hoy añadiríamos: participar en la "pastoral de conjunto". El título del catequista es explícito: "clérigo parroquial". En sus relaciones con el arzobispo de Lyón, por tensiones que tuviera que pasar, intentó realizar sus objetivos hasta el último cuarto de hora, que siempre corresponde al arzobispo. Deja a sus hermanos en manos de los obispos de San Luis, de Agra, de Montréal, de Rodez...con toda confianza. En Roma busca, sin duda, confirmar su idea primera por el Papa, pero se adhiere a la fuerza y a la vida "que sale de la aprobación". En un tiempo en que todavía quedaban algunos residuos de galicanismo, pide al clérigo de San Viator que "se vincule invariablemente y desde el fondo de su alma a la Santa Iglesia y al Vicario de Jesucristo (Comentario de los estatutos). La Virgen María. Para Luis Querbes, como para muchos otros fundadores y fundadoras, también pasa y se manifiesta el amor de Dios por esta mediación . Durante toda su vida dejó mucho espacio a la piedad mariana. Adolescente o seminarista, Luis Querbes subía con frecuencia a Fourvière, el santuario mariano de Lyón; con ocasión de esto, GuyMarie Deplace le recomendaba que rezara por él. Una tradición pretende que el joven vicario de San Nicecio haya introducido la práctica del mes de María en la escuela clerical. Algunas semanas más tarde de su llegada a Vourles, el párroco crea la primera hermandad, la Hermandad del Rosario. Los religiosos que parten para el extranjero pasan todos por Fourvière. En 1838, cuando el efectivo es todavía reducido, he aquí que se le pide hermanos para la sacristía de Fourvière. "Podemos contar con la protección de la Santísima Virgen si tenemos buenos representantes en Fourvière" (20 de febrero de 1838). Y envía tres religiosos, entre ellos Luis Fraigne, que hubiera podido ejercer una buena función en otra parte. El sello de la sociedad lleva una divisa, Sinite parvulos venire ad me, dejad que los niños se acerquen a mi. Pero el fundador ha utilizado poco este tema. Por el contrario, emplea a menudo una expresión muy corta, en latín o en francés: Adoretur, ametur Jesus. Adorado, amado sea Jesús. A veces escribe solamente las tres letras de expresión en latín, AAJ. Esta especie de divisa, este "slogan" concreto, impactante, resume todo su proceso en una especie de síntesis de su vida espiritual y de su vida apostólica. La contemplación y la acción. La


adoración y el amor. El amor a Dios y el amor al prójimo. Describe este doble impulso que señala al discípulo de Cristo: un amor de Dios que va hasta el más pequeño de los hermanos de Jesús (Cf. Mt 10, 40-42). Un amor hacia el más pequeño que nos retorna al Padre (1 Jn, 3). Uno no puede ir sin el otro. Luis Querbes vivió para adorar y amar a Jesús. ¡No es el único!, ¡Desde hace 2.000 años, muchos cristianos han intentado e intentan aún hacerlo!. Lo que resulta un poco original es resumir esta aspiración en una fórmula tan neta, tan clara y tan completa. Y no solamente resumirla, sino verdaderamente vivirla.


13 ASUMIR HASTA EL FINAL

1854, LOS HERMANOS DE SAN VIATOR EN NANT (AVEYRON) El 29 de junio de 1854, Mons. Croizier, obispo de Rodez y el P. Querbes firmaban un documento por el que una congregación diocesana, los hermanos maestros de San Juan, se afiliaba a los Clérigos de San Viator (1). El obispo debía sentirse un poco triste pero el P. Querbes era feliz... En efecto, había puesto mucha esperanza en el desarrollo de los Catequistas en esa diócesis. En 1840, había enviado un hermano muy joven, Esteban Gonnet, a fundar la escuela de Salles-Curant, un pueblo muy cercano a Canabières de donde procedía la familia Querbes. Otras escuelas siguieron, sin duda demasiado rápidamente ya que, en 1844, el rector de Montpellier, habiendo descubierto algunos hermanos sin título, informó al ministerio y la llamada al orden bastante fuerte. En 1850, los Clérigos de San Viator dirigían siete escuelas en la diócesis y el P. Querbes esperaba poder implantar un noviciado en la región de Rouergue. Ahora bien, el 4 de junio de 1850, el obispo de Rodez le informaba que tenía intención de crear una congregación diocesana calcada sobre la de San Viator. Los religiosos llevarían el nombre de "Hermanos maestros de San Juan". Serían también llamados así para conservar el recuerdo de monseñor Jean Crozier. Además, para formar y dirigir a la nueva comunidad, el obispo pedía al P. Querbes que le cediera al H. Gonnet. ¡Y el P. Querbes contaba precisamente con él para desarrollar los Clérigos de San Viator en la diócesis!. El P. Querbes responde el 24 de julio. Comienza por formular algunas preguntas: ¿por qué no volver a tomar una antigua propuesta de Monseñor Croizier (establecer un noviciado en Nant)? ¿Han desmerecido los Hermanos de San Viator? ¿Una Congregación diocesana es más flexible y más segura que una congreación aprobada por la Santa Sede? Y le propone: "Que la casa de Nant sea erigida en noviciado, que un eclesiástico de su confianza tenga la dirección espiritual y temporal y, si quisiera agregarse a nuestra congregación, que tenga también la dirección religiosa y la de todas nuestras casas del Aveyron, que nuestros hermanos de Nant den allí lecciones y que se habitúe a los novicios a nuestros usos y costumbres. Poco importa que esos novicios estén destinados a formar parte de una congregación particular o agregarse a la nuestra. Que si a V.E. no le gusta la idea, nosotros podemos permanecer en el Aveyron hasta que la Congregación proyectada pueda tomar la dirección de nuestros establecimientos, y entonces nos retiraremos contentos de que Dios sea glorificado sin


importarnos por quién." La propuesta no había sido tergiversada y las líneas finales no eran sólo una fórmula. El P. Querbes sabía que los escritos permanecen y que esta carta le comprometía. Monseñor no aceptó este ofrecimiento y los hermanos de San Juan vieron el día en Nant, un pequeño centro en el valle de la Dourbie, encajonado entre la meseta del Larzac y el Causse-noir. El noviciado se abrió en mayo de 1851, justo en el momento en que los Clérigos de San Viator acababan de ser aprobados para toda Francia. El Señor Bioulac, un sacerdote de la diócesis, dirigía los pasos de la naciente comunidad. Pero los Hermanos, a pesar de su fervor y de su buena voluntad, tuvieron serias dificultades, como los de San Odilon: se trataba de una congregación diocesana que no podía beneficiarse de las ventajas y las garantías de una asociación legalmente reconocida, y especialmente de la dispensa del servicio militar. Por eso el Señor Abbal, vicario general, contactó discretamente con el P. Querbes, el 19 de noviembre de 1853, para proponerle la afiliación. El P. Querbes aceptó el ofrecimiento el 23 de noviembre, a vuelta de correo. Pero monseñor Croizier dudaba todavía. A comienzos de junio, consciente finalmente de que la pequeña comunidad se asfixiaba, hizo venir al P.Querbes a Rodez. El asunto se arregló y el 29 de junio se firmó el contrato. Los hermanos de San Juan, si lo deseaban, se convertían en Catequistas parroquiales pero, concesión a la coquetería episcopal, podían conservar el nombre de San Juan. El obispo cedía la casa de Nant. El P. Querbes, por su parte, se comprometía a mantener a los hermanos en la diócesis. Pero en Nant, se sabía poco de estos tratos e incluso se temían. El P. Querbes fue allí. El H. Jean-Baptiste Alvernhe, un testigo del acontecimiento, cuenta:" Un día de fiesta para Nant, probablemente el día de la adoración perpetua (...), el P. Querbes entra y se queda en la parte posterior de la Iglesia. El Sr. Cassan (un sacerdote adjunto del Sr. Bioulac) lo ha visto e intenta atemorizarnos (...) El (el P. Querbes)no tarda en llegar. Pregunta con cierta calma por el Sr. Bioulac. Se le responde que está todavía en la iglesia. Él manda llamarlo (...) Nadie había pensado tener el honor de hablar al extranjero(...) finalmente el Sr. Bioulac llega, le presenta sus excusas y lo hace entrar. No tarda en reunirnos a todos en las sala de estudio seguido de nuestro superior, el Sr. Bioulac. Allí, se apresura a preguntarnos:" amigos míos, ¿queréis ser mis hijos? " Nadie responde... " Amigos míos, ¿queréis ser mis hijos?" Probablemente hubiera habido el mismo silencio si el Sr. Biolulac no nos hubiera empujado a responder: "responded". Dos tímidos "sí" se dejaron oir. El P. Querbes, que leía fácilmente entre líneas, vió que no sabíamos nada del asunto, y manifestó su sorpresa a nuestro antiguo superior que balbuceó algunos: "si","si..." Quince hermanos de San Juan se convirtieron en Clérigos de San Viator. Algunos de ellos marcarán con su fuerte personalidad la Congregqación en la que entraban: Jean-Baptiste Alvernhe, Joseph Bélières, Bertrand Dardé, Guillaume Gaillac, Célestin Souques,...El H. Gonnet fue nombrado su superior. Poco tiempo más tarde, el noviciado abandonaba Nant, de difícil acceso, para trasladarse a Espalion, al norte de Rodez. En 1858, gracias al apoyo del Señor Sabathier, vicario general de Rodez, la Congregación pudo adquirir cinco hectáreas en la meseta de


camonil, a la entrada de Rodez (2). Allí fueron instalados la dirección, el noviciado y las primeras construcciones de un internado que se desarrollaría mucho durante los años siguientes, San Luis de Camonil. La obediencia de Rodez comenzaba bien.

1855, EL COMENTARIO DE LOS ESTATUTOS La redacción del Directorio databa de 1833, una época en que la Sociedad no reagrupaba más que seglares. El libro quería ser una guía para cristianos comprometidos en la catequesis y en el servicio parrroquial. Más tarde, la Sociedad había perdido los seglares y se había convertido en congregación pero el texto no contenía nada concerniente a los compromisos propios de un religioso. Por consiguiente había que completarlo. El desarrollo de la Congregación añadía incluso cierto grado de urgencia: mientras no hubiera más que un noviciado, el maestro de novicios y el superior, que estaba cerca, daban una formación, un espíritu propio que aseguraba la cohesión del grupo. Pero con la apertura de los noviciados de Ternes, de l'Industrie, de Nant, sin contar los que hubieran podido existir en San Luis o en Sirdhanah, ¿cómo dar lo que era específico de la Congregación? Los estatutos existían, pero el texto esencialmente jurídico no dejaba mucho espacio al espíritu. Se presionó al fundador para que volviera a ver el Directorio o para que redactara otro texto. El P. Querbes era un hombre práctico, poco llevado a la reflexión teórica. Sin embargo se puso a hacerlo, no se sabe en qué época exactamente. Más que adaptar el Directorio, decidió comentar los estatutos aprobados en 1838. Redactó tres borradores (3) hasta el artículo 22 (los estatutos constaban de 35). Los artículos que no han sido comentados conciernen a los establecimientos de formación, los "magisterios" (las comunidades locales) y otros puntos, como las reuniones anuales y los viajes. Estos últimos artículos tienen su importancia, pero se trata más bien de reglamentos y de costumbreros de una naturaleza muy diferente de las primeras secciones, que se refieren a los fines de la Congregación y a los compromisos de los religiosos. Durante el otoño de 1855, monseñor Bourget, en viaje por Europa desde hacía un año, se detuvo durante seis semanas en Vourles. La confianza e incluso la amistad que existía entre el obispo de Montréal y el párroco de Vourles produjeron buenos resultados. Mons. Bourget escribió una vida de San Viator. redactó "observaciones sobre las relaciones que debían establecerse entre la casa madre y los hermanos de Canadá" (4) y, después de haber estudiado el proyecto de comentario de los estatutos, ofreció algunas "observaciones generales sobre la constitución de los Clérigos paroquiales o catequistas de San Viator" (5). En estas observaciones, sugería que se publicara "un conjunto razonado" que comprendería las Letras apostólicas (el decreto de aprobación de Gregorio XVI), los estatutos, el Directorio que sería "el desarrollo de los estatutos", el costumbrero que tocaría aspectos administrativos de la Congregación y el ceremonial. Mons. Bourget imaginaba incluso que "la leyenda pudiera formar parte de la regla". Redactó un proyecto de prefacio para este conjunto que hubiera debido ser "el libro de los libros" para los religiosos. También


hizo observaciones, a veces detalladas, sobre diversos puntos del texto provisional. En la redacción final (6), el P. Querbes tuvo en cuenta algunas de éstas observaciones. En cuanto al prefacio definitivo, tres cuartas partes son de Monseñor Bourget: la cuarta versión del comentario, escrita con una escritura fina y muy cuidada, ocupa cincuenta y una páginas de un cuaderno titulado."Manual necesario del Clérigo de San Viator". El comentario de los artículos que conciernen a la "regla de vida" (art. 2), las "virtudes" (art. 3), la "doctrina cristiana" (art. 4) y el "servicio de los altares" (art. 5) ocupa doce páginas, es decir casi la cuarta parte del cuaderno. Varios pasajes de estos artículos han sido ya citados, especialmente sobre la oración, la leyenda, la eucaristía. Quizá habría que subrayar la insistencia que el P. Querbes pone sobre los fines mismos de la Congregación. Vuelve al orígen de la fundación, a la necesidad de enviar catequistas. Con el tiempo, la obligación de insertarse en el medio escolar, el desarrollo de algunos centros ¿no hacía correr el riesgo de ver a los catequistas convertirse en buenos Hermanos enseñantes que no hubieran sido, quizá, otra cosa que buenos enseñantes? Por eso, desde la apertura del capítulo dedicado a la doctrina cristiana, se recuerda esto sin ambigüedad: "Importa que, a todo trance, justifiquemos con hechos el nombre con que la Iglesia distingue a nuestro Instituto. Los males que la devastan provienen, sobre todo, de la ignorancia de las primeras verdades de la religión en que languidecen los niños. Estudiar y enseñar la Doctrina Cristiana: esa es nuestra vida. Cualquier negligencia sobre este punto sería deplorable, podría llevar consigo las más graves consecuencias, e infundir, en el ánimo y en el corazón de los niños, prevenciones y falsas ideas que sólo se acaban con la vida, por lo cual se han de evitar con el mayor cuidado. Si, en alguna otra congregación pudiera llegar a pensarse que el oficio de catequista es cosa exclusiva de los que tienen cura de almas, no se puede concebir tal aberración en un miembro de nuestro Instituto. El P. Querbes no siguió los consejos de Mons. Bourget que le proponía suprimir o atenuar la última frase. A lo largo de estas páginas, cuando habla de los religiosos, el P. Querbes emplea raramente la palabra "clérigos", "religiosos", "hermanos", emplea mas habitualmente "hermanos de San Viator", "Clérigos de San Viator", "hermanos catequistas", "Catequistas de San Viator", o sencillamente el término que encontramos más a menudo, "Catequistas". Cuando habla de los sacerdotes de la Congregación, les llama "sacerdotes-catequistas", ¿Es una casualidad? Si el primer fin del Instituto no debe perderse de vista, no conviene sin embargo descuidar el aspecto profesional. Ya que se debe enseñar, hay que ser competente: "Aunque sea la doctrina cristiana el fin principal de la instrucción que se da en nuestras escuelas y la que debe predominar y difundirse por todos los ramos de la enseñanza, sin embargo, no se han de descuidar estos últimos, a pesar del lugar secundario que en ella ocupan. Sea cualfuere la materia de los estudios, importa sobremanera que las lecciones sean sólidas y vayan bien explicadas; que no se limite el maestro a cargar la memoria de los niños de nociones superficiales que se olvidan tan pronto como se aprenden, sino que nutra su inteligencia de principios cuya aplicación práctica activará y robustecerá más tarde el recuerdo de los mismos...


El comentario de los artículos referentes a los votos aborda sobre todo el aspecto jurídico de la profesión religiosa. Podemos lamentarlo pero, en el siglo XIX, la religión se mide por la práctica mucho más que por el espíritu. También sabemos que, aún después de acabado el siglo, esta actitud ha continuado un poco... El comentario de los estatutos no fue publicado mientras vivió el Fundador, sino en 1861, cuando se editó según el plan sugerido por Mons. Bourget el Manual necesario de los CLérigos de San Viator.

ÚLTIMAS PENAS, ÚLTIMAS ALEGRÍAS Desde 1838, de las tres señoras Compte que habían sostenido financieramente las realizaciones del párroco de Vourles, no quedaba más que la menor, Antoinette-Fleurie. Su generosidad, el interés que mostraba hacia los Clérigos de San Viator la habían hecho entrar de alguna manera en la familia; al final de muchas cartas dirigidas al P. Querbes, los Hermanos piden que la saluden de su parte. Antoinette-Fleurie murió en julio de 1853. El párroco, la Congregación y la parroquia le hicieron unos hermosos funerales. Legaba 25.000 F al P. Querbes, una cantidad importante. Pidiendo en préstamo una suma semejante, pudo comprar, en agosto de 1854, el pequeño terreno que las señoras poseían en Vourles y que se componía de una casa de habitación, dependencias y cuatro hectáreas de tierra. El P. Querbes, que había habitado en la casa cural hasta 1844 y después en el "berceau", se instaló en la casa Compte. Allí es donde recibió, durante bastante tiempo, a Mons. Bourget. El día en que se firmaba en Lyón el contrato para la compra del pequeño terreno, el P. Faure moría en Vourles. El "querido compañero" de los comienzos, sobre quien contaba el fundador, había demostrado rápidamente que iba a pedir mucho y dar poco. Siguiendo sus quimeras, en 1848, salió de la Congregación para ir a fundar una congregación de enseñanza en la que el trabajo manual hubiera sido importante. ¡Se puede soñar! Naturalmente fracasó y, en 1852, volvió a llamar a la puerta de Vourles. El P. Querbes le recibió de nuevo. Pero la experiencia del fracaso no había enseñado nada al P. Faure: hizo una lista de faltas a los estatutos que creyó haber observado en el superior, con el fin de constituir un dossier para denunciarlo a Roma (7). ¿Expedió el dossier? No se sabe. Por lo menos contactó con un sacerdote que iba a Roma. Murió algunos meses más tarde, haciendo sin embargo al P. Querbes su heredero universal. El P. Querbes recibió todos los papeles del P. Faure y conservó estas páginas acusadoras. ¿No les daba ninguna importancia? ¿Contaba con que la historia pondría las cosas en su verdadero lugar? No ha dejado ninguna nota frente a estas páginas de vitriolo.


Había tenido ocasión de archivar otras cartas de este tipo. A su salida del Instituto, algunas cabezas locas se habían marchado dando coces, pero hay otras que vienen de alguien muy cercano: el H. Liauthaud había explotado en varias ocasiones. También él, en 1849, había hecho una lista de doce puntos que le hacían concluir que la Sociedad "tendía a su disolución" (8). Incluso se preguntaba entonces, y escribía al superior, si él, el maestro de novicios, no debía abandonar la Congregación antes de que Providencia viniera "a dar el golpe de gracia". ¡La Providencia no debía estar al corriente de estos doce puntos! En junio de 1856, el H. Liauthaud pide y obtiene el permiso para hacer un retiro en la Gran Cartuja. De allí, escribe al P. Querbes que experimentaba "una repugnancia invencible en volver a Vourles" (9) y le indica que iría a la escuela de Thel (Rhône). ¡Una especie de fuga! Seis días más tarde, escribe de nuevo (10) para explicar lo que le molestaba de Vourles, la postura en la que se encontraba y lo que no le convenía, las formas de actuar del superior que tenía la habilidad de enterarse a través de "murmuraciones" que él decía oir. En breve, según sus propias palabras exponía su "resentimiento". Ahora bien, en la misma época, amenazaba con explotar un escándalo: en la Vaucluse, un Clérigo de San Viator había sido acusado de actos inmorales con un niño (11). De hecho, la encuesta reveló que el niño acusador había inventado un poco. Pero el hecho apoyaba la tesis del maestro de novicios: se descuidaba demasiado la formación. En las escuelas, los religiosos supieron dos informaciones al mismo tiempo, la partida del H. Liauthaud y la acusación contra uno de sus hermanos. Algunos hermanos manifestaron su simpatía al P. Querbes, como el H. Blein, que reconocía que el H. Liauthaud les había "edificado a pesar de sus excentricidades" pero, al conocer su marcha, "se había abatido hasta lo indecible" (12). El H. Archirel escribió también. Su carta se ha perdido, pero se conserva la respuesta del P. Querbes. "Su carta ha venido a poner un poco de bálsamo en la llaga que me tortura desde hace quince días y que ha venido a añadirse a las singularidades del P. Liauthaud. He conservado todo y no he manifestado los sentimientos de mi corazón más que ante el buen Dios (...) Le digo que estoy tranquilo sobre el asunto del P. Liauthaud. Todo irá bien, estoy seguro: Tiene demasiado buen espíritu para satisfaer su susceptibilidad pueril. Sobre todo esto, le pido secreto y discreción. ¡Ánimo!. Hay consuelos por otra parte. Rece por quien es, con el más tierno afecto, su padre en N.S. (6 de julio de 1856). ¿Se puede creer que esta carta haya sido redactada por alguien con la reputación de tener un carácter "petulante"? El P. Querbes había acertado: el H. Liauthaud volvió al rebaño. En septiembre de 1857, fueron juntos a visitar les Ternes y Nant donde iba a comenzar el noviciado. El H. Liauthaud volvió a encontrar a sus viejos amigos: los Hermanos Gonnet, Prudhomme, Alexandre...El P. Querbes lo dejó allí y se volvió a Vourles. El noviciado de Nant se trasladó a Espalion. El H. Liauthaud se quedó allí algunas semanas. En una carta del 9 de noviembre de 1857, el P. Querbes llega, incluso, a tomarle el pelo: "Hace ya casi dos meses que usted no me lleva la contraria. Cuando me separé de usted en Nant no pensaba que gozaría de un descanso tan largo". Pero el superior lo llamaba de nuevo, y él se puso en camino durante el invierno.


Hizo un alto en La Cavaleríe, en el altoplano de Larzac, donde los hermanos de San Viator dirigían una escuela. Allí, sufrió una crisis de asma y de una congestión pulmonar. Murió el 26 de noviembre de 1857. El P. Querbes fue informado de su enfermedad. El H. Charles Saulin cuenta cómo el superior se enteró de su muerte: "Un día, cuando llegó el correo, yo estaba en la habitación del P. Querbes. Había muchas cartas. después de haber leído algunas líneas de cada una, miraba la firma y pasaba a otra. de repente, cogió una. Apenas la abrió gritó: - ¡Dios mío! ¡Qué desgracia! - ¿Qué? le dije. - ¡Ay! Acabo de perder mi brazo derecho; el pobre P. Liauthaud ha muerto. Y se puso a llorar" Si las filas de los viejos compañeros se iban aclarando, las nuevas generaciones tomaban el relevo. La obediencia de Ternes se desarrollaba lentamente y en una pobreza real. La primavera de 1858, se caracterizó por la partida de su superior, el P. Chargebeuf, que entró en los jesuitas. Lo reemplazó el H. Marsal. En Canadá, gracias al apoyo y al control de Monseñor Bourget, la comunidad progresaba rápidamente. Se reconstruyó un ala del colegio Joliette que se había quemado. Se construyó un nuevo noviciado más grande que el primero. "Una vez terminadas las construcciones, escribía el P. Champagneur, nuestra comunidad se encontrará en un situación confortable, como dice la gente de aquí" (marzo de 1858). La obediencia de Rodez crecía bien bajo la guía del H. Gonnet. Al fin del año escolar 1858-1859, la Congregación contaba con 250 religiosos 45 de los cuales en Canadá. Dirigía en Francia 106 escuelas en 21 departamentos, 4 sacristías y una providencia; en Canadá, 2 colegios, una institución para sordomudos, 7 escuelas y 2 parroquias. El P. Querbes seguía siendo párroco de Vourles. Sin embargo, a partir de 1840, el P. Hugues Favre le secundaba como coadjutor. Según los registros parroquiales, el coadjutor presidía las cuatro quintas partes de los bautismos, las bodas y los entierros (13). Pero el Párroco seguía velando sobre el rebaño. El sacerdote Bouvard, que le conoció y llegó a ser a su vez párroco de Vourles, relata: "Hacia el fin de su vida, se comportaba como un padre y como un abuelo respecto a sus feligreses. Al comienzo de su ministerio entre ellos, preparaba sus sermones; en sus últimos años, se dejaba llevar con gusto por la improvisación; pero su espíritu, su corazón, su piedad se nutrían de la doctrina católica. Hablaba mucho, pero sabiendo siempre perfectamente lo que decía y adaptándolo maravillosamente a las necesidades de su auditorio." Uno de los primeros actos, como párroco, había sido el de establecer la congregación del Rosario (diciembre de 1822). Uno de sus últimos actos fue el de crear, el 2 de febrero de 1859, la "pequeña asociación de los Santos Ángeles" para poner a los niños "bajo la protección de los Santos Ángeles", con el fin de "asegurar su perseverancia en el bien y de prepararlos a entrar en la congregación de hijos de María". Desde hace más de cien años, la asociación y su revista "L'Ange Gardien" siguen su trayectoria.


1 DE SEPTIEMBRE DE 1859, LA MUERTE "La vida de nuestro fundador fue una continua lucha", resume Jean-Baptiste Clavel. Si el fundador ha emprendido y ganado tantos combates, no pudo vencer a un enemigo oculto que iba a llevárselo: la diabetes. Hacia 1852 o en 1853, había ya notado los primeros síntomas de la enfermedad. Conoció un alerta serio a comienzos del año 1858 y, en enero de 1859, una crisis aguda seguida de una tregua. Pero durante el mes de abril, la enfermedad volvió con más fuerza y se le creyó perdido. El P. Favre había incluso convocado a los religiosos para el último adiós. El P. Querbes dictó su testamento en el que instituía al P. Favre, o en su defecto, al H. Blein, como legatario universal. Sin embargo un mejoramiento inesperado trajo de nuevo la esperanza. El 17 de mayo, el P. Querbes escribe al H. Gonnet: "Solamente ayer comencé a escribir, y me alegro de dirigirme, con mi pluma temblorosa, a usted que ha mostrado tanto interés por mi salud. Debo notificarle mi resurrección y confesarle que tendría motivos para cantar un sonoro Aleluia. Estoy fuera de todo peligro, aunque todavía convaleciente. Esta revolución se debe a las oraciones dirigidas a la Santísima Virgen. La mejoría comenzó a primeros de mayo. He visto a la muerte de cerca; había complicación de enfermedades. La principal era la diabetes, enfermedad que se cura difícilmente y con mucho tiempo. La tercera vez que me analizaron la orina, ya no había, y el doctor Mathey que Vd. conoce y que no es un creyente de primera clase, decía que era un milagro y que no entendía nada. Yo estaba resignado a la voluntad divina y lo estoy todavía para consagrar lo que me queda de fuerzas y de vida al bien de nuestro Instituto. Bueno, basta de hablar de mí mismo." Se puso a trabajar un poco, pero durante el verano la enfermedad se agravó y, el 25 de agosto, los religiosos de Vourles y de las comunidades vecinas que se reúnen según su costumbre para la fiesta de San Luis, lo hacen alrededor de un superior gravemente enfermo. El enfermo desciende de su habitación y viene bajo los castaños de indias de la terraza, donde se ha colocado una mesa. "Con el rostro sonriente, pero profundamente alterado por el sufrimiento (...) se esforzó en alegrar esta reunión con palabras amables" (Joseph Paillès). Pero todos eran muy conscientes de que se trataba del último encuentro. El 29 de agosto, el P. Querbes recibió los últimos sacramentos de manos del P. Hugues Favre. Al final de la ceremonia, hizo sus últimas recomendaciones que su secretario, François Favre, hermano de Hugues, escribió: Vamos, Hijos míos. Me corresponde a mí hablaros, pero no tengo fuerzas. Habéis visto la unión que ha existido siempre entre el Sr. Favre y yo. Obedecedle de la misma manera que me habéis obedecido a mí. Desterrad lejos de vuestro espíritu todo espíritu partidista y de sistema. Sed obedientes. Comunicad mis recomendaciones a los ausentes. Os doy mi bendición como la doy a todos." La muerte sobrevino el jueves, 1 de septiembre, a las nueve y cuarto de la noche. Los funerales se celebraron el 5 de septiembre, Según la costumbre para el entierro de los sacerdotes, presidió el párroco decano de Saint-Genis. El sacerdote Pater pronunció el elogio fúnebre de circunstancia de quien había sido su amigo.


Los restos mortales reposan todavía en el cementario de Vourles, al pie de la gran cruz. Bajo una sencilla lápida de piedra hay grabada esta inscripción: Bajo esta piedra, descansa, esperando la bienaventurada resurrección, el cuerpo de Juan Luis José María QUERBES, sacerdote de un celo, de un desinterés, de un caridad admirables que durante treinta y siete años fue párroco de Vourles, y fundó el Instituto de los CLérigos de San Viator, murió el 1 de septiembre de 1859, a la edad de sesenta y seis años.


14

REFUNDAR AYER, HOY, MAÑANA

El P. Hugo Favre fue elegido superior general y tomó en sus manos, no muy seguras, la dirección de la Congregación. Quince años más tarde, le sucedía el P. Gonnet. Y después, otros, hasta el actual superior general, el P. Léonard Audet. No se puede pretender redactar en algunas páginas una síntesis satisfactoria y objetiva de ciento treinta años de una historia rica y variada. La parte que se ha mencionado aquí es deliberadamente subjetiva. En esta hilera de figuras, de hechos, de épocas, de países, de sufrimientos y de alegrías, no se recuerdan más que algunos elementos que caracterizan cinco períodos y algunos rostros de la Congregación.

LA CONGREGACIÓN "FRANCESA" En Francia, después de la muerte del fundador y hasta casi 1880, el desarrollo fue rápido y constante. Tres noviciados formaban unos 25 religiosos por año (media de los años 1870-1879). El crecimiento se fue aminorando durante los quince años siguientes: se entraba en un área de turbulencias políticas. Algunas disposiciones legislativas (las leyes Ferry) establecieron la secularización de la institución escolar. Las congregaciones que, hasta entonces, podían dirigir escuelas comunales, públicas y remuneradas por el estado, tuvieron que abandonarlas para abrir escuelas parroquiales, libres pero pobres. Los religiosos fueron obligados al servicio militar. Disminuyeron las entradas al noviciado. Durante los años 18951900, aunque el clima político y religioso de Francia era todavía muy tenso, los noviciados se llenaron de nuevo. En 1900, se enumeran unos 500 religiosos franceses de un total de 760 religiosos en toda la Congregación. Y después vino 1903. En Canadá, el desarrollo de la comunidad se hizo a partir de obras poco numerosas pero sólidamente implantadas. En 1897, medio siglo después de la fundación, la provincia contaba con 215 religiosos. El P. Champagneur había mantenido el timón hasta 1870. Tres religiosos canadienses fundaron, en 1865, una escuela en Bourbonnais, en Illinois (Estados Unidos). Se abrió un noviciado y, en 1882, los religiosos de Estados Unidos formaron la provincia de Chicago, de la que fue superior el P. Cyrile Fournier. A fin del siglo, contaba con algo más de 40 religiosos.


Hasta los umbrales del siglo XX, la Congregación presenta lo que se podría llamar el "rostro francés". Los religiosos de Francia constituían el grupo dominante. Excluyendo la provincia de Chicago, las obras de todas las demás provincias (Canadá, Rodez, Les Ternes, Vourles) obedecen al mismo esquema: - escuelas elementales, a veces con pequeños internados, que representan el principal compromiso de la Congregación; - algunos colegios que no ocupan más que una minoría de religiosos. En Francia, cada provincia tiene un colegio (Rodez: Saint-Louis de Camonil; Les ternes; Saint-Agneau en la región de Cantal; Vourles: Saint-Michel en París); - obras sociales: orfanotrofios en Francia, instituto de sordomudos en Montréal; - algunas sacristías.

Predominan las pequeñas o medianas comunidades. Quedan todavía algunas escuelas de clase única. En 1990, solamente cuatro comunidades sobrepasan los 20 religiosos: SaintLouis de Camonil, El Instituto de sordomudos de Montréal, Saint-Michel de París y San Viator de Bourbonnais. Numéricamente, los Hermanos son ampliamente mayoritarios. En Canadá, representan el 90 % de los religiosos. En Francia, la llamada a los estudios clericales y al sacerdocio es demasiado restrictiva y faltan sacerdotes para el servicio de la comunidad (en 1900, en el conjunto de las tres provincias francesas, sólo el 1,6 % de los religiosos son sacerdotes).

LA TEMPESTAD

En Mayo de 1903, en Francia, el ministro Combes decretó el cierre de 11.000 establecimientos escolares u hospitalarios dirigidos por congregaciones religiosas. En el espacio de dos meses, los Clérigos de San Viator de Francia vieron cerrarse las direcciones provinciales, los juniorados, los noviciados, las casas de religiosos mayores. El personal fue dispersado. Todas las escuelas y colegios fueron molestados. Muchos de ellos desaparecieron. Todos los bienes inmuebles de la Congregación fueron arrebatados por el Estado y definitivamente perdidos. Las comunidades estallaron. Algunos religiosos conocieron la prisión y los tribunales. Otros, a veces con muchos años, partieron hacia el extranjero. La misma residencia de la dirección general, que se encontraba en París, tuvo problemas. El Superior general y el personal buscaron abrigos provisionales. En las tres provincias, se había previsto la tormenta, pero no se pensó que sería tan


fuerte. El año precedente, el Superior provincial de Vourles había escrutado en los países limítrofes. Se eligió Bélgica como posible lugar para replegarse y se compró una gran casa en Aerschot, cerca de Lovaina. Se llenó muy pronto. La provincia de Canadá había hecho saber que, en caso de necesidad, acogería a los franceses. En febrero y junio de 1903, dos grupos de religiosos jóvenes y de novicios atravesaron el Atlántico. Un tercer grupo se reuniría con ellos en agosto. En total 31 franceses encontraron refugio entre sus hermanos canadienses. En septiembre de 1903, algunos Clérigos de San Viator de Rodez llegaron a Vitoria (España). Un mes más tarde, un segundo grupo atravesaba los Pirineos. Muchos religiosos, novicios y juniores les siguieron. El capítulo general de 1905, reunido en Bélgica, suprimió la provincia de Ternes. No había tenido la suerte de tener al frente un superior firme, capaz de tomar las decisiones convenientes, como las otras dos provincias francesas. Además carecía de recursos. Las provincias de Rodez y de Vourles intentaron reconstruirse poco a poco. Todas las escuelas eran libres y estaban dirigidas por personal "laicizado", como se decía entonces. Algunas "obras materiales" ofrecían algunos recursos (huertos, explotaciones agrícolas, confección de sotanas, venta de objetos de piedad...). En Molembeeck, cerca de Bruselas y en Vitoria se desarrollaban colegios. Se intentaba revivir, cuando la guerra estalló y fue necesario entrar de nuevo en la incertidumbre del mañana. Casi la mitad de los religiosos fueron movilizados. El diez por ciento de los efectivos de 1914 murió en la guerra: fueron diezmados en sentido estricto. De estos quince a veinte años de pruebas salen provincias cansadas. Su vitalidad se ha resentido y el temor de volver a vivir de nuevo los acontecimientos de 1903 se fue borrando muy lentamente. Este período corresponde a un debilitamiento, o sea un esfumarse, de la dirección francesa de toda la Congregación. En 1907-1908, se produce un cambio: el número de religiosos norteamericanos llega a ser mayor que el de los religiosos europeos: De 1905 a 1919, en Francia ingresaron solamente 130 nuevos religiosos y salieron o murieron muchos, mientras que el número de religiosos que ingresaron en las provincias de Canadá y de Chicago, en el mismo período de tiempo, fue 340.

LA CONGREGACIÓN "CANADIENSE" De los años 20 a los años 60, el número de religiosos canadienses aumenta regularmente y llega a sumar las dos terceras partes del total de la congregación (en 1960: 1146 sobre 1760). Este dinamismo permitió desarrollar sólidos y muy famosos colegios clásicos (Seminario de Joliette, Colegio Bourget, en Rigaud y otros), instituciones especializadas para los sordos (en Montréal y en Québec) y para ciegos (en Montréal). También van religiosos hacia el este, a la desembocadura del San Lorenzo, hasta Habre Saint-Pierre, donde se acaban los caminos; hacia el Norte, en Abitibi y Temiscamingue; hacia el oeste, en Manitoba e incluso mucho más lejos ya que, en 1931, algunos religiosos parten para fundar un


colegio en Sep'ing Kaï, en Mandchuria. Algunos vienes también, más tarde, a ayudar sustanciosamente a sus hermanos de Francia y de Bélgica. ¡Los que se encontraron aquí durante la segunda guerra mundial llevaron a su país muchos recuerdos que probablemente hubieran preferido ahorrarse! La provincia canadiense tuvo que dividirse, primero en 1938 (Montréal, Joliette), y más tarde (1955 (Abitibi, San Lorenzo). Algunos religiosos implantan la Congregación en Japón (1948), en Taiwan (1953), en el Perú (1959) y en Haití (1965). Estas cuatro provincias pesaban mucho, entonces, en la Congregación. La provincia de Chicago se desarrolló en una dirección que le caracteriza y que asocia las grandes instituciones de enseñanza, la enseñanza superior, las capellanías y las tareas parroquiales, siempre con un personal muy cualificado. Durante los años 50 y 60, el 70 % de los religiosos son sacerdotes. La provincia funda un colegio en Bogotá (Colombia) en 1961. Al salir de las dificultades mayores que habían sufrido, las dos provincias francesas se han ido rehaciendo poco a poco. Sus compromisos se han mantenido fieles a su pasado, quizá un poco demasiado: escuelas primarias, rurales, algunos cursos complementarios, la responsabilidad de sacristías. Esto permitió, sin embargo, una buena inserción en las parroquias y una estrecha colaboración con el clero. Pero, durante este período, la formación de los religiosos se retrasó un poco en un mundo que cambia: el escolasticado para la formación de los religiosos jóvenes se abrió solamente en 1937. En 1955, unos religiosos franceses fundaron una escuela normal en Bouaké (Costa de Marfil). El desarrollo de la fundación de España fue, al principio, muy lento. Luego, a partir de 1920, bastante más firme. A pesar de las incertidumbres de la guerra civil (1936-1939), las comunidades de España, formaron, en 1937, una viceprovincia que, diez años más tarde, se convirtió en provincia. Los religiosos franceses que echaron las bases supieron adoptar la lengua, las costumbres y la mentalidad del otro lado de los Pirineos y llegaron verdaderamente a formar parte de la nueva familia. En 1957, la provincia de España funda un colegio en Viña del Mar (Chile). El desarrollo de la comunidad de Bélgica, en los alrededores de Bruselas-Molembeek y de Westmalle, fue más lento y más inseguro. El capítulo general de 1937 pidió y obtuvo de la Santa Sede que la Congregación fuera declarada clerical. Sin embargo, en Francia, la Unión de superiores mayores sigue clasificando todavía a los Clérigos de San Viator entre los hermanos dedicados a la enseñanza.

EL TIEMPO DE LAS CORRIENTES DE AIRE El peso de unas estructuras ya decrépitas, una centralización excesiva, un estilo de vida un poco estereotipado y, sobre todo, el contacto con el mundo que ha cambiado tanto, han obligado a unas inevitables revisiones a la mayor parte de las congregaciones, en particular a los Clérigos de San Viator. El Concilio Vaticano II aportó el aire fresco que deseaba Juan XXIII y permitió situar mejor la vida religiosa en la Iglesia.


Pero, a esta puesta al día deseada por el concilio se ha añadido un poco en todas partes, la contestación que flotaba en el aire, en mayo de 1968. En Canadá, la reforma del sistema de enseñanza condujo a la cesión de todas las escuelas y colegios, excepto dos, a comisiones escolares. La "revolución tranquila" en Québec arrastró consigo muchas revisiones, a veces un poco apresuradas, liberaciones un poco incontroladas... La crisis de las instituciones, la fragmentación de las comunidades, los numerosos abandonos han provocado una interrogación sobre la identidad del Clérigo de San Viator que no ha sido siempre fácil de vivirse. Sin embargo, una reflexión comenzada en los capítulos de 1969 y de 1972 y extendida más tarde a toda la Congregación, una animación pastoral preocupada por las personas, la preparación, en las comunidades locales, en las provincias y durante los capítulos generales de la nueva Constitución (1978) y de los Reglamentos generales (1984) han permitido, poco a poco, redescubrir lo esencial de la misión y de la vida religiosa de los Clérigos de San Viator.

¿Y MAÑANA? Una Congregación, nacida en una época determinada y para responder a unas necesidades concretas, debe retraducir la intuición fundadora con palabras adaptadas al mundo en que está viviendo. Esta actualización, esto que podría llamarse "refundación", es dinámico y creador. La Constitución de la Congregación se sitúa en la línea de Luis Querbes: ¿Podría ser de otra manera?. Lo hace no para repetir sus gestos, sino para tomar algo de este relámpago de caridad que le hizo sensible a una necesidad de su tiempo, que le impulsó a ser inventivo. "Anunciar a Jesucristo y su Evangelio y suscitar comunidades donde se viva, se profundice y se celebre la fe": así traducimos hoy la misión de los Clérigos de San Viator que el Padre Querbes definía como "la enseñanza de la doctrina cristiana y el servicio del Santo altar" (nº 8). Respecto a los destinatarios de la misión,"La Iglesia nos envía a todos los hombres, en particular a los jóvenes, tanto en nuestros países de origen como en el extranjero. Además, por las llamadas incesantes de la Iglesia y del mundo, Cristo nos urge a hacernos presentes sobre todo entre los abandonados de la sociedad" (Nº 9). Durante la elaboración de la Constitución, los asociados fueron descubiertos con toda naturalidad: "De acuerdo con una idea entrañable a nuestro Fundador, la Congregación acepta asociar otras personas que quieran participar de nuestra misión, de nuestra vida espiritual y de nuestra vida comunitaria" Estas son las adarajas colocadas por el P. Querbes que permiten, ciento cincuenta años más tarde, construir el complemento que él juzgaba indispensable al proyecto. En Francia, en España, en Costa de Marfil, en Canadá, en Chile, en Japón, seglares, con frecuencia parejas, comparten la misión, viven el espíritu de la Congregación y participan, en cierto grado y según modalidades propias para cada país, en la vida de las comunidades locales.


El capítulo general, que es la autoridad suprema en una Congregación, vinculó claramente, en 1984, la misión actual de los Clérigos de San Viator con el espíritu del P. Querbes y el de la fundación. Este espíritu sigue inspirando la misión apostólica de la Congregación y su adaptación a las nuevas exigencias de evangelización. El dinamismo del Fundador lanzó, en su tiempo, a los catequistas de San Viator según un modo especial de servicio (la enseñanza de la doctrina cristiana y el servicio del santo altar), sobre todo hacia los jóvenes y en colaboración estrecha con los seglares y el clero diocesano. Actualmente, precisa el capítulo, "en la fidelidad a las intenciones del P. Querbes, esta misión nos envía sin duda hacia todos los hombres, pero principalmente hacia los jóvenes desfavorecidos, bien en la escuela o fuera de ella, en la parroquia o en las nuevas comunidades cristianas, en medios no cristianos o cristianos sólo de nombre. "Además, por las llamadas incesantes de la Iglesia y del mundo, la misión de los Clérigos de San Viator se abre cada vez más hacia los abandonados de la sociedad de nuestro tiempo, tanto en el tercer mundo como en cuarto mundo, por compromisos reales y concertados en favor de la justicia social y de la gente sin poder. "Queremos realizar nuestra misión en una pastoral de conjunto, en colaboración activa con los obispos y los responsables de las iglesias locales, solidarios y compartiendo nuestro compromiso con los asociados y con los seglares que deseen preocuparse de su vida de fe y participar en la misión pastoral de la Iglesia." El capítulo concluye sin ambigüedad: "Cada Clérigo de San Viator, sea la que sea su tarea apostólica, está llamado a definirse como educador." En 1988, el capítulo general quiso precisar el ministerio común de todos, Padres y Hermanos. Igualmente religiosos, tiene una misma misión, la de catequistas. Por eso el Capítulo reconoció " que el ministerio común de los Clérigos de San Viator es el servicio de la Palabra". Aunque no esté explícitamente indicado, este servicio concierne también a los seglares asociados. La Congregación cuenta actualmente con 910 religiosos (377 sacerdotes, entre ellos un obispo, 533 Hermanos, entre los cuales 6 diáconos permanentes) a ellos se han asociado 105 seglares. Tiene provincias en Canadá, España, estados Unidos, Francia, y fundaciones en Costa de Marfil, Chile, Colombia, Perú, Japón y Taiwan. Después de la Congregación "francesa", vino la Congregación "canadiense", ¿cuál podrá ser el rostro de la Congregación de mañana? ¿quién puede saberlo? Y sin embargo, ¿cómo no imaginar que lo que están viviendo actualmente los Clérigos de San Viator chilenos, colombianos, africanos, haitianos, japoneses, peruanos, Taiwaneses no llegue a desarrollarse y a caracterizar, a su vez, a toda la congregación? " El estímulo de las fundaciones, reconocía el capítulo general de 1988, es una gracia para toda la Congregación y


lo acogemos como un signo del EspĂ­ritu que nos llama a dejarnos evangelizar." En las fundaciones y las provincias, religiosos y asociados, todos herederos de Luis Querbes, trabajan juntos en fundar el futuro de la Sociedad de los Catequistas de San Viator.

Rodez, diciembre de 1992.


NOTAS AAL = Archivos del arzobispado de Lyón ACSV = Archivos de la Dirección general de los Clérigos de San Viator ADR = Archivos departamentales del Ródano AN = Archivos nacionales (París) ASV = Archivo secreto vaticano (Roma) DQ = ACSV, Document - Querbes P = ACSV, Correspondencia pasiva

Capítulo 1 - Nacer en Lyón bajo el Terror. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17

Archivos departamentales del Aveyron. Registros d'état-civil, parroquia de Canabières, 2E 261 4 y 9, 4E 225, 4E 261 6 a 8. DQ I. DQ III. Jannin (Jean-Claude), Les origines dombistes du Père Louis Querbes, Dombes, revista de l'Académie de la Dombes, nº 8, otoño de 1988. DQ IV. Brun de la Valette, Lyon et ses rues, Lyon, Ediciones du Fleuve, 1969, p. 146. cf. Jardin (A.), Tudesq (A.J.), La France des notables. La vie de la Nation 1815-1848, Paris, le Seuil, 1973, ch. 4. Champdor (A.), Lyon pendant la Révolution, Lyon, Albet Guillet, 1983, p. 20. Gadille (J.), Le diocèse de Lyon, Paris, Beauchesne, 1983, p. 179. citado por Champdor, p. 46. cf. Kleinclausz (A.), Histoire de Lyon, T II de 1595 à 1814, Lyon, Masson, 1948, pp. 314s. citado por Champdor, p. 85. DQ VII. DQ VIII. Comby (J.), L'évangile au confluent, Lyon, Chalet, 1977, p. 106. Tackett (T.), La Révolution, l'Église, la France. Le serment de 1791, Paris, le Cerf, 1986, p. 431. cf. Ledré (Ch.), Le culte caché sous la Révolution. Les missions de l'abbé Linsolas, Paris, Bonne Presse, 1949.

Chapitre 2 Crecer a la sombra de San Nicecio. 1 2 3 4 5 6 7

DQ IX. Acta de matrimonio, DQ IV. AAL, Registros, costumbres de San Nicecio. DQ X. DQ 2. Latreille (C.), Joseph de Maistre et la papauté, Paris, Hachette, 1906, p. 109. ACSV, Estudios y carpetas sobre el P. Querbes. Testimonios de contemporáneos.

Capítulo 3 - Avanzar hasta el altar de Dios.


1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14

AN, F19 * 1048A. Archivos del Seminario de S. Ireneo. Registre des séminaristes 1Be2 ASV, Época Napoleónica. Francia 2. Soulcié (J.), La formation des clercs au Séminaire Saint-Irénée de Lyon de 1659 à 1905, Lyon, 1955. Tesis de doctorado dactilografiada, p. 215s. ASV, Epoca Napoleónica. Francia 2. Archivos Seminario de S. Ireneo. Diario del séminaire por Amable Denavit, p. 138. Robert (P.), Vie du Père Louis Querbes, Bruxelles, Dewit, 1922, p. 40. DQ Sermón 1. AAL, Deliberaciones del Consejo episcopal de Lyón, 10 sept. 1817, 28 janv. 1818. Soulcié, op. cit., p. 220. cf. Latreille (A.), La question de l'administration du diocèse de Lyon (1814-1839), Revue d'Histoire de l'Église de France, Tome XXX, 1944, pp. 54-93. Latreille (C.), op. cit., p. 104. P 29. DQ 32.

Capítulo 4 - Restaurar la parroquia de Vourles. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14

Régnier (M.), Notes et documents pour l'histoire de la Révolution dans le Lyonnais. Vourles-le-courageux et le canton de Millery, Vourles, en casa del autor, 1985, p. 57. Ibid., p. 26. DQ Sermón 269. DQ 10, AAL, Fonds Paul Richard. P 154. citado por Martin (J.B.), Histoire des Églises et chapelles de Lyon, Lyon, H. Larchandet, 1908, T. I, p. 331. Ibid. P 176, P 191. P 186. Martin, op. cit., p. 331. DQ 11A. AN, F17 * 142. Martin, op. cit., p. 331.

Capítulo 5 - Imaginar los Catequistas de San Viator. 1 2 3 4 5

6 7 8 9 10 11 12

DQ 270. DQ 52. Martin, op. cit., p. 331. Dictionnaire de l'Académie française, 1835. "Si ocurría que para desempeñar las funciones de las cuatro órdenes menores no se encontrara en el lugar clérigos célibes, podrían ser reemplazados por seglares, incluso casados, pero no bígamos, con tal de que sean aptos para cumplir estas funciones y lleven la tonsura y el hábito clerical en la iglesia." (Traducido de la trad. EHSES. Concilium Trid. Ed. altera, Fribourg, 1965, IX, 627). Prost (A.), Histoire de l'enseignement en France (1800-1967), Paris, Colin, 1968, p. 45. Ibid., p. 108. Bonnafous (R.), Ces maîtres de 1833, Lyon, L'École et la Famille, 1981, p. 39. DQ 340. DQ 40. DQ 234. Rambaud, Le diocèse de Lyon et la Révolution de 1830, Lyon III, Centre d'histoire du catholicisme, 1947,


13 14 15 16

p. 28. Zind (P.), Les nouvelles congrégations de frères enseignants en France de 1800 à 1830. Saint-Genis-Laval, 1969, p. 287. Ibid., p. 249. Ibid., p. 153. Ibid., p. 337.

Capítulo 6 - Construir los fundamentos de la Sociedad. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26

Comby, op. cit., p. 130. DQ 53. Ibid. Zind, op. cit., p. 447s. ADR, série T, vers. de l'Université, XXVIII. DQ 27 et DQ 58. ADR, série T, vers. de l'Université, XXVIII. DQ 60. DQ 43B. ADR, série T, vers. de l'Université, XXVIII. DQ 65. Martin, op. cit., p. 331. AN, F19 * 671, 672, 673. DQ 63A. Gontard (M.), L'enseignement primaire en France de la Révolution à la loi Guizot (1789-1833), Paris, Belles-Lettres, 1959, pp. 300 et 497. AN, F17 * 12476, carta del 27 de octubre de 1845. Ibid., carta del 29 de julio de 1829. DQ 351. Martin, op. cit., p. 331. Rambaud, op. cit., p. 5. DQ 65. P 353. DQ 70. DQ 77. DQ 97. P 396.

Capítulo 7 - Organizar la Sociedad de los Catequistas. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

P 387. P 431. P 555. DQ 270. Archivos de la provincia de Francia, Vourles. AN, F17 * 9015. DQ 126. DQ 112. AAL, Registro de deliberaciones del consejo arzobispal. Coste (J.) et Lessard (G.), Origines Maristes, T. I, Rome, 1960, p. 619, note 3. DQ 126. P 457. Coste et Lessard, op. cit., p. 618.


14 15 16

DQ 125. P 480. DQ 127.

Chapitre 8 - Acoger a los primeros Catequistas. 1 2 3 4 5 6 7 8 9

DQ 72. cf. Caron (A.), Prêtres et séminaristes collaborateurs du Père Querbes, Feuillets querbésiens, nº 4 (avril 1964), nº 5 (mai 1964). Abbé Faivre, Portefeuille d'un aumômier militaire, Lyon, Écho de Fourvière, 1872. DQ 104. DQ 146. Archivos de la Propagación de la Fe, Lyon. DQ 270. ACSV, Études et dossiers sur le P. Querbes, Journal du Poyet. DQ 164.

Chapitre 9 - Consentir en la consolidación de la Sociedad. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

DQ 213. DQ 226A et B. DQ 234. DQ 214. cf. Lafon (J.), Les prêtres, les fidèles et l'État. Le ménage à trois du XIXe siècle, Paris, Beauchesne, 1987, ch. 4, p. 149. DQ 181, DQ 182. Sobre el viaje y la estancia en Roma: Prud'homme (F.), Voyage du P. Querbes à Rome, Feuillets querbésiens, nº 6 (octobre 1964), nº 7 (janvier 1965) et nº 8 (février 1965). 175 000 habitantes. Bouillet (M.-H.), Dictionnaire universel d'Histoire et de Géographie, Paris, Hachette, 1861. DQ 246A. DQ 234. DQ 351. DQ 249. DQ 458.

Chapitre 10 - Acompañar al desarrollo de la Congregacion. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

Bonnafous, op. cit., p. 24. AN, F17 * 142. DQ 314. DQ 340. ACSV, Registros diversos. AN, F17 * 12476, informe del 4 de avril de 1844. Ibid., informe del 18 de juin de 1845. DQ 420. P 3072. P 3098.


11 12 13 14 15 16 17 18 19

AN, F17 * 12476. P 4964. DQ 459. AN, F17 * 12476, Carta del ministro, 25 de novembre de 1850. Once respuestas de de rectores y de inspectores de Academia. P 5749. ACSV, Registros diversos. AN, F17 * 12476. P 3985. P 3986.

Chapitre 11 - Fundar más allá de los mares. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18

P 1385. P 1404. P 1619. P 1620. P 1687. P 2244, P 2294, P 2319. DQ 365. P 3121. P 3152. ACSV, Diario del H. Liauthaud. P 3214, P 3216, P 3230, P 3261, P 3403. según Robert, op. cit. p. 367. Archivos del arzobispado de Montréal, extractos de la relación del viaje de Mons Bourget publicados en el Dossier Amérique, vol. II, ACSV. P 3458. según Robert, op. cit., p. 393. P 4214. Hébert (L.-P.), Le financement du Collège Joliette. Perspectives historiques (1846-1904), Cégep Joliette Lanaudière, 1989, p. 31. ACSV, Registro de los religiosos.

Chapitre 12 - Producir el ciento por uno. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11

DQ XXXIII. DQ 91c. DQ 257. según Jean-Pierre Blein; segunda versión, según François Favre. P 878. P 826. ACSV, según el sacerdote Bouvard. ACSV, carta del superior de los Padres Maristas de N.- D. de la Neylière, 9 de diciembre de 1876. P 1323, P 1538. cf. DQ 355, DQ 360, DQ 379, P 2310, P 2348, P 3100, P 3248. ACSV, Études et dossiers sur le P. Querbes.


Capítulo 13 - Cumplir las últimas tareas. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

P 7053. P 9746, P 9768, P 9771. DQ 431, DQ 432, DQ 547. DQ 548. DQ 549. DQ 550. P 6977. P 4908. P 8003. P 8018. P 8041. P 8045. de 1850 a 1859, 78% según las investigaciones realizadas por el P. Marcel Genest, c.s.v.


FUENTES Los escritos del P. Querbes y la correspondencia recibida se conservan en los archivos de la Dirección general de los Clérigos de San Viator (Roma). Los escritos han sido publicados en Documents. Le P. Louis Querbes. Correspondance, écrits divers, témoignages, por la Direction general de 1955 a 1960, en 14 volúmenes. La correspondencia recibida por el P. Luis Querbes fue publicada por la Dirección general de 1960 a 1970 en 44 volúmenes. Las investigaciones realizadas más tarde por el P. Marcel Genest, C.S.V., en Lyón, en París y en Roma, han sacado a la luz otros documentos cuyas fotocopias se encuentran en los archivos de la Dirección general. Estos archivos conservan también los testimonios de los contemporáneos del P. Querbes así como las dos primeras biografías manuscritas (Clavel y Pailhès). La mayor parte de estos textos han sido publicados en Annales du Père Louis Querbes, una aparición anual de 1951 a 1966 y en Feuillets querbesiens, mensual de 1955 a 1967.

LUIS QUERBES Y LOS CLÉRIGOS DE SAN VIATOR BERNARD (Antoine), Les Clercs de Saint-Viateur au Canada, Montréal, Les Clercs de Saint-Viateur, T. I, Le premier demi-siècle, 1847 à 1897, 1947, 651 p.; T. II, Le second demi-siècle, 1897 à 1947, 1951, 613 p. BERNAT (Paul), Le projet Querbes d'hier à demain. Recherches autour du fondateur de l'Association de Saint-Viateur, Lyon, Memoria de Historia de la Iglesia, IPER, 1981, 209 p., 42 documents. BONNAFOUS (Robert), El P. Luis Querbes y las "virtudes ordinarias"..., Rome, [Clérigos de San Viator], 1992, 76 p. BONNEVILLE (Léo), Louis Querbes, Montréal, Bellarmin, 1989, 194 p. traducido por el P. Saturnino López (Chile, 1990) BROUTIN (Paul), Louis Querbes (1793-1859), Nouvelle Revue Théologique, julio- agosto de 1959, pp. 696-720. CRISTIANI (Léon), Un apôtre de l'enseignement chrétien. Le Père Louis Querbes, 1793-1859, Paris, Fayard, 1958, 224 p. FOLLIET (Joseph), Le Révérend Père Louis Querbes, Annales du Père Louis Querbes, nº 10, 1960. LAUR (Pierre), Notas sobre el Padre Luis Querbes, Lima, [Los Clérigos de San Viator], 1991, 130 p. LESTRA (Antoine), Action catholique et retour à la primitive Église. Le Père Louis Querbes et les Clercs de Saint-Viateur, Lyon et Paris, Vitte, 1942, 206 p. LÉVESQUE (Benoît), D'un projet primitivement utopique à une congrégation religieuse. Sociologie génétique des Clercs de Saint-Viateur. Tesis de doctorado en sociología, Sherbrooke et Paris, Universidad de París V, 1975, 2 tomos, 834 p. LEYGUES (Clément), Histoire de la province de Rodez (1854-1957), [Les Clercs de Saint-Viateur de Rodez], 1960, 200 p. PRUD'HOMME (François), Querbes, Dictionnaire de Spiritualité, Paris, Beauchesne, Vol. XII, 1986.


ROBERT (Pierre), Vie du Père Louis Querbes, fondateur de l'Institut des Clercs de Saint-Viateur (1793-1859), Bruxelles, Dewit, 1922, 670 p. Selección de Documentos sobre el fundador Luis Querbes (1793-1859), sobre la fundación de los Clérigos de San Viator, Roma, Dirección general [de los Clérigos de San Viator], 1987, 244 p.


BREVE CRONOLOGÍA 1790 1791 1792

12 de julio: La Constitución civil del Clero. 1 de marzo: Adrien Lamourette elegido obispo del Ródano. 21 de septiembre: Abolición de la realeza.

1793

21 de enero: Ejecución de Luis XVI. Levantamiento federalista. 29 de mayo: Insurrección de Lyón contra el poder central. 8 de agosto: comienzo del sitio de Lyón.

18 de diciembre: matrimonio de José Querbes y de Juana Brebant.

21 de agosto: nacimiento de Luis Querbes. 1794 1799 1801 1802 1804 1805 1807 1808 1812

8 de octubre: toma de Lyón por los ejércitos de la República. Comienzo del culto escondido en la diócesis de Lyón. 27 de julio: caída de Robespierre. 9 de noviembre: golpe de estado de Napoleón Bonaparte. 16 de julio: concordato entre la Iglesia y el Estado. La iglesia de San Nicecio vuelve al culto católico. 25 de julio: José Fesch, arzobispo de Lyón. Septiembre: comienzos de la Congregación de Lyón. 2 de diciembre: consagración de Napoleón por Pío VII. Restauración del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

13 de junio: primera comunión. 28 de marzo: tonsura. 15 de octubre: voto de castidad (fecha incierta). 24 de julio: bachillerato. Septiembre-noviembre: campaña de Rusia.

31 de octubre: ingreso en el seminario. 1814 1815 1816 1819 1822

6 de abril:Primera abdicación de Napoleón. Restauración de los Borbones, 7 de agosto: restablecimiento de la Compañía de Jesús. 18 de junio: Waterloo. Parte el cardenal Fesch a Roma

23 de junio: subdiaconado. 21 de julio: diaconado. 17 de diciembre: sacerdocio Publicación del Du Pape de Joseph de Maistre. 3 de mayo: Fundación de la Propagación de la Fe.

25 de octubre: nombramiento a Vourles. 1823 22 de diciembre: Jean Paul de Pins, administrador de la diócesis de Lyón. 1824 Carlos X, rey de Francia: Triunfo de los ultras. 1826 1828 1829

Otoño: apertura de la escuela de niños en Vourles. La "primera intención de la Sociedad". 5 de enero: ministerio de Martignac.

20 de enero: los primeros estatutos de la Sociedad. 8 de agosto.: decisión del Consejo real en favor de la Sociedad. 8 de agosto: ministerio de Polignac.

1830

10 de enero: orden real que autoriza la Sociedad.

1831

27-29 de julio: revolución. Comienzo de la Monarquía de Julio. 2 de febrero: Gregorio XVI, Papa.

1833

28 de junio: Ley Guizot sobre la enseñanza primaria.

3 de noviembre: aprobación de los Clérigos de San Viator por monseñor de Pins. 11 de diciembre: aprobación de los estatutos por Monseñor de Pins.


1838

Mayo - octubre: viaje y estancia en Roma. 21 de septiembre: aprobación pontificia de los estatutos. 27 de septiembre: votos perpetuos. 3 de mayo: letras apostólicas. 5 de diciembre: Luis de Bonald, arzobispo de Lyón.

1841 1844 1846 1847 1848 1850 1851

21 de octubre: parten seis religiosos para América. 3 de junio: afiliación de los Hermanos de San Odilon. 4 de octubre: parten seis religiosos para las Indias. 17 de junio: Pío IX, Papa.

19 de abril: parten tres religiosos para el Canadá. 24-26 de febrero: Abdicación de Luis Felipe. 2ª República. 22-26 de junio: tumultos en París. 15 de marzo: ley Falloux.

15 de marzo: autorización de los Clérigos de San Viator para toda Francia. 2 de diciembre: Golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte.

1854

29 de junio: afiliación de los Hermanos de San Juan. 8 de diciembre: Proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.

1859

1 de septiembre: muerte de Luis Querbes.


ELEMENTOS DE BIBLIOGRAFÍA BERTIER DE SAUVIGNY (G.), Au soir de la monarchie. Histoire de la Restauration, Paris, Flammarion, 1974, 508 p. BONNAFOUS (Robert), Ces maîtres de 1833, Lyon, L'École et la Famille, 1981, 86 p. CHOLVY (Gérard), La religion en France de la fin du XVIIIe à nos jours, Paris, Hachette, 1991, 220 p. CHOLVY (Gérard) et Hilaire (Yves-Marie), Histoire religieuse de la France contemporaine, Toulouse, Privat, T. I 1800-1880, 1985, 352 p. COMBY (Jean), L'évangile au confluent. Dix-huit siècles de christianisme à Lyon, Lyon, Chalet, 1977, 222 p. COSTE (J.) et Lessard (G.), Origines maristes (1786-1836), Rome, Société de Marie, 1960-1967, T. I 1960, T. II 1961, T. III 1965, T. IV 1967. DANSETTE (Adrien), Histoire religieuse de la France contemporaine, Paris, Flammarion, 1965, 894 p. GADILLE (Jacques), Histoire du diocèce de Lyon, Paris, Beauchesne, 1983, 350 p. GILBERT (Roger), Charles Démia, 1637-1689, fondateur lyonnais des petites écoles des pauvres, Lyon, Éd. E. Robert, 1989, 190 p. JARDIN (André) et Tudesq (André-Jean), La France des notables. 1815-1848, Paris, Le Seuil, 1973, 2 vol. 254 et 256 p. HÉBERT (Léo-Paul), Le Québec de 1850 en lettres détachées, Québec, Ministère des Affaires culturelles, 1985, 294 p. KLEINCLAUSZ (A.), Histoire de Lyon, Lyon, Masson, 1952, T. II, T. III. LATREILLE (André), Histoire de Lyon et du Lyonnais, Toulouse, Privat, 1975. LATREILLE (André), La question de l'administration du diocèse de Lyon de 1814 à 1839, Revue d'Histoire de l'Église de France, T. XXX, 1944, pp. 69-83. LESTRA (Antoine), Histoire secrète de la Congrégation de Lyon. De la clandestinité à la fondation de la Propagation de la foi (1801-1831), Paris, Nouvelles Éditions Latines, 1967, 368 p. PIERRARD (Pierre), L'Église et la Révolution 1789-1889, Paris, Nouvelle Cité, 1988, 274 p. PIERRARD (Pierre), Le prêtre français du Concile de Trente à nos jours, Paris, Desclée, 1986, 168 p. PIERRARD (Pierre), La vie quotidienne du prêtre français au XIXe siècle, 1801-1905, Paris, Hachette, 1986, 488 p. PROST (Antoine), Histoire de l'enseignement en France, 1800-1967, Paris, A. Colin, 1968, 524 p. TACEL (Max), Restauration, Révolution, Nationalités, 1815-1870, Paris, Masson, 1981, 258 p. ZIND (Pierre), Les nouvelles congrégations de frères enseignants en France de 1800 à 1830, Saint-Genis-Laval, 1969, 3 vol., 664 p.


INDICE Prefacio Prólogo 1-

NACER EN LYÓN BAJO EL TERROR José y Juana, los sastres Lyón durante la Revolución 21 de agosto de 1793, el nacimiento de Juan, Luis, José, María. Jacques Linsolas y el culto oculto

2-

CRECER A LA SOMBRA DE SAN NICECIO San Nicecio 28 de marzo de 1807, un primer paso Guy-Marie Deplace, el maestro

3-

AVANZAR HASTA EL ALTAR DE DIOS San Ireneo, el seminario mayor 17 de diciembre de 1816, el sacerdocio El Señor Querbes, coadjutor

4-

RESTAURAR LA PARROQUIA DE VOURLES Vourles, una parroquia que debe rehacerse El Señor Querbes, párroco de Vourles Pierre Magaud: cantor, sacristán, catequista, comensal y compañero.

5-

IMAGINAR LOS CATEQUISTAS DE SAN VIATOR La intuición fundadora Las disposiciones prácticas El ambiente del momento

6-

ASENTAR LAS FUNDACIONES DE LA SOCIEDAD Monseñor de Pins y sus Vicarios generales 8 de agosto de 1829, la autorización civil 3 de noviembre de 1831, la aprobación episcopal

7-

ORGANIZAR LA SOCIEDAD DE LOS CATEQUISTAS La cuna El Directorio del catequista parroquial La Leyenda, Oficio del Catequista 1831-1933, algunas modificaciones sustanciales

8-

ACOGER A LOS PRIMEROS CATEQUISTAS 1833-1937, las preocupaciones ordinarias Damoisel, Bachoud y algunos otros 1836. la crisis


9-

CONSENTIR LA CONSOLIDACIÓN DE LA SOCIEDAD Febrero de 1838, el expediente para Roma 21 de septiembre de 1838, la aprobación pontificia Inmediatamente después de la aprobación

10 -

ACOMPAÑAR EL DESARROLLO DE LA CONGREGACIÓN Pierre Liathaud, el maestro de novicios 1840, las finanzas en números rojos 1839-1850, la extensión frenada 1845, los Hermanos de San Viator de Ternes 1851, extensión a toda Francia Le Director principal y los Hermanos de San Viator

11 -

FUNDAR MÁS ALLÁ DE LOS MARES 1841, San Luis (Missouri) 1844, Sirdhanah (India) 1847, La Industrie (Canadá)

12 -

PRODUCIR EL CIENTO POR UNO La corteza El corazón La savia Las virtudes ordinarias La relación con Dios

13 -

ASUMIR HASTA EL FINAL 1854, los Hermanos de San Viator en Nant (Aveyron) 1855, el comentario de los estatutos Últimas penas, últimas alegrías 1 de septiembre de 1859, la muerte

14 -

REFUNDAR AYER, HOY Y MAÑANA La Congregación "francesa" La tempestad La Congregación "canadiense" El tiempo de las corrientes de aire ¿Y mañana?

Notas Fuentes Luis Querbes y los catequistas de San Viator Elementos de bibliografía Breve cronología


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