frenesí de muslos, pantorrillas y glúteos, el girar de hombros y cabeza. Y ¿qué oyes? El tambor, la flauta, el violín. ¿Hacia dónde diriges tus ojos? ¿A la cruz, a la estrella, a la esvástica, a la luna? ¿En qué tótem, en qué megalito dejaste tus ojos? ¿Qué más ves? … Color… ¿cuál? ¿Acaso el elegante, sobrio, luctuoso negro? ¿El azul y el verde de los católicos y los musulmanes?, ¿el que Homero, no sabemos si por su ceguera o su cultura -otra versión de la ceguera-, describía como el “mar color vino”? ¿Acaso ves el blanco pureza, el blanco paz, el blanco que domina, que todo lo abarca, todo lo llena, todo lo oculta, o prefieres las líneas, las curvas, los trazos, las imágenes, los cuadros, el cine, la televisión?¿Desde dónde me miras?
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Por ahora te contaré de mi, desde dónde intento una mirada sobre el Otro, cómo desde mi cerebro, mis emociones y mi inteligencia, te miro y no renuncio al gesto de las manos, breve, sutil, delicado, apenas dibujando tu sombra, apenas si tu brazo, tu cabello, la línea del rostro, me intuyen; cómo yo intento desde tu voz, desde el lenguaje, los símbolos y los significados, construir otro ser humano, porque si no lo intentase no podría proponerte esta construcción. Que vayas más allá de mis potencialidades, de esta habilidad de la palabra y la tinta, del análisis rápido, de la reflexión y la exagerada síntesis y que te pares más acá de tus pretextos, de tus prejuicios y de mi ceguera, que sólo es accidente, que no determina el Ser, que no transforma la cultura, que no me saca de este lenguajear, de este conversar realidades, de este hacer mundo en un incesante diálogo, de mi ceguera casi imposible de graficar, de dibujar, de volver escultura, fotografía o cine, porque si analizas sólo se llega a ella a través de la metáfora o de un objeto ajeno y extraño a mi, a mi ser y mi existencia. Entonces te propongo que renuncies a esa enorme venda tejida desde afuera por otros, con otras manos, con otras ideas e intenciones y que me mires humano, Otro.