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E EDUCACIÓN PARA LA SALUD

Dr. Jesús Sánchez Martos / Catedrático de Educación para la Salud de la U.C.M.

La eutanasia, un viejo debate sin resolver a Medicina cura a veces, alivia con frecuencia, pero debe consolar siempre”.

L

El derecho a una muerte digna y libre ha sido desde siempre uno de los debates más controvertidos en la sociedad de todos los tiempos, en el que los profesionales sanitarios cobramos un protagonismo especial, tanto si nos colocamos a favor, como si lo hacemos en contra de la eutanasia activa y voluntaria. Existe una gran confusión en la sociedad, sobre todo por los diversos conceptos que de las distintas definiciones de la cuestión se publican periódicamente en los medios de comunicación, aunque son ellos, una vez más, ahora a través del séptimo arte, los que despiertan ese debate que en algunos sectores de la población parece interesar que continúe dormido. La muerte de Ramón Sampedro, televisada en su momento en el telediario de la noche de Antena 3 en 1998, obligó a la sociedad a despertar de ese letargo y provocó no sólo sensaciones en la gran audiencia televisiva, sino también puntos de vista muy diferentes, aunque todos ellos respetables. Ahora, seis años después de que Ramón Sampedro decidiera acabar con su vida y después de fracasar en su intento de que los tribunales le autorizaran la eutanasia activa y voluntaria que alguien le ayudó a llevar a cabo, un cineasta de reconocido prestigio, Alejandro Amenábar, resucita el caso en las pantallas y recibe las mejores críticas tanto del mundo del cine, como de la política y de la sociedad en general. Pero, como dice el propio Amenábar, “no se trata de reivin-

dicar, sino de reflexionar”. Por tanto, que nadie vea en esta película un intento de demonizar a quienes no apoyan la eutanasia, ni de divinizar a quienes la apoyamos, siempre con los matices que la ley deba incluir en un debate tan importante como la vida y la muerte. Se trata, en mi opinión, de descubrir la necesidad que tiene nuestra sociedad de reflexionar en torno a la libertad que cada persona debe tener a vivir o a morir, un derecho constitucional que nadie nos puede ni debe arrebatar. Y está claro que el Estado tiene la obligación de proteger la vida de todos, pero desde luego ni está obligado, ni tiene el derecho a imponernos vivir una agonía innecesaria, como ocurre en innumerables casos para los que la Medicina moderna, llena de tecnología pero falta muchas veces de la humanización que todos deseamos y necesitamos, no puede ofrecer nada más que eso, una agonía que a veces se hace interminable para quien la sufre.

Por otra parte, también el Estado está obligado a garantizar el derecho a vivir la agonía si alguien así lo desea, pero de la misma forma debe garantizar el derecho a no padecerla. Y por supuesto que también debe garantizar el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios en general, pero en ningún caso la del propio sistema sanitario, si la eutanasia estuviera legislada en nuestro país como ocurre en otros de nuestro propio entorno. Sin embargo, de una forma un tanto tímida sí hemos llegado a aceptar de buen grado, tanto desde la legislación vigente, como desde la propia sociedad, ese ‘documento de voluntades anticipadas’ a través del cual cualquier persona puede decidir ante un desenlace en el que la Medicina no le pueda ofrecer una vida con dignidad y calidad, rechazando cualquier tratamiento o actuación sanitaria, incluyendo los denominados tratamientos de soporte vital. Desde aquél momento me pregunto, y seguro que no seré yo sólo quien se haga esta pregunta, ¿no es un tanto contradictorio aprobar un documento de estas características y no querer abordar de una vez por todas la eutanasia activa y voluntaria, desde la moral, la ética, la ley y la propia Medicina? También me pregunto, y no tengo respuesta: ¿se respetará la decisión de aquella persona que en vida y con la conciencia lúcida decidió firmar su ‘documento de voluntades anticipadas’? Es sin duda alguna necesario reabrir el debate sobre la eutanasia en la sociedad y desde esta libre tribuna de opinión que me concede mensualmente Revista Médica, quiero reivindicar mi derecho a morir dignamente y con libertad, algo que no supimos ofrecer en su momento a Ramón Sampedro. 57


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