Sanar la memoria. Es no ovlidar para que nuestras historias no se vuelvan a repetir

SANAR LA MEMORIA Es no olvidar para que nuestras historias no se vuelvan a repetir Por: Celeste Mayorga

#UNTROLLENMICAMINO Autoretrato/Estación Visual/Recorrido para la memoria de las mujeres universitarias San Carlistas en la historia - Celeste Mayorga

Me pidieron escribir un texto sobre mi experiencia con TR (Terapia del Reencuentro) en Centro Qanil y el entrelazado histórico entre mi historia personal, la memoria histórica feminista como apuesta política personal y lo que significó ser parte del Encuentro Mujeres en Movimienta en este enero que apenas acabo. Nada fácil unir tremendas experiencias, pero con la certeza que las mujeres hacemos historia cuando recuperamos nuestras memorias.

En 2,010 conocí Centro Q’anil. Tenía 19 años, misma edad que tiene actualmente una de las compañeras con la que compartí la hermosa tarea de la Comisión de Memoria Histórica para el encuentro “Mujeres en Movimienta”. ¿Casualidad? No lo sé. Últimamente me he dejado de hacer preguntas para transitar otros caminos hacia mis propias respuestas.

Q’anil fue entonces el primer lugar dónde escuche la palabra sanar, y memoria a través de Yolanda Aguilar, unas palabras extrañas para ese entonces, un camino que se me abría entre el movimiento estudiantil que lideraba, el descubrimiento de mi historia familiar con el conflicto armado interno y la llegada entre grietas del feminismo que me llevó de golpe a trabajar el tema de mujeres sobrevivientes de violencia en ese momento.

Escribir esto es un gran ejercicio personal, pareciese que voy entendiendo los caminos.

Así pues, conocí en mi primer trabajo todos los departamentos de Guatemala; carreteras, montañas, ríos, lagos, mares. Ubicando organizaciones, lideresas, mujeres organizadas fuertes, sobrevivientes; mayas, mestizas, lesbianas, trans, afrodescendientes (algunas asesinadas ya por su actuar político).

Me acerqué de frente y como ciclón a la violencia sexual. Entendía que algo dolía en mi cuerpo, que una rabia me había nacido entre el pecho pero que no sabía de dónde venía. Pensaba que estaba bien, que ya estaba bien, que había logrado romper el silencio y las muchas terapias por las crisis depresivas de la adolescencia no existían más.

Pasaron entonces muchos años en los que transite entre la rabia; el dolor profundo, la ira, lo no dicho, el llanto no llorado. Aprendí a caminar con eso encima, a colocar corazas, a que me vieran fuerte, transgresora, políticamente empoderada pero herida profundamente por dentro.

Me convertí en artista visual con temas de cuerpo-territorio, lesbiana feminista por postura política, activista, una infinidad de cosas que me hacían hacer hacia afuera pero nunca verme hacia adentro, porque dolía siquiera pensarlo. Las crisis volvieron años más tarde y volvieron casi como la primera cuando tenía 14 años. Caí en la profundidad de esos dolores no hablados, en las oscuridades y la búsqueda por mi historia personal, por mi cuerpo, por mi relacionamiento con otras como lesbiana, con mi familia, con mi madre, mi padre y mi hermana. Con Guatemala, con un llanto a lágrima viva como dice Girondo, ese que necesitaba sentir, ofrendar y soltar de una vez por todas. Como la historia en común de mis abuelas con la mía. Reconocerla y transformarla.

Caer así, era necesario, porque solo cayendo se puede arar la tierra que quedó devastada para sembrar de nuevo con las manos.

Desde y través de eso, en 2018 me reencontré con Q’anil, con la búsqueda por encontrar mis propias respuestas. El llamado ancestral fue fuerte, me sentía rota en pedazos.

Tomé entonces la decisión de hacer terapia de reencuentro TR con la absoluta certeza que ese era el camino que mi espíritu deseaba transitar, acompañada de mi terapeuta individual y otro maravilloso proceso para acompañantes a sobrevivientes de violencia sexual que atravesaba también en ese momento. 2,019 fue mi año para reencontrarme, verme y reconocerme.

La TR me abrió los caminos de los duelos más profundos conmigo misma, con mi historia, con mi cuerpo, con mis relaciones… empiezo a escribir y siento un mar en mi garganta. Aunque fue muy duro fue lo más maravilloso que he transitado en la vida.

Aún recuerdo los círculos en grupo, el tacto con mis compañerxs que ahora son mis amigxs de terapia, las lágrimas, el placer recuperado y sanado sin culpa-vergüenza y la risa. Sobre todo los límites que aprendí a poner, a escucharme, a hacerme caso. Las relaciones que corté pero también lloré. Dejar las adicciones porque ahora me tengo a mí y con eso me es suficiente, ver irse las dependencias, las depresiones y las pastillas.

Despertar, tocarme el pecho, ver llorar mi corazón, decirme: Aquí estoy y estoy bien. Bailar por las mañanas, ver el amanecer desde la ventana, cocinar, meditar, encender una vela, permitirme la afectividad física; dar y recibir porque ya no hay miedo, ansiedad y pánico.

Que aunque el camino de sanar sea largo es aquí dónde me quiero quedar, en el buen trato conmigo misma.

Me detengo entonces por unos segundos.

Quiero unir esta sensación de TR y lo vivido en el encuentro “Mujeres en Movimienta”.

Visualizo la imagen del entramado histórico de las mujeres universitarias sancarlistas en el que estuvimos más de 100 mujeres entre 19 y 23 años. Pensándolo y repensándolo entre una ancestra y otras treinteañeras que luego de las TR vividas en nuestros cuerpos vamos pisándole los talones, construyendo desde lo personal y lo vivido dentro. ¿Qué pasó allí en el encuentro?, ¿qué nació?, ¿qué se liberó?, ¿qué cierre y duelo colectivo para la historia de las mujeres en este país hicimos cantando, abrazándonos, nombrando y llorando entre todas?. Escuchándonos. ¿Cuál es el lazo que une mi sentir con el sentir de otras?

Quizás más que nombrarlo en este texto, puedo sentirlo. Porque en el asumir y hacernos cargo de nuestras propias heridas es el acto político más revolucionario de todos. Vi nacer la esperanza en ese encuentro. Vi mujeres con la fuerza de un volcán, el aire fresco del mar, una que podría ser otra Guatemala desde las mujeres jóvenes, desde la Universidad de San Carlos. Esas que se piensan a sí mismas antes que salir a salvar el mundo.

Entender que llegar a la memoria histórica feminista como una apuesta política y artística a través del arte que hago y mi proceso con Terapia del Reencuentro como los caminos de vida que me trajeron hasta acá, fue descubrir que sanar la memoria personal es “no olvidar para que nuestras historias no se vuelvan a repetir”…

Sanar es un acto político, nadie salva a nadie, pero nadie se salva sola.

Centro de Formación-Sanación e Investigación Transpersonal Q’anil | Teléfono: 502 2474 0374 | www.sanacionqanil.org.gt