Cuadernos 5. Cesar Davila Andrade

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Gustavo Salazar (Editor) Madrid 2012



CÉSAR DÁVILA ANDRADE EL FAKIR

Gustavo Salazar (Editor)

Madrid 2012 (Serie: Cuadernos “A Pie de Página” Nº. 5)


Cubierta: Firma y alias (autógrafos) de Dávila Andrade tomados de dos cartas remitidas a Benjamín Carrión desde Caracas, la primera, probablemente del 11, y la segunda, del 18 de marzo de 1952. Ambas recogidas en este volumen. Retrato de Dávila Andrade realizado por el dibujante y pintor ecuatoriano Carlos Rodríguez (1913-1993), tomado de Benjamín Carrión. El nuevo relato ecuatoriano. tomo 2. Antología. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1951. p. 509. Página anterior al colofón incluye dibujo de Dávila Andrade tomado de Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. p. 25.

Contratapa: Fotografía de Dávila Andrade, tomada de la cubierta de la revista Zona Franca. Revista de Literatura e Ideas. año 3. n. 45. Caracas. mar. 1967. (Número especial de homenaje a César Dávila Andrade). © 2012 Gustavo Salazar correo electrónico: gustavosalazarc@hotmail.com tel.: (00) (34) 675154443 web: www.salazargustavo.com © 2012 Herederos de César Dávila Andrade. © 2012 Herederos de Jorge Salvador Lara, Benjamín Carrión, Galo René Pérez y Gonzalo Humberto Mata. © 2012 Vladimiro Rivas Iturralde. © 2012 Francisco Araujo Sánchez. CRÉDITOS DE LAS ILUSTRACIONES Y LOS DOCUMENTOS. 1 – 4 Archivo de los Herederos de Jorge Salvador Lara

2 y 3 Biblioteca particular de Gustavo Salazar FONDOS BIBLIOGRÁFICOS CONSULTADOS Biblioteca de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo

Biblioteca Nacional de Madrid Biblioteca y Archivo del Centro Cultural Benjamín Carrión, en Quito Biblioteca y Archivo particular de Gustavo Salazar, en Madrid y Quito

Gustavo Salazar tiene el placer de remitirle un ejemplar de esta edición no venal, numerada de 100 ejemplares como presente de año nuevo para el 2013. Ejemplar Nº

…………..

Para ……………………………………………………………


A la memoria de:

Miguel Ángel Salazar Villalba (1930-1992) mi padre, Hernán Pasquel Zambrano (1904-1991) y Rogelio Galarza Vizcaíno (1905 -1986), amigos de mi adolescencia e incitadores de lecturas. A la entrañable voz de “la diva de los pies descalzos”, Cesaria Évora (1941-2011).

A “mi andina y dulce Rita”. A María Calle, mi madre. Y a la magia de mi vida, mi hija Sofía.


1. Nota aut贸grafa de D谩vila Andrade dirigida a Jorge Salvador Lara, probablemente hacia 1950.


LIMINAR

Manda el mejor precepto retórico escribir únicamente sobre lo que se ama. Alfonso Reyes. Inicio este volumen con varios artículos, de carácter ensayístico, pertenecientes al poeta ecuatoriano César Dávila Andrade (1918-1967). En primer lugar: una valoración del poemario Lugar de origen, de nuestro poeta tutelar Jorge Carrera Andrade; ‘carta’, que tres años después Dávila insertó parcialmente en su ensayo “Teoría del titán contemplativo”; a continuación, dos trabajos sobre Benjamín Carrión: el primero, sobre uno de los estudios capitales acerca de la narrativa ecuatoriana de la primera mitad del siglo XX, El nuevo relato ecuatoriano, y después, un saludo al fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana por su viaje a Venezuela en 1960; seguido por el estudio dedicado al desconcierto del hombre contemporáneo en la obra de Franz Kafka, una magnífica ‘vuelta de tuerca’ a sus interpretadores; después, el justo reconocimiento a Roger Caillois por su gran labor de difusor de la literatura hispanoamericana al traducir obras de muchos de estos autores al francés, para su colección Cruz del Sur de Gallimard; la apreciación de dos importantes estudios dedicados al extraordinario ensayista venezolano Mariano Picón Salas, de forma especial, el realizado por Ernesto Mejía Sánchez y finalmente la reseña de una selección de la poesía de Yorgos Seferis; estos textos apenas requieren presentación, es mejor leerlos, ya que pese a su brevedad son importantes aproximaciones al poeta ecuatoriano, al narrador praguense, a los ensayistas ecuatoriano, francés y venezolano y al lírico griego, verdaderas incitaciones a la lectura o relectura de sus obras. Para esta primera parte debo reconocer mi deuda con las valiosas recopilaciones realizadas por Jorge Dávila Vázquez. El siguiente apartado, de aproximaciones a la vida y obra de Dávila Andrade, lo iniciamos con la página que Benjamín Carrión le dedicó en su libro sobre el relato ecuatoriano, cuando Dávila había publicado escasamente dos poemarios; en la reseña que Juan Liscano preparó sobre Catedral salvaje, el escritor venezolano acierta al apuntar ‘Dávila Andrade ha metido a todo su Ecuador terrible y hermoso, desesperado y creador, en este poema’, que coincide con lo que el poeta de manera coloquial, refiriéndose a su libro de relatos Abandonados en la tierra, le dice en una carta a Carrión: ‘el libro deja de ser mío y pasa a ser un afluente ecuatoriano’; la inclusión del párrafo que Enrique Anderson Imbert tributó a nuestro poeta se justifica por su afán difusor; aquella fraternal y delicada evocación de la génesis de la redacción del Boletín y elegía de las mitas que Jorge Salvador Lara hizo, con la descripción de cada pequeño detalle y características físicas y temperamentales que intervinieron en la elaboración del poema, logra retratarnos a Dávila Andrade en el acto demiúrgico de la creación artística, a la vez que coteja pasajes de las tres versiones de la obra: la que actualmente conservan en su poder los herederos del historiador –que sería la primera, que con algunos cambios el poeta envió al Concurso “Ismael Pérez Pazmiño” del diario El Universo de Guayaquil en 1959, en donde obtuvo el segundo premio, víctima de una


confusión por parte de uno de los miembros del jurado–, la publicada parcialmente en el diario El Universo y la edición en libro aparecida en Cuenca en 1960; el curioso relato de Alberto Baeza Flores en su periplo americano ‘acompañado’ por la poesía de Dávila Andrade, en donde menciona a Simón Latino, aquel quijotesco personaje de las populares ediciones de poetas iberoamericanos; el estudio que el poeta y crítico venezolano Guillermo Sucre realizó acerca de los recursos estilísticos del autor de Oda al arquitecto, y finalizamos con la crónica que Jorge Enrique Adoum redactó sobre el Fakir, a quien convirtió en ‘personaje’ dentro de su “texto con personajes” Entre Marx y una mujer desnuda, aderezada de anécdotas que alimentaron el ‘mito’ daviliano. El apartado que recoge las cartas de Dávila Andrade desvirtúa lo apuntado por su compañero de generación, el polémico escritor y periodista Alejandro Carrión, quien afirmó que su amigo no escribía misivas. Las veintiuna cartas de Dávila Andrade que aquí incluimos, de lo que sé hasta hoy, son las únicas que han llegado a imprimirse; en 1968 fueron publicadas las tres enviadas a Vladimiro Rivas Iturralde y la única que conocemos dirigida a Francisco Araujo Sánchez; de las remitidas a Benjamín Carrión, cuatro ya las recogí por vez primera en la edición que preparé de Benjamín Carrión: Correspondencia I, Cartas a Benjamín. (Quito, 1995), ahora completo la serie con las otras tres que reposan en ese archivo; en cuanto a las 10 dirigidas a su gran amigo Galo René Pérez, tuve la fortuna de recibir el volumen póstumo Epistolario de Galo René Pérez (Quito, 2008), de manos de mi amigo Luis Rivadeneira; aunque estas cartas fueron publicadas con ligeros errores de transcripción y sin notas –lo que no es óbice para felicitar la aparición de este volumen–, ventajosamente reproducen los facsímiles que nos han servido para enmendar su publicación aquí. En este volumen reproducimos, además, tres dibujos de Dávila Andrade, los dos primeros tomados del libro de G. h. Mata Traición a la vida (1983) –los ubicamos, por razones de espacio, en las páginas 20 y 22–, y el último de la revista Ágora (1968), además de dos documentos autógrafos en poder de la familia Salvador Lara-Crespo. En las cartas Dávila expone lo desagradable que resulta adaptarse a los medios burocráticos, lo agobiante de las labores para la supervivencia, pero por sobre todo, sus dudas y su pasión en el proceso creador, las vicisitudes, el estar pendiente y alerta de la edición de sus libros, sobre todo el de relatos: Abandonados en la tierra; las reservas relacionadas con las miserias del mundillo intelectual, en donde ser poeta, como apuntó Adoum en la anécdota relacionada con el Fakir cuando éste debió registrarse en el hospital: al preguntársele por su profesión y responder “la poesía”, el enfermero dijo: “le pregunto: ¿en qué trabaja?” y el otro enfermero, el inteligente dijo: “ponle periodista”. (Cosas de artistas, diría alguna gente). El poeta, a través de una carta, en acto de lucidez crítica, rechaza toda su producción lírica anterior a la que realiza para estas fechas (1951), es decir, que el poemario que titulará Catedral salvaje desplaza a toda su producción, tan sólo salva un poema: “Canción del tiempo esplendoroso” dedicado a su gran amigo y destinatario Galo René Pérez, para concluir que renuncia a esa poesía: “sobre todo la que tiene tinte de canción amorosa y de endiosamiento de ciertas larvas humanas que chuparon por un lapso inverosímil mi mirada alcohólica de entonces”. Quizás excesiva –a mi parecer esta criba–, el tiempo ha puesto en su sitio su obra literaria y en los primeros poemarios de Dávila encontramos textos de antología.


Entre estas ‘confesiones’ de agosto a noviembre de 1951, comenta a Carrión y a Pérez el proceso de creación de su largo poema, cuando le da el título final, Catedral salvaje y luego cómo ‘obtuvo’ un editor “apoético” en Caracas para dicho volumen. En otra carta muestra su irrestricto apoyo a la labor artística de su amigo Oswaldo Guayasamín al no habérsele concedido el premio de pintura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana con parte de su serie Huacayñán. Quizás la génesis del Boletín, coincida cronológicamente con la lectura del ensayo que Pérez dedicó a César Vallejo, le dice: “viene a acrecentar mis ansias y a unirme al aborigen en trance de búsquedas inmensas”. Dávila, además de estimular a Pérez en la escritura, opina acerca de su vida diaria con el cariño y confianza fraternales, le recomienda que viaje, y constantemente envía saludos a la primogénita de su amigo, de 5 años (en aquel entonces). Para mi gusto, de entre estas cartas –todas muy interesantes–, se destacan por su belleza confesional: la número dos de las remitidas a Galo René Pérez, del 17 de agosto de 1951 (páginas 54-56) –acto de fe, verdadera declaración de principios– y la número tres de las enviadas a Vladimiro Rivas Iturralde, del 31 de marzo de 1967 (páginas 7778), que según su destinatario podría ser la última que Dávila escribió al Ecuador. Tras su muerte, convirtieron al autor y su obra en un mito. Le ‘llovieron’ amigos, cualquiera que lo había tratado, aunque haya sido circunstancialmente, se convirtió –por obra y gracia de su suicidio– en su confidente, aparecieron anécdotas sin fin y edulcoraron algunas versiones respecto a su vida en Quito; apunto esto, considerando que se conserva cierta pudibundez a la hora de acercarse a la vida del autor de Materia real; existen pasajes de su vida sentimental y creativa –tan ligadas e indisolubles–, de las cuales se habla en voz baja, por evitar decir algo indebido. Varios escritores ecuatorianos han sido desafortunados a la hora de la valoración de su obra y al análisis de su vida. Luego de convertirlos en mitos difícilmente nos aventuramos a indagar acerca de ellos, se establece una serie de tópicos; concretamente, a Dávila Andrade se le endilgó el sambenito de poeta suicida y críptico, descuidando completamente que no ha dejado de ser un poeta vigente y contemporáneo, supongo que decenas de cartas suyas se conservarán en archivos privados y duermen “el sueño de los justos”, hasta que, confiamos, algún estudioso indague en esos cofres cerrados y nos permita configurar al poeta de manera más completa. En varias de estas epístolas, Dávila alude a las que envió a otros escritores y artistas, amigos comunes del remitente y los destinatarios; confío en que esta breve muestra incite a la decisión de muchos otros receptores o custodios de sus cartas para que las difundan. Las que el lector tendrá oportunidad de conocer en este volumen nos confirman la necesidad de su publicación, ya que el afán de darlas a la luz, no obedece a la mera satisfacción de la curiosidad, ni por exhibir intimidades domésticas del escritor, sino que ellas nos permiten avizorar el universo humano y lírico de uno de los grandes poetas ecuatorianos. Al finalizar la lectura de este cuaderno, se podría confirmar –como ya apuntó Dávila Vázquez– que la obra de César Dávila Andrade está plenamente enraizada con su vida; y que fue un hombre consecuente con su apremiante percepción de la realidad hasta su aciago final. A sus lectores nos quedan su poesía, sus artículos, sus ensayos y sus relatos y, ahora, sus cartas que evidencian al ser humano con sus dudas, reservas, pasiones y sobre todo, el talento y arresto que puso ante el proceso de la creación literaria y el arrojo e intensidad que orientó su vida.


AGRADECIMIENTOS Me place consignar mi gratitud a las personas e instituciones que han contribuido en la elaboración de este volumen, y, además, saludar a mis amigos. En primer lugar al señor José Dávila Andrade, heredero de los derechos de la obra del poeta y a mi viejo amigo Jorge Dávila Vázquez por su generosidad al autorizarme la publicación de los materiales del autor de Espacio, me has vencido. Al doctor Jorge Salvador Lara (†) y a su viuda, la señora Teresa Crespo, por su generosidad al facilitarme algunos documentos de su archivo personal, relacionados con el poeta, a través de una de sus hijas. A la señora María Rosa (Pepé) Carrión y Diego Carrión, en representación de los herederos de Benjamín Carrión, por autorizarme a publicar los documentos que reposan en el C.C.B.C., en Quito y, por extensión, a los amigos que allí laboran: su Directora Rosy Revelo, César Chávez, Mónica Márquez, Isabel Salazar y Andrés Ramos, y particularmente a Luis Rivadeneira y Raúl Pacheco. A mi familia: mi madre María Calle y mis hermanos Verónica, Cecilia y Eduardo Taipe Calle. A los amigos que me recibieron en mi breve estancia en Quito: Simón Espinosa Cordero, Carla Gálvez, Francisco Estrella, Margarita Borja, Patricia Coronel, Irving Zapater, Javier Vásconez, Gonzalo Escudero, Patricio Herrera, Vanessa Martínez y Pablo Carrión, Wilson Vega y Vega, Fernando Tinajero, Camilo Restrepo, Gladys Jácome, Patricio Bahamonde, Jenny Amaguayo y Angelo; a Eduardo Proaño, Gloria Añazco y familia; a María Augusta Hidalgo, Damián de la Torre, Leopoldo Rovayo, Edgar Freire, Rodrigo Garzón y Flavio Paredes; a la Señorita Celia Zaldumbide, Directora de la Fundación Zaldumbide Rosales y Jorge Moreno Egas; a Raúl Pérez Torres, Antonio Correa y Fabián Guerrero. En Guayaquil, a Mariana Grunauer y Carlos Calderón Chico. Párrafo aparte merece mi grato reencuentro con Efraín Villacís, entrañable amigo en la casa de ‘moralitos’, nuestra inseparable Deisy Morales. A Carlos García, en Hamburgo, colega y gran amigo; a Víctor Vallejo en Suiza; a Paulette Patout, destacada hispanista, en Francia; a J. Enrique Ojeda y Humberto E. Robles en Estados Unidos, a Martín Greco en Argentina y a Pancho Olmedo en México. A la Biblioteca Nacional y al personal de la Biblioteca Hispánica de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y su directora, doña Mª. del Carmen Diez Hoyo, en Madrid. A los amigos en Madrid: a Niall Binns, apasionado hispanista y ‘ecuatorianista’ ad-honorem a más de querido amigo y Denise Despeyroux; a Pedro Calvo-Sotelo (actualmente en El Cairo), Néstor Llorca y Vero Rosero; a Silvia Collaguazo, Patricio Mesías, Patricio Ponce, Claudia y Jaime Tello, Lucía Cortés, Elías Durazno, Nancy Vera y Julia Ramos; a Gustavo Kolschinske y Cynthia Favero; a Mariana y Emilio Rodríguez Arroyo; a Cristina Salazar y Sofía Pazos por dedicar algún tiempo a la lectura de mis anteriores “Cuadernos”; a Henry Aguilar, Giovanny Chicaiza y Edislena Montoya; a Ramiro Gavilanes, por su ecuanimidad; a María Amor López, que ha desempeñado con buena voluntad el cargo de Agregada Cultural del Ecuador en España por varios lustros y a Patricio Díaz. A la señora Norma Cárdenas, por su estoicismo ante la calumnia de algunas gentes que detentan pequeños espacios de poder y, la incuria de otras. Y, finalmente, a los actuales ‘turiferarios’ o cerriles ‘cancerberos’, grises burócratas, que ofertan y promocionan su ‘lealtad’ a la espera del candoroso jefe de turno que les conceda gratificación económica por tanto esfuerzo. Madrid, 28 de agosto de 2012. Gustavo Salazar Calle.


ALGUNOS TEXTOS DE DÁVILA ANDRADE César Dávila Andrade∗

Carta al poeta Carrera Andrade (Después de haber leído su libro Lugar de origen)

Hoy he retornado a mi lugar de origen, habiendo leído su último libro, poeta. A mi cielo de origen. Porque todos somos oriundos de una celeste comarca en la que el oro aún no es metálico, y el agua es sólo un tenue concepto vaporoso. Todos hemos venido de allá; pero son pocos los que pueden retornar voluntariamente. El cielo es un estado de alma, y a pesar de no tener espacio, alberga habitantes de inasible anatomía. Usted es uno de ellos, poeta. Un habitante puro de la poesía. Y es un hermoso y nostálgico pretexto su vuelta –al través del título del libro– a ese su país terrestre que tiene un océano impar y gemelas las selvas; en el que el aguacate “elabora en secreto, su sustancia de flores, de venas y de climas”, su hondo y frío ovario de tanino y de cera, su piel de rodilla frescamente botánica. Su lugar de origen queda frente a la vaga ciudadela del zodíaco, pasando las llanuras de los machos cabríos de Marzo. Al norte limita con tridentes, asteroides y palomas de magnesio; al sur, con el atlas purpúreo de Saturno y una cadena de amuletos, estrellas y cítaras; al este, con una ventana abierta por los ángeles, recibos de lluvias y el facsímil de un sismo venidero; y al oeste, por la primera brizna de hierba que reposa entre las páginas del Génesis. Ahora, poeta, quiero recordar lo que vi allá, en donde se origina, al través del sueño de Dios, la divinidad de los hombres. Ante todo, siempre le he visto a usted como a ese gran santo hidrográfico, por el que Cristo pudo vadear un río sin nombre ni afluentes. Usted ha vadeado los insomnes océanos, con un niño de poesía sobre el hombro, como un extraño San Cristóbal. Ha cruzado océanos que tienen uvas de ámbar y madréporas; sirenas de rosada esponja; graderías de sulfato sonoro; estrellas de fría gelatina; monstruos de oscura goma ramificada. Ha tramontado las altas montañas coronadas de nieve metafísica y ha cruzado las llanuras inmensurables que Dios alisa con las palmas de las manos. Y en su gran viaje ha descubierto usted una fauna angélica y una flora con ejemplares de ∗

César Dávila Andrade. “Carta al poeta Carrera Andrade, después de haber leído su libro Lugar de origen”. Letras del Ecuador. año 1. n. 7. Quito. oct. 1945. p. 6. Jorge Carrera Andrade (1903-1979). Escritor y diplomático ecuatoriano. Es el poeta más representativo de nuestro país. Obras: en poesía Registro del mundo (1940), Lugar de origen (1945), Hombre planetario (1959), etc.; y en prosa La tierra siempre verde (1955), Galería de místicos e insurgentes (1959) y El camino del sol (1959). En 1970 publicó su autobiografía El volcán y el colibrí. Tienen particular importancia sus traducciones del francés agrupadas en Poesía francesa contemporánea (1951). Dirigió la revista Letras del Ecuador y fue vicepresidente de La Casa de la Cultura Ecuatoriana; su carrera diplomática duró desde 1933 hasta 1965. En 1950 colaboró en la creación de la letra del ‘danzante’ ecuatoriano: “Vasija de barro”, musicalizada e interpretada por el dúo Benítez y Valencia. A pesar de que al tema le han prestado voz Atahualpa Yupanqui, Paco Ibáñez e Inti Illimani, entre muchos otros, la del famoso dúo ecuatoriano es la versión por antonomasia. Uno de mis siguientes “Cuadernos” estará dedicado al autor de los Microgramas.


deliciosa poesía terrena. Ha visto usted el maíz y su pequeña lengua de gorrión; el caracol en su armazón de tímpano calizo, concebido en anatomía de albúmina contráctil; duendes frutales con cerebelo de almendra humanizada. Y en este libro suyo que leo ahora, encuentro que el viento anda con “traje de papel”, ingrávido uniforme que usa cuando pasa acariciando el ligero pubis de las muñecas de paja de trigo. Y, luego: esculturas en extática salud marmórea, que al pasar la saliva alteran la milenaria constitución de sus gargantas de piedra. Archipiélagos con clima de sidra y bahías de cristal de roca. Mareas irrevocables de polvo que prepara la sepultura universal, con pequeñas porciones de individual ceniza… Ahora, frente a su ancha ventana de trabajo, ha colgado usted su jaula “de pájaros de universales lenguas”; como ayer, en un ángulo de su errante camarote, colocara su “maleta de papagayos” gárrulos y verdes, casi vegetales. A veces, pienso que los ejemplares de su fauna poética pertenecen más bien a la fresca familia botánica, los “insectillos de carne vegetal” los “pétalos que vuelan”, las nueces con sus breves circunvoluciones de azúcar parda, me inclinan a creer que usted en un lejanísimo avatar, fue un joven hortelano que caía en éxtasis ante las umbelas, las alubias, “las boinas escolares de los hongos”… Por esto, tenemos hoy, su poesía, en la que la línea divisoria entre la flora y la fauna, tiene la dulce vaguedad de la savia mezclada con la sangre de esos clarísimos animalillos que tienen aún, por las alas, una hoja de albahaca, o por testuz, un par de estambres fríos. Asimismo, los adorables y humildes seres de su fauna poética, gozan ya de incipientes atributos humanos y algunos han llegado a la tornasol ceguedad de los niños, y al morir no se confunden con la proteica y verde alma de la Naturaleza, sino que ascienden a ese inmemorial cielo en el que los ángeles tienen aún nodriza, y descalzas las tiernas encías. Todos sus minerales, poeta, son seres fantasmagóricos, animados por los amorfos espíritus que inspiraron a los primeros alquimistas y que aún presiden las recónditas cristalizaciones y la recoleta efervescencia del mundo atómico. Este divino y mínimo universo asexual y pitagórico que los dioses amasan en el más hondo silencio de la materia inmortal. Todo este mágico atlas despliega la fábula de su poesía, iluminado por esa suerte de santidad artística que es fruto perfecto del dionisíaco, cuando se alza en el universo como en un infinito templo de alegría. Cuando ya se puede ver en el fondo de la noche cómo “un sideral labriego desparrama sus espigas de fósforo” y oír esa “música suspirada por altísimos labios”; aunque, a veces, se baje tanto a la entraña de la sustancia poética, que se sienta el inmensurable ámbito de ese lugar de origen, en el que la soledad es la “única patria humana”. Y, en este momento, antes de abandonar ese absoluto estado, recuerdo, no sé por qué, la devota y parda figura de ese dulce monje pintor que se postraba de rodillas para pintar una col del huerto conventual, en tanto que sus serenos ojos de contemplativo, se abrían hacia el éxtasis de las más secretas y deliciosas urdimbres de la vida…


César Dávila Andrade∗

Benjamín Carrión. El nuevo relato ecuatoriano Benjamín Carrión, el joven maestro de letras, ecuatoriano y universal, fecundo crítico literario y suscitador de vocaciones líricas, autor del volumen Mapa de América y creador de la famosa biografía novelada y reconstrucción histórica Atahuallpa, nos ofrece en su actual libro El nuevo relato ecuatoriano, un caudaloso balance de la obra, los fervores y las proyecciones de un nutrido grupo de relatistas, novelistas y cronistas mayores, a quienes él ayudó a romper la tremenda corteza patria, en medio de un gran clamor sonriente y justiciero, entusiasta y auspiciador. Fue el primer impulsador y comentador de la irrupción realista del equipo de escritores ecuatorianos que voltearon la campana del escándalo literario en Hispanoamérica. La obra que comentamos, en sus cuatrocientas páginas interpretativas, nos presenta este inusitado movimiento de arte y vida que es el enérgico récord del novelista ecuatoriano. Desde la tumultuosa ola de escándalo que desencadenaran los primeros relatos y las iniciales novelas del movimiento estudiado, hasta los logros estéticos de última fecha, aparecen en este gran libro de consulta y contemplación, presentados con un estilo de maravilloso ágape mental, de convite dirigido a la sensibilidad, al recuerdo, a la inteligencia de los lectores. Grandes frisos, a veces llameantes de vida y dolor, como en el estudio dedicado a Pablo Palacio, recorren la inmensa estructura de este libro escrito desde la cumbre de una vida llena de serenidad y de amor a la sabiduría plástica de la vida humana y sus realizaciones. Y es que la fe y la simpatía, el dolor emocionado y la certera vislumbre, cualidades esenciales de la obra, fueron practicadas y obtenidas por Benjamín Carrión a través de treinta años de continuo ejercicio de diálogo, de convivencia y de constructiva polémica con todos o casi todos los escritores que desfilan por las páginas de la obra. Así, Pablo Palacio, el gran autor de Vida del ahorcado, pasa con su cohorte de personajes y su plumaje alucinante de síntomas profundos. Hombre extraño y relatista extraordinario, tal vez genial, electrizado por el submundo y paralizado por las fuerzas destructoras que se aposentan en las médulas predestinadas de los monstruos y los dioses. José de la Cuadra, el gran cuentista de América India, conversa con Carrión: dialoga sobre la vida, sobre el arte, sobre las dificultades expresivas; sobre las escabrosidades del heroico oficio de escritor. La silueta trunca y dolorosa de Joaquín Gallegos Lara, el gran deforme de alma integérrima, a despecho de su tortuoso y pequeño cuerpo de mártir oscuro, pero nunca

César Dávila Andrade. “Benjamín Carrión. El nuevo relato ecuatoriano”. Revista Shell. Caracas. año 1. n. 1. ene. 1952. p. 47. Benjamín Carrión (1897-1979). Escritor, Promotor cultural y diplomático ecuatoriano. Aparte del gran nivel de su trabajo ensayístico, su mayor obra fue la creación y dirección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1944. Se desempeñó como Cónsul en varios destinos: El Havre, Lima, y como Embajador estuvo en: Colombia, Chile y México. Fue candidato a la Vicepresidencia de la república en 1960; en 1967 el gobierno mexicano le otorgó el “Premio Benito Juárez”. Entre sus mejores libros están: Los creadores de la nueva América (1928), Mapa de América (1930), Atahuallpa (1934), Cartas al Ecuador (1943), Santa Gabriela Mistral (1956) y García Moreno, el santo del patíbulo (1959); en 1995 publiqué Correspondencia I: Cartas a Benjamín, en el 2001 preparé una selección de su obra literaria: La patria en tono menor para el Fondo de Cultura Económica, en el 2007 La voz cordial: Correspondencia entre César E. Arroyo y Benjamín Carrión (1926-1932) y el pasado año le dediqué el número 4 de mis Cuadernos “A Pie de Página”.


resentido ni rencoroso, aparece diciéndole a Carrión frases extraordinarias, en las que se revela el alma del escritor que más ha padecido entre nosotros. En alguna parte del profuso y suscitador volumen, Benjamín Carrión nos dice: “Por ser éste, más que un estudio crítico, un itinerario de emociones que no se ciñe a la cronología…” Es verdad. El autor de El nuevo relato ecuatoriano se mueve a través de su obra, con la soltura y la certeza del viejo propietario de un palacio, entre cuya fronda estática y sin embargo viva, pudieran resucitar las más lejanas reverberaciones que acompañaron a la formación del edificio. El profundo sentimiento de interpretación, de convivencia lírica, de vigilancia, presentimiento y enlace; la íntima sapiencia de las vidas de los escritores, de los materiales, de los motivos, y de los secretos del oficio, junto con la visión extrema de los ideales definitivos, todo este maravilloso remolino de fuerzas y de seres, ha terminado por entregar a Carrión las llaves del discernimiento y el juicio estético y vitales del grupo de relatistas y novelistas que estudia, armándole así, como a ninguno, de maestro de letras e intérprete literario. La obra se halla dividida en tres grandes partes: “Síntomas e influencias”; “Los que vinieron”; y “Ensayo de interpretación”. En la primera parte, desarrollada en nueve fecundos y disciplinados capítulos, nos da una imagen del mundo literario que rodeó, precedió e influyó sobre el fenómeno artístico ecuatoriano. En la segunda, nos presenta el torrente vuelto hacia la geometría del análisis y bajo la auspiciosa luz del comentario estimulante; o sea, aparece el nutrido equipo de cultivadores y trabajadores del relato y la novela. Desde José de la Cuadra y Leopoldo Benites Vinueza, hasta Adalberto Ortiz, Pedro Jorge Vera y Arturo Montesinos Malo. Desde la novela indigenista modelada por primera vez entre nosotros por Fernando Chaves, hasta el cuento extraordinario, casi abstracto, lúcido y humorista de Pablo Palacio, el alucinado de piedra. Desde la novelística de Humberto Salvador, que es casi pasión de gran solitario, hasta la crónica relatística y rememorante de Hugo Alemán, espejo leal de amigos y sucesos. La tercera parte hace honor a su título: “Ensayo de interpretación”. Se trata de un extraordinario estudio que abarca desde la situación de la novela en el tiempo y en el ámbito de la necesidad humana, hasta el último problema técnico del monólogo y la tipificación. El poder de síntesis de Carrión, su omniabarcante cultura, su inquietud irrefrenable para todas las disciplinas y los acontecimientos del saber y el sentir humanos, se hacen palpables, con una amable condición de estilo personalísimo en el que se le oye conversar, inagotablemente, con ese su don de comunicación en el que todo un universo de sustancias adquiere la sencillez de un paraje familiar, lleno de luz. Se anuncia en una solapa del gran libro que a este primer tomo, seguirá una selección de fragmentos y de relatos, realizada por el mismo crítico, con miras a dar una visión antológica del Ecuador literario contemporáneo. Esperamos ansiosos esta nueva entrega editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana1.

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El poeta no debió esperar demasiado, el colofón de El nuevo relato ecuatoriano, que recoge la antología, registra: “se terminó de imprimir el día 18 de febrero de 1952”, aunque en la portada conste el año 1951. En este volumen Carrión incluyó el relato “Vinatería del Pacífico” de Dávila Andrade.


César Dávila Andrade∗

Presencia de Benjamín Carrión Habiendo cumplido virtuosamente, con entereza de varón de letras y de ideas, “sus primeros sesenta años” de edad, Benjamín Carrión empieza a luchar ejemplarmente por la “Segunda Independencia” de su Patria ecuatoriana, en Quito, la capital equinoccial de piedra y fuego azul. Esta “Segunda Independencia”, es la del pensamiento nuevo y del nuevo humanismo de integración de ideas, pan y libertad; respeto mutuo; convivencia holgada y estrecha comprensión en la anchura de lo universal y de lo próximo. Proyección de su gran ejercicio de la simpatía por las ideas y el quehacer mágico del arte, y el lógico de las ciencias, fue su perdurable obra, la creación –en medio de una batalla– de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Y, asimismo, proyección de su vital simpatía hacia el existir ecuatoriano y su destino, esta gran insurrección cordial e ideológica, que se manifiesta en periodismo de circulante fuego ecuatorial, por la nueva Emancipación del Ecuador en la órbita del espíritu. Su Presidencia espiritual está vigilante en la gran Institución cultural que su patria dio a América y al Mundo, a través del Ecuador; y, su presidencia cívica del nuevo movimiento libertario del Ecuador, rige ahora como un estatuto apasionado en la entraña del territorio ecuatoriano, que se apresta para elegirse a sí mismo, en lo más alto de sus cumbres y cimborios, como una Nación emancipada por una fervorosa conjuración de ideas. La pasión ecuatoriana, telúrica y cerebral, artística y científica de Benjamín Carrión, está batiendo ya treinta años, sin sosiego y sin cansancio, sobre el ámbito ideológico e intelectual de su pueblo. Al crear la Casa de la Cultura Ecuatoriana, encerró sabiamente en su funcionamiento un dispositivo capaz de realizar la cuarta dimensión cultural; o sea, la sintonía de la mente y del sabor de la Patria, con las ideas universales y con la sal de la tierra de todos los Continentes, en acto simultáneo. Treinta años de labor en el periodismo; la diplomacia, la cátedra universitaria; las asambleas nacionales, las fundaciones; y, el infinito oficio humano de escritor. La novela, el ensayo, la biografía, la crítica literaria, la difusión orientadora, el diarismo atado y articulado al gorjeo duro y lúcido del despertador matinal. Y, siempre, durísimo a la fatiga; renovada la jovialidad y la juventud; y en uno como sacramento civil ininterrumpido de comunicación y comprensión de ideas, actitudes, “simpatías y

César Dávila Andrade. “Presencia de Benjamín Carrión”. El Nacional. Caracas. desconozco su fecha de publicación, pero el recorte al cual he tenido acceso registra al pie: abril de 1960.


diferencias”, para armar al Ecuador como una de las primeras potencias espirituales de América, que es lo que gusta repetir. Dueño de una cultura extraordinaria, y en el gran mediodía solar, Benjamín Carrión, a través de sus fervores, ha ido preparando, vértebra por vértebra, al combatiente, al Emancipador cultural y político que hoy se yergue en él. Hace treinta años, Ramón Gómez de la Serna, decía de Carrión: “Su aspecto españolísimo me hacía querer recordar en qué aula de la Universidad madrileña habíamos sido condiscípulos”. En esos días, publicaba Benjamín Carrión, su primer libro, proa hacia la ruta de Colón, Los creadores de la nueva América, le siguió, inmediatamente, la novela titulada El desencanto de Miguel García. Y, en 1930, Mapa de América, por entre cuyas páginas circula y cruza la delicada imagen de Teresa de la Parra, junto al alucinado perfil de Pablo Palacio, el trágico humorista ecuatoriano, y la sombra meditativa de Mariátegui, que repetía ya proféticamente su frase sin muerte: “No sobrevive sino el precursor”. El trazado de este “mapa americano”, antes que cartografía de estilos, fue profundización geológica de continente espiritual de contenidos cósmicos. Carrión aprendió a mirar ese “desfiladero de razas” que es cada hombre americano. Así, llegó a los orígenes de nuestra formación elemental, planetaria, tiempo adentro y selva adentro, con su gran biografía reconstructiva de un imperio y de una hazaña, su Atahuallpa. En 1937, publica en Santiago de Chile su libro Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea; y, en 1952, su obra básica en el género: El nuevo relato ecuatoriano. Antología y crítica, que constituye el más grande y completo esfuerzo realizado en la exploración del mundo narrativo de los escritores de su patria; y de sus problemas, maneras y soluciones, hasta la fecha. Vienen después sus ensayos mayores, en profundidad y dimensión. En ellos, destacan, alineados en arquería perenne, las figuras de Unamuno y Gabriela Mistral, “Los santos del espíritu”. Últimamente, las vidrieras políglotas, de las librerías de Caracas, mostraban al paso la reciente obra del gran escritor, una biografía de García Moreno, el tirano que “hacía” ejercicios espirituales y que murió “santiguado a machetazos” por la cólera relampagueante de Faustino Rayo. En este saludo al ilustre Visitante y al escritor de fe humana, reconocemos a uno de los grandes forjadores de la cultura americana, como arma de libertad para nuestros hombres y nuestros pueblos, en síntesis unificadora de raza y de esperanza.

Caracas, abril 1960.


César Dávila Andrade∗

Franz Kafka, o la metamorfosis de la profecía

Aun cuando pretender interpretar las intenciones radicales de un creador absoluto como Kafka, resulta ya pura presunción o vanidad imitativa, no se puede rechazar fácilmente el deseo de mirar más allá de sus páginas, en las que, una libertad sin límites, dibuja con sofocante exactitud, las servidumbres que conforman las iniciativas y el destino mismo de los hombres. En esta hora, en la que la mayor parte de las sociedades comunistas, descreyendo de los ídolos y de los iconos impuestos, han iniciado una revelación de las ideas del autor de La metamorfosis, sería inadmisible no pensar sobre el misterio de su herencia artística y el hermético tesoro de avisos, señales y diagnósticos que nos legó. Cierta crítica alemana ha creído adivinar en los intratextos kafkianos, las líneas de una construcción teológica, que proviniendo traumáticamente del conflicto del novelista con las abruptas exigencias de su padre, se identificaron con el sañudo e imprevisible paternalismo de Jehová, “aquél que espía los riñones y los corazones”, terminando por atribuirle, analógicamente, todas las lentas ordalías de las dificultades probatorias, los reiterados encadenamientos de la postergación y la subordinación, y las innumerables obstrucciones que vuelven absurdo e incomunicable para el hombre, el mundo que le rodea. Sin que él se hubiera propuesto dar a sus obras los múltiples sentidos que sus exégetas y comentadores desprenden de ellas, éstas ofrecen inagotablemente sus transvisiones y proféticos diagramas, en boletines semejantes a los que una aterradora labor clínica sobre la vida del hombre, emitiera sin consideraciones, acerca de sus impotencias constitutivas y de sus condenaciones en el centro mismo de la existencia. Así, sobre todo sus cuentos, representan una suerte de mandalas que encierran – en la tacteante ceguera de un nuevo juego–, lo simbólico universal, referido a la eterna y circular batalla del ser por su auto-integración. En su novela América, conocemos la prefiguración de un “paraíso” –el Gran Teatro Natural–, en el que existen imperceptibles errores de tiempo. En La metamorfosis, las angustias del camino brutal de apariencia, y los estertores de la incomunicabilidad. En “Una confusión cotidiana”, los límites y las asperezas de la inter∗

César Dávila Andrade. “Franz Kafka, o la metamorfosis de la profecía”. El Nacional. Caracas. 17 de agosto de 1964. p. A-4. Tomado de César Dávila Andrade. Obras completas. tomo 2. Relatos y ensayos. Presentación de Jorge Dávila Vázquez. Cuenca, Pontificia Universidad Católica del Ecuador / Banco Central del Ecuador, 1984. pp. 539-540. Franz Kafka (1883-1924). Novelista y cuentista nacido en Praga que escribió en alemán. Uno de los escritores del siglo XX que ha transformado la literatura. Una parte esencial de su obra fue publicada póstumamente por su amigo y albacea Max Brod. Obras: La condena (1912), La metamorfosis (1915), La muralla china (1917), Carta al padre (1919), El castillo (1922), El proceso (1925), América (1927), Diarios 1910-1923 (1948-1949), Cartas a Milena (1952) y Cartas a Felice (1967).


relación entre seres de la misma condición; y en “La construcción de la muralla china”, las infinitas magnitudes y los infinitos sentidos que presenta la edificación de una vida terrena, para sobrepasarse a sí misma en las dimensiones de la inmortalidad. Para nosotros, Kafka representa una intención más dolorosa aún por la vecindad cotidiana e inmediata con nuestras esperanzas y designios, y sus oposiciones. Antes que metafísica, o teológica; gravitando sobre el tiempo y el escenario que nos toca vivir y durar, la obra de Kafka nos premodela las numerosísimas carencias y los mil obstáculos y abismos que nosotros mismos, con una sabiduría de alacranes y un fofo lujo de pavorreales, hemos dispuesto aquí, en el mundo de hoy, convirtiendo nuestra existencia en una larguísima tortura, auténticamente kafkiana. Con el fin de separar al hombre de sus semejantes y de su propio ser profundo, todo lo que hemos hecho, inventado, urdido y perfeccionado, ha tenido una eficacia infernal, que, del mismo modo que puede arrojarnos en la más sombría desesperación, puede también hundirnos en el viento desmelenado de la carcajada incoercible. Recordémonos: Los sesudos desórdenes de la Estadística; los montículos y las barras de las aduanas; la invención polivalente de las indulgencias; la manía borreguil de los clubes y las cofradías; los besamanos; la sarna de las insignias y condecoraciones; los parentescos omnipotentes; la garrapata de las logias; la masonería hemofílica de las aristocracias; la guía turística de los darwinistas; los días hepáticos; las tiaras, las coronas, las cornamentas; la plusvalía insensata de la heráldica; la idolatría del racismo; las listas apócrifas de la predestinación; y la estólida identificación con todo –lo que-no es– el-Ser. He aquí una breve letanía de los auto-impedimentos del hombre actual. Absurdo digno de todas las pirámides; obstáculo de sí mismo, que enreda las cuerdas siderales del universo, para producir la más egregia construcción del atonalismo moral y mental de la Historia de la Humanidad. Y, Kafka, cuarenta años ya lejos de nosotros, sonriente, con su amor contrariado y su doble mancha húmeda sobre los pulmones, como el dos de corazón negro de los naipes. Él metamorfoseó la profecía antigua –ceñuda, vociferante–, en diagnóstico ficticio, concebido en la inocencia radical del espíritu atrapado por la complejidad sobrecogedora de la existencia diaria, que se opone a sí misma, y se revela en la lucha contra los obstáculos, con una martirizada voluntad de claridad.


César Dávila Andrade∗

La gran hora de nuestra literatura Roger Caillois penetró físicamente en nuestro Continente por la puerta de la Patagonia, abierta de par en par hacia las cataratas peludas del Nadir, reventada por los vientos más veloces del planeta, transfigurada por la herrumbre de la soledad y las sombras sin sol. Su amor y admiración por nuestro mundo, labrado a hachazos sobre la materia eruptiva del “Tercer día de la creación”, empezó por el gigantesco tallo austral; saltó luego sobre los lomos andinos, recorrió las llanuras, se trenzó con la corrosiva hidrografía que araña nuestras hoyas y entró, con instinto afinado por el conocimiento del suelo, en el alma de los pueblos. Porque el más grande, auténtico y hondo patrimonio que tienen las tierras latinoamericanas, lo han ido acumulando sus creadores de arte, escritores, pintores, escultores, alfareros y poetas –desde los que grabaron los códices mayas, hasta los que extendieron la greca en torno a la cintura de las cerámicas, o modelaron las máscaras zoomorfas. Y porque lo más representativo que ha dado Indoamérica, no ha sido precisamente –hasta hoy, por lo menos– una gran teoría científica o una egregia doctrina filosófica, sino criaturas palpitantes de sensibilidad, frutos de magia y de arte, obras de escritores, cánticos de poetas, cuadros, murales y formas de creadores plásticos embrujados directamente por la energía que hace temblar nuestras plataformas continentales sobre los infiernos elásticos del agua. En estos mismos días, París, revalidando una vez más su misión de nodriza de los hechos singulares y de todas las formas de profecía, ha desatado prácticamente el más ardiente reconocimiento hacia lo que el vespertino Le Monde, llama “la gran literatura de mañana”, o sea, hacia las narraciones y novelas de escritores hispanoamericanos, y sus páginas han recordado la excepcional acogida rendida por esa gran ciudad al autor de Historia universal de la infamia. Roger Caillois, actual director de la Colección “Cruz del Sur”, de la Editorial Gallimard, no ha podido refrenar su entusiasmo indoamericanista y ha escrito una frase que está ya pesando como una nube de fuego –en responsabilidad y señalamiento: “Ha sonado la hora de la literatura de América Latina –ha dicho–, y ella es la que nos proporcionará las obras maestras que estamos esperando”. Sabemos que la Colección “Cruz del Sur” ha editado alrededor de treinta obras de autores latinoamericanos y tiene el propósito de traducir y publicar nuestros libros de poetas y narradores de nuestros países, brindándoles así la entrada en el público europeo y en la atención mundial. La proclamación entusiasta de Caillois, involucra para los actuales creadores literarios de nuestras repúblicas, una responsabilidad acaso más punzante que una herida, pues, aunque ellos deban estimar la deuda de su crecimiento hacia y con las figuras de César Vallejo, Asturias, Borges, Neruda, Guimaraes Rosa, Güiraldes, ∗

César Dávila Andrade. “La gran hora de nuestra literatura”. Papel Literario de El Nacional. Caracas. 22 de abril de 1965. p. C-1. Tomado de César Dávila Andrade. Obras completas. tomo 2. Relatos y ensayos. (Ed. cit. pp. 549-550). Roger Caillois (1913-1978). Ensayista, sociólogo, hispanista y editor francés. A partir de 1945 inició la colección Croix del Sud, cuyo objetivo fue difundir la literatura sudamericana, tradujo al francés obras de Borges, Carpentier, Gabriela Mistral y Neruda, entre otros. Obras: La mantis religiosa (1934), El hombre y lo sagrado (1939), Los juegos y los hombres (1958) y Poncio Pilatos, el dilema del poder (1961).


Octavio Paz, José de la Cuadra, Sabat Ercasty, Horacio Quiroga, Manuel Bandeira, Uslar Pietri, José Eustasio Rivera, Azuela, Rómulo Gallegos, Ciro Alegría, Joaquín Gallegos Lara, Manuel Rojas o Juan Rulfo, su deber indesviable, ahora y en el instante de cada futuro, es sobrepasar a sus guías con un esfuerzo consciente en el que una gratitud sin pudores falsos pueda aunarse naturalmente con un colérico sentido de independencia. Todos los ámbitos geográficos, los problemas, los motivos y las invenciones caben en el nuevo coraje de los escritores jóvenes de nuestros países. Desde el valle del Anáhuac, hasta los Llanos de Venezuela y desde el altiplano andino hasta la Pampa y el “sertao”, el mundo de sustancias que el arte puede disponer para la expresión, está casi virgen, pese a la innegable labor de descubrimiento y alquimia que han realizado escritores y poetas que representan por hoy lo más alto de nuestro testimonio presente y nuestra herencia. En el plano de las virtualidades –y en el de los imperativos–, “la hora” que señala y anuncia Roger Caillois está suspendida sobre las cabezas de los más jóvenes, de los que ahora mismo, heridos de inconformismo, de fe y de labor sinceramente aceptada, escriben para el futuro, sin dejar de mirar con admiración y espíritu crítico, las recias manos de los escritores del inmediato pasado.

2. Dibujo de Dávila Andrade tomado del libro de G. h. Mata∗ ∗

G. humberto Mata. Traición a la vida. 2ª. ed. Guayaquil, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1983. p. 93. Al pie registra: “Dibujo de César Dávila Andrade efectuado a lápiz en el libro de Poesía de César Vallejo”. Gonzalo Humberto Mata (1904-1988). Bibliotecario y curioso personaje de la cultura ecuatoriana. A lo largo de su vida publicó muchos folletos y algunos libros que se distinguieron por el insulto y su tono polémico. Obras: Galope de volcanes (1932), Sumag allpa (1940), Sanaguín (1942), Sal (1963), Zaldumbide y Montalvo (1966), Traición a la vida (1969), A escupitajo abierto (1972) y un largo etcétera.


César Dávila Andrade∗

Las resurrecciones del maestro Han empezado ya las resurrecciones de Mariano Picón Salas. Escritores de todos los ámbitos literarios del Continente empiezan a evocarlo desde los ángulos más diversos. Es el tejido de la inmortalidad del autor de Las nieves de antaño, realizados por cien manos vivientes. Es el milagroso rescate inacabable de su imagen espiritual sembrada en América por sus antiguos pasos de caminante de la cultura y de señor de la “americanía andante”, en pos del ideal de la comprensión de nuestros pueblos. De hoy en adelante, este despertar, estas invocaciones, este culto laico y simbólico, no tendrán fin. Al mismo tiempo, empiezan a morir de sí mismas, de su propio virus, todas las incomprensiones –miopía temporal en un espacio contrahecho– de que fue objeto por parte de unos pocos. Desde México llegan las voces de Antonio Acevedo Escobedo y de Ernesto Mejía Sánchez. Con el afecto de la evocación, aparecen los primeros buceos en esa parte casi inaccesible de cada hombre, en las profundidades de la creación literaria unida indisolublemente al complejo vital y al misterio óntico. Porque sólo los grandes creadores muertos, pueden ser accesibles a nuestros ruegos de profundidad en lo incomunicable. Acevedo Escobedo realiza un viaje emocional por la obra de Picón Salas, por su atento oído, descubre los más singulares rumores continentales, humanísticos e incluso personales, en la obra y la vida del gran venezolano. Mejía Sánchez, más exigente, y por esto más apasionado de la obra del Maestro, vuelve encarnizadamente a un solo libro de Picón salas: De la conquista a la independencia. Y une al descubrimiento y la lectura de esta obra, gran parte de su trayectoria vital, estudiantil y humana. Es la hora de reconocer las nutriciones insustituibles. Para Mejía Sánchez, la rememoración del autor a través de esta obra, es tarea de examinar la propia conciencia. “Firmísimo espejo de justicia y de alta sabiduría”, llama a este libro; y encuentra en él la singularísima virtualidad de haberse convertido para el México de hoy, en una suerte de testimonio de su ser, de su existir. De la conquista a la independencia es obra bien reeditada y traducida, a sus veinte años, puede decirse que guarda la frescura de criterio, la información y el ánimo de gran trazo del primer día. Y así, para Mejía, no existe un ensayo más hondo y hermoso de historia cultural de tres centurias americanas nuestras, que la obra de Don ∗

César Dávila Andrade. “Las resurrecciones del maestro”. El Nacional. Caracas. 29 de junio de 1965. p. C-1. Tomado de César Dávila Andrade. Obras completas. tomo 2. Relatos y ensayos. (Ed. cit. pp. 551552). Mariano Picón Salas (1901-1965). Escritor y crítico literario venezolano. Uno de los más importantes ensayistas hispanoamericanos, fundó la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela y posteriormente presidió el Instituto Nacional de Bellas Artes. Publicó entre otros títulos: De la conquista a la independencia (1944), Biografía de Francisco de Miranda (1946), Pedro Claver, el santo de los esclavos (1950), Los días de Cipriano Castro (1953) y Regreso de tres mundos (1959). Prologuista del apartado “Cartas” en Teresa de la Parra. Obras completas. Introducción de Carlos García Prada. Caracas, Editorial Arte, [1965]. pp. 773-937. [Preciosa y pionera, aunque incompleta, edición de cartas de Teresa de la Parra, ya que faltan las remitidas a Gonzalo Zaldumbide].


Mariano. El gran diseño continental del movimiento de ideas y fuerzas del derecho y de las tierras, es en esta obra tan coherente y completo, que empalidecen los cuadros que al respecto pudieran encontrarse en textos de Zum Felde, Anderson Imbert, Pedro Henríquez Ureña, Luis Alberto Sánchez o Torres Rioseco. Porque en este libro cargado de riqueza y de panoramas, el legado indígena es el más copioso, la empresa y aventura españolas se recortan con todos sus detalles y sus agrietaduras, el cóctel de los mestizajes, ofrece los sabores más recónditos, las ideas de los religiosos, todas sus utopías y sus valores vivos. Así es despertada la grande y ancha mirada de Hispanoamérica sobre un hombre que mantiene levemente cerrados sus ojos y sigue velando por su patria.

3. Dibujo de Dávila Andrade tomado del libro de G. h. Mata∗ ∗

G. humberto Mata. (Op. cit. p. 91). Al pie registra la misma cita de la hoja anterior: “Dibujo de César Dávila Andrade efectuado a lápiz en el libro de Poesía de César Vallejo”.


César Dávila Andrade∗

Yorgos Seferis Yorgos Seferis –seudónimo de Jorge Seferíades– aparece ante nosotros en forma repentina; su imagen literaria no asciende gradualmente; se nos presenta acabada y luce ya la aureola consagratoria del Premio Nobel. Algunos de nosotros, es verdad, habíamos adivinado ocasionalmente su alto perfil pensativo por entre las líneas de Lawrence Durrell o Henry Miller, sus amigos; pero, su obra nos era desconocida. Los poemas reunidos en esta separata –traducidos especialmente por Panayotis Roufogalis, Director del Instituto de Filología Clásica de la Universidad Central de Venezuela–, a pesar de su exigüidad numérica, tienen la virtud de transmitirnos la tensión esencial de un escritor cuya obra se inició hace cincuenta años, y nos da –al mismo tiempo– la punzante e inamovible certeza de encontrarnos frente a uno de esos poetas que muy de tarde en tarde advienen desde las misteriosas regiones del Mundo en donde ensayan sus visiones los adivinos y los liridas venideros. Seferis, heredero directo de una cultura que mezcló con la tierra del planeta los más hermosos vástagos del mármol y de la vid, y los más radiantes puñados de esa sal que “intensifica la irritabilidad de las facultades del espíritu”; en cuanto abre sus ojos para acomodarlos en la perspectiva de la conciencia, descubre los rostros eternos de Sófocles y Eurípides, el guiño ontológico de Parménides, el parpadeo infinitamente sucesivo de Zenón, los rasgos cambiantes de Heráclito, el Oscuro, y sobre todo, la inefable estructura de lo real, emergiendo de la caverna del mito, para la unidad del mundo. Este riquísimo trasfondo cultural, plástico y ennoblecedor como una hoguera sagrada, unido a su asidua frecuentación de las literaturas de Francia e Inglaterra, y por otra parte, su misma existencia, sembrada de esos accidentes que arman a las almas excepcionales, configuran en él al poeta que hacia el año de 1930, escribirá una obra capital; Viraje, libro con el que se elige a sí mismo como renovador de las formas antiguas, en una experiencia poética que devuelve a Grecia –transfigurado por las alquimias más desconcertantes–, un tesoro que Europa recibiera siglos atrás. Seferis es atacado duramente, en especial dentro de su patria; pero la crítica europea celebra ya al nuevo poeta y Le Mercure de France saluda su aparición. Sin embargo, la renovación operada por Seferis es más bien la de un movimiento en profundidad, que renueva la sensibilidad de los escritores de su país. Por esto, su tentativa continúa ennobleciéndose año tras año, sin posible menoscabo. Y es que Seferis trabaja en la sustancia de esa autenticidad que proviene del profundo conocimiento del destino humano y de la proximidad del infinito, raramente obtenidos por algunos espíritus ante lo incomunicable. Así, cada poema suyo, se nos antoja un espléndido mito orientado hacia la interpretación de esa entrañable suma de enigmas y de agonías que es el hombre. ∗

César Dávila Andrade. “Yorgos Seferis”. El Nacional. Caracas. 31 de agosto de 1964. p. A-4. [Reseña al volumen Yorgos Seferis: Premio Nobel de Literatura 1963 de Panayotis Roufogalis Raptis. (Caracas, Editorial del Ministerio de Educación, 1964. 55 p.)]. Tomado de César Dávila Andrade. Obras completas. tomo 2. Relatos y ensayos. (Ed. cit. pp. 541-542). Giorgos Seferis (1900-1971). Poeta griego. En 1963 recibió el Premio Nobel de Literatura. Obras: Viraje (1930), Mithistórima (1935), El rey de Asine (1948), Tres poemas escondidos (1966) y Días (diarios de un poeta), 7 volúmenes (1945, 1951, 1974).


ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LA OBRA DE DÁVILA ANDRADE Benjamín Carrión∗

César Dávila Andrade César Dávila Andrade está haciendo muy hermosos cuentos. César Dávila Andrade es la certidumbre de poeta lírico más alta de las últimas promociones. Junto a un grupo de mozos transidos de unción poética, el Grupo Madrugada: Galo René Pérez, Eduardo Ledesma y otros, Dávila Andrade se diversifica y extiende por las veredas del ensayo –su ensayo sobre el Padre Solano–, y últimamente por los cercados de la narración. Creo que nos ha llegado algo muy serio y grande en este hombrecillo diminuto y huido, con mucho de aparición y de fantasma. Su poesía, en la hondura y la fluencia, así como en la sabiduría, es sobrecogedora. Su juicio sobre la obra de otros, su obra como crítico es penetrante y, a la vez, creadora. Al analizar, suscita, interpreta, construye. Tiene capacidad para llegar al subfondo de la obra ajena, y encontrar en ella la escondida intención y la escondida belleza. La poesía de Dávila Andrade nos da la impresión de asistir, impávidamente, a un espectáculo de la naturaleza, a la maquinaria de la rosa para elaborar perfume, a los entretelones del cielo para que salga la luna; a los juegos de Dios para que nazca el Diablo. Da un poco de susto con los nombres –tan de allá, del Noveno Círculo de la poesía– que se nos vienen al recuerdo cuando se lee a este poeta. No. No. ¿Edgar Allan Poe, Jean-Arthur Rimbaud, Hölderlin, César Vallejo? Y no es como signo de influencia o maestría como se aparecen a nosotros. Más bien con un sentido de transubstanciación, casi diríamos de metempsicosis. Es, entre nosotros, el poeta que pudiera repetir con Rimbaud:

-Mais je m’aperçois que mon esprit dort. S’il était bien éveillé toujours à partir de ce moment, nous serions bientôt à la vérité, qui peut-être nous entoure avec ses anges pleurants !... -S’il avait été éveillé jusqu’à ce moment-ci, c’est que je n’aurais pas cédé aux instincts délétères, à une époque immémoriale !…

Se siente vano el adjetivo e inasible la palabra para la calificación. César Dávila Andrade puede escribir muchas narraciones, llegar a la novela grande. Es innegable la capacidad de sueño y de imaginación que pone al servicio del relato, enriqueciéndolo, llenándolo de substancia lírica. Su obra hasta aquí publicada en materia de cuentos, lo coloca en la primera línea. Pero cuente historias o realice poemas, la esencia de que está hecho su don de sensibilidad es de la materia pura de la poesía. ∗

Benjamín Carrión. “Me apercibo que mi espíritu duerme”. El nuevo relato ecuatoriano. tomo 1. Crítica. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1950. pp. 224-225.


Juan Liscano∗

Catedral salvaje

César Dávila Andrade empezó a escribir este poema trascendental en Quito, capital de su Ecuador ardiente, y lo terminó en Caracas, donde está residenciado desde hace un tiempo. Catedral salvaje constituye una audaz tentativa poética. Se trata de un solo poema extenso, dividido en tres partes: “Catedral salvaje”, “El habitante” y “Vaticinio”. Sorprende la intensidad de los sentimientos, la violencia de las imágenes, la aspereza del idioma. El poema transmite al lector comprensivo una sensación desgarradora de nascencia, de brote, de conciencia puesta al vivo. Todo es poder de visualizar, de ahondar gracias a la imagen, en los mundos del símbolo y de las intuiciones, de los recuerdos y de las visiones, de traer a flote delirios, naufragios y agonías, de enfrentarse a la realidad exterior y penetrar en su sentido oculto, de anunciar el advenimiento de una nueva luz, tras las oscuras sombras, de una nueva conciencia libertada e integrada en la cadena sucesiva de sus martirios. No es posible comprender este poema con la sola virtud estética. ¡No! Catedral salvaje no aspira a ser, en propiedad de sentido y de intención, una obra de arte. Aquí la escritura y el estilo visten una experiencia anímica profunda y un cuerpo de ideas metafísicas y místicas que para su cabal captación, requieren algo más que simple interés por la belleza artística, por la existencia del poema, como forma estética limitada. Un ala de revelación roza la poesía encrespada que nos brinda esta plaquette, que de haber sido publicada en forma de libro, hubiera llenado buen número de páginas. Esa revelación se expresa en una escritura atormentada y fulgurante de imágenes, destellos y sonoridades diversas; ora acres, rotas, disonantes, ora profundas y armoniosas, largas. Desde la cúspide de la montaña –Monte sacro, Sinaí, o cima alta donde meditar y obtener la visión– el poeta mira su tierra, su país, el mundo, y lanza al aire de la noche profunda la llamada, el vaticinio, al cual responderá el porvenir.

Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida! Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura! ∗

Juan Liscano. “César Dávila Andrade: Catedral salvaje”. Revista Nacional de Cultura. n. 89. Caracas. 1951. pp. 254-255. Juan Liscano (1914-2001). Poeta, folclorista, crítico literario y ensayista venezolano. Editor de la revista Aravenei de la Ford Motor Company de Venezuela, fundó y dirigió el suplemento Papel Literario del diario El Nacional, la revista Zona Franca (1964-1983) y Monte Ávila Editores. Obras: Rómulo Gallegos: vida y obra (1968), Panorama de la literatura venezolana (1973) y Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa (1976). A Dávila Andrade le dedicó además: “El solitario de la gran obra”. Zona Franca. Revista de Literatura e Ideas. año 3. n. 45. Caracas. may. 1967. pp. 4-8, reproducido también en Letras del Ecuador. n. 133. Quito, oct. 1967. pp. 1, 14, 15. Nuestro poeta preparó una reseña a un volumen suyo. César Dávila Andrade. “Cármenes”. Imagen. año 1. n. 2. Caracas. 1967. p. 20.


Las rocas del Carihuayrazo, recamadas de sílice e imanes. El Cotopaxi, ardiendo en el ascua de su ebúrnea lascivia! Hasta la mar dormida en la profundidad, después de tanta audacia estéril y voluble!

Con esta primera estancia inicia Dávila Andrade su poema. Todo él se brindará en estancias sucesivas, de versos desiguales, sometidos a la armonía de las ideas y de las emociones. El poeta, desde esa altura a cuyos pies se extiende la patria –“cuarta comarca de la Tierra”, “territorio de cumbres…”– desde esa visión cenital, canta, poseído, y destruye en él al ser limitado por el tiempo, para que nazca el Hombre infinito en quien se unen antepasados indios, padres españoles quemados por altos alcoholes, madres y multitudes, la “Catedral salvaje” es el sitio ideal o real donde se cumple el rito expiatorio de muerte y resurrección, que contempla una primera etapa de toma de conciencia –primera parte del poema–, una invocación al alma de los antepasados –“El habitante”– y la final destrucción del “yo” inmediato individual, mediante la destrucción de la imagen ardida del padre. Entonces:

Así, subo al país de la perpetua profecía. Tierra ocultada por la madre en el fondo del hijo para remota alianza con el padre infinito y misterioso! Porque es eterno el hombre! Y eternidad activa le devora y le viste!

En la primera parte del poema se evoca o invoca o describe el mundo que tiene en la “Catedral salvaje”, es decir en la montaña, –Los Andes, en fin– su símbolo mayor. Desde la altura de su inspiración el poeta canta a la humanidad y a las formas que llenan ese mundo. Desde el aire sideral de los altos montes hasta al hombre que quema su cadáver en aras de un renacimiento, pasando por los antepasados incas –“Oh infinito antepasado de mil rostros, mil alas y mil colas”– y los antepasados españoles –“Venían fibrosos de sed y de lujuria! Tenían dentera de hambre; mandíbulas para las hazañas, testículos de machos cabríos para penetrar selvas vírgenes…”– los humildes trabajadores de la tierra, los aventureros del oro, las mujeres parturientas, los pastores, y sus llamas –“Qué animal es ése, de ojos de mujer, que mira los nevados”… y “tiene vagina de muchacha y cohabita con los pastores solitarios de las cumbres…–. La invocación entra dentro de una visión aún más precisa, en la segunda parte del poema – “El habitante”– que principia con estos versos significativos:

Cierta vez el maíz infinito había sido suyo!

Finalmente, “Vaticinio”, nos entrega la experiencia en que el “yo” individual, limitado por las ascendencias inmediatas y las desesperanzas, perdido en “la noche como un paraíso de mucosas”, se entrega a la obra de renacimiento, cumplido el


sacrificio y, liberado, anuncia a aquél que viene cada mil años, “a desposorios y matanzas”, y que muere de la herida que abre incesantemente al avanzar. En esta obra de envergadura y de ardiente inspiración pasa como un soplo poderoso, el aliento del Neruda de “Alturas de Macchu Picchu” y la audacia estilística de Vallejo, sin menoscabar la originalidad emocional del poeta ecuatoriano. Su poema es una visión de acendrado misticismo que corona la experiencia del “yo” individual transmutado en nuevo “yo” colectivo. César Dávila Andrade ha metido a todo su Ecuador terrible y hermoso, desesperado y creador, en este poema que abre perspectivas hacia misteriosas emociones y grandes fórmulas de amorosa integridad humana.

Enrique Anderson Imbert∗

César Dávila Andrade César Dávila Andrade (1918-1967) fue uno de los líricos de más intensidad narrativa. Melancólico, tierno, alucinado, solitario, se entregó a ocultismos orientales y a magias esotéricas. Él mismo era un poco mago en sus poesías. Se inició con Espacio, me has vencido (1946), aéreo, ascensional, evanescente. De sus poemarios destacamos Catedral salvaje (1951) y Boletín y elegía de las mitas (1967), libros extraños por sus metros largos, por sus imágenes más pensadas que vistas, por sus ambiciosos temas: tratan de la historia de la raza indígena, explotada en obrajes y minas. Escribió cuentos de densas atmósferas y estrafalarios personajes: Abandonados en la tierra (1952), Trece relatos (1956), Cabeza de gallo (1966). Su vida bohemia, desarraigada, terminó en Venezuela: de un tajo se cortó la aorta.

Enrique Anderson Imbert. [“César Dávila Andrade”]. Historia de la literatura hispanoamericana. II. Época contemporánea. 5ª ed., 3ª reimp. México, Fondo de Cultura Económica, 1995. pp. 311-312. (Breviarios; 156). Enrique Anderson Imbert (1910-2000). Crítico literario y catedrático argentino. Profesor en la Universidad de Tucumán, fue cesado por el gobierno de Perón, lo que motivó que se radicara en los Estados Unidos, en donde fue profesor hasta 1980. Obras: El arte de la prosa en Juan Montalvo (1946), Historia de la literatura hispanoamericana (1961), Genio y figura de Sarmiento (1967), Mentiras y mentirosos en el mundo de las letras (1992), etc.


Jorge Salvador Lara∗

Los originales del Boletín y elegía de las mitas

“Si mi pluma tuviera don de lágrimas –había dicho don Juan Montalvo–, escribiría un libro sobre el indio y haría llorar al mundo”: pero el Cosmopolita no llegó a escribir esas páginas, quizás porque le faltaba humildad, sin la cual el don de las lágrimas es imposible. César Dávila Andrade no se detuvo a cavilar sobre cuál era el don de que se encontraba asistida su pluma: él, que sabía lo que es estar inerme frente a la vida; que conocía el rostro amargo de la miseria, de la angustia, de la desolación: que a veces dejaba traslucir, con interjecciones sonoras y restallantes que afloraban a sus labios, su rabia íntima contra la injusticia; él, que era humilde por naturaleza, que no se avergonzaba de tener entre sus amigos personas a las que los poderosos llamarían la hez de la sociedad –barrenderos, vendedores ambulantes, peones, minadores de los basureros públicos, cargadores de cordel, lustrabotas y aún mendigos, todos ellos seres humanos, creados todos ellos a imagen y semejanza de Dios–; él, César Dávila Andrade, que conocía los mismos terribles abismos cíclicos de los que no puede hasta ahora emerger y libertarse la raza indígena, lanzada al infierno del alcoholismo por los traficantes de todos los tiempos; él… sintió en su espíritu, como un latigazo, el dolor del indio y escribió el poema que Montalvo no nos pudo brindar.

Aquella música sin aire y sin rumor, sólo de lágrima, esa canción era mía, como mi muerte, como mi Vida…,

había escrito el Fakir en su poema inédito “Hacia el fantasma”, que conservo entre sus escritos. Y por eso, porque tenía el don de lágrimas, César Dávila Andrade avizoró, como en una dolorosa perspectiva de pretérito y futuro, la tragedia de la raza indígena, sobre la que se ha cebado una injusticia secular, y en raptos de inspirada cólera escribió su Boletín y elegía de las mitas. Tengo aquí ante mis ojos, y los conservo como un tesoro inapreciable, los manuscritos originales del grandioso poema, escrito por el Fakir a mediados de 1958, casi de corrido, después de leer La mitas en el Ecuador, doloroso estudio de Aquiles Pérez, notable investigador y maestro. ∗

Jorge Salvador Lara. “Los originales del Boletín y elegía de las mitas”. Letras del Ecuador. año 22. n. 133. Quito, oct. 1967. pp. 12-13. Jorge Salvador Lara (1926-2012). Historiador, diplomático y político ecuatoriano. Fue Embajador del Ecuador en la Santa Sede y por dos ocasiones Canciller de la república: (1966-1967) y (1976-1977). Director de la Academia Nacional de Historia y de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Obras: La patria heroica (1961), Escorzos de historia patria (1977), La revolución de Quito, 1809-1822 (1982), Quito (1992), Breve historia contemporánea del Ecuador (1994) para el Fondo de Cultura Económica e Historia de Quito: “luz de América”, bicentenario del 10 de agosto de 1809 (2009). A su amigo le dedicó: “Réquiem por César Dávila Andrade”. El Tiempo. Quito, may. 1967 y reeditó: “Los originales del Boletín y elegía de las mitas”. Museo Histórico. Órgano del Archivo Municipal de Historia de la Ciudad de Quito. n. 61. Quito. 1994. pp. 71-121.


Casi todas las partes del poema fueron compuestas al correr del lápiz, un pequeño cabo de lápiz, de los que él acostumbraba, de gastada y bronca punta, que a veces hacía resucitar mordiendo o rasguñando la madera conforme escribía, o a cortes de gillette, una de esas hojas como la que un día le había de abrir las puertas misteriosas de la muerte, y que él siempre llevaba, envuelta en numerosos dobleces de un papel cualquiera, entre las mil cosas menudas de que siempre estaban llenos sus bolsillos, como los de un escolar: cordeles, palillos de fósforo, pequeños fierros extraños, clips, hilo, hojitas disecadas entre trozos de papel secante, etc. Él a veces hacía risueñamente el inventario de esas pertenencias, por ejemplo cuando las sacaba a relucir para recoger las últimas briznas de picadura de tabaco y liar un cigarrillo. Y cuando exhumaba la gillette de su envoltura, lo hacía con parsimoniosos gestos, como si oficiara un rito sagrado, tal un sabio desenvolviendo misteriosamente una momia, y una vez descubierta la tomaba con delicadeza suma, como si fuera una leve mariposa en manos de experto y amoroso entomólogo. Se había provisto, para escribir el Boletín…, de un nutrido bloque de hojas de papel cebolla, para copias a máquina, sin raya, y en ellas dejó correr su denuncia. Generalmente escribía en papeles pequeños, en los que le vinieran a mano, en cualquier trozo, hasta en pedazos de cartón, o en tiras marginales de periódico. Conservo uno de sus poemas, “Presagio”, escrito en una caja de zapatos, descoyuntada para el efecto. Pero en esa ocasión, no: pensó desde el comienzo escribir un poema largo, proveyéndose del material necesario. Y llenó de corrido diecisiete páginas, con su letra amplia, clara, llena de perfiles y rasgos elegantes y temperamentales. Luego intercaló otro día cuatro páginas más de papel periódico, del mismo tamaño, también escritas a mano, con lápiz, y por fin otras tres, asimismo en papel periódico, con esferográfica de tinta azul. Cada una de esas partes del poema fue dejando en mi departamento, como tantos otros de sus escritos, temeroso de que se le perdiera el poema en su incesante trajinar de todos los días, de las noches y de las madrugadas. Supo desde el comienzo que el Boletín… sería una obra maestra. Quería que fuese de denuncia y a la vez de esperanza, de humana esperanza, al margen de la política y del cartel partidarista. E iba recitando los diversos fragmentos con voz potente, haciendo hiatos prolongados, que a veces alternaba con una de esas sonrisas suyas de satisfacción espiritual que le iluminaban el rostro y que contrastaban con sus ojos, siempre asombrados detrás de los lentes. En ocasiones simulaba leer con acento castellano, diferenciando las zetas, no porque quisiera españolizar su dialecto sino porque se le había hecho costumbre desde sus tiempos de corrector de pruebas que tenía que distinguir las eses de las ces o de las zetas para que su compañero de tarea pudiese corregir debidamente. Recuerdo por ejemplo que siempre, al leer el parlamento en el cual el mitayo es mutilado, decía con fuerza y rabia, acentuando la zeta: … cortáronle de un tajo las vergüenzas! Conforme me iba leyendo los diversos fragmentos los iba corrigiendo: tachaba, generalmente con círculos encadenados que se repetían hasta cubrir de negro lo que quería corregir, y ponía entre líneas, sobre el borrón, la nueva palabra. Otras veces la enmienda se formaba de rayaduras horizontales fuertes y repetidas, que dejaban el papel brillando en negro. A veces mojaba en saliva el pequeño lápiz para que el trazo fuera más acentuado. Cuando quería alterar el orden de las palabras ponía sobre ellas la nueva numeración y, debajo, trazos parabólicos sugiriendo la nueva estructura del verso. Pero la mayor parte del formidable poema aparece escrito a vuela lápiz, casi sin enmiendas.


Las estrofas –mejor dicho los parlamentos, en este caso– eran separadas por él con asteriscos, con trazos peculiares suyos a manera de jeroglíficos, de escritura cuneiforme, de rúbricas. A veces, si estaba especialmente satisfecho de una estrofa, la terminaba con la abreviatura de su firma. Ésta nunca era igual: a veces ponía claramente “César Dávila”, otras, las más, “C. Dávila”, o simplemente “C. D. A.”, y subrayaba con un trazo que cortaba siempre en cruz el rasgo vertical con que terminaba la a final de su apellido paterno. Y al azar colocaba diversos puntos en torno a la firma, a veces dos, a veces tres, no pocas ocasiones ninguno, o en vez de puntos pequeñas crucecitas. Lo acabo de ver comparando las veintiún firmas que conservo del poeta, casi todas suscriben poemas, de ellos ocho inéditos, inclusive uno en el Álbum de mi mujer, o dedicatorias de sus libros, la primera de 1950, la última de 1966, testimonio de una larga amistad de veinte años. Mirar cualquiera de esos escritos es algo extraordinario, por lo abigarrado de los rasgos, que a veces se cruzan y entrecruzan, y de modo particular por los dibujos cabalísticos que en ocasiones ponía, por ejemplo el Ojo Infinito, inscrito en una estrella de cinco puntas hecha de un solo trazo: “la firma del diablo”, decía burlescamente, recordando las abusiones infantiles. Pero él daba otro significado a ese dibujo: la presencia permanente e invisible del Creador, que todo lo ve. El Boletín y elegía de las mitas comienza con una pequeña cruz, en mitad de la página –todo el poema está escrito a lo largo y no a lo ancho del papel–, y trae después del título un subrayado doble y la palabra “Poema”. “Yo soy José Atampam…”, empieza. Nótese que pone “José” y no “Juan”, como consta en la versión conocida: el efecto es así más sonoro, pues repite como un poderoso triple golpe de tambor tres sonidos con o y tres con a. La primera página termina con el verso: “Añadí así más blancura a la Cruz que trajeron mis verdugos”. Al leer en voz alta ese verso añadió: “i dolor” después de blancura, y corrigió “trujeron”, por “trajeron”, para rememorar la pronunciación indígena. “Cuando “C.D.A.” había enviado el poema a El Universo, para el concurso “Ismael Pérez Pazmiño”, el tribunal calificador, uno de cuyos miembros fue Alejandro Carrión, había resuelto se le dé el segundo y no el primer premio”. La explicación que Juan sin Cielo dio en una reciente audición radial es que se creyó que el autor del poema era G. h. Mata y no se quería que este gran batallador obtuviese el máximo galardón. El Fakir, al enviar el Boletín… al concurso hizo seguramente algunas revisiones sobre la copia mecanográfica que él mismo sacara de su poema, cuyos originales dejara definitivamente en mis manos al viajar, en ida que resultó sin retorno, a la ciudad de Caracas; y temeroso sin duda de que pudiera escandalizar su texto inicial y menoscabarle el premio, suprimió algunas partes, muy vigorosas, e inclusive alguna castiza interjección. Al publicarse por primera vez, y al reproducirse el poema en Cuenca, probablemente también los tipógrafos –esos amables enemigos de todo escritor– y aún quizás los correctores de pruebas introdujeron pequeños cambios, como aquel de poner “tam”, como si fuera reminiscencia de un tamtam negroide, extraño al poema indigenista, allí donde el autor no puso sino “tan”, apócope indio de la castellana palabra “también”: “A mi, tan. A José Vacancela, tan…” Probablemente el propio poeta cambió algunos apellidos de encomenderos, quizás para evitar que los originales influyesen desfavorablemente en el Tribunal: así:


en vez de “José de Urigüen”, que consta en la versión primigenia, aparece “José de Uribe”, en la edición de Cuenca, trocando el apellido morlaco por otro parecido, pero de origen colombiano, impropio del Quito colonial, por haber venido al país solamente en la República. Y en vez de “Alférez Chiriboga”, que consta en la primitiva versión, aparece luego “Quintanilla”. Véase la fuerza original de este fragmento: Recibiéronme. Mi hija, partida en dos por Alférez Chiriboga. Mujer, de puta de él; dos hijos, muertos a látigo. Oh Pachacámac, y yo a la Vida. Así morí. No hay por qué censurar las cuatro feroces letras del cervantino vocablo. Y sin duda tiene éste más fuerza que el comisariesco término “conviviente”, no usado por los indios, que se pone en la edición posterior. Sería largo, en esta ocasión, hacer un prolijo estudio comparativo de la versión original y de la publicada. Quede ello para cuando la Casa de la Cultura Ecuatoriana inicie la edición de la Obras completas del querido Fakir. Ahora solamente diré que difieren mucho, en forma sustancial, algunos pasos estróficos. Por ejemplo el que comienza con el verso: “Y entre Curas, tan, unos pocos revestidos de diablos…”, cuyo texto original es más duro en la formulación de la denuncia. También el parlamento que comienza así: “Y por ese mesmo Cristo, negra nube de buitres quillilicos vinieron. Tantos…”, fragmento en el que describe con mayor detalle cómo en la Hacienda “San Ildefonso” el trapiche muele la mano del indio, esa misma mano que le dijeron era “para solamente Cruz”. Son ocho versos adicionales. En el parlamento que comienza: “Minero fui, por dos años ocho meses…” hay cambios sustanciales, respecto de la versión original, que tiene mayor valor poético y nacional: “Yo que de oro alhajé a mi Atabalipa…” dice el poeta, acertadamente, en vez del equívoco: “Yo que usé del oro para las fiestas de mi Emperador…”. Luego formula un contraste magistral entre la realidad de dolor y el presunto amor con que decían tratar a los mitayos los señores de las minas. En la versión de Cuenca la palabra “amor” aparece cambiada, seguramente por el tipógrafo, con “amo”, cambiándose completamente el vuelo del poema:

Dormíamos miles de mitayos a pura mosca en piel, a puro látigo, en galpones, custodiados por un amor que sólo daba muerte. “Nadie huye. Os amamos hasta más allá del sepulcro”. Oh tolas, en donde el indio os esperó para el cielo que fundásteis en la Tierra. Pero después de dos años ocho meses salí.


Hasta el mosquito fue otro Viracocha, de chico vidrio en mi piel. Pero salí, otro, entre seiscientas calaveras. Éramos. Éramos. Había el día, en Zaruma, en Yaguarzongo, Peleusí, Mira, Alausí. Salimos. Salimos seiscientos mitayos de veinte mil que entramos. Sangre en cuclillas, paludismo del sonido.

En la publicación de Cuenca hay una transición brusca e incomprensible en la oración del mitayo que emerge de la mina y encuentra el hueso de su hermano y aquella imprecación que recuerda a los encomenderos odiados. Se nota que faltan versos, y así es. He aquí el texto original;

Y salí. No reconocía ya a su Patria. Desde ácida negrura, volvía al azul. Quitumbe de alma y sol, lloré de alegría. Pero volvía. Volvíamos. Nunca he vuelto solo. Entre cuevas de Cumbe, ya en goteras de Cuenca, encontré vivo de luna el cadáver de Pedro Axitimbay, mi hermano. Víle mucho. Mucho víle y le encontré el pecho. años dos, rocío, buitres, hormigas, lunas habían dado espejo íntimo a su esternón. Me incliné. Víme. Y me reconocí. Yo, era él mismo! Y dije: Beso, en hueso, el espejo de mi raza. Pero tú sabes que es por Aquello. Juro, que es por Aquello. Juro, que es de Amor.

Sólo entonces, cuando por amor a su hermano y a su raza, por rebeldía contra “Aquello”, es decir contra todos los sufrimientos y crueldades que denuncia el poema, besa el hueso encontrado, brillante ya por la intemperie, comienzan las imprecaciones, que deben ir en cada página aparte, por ser un nuevo parlamento: el de los “rinimi”, el recuerdo de los hombres que hicieron más dura la injusticia. En esta parte hay ocho versos fundamentales, que faltan en la versión de El Universo, y que hacen posible en el poema la transición, de siglos, del pretérito al futuro: “Mis hijos volverán. Y ahora vuelvo!”


Y de dolor, caballos, látigo, terror, cruces, hacia las alturas huí, huímos, juntos, solos. Allá, solos contigo, Pachacámac, Sol. Con los venados, azules ya. Y ancas de lumbre. Allá. Adiós, llacta, mujer, maíz mío. Rinimi, pampa del azúa, hierbas de ternura y luna. Ídolos en cuclillas de los míos. Rinimi. Adiós. Adiós. Mis hijos volverán. Y ahora vuelvo! Ahora soy Santiago, Aga Roque Buestende… Las variaciones menores, en los diversos parlamentos de que se compone el formidable monólogo con el que César Dávila Andrade hace hablar a toda una raza, son numerosas, pero de detalle. En esta vez he querido reproducir sólo las principales, como un nuevo homenaje y recuerdo al amigo entrañable, el gran poeta desaparecido, la más alta voz lírica del Ecuador.

4. Nota autógrafa de Dávila Andrade dirigida a Teresa Crespo de

Salvador∗ probablemente de 1952.

Tomada de Teresa Crespo de Salvador. Breves poemas en prosa. Prólogo de Miguel Sánchez Astudillo, S. J. Comentario autógrafo de César Dávila Andrade. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1973. p. 27. Teresa Crespo Toral (1928). Escritora ecuatoriana de literatura infantil. Obras: Rondas (1966), Pepe golondrina y otros cuentos (1969), Mateo Simbaña (1981) y Baúl de tesoros: nueva antología de literatura infantil (1991). Del volumen que tomamos la nota en la página 17, registra: “En los originales de su libro [Breves poemas en prosa de Teresa Crespo] escribió el poeta César Dávila Andrade, al pie del poema ‘Reproche a los sapos del parque’, que hoy publicamos, el siguiente comentario: ‘La voz que salía de la hierba, la voz era un reclamo angustioso. Debía usted decir este maravilloso poema de ternura. Usted oyó esa voz. Y, la suya, es un divino reflejo silencioso’. Nota publicada en Cultura Hispánica. vol. 2. n. 5-6, Quito. 1er. Trimestre de 1961”.


Alberto Baeza Flores∗

Cerrado en su domingo de ceniza

La desesperación es una puerta que alguien abre al vacío del mundo. Allá abajo está todo: lo ya vivido y lo que nunca se vivirá. También está el espejo de lo fabuloso como una tentación. “¿Cuál es el precio de la Experiencia? –se pregunta William Blake– ¿La compran los hombres con una canción? ¿Compran la Sabiduría en la calle, con una danza? No, el hombre debe pagar por ella todo lo que posee.” Es casi seguro que César Dávila Andrade leyó estas palabras al frente de una breve página de D. T. Suzuki a propósito de El sentido del zen. El poeta, como todo iluminado, nunca volvió atrás en ese camino del aprender a conocerse. Y abrió la puerta última, acaso como una experiencia final en el empeño de saberlo todo, de comprenderlo todo. Quería –posiblemente– saber hasta qué punto las palabras de John Donne son justas: “La muerte de todo hombre me disminuye, porque yo soy parte de la humanidad. No preguntes nunca por quién doblan las campanas: doblan por ti.” Así doblaron, mucho antes de la suprema resolución de Dávila Andrade, por él y por nosotros. Y ahora, más que nunca doblan por nosotros a causa de la ausencia de él. Nunca le conocí. Y era uno de los poetas de nuestra América Latina al que quería escuchar de viva voz. Pertenecía a nuestra atormentada generación, nacida al borde de una hecatombe bélica mundial, crecida en su juventud en el infierno de otra, desesperada y vibrante en la lucha contra los totalitarismos del planeta, llena de angustia y esperanza de dolor y de fe, cruzando los terrenos de una nueva era de amenazas y milagros, desde la guerra atómica hasta el umbral del tercer milenio y los viajes espaciales. Dávila Andrade era uno de aquellos que había visto al hombre de nuestro tiempo sufrir como un animal acosado y había buscado el poeta soluciones y tirado cuerdas y escalas para la salvación de todos. “Yo no estaré sólo, tan numerosos son aquellos que se mezclan a este Yo que es mío”. Comprendía Dávila Andrade todo el alcance de la afirmación de Rilke y la había incorporado al mundo de su sangre y su espíritu, pero sabía, también, que “cada hombre es múltiple en su nacimiento y único en su muerte”. Y fue de Rilke a Heidegger antes de ir a la experiencia espiritual del Zen. (También, sin duda, fue a otras experiencias, antes de ir al Zen). Los primeros poemas de Dávila Andrade los leí en Santiago de Chile. Su poesía me llegaba junto a la de Alejandro Carrión. Era el tiempo del Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea de Benjamín Carrión, que fue nuestra gran puerta hacia el ∗

Alberto Baeza Flores. “Cerrado en su domingo de ceniza”. Zona Franca. Revista de Literatura e Ideas. año 4. n. 57. Caracas. may. 1968. pp. 30-32. Alberto Baeza Flores (1914-1998). Escritor chileno, ha publicado más de setenta títulos. Obras: Vida de José Martí, el hombre íntimo y el hombre público (1954), La muerte en el paraíso (1965), Caribe amargo (1970), Poesía en el tiempo (1975) y La poesía dominicana en el siglo XX (1975).


conjunto de la poesía social, luminosa, llena de sangre y magia, de testimonio directo, de fragor y de ensueño de la poesía ecuatoriana. Era también el tiempo de la revista de página grande donde asomaban, por igual, los manifiestos ardientes sociales y políticos, y la poesía (a veces iluminada de meditación y de inventario del mundo ecuatoriano). Dávila Andrade iba a ser el poeta animado de una singular fuerza de imaginación y de participación del mundo a través de imágenes estremecedoras, audaces, vibradoras. Era tres años menor que yo y le admiraba como si él fuera un poeta de más edad. Ya nunca podrá saber César Dávila Andrade cuánto me acompañó su poesía –en distintas circunstancias– en mi tránsito terrestre. El poeta tiene de maravilloso que está en todas partes donde se encuentra algún verso suyo. Así se traslada, así es de múltiple su presencia y así nos habla. Quisiera haber podido decirle a César Dávila Andrade cómo su poesía me acompañó en meses y años en La Habana y todo el bien que recibí de ella. Ya no será posible manifestárselo de viva voz. Ni tampoco en otra forma. Y aquí lo escribo como en agua que corre. No sé dónde. Expulsado del sitio donde trabajaba en el Oriente de Cuba, al llegar al poder, mediante un golpe de Estado, la tiranía de Batista; separado –geográficamente– de la presencia de mi esposa y de mi hija, había ido a La Habana, con múltiples esfuerzos, a rendir unos exámenes en Filosofía y Letras. Compartí con los estudiantes –de muy escasos recursos– aquella vida no fácil, pero llena de una alegría interior, de una voluntad de lucha y sacrificio. A veces alguno de mis compañeros era herido en las calles de La Habana en una de las tantas manifestaciones estudiantiles contra la tiranía de Batista. En la esquina de San Rafael y calle Infante merodeaba un recién graduado que, a veces entraba a los cafés o a las salas de juego de las máquinas con botones que se encendían al chocar, contra ellos, la pequeña bola de acero. El deambulante parecía rumiar algo. Buscaba, en vano, compañía. Era Fidel Castro. Aun estaba lejos el asalto al Moncada y todo lo demás. En la esquina en un puesto de periódicos eran exhibidos unos cuadernillos largos, con letra menuda, pero ricos en poesía. Eran los que Simón Latino dirigía2. Yo 2

Simón Latino preparó la Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea. 3ª. ed. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 1959. (Colección Poetas de Ayer y de Hoy. Cuadernillos de Poesía; 24), en el apartado titulado “César Dávila Andrade” dice: “Es el máximo representante de la penúltima generación de poetas ecuatorianos surgida alrededor de 1944. Su primer libro, Espacio, me has vencido, lo situó en un país melancólico, escoltado por pájaros y flores, con una honda preocupación por los problemas del hombre, y una gran dosis de ternura para las colegialas. Entregado a la más dolorosa bohemia y poseído por tremendos complejos y supersticiones, su vida se ha desenvuelto en un ambiente baudelariano, del que emerge de cuando en cuando con un poema, un relato o un libro de tenebrosa belleza. La poesía de Dávila Andrade es profundamente dramática; un aliento cósmico a ratos fatídico, parece dominarla; toda ella es un reflejo de la propia realidad que circunda al poeta, que en el fondo es un romántico, como Baudelaire. En una tierra de volcanes, como es el Ecuador, este poeta podría ser incluido entre esos fenómenos de la naturaleza. En 1959 ha publicado su segundo libro Arco de instantes. Este mismo año obtuvo [el] segundo premio en el concurso de poesía del diario El Universo con su poema Boletín y elegía de las mitas, del que dijo el jurado calificador que fue premiado “por la profunda raigambre nacional, por la desnuda y fiel sujeción a la verdad histórica, por la feliz síntesis del testimonio y el soplo épico, por la personalísima dicción brotada del habla vernácula, suma viviente de cualidades que abre un nuevo camino a la poesía ecuatoriana”. [p. 38]. Antología que incluye sus poemas: “Espacio, me has vencido”, “Breve canción a la vanidad” y Boletín y elegía de las mitas. pp. 38-45. En el texto de presentación del volumen, en la página 1, titulado “La poesía ecuatoriana” Latino apuntó: “La presente edición, que es la


adquirí –acaso recortando el poco dinero que tenía entonces para lo muy indispensable– uno que reunía a tres poetas ecuatorianos: Silva, Carrera Andrade y Dávila Andrade. En las noches, para descansar de las incesantes horas del repaso de los textos de psicología o latín, leía a César Dávila Andrade y cuando salía a la calle, a la mañana siguiente, el cuaderno –largo y fino– iba en un bolsillo por si había la oportunidad de unos cinco minutos de reposo en algún parque o en alguna espera. Yo repetía los versos de César mientras las nubes cubrían ese paraíso en el infierno, ese infierno en el paraíso que era Cuba. Y a los muchachos que, más tarde, se enfrentarían a la policía de la tiranía, les solía leer versos de César, como un paréntesis, como un descanso. Ellos me lo pedían y se sentían bien. Eran los versos una extraña puerta mágica. Creo que nunca supo César que su poesía andaba en aquellos jóvenes que luchaban por un ideal tan concreto y que con tanto valor lo hacían. Pasó un poco de tiempo, pero la lucha continuó difícil e intensa. Trabajé en diversas actividades periodísticas. Encontré trabajo y adquirí una grabadora. ¿Para qué? Para grabar más y más poesía y escucharla cuando llegaba de la calle, tan fatigado físicamente, que era poco capaz de tomar un libro en mis manos. Me tendía en mi lecho. Encendía la grabadora –que estaba preparada– y los poetas empezaban a acompañarme. Había grabado toda la poesía de César Dávila Andrade con fondos de música adecuada. tercera que hacemos del Cuadernillo dedicado a la poesía ecuatoriana, difiere fundamentalmente de las anteriores, que se limitaron a tres nombres: Medardo Ángel Silva, Jorge Carrera Andrade y César Dávila Andrade, a quienes tuvimos como representantes o voceros de las tres últimas generaciones. Ahora, con el propósito de dar a nuestros lectores de América una visión más exacta de la evolución de esa poesía en los últimos cincuenta años, ampliamos el panorama, dando cabida en él a muchos otros poetas, desde Arturo Borja hasta los jóvenes de la nueva generación”. El volumen recoge poemas de: Arturo Borja, Ernesto Noboa Caamaño, Humberto Fierro, Medardo Ángel Silva, Remigio Romero Cordero, Hugo Mayo, Miguel Ángel León, Jorge Carrera Andrade, Aurora Estrada Ayala, Gonzalo Escudero, César Andrade Cordero, Miguel Ángel Zambrano, Adalberto Ortiz, César Dávila Andrade, Jorge Enrique Adoum, Hugo Salazar Tamariz, Alejandro Velasco Mejía, César Dávila Torres, David Ledesma Vásquez e Ileana Espinel. Simón Latino, seudónimo de Carlos Henrique Pareja Gamboa (Sincé, 1898-Vancouver, 1987). Abogado, político, catedrático y librero colombiano. Se distinguió, sobre todo, como editor y difusor de la literatura a nivel popular por toda Hispanoamérica, a través de su “Colección Poetas de Ayer y de Hoy. Cuadernillos de Poesía”, cuyo primer número apareció en Bogotá el 7 de julio de 1943; hasta 1963 publicó un total de 40 números –volúmenes en formato de nueve y medio centímetros de ancho por veintidós de alto, en varios centenares de miles de ejemplares–, que recoge Los mejores versos de Guillermo Valencia (nº. 1), Julio Flórez (nº. 2), José Asunción Silva (nº. 3), Pablo Neruda (nº. 4), Rafael Pombo (nº. 5), Rubén Darío (nº. 6), Porfirio Barba-Jacob (nº. 7), José Santos Chocano (nº. 8), José Eustasio Rivera, Eduardo Castillo, Miguel Rasch Isla (nº. 9), Ismael Enrique Arciniega (nº. 10), Federico García Lorca (nº. 11), Amado Nervo (nº. 12), Antonio Machado (nº. 13), Aurelio Martínez Mutis (nº. 14), Francisco Luis Bernárdez (nº. 15), Eduardo Carranza (nº. 16), Gabriela Mistral (nº. 17), Luis Carlos López (nº. 18), Ricardo Nieto (nº. 19), Juan Ramón Jiménez (nº. 20), Alfonsina Storni (nº. 21), Andrés Eloy Blanco (nº. 22), Candelario Obeso, Nicolás Guillén, Jorge Artel y otros (nº. 23), Medardo Ángel Silva, Jorge Carrera Andrade y César Dávila Andrade (nº. 24), José Eusebio Caro, Diego Fallón, Jorge Isacs (nº. 25), Meira Delmar (nº. 26), León de Greiff (nº. 27), Juan Lozano y Lozano (nº. 27), César Vallejo (nº. 29), Juana de Ibarbourou (nº. 30), Leopoldo Lugones (nº. 31), Alberto Ángel Montoya (nº. 32), Los mejores versos de amor (nº. 33), Susana March (nº. 34), Evaristo Carriego (nº. 35), Enrique González Martínez (nº. 36), Miguel Hernández (nº. 38), Antología de la poesía brasileña (nº. 39) y Antología de la poesía sexual de Rubén Darío a hoy (nº. 40). Cfr. http://es.scribd.com/doc/31683031/Recordando-a-Simon-Latino y Albio Martínez Simanca. Simón Latino y la librería La Gran Colombia, patrimonio cultural de Bogotá. Bogotá, Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2004. 201 p.


La escuchaba. La oía una y otra vez. Entonces un paraíso distinto –era también la luz del trópico– entraba a mi habitación en La Habana. Era un paraíso lleno de poesía, una red de imágenes que parpadeaban como peces de luz. En la calle, a lo lejos, estallaba una bomba. Venían a avisarme de alguna acción. Un rumor se clavaba como flecha. A veces era necesario hacerle salir del país, para evitar lo peor o porque llevaba alguna misión. Y a alguno de los nuevos amigos –que consumía horas en mortificadora espera, tenso, vigilante, en mi casa– para distraer un poco su angustia, le proponía escuchar a los poetas. Y, pronto, surgía el mundo vívido, que unía cierta música orquestal a un vehemente fulgor y a una explosión interior de música, imagen y verdad. “¿Quién es?” “Un poeta ecuatoriano. Se llama César Dávila Andrade”. (A veces era Carrera Andrade, a veces era Barba Jacob, a veces era Antonio Machado o Miguel Hernández, a veces era Bernárdez, Fernández Moreno, Andrés Eloy Blanco o González Martínez). Por sus colaboraciones en Zona Franca, por sus notas sobre libros en Política o por sus páginas en la Revista Nacional de Cultura, seguí el nuevo itinerario de Dávila Andrade. Me conmovió que viviera en la patria grande de tanto poeta excelente y en el país que es uno de los gigantes de nuestra América: Venezuela. Un mundo también para la poesía y el hombre, un espacio en el tiempo grande continental. Mientras preparaba en Madrid mi viaje a Venezuela la nota de Zona Franca me golpeó el corazón. Sería difícil decir el asombro y la pena, la angustia y el dolor ante la noticia. Era uno de los nuestros –de los mejores de los nuestros– el que así se iba. Busqué, en el anochecer melancólico de Madrid, un poema de César que guardaba especialmente, en un libro de recortes, siempre a mano: “Vallejo prepara su muerte” –aparecido en la Revista Nacional de Cultura. Esta vez, quien había preparado su muerte era César, pero el del Ecuador no el del Perú. Tenía subrayados algunos versos, que podían corresponder tanto a Vallejo como a Dávila Andrade: “la tumba que, rebotando, cae desde los Andes a la polvareda”. La cordillera les había visto a los dos, separados, sin embargo, por los conflictos de una generación distinta. César Dávila Andrade era 25 años menor que Vallejo y era demasiado cuarto de siglo separándoles. Sin embargo pocos poemas tan adentrados en Vallejo –en el alma del Vallejo desesperado y mortal– como este de Dávila Andrade, el otro César. Y en el poema un verso, subrayado y vuelto a subrayar –me daba siempre la clave de la poesía de Dávila Andrade– aunque él lo hubiera escrito en el poema a Vallejo, para explicar al poeta de Trilce: “para que hile tu sangre hasta ser música”. Así hiló, siempre la sangre de la poesía de Dávila Andrade, hasta ser iluminada melodía, testimonio del ser y de su mundo, del sueño y del tiempo, de lo que permanece y de lo que se apaga. Ya está Dávila Andrade “cerrado en su Domingo de ceniza”, pero me consuelo pensando que su poesía sigue con nosotros y en ella está él, otra vez, y definitivamente, acompañándonos.


Guillermo Sucre∗

César Dávila Andrade

La verbosidad no tiene por qué ser siempre paródica. La verba es también, o puede ser, búsqueda del Verbo; aun así, sin embargo, se trata de una crítica del lenguaje: la búsqueda de sus antiguos poderes, de sus fundamentos mágicos. Esto no es nada “metafórico” en relación con la obra de César Dávila Andrade.∗ En efecto, la obra de este poeta ecuatoriano parece asumir el ritmo de un conjuro ancestral, indígena en su caso: no importa tanto, en su lenguaje, la significación de las palabras como su frotación y la irradiación que de ellas emana. El estilo interjectivo es muchas veces dominante en sus poemas, aun en los más extensos como Catedral salvaje: un texto inacabable (pero no inacabado) en el que la visión exaltante de la tierra (“¡Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida!”) no se resuelve en la consabida enumeración de los “dones” del trópico, sino que adquiere el movimiento de un ritual espacial lleno de furor y, a la vez, de reverencia: “¡Todo ardía bajo los despedazados cálices del sol!”; “¡Aquí el viento destruye las actividades de la podredumbre / y las huellas deliciosas se convierten en cicatrices pálidas!”, “¡Allí yace el cóndor con su médula partida / y derramada por la tempestad!”. La interjección, que había sido relegada después del exceso sentimental de una poesía romántica, recupera en Dávila Andrade el tono, como en Claudel o en Saint-John Perse, del gran recitativo: un lenguaje coral. Pero el recitativo suyo es el de un ser poseso, arrebatado, que hace del drama de una raza no sólo una instancia histórica sino también cósmica. Catedral salvaje es un poema sacrificial y a un tiempo purificador: “¡Yo que jugué a la Juventud del Hombre, / alzo esta noche mi cadáver hacia los dioses! / ¡Y mientras cae el rocío sobre el mundo, / atravieso la hoguera de la resurrección!” La resurrección de que se habla al final de este poema tiene un carácter simultáneamente religioso y poético: la transmutación de un yo individual en un yo colectivo. En otro poema también extenso –casi todos los de Dávila Andrade lo son–, ese yo colectivo no excluye la identidad, pero la identidad múltiple; no habla en nombre de nadie, sino que todos los nadie hablan y así, como en Vallejo, rescatan en la anonimia la verdadera presencia. Muchos pasajes de ese poema (Boletín y elegía de las mitas) no son más que un catálogo de nombres, pero ese catálogo tiene algo de florecimiento o de renacimiento del ser a través del nombre –¿no tiene también algo de magia verbal?:

Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña, Andrés Chabla, Isidro Guamancela, Pablo Pumacari, Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicóndor. ∗

Guillermo Sucre. [“César Dávila Andrade”]. La máscara. La transparencia. 2ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1985. pp. 274-276. (Tierra Firme). Guillermo Sucre (1933). Poeta, crítico y ensayista venezolano, co-fundador de la revista Zona Franca. Obras: Borges, el poeta (1967), Relectura de Darío (1968) y Aproximaciones a Octavio Paz (1974). ∗ Dávila Andrade vivió casi la mitad de su vida en Venezuela; se suicidó, a los cincuenta años, en Caracas el año 1967. (Nota de Sucre).


Nací y agonicé en Chorlavi, Chamanal, Tanlagua, Niebli, sí, mucho agonicé en Chisingue, Naxiche, Guambayna, Paolo, Cotopilaló Sudor de sangre tuve en Caxaji, Quinchirana, en Cicalpa, Licto y Conrogal. Padecí todo el cristo de mi raza en Tixán, en Saucay, en Molleturo, en Cojibambo, en Tovavela y Zhoray. Añadí así más blancura y dolor a la Cruz que trajeron mis verdugos. …

La elegía, pues, se convierte en una resurrección por la simple presencia de los nombres; pero no se trata de una vía de escape hacia “lo social” o “lo mesiánico”, que en otros poetas se vuelve un falso pacto (retórico, prestigioso) con la historia. Dávila Andrade no se escudó en nada y afrontó su propio e íntimo rito sacrificial. En uno de sus textos más impresionantes, titulado justamente “Poema”, ya desarrolla esa atracción por la muerte –como purificación– que subyace en toda su obra; la muerte, además está ligada al poema mismo, como una fuerza que se hace y se deshace, que accede a la plenitud en el momento mismo de la revelación de la fatalidad:

Toda resurrección te hará más solitario. Mas, si en verdad quieres morir, disminuir ante los pórticos, comunicarte, entonces ábrele. Se llama Necesidad. Y anda vestido de arma, de caballo sin sueño, de Poema.

El ejercicio de la verba es un recurso inagotable en la poesía contemporánea. Pero no es posible cerrar este tema sin hacer referencia a la poesía de Rafael José Muñoz, aunque tampoco es fácil hablar de su último libro El círculo de los 3 soles (1968). Mientras Dávila Andrade somete al lenguaje por los altos poderes de la retórica, sin destruir el significado de las palabras o sin perder la lucidez de su visión, este poeta venezolano transgrede todos los límites expresivos y casi encierra al lector (¿y a sí mismo?) en insalvables criptogramas verbales.


Jorge Enrique Adoum∗

César Dávila Andrade, el Fakir

César Dávila Andrade, quien llevaba a César Vallejo, junto a Dios, bajo la axila, nos leyó, temblándole las manos y la voz, “El barco ebrio”, de ese mocoso insolente de la poesía, Arthur Rimbaud, quien parecía haber revelado únicamente a él su misterio, y él se lo callaba. César, mayor que yo en edad y en poesía, pudo haber sido el hijo que mi padre no tuvo: los unía una misma búsqueda de lo espiritual sobre lo terreno, una creencia en el karma de cada uno, un mismo lenguaje, hecho de inspiraciones y silicios verbales. Si vino a mí fue, estoy seguro, por estar más cerca, no de él, porque nunca pudo –se lo impedían el alcohol, la timidez y luego la distancia–, sino de su aura que, era de suponer, llenaba la casa. La miopía de César, el Fakir, era casi ceguera: tal vez por eso le resultaban más claras que a nosotros las cosas ocultas tras las cosas. Como no hablaba de su pasado ni de su vida, decidimos que era hijo de un sastre quien habría resuelto que heredaría su oficio, con lo cual podíamos hacer nosotros que la miopía lo salvara para la poesía, puesto que comentaba: “Yo no veía el camello, peor el ojo de la aguja”. Leía poco frente a nuestra devoración de libros: por eso sabía más que nosotros. Era transparente como un ángel, y no buscaba las apariencias sino el símbolo. Era el único de nosotros a quien preocupaba la superación de la materia por el espíritu: por eso su poesía era alquímica. Vivibebía en los sitios más sórdidos de la otra oscuridad, la del vicio, y se le adivinaba una vida secreta de la que nadie tuvo jamás pruebas. (Alguna vez debió hospitalizarse. Para inscribirlo, uno de los enfermeros le preguntó cuál era su profesión. “La poesía”, dijo. “No es eso lo que le pregunto, sino en qué trabaja”. “En la poesía”, dijo. Entonces, el otro enfermero, el inteligente, sugirió: “Ponle periodista”). Pero era seguro que atravesaba las cantinas más abyectas frecuentadas por rateros explicándoles el amor universal, los increíbles lupanares de desdentadas diciéndoles que su vientre era un montoncito de trigo cercado de lirios y hablándoles del cuerpo astral, y de allí salía, ∗

Jorge Enrique Adoum. “César Dávila Andrade, el Fakir”. Quito y sus célebres personajes populares: Parias, perdedores y otros antihéroes. Edgar Freire Rubio y Manuel Espinosa Apolo (Compiladores). Quito, Trama, 2005. pp. 183-186. [De cerca y de memoria. Lecturas, autores, lugares. Quito, Editorial Archipiélago, 2003. pp. 44-48 y Entre Marx y una mujer desnuda. Texto con personajes. 3ª. ed. México, Siglo xxi editores, 1980. pp. 98-102. Nota al pie]. Jorge Enrique Adoum Auad (1926-2009). Poeta y novelista ecuatoriano. Obras: Los cuadernos de la tierra (1952-1961), Informe personal sobre la situación (1973), El amor desenterrado y otros poemas (1993), Ecuador: señas particulares (1997) y su novela experimental Entre Marx y una mujer desnuda (1976). Preparó una personal antología: Poesía del siglo XX (1957), que incluye a Valéry, Rilke, Claudel, Lubicz-Milosz, Hughes, Eliot, Neruda, Nicolás Guillén, Maiakovski, García Lorca, Vallejo y Hikmet. Colaboró también en la elaboración de la letra del emblemático ‘danzante’ ecuatoriano: “Vasija de barro”, musicalizado por el dúo Benítez y Valencia, aquella productiva noche de bohemia en la casa del pintor Oswaldo Guayasamín en 1950. A petición de personeros del Centro Cultural Benjamín Carrión prologó la Correspondencia I: Cartas a Benjamín (1995), libro de mi responsabilidad en donde recogí cuatro de las cartas de Dávila Andrade que reproduzco en este volumen.


iluminado, intacto, con su poesía hermética, esotérica, pura –desde el temprano Espacio, me has vencido hasta su final poema de “El gran todo en polvo”–, como encarnación del apotegma de Heráclito según el cual “el camino que lleva para arriba es el mismo camino que lleva para abajo”. Nosotros no entendíamos nada del Ourovouros –hembra y varón, movimiento y tiempo, tiempo solo, sobre el que escribió un poema– ni de los tatúas ni de los mantrams sagrados a que se refería a veces, y sonreíamos porque, como decía don Antonio Machado de los españoles, desdeñábamos cuanto ignorábamos e ignorábamos casi todo, los que nos aferrábamos a nuestro materialismo feroz e irreductible. Alguna vez fue guardián nocturno de la Cárcel Municipal de Quito, lo que, dada su miopía de ciego, era simplemente lógico. Pero veía las cosas de afuera y de la historia: así escribió, y son excepciones, sus grandes poemas Catedral salvaje y Boletín y elegía de las mitas, que nos leía con voz cavernosa y golpeando las páginas al darlas vuelta, como si así abofeteara al pasado y sus culpables. Parecía no necesitar de alimentos, de donde, seguramente (y no “por su apariencia y su inclinación hacia lo místico”, como dijo algún periódico), le vino lo de Fakir: jamás le aceptó a ninguno de nosotros una invitación a comer: “Es un acto primitivo, como defecar, decía, que no se puede hacer en público”, y cuando, tras haber bebido toda la noche, juntábamos nuestro último dinero para resucitar al día con un caldo espeso y grasiento, él decía: “No gracias, prefiero introvertirme un aguardiente” y, poniéndose de pie, repetía la palabra AUM varias veces –como había visto yo hacer a mi padre ante una ventana abierta, y que tratando de inculcarnos ese ejercicio–, entregándose a largas inspiraciones del aire ralo, fétido de trago, vómito y orina. Y sin embargo, era el más puro. Cierta ocasión, en un café, hubo que desvestirlo por la fuerza y quemar su camisa que ardió como un fósforo o un mosquitero, mientras Eduardo Kingman le ponía la suya. Sin embargo, era el impecable. Cuando corrió el insólito rumor de que se había casado –yo no conocí a su esposa: deduje que era una de las desdentadas que le tenían ternura, cuando me dijo: “Yo nací casado, ¿no ves que mi mujer parece mi mamá?–, Diógenes Paredes encabezó una noche un asalto a su cuarto para comprobar si era verdad, como se decía, que ahora dormía con pijama: y se sintió como pillado en falta. Le conseguimos un puesto en el ministerio de Relaciones Exteriores. El Ministro Carlos Tobar Zaldumbide, que lo admiraba, dijo: “Lo único que tiene que hacer es presentarse a firmar el registro de entrada y salida y que se pase el día escribiendo versos, si quiere”. Escribir poemas en un ministerio me parecía como fabricar ganzúas en la cárcel, pero el Fakir rechazó el cargo diciendo que no podía desatender sus otros asuntos: tal vez por eso era el más libre. Solía sacar a pasear por la tarde a sus demonios. Por lo general lo encontrábamos en la esquina de la Plaza del teatro, tratando de ver, a lo lejos, la hora en la torre de la Basílica, poniendo a prueba, interminablemente, su teoría de que la modificación de la convexidad del cristalino, obtenida por la presión de los dedos sobre los ojos, volvía normal la visión. Algún maldito, cuando paseaba con él a esas horas, saludaba de pronto, a nadie, de gana: “Quiubo, Flaco, cómo te va”, y el Fakir decía: “Dónde está, dónde está”. “Pero si pasó al lado tuyo, casi topándote”, y él se volvía a mirar a todos lados, extrañado. Y algunas cuadras más adelante: “Hola, Negrito, cómo estás”, y el Fakir torturándose los ojos con los dedos. Tal vez por eso, cuando nos veía, era el más cordial.


Un día le regalamos entre todos un par de anteojos, y le hicimos daño: comenzó a descubrir la realidad, primero con asombro, luego con una desazón de astrólogo convertido en agrimensor. “El mundo ha sabido ser lindo”, dijo. “Ahora me explico la otra poesía. ¿Vos sabías, por ejemplo, que las moscas tenían patas? Y la Individua –una muchacha cándida que trabajaba en la Casa de la Cultura Ecuatoriana– no es que tenga piernas de tonta sino que tiene el alma blanca”. Fue al campo y dijo que era un lugar atroz donde los pollos caminaban crudos; fue al cine y dijo que era el rito de la caverna de los primitivos del futuro; fue a una exposición de escultura y dijo que era absurdo verla, que estaba hecha para acariciarla porque era un arte carnal. “Anda, hermanito, a ver lo que pasa en el parque”, me dijo una mañana, ensombrecido. Yo no encontré nada diferente, inusual. “Cómo que nada, dijo casi furioso, cómo que nada. ¿No viste que han derribado un árbol? El pobre tenía todavía vivas las hojas temblando al sol”. Lo llevé a una fiesta, bebimos hasta el amanecer y al despedirse dijo al dueño de casa: “Gracias, ¿no?, pero no me invitará otra vez, el whisky me hace daño”. A mí, en cambio, me dijo: “El Gautama tenía razón, hermanito: todo hogar es un rincón de basura”. El alcohol, más eficaz y menos nocivo que la poesía, lo iba liberando de sí mismo, de nosotros y de los otros. Olía ya a guarapo, pedía dinero y nadie podía negárselo: ¿no era su embriaguez una lucha desesperada contra la realidad que le resultaba pequeña? Hölderlin del trópico, ¿no sabía acaso, como el otro, el de la bruma, que la vida no es sino la búsqueda de una forma? Lo encontré lastimado, quizá a causa de una caída o un golpe de quien sabe qué noche, la sangre seca sobre la que había vuelto a ser una ex camisa, tambaleando, presionándose de nuevo el cristalino. “¿Y los lentes, Fakir? Los empeñaste para beber, ¿no es cierto?”. “Sí, hermanito, cierto es”. “Pero tú dijiste que el mundo era lindo”. “Sí, dijo, pero el ser humano ha sabido ser feo”. Después, se fue al extranjero, donde también hay seres humanos, y seguramente volvió a usar sus anteojos, me digo, porque una noche de mayo de 1967, en Caracas, se cortó la yugular con una hoja de afeitar en una pieza de hotel, vencido por la realidad, por el infinito, por el espacio, tal como lo había previsto veinte años atrás.


VARIAS CARTAS A BENJAMÍN CARRIÓN

1

Caracas, 30 de diciembre de 1950∗.

Admirado doctor Benjamín: Con mi inalterable afecto de siempre, para usted, le escribo desde esta grande y creciente capital. Quiero comunicarle que me he radicado aquí indefinidamente3. Los poetas y la gente me han recibido bien; y, por otra parte, mi situación personal es buena. Pienso que mucho tiempo va a pasar antes de que abandone los muros de esta ciudad. Espero que haya pasado unas Pascuas muy felices y por lo que mira al año que ya llega, acepte mis mejores augurios de ventura, labor y vida. Augurios que, casi, los hago como fakir4. Doctor Benjamín. Supe de su estada en Bogotá y tuve oportunidad de saber de unas declaraciones generosas que usted hizo para la prensa de esa ciudad; en ellas, según me informaron, usted tuvo frases de elogio para mí5. Usted siempre ha sido así: grande, sembrador profundamente cordial. Le agradezco. Supe asimismo que Juan Liscano6 tenía una carta suya; y, por lo que me dijo el poeta, entiendo que no pudo unirse a usted, con capital vivo, como quería él, por tenerlo invertido en “Ávila Gráfica” que, de paso, es una admirable editora. Si yo puedo servirle en algo, aquí, no tiene sino que ordenar. Actualmente me hallo trabajando de firme en el departamento de Prensa de ARS7, que preside Carlos Eduardo Frías8. En esta ∗

Tomada de Gustavo Salazar (editor). Benjamín Carrión: Correspondencia I, Cartas a Benjamín. Prólogo de Jorge Enrique Adoum. Quito, Distrito Metropolitano / Centro Cultural Benjamín Carrión, 1995. pp. 231-232. Los originales de esta carta y las seis siguientes de Dávila Andrade a Carrión se conservan, en comodato, en el Archivo del Centro Cultural Benjamín Carrión, del Distrito Metropolitano de Quito. 3 Dávila Andrade estuvo un tiempo en Mérida (Venezuela), hacia 1950, luego se radicó definitivamente en Caracas –con ligeras estancias en el Ecuador– hasta el 2 de mayo de 1967, fecha en que puso fin a su vida. 4 Fakir, alias con el cual firmó y fue conocido Dávila Andrade. “En la fisonomía de este gran poeta, de frente despejada y gesto de cotidianas decepciones, eran notorios sus párpados grandes y redondos: ‘párpados de loto’, según se le ocurrió decirme. Agregando enseguida, tras recordar al milenario autor hindú Vivekananda, a quien conocía a través de sus extrañas lecturas: ¿por qué, dado el parecido de mis párpados con los de él, no me llamas, más bien, Davikananda? César Davikananda –me repetía yo– y la insinuación me sonaba misteriosamente atractiva”. Galo René Pérez. Agua que se va por el río. Vida autocontemplada. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2007. pp. 78-79. 5 Seguramente Dávila conoció: “Lugar destacado en América ocupa la prensa colombiana, afirma un titán de la cultura ecuatoriana”. Relator. Bogotá. [sin datos] y “Benjamín Carrión y Alfredo Pareja Diezcanseco, reportaje con dos escritores ecuatorianos”. El Tiempo. Bogotá. 26 nov. 1950. [Ambos recortes de prensa en el C.C.B.C.]. 6 Parece que Juan Liscano, vinculado al mundo editorial venezolano, quiso asociarse al proyecto del diario ecuatoriano El Sol que llevaron adelante, aunque por poco tiempo, Carrión y Pareja Diezcanseco 7 ARS. Agencia de publicidad venezolana creada inicialmente con el nombre de Anzola & Frías, por el escritor Carlos Eduardo Frías y el radiodifusor Edgar Anzola. Esta empresa se compuso de varios departamentos, entre ellos ARS Radio, ARS Cine, ARS Carteles, ARS Prensa, etc. Con una visión especial de la publicidad, Frías había dicho: “Ser publicista es una manera de ser escritor y periodista”,


gran empresa publicitaria trabajó el querido poeta nuestro Carrera Andrade9, siempre recordado aquí. Colaboro ya –y bien pagado– en el diario El Nacional10 y también en La Esfera; a través de Radio Cultura en la que trabajé el primer mes de mi permanencia en ésta, di varias veces al aire la cuña anunciadora de la formación de El Sol de ustedes y de todos nosotros. Aquí es conocido este gran periódico. Y, yo, me he hecho pasar como representante en muchas reuniones de escritores. Perdóneme, pero lo siento y creo que soy colaborador nato11. Por todo lo anterior, habrá usted comprendido mis pretensiones y deseos. Vea usted qué dice a todo esto. Espero sus líneas. Si desea que yo hable con Carlos Eduardo frías, ordene y cumpliré lo mejor que pueda. Le pido que ordene se me envíen las publicaciones periódicas de la Casa de la Cultura12. Si El Sol quiere confiarme alguna misión o tarea, la sabré cumplir también. Creo que a este tiempo ya habrá salido su libro sobre el relato ecuatoriano13; le suplico me lo envíe. Gozaré de su lectura y haré comentarios en los diarios y revistas de aquí. No crea que le ofrezco en el aire; pues aquí, además del placer de leer los diarios y las revistas pagan a todos sus colaboradores y no va mal. Así, perdóneme el tiempo que le he quitado. Y reciba mis deseos por su bienestar. No se olvide de escribirme. Muy atentamente César Dávila. hecho que permitió que por allí pasaran –a más de los dos ecuatorianos: Carrera y Dávila–, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas y Alejo Carpentier, entre otros. 8 Carlos Eduardo Frías (1906-1986). Promotor cultural y cuentista venezolano. Director de la revista Élite hacia 1936. Desempeñó varios cargos diplomáticos. Fue secretario de la delegación venezolana ante la Liga de las Naciones. Publicó un libro de cuentos: Canícula (1930). 9 A fines de 1944 el gobierno designó a Jorge Carrera Andrade Encargado de Negocios del Ecuador en Venezuela, cargo al cual renunció en abril de 1946 por discrepancias con el régimen de José María Velasco Ibarra. Fue nombrado “Director de Prensa de la Casa de Publicidad ‘Ars’ a lo que se agregó el de redactor del periódico El Nacional y de la Revista Nacional de Cultura de Venezuela”. Enrique Ojeda. Jorge Carrera Andrade: introducción al estudio de su vida y su obra. New York, Eliseo Torres & Sons, 1971. pp. 270-271. Carrera Andrade abandonó Caracas en septiembre de 1947 y se estableció en Quito. 10 El Nacional. Periódico venezolano fundado en agosto de 1943 en Caracas por el novelista Miguel Otero Silva. Su primer director fue el poeta Antonio Arráiz (1903-1962). Varios de los textos de Dávila Andrade, que reproducimos en este volumen, aparecieron inicialmente en este prestigioso diario, nosotros los hemos tomado del volumen de su Prosa que preparó Jorge Dávila Vázquez: César Dávila Andrade. Obras completas. tomo 2. Relatos y ensayos. (Cuenca, Pontificia Universidad Católica del Ecuador / Banco Central del Ecuador, 1984. 567 p). 11 Impedidos, por la distancia, de revisar en el Ecuador la colección de ejemplares de El Sol, solamente podemos registrar que Dávila Andrade publicó aquí su cuento “La mirada de Dios”. Suplemento dominical de El Sol. Quito. 9 sep. 1951. p. 7. 12 La Casa de la Cultura Ecuatoriana tenía dos publicaciones periódicas; la una de aparición semestral en sus comienzos, denominada Revista de la Casa, volumen en formato de libro que recogía estudios monográficos y la otra, de publicación quincenal inicialmente, en formato de periódico, llamada Letras del Ecuador que fue además el vehículo de difusión de autores, obras y actividades de la institución, en ella colaboraron destacados escritores nacionales y extranjeros. 13 Dávila Andrade seguramente conocía el ensayo de Carrión: “La novela montuvia: José de la Cuadra. Capítulo del libro inédito El nuevo relato ecuatoriano, de Benjamín Carrión, que viene imprimiéndose en la Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y cuya próxima aparición anunciamos complacidos”. Letras del Ecuador. n. 56-60. Quito. abr.-ago. 1950. pp. 1, 2 y 27. Que corresponderá al quinto capítulo de la segunda parte del libro –inédito en aquel entonces– El nuevo relato ecuatoriano.


2 Caracas, 24 de abril de 1951∗. Admirado doctor Benjamín: Hace cuatro meses tuve el placer de escribirle mi primera carta desde esta tumultuosa capital. No tuve respuesta; pero supe que usted se encontraba entonces empeñado en la bella y compleja gestión de El Sol14, y esto, fue para mí la explicación de su silencio y, por otra parte, la del rotundo éxito del diario que ya nos alumbra a todos los ecuatorianos de América. Reciba usted mis parabienes y mis mejores recuerdos. Y acepte mis deseos por su felicidad. Esta segunda carta, tiene por objeto pedirle se sirva ordenar se me envíe, por medio de la Casa de la Cultura15, un ejemplar de su esperada obra sobre el relato ecuatoriano16, que supongo se halla circulando ya. Créame que la necesidad de conocer su pensamiento y su magnífica labor crítica y selectiva, se ha convertido para mí en un verdadero mandamiento interior; mucho más ahora que el periodismo que hago en esta ciudad, me demanda la mejor información de nuestra literatura actual. Cierta vez, en la oficina del novelista Alfredo Pareja17, me había dicho usted que si la comodidad iba a entorpecer mi creación, prefería verme envuelto en constante lucha de dolores, para que escribiera. Bueno; en mi actual situación, de serenidad laboriosa, aunque no de holgura, he escrito dos libros de cuentos18, uno de los cuales se encuentra en poder del jurado del Concurso auspiciado por la Casa de la Cultura de Guayaquil; y un libro de poesía titulado Hombre total19. Como usted ve, querido doctor ∗

Tomada de Gustavo Salazar (editor). Benjamín Carrión: Correspondencia I, Cartas a Benjamín. (Ed. cit. pp. 233-234). 14 El Sol. Diario ecuatoriano fundado por Benjamín Carrión y Alfredo Pareja Diezcanseco, Su publicación inició el 21 de enero de 1951. 15 Casa de la Cultura Ecuatoriana. Institución cultural fundada en 1944 por Benjamín Carrión, quien fue su primer presidente, cargo que ejerció por varias ocasiones: (1944-1948), (1961-1962), (1966-1967). Su objetivo principal fue conservar y difundir la cultura nacional. Quienes la han presidido fueron: Pío Jaramillo Alvarado (1948-1957), Julio Endara (1957-1961), Jaime Chaves Granja (1963-1965), Luis Verdesoto Salgado (1968-1970), Eduardo Mora Moreno (1970-1971), Oswaldo Guayasamín (1972), Gonzalo Abad Grijalva (1972-1973), Coronal Fausto Bayas (1973-1974), Galo René Pérez (1974-1979), Edmundo Ribadeneira (1979-1988), Milton Barragán (1988-1992), Camilo Restrepo (1992-1996), Stalin Alvear (1996-2000), Raúl Pérez Torres (2000-2004), Marco Antonio Rodríguez (2004-2012) y al día de hoy nuevamente Pérez Torres. Ver: http://cce.org.ec/index.php?id=1638 16 Benjamín Carrión. El nuevo relato ecuatoriano. tomo 1, Crítica. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1950, 408 p. El tomo 2, que recoge una antología de los autores estudiados, apareció al año siguiente. Aunque la portada de El nuevo relato ecuatoriano. tomo 1. Crítica, registra el año 1950, en el colofón consta: “se terminó de imprimir el día 14 de febrero de 1951”; algo similar sucedió con el tomo 2, dedicado a la Antología, que completa la obra, que aunque asienta en la portada el año 1951, el colofón reza: “se terminó de imprimir el día 18 de febrero de 1952”; en las páginas 512-522 recogió el relato: “Vinatería del Pacífico” de Dávila Andrade. 17 Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993). Novelista e historiador ecuatoriano. Fue Canciller del Ecuador (1979-1980). Uno de los más importantes narradores ecuatorianos, en algún momento adscribió al realismo social, de donde destaca El muelle (1933), entre otras. Obras: La beldaca (1935), Baldomera (1938), El aire y los recuerdos (1959) Historia del Ecuador (1958) y Las pequeñas estaturas (1970). 18 Serán los dos libros de cuentos: Abandonados en la tierra (1952) y Trece relatos (1955). 19 El libro de poesía apareció con el título de Catedral salvaje.


Benjamín, no me han distraído de mi misión las algarabías que se alzan al borde del Mar Caribe. A propósito de mi libro de poesía, debo decirle, en primer lugar, que no concursaré con él en el Certamen de noviembre auspiciado por el Núcleo del Guayas20. Ese resquicio quiero dejarlo para Jorge Adoum. Si yo concursara, el querido poeta de Ecuador amargo21, me odiara un poco más y le hiciera tanto daño esto! Quiero poner en sus manos este libro mío, doctor Benjamín. Usted ha sido muy generoso al juzgarme como poeta. Conocí últimamente sus declaraciones sobre mi poesía, hechas en Bogotá, con motivo de su último viaje a esa Capital. Pero, no creo que la poesía –si es que la hay– que vertí en Espacio22, valga para nada. Sólo su generosidad triunfante, puede echar luz sobre esas páginas. Pero, ahora, este libro mío, realmente es un libro de poesía. Estoy casi contento. Se trata de un poema cíclico de mil doscientos versos23. Tiene arquitectura; días de trabajo; cosas vivas; cordilleras y hombres. Tiene vaticinio, como usted verá. Si usted quisiera editar este libro, le aseguro que sería el padrino de un libro realmente sincero. Perdóneme que sea casi vanidoso. Estoy muy atento con mis debilidades, siempre! Pero, no puedo reprimir mi entusiasmo por las páginas que he trazado últimamente, con toda mi conciencia vigilante. Le ruego que me conteste al respecto. Ojalá sea favorable su respuesta. Le saludo con todo mi inalterable afecto.

César Dávila Andrade. Fakir.

20

En efecto, Adoum ganó el Premio “Medardo Ángel Silva” con los dos primeros libros de Los cuadernos de la tierra (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1952. 90 p.); “el Concurso Nacional de Poesía en que “Los orígenes” y “El enemigo y la mañana” obtuvieron el premio fue convocado por el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana para noviembre de 1951”. Jorge Enrique Adoum. Poesía. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2005. p. 75. (Obras (in) completas; 1). 21 Jorge Enrique Adoum. Ecuador amargo. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1949. 94 p. 22 César Dávila Andrade. Espacio, me has vencido. Estudio previo: “En el arco de tu poesía” de Galo René Pérez. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1946. 60 p. 23 Desde Caracas, Dávila Andrade le comunicó el 17 de agosto de 1951 a su íntimo amigo Galo René Pérez detalles acerca de la elaboración del poema que finalmente tituló Catedral salvaje. Léase la página 52 en este volumen.


3 Caracas, 16 de noviembre de 1951∗.

Admirado y noble doctor Benjamín: Agradezco a la vida que siempre me está poniendo en deuda con usted. Es un signo para mí. Ahora mismo, por una carta de Galo René Pérez, sé de su generoso gesto respecto del papel que necesitaba para mi nuevo libro de poesía. (Casi digo para mi primer libro; pues el anterior24 tiene algo que no es mío: la debilidad ocasional). Me comunica Galo René que usted acogió mi petición y ofreció suministrar las resmas necesarias. Queden aquí –profundamente impresas– las palabras de mi mejor gratitud y reconocimiento para usted. Usted, doctor, viene defendiendo el Ecuador literario con la fuerza terrible y sonriente de un auténtico conspirador, de un conspirador espiritual. Sin embargo, esta vez, y por lo menos para el libro de poemas, no voy a hacer uso de aquel papel tan gentilmente concedido por usted. Y es que resulta lo siguiente: A poco de haber pedido a Galo René que le hablara a usted sobre el suministro ya mentado, encontré en esta capital un editor25. Puede usted admirarse si le cuento que hasta hondos y serios escritores como Carlos Eduardo Frías, han vuelto las prensas que tenían a la publicidad comercial y no escriben ya, atragantados de dinero. Todas las imprentas y editoriales, lo son únicamente de slogans y literatura de oferta y demanda. Y mi libro actual es un tremendo edificio de incoercible poesía. He trabajado en él durante año y medio, sin cesar. Cuando recibí su libro, El nuevo relato ecuatoriano, (que me llegó por avión merced a la generosidad de Galo René), me encontraba escribiendo la tercera parte del poema que constituye el libro; y al leer sus frases hondas, alentadoras, agudas de una certeza que me conmovió26, –entonces– construí la última parte del canto final que ya mismo conocerá usted. La obra lleva el título de Catedral salvaje; tiene tres partes: la primera se llama como el título y es [la] que da el nombre; la segunda es “El habitante”, y la tercera, “Vaticinio”. Pero, quiero hacer constar que recibí su aliento desde las páginas de su última obra crítica, constructora y reconquistadora. Ahora mismo estoy escribiendo una nota sobre el gran libro de usted para una nueva revista de la Shell, y entre otras cosas destaco esa encantadora condición de ágape mental que es; de “convivium” de la inteligencia, de la sensibilidad y el recuerdo, adornado de altísimos y deslumbrantes frisos como el dedicado a Pablo Palacio27.

Tomada de Gustavo Salazar (editor). Benjamín Carrión: Correspondencia I, Cartas a Benjamín. (Ed. cit. pp. 235-236). 24 El libro anterior de Dávila Andrade es el mencionado Espacio, me has vencido. 25 Por las mismas fechas Dávila contó a Galo René Pérez detalles acerca de este curioso editor venezolano. Véanse las páginas 60-61. 26 Carrión abordó la obra de Dávila Andrade en su “Me apercibo que mi espíritu duerme”. El nuevo relato ecuatoriano. (Ed. cit. pp. 224-225). 27 El estudio que Carrión dedicó a Pablo Palacio corresponde al tercer capítulo de la segunda parte de El nuevo relato ecuatoriano. (Ed. cit. pp. 125-140).


Doctor: quiero hacerle una petición encerrada en una pregunta. Puedo usar de su gentileza, de su buena voluntad, para publicar en la Casa de la Cultura mi libro de relatos premiado en Guayaquil con el galardón “Joaquín Gallegos Lara”28. Si usted me dice sí, le enviaré los originales enseguida. Es un libro en el que tengo fe. Los relatos y la novela corta29 que lo integran son aún inéditos y desde que fue emitido el veredicto de Guayaquil, han sufrido, algunos de ellos, ciertas transformaciones. La publicación era parte del premio, pero es la verdad que nada he vuelto a saber de esas promesas estatuidas, y ha pasado un año. Si sus ocupaciones le permiten, diríjame la contestación a la Biblioteca Nacional de Venezuela, Caracas. Consérvese bien para su casa y para nosotros que le estimamos tan segura e inalterablemente.

César Dávila Andrade

28

Se trata del libro de relatos Abandonados en la tierra, que ganó el primer premio del Concurso Nacional de Cuento “Joaquín Gallegos Lara”, convocado por el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. 29 La ‘novela corta’, “Las nubes y las sombras”, fue recogida en el volumen Abandonados en la tierra.


4 [Caracas, enero de 1952]∗.

Admirado doctor Benjamín: Reciba mis mejores saludos. Aquí, esta pequeña nota sobre el bello libro de usted30. Hago siempre todo lo que está a mi alcance para difundir, por lo menos, la noticia de las construcciones de la inteligencia ecuatoriana. Reciba por anticipado mis agradecimientos por su generoso auspicio a la edición de mi libro de cuentos31, el que enviaré en breve. Le ruego decirme algo sobre Catedral salvaje.32 Inalterablemente,

César Dávila.

La fecha es hipotética, partimos de la referencia de la reseña que Dávila hizo del libro de Carrión en enero de 1952. 30 César Dávila Andrade. “Benjamín Carrión. El nuevo relato ecuatoriano”. Revista Shell. Caracas. año 1. n. 1. ene. 1952. p. 47. Texto que reproducimos en este volumen en las páginas: 11-12. 31 Por ésta y las siguientes cartas a Carrión, más algunas a Galo René Pérez, recogidas en este volumen, sabemos que el libro de cuentos Abandonados en la tierra, (Quito, Talleres Gráficos Minerva, 1952. 124 p.), de Dávila fue auspiciado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana aunque no ostente su sello editorial. 32 No conozco ningún comentario publicado por Carrión acerca de Catedral salvaje.


5 [Caracas, 11 de marzo de 1952] ∗.

Señor doctor Benjamín Carrión, Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Señor doctor: Ruego a usted encarecidamente se sirva reconocer al señor doctor Galo René Pérez como encargado exclusivo en la supervisión de las tareas de impresión de mi libro de cuentos: Abandonados en la tierra. Esta petición a usted y la autorización al doctor Pérez, me permito hacerlas impulsado por un solo anhelo: el de que el volumen futuro aparezca lo más nítido posible. En este mismo instante, el libro deja de ser mío y pasa a ser un afluente ecuatoriano; debe estar, más que nunca, en manos sinceras y nobles como las de usted y las de Galo René. Muchas gracias.

César Dávila Andrade.

Registramos esta fecha, subordinados en lo que registra Dávila Andrade en otra misiva remitida a Galo René Pérez, en donde le dice: “Le escribo al doctor Benjamín por este mismo correo, agradeciéndole y comunicándole que tienes todos los poderes sobre la vigilancia y para suscribir el contrato respectivo”. Véase en este volumen la página 68.


6 Caracas, 18 de marzo de 1952∗.

Señor doctor Benjamín Carrión. Quito. Admirado doctor Benjamín: Reciba usted mis más sinceros saludos y acepte mis mejores deseos por su felicidad. Doctor: aceptando, profundamente agradecido, su mensaje de generosidad que me trajera Guillermo Lasso33 primero, y luego una carta de Jorge Adoum; me preocupé de revisar mi libro de cuentos premiado en Guayaquil, y ahora terminada esa labor de pulimento, estoy enviando el original a Galo René Pérez quien debe entrevistarse con usted para arreglar los detalles de la impresión. La inconmovible simpatía y admiración que siempre sentí por su obra, su vida y su tónica humana, ha llegado, con este ultimo gesto suyo en mi favor, a tomar en mi interior el prestigio sereno de una verdadera deuda de gratitud, en la forma en la que entendieron esta obligación cordial los espíritus religiosos de siempre. Que la vida me depare la oportunidad de hacer lo que ya, desde este momento, me impulsa e inspira la calidad y la nobleza de lo que he recibido. Le ruego creerme su inalterable admirador. Y mande usted alguna cosa que hacer a este servidor y amigo. Atentamente,

César Dávila Andrade. P.D.: Le suplico me diga si ha recibido el primer nº. de la revista Shell34, en la que escribí sobre su último libro. Además, para remisiones venideras, comuníqueme el número de su casilla particular de correos.- Le ruego ordenar se me envíe –traducidos en dólares– los derechos de autor a que alcance mi volumen. Gracias. Fakir. ∗

Carta inédita que se conserva en el Archivo del C.C.B.C. No hemos identificado a Guillermo Lasso. 34 En efecto el número de la revista Shell, en donde Dávila reseñó el libro de Carrión, se conserva en el archivo personal del destinatario. 33


7 Caracas, 1 de junio de 1952∗.

Recordado doctor Benjamín: Tres cartas le he dirigido antes de ésta, con diferentes motivos, pero no he obtenido contestación de su parte. Yo se bien que su labor –plural e idéntica por su fe de cultura y vida– es absorbedora, y en esta hora de nuestra Patria debe reclamar todo el torrente de sus energías. Por esto, entiendo que todas esas mismas cartas han sido, de algún modo, contestadas en el gran río de cada jornada de usted. Así, sé ya por Galo René de su bondad para mi libro35. Le agradezco una vez más su generoso auspicio. A todo el que titubeó alguna vez, debe aparecérsele un ser de su estirpe. Yo he tenido esta suerte. Para su noble inquietud de guiador, esta noticia: trabajo actualmente un extenso poema cíclico, “La corteza embrujada”36, que aparecerá posiblemente en octubre próximo; un nuevo libro de cuentos y una novela37. Puedo decir que todos los estímulos recibidos (algunos de ellos, muy valiosos, provinieron de usted) me han fertilizado. Le encarezco ordene a la tesorería de la Casa, me sea remitida la cantidad que me corresponda por derechos de autor. Y le pido mande usted a este inalterable servidor y amigo suyo.

César Dávila Andrade.

Tomada de Gustavo Salazar (editor). Benjamín Carrión: Correspondencia I, Cartas a Benjamín. (Ed. cit. p. 237). 35 Abandonados en la tierra. 36 El poema “La corteza embrujada” fue recogido posteriormente en el libro: Arco de instantes. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959. 37 El libro de cuentos, seguramente es Trece relatos. Quito, Casa de la cultura Ecuatoriana, 1955. 188 p. y la ‘novela corta’: “Las nubes y las sombras”. Ver nota 29.


A GALO RENÉ PÉREZ∗

1

Caracas, 16 de julio de 1951∗.

Señor licenciado Galo René Pérez Cruz Quito, (la Ciudad más bella del mundo).

Mi querido y recordado Galo René: Con mi mejor afecto, va la presente a tus nobles manos de amigo y compañero. Recibe los estrechos abrazos del viejo fakir. Y hazme la fineza de saludar con mis respetos a tu señora y hacer una caricia a la pequeña Marisela38, desde esta tierra en la que su nombre nació –tan humana– al arte. Hace mucho que esperaba una hora para escribirte con calma. Sobre todo, quería una hora en la que pudiera decirte cosas sencillas, a las que dieras cinco minutos, lejos de Ministerios, Universidad y otros trabajos absorbentes y tercos. Creo que ahora estarás ya en vacaciones y habrás cerrado las carpetas ministeriales. Pero, antes de decirte algo de mí, quiero manifestarte que siempre ha sido mi deseo saber que tu felicidad y tu camino de arte y vida no hayan sido empañados por la menor sombra. Por mi parte, sé decirte que he vivido y luchado. No pude dar el salto del Atlántico, porque cuando yo llegaba a Panamá, los Delegados al Congreso madrileño39, ∗

Galo René Pérez (1923-2008). Escritor y catedrático ecuatoriano. Fue presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1974-1979), mientras desempeñó este cargo concluyó la construcción del edificio moderno, llamado de los “espejos” y el Teatro Prometeo de esta institución. Obras: Desvelo y vaivén del navegante (1949), Tornaviaje (1958), Cinco rostros de la poesía (Ensayos sobre Miguel Hernández, García Lorca, César Vallejo, Pablo Neruda y Porfirio Barba-Jacob) (1960), La viviente poesía de Whitman (1966), Un escritor entre la gloria y las borrascas. Vida de Juan Montalvo (1991), Sin temores ni llantos. Vida de Manuelita Sáenz (1997) y Agua que se va por el río. Vida autocontemplada (2007). Póstumamente apareció el volumen de cartas que incluye las que recogemos en este libro. ∗ Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2008. pp. 204-207. Incluye facsímil. 38 Laura Marisela Pérez Granja nacida en Quito el 3 de noviembre de 1946, primera hija de Pérez. 39 No he obtenido datos exactos acerca de este “Congreso”, salvo una referencia de Rodolfo Pérez Pimentel en su Diccionario biográfico del Ecuador: “En 1949 [Dávila Andrade] anunció un libro de poemas que no publicó jamás y a fines de ese año, con una invitación internacional y ayudado por su pariente doble el Dr. Andrés F. Córdova, viajó al Congreso en homenaje a Giovani Papini en Madrid. Al pasar por Caracas fue bien atendido por los intelectuales de esa capital”. http://www.diccionariobiograficoecuador.com/tomos/tomo14/d1.htm, quizás se trate del Congreso de Cooperación Intelectual que se celebró en Madrid del 1 al 12 de octubre de 1950 organizado por el


retornaban, con placer mío. En esa coyuntura, resolví seguir la ruta de los viejos piratas caribes, y así recorrí el Mar de las Antillas, saltando de isla en isla, en un periplo inolvidable. Finalmente, de la Isla Margarita, salté a Venezuela y entré en el dédalo de cemento e inmigrantes que es Caracas. Ciudad violenta, a esta hora, llena de los más inverosímiles contrastes de riqueza y desequilibrio, pero centro de una gran experiencia humana, que es lo principal para un modesto soldado que quiere conocer la vida en lo más denso de las batallas sin historia. Aquí me tienes, ya residente en este país extraordinario, perdido en una de las mil Urbanizaciones en que la ciudad prolifera, unido a la vida humana más que nunca por el tintero y por el corazón. He trabajado en muchas cosas prácticas y tremendas; me he improvisado con alegría, en otras, y he escrito algo, cada día. Eso sí. Actualmente, trabajo en publicidad comercial y tengo un pequeño trabajo en bibliografía venezolana, al tiempo que colaboro en El Nacional con alguna frecuencia y en dos revistas. Y, tú ¿Cómo van esos ensayos finos y atentos a todos los matices40? Espero que nunca los vayas a dejar por el mejor bufete de abogado que pueda darte la República. Desde afuera, las dimensiones nos afectan de manera profunda, y podemos comprenderlas mejor. Por lo mismo, te diré que en el peor de los destierros y la soledad, lo único salvador es una vocación de arte fuertemente amada y sostenida. Cuéntame qué se dijo allá de mi último triunfo en el Concurso de Cuentos “Joaquín Gallegos Lara”. Hace pocos días únicamente, recibí el cheque del premio, que traduciendo a bolívares, me dio una cantidad tan pequeña como la que devenga en esta ciudad un modesto dependiente de almacén en una quincena. Pero no me han dicho nada acerca de la edición que comprendía el premio, y como los originales que envié se quemaron, no aparecerán por las prensas del Núcleo del Guayas. Yo tengo aquí mi copia y espero una oportunidad. Además tengo ya otro libro de relatos41, aún sin título, y un poema, el “Hombre total”, ya terminado, en dos mil versos, con el que sueño dejar de morir42. No sé si concursar en noviembre… ¿Qué me aconsejas tú? ¿Crees que no se opondrá el poeta Jorge Enrique Adoum?... (en serio, Galo René). En fin, cuéntame cosas de allá. No me cansaré de releerte. Saluda a todos los amigos, con el mejor afecto. Si escribes algo, especialmente sobre crítica literaria, mándame en seguida que yo te conseguiré la publicación remunerada en El Nacional o en la Revista Nacional de Cultura43. Espero tus letras y tus diáfanos pensamientos de artista y de amigo.

Instituto de Cultura Hispánica, entre los participantes estaban invitados: “más de medio millar de personalidades de Europa y de América, entre las que figuran los señores Giovanni Papini, Paul Claudel, Menéndez Pidal, Maurois, Gonzaga de Raynold, Ortega, Pattes, T. S. Elliot, Belaúnde, Larreta, Miró Quezada, Gómez Hurtado, Ibarguren, Levillier, Levy Carneiro, “Azorín”, D’Ors, Rojas, Supervielle, Zaldumbide, Vasconcelos, Starkie, Orico, etc.”. ABC. Madrid. 20 ago. 1950. p. 20. http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1950/08/29/020.html 40 Alusión al libro de ensayos de Galo René Pérez: Desvelo y vaivén del navegante. 41 Debe tratarse del volumen que aparecerá con el título: Trece relatos, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1955. 188 p. 42 El título final del poemario de Dávila Andrade será Catedral salvaje. 43 Revista Nacional de Cultura. revista literaria venezolana fundada por Mariano Picón Salas en 1940. Otros colaboradores ecuatorianos: Jorge Carrera Andrade, Augusto Arias y Benjamín Carrión, etc.


Y, hasta pronto. Que todo te sea felicidad en tanto, y siempre. Si le ves por ahí al admirable amigo Alfredo Chaves44, dile que me conteste a una carta, y que reciba los saludos de mi mujer45 y los míos. No te olvides de estrechar la mano en mi nombre al viejo Titurquis46, a tu cuñado47, a César Rivadeneira48, al poeta Ledesma49, al gran pintor Oswaldo Guayasamín50, a Newton Moreno51 y a Mentor Mera52. Diles que les recuerdo y que nunca pude dejar fuera de estas líneas sus estimados nombres de amigos. Lo mismo, con Diógenes, el grande53; Miguelito Egas54, y, perdón. Te he robado tu tiempo, ya es hora de tus lecturas verdaderas. Inalterablemente, César Dávila Andrade. DIRECCIÓN: Urbanización San Bernardino. Avenida “Altamira”. Quinta “Yogle”.- Caracas. Venezuela. 44

Alfredo Chaves (1912) Bibliotecario y articulista ecuatoriano. Miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Publicó Fuentes principales de la bibliografía ecuatoriana (1958). Ha colaborado con reseñas y artículos sobre bibliografía nacional en Revista del Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador y Letras del Ecuador. Reseñó una de las obras del poeta: “Boletín y elegía de la mitas, por César Dávila Andrade”. Letras del Ecuador. año 16. n. 120. Quito. ene.-feb. 1961. p. 14. 45 María Isabel Córdova Vacas, prima de Humberto Vacas Gómez. Se casó con Dávila Andrade en 1950. 46 Titurquis. Personaje no identificado. 47 Puede tratarse de Luis Alberto Granja Quezada (1921), cuñado de Pérez. 48 César Rivadeneira. No hemos obtenido datos. 49 David Ledesma Vásquez (1934-1961) Poeta ecuatoriano. Utilizó el seudónimo Martín Santos. Obras: Cristal (1953), Gris (1958), la antología Club 7 (coautor 1954), Cuadernos de Orfeo (1962, póstumo). Dejó inédito su poemario La risa del ahorcado o la corbata amarilla. 50 Oswaldo Aparicio Guayasamín Calero (1919-1999). Pintor y muralista ecuatoriano. El más importante de nuestro país. Obras: Huacayñán (1952) “ambiciosa serie de cien telas sobre el indio, el negro y el mestizo”, La edad de la ira (1968) “enorme galería de doscientas cincuenta obras sobre la tragedia del hombre contemporáneo, ordenadas en series: Las manos, Cabezas, El rostro del hombre, Los campos de concentración, y Mujeres llorando –patéticas expresiones de dolor y cólera–, y Reunión en el Pentágono y Los doce culpables –denuncia caricaturesca y grotesca–.” (Hernán Rodríguez Castelo. Nuevo diccionario crítico de artistas plásticos del Ecuador del siglo XX. Quito, Centro Cultural Benjamín Carrión / Municipio Metropolitano de Quito, 2006. p. 271.), y La pietá de Avignon (1980), etc. y los murales: La Conquista española (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1948), España-Hispanoamérica (Madrid, Aeropuerto de Barajas, 1982), entre otros. 51 Newton Moreno. No hemos conseguido datos. 52 Mentor Clímaco Mera Oviedo (1914-1970). Dirigió la revista política en Quito: Don Pepe. 53 Diógenes Paredes Castillo (1910-1968) Pintor ecuatoriano. “comienza por un realismo casi ingenuista, amable (Madre o Manzanera, ambas de 1937), pero pronto se adhiere a la empresa generacional neoexpresionista del Realismo Social, y, con dibujo bárbaro y sombrío color, logra telas de enorme fuerza y tenso dramatismo […] Parecía que el reto era dominar el dibujo. Acaso a vencerlo apuntaban desnudos como el que le valió el premio en el salón Mariano Aguilera de 1947”. (Hernán Rodríguez Castelo. Op. cit. pp. 482 y 483.), Obras: Madre (1937), Niña de la roca (1945), Jugando a las escondidas (1954), Danzantes (1963) y Curiquingues (1965). 54 Miguel Augusto Egas Orellana. Galo René Pérez nos dice: “Miguel Augusto Egas siente más de una predilección poética: intuye cómo se consumirá, corroída por la cal intensa de la muerte, su ‘epidermis de lirio y cielo transparente’; otras veces, desciende por escalas de vino hasta encontrar los labios de la amada, o abre, tenuemente, los ilusorios paisajes de la música. Mas siempre, en todos sus cuadros de poesía, denuncia un claro poder imaginativo y una sensibilidad de innegable finura” en su ensayo: “No hay sino una poesía”. Desvelo y vaivén del navegante. (Ed. cit. p. 132). y Jorge Enrique Adoum nos confiesa que era “sobrino e hijo de poetas, José María Egas y Hugo Mayo”. De cerca y de memoria. Lecturas, autores, lugares. (Ed. cit. p. 41). Dos poemas suyos: “Dimensión de la ausencia” y “Alegoría del mar” se publicaron en Letras del Ecuador. (año 1. n. 3. may. 1945. p. 7) y (año 2. n. 16. sep. 1946. p. 9), respectivamente.


2

Caracas, 17 de agosto de 1951∗.

Señor licenciado Galo René Pérez Cruz Quito. Admirable Galo René: Tu carta, entre el ardiente dédalo de Caracas, atravesando mil pasadizos, esquinas bautizadas y ráfaga de sol humedecido por firmamentos de petróleo; tu pequeña y blanca carta de amigo, ha sido una fiesta pequeña de serenidad y de afecto. Por un instante vi –otra vez– el resol frío y jocoso de los altos barrios de Quito, sonriendo entre siglos de pobreza sellada. Volví a ver a los amigos; y a los otros que también extienden la mano y matan cotidianamente algo. Y, con la nueva perspectiva que me ha dado el tiempo transcurrido y las millas devanadas, he terminado por sentirme en todo y en todos, con un nuevo afecto humano. Desde lejos, se ama el Ecuador con un celo profundo, y tal vez, puro de todo mal interés, de toda cáscara, de todo rencor. La perspectiva, fue ideada por los ojos maravillosos de los genios que quisieron meter el universo en lo bidimensional; ese noble artificio de las superficies, penetra en el alma y en la carne como destierro, meditación, o saudade valorativa, y entonces, muchas grandilocuencias, suenan como corcho; muchos mamotretos dorados se olvidan; algunos espectros con los que nos rozábamos, llegan a ser figuras adorables, y casi todos los ídolos son rechazados con cansancio, desilusión y repugnancia. Tú me entiendes, Galo René. Por esto, hombres que pasaron al lado de mi sombra ciudadana, golpeándome la cabeza, los veo hoy como justos espantapájaros de una época mía que murió al filo esplendoroso del Pacífico. Por esto mismo, mi poesía de ese momento – sobre todo la que tiene tinte de canción amorosa y de endiosamiento de ciertas larvas humanas que chuparon por un lapso inverosímil mi mirada alcohólica de entonces–, aquella poesía –digo– tiene todo mi rechazo. Sólo se salva aquella que se dirige a agosto55, como sustancia esplendente, o al cristal de roca como un atlas penetrable y armónico. En nombre de esta perspectiva constructora y de todo el bagaje de sueños y suscitaciones que ofrece una salida, te pido que lo hagas. No sólo la “prisión verde”, es la conciencia de prisioneros, la que hay que destruir. Tú triunfarás fuera; quiero decir que las funciones que ejerzas entre los hombres, tomarán una nueva dimensión en la atmósfera terrestre y en la conciencia. Tu trabajo al lado de don Gonzalo56 es quizá lo más indicado. Desde aquí, te auguro renovación, y te felicito por tu alegría venidera. ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 208-211. Incluye facsímil). El poeta, en acto de lucidez y rabia, rechaza toda su producción lírica anterior al poemario Catedral salvaje, obra en la cual trabaja para estas fechas; sin embargo salva en esta línea, cual un cura y barbero imaginarios, un solo poema: “Canción del tiempo esplendoroso” dedicado a su gran amigo el destinatario de esta epístola. 56 De la lectura de esta y las tres siguientes cartas se podría inferir que Gonzalo Zaldumbide, nombrado el 26 de diciembre de 1950, Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en Chile, mecenas del libro de 55


Asimismo, recibe mis parabienes por tu nuevo puesto, sobre todo por la compañía silenciosa de los libros57. Anoche, para seguir la costumbre de los escritores venezolanos, ofrecí una lectura de la primera parte de “Hombre total”, el poema que comencé en Quito, en el mes de mayo. Lo tengo terminado; consta de mil ochocientos versos y se halla dividido en tres cantos: “Catedral salvaje” (la que leí), “El habitante”, y “Vaticinio”. En la Sala de Actos de la Asociación de Escritores, había un grupo raro y bello que me agradó mucho. Había allí una delegación de los francmasones, el dirigente de los rosacruces, un gran escritor paralítico que escuchó tendido en una ancha butaca, periodistas, editores italianos, poetas, la poetisa colombiana Maruja Vieira58 y algunos pintores. Momentos antes habíamos hablado de la actual situación del Ecuador: el hijo del Embajador Parra Velasco59 y un universitario me habían manifestado su voluntad de pelear en la frontera, con el Perú; en una de las paredes se veía dos lienzos de E. Moncayo60, con volcanes, nevados y brumas. Y yo, les hablé de todo eso y de algo más en el poema. Ahora, te escribo leyendo los periódicos, y mirando de rato en rato por la ventanita que da al barrio de El Conde, lleno de silenciosas casitas de mosaicos. A pesar de que después de mi lectura hubo una pequeña fiesta, no estoy “chuchaque”; hace diez meses que no bebo. La sed se me secó como una hiedra pálida; llené mi cupo; terminé pronto y soy feliz. No tengo una sola cicatriz y agradezco a Dios la manera cómo me sacó de la chanchera de ebrios en que viví; sin embargo no tengo rencor y cabalmente mis cuentos actuales y la historia “La corteza embrujada” que me hallo escribiendo, reflejan mis más humanos sentimientos sobre ese problema que tanto me quemó sin consumirme. Mis más dolorosos y amados personajes beben por mí. ¡Qué te parece! Dime cómo te llevas con los que hacen las publicaciones de la Casa de la Cultura. Al doctor Benjamín Carrión le escribí dos veces61; le pedía el libro sobre el relato ecuatoriano; pero ni siquiera me ha contestado. Igual silencio guardan –no sé por qué– Alfredo Chaves, Carrera Andrade62, y don Humberto Viteri Guzmán63, a quien saludarás con afecto. Si tienes tiempo, consígueme la obra del doctor Carrión y envíame por aéreo según el sistema de “Flete a cobrar”, a fin de cubrir yo, aquí, el valor de la remesa. Esto, si consigues gratuitamente la obra.

ensayos de Pérez, Desvelo y vaivén del navegante (1949), lo propuso como Adjunto Cultural del Ecuador en Chile. Aspiración que no se concretó según se desprende de este epistolario. 57 Probablemente se refiera a que Pérez, antes de su viaje de estudios a Santiago y posterior despido de su trabajo, se desempeñaba como Jefe de distribución y canje de libros de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. 58 Maruja Vieira (1922). Poeta, periodista y catedrática colombiana. En 1950 residió en Venezuela, colaboró en El Nacional, El Universal y El Heraldo de Caracas. Obras. Los poemas de enero (1951), Palabras de la ausencia (1953) y Tiempo de vivir (1992). 59 Seguramente se trata de Antonio Parra Gil (1933), hijo de Antonio Parra Velasco que fue embajador del Ecuador en Venezuela en estas fechas. 60 Puede referirse al pintor Emilio Moncayo. Tenemos conocimiento que una ilustración suya titulada “Antizana”, se publicó en Letras del Ecuador. año 1. n. 4. jun. 1945. p. 9. 61 Véanse las cartas 1 y 2 dirigidas a Carrión en este volumen en las páginas 41-44. 62 En el archivo de Jorge Carrera Andrade –que se conserva en la State University of New York at Stony Brook–, están dos cartas de Dávila Andrade, la primera desde Caracas, del 1 de diciembre de 1950 y la segunda desde Mérida, del 28 de junio de 1961. 63 Humberto Viteri Guzmán. No lo hemos identificado.


Cuéntame de los amigos. Qué hará el Oso Noboa64? –me digo–. Qué será de Miguelito Egas; cómo estará Newton; cómo, Mentor; qué escribirá en la pared el doctor Humberto Salvador65? Y nadie me responde. Anótalo bien para tu activo: eres el primer amigo que me contesta desde que salí. Y he escrito dos docenas de cartas… Yo, era lo mismo, y esto no es una queja; pero tu carta es la prueba de una virtud, de una fortaleza. Te envío ese recorte, por si tengas en ese momento necesidad de limpiar algo. Te desea mil felicidades, en unión de tu señora66 y tus niñitas67, este viejo fakir que ha encantado ya, su culebra con la música seca de una ciudad de cien mil esquinas.

Afectísimo

César Dávila.

64

Enrique Noboa Arízaga (1921-2002). Poeta y jurisconsulto ecuatoriano. Obras: “Epopeya del pueblo mártir” (1942), Órbita de la pupila iluminada (1946), Ámbito del amor eterno (1948), Biografía Atlántida (1957), Imágenes cautivas (1961), Las posadas del otoño, Del hombre maravillado. A nuestro poeta le dedicó el testimonio: “Algo del exilio terrestre de César Dávila Andrade”. Boletín y elegía de una vida, homenaje a César Dávila Andrade. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1993, pp. 81-89. 65 Humberto Salvador (1909-1982). Novelista y ensayista ecuatoriano. Actualmente su obra ha sido recuperada por los estudiosos de las vanguardias en español, dejando de lado su valor como uno de los maestros de la caricatura en la novelística nacional, por ejemplo véanse sus personajes esperpénticos en Noviembre (1939), que son un claro retrato, con contadas excepciones, de los protagonistas de la política ecuatoriana de todos los tiempos. Obras: Ajedrez (1929), En la ciudad he perdido una novela (1930), Camarada (1933), Trabajadores (1935), Universidad Central (1944), etc. 66 Laura Georgina Granja Quezada nacida en Quito el 10 de marzo de 1925. Esposa de Galo René Pérez. 67 Creo que aquí el poeta tiene un ligero lapsus, ya que a continuación de Marisela los siguientes hijos de Pérez fueron varones: Fabián René (1949), Galo Germán (1951) y Jaime Rodrigo (1953). La siguiente niña será: Dolores Mireya (nacida en 1956).


3

Caracas, 18 de octubre de 1951∗.

Admirado Galo René: Ante todo, mil perdones por no haberte contestado con toda la oportunidad que merecías; pero, una serie de labores nuevas para mí, me han ocupado muchos días y han determinado una ausencia de una semana (¡oh, gran ausente!), de este servidor tuyo, de la ciudad avileña. Ahora, de regreso, releo tu ancha y bella carta; te agradezco por todo y la contesto. Diez días después de fechada tu última, recibí el paquete del libro de Carrión. Puedes creerme que te estaré agradecido siempre. Quiero retribuirte de alguna manera y por la P[an] A[merican] A[irways]68, te estoy enviando hoy mismo dos volúmenes venezolanos: uno de poesía y otro de cuentos. Si tienes tiempo, (sería tan satisfactorio para la autora del poemario), procura hacer un comentario de La espiga amarga. Luz Machado de Arnao69 es nuestra buena amiga y, en cuanto llegue tu artículo yo se lo entregaría, corriendo a cargo de ella hacerlo publicar y pagar bien. No puedo afirmarte cosa igual sobre un posible ensayo o comentario sobre Cuentos de dos tiempos70; pero, en todo caso, dime lo que piensas de él. Desde ya, te diré que Díaz Solís, es uno de los más cotizados cuentistas actuales de Venezuela, y por la lectura, te convencerás de este crédito suyo. Te prometo seguir enviándote, de tanto en tanto, los mejores libros que aparezcan en esta dura plaza del mundo, en la que la publicidad comercial ha llegado a ensordecer los tropeles de su heroica caballada llanera. A este respecto te diré que Caracas está plagada de restaurantes italianos; de botiquines (tabernas) portuguesas, tipo americano, bar encumbrado e impersonalidad; de sucursales de las siete grandes Loterías Nacionales; de puestos de caballistas, y de casas de publicidad comercial, algunas realmente millonarias. Uno de mis empleos fue cabalmente el de redactor de una de éstas, en ARS, en cuya misma sección había estado Carrera Andrade, cuando yo fui, todavía le recordaban. Alrededor de estas empresas publicitarias, giran cientos de pequeñas imprentas y aún los grandes diarios. Todo es publicable y digno de toda suerte de propaganda. Los absurdos se vuelven artículos de fe; y la chatarra, oro. Y a través, a lo largo y a lo ancho de este remolino desmesurado de voces, guiños, anuncios, radiomentiras y slóganes, la gente borracha de dinero y ansia de chucherías, no deja un centímetro cúbico de aire sin quemar con su angina de posesiones. ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 212-219. Incluye facsímil). Pan American World Airways llamada comúnmente Pan Am. “fue la aerolínea internacional más importante de los Estados Unidos desde la década de 1930 hasta su quiebra en 1991”, http://es.wikipedia.org/wiki/Pan_Am 69 La espiga amarga (1950) de Luz Machado de Arnao (1916-1999). Poeta y ensayista venezolana. Obras: Ronda (1941), Canto al Orinoco (1953), Cartas al señor tiempo (1959) y Barbechos y neblinas (1973). 70 Gustavo Díaz Solís. Cuentos de dos tiempos. México, [s.n.], 1950. 68


Te hago este brevísimo cuadro, para apuntar que lo que debe publicarse, es decir la verdad oculta y la secreta belleza conseguida, que debieran permanecer, éstas, no logran publicación, todos los escritores y poetas costean sus libros, que resultan carísimos; y, en sucres, por ejemplo, dan sumas considerables. Volúmenes que nadie compra después, por añadidura. Los tres grandes diarios han suprimido sus páginas literarias, requeridos por el espacio conquistador del anuncio de artefactos. El Nacional, es el único que se defiende de esta invasión monstruosa, merced a la intervención de Miguel Otero Silva71, poeta que es accionista de este matutino, y mantiene aún la página literaria, al que afluyen cien colaboradores semanales, en turno igual, cada mes. Sin embargo, hay gente heroica, y publica. Las imprentas piden alto y duro, sin comprender cómo unos estúpidos –según su lógica de duodeno– pretenden publicar algo que no sea facundia de mercaderes. Lo bueno que salga de este singular combate, te enviaré, mi querido Galo René. Por mi parte, estoy dispuesto a seguir el camino de muchos escritores venezolanos que publican sus obras fuera de Venezuela. En mi caso, he pensado enviar mis originales a un editor o dueño de imprenta de tu bella capital, y arreglar los pormenores epistolarmente. Pero, necesito alguna persona digna de mi confianza. He pensado en ti, mi querido Galo René; pero, siento que de un momento a otro, seas llamado al servicio de Relaciones Exteriores72, según me has dicho. Mas, si no fuese así, desde este momento te ruego apadrines mi nueva obra poética. En la primera fuiste el prologuista e introductor73; ojalá, para bien mío, que la segunda te tenga por su padrino y tutor de folios, que dijéramos. Veo ya el colofón que dice: “Esta obra fue impresa bajo la dirección personal del poeta Galo René Pérez, padrino de carátula y folio”. ¿Qué te parece? Si me contestaras afirmativamente, te enviara a vuelta de correo, por la Panamericana, el paquete de los originales, y en seguida, lo que haya que adelantar al editor por papel y trabajo. Si puedes, –y sigue el supuesto–, te rogaría veas al que imprimió tu libro de ensayos74. Quiero un libro igual a ése, en dimensiones; el papel debe ser bond; las tapas, de las mismas que lleva tu 71

Miguel Otero Silva (1908-1985). Novelista, humorista y periodista venezolano. En 1943 fundó junto a su padre y Antonio Arráiz el diario El Nacional, antes había creado el semanario político-humorístico El Morrocoy Azul. En 1960 intervino en la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes. Obras: Fiebre (1940), Casas muertas (1955), Oficina Nº 1 (1961), La muerte de Honorio (1963), Cuando quiero llorar no lloro (1970), Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) y La piedra que era Cristo (1984). “Hay otra virtud que coloca a este libro [Casas muertas] en un plano superior: la elegancia sobria del estilo, cuyo ropaje perfecto no deforma el contenido vernáculo. La prosa es limpia y evocadora, llena de color y emoción real. En los párrafos sonoros y bien tramados se entretejen los vocablos criollos y los localismos armoniosamente hasta formar un todo. Se diría que esos vocablos ennoblecen al ser engastados tan bellamente por el escritor y adquieren un puro linaje clásico. Hay páginas de Casas muertas que figurarán un día en la antología de la prosa hispanoamericana, como la descripción de la girándula y los otros fuegos artificiales en la plaza del pueblo y la escena maestra de la riña de gallos, suntuosa como una antigua tapicería” apunta Jorge Carrera Andrade en: “Extractos de críticas, prólogos y comentarios hemerográficos tomados por Jesús Rosas Marcano”. Casas muertas de Miguel Otero Silva. Barcelona, Seix Barral, 1975. p. 151. (Nueva Narrativa Hispánica). 72 Ver nota 56. 73 César Dávila Andrade. Espacio, me has vencido. Prólogo de Galo René Pérez. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1946. 60 p. 74 Galo René Pérez. Desvelo y vaivén del navegante. Prólogo de Gonzalo Zaldumbide. Quito, Editorial “Fray Jodoco Ricke”, 1949. Entre las páginas 29-36 incluye: “En el arco de tu poesía”, estudio dedicado al poemario Espacio, me has vencido de Dávila Andrade.


volumen; en la carátula, sin ninguna ilustración, debe leerse: Hombre total, en letras rojas, (prefiero un rojo oscuro); en seguida, con letra negra, pequeña: poema; y, debajo: César Dávila Andrade. No deseo ninguna ilustración. Si llegas a dirigir la edición, bien pudieras anotar en el interior de las solapas la aparición de Espacio… y la Oda al arquitecto75; pero nada más. En todo caso ten la bondad de solicitar algunos presupuestos de la edición. Si puedes hablar con el doctor Benjamín Carrión, y hacerle la siguiente proposición en mi nombre, hazla, paciente Galo René. Quiero que le digas que él puede proporcionar el papel necesario para la edición que se llevará a efecto en un taller particular, y estará dirigida por ti, debiendo llevar, en todo caso el sello editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y la expresa aclaración del suministro de papel por la misma, así como el anuncio de tu personal supervisión. Perdóname que sea tan detallista, pero amo el libro; ¡y tú sabes lo que es eso! Nuevas disculpas. En todo caso, escríbeme cualquier resultado. Esperaré en paz, al borde de la urbe que sueña de noche como un inmenso caracol de cemento, sobre una mesa de bandoleros alegres, siempre sedientos de metal amonedado. Te ruego saludes a tu señora en nombre de la mía; saludos a Marisela; a tu mamacita76; a tu cuñado, Lucho77; a los amigos. Consérvate bien y escríbeme pronto. Con el mejor afecto del mundo.

César.

75

César Dávila Andrade. Oda al arquitecto. Canción a Teresita. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1946. 12 p. (Cuadernos de Poesía Madrugada; 1). 76 La señora Etelvina Cruz, madre de Pérez. 77 Luis Alberto Granja, cuñado de Pérez.


4

Caracas, 14 de noviembre de 1951∗.

Señor licenciado Galo René Pérez Cruz Quito. Admirado Galo René: Acabo de leer tu noble y atenta carta; siempre llena de gentileza, de ideas, de actos seguros que casi se ven recortarse en el papel por la tersura del estilo. Desde mi primera, tuve la certeza de tu constante correspondencia, de tu inalterable amistad cumpliéndose, sin posible distancia. En cada contestación, verifico mi buen presentimiento y una nueva alegría ilumina la creciente amistad y el entendimiento. Ahora mismo te agradezco profundamente tu gestión ante el doctor Benjamín y tu generosa aceptación del proyectado encargo editorial. Digo proyectado, mi querido Galo René, porque algo ha venido a dejar en esa condición la impresión del poemario en tu bella ciudad, bajo tu vigilante buena voluntad ya demostrada en la carta que contesto. Esta nobilísima voluntad tuya para conmigo, me conmueve de verdad, y siento como una falta de mi parte la imposibilidad de enviarte –a esta hora– los originales y realizar la edición anhelada. Mi hado lo ha dispuesto de otra manera y a referirte lo sucedido voy. Ocurre que dos o tres días después de mi última carta, leí casualmente, un anuncio en El Universal78; el texto de dicho anuncio hacía saber a los escritores que existía aún ( ! ) un hombre dispuesto a financiar publicaciones como editor. No perdí tiempo. Fui. Me encontré con una persona singular, mezcla de viejo librero y de iluso, rezagado de los buenos tiempos de don Andrés Bello79, en cuya barriada natal, tenía las oficinas este repentino editor. Fui el primero en llegar –y acaso el último. El trato verbal fue obra de quince minutos; en seguida, con una precipitación peligrosísima para dicho caballero, fuimos al contrato escrito y aún quedó en él involucrada la segunda ( !!! ) edición, a pedido suyo! Qué quieres: la vida es bondadosa, a veces, de tal modo, que uno duda de su hermosa calidad. Contratamos una imprenta (pues él no posee prensas); ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 220-225. Incluye facsímil). El Universal. Diario venezolano fundado en Caracas (1909) por el poeta Andrés Mata. 79 Andrés Bello (1781-1865). Jurista, pedagogo, filólogo y escritor venezolano. Uno de las más importantes intelectuales hispanoamericanos del siglo XIX, fue maestro de Simón Bolívar. Residió por casi dos décadas en Gran Bretaña. Publicó las revistas Biblioteca Americana en 1923 y Repertorio Americano en 1925, ambas en Londres. Finalmente se radicó en Chile, desde donde desempeñó un trascendental papel como filólogo, cuyo resultado fue su famosa Gramática de la lengua castellana (1847), que aún ahora es consultada. Rector de la Universidad de Santiago. Fue el principal redactor del Código Civil chileno, basado en el napoleónico. Obras: “Oda a la agricultura de la zona tórrida”, un estudio sobre El cantar del Mío Cid, etc. 78


y el libro está, a estas horas, en los bellos telares de una linotipo. Como nota característica del buen señor, te diré que no conoce lo que es poesía. Tiene una vaga ilusión y como toda vaga ilusión le acarreará un seguro desencanto; aunque no estoy dispuesto a que le suceda semejante cosa, pues haré todo lo posible para que algunos ministerios y entidades públicas, le adquieran ejemplares y salve sus dos mil bolívares, (que este es el precio de la edición). A mí, me acordó –generosamente– trescientos ejemplares y 0,25 por cada ejemplar que llegue a venderse. Como podrás ver, este es el caso ejemplar de esa gente apoética que defiende con inconsciente heroísmo y bonhomía a los servidores de las letras. Los primeros ejemplares circularán después de veinte días y tú serás uno de los primeros en recibir el tuyo; y, si me permites, una pequeña cantidad para mis amigos que son también tuyos. Te dije antes que yo fui el primero en acudir a la llamada que encerraba el anuncio del periódico de este santo editor; y que acaso era yo el último; pues, ahora que saben mis amigos poetas de esta ciudad lo acontecido, se niegan a creer y me aseguran algunos de ellos que vieron el anuncio de marras, pero ¡Claro! no le dieron ninguna importancia, porque “ya no es hora de bromas de esta índole en una capital en la que se comercia hasta con las huellas digitales dejadas en los vasos de las tiendas”. Por todo esto, si bien es verdad que tengo la alegría del caso, me creo obligado a pedirte disculpas por las molestias que te causé; y, valorando con el mejor de mis afectos tus gestiones, no me cabe, por hoy, sino agradecértelas como un hecho notorio de tu innegable finura y sinceridad. La buena voluntad demostrada por el doctor Benjamín Carrión sabré agradecérsela inmediatamente por carta (¿no te parece?); y, si es él tan gentil, puede ser que le pida ayuda para la publicación del volumen de cuentos, premiado en Guayaquil, de donde no se me ha vuelto a decir ni una palabra al respecto de la edición que comprendía y señalaba el premio. Dime cómo crees que debo proceder en este caso especial, a fin de que la oferta del papel –que es una consecución tuya– pueda ser aprovechada para el volumen antedicho. Respecto de tu ida, como Adjunto Cultural80; en primer lugar, lo deseo sinceramente. Créeme que te salvará del clima moral estrecho en el que por más vigilante que seas te verás, a veces, obligado a hacer concesiones dolorosas. Yo sé que a donde uno vaya, si tiene un enemigo en el fondo del alma, ese siniestro ser se encarnizará en cualquier instante; pero al mismo tiempo, te sé decir que toda salida, para un espíritu alerta con relación al alma del Mundo y del Hombre, es una posibilidad de descubrimientos y certezas. Además, verás tú, en su tiempo, que aptitudes de las que te creías dotado, afloran a tu conciencia y te sirven y apoyan con la maravillosa instantaneidad de las invocaciones. Mi petición segura y honda es la de que salgas. Nunca te arrepentirás, si vas con un afán concreto, y tú eres hombre de ideales y de posibilidades aún en medio del emparedamiento patrio. Dices que te cuente cómo vivo, en lo material. Te seré sincero: vivo con fe. Nunca, ni en lo más hondo de mis caídas me faltó una idea clara de lo divino en la vida llamada ordinaria. Esto, me ha guiado siempre. Pero era menester sacudirse lodo y 80

Remítase a la nota 56 de este volumen.


ligaduras abundantes. Vine. En cuanto estuve aquí, me dieron unos amigos poetas un cargo en una emisora: fui redactor para un radioperiódico. Luego, vino ARS. Salí porque redujeron imprevistamente el personal; pero me dieron una buena cantidad de indemnización. En seguida, entre el dédalo, busqué algo; recorrí muchos días cartera al brazo, las calles como propagandista comercial. La oveja metida a carnicero! Después una revista me contrató para crónicas: las hice y gustaron mucho. Entre tanto, y a todo lo largo de lo que voy contando, y desde que llegué, colaboraba en los periódicos y revistas, siempre pagado, desde luego. Aquí pagan toda colaboración. Pero es el caso que hay mil cronistas, mil periodistas titulados, mil técnicos en “eslóganes” y propaganda de letras. Ahora, tengo un cargo estable en la Biblioteca Nacional, en la sección llamada Anuario bibliográfico. Hay hombres de todas las nacionalidades en este trabajo. La Biblioteca es aquí, un emporio de técnicos, desde el catalogador-sistema decimal hasta el barrendero armado de su aspirador de polvo. Al mismo tiempo, colaboro en varias publicaciones locales que pagan siempre a sus colaboradores. Al compás de mis labores de pluma, mi mujer establece su dictadura científica en la casa, y con su bella ayuda, las cosas marchan admirablemente. Si no tuviera su presencia a mi lado, claro que los grandes vientos de Rimbaud y de Poe, me hicieran quizá titubear entre los grandes escombros de las noches. En general te digo que si tú sales, hallarás asimismo grandes ventajas y grandes luchas. Pero no caerás. A la mayoría de nosotros, nos detiene una confusa imagen de posibles peligros, que a cada paso verdadero se resuelven en polvo fantasmal. Hasta la próxima, mi estimado Galo René. Ya he molestado mucho tu paciencia. Para tu señora saludos de la mía. Y tú, ten este apretón de manos, fraterno y afectuoso, como siempre.

César. N.B.81 A fin de que toda carta me sea entregada de inmediato, te suplico envíes a esta Dirección: Biblioteca Nacional de Venezuela.- Caracas.

81

Nota bene. “Nótese bien”, va como un post scriptum.


5

Caracas, 28 de diciembre de 1951∗.

Señor licenciado. Galo René Pérez Cruz Quito Queridísimo Galo René: Contesto tu valiosa y múltiple carta apenas llegada a mis manos. Hay tantas suscitaciones en ella que uno no puede diferir la contestación. Mucho más que una lectura, es una conversación lo que acabo de sostener, y no quiero que el hálito de verdad humana, y sus latidos tan sinceros, pasen y se dejen de oír. Ante todo debo decirte, Galo René, que yo te suponía viajando hacia Chile del Sur82. Y, este pensamiento, me explicaba tu silencio. Decía yo: ya me escribirá después de unos días; a lo mejor, con agua de mar! Por esto, porque te creía surcando, no te envié con Lolo Lasso83 el ejemplar de Catedral salvaje. Quería asegurarme de tu destino. Pero, he aquí tu carta. Es mejor que no haya recomendado tu ejemplar aunque hubiera sabido de tu inmovilidad en Quito, porque ahora te remito un pequeño paquete, en el cual, va el que te corresponde como a poeta y gran amigo mío, algunos para que tú los distribuyas a tu antojo, y uno, especial, en el que hago constar mi protesta y mi desagravio ante nuestro gran Oswaldo Guayasamín84, el más alto, fuerte, original y rico pintor del nuevo Ecuador artístico. Te ruego que le muestres esta carta al grande y extraño artista, y le digas, que mi fe en él, se ve robustecida ahora más que nunca, cuando el consorcio de los mediocres y de los contratistas de fama artística, está decretando su horrible gusto de babosa, sobre lo sagrado y lo misterioso. El caso de Coloma Silva85, es la consagración de los cuartos traseros de la Patria. Tu carta venía encapotada desde las primeras líneas. Lo noté muy bien. Decías que era ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 226-229. Incluye facsímil). Ver nota 56 en este Cuaderno. 83 Lolo Lasso, seguramente es Guillermo Lasso. 84 Oswaldo Guayasamín participó en el V Salón Nacional de Pintura, Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1951, con el tríptico Ataúd blanco, que forma parte de su serie Huacayñán: el camino del llanto y no recibió ningún premio. Al año siguiente expuso esta serie en el Museo de Arte Colonial en Quito con general aceptación, lo que le permitió viajar con la muestra por diversos países; en 1954 estuvo en Caracas, al siguiente año en Washington en la Unión Panamericana y finalmente en 1956 se trasladó a Europa y participó en la III Bienal Hispanoamericana de Arte, en Barcelona, en donde expuso treinta cuadros de esta serie y obtuvo el primer premio con el mencionado tríptico. 85 Alberto Coloma Silva (1898-1976). Pintor ecuatoriano. Ganó el Premio, V Salón Nacional de Pintura, Casa de la Cultura Ecuatoriana de 1951. Coloma fue miembro del grupo que publicó el semanario Caricatura (1918-1921) en Quito, junto con Guillermo Latorre, Nicolás Delgado, Carlos Andrade – Kanela–, Jorge A. Diez, Enrique Terán, Rafael Alvarado y Benjamín Carrión. Es muy conocido un retrato que hizo del gran poeta Alfredo Gangotena. 82


la lluvia, el invierno con sobretiempo, las sombras descolgándose del cielo; pero cuando llegué al párrafo relativo a la injusticia inferida a nuestro poderoso pintor, y la victoria de gusanera obtenida por el señor Coloma, me pude explicar claramente tu verdadera rebelión. La injusticia, la componenda espesa, la malignidad en las relaciones, la falta de fe y de lealtad, nos hacen habitantes de una zona invernal que llevamos como la aureola entintada del calamar. Créeme que tu afán debe afilarse más aún hacia el ángulo de tu salida, de tu destierro cultural y libertario, aunque sea temporal. Las cosas que suceden en la Cancillería siempre tienen algo de misterio y de rauda manga de prestidigitador; pero, si anhelas todo el tiempo, el tiempo terminará por darte una puerta llena de aire y de mar. Ya verás. Te agradezco lo que me dices respecto de “El cóndor ciego”86. Y también ese ofrecimiento de que aparecerá en la página literaria de El Sol. Este es un buen servicio tuyo, o un nuevo servicio que me dispensa tu gentileza de amigo sin egoísmo. En cuanto a los cuentos premiados, te contaré confidencialmente que me hallo puliéndolos y revisándolos con todo cuidado y que te los enviaré después de un mes si no has salido aún; pues, Lolo Lasso, me dijo que el doctor Benjamín se mostraba muy dispuesto a editar la obra en los talleres de la Casa de la Cultura. Sin embargo, si tú no estás en Quito, no enviaré el volumen, porque no tengo confianza en el actual editor de la Institución, el poeta Adoum87. Sólo tu vigilancia y el peso de mano sobre mis originales pueden ofrecerme tranquilidad. De otro modo, me contentaré con seguir trabajando. Me pides que te diga algo acerca de los Juegos Bolivarianos88. Sabrás que me divertí mucho en ellos. En primer lugar, yo nunca había visto realmente deportes a causa de la cortedad de mi vista. Ahora, con lentes y sin ruido en la cabeza, asistí a varios juegos. Claro que era amor a la Patria lo que me conducía a las gradas de los Estadios. Nuestras muchachas, resultaron maravillosas, y las peruanas lloraron simbólicamente al lado de nuestras jugadoras. En los juegos, pude verme con el querido Chapa Sáa89, con Lolo, tan gentil siempre; y con Pablito Larrea90. Ellos te dirán cómo me vieron y con Pablito te envié un abrazo especial. Recibe mis mejores deseos por tu felicidad. Mi mujer les agradece los saludos, tan cordiales de ustedes. Y, a su vez, desea toda suerte de prosperidad para el Nuevo Año, saludándoles con afecto.

César.

86

“El cóndor ciego”, cuento de Dávila Andrade que será recogido en Trece relatos (1955). Para esta época Jorge Enrique Adoum era Director de la Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. 88 Los Juegos Bolivarianos de Caracas se celebraron del 5 al 21 de diciembre de 1951. Ecuador se llevó 3 medallas de oro, 7 de plata y 6 de bronce. 89 Chapa Sáa. No hemos obtenido datos. 90 Pablo Larrea. No lo hemos identificado. 87


6

Caracas, 10 de febrero de 1952∗.

Queridísimo Galo René: Como siempre, mis más afectuosos y sinceros saludos para ti y los tuyos. Que tu casa, tus afanes, tus preguntas íntimas y tus sueños de hombre bueno, de vehemente inteligencia, tengan siempre una profunda y gustosa respuesta de la vida. No sé por qué, a pesar de los aparentes fracasos que has recibido frente a problemas personales, y que no has tenido la cordialidad de hacérmelos saber; no sé por qué, repito, no dejo de intuir una como reiterada prueba a tu más oculta contextura; un juego pasajero a tu noble tenacidad. Recuerda que eres, además de un hombre, un padre, un escritor y sobre todo un pensador para el futuro; y muchas cosas que suceden hoy en medio de los empeños diarios, devienen en armas y en viandas del porvenir. Perdóname la interpretación y el lenguaje, pero a veces me creo solo y la voz se eleva para despertarme a tiempo. Es un mecanismo de corrección personal. Créeme que estoy agradecido y satisfecho de los juicios que viertes sobre Catedral; y por anticipado, ya saludo con emoción tus líneas de mañana sobre mi trabajo91. Cuando se encuentra eco en mentes realmente acostumbrados a los caminos singulares, uno se pone nuevamente frente a las tareas que queman las manos. Ya estoy avanzado en un nuevo extenso poema, tan amplio como Catedral. Ojalá pueda dar en él toda la experiencia del tiempo que me he propuesto consagrarlo. Te comunico que, con tu anterior, recibí también una carta de Jorge Enrique Adoum. Habían venido en el mismo correo. En su carta, Jorge Enrique, me enviaba un abrazo y felicitaciones por Catedral, y al mismo tiempo me incluía dos recortes de Letras92; uno de su comentario93 (¿qué te

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 230-233. Incluye facsímil). No conocemos ningún comentario impreso que Galo René Pérez haya hecho acerca de Catedral salvaje. 92 Letras del Ecuador. Revista cultural, órgano oficial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, de aparición quincenal, su primer número vio la luz en Quito el 1 de abril de 1945, luego indistintamente, ha sido mensual, bimensual, trimestral y semestral mientras mantuvo cierta regularidad, su publicación se ha suspendido en diversas épocas y durante años, hace pocos meses llegó al número 200. Ha sido dirigida entre otros por Benjamín Carrión, Alejandro Carrión, Hugo Alemán, Pío Jaramillo Alvarado, Jorge Carrera Andrade, Jorge Enrique Adoum, Alfredo Pareja Diezcanseco, Jorge Icaza, Augusto Arias, Edmundo Ribadeneira, Teodoro Vanegas Andrade, Raúl Pérez Torres, Hugo Larrea Benalcázar, Williamns Castillo, Francisco Proaño Arandi, Abdón Ubidia y Julio Pazos, etc. Su formato clásico, tamaño gran folio, cambió hace pocos años al A 4, que conserva actualmente y su paginación ha variado de 16, 24, 28, 36 y 40 páginas del tamaño clásico al más de centenar que tiene en los números de las últimas décadas. 93 Jorge Enrique Adoum. “Un poema sobre la tierra: Catedral salvaje”. Letras del Ecuador. año 6. n. 7374. Quito. nov.-dic. 1951. p. 13. 91


parece?) y otro de unos fragmentos reproducidos94. Naturalmente, le he agradecido. Espero tus opiniones al respecto. Tú sabes bien cuánto me ha gustado siempre oírte pensar o leerte. Lo importante especialmente es que la carta de Jorge Enrique, me traía una reiteración del ofrecimiento del doctor Carrión, respecto de la edición de mi libro de cuentos, premiado en Guayaquil. Mucho más: contenía el pedido del volumen para su impresión en los Talleres de la Casa. Estoy agradecido de verdad. Y al respecto, quiero hablar contigo. Estoy sacando en limpio, con todas las correcciones del caso, etc., dicho volumen de cuentos; y pienso que estará listo para ser enviado hasta fines del cursante, o hasta la primera semana de marzo. Así, he pensado enviarte directamente a ti, por aéreo, el paquete de los originales a que lo lleves al doctor Benjamín, haciéndole saber que por especial súplica mía, te constituías en apoderado de los mismos, para dirigir la edición95. Créeme Galo René, que los quiero mucho. Todo es inédito. Los cuentos que se publicaron hasta la fecha, no constan en el libro. Creo que con él, despertaré muchos ataques contra mí. Ya Enrique Gil96, arriscó el plumaje. Y desde este momento, te ruego que asumas la dirección de la edición de Abandonados en la tierra. Dime cuál es tu resolución. Cuéntame cuál fue la respuesta de Oswaldo a mis frases. Cuéntame cosas de allá. No olvides que tus cartas son esperadas de manera especial por tu viejo amigo, que te desea toda felicidad. Recibe y pasa a tu señora saludos de la mía. Y no perdones nunca a los malandrines ni eches de tu memoria a los amigos que te quieren.

César Dávila.

94

César Dávila Andrade. “Catedral salvaje”. Letras del Ecuador. año 6. n. 73-74. Quito. nov.-dic. 1951. p. 11. [Fragmentos del poema]. 95 Léase la carta número 5 dirigida a Carrión en la página 48 de este volumen. 96 No hemos podido ubicar ningún escrito de Enrique Gil Gilbert acerca de Dávila Andrade.


7

Caracas, 11 de marzo de 1952∗.

Señor doctor Galo René Pérez. Quito. Queridísimo Galo René: En mi poder tu última carta, anexa a la cual me ha venido una copia de la conferencia97 sobre el “cholo” augusto, nuestro gran Vallejo americano, a quien leímos juntos más de una vez. El incidente que has tenido por evocar su sombra, no puede mancillarse nunca ante los ojos de los hombres inteligentes y bienintencionados. Tu nota aclaratoria98, está muy bien, por otra parte; pero su calidad de única es mucho mejor, pues a esta ralea no se debe contestar. Su brutalidad es impermeable, y no les llega ningún discernimiento. Debes estar orgulloso de haber realizado un trabajo ferviente, límpido de ternura y de estilo, castigado, exigente, transido de comprensiones y hondas vislumbres. Recibe mis felicitaciones por el ensayo. Y un agradecimiento especial por haberme hecho conocer ese rudo y clamante himno de los amautas. En esta hora de mi vida, mientras estudio la última cara de ese Dado eterno en el que se ve sólo el as, esta maravillosa imprecación, viene a acrecentar mis ansias y a unirme al aborigen en trance de búsquedas inmensas. Tu ensayo lo he presentado a Israel Peña99, Director de una muy buena revista Cultura Universitaria100, la cual continuará apareciendo aunque las aulas universitarias estén cerradas, como sabrás. Creo que aparecerá para después de un mes o un poco más. La extensión no permite conseguirle publicación en periódicos o en las revistas actuales de Venezuela. Bueno; déjame a mí que yo le prohijaré en cuanto a publicación aquí. Galo René: te anexo dos hojas, que servirán de instrumentos en la impresión del libro de cuentos. Va también el libro en el aéreo correspondiente a este correo. No he incluido el cuento “Vinatería del Pacífico”, por no tener a mano el número de Letras en el que apareció101. Pero deseo que conste en el volumen; por lo mismo te encarezco que cuando entregues a la imprenta los originales, recortes del número de Letras dicho relato y lo coloques al fin del libro, como penúltimo. Perdona tanto error de ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 234-237. Incluye facsímil). Galo René Pérez. César Vallejo, poeta de América. Quito, Imp. Universidad, 1952. 27 p. 98 No sabemos la repercusión que tuvo el discurso que Pérez dedicó a Vallejo y tampoco conocemos la “Nota aclaratoria”. 99 Israel Peña (1907-1979). Ensayista y biógrafo venezolano. Obras: Teresa Carreño (1953), Daniel Florencio O’Leary (1960), El milagro musical de la Colonia (1967). 100 Cultura Universitaria. Revista bimestral, órgano de la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela. Revista fundada en 1947 en Caracas y dirigida por Israel Peña. 101 César Dávila Andrade. “Vinatería del Pacífico”. Letras del Ecuador. año 4. n. 39-40. Quito. oct.-dic. 1948. p. 6. 97


mecanógrafo, pero nunca seré buen discípulo de Pedrito Morales102 en el intrincado uso de los dedos para correr en máquina. Te ruego que ordenes que la edición sea ilustrada – si lo es– por el rasgo duro y victorioso de Oswaldo Guayasamín103. El formato; desearía que se parezca a esos pequeños libros que edita la Sudamericana104. En todo caso, dejo a tu gusto todo, ahí descanso. Como que tiene que constar tu nombre en la supervisión. Al padrino le queda pues preocuparse de su ahijado. En todo caso, procura que le hagan dormir mucho. Activa la impresión con tu justicia; y ojo, con cualquier boicot. Le escribo al doctor Benjamín por este mismo correo, agradeciéndole y comunicándole que tienes todos los poderes sobre la vigilancia y para suscribir el contrato respectivo. Cuéntame las cosas de Adoum. Presiento! Recibe mis agradecimientos y mis mejores deseos por tu felicidad y el bienestar de tu casa. Saluda a tu señora de parte de la mía, y en mi mismo nombre, y no te olvides de decir a Marisela que este viejo amigo de su papá le augura que será la mujer más bonita del aire y del sueño.

César Dávila.

102

Pedro Morales. Amanuense de la Secretaría General de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, compañero de trabajo del remitente y del destinatario de esta carta. 103 El deseo del poeta se cumplió, ya que su libro de relatos Abandonados en la tierra se publicó con ilustraciones de Oswaldo Guayasamín. 104 La Editorial Sudamericana fue fundada en 1939 por escritores y editores argentinos y españoles en Buenos Aires: Victoria Ocampo, Carlos Mayer, Oliverio Girondo, Alfredo González y Rafael Vehils; algunos de ellos abandonaron el proyecto al poco tiempo. La Colección Horizonte sacó entre sus obras Las palmeras salvajes de William Faulkner y Orlando de Virginia Woolf traducidas por Jorge Luis Borges, en su catálogo aparecieron títulos de Salvador de Madariaga, Aldous Huxley, Ramón Gómez de la Serna y Carl Gustav Jung. Actualmente pertenece al grupo de editoriales de Random House Mondadori. Rechazada por varias casas editoriales Cien años de soledad de Gabriel García Márquez fue aceptada por Sudamericana en 1967; Rayuela de Julio Cortázar ya había aparecido con este sello en 1963.


8

Caracas, 10 de abril de 1952∗.

Señor doctor Galo René Pérez. Quito. Mi querido Galo René: Tu carta, llena de ideas, de novedad, de actos casi visibles, de humano trajinar, me ha producido gran alegría. Te agradezco por todo. Recibe mis mejores deseos por tu bienestar, y por el de tu casa. Tu interés por mi libro, me llena de reconocimiento y lo hago constar una vez más, aunque nunca la última. Si puedes, dame tu opinión sobre él, antes de que lo entregues a las prensas. Y respecto de la impresión, estoy muy conforme con que la Casa de la Cultura lo acoja totalmente; es decir que puedes tú firmar el contrato respectivo y esperar el turno forzoso. No importa que entre en prensa en junio. Con tal que tú, querido Galo René, no le quites el ojo! No sea que manos otomanas105 pretendan enturbiar su natural curso! En cuanto a la entrevista de Navarro106 a Jorge E. Adoum, y las declaraciones pletóricas de sano amor propio de éste, es cosa que verdaderamente alegra, tomada a la distancia. (Oh, divina perspectiva tú, los salvas en tu transparente deglución de geometría y fuga! –así exclamara el viejo doctor López107, de Cuenca, morlaco loco e inimitable solitario.) Deja que hagan, deja que digan. Descendientes de los de Babel, no les queda sino la disolución tartamuda. Nosotros trabajemos sobre materiales y con esencias de amor y largo brillo; lo demás, el barullo criticastro y periodistero, no importan. Nada.

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 238-241. Incluye facsímil). “No hablaba de sí mismo ni del que había sido antes, no nos describió, de memoria, la geografía en la que hubo vivido y nada nos contó de la historia de su país; sospecho que, por ello, no tuvimos, los hijos, un pasado histórico o lingüístico, sino que debí buscarme uno en la escuela, ni siquiera un pasado familiar: nuestro abuelo, el materno –el hombre más corpulento que he visto en mi vida, con un bigote a la Bismarck amarillo de nicotina– jamás nos dirigió la palabra y la única vez que reparó en mí me puso al oído su reloj Waltam. Supe, sí, que no eran ‘turcos’, sino que, como sus compatriotas inmigrantes, habían llegado a América con pasaporte de esa nacionalidad; supe que los turcos, durante la dominación del Líbano, impedían a los cristianos acercarse al mar, para privarlos de sal. Algo me enteré de cuando mi padre fue secretario del emir Faisal: habiendo adherido a un movimiento nacionalista que exigía el cese del mandato francés, debió huir, pues a partir de cierto instante lo perseguían las fuerzas reaccionarias libanesas, las autoridades francesas y no sé quién más”. Jorge Enrique Adoum. De cerca y de memoria. Lecturas, autores, lugares. (Ed. cit. pp. 24-25). 106 No hemos podido encontrar la referida entrevista de Navarro a Adoum. 107 Desconocemos quién fue el Doctor López de Cuenca, aunque por lo que el poeta dice sería un personaje típico de la ciudad austral del Ecuador. 105


Te escribo desde el epicentro de la Semana Mayor108. El cielo esplendoroso de Caracas todo el año, se halla gris esta mañana. Seguramente, dentro del cielo atmosférico, existe otro, cargado de vida y de acaeceres esenciales. Me he puesto sumamente contento con la pequeña expresión de Marisela ante las frases de mi carta anterior. Debes ser muy feliz tú, con ese mágico mundo que has formado. A mi vez te diré que actualmente escribo un poema que ocupará asimismo un libro, y que para despecho y rabia de todos los descubridores del mundo físico y de los defensores exclusivos de la vida vegetativa, se llamará: “Otro mundo es el nuestro”. Estoy tratando, cada día, de encerrar en este poema largo y solitario, la experiencia mágica de cierta edad; y la experiencia técnica de un escritor que ama su oficio. Creo que estará para fines de este año y es posible que aparezca en diciembre, como Catedral. He recibido El perfil de la quimera109 y lo estoy leyendo con mucho placer. En el próximo correo le escribiré especialmente a Raúl Andrade. Cuéntame qué es de Oswaldo Guayasamín y si le ves, te ruego le presentes mis saludos y recuerdos. Lo mismo, para los demás amigos, que seguramente van a platicar en tu despacho en la biblioteca110. Recibe tú, mis agradecimientos. Mi señora les manda saludos a ustedes. Y me pide encargarte una caricia para Marisela. Atentamente e inalterable.

César. N.B. Querido Galo René: Cuando vayas a dar los originales a Edmundo Velasco111, te pido le indiques lo siguiente: en la página impar anterior a la primera página del texto, deberá ir la siguiente dedicatoria: -A mi madre; a mi mujer.C. D. A. Perdóname. Vale. 108

La Semana Santa fue entre el 6 y el 13 de abril de 1952. Raúl Andrade. El perfil de la quimera. Siete ensayos literarios. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1951. 261 p. Andrade había publicado en 1943 Gobelinos de niebla que incluía los ensayos: “García Lorca, alegoría de España yacente”, “Retablo de una generación decapitada” y Charlot, parábola y hazaña de la desventura”; para conformar su El perfil de la quimera, añadirá los siguientes ensayos: “Teoría del destierro”, “El perfil de la quimera”, “Viaje alrededor de la muerte” y “Rosalía de Castro, sirena de la nostalgia”. Obra que permite valorarlo como uno de los más importantes prosistas del Ecuador. Pérez le dedicó un ensayo a Gobelinos de niebla con el título “En los hontanares de la niebla”. Desvelo y vaivén del navegante. (Ed. cit. pp. 17-28). 110 Galo René Pérez fue Director de la Biblioteca de la Universidad Central del Ecuador desde 1951. 111 Edmundo Velasco Zapata (1906-1975). Fue Regente de los Talleres Gráficos de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. 109


9

Caracas, 16 de julio de 1952∗.

Señor doctor Galo René Pérez Cruz Quito. Queridísimo Galo René: Contesto a tu justa carta con una carta justa. Ante todo, no debiste calificarme de resentido; tú me conoces. Ningún impacto ha durado sobre mi espíritu más allá de un verdadero segundo, el lapso indispensable para que la conciencia anote su extrañeza. El resentimiento es una emoción tortuosa de larga duración. La mía fue una reacción natural, teñida por circunstancias especiales, como la actitud llamada Carrión y la idea de los obstáculos nacidos en el seno de la Casa de la Cultura contra una obra desinteresada112. Además, mi verdadera intención era la de alejar de las manos de los dirigentes de la Casa los originales. Por otra parte, no me habías dicho que antecedía una nota explicatoria a la publicación del cuento en Anales113, señalando la desmembración del libro, con sentido de preparación. Yo guardaba como un conspirador, varios de aquellos trabajos. Examina si no era justo que reaccione contra la publicación. Pero ya que tú has querido y rodeado de la necesaria explicación, está bien. Espero el número de Anales114. Ahora, con respecto a tu generoso interés por el libro y las facilidades que le has conseguido a fin de que mire la luz, qué otra cosa que agradecimiento puede despertar en mí? Hago pues una raya muy honda con el viejo estilo y anoto para memoria de mi vida y para que sepan todos los que alguna vez se interesen por el libro, que el verdadero padrino de él fuiste tú. Al mismo tiempo estoy sumamente reconocido por la gentileza del doctor Cristóbal Cornejo115, a quien suscribo personalmente y al que remití inmediatamente por aéreo un ejemplar de Catedral. Todas las condiciones de impresión etc., que me detallas en tu carta, con respecto a la obra, me parecen bien y tienes las facultades para proceder. Ojalá que puedas vigilar el crecimiento del libro y todo él sea escrito antes de que viajes a España116, viaje que me parece te sentará admirablemente. ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. cit. pp. 242-245. Incluye facsímil). No logramos precisar a qué se refiere Dávila con la “Actitud llamada Carrión”. 113 El relato “Autopsia”, de Dávila Andrade, apareció en la Sección ‘Cuadernos de Arte y Poesía’. nº. 1, de Anales. Órgano de la Universidad Central. tomo 79. n. 331-332. Quito. ene.-jun. 1952. pp. 283-294. La ‘nota explicatoria’, reza: ·”De su libro Abandonados en la tierra, actualmente en prensa”. 114 Pérez fue director de la revista semestral Anales. Órgano de la Universidad Central del Ecuador. Revista ecuatoriana publicada en Quito, apareció en 1888 115 De las cartas de Dávila Andrade se desprende que Cristóbal Cornejo Sánchez estuvo vinculado a los Talleres Gráficos Minerva, responsable de la impresión de su libro de cuentos. 116 Pérez como Director de la Biblioteca de la Universidad Central del Ecuador fue invitado al I Congreso Iberoamericano y Filipino de Archivos, Bibliotecas y Propiedad Intelectual a celebrarse en Madrid entre 112


En cuanto Vallejo salga a Caracas117, te lo enviaré y lo que ya te he ofrecido será cumplido con toda puntualidad. Si has ido por la Casa de la Cultura, algo habrás ya escuchado sobre lo que nos ocupa; te ruego me comuniques en la próxima. Pero, por otra parte, estoy muy de acuerdo contigo en que no debemos aceptar ninguna ayuda a estas horas, que según me imagino, saldría con aquel sucio polvillo que encuentre al fondo de los bolsillos. Te encarezco saludos a Oswaldo, cuyos trazos deseara realmente ver unidos a mis líneas en el futuro libro. Si Marisela te oye leer esta carta que escuche mis palabras diciendo una nueva alabanza a su alada personita. Que tu justicia queme siempre enormes cantidades de fósforo ante los ojos de los malos y los malintencionados. Nuestra amistad debe estar a salvo de las pequeñas igniciones. Recibe mis agradecimientos y mis mejores deseos por tu bienestar. Saludos a tu señora en nombre de la mía; y escríbeme pronto. Tu amigo,

César. Fakir.

octubre y noviembre de 1952. Fue Secretario de la Mesa que abordó: Sección Bibliotecas. Tema primero. Estudio de unas reglas unificadas de catalogación para todos los países de lengua española y portuguesa. [Se presentaron 164 ponencias]. En el trayecto en barco hacia España, a principios de septiembre de aquel año se encontró, por unas horas, con Dávila Andrade en La Guaira (Venezuela). En sus memorias Pérez refiere que había preparado una ponencia acerca de Alfonso Reyes, sospechamos que como el Congreso era técnico en bibliotecas dicha ponencia no fue leída, ya que no consta en la publicación que apareció como resultado de dicho encuentro. 117 No sabemos precisar a qué se refieren los corresponsales en esta carta, sin embargo, el folleto de Galo René Pérez. César Vallejo, poeta de América. Quito, Imprenta de la Universidad, 1952 registra en su colofón: “Se acabó de imprimir, el día XIX de julio de MCMLII en los Talleres Tipográficos de la Universidad Central”, es decir, tres días después de redactada esta carta se terminó de publicar el folleto de Pérez, Dávila le había escrito: “En cuanto Vallejo salga a Caracas, te lo enviaré [a Madrid] y lo que ya te he ofrecido será cumplido con toda puntualidad”, habría que preguntarse ¿Debía llegarle a César un ejemplar de dicha publicación? ¿César iba a escribir algo relacionado con el volumen?


10

Caracas, 12 de agosto de 1952∗.

Señor doctor Galo René Pérez Cruz Quito. Queridísimo Galo René: Acabo de leer tu carta y te escribo en seguida. Todo en tus líneas, es bello y nervioso. Noticias, sucesos, revelaciones, horóscopos de viajes! En este mismo correo estoy escribiendo al doctor Cristóbal Cornejo a quien admiro desde ahora por otras razones que las de la buena amistad: por razones de arte, de hermandad. El poema118 que él me envía me ha llenado y ahora mismo iré a El Heraldo, a buscarle publicación en la página literaria del domingo. Al mismo tiempo, claro, le presento mis agradecimientos; como tú dices en la carta de hoy, es un caballero al que debemos mucho y un gran amigo. Pero, cómo es que no habías sabido que era tan fino poeta? Estréchale la mano por mí. Pasemos a tus cosas. Me dices que sales de Quito en los últimos días del presente para embarcar el día tres de septiembre: por fin Viejo Galo! Por fin! Además de que te mereces, la verdad es que va a fertilizarte increíblemente y nos ha alegrado. Sólo se entristecen los que no pueden abandonar lo que les agobia. Tú has luchado: tu deseo y tu inteligencia te han abierto la vía hacia el mundo. Te pido averigües a la compañía naviera si “tu barco” tocará el Puerto de La Guaira, en su itinerario. De ser así, saldremos a esperarte el día feliz de tu paso, y si tienen algunas horas los viajeros, a su disposición, podrás venir a Caracas, aunque sea sólo un par de horas, o menos, pues La Guaira, está a veinte minutos de Caracas en automóvil. Por mi parte iré a todas las agencias italianas de navegación y preguntaré por la ruta de tu barco, viejo navegante, autor del Desvelo y vaivén del navegante119. Te informo que no tengo borrador de la comunicación enviada a la Casa de la Cultura: fue un exabrupto. En cuanto al libro, ante todo quiero pedirte un servicio: habla con el doctor Cristóbal y proponle a mi nombre lo siguiente: quiero que el libro no lleve la mención ∗

Tomada de Galo René Pérez. Epistolario. (Ed. citada. pp. 246-249. Incluye facsímil). En la Sección ‘Cuadernos de Arte y Poesía’. nº. 2, de Anales. Órgano de la Universidad Central. tomo 80. n. 333-334. Quito. jul.-dic. 1952. pp. 313-318, precedidos de una breve ‘Noticia’ de Eduardo Ledesma Muñoz, se publicaron los poemas: “Elegía de tu blanca partida”, “Lamento para dos océanos” y “Casa solariega” de Cornejo Sánchez; no hemos confirmado la publicación de algún poema suyo en el diario venezolano. 119 Galo René Pérez. Desvelo y vaivén del navegante. Prólogo de Gonzalo Zaldumbide. Quito, Fray Jodoco Ricke, 1949. 135 p. 118


de haber sido premiado en el Concurso de Guayaquil; y, deseo, en cambio, que consten en él tres cosas: el auspicio del doctor Cristóbal Cornejo Sánchez, la supervisión del doctor Galo René Pérez, y la Dirección artística de Oswaldo Guayasamín, nuestro gran pintor y amigo. Así estaremos juntos. Un ruego más; pídele al doctor Cristóbal que dé todas las órdenes del caso para que vuelen en el trabajo, de suerte que ustedes lo vean salir de las prensas con ustedes no le dejen, por FAVOR. Fui a ver a Israel Peña y le pregunté por César Vallejo: está corrigiendo pruebas el director de Cultura Universitaria120 y la revista saldrá después de unos quince días; pagarán después de unos veinte: total, cuando estés ya en viaje. Ahora bien, a quien debo mandar el giro o el cheque, a tu mamacita o a ti a España121? Decídelo y avísame en seguida. A lo mejor te entrego en La Guaira!, personalmente! Cosas de fakires… Hazme el gran favor de contestarme apenas hayas leído esta carta, mira que no te concedo mayor plazo, pues quiero que me digas cómo queda mi libro, en vísperas de abandonar tú la bella ciudad de Quito. Escríbeme aunque sea dos líneas. No te olvides. Te encarezco saludos para tu señora y tu bella Marisela.

César.

120

Parece que Dávila Andrade gestionó la publicación del ensayo “César Vallejo, poeta de América” de Galo René Pérez en Cultura Universitaria; he revisado del año 1952, los números 32 de julio-agosto; 33 de septiembre-octubre y 34 de noviembre-diciembre, y no consta. No puedo precisar si finalmente apareció el ensayo en esta publicación. 121 Pérez aprovechó este viaje para conocer París, retornó a Barcelona, luego asistió al encuentro de Bibliotecarios en Madrid y conoció algunas otras ciudades españolas, de algunas de estas visitas dejó testimonio en su libro de pequeño formato: Tornaviaje. Andanzas. Quito, Editorial Universitaria, 1958. 198 p.


A VLADIMIRO RIVAS ITURRALDE∗

1

Caracas, 19 de mayo de 1966∗.

Señor Vladimiro Rivas Iturralde Quito. Estimado amigo: Con la lectura de Ágora122 de noviembre del año 65123, Juan Liscano, el autor de las notas que se refieren a la revista de ustedes124, y yo, personalmente, estamos de acuerdo en el júbilo de señalar el grupo de ustedes como un equipo ejemplar de escritores y artistas libres. Juan dice claramente en sus líneas lo que siente. Yo, por mi parte, por tener en el Comité de Redacción de Ágora125, amigos personales, me alegro mucho más y me felicito especialmente. Esta carta se refiere a ello. Como usted verá pertenezco al Consejo de Redacción de Zona Franca126, y las cosas que llegan para nosotros desde el Ecuador, me entusiasman realmente, mucho más cuando vienen de escritores y poetas libres en América y en el mundo, como ustedes. Mi felicitación es general y total para los redactores de Ágora, en sus diversos trabajos, pero especialmente quiero saludar a usted por sus notas sobre Cine, al poeta César Dávila Torres127 a quien me liga amistad personal, y sobre todo, a Ernesto Albán128, otro gran

Vladimiro Rivas Iturralde (1944). Escritor, catedrático y ensayista ecuatoriano-mexicano radicado en México desde 1973. Obras: Desciframientos y complicidades (1991), Vivir del cuento (1993), El legado del tigre (1997), editor de la Antología poética de Jorge Carrera Andrade, (2000), para el Fondo de Cultura Económica de México. Además de varias valoraciones de la obra del poeta, le dedicó el volumen: César Dávila Andrade: el poema, pira del sacrificio (Quito, 2008). ∗ “Cuatro cartas de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 45-46. Quiero reconocer que para la elaboración de estas notas, relacionadas con las cartas a Rivas Iturralde y a Araujo Sánchez, me han sido de invaluable ayuda los 10 volúmenes del Diccionario bibliográfico ecuatoriano: Biblioteca Ecuatoriana “Aurelio Espinosa Pólit”. Dirigido por Julián G. Bravo Santillán, S. J. (Compilación y preparación: Wilson Vega y Vega. Quito, Biblioteca Ecuatoriana “Aurelio Espinosa Pólit”. 1989-2006). 122 Ágora. Revista literaria ecuatoriana, dirigida por Vladimiro Rivas Iturralde, no hemos logrado averiguar la fecha de aparición de su primer número, es probable que haya sido en 1964. 123 Corresponde a los números 3-4 de Ágora, de noviembre de 1965. 124 No hemos encontrado el texto de Juan Liscano sobre Ágora en Zona Franca. La colección que hemos revisado de la revista venezolana está incompleta. 125 El gerente de la revista Ágora fue Diego Araujo Sánchez y su Comité de Colaboración, que lo hemos tomado del número 8, estuvo conformado por: Ernesto Albán Gómez, Francisco Araujo Sánchez, Rubén Astudillo y Astudillo, Ramiro Dávila Grijalva, César Dávila Torres, Carlos [Eduardo] Jaramillo, Diego Oquendo Silva, Javier Ponce Cevallos, Patricio Quevedo Terán, Hernán Rodríguez Castelo, Bruno Sáenz Andrade, Filoteo Samaniego, Francisco Tobar García y Rodrigo Villacís Molina. 126 Zona Franca. Revista cultural venezolana fundada por Juan Liscano, se publicó en Caracas entre 1964 y 1983. Dávila Andrade formó parte de su equipo de redacción. 127 César Dávila Torres. (1932). Abogado, poeta y profesor ecuatoriano. Obras: Los hijos de la tierra (1955), La sangre gozosa (1957), Otra vez Eurídice (1962), Cuatro poemas terroristas (1963) y Ensayos


amigo mío, a quien le ruego saludar especialmente y felicitar por su “Orfeo”129. Como no tengo la dirección personal de los dos y dispongo sólo la de la Administración de Ágora, me dirijo a usted. Créame que estoy y me siento unido a esa gran alegría de escribir y crear de ustedes, en la mayor libertad. Le ruego aceptar esta colaboración para Ágora130, y decirles a César Dávila Torres y a Ernesto, que se sirvan escribirme a la dirección que apunto; de esa manera será fecundo el diálogo epistolar. Acepte, otra vez, mi felicitación personal. Muy atento,

César Dávila Andrade. Dirección C.D.A.-Urb. San Bernardino Av. “Cristóbal Mendoza” Edif. “Pompei”, nº. 7. Caracas – Venezuela.

2 Caracas, 26 de octubre de 1966∗. Señor don Vladimiro Rivas Iturralde Quito. Estimado amigo: Contesto emocionado su carta en la que tantas ideas y noticias se conjugan con una temperatura cordial y un entusiasmo ejemplar por las tareas del espíritu. Después de leerla, la pasé a Juan Liscano a fin de que se informara de las razones que le atañían. De este modo, el entendimiento de nuestra correspondencia y los diversos eslabonamientos de fechas y posibilidades de mutua atención, han quedado armonizados.

sobre derecho mercantil (1980). Al poeta le dedicó el ensayo “Imagen y permanencia de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 3-7. 128 Ernesto Albán Gómez (1937). Escritor y catedrático ecuatoriano. Fue Ministro de Educación y Cultura. Ha colaborado en las revistas Ateneo Ecuatoriano y Letras del Ecuador. Obras: Teatro [1963], Salamandras [1964], Cuentos (1966) y Pandora (1977). 129 Se trata del cuento “La mala suerte de Orfeo” de Ernesto Albán Gómez. Ágora. n. 3-4. Quito. nov. 1965. pp. 4-14. 130 César Dávila Andrade. “Conexiones de tierra”. Ágora. n. 5-6. sep. 1966. pp. 20-25. ∗ “Cuatro cartas de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 47-48.


Particularmente me ha causado enorme placer el gesto bravío y purificador del grupo de escritores y artistas que provocó la renovación de la Casa de la Cultura131. Informaciones como esa, reavivan para mucho tiempo la circulación de la sangre y revalidan el sentido de la justicia y del humor universales. Hace pocos días les escribí a Paco Araujo Sánchez y a Ernesto Albán Gómez, y les envié dos poemas para Niziah132, la bella revista de poesía que ellos inventan sin cesar sobre la angustia ecuatoriana. Si usted quiere reproducir alguno de los cuentos del libro que le envié y que a estas horas ya estará en su poder, puede hacerlo. Si se decide a reproducir en Ágora alguno de ellos, yo me atrevería a pedirle que el cuento elegido sea “Un centinela ve aparecer la vida”133. Pero, de todos modos, queda al criterio de usted la selección. A varios de los integrantes del Cuerpo de Colaboración de Ágora les estoy enviando un ejemplar de mi libro, y, con su perdón, van a la dirección “Reina Victoria” 274, que sospecho será su residencia particular. Tenga a bien disculparme.- Le felicito por el ensayo sobre las grandes novelas del mar. Es ejemplar en cultura y sensibilidad. Y todo el número muy bueno. El ascenso es agudamente perceptible; para mí, la amistad de ustedes y el conocimiento de la obra que realizan, constituye una de mis más seguras alegrías de este tiempo. Con inalterable amistad, César Dávila Andrade.

3 Caracas, 31 de marzo de 1967∗.

Querido y estimado Vladimiro: Su carta henchida de generosidad y de entusiasmo ante el triunfo de mi poema134 es, ni más ni menos, el documento de su grandeza espiritual y de una pureza de corazón 131

El movimiento “Revolución Cultural”, proclamado por escritores y artistas jóvenes, depuso de la dirección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana al licenciado Jaime Chávez Granja, y el 12 de noviembre de 1966, al reunirse la Junta General Plenaria de la Institución, nombró presidente a Benjamín Carrión. 132 No hemos podido determinar si aparecieron más poemas de Dávila Andrade en la revista, aparte del publicado anteriormente: “Paradero”. Niziah. n. 2. Quito. nov. 1963. p. 8. 133 “Un centinela ve aparecer la vida”, pertenece al libro de cuentos de Dávila Andrade Cabeza de gallo. Caracas, Editorial Arte, 1966. De lo que sabemos, Ágora no publicó ninguno de sus relatos, pero sí los poemas: “Conexiones de tierra”. n. 5-6. (sep. 1966. pp. 20-25); “Forma”, “Resolución” y “Rostro en la arena”. n. 7. (abr. 1967. pp. 7-9); “Poesía inédita”, que recoge los siguientes textos: “Presagio”, “Altura”, “Canción frente a un colegio”, “Espectro de la celda”, “Poema”: [La voluntad es de uno, inamovible], “Poema”: [Teresita / Eterna Teresita.], “Fábula de la vida breve”, “Poeta pequeñito”, “Días y sonido”, “Para Fanny, recordada”, “”Ríe de mí, ahora” y “Canción a Rita”. n. 8. (ene. 1968. pp. 8-22). ∗ “Cuatro cartas de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 50-51. 134 “Pacchioni creó el Teatro Popular Ecuatoriano gracias, a la reorganización implementada en la Casa de la Cultura, por la Asociación de Escritores y Artistas Jóvenes del Ecuador en el año de 1966. Una de las obras culminantes de este periodo fue la escenificación, en 1967, de Boletín y elegía de las mitas de César Dávila Andrade, en la que Pacchioni y sus alumnos lograron expresar la denuncia social del poema, a través de movimientos corporales de corte existencialista”. Susana Freire García. Tzantzismo: tierno e insolente. Quito, Libresa, 2008. p. 56. (Colección Fuera de Serie).


que, en estos días de la Tierra, se hace cada vez más difícil encontrar. Qué alegría produce constatar la existencia de seres como usted, sacudiéndose la aureola secreta, como un hermoso sombrero de plumas por el triunfo de un amigo! Le ruego, le encarezco ahondar, día a día, con plena conciencia, –como si fuera una ascesis– en esta virtud que se parece a un estallido en el fondo de un jardín. Le diré: estoy profundamente agradecido con la vida y le ruego –por esa buena fraternidad que adivino en usted– comparta conmigo este agradecimiento, pues siendo creador usted se beneficiará de una manera misteriosa, pero cierta, infalible. Junto a mi mujer he leído su carta varias veces y, créame, hemos tenido que refrenar nuestra efusión a duras penas. Ese poema en el que dormían mis indios (usted sabe que les amo) se despertaba de pronto y volvía a mí a través de sus palabras, y ellos me hacían signos de entendimiento y se alegraban de que yo, un día, les hubiera entendido la tristeza tremenda y el coraje que les impide ser borrados; todo eso, me entregaba su carta, en una tarde clara y radiante de Caracas! Le agradezco profundamente, Vladimiro. Después de leerlo, me dirigí a la dirección de Zona Franca; allí, no está Juan Liscano, por hoy (se encuentra en luna de miel, en México), pero Baica Dávalos135, el diagramador y Secretario de la revista, me pidió enseguida que le dijera a usted: “dile que escriba un artículo de unas tres cuartillas con ese gran estilo que pone al comentar cine, y que lo acompañe de unas dos o tres fotografías. Lo publicaremos en el próximo número de Zona Franca”. De modo que, esperamos el artículo a vuelta de correo136. Reiterándole mi amistad y mi gratitud, hasta la próxima. Afectísimo

César Dávila Andrade.

P. D.: Estoy enviando a su dirección un ejemplar de mis cuentos, para Paco Tobar García137. Discúlpeme que le obligue a estos servicios. Y muchas gracias.— Envíe el artículo a mi dirección, y yo lo llevaré a Zona Franca.— Vale.

135

Baica Dávalos (1919-1983). Seudónimo de un escritor, ensayista y traductor argentino, no hemos averiguado su nombre original. Radicado en Venezuela desde 1959. Perteneció al Consejo de Redacción de las revistas Zona Franca, Imagen y Revista Nacional de Cultura. Obras: Papeles de Abundo (1967), La piel de las víboras (1968), La mar en coche (1976) y Memoria de las tribus (1979). 136 Vladimiro Rivas. “La historia de Alfonso Vidal, anarquista”. Zona Franca. año 4. n. 48. Caracas. ago. 1967. p. 42. 137 Francisco Tobar García (1928-1997). Poeta, autor teatral y diplomático ecuatoriano. Destacó sobre todo como dramaturgo en verso y prosa. Obras. En poesía: Amargo (1951), Smara (1954) y Naufragio (1961); en teatro: El miedo (1954), Atados de pies y manos (1957), Alguien muere la víspera (1962) y Cuando el mar no exista (1967); además publicó la novela La corriente limpia (1977).


A FRANCISCO ARAUJO SÁNCHEZ∗

1 Caracas, 20 de octubre de 1966∗. Recordado Francisco: Saludos y recuerdos con mi mejor cordialidad para usted. Le ruego, al mismo tiempo, hacer partícipe de los mismos al gran Ernesto Albán, a quien recuerdo con fraternal afecto, esperando siempre cosas fabulosas de su aguda y singular penetración en el arte y la vida. Para usted querido Francisco, mis agradecimientos por su carta y por sus conceptos amistosos, llenos de generosidad. Recibí la Revista de ustedes. Es un éxito que me alegra y me enorgullece en cierto sentido, pues me siento espiritualmente al lado del entusiasmo que han puesto en estas gestiones, como al rescoldo de una hoguera en medio de la noche. Las anteriores remesas de la Revista, no me han llegado. Caracas, con sus dos millones de habitantes y su babélica estructura, es suficiente máquina para escamotear aunque sea un acorazado por día. ¿En qué esquina o embudo, o laberinto irían a dar esas páginas que vinieron para mí? Pero estoy agradecido de este quinto número138, y empiezo con él mi colección, felicitándoles por el esfuerzo que han realizado. Yo que conozco nuestro medio puedo valorar –y admirar– el coraje de ustedes por la belleza. Les envío dos poemas, que por ir con atraso, serán seguramente para el nº. 7 de Niziah. Acéptelos. Yo continúo trabajando mucho, es verdad; pero la mayor parte de esta labor es la de periodismo literario que me disgusta profundamente: la hago por necesidad, es “mi empleo”. Sin embargo yo sé hallar siempre, entre toda esa basura de papel, un resquicio para entrar diariamente en poesía, y en mis narraciones. Esto me salva. Me dice usted, Francisco, si querría “volver a editar” algo a través de las prensas de ustedes. Bueno; reeditar, no. Pero podría enviarles unos diez o quince poemas del libro –inédito y en preparación, titulado Materia real– del que ahora desgloso estos dos trabajos, y ustedes pudieran confeccionar con ello un cuadernillo139. ¿Qué le parece a ∗

Francisco Araujo Sánchez (1937). Licenciado en Ciencias Sociales ecuatoriano. Dirigió la revista Niziah. En 1962 apareció su poemario Notas para Elías y ha publicado algunos poemas y relatos en Letras del Ecuador, Ateneo Ecuatoriano y Ágora. ∗ “Cuatro cartas de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 48-50. 138 No hemos podido determinar la fecha de aparición del número 5 de Niziah. 139 César Dávila Andrade. Materia real. (Selección de textos de Pierre de Place, Juan Sánchez Peláez y Néstor Leal. Comentarios de Eugenio Montejo. Caracas, Monte Ávila Editores, 1970. 202 p). Esta antología que apareció póstumamente, además de recoger poemas de anteriores libros, agrupa otros 19 que conforman la obra que da título al volumen: “Meditación en el día del exilio”, “Tarea poética”, “Centinela”, “Lugares salvajes”, “Abundancia es la muerte del caballo”, “Esferoidal”, “Espongiario”, “El velo”, “Tierra pura”, “Composición”, “Persona”, “Abalorio salvaje”, “Profesión de fe”, “Campo de


usted Francisco? dígame algo respecto a esta posibilidad en la carta que espero de usted. Y si quiere, entremos en negociaciones, que ya sabe usted lo que soy con respecto a ellas, una verdadera fiera… pintada en la pared. Con la simpatía del buen recuerdo, me dice usted si continúo dibujando140. Y le contesto que aún garrapateo en torno de lo que escribo, como si un aura romántica de lo subconsciente tomara su parte en el margen del poema. Pero no permito ya que el garabato invada el campo del poema. Cada día, una exigencia nueva, me pide realizar mi propia conciencia en el trabajo poético. Es éste el nuevo signo de mis poemas, como lo verán ustedes, a partir de los trabajos que les adjunto. Lo puro emocional y la terriblemente filtrante flora subjetiva, debe ser eliminada poco a poco, por la alerta vigilancia de la conciencia sobre la obra, y sin embargo, el trabajador no debe dejarse tocar por el frío del cerebro, pues lo consciente no es helado nunca; sólo el cerebro, lo cerebral, pueden –creo yo– endurecer, helar las formas vivas. Pero, dejémonos de teorizar. No me queda sino saludar otra vez la aparición –en grupo– de esa gran fuerza de vida y poesía que significa la generación de Ágora141 y Niziah142, para mí, el verdadero movimiento de resurrección de la cultura en el Ecuador de hoy. Y sobre todo, con ustedes, el verdadero encuentro de la poesía nacional con la poesía del mundo, en un entroncamiento inteligente y lúcido de contemporaneidad. Con inalterable amistad y afecto.

César Dávila Andrade.

fuerza”, “En el pico del compás de bambú”, “Obras”, “Rey cotidiano”, “En el fondo de la mano” y “La quimera”. 140 Una muestra de sus dibujos se puede ver en este volumen. Los hemos tomado de la revista Ágora, nº 8 (1968) y del libro de G. h. Mata, Traición a la vida (1983). 141 De Ágora sabemos que se publicó un total de 8 números y corresponden, el nº. 1, [lo desconocemos]; el nº. 2, mayo de 1965; el nº. 3-4, noviembre de 1965; el nº. 5-6, septiembre de 1966; el nº. 7, abril de 1967 y el nº. 8, enero de 1968. 142 Niziah. Revista literaria ecuatoriana, dirigida por Francisco Araujo Sánchez y Ernesto Albán Gómez, cuyo primer número apareció en noviembre de 1963; el nº. 2, de [lo desconocemos]; nº. 3, de agosto de 1964, el nº. 4, de mayo de 1966 y el nº. 5 que, de acuerdo a esta carta, recibió Dávila cuya fecha de aparición no podemos precisar. Desconocemos si salieron más números, aunque César registra: “Les envío dos poemas, que por ir con atraso, serán seguramente para el nº. 7 de Niziah”.


Historial de este ‘Cuaderno’ y epistolario de Dávila Andrade La carta, conversación con un ausente, constituye un acontecimiento capital de la soledad. La verdad sobre un autor debe buscarse en su correspondencia y no en su obra. La obra es con frecuencia una máscara. E. M. Ciorán. La mañana del 29 de septiembre del pasado año, en el sector de Bellavista, (en Quito), me reuní con alguien muy entrañable; entre otras cosas, hablamos de los Cuadernos “A Pie de Página” y me instó que dedicase uno de ellos a Dávila Andrade. No debió insistir demasiado, acepté la propuesta. Por aquellos días, el doctor Jorge Salvador Lara dedicó un editorial de El Comercio a mis cuadernos; me entrevisté con él para agradecérselo y le comenté que el número 5 sería sobre el autor de “A la bella distante”, me ofreció su colaboración comprometiéndose a facilitarme algunos documentos de su propiedad relacionados con el tema; meses después cumplió su palabra y generosamente, a través de una hija suya, me hizo llegar lo prometido, como se puede constatar con la lectura de este volumen. Para referirme al primer acercamiento a las cartas de Dávila Andrade, debo remontarme al año 1991, cuando me hice cargo de la biblioteca y archivo personal de Benjamín Carrión; para el efecto conformé un equipo profesional para su ordenamiento, clasificación, inventario y avalúo; en el archivo identificamos entre varias miles de cartas, de varios centenares de corresponsales, algunas del autor de Espacio, me has vencido. Cuando tres años después me embarqué en la lectura puntual de las cuatro mil cartas que forman el archivo de Carrión, para elaborar el primer volumen de su correspondencia: Cartas a Benjamín (1995), seleccioné cuatro del poeta que destacaron por ciertos detalles que alumbraron un poco lo escasamente conocido de su vida y proceso creador. Muchos años después, en el 2010, mientras trabajaba en la segunda parte de mi volumen –A media correspondencia. Cartas entre Alfonso Reyes y Gonzalo Zaldumbide 1923-1957, que abarca cartas de Alfonso Reyes a ecuatorianos o artículos y estudios de éstos sobre el gran ensayista azteca–, mi gran amigo Luis Rivadeneira me comentó que había aparecido un libro de correspondencia de Galo René Pérez, que incluía una misiva del escritor mexicano; inmediatamente me hizo llegar un ejemplar, al leerlo me llevé la sorpresa de que recogía 10 cartas de Dávila Andrade entre varios otros corresponsales. En ellas, Dávila confidencialmente, les avisa a sus destinatarios del proceso de su obra, sea poética o narrativa: Catedral salvaje, Abandonados en la tierra, “Las nubes y las sombras”, Trece relatos, “La corteza embrujada” y, además, sus legítimas preocupaciones, dudas y recelos sobre su publicación, control de edición, etc., el hastío que le produce el tener que escribir artículos y reseñas de libros. Y en el ámbito creador, la seguridad que va adquiriendo en el quehacer poético; gestación, evolución y avance


del poema; a través de estas cartas podemos verlo en aquel proceso doloroso, no patético. Confiesa a su amigo los avatares de su existencia, los aspectos domésticos, la vida conyugal, el apoyo y comprensión de su pareja, etc. Dávila afirma en una de sus cartas que va a escribir a Raúl Andrade; y en otra, que espera contestación de Jorge Carrera Andrade; enviadas a éste existen dos cartas – que se conservan en la State University of New York at Stony Brook–, la primera, desde Caracas del 1 de diciembre de 1950 y la segunda, desde Mérida del 28 de junio de 1961; aún no hemos accedido a ellas; otro testimonio es el relacionado con las dos cartas a G. h. Mata que el propio destinatario confesó haberlas extraviado irremisiblemente. Colaborador permanente de El Nacional y de la Revista Nacional de Cultura de Caracas, supongo que Dávila habrá tenido trato con Mariano Picón Salas, sería interesante averiguar si existe algún testimonio de la relación entre estos escritores. A la par de interesantes, estas misivas, son a la vez un homenaje a la amistad, aquí el poeta exclama que ha escrito dos docenas de cartas y nadie le responde salvo Galo René Pérez, sin dejar de reconocer que ese hábito de no escribirlas también era su costumbre, lo que da más mérito a su interlocutor, por excepción. La satisfacción que transmite en una misiva a Rivas Iturralde ante la noticia de la acogida a la puesta en escena de su Boletín y elegía de las mitas; éstas de los años 60 dan también la medida de la generosidad del poeta al establecer contacto y estar pendiente de la obra de los jóvenes, les lee y estimula en su creación; también les envía asiduamente colaboraciones propias a sus revistas Ágora y Niziah, y a la vez les contacta con sus similares en Venezuela. Intenta establecer correspondencia con César Dávila Torres, Ernesto Albán Gómez y Paco Tobar, entre otros. En su libro de memorias, Galo René Pérez comenta que, a su paso por Quito en 1948, el poeta español León Felipe estableció relación con Dávila Andrade y con él, y que recomendaba al autor de Oda al arquitecto que saliera del país, que sería en beneficio de su obra y que le gustaría mantener contacto epistolar –desconocemos si existe correspondencia entre ellos o algún escrito acerca de sus mutuas producciones literarias–; páginas después, hablando de su vida en los Estados Unidos en los años 60, Pérez relata que compartió la lectura de la obra de Dávila con su colega Jorge Guillén (quien aparte de poeta fue profesor universitario), menciona que sigue en contacto con su amigo y está al tanto de sus avatares “a través de sus cartas más recientes” hasta enterarse de su nefasto final; es decir, las cartas a Pérez que recogemos en este volumen –que abarca sólo el bienio (1951-1952)– es tan sólo una parte, seguramente los herederos del autor de Tornaviaje conservan el resto. Debo confesar que, de los autores a quienes hasta ahora he dedicado estos cuadernos, Dávila Andrade es a quien ‘menos tiempo’ he consagrado. Aunque algunas de sus cartas a Carrión, como mencioné antes, ya las publiqué hace casi dos décadas, no es un personaje al cual haya estudiado a lo largo de los años, razón que me ha obligado a dedicarle estos intensos últimos diez meses; grata experiencia que me ha permitido descubrir facetas de un escritor al cual, aunque admiraba, conocía escasamente. Quito (La Ronda), en la brumosa tarde del 6 de agosto de 2012. Gustavo Salazar Calle.


BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

Adoum, Jorge Enrique. “Abandonados en la tierra”. Letras del Ecuador. año 8. n. 80. Quito. oct.-nov. 1952. p. 14. Adoum, Jorge Enrique. “César Dávila Andrade, el Fakir”. Quito y sus célebres personajes populares: Parias, perdedores y otros antihéroes. Edgar Freire Rubio y Manuel Espinosa Apolo (Compiladores). Quito, Trama, 2005. pp. 183-186. Adoum, Jorge Enrique. “Un poema sobre la tierra: Catedral salvaje”. Letras del Ecuador. año 6. n. 73-74. Quito. nov.-dic. 1951. Anderson Imbert, Enrique. “[César Dávila Andrade”]. Historia de la literatura hispanoamericana. II. Época contemporánea. 5ª ed., 3ª reimp. México, Fondo de Cultura Económica, 1995. pp. 311-312. (Breviarios; 156). Araujo Sánchez, Diego. “César Dávila Andrade: el dolor más antiguo de la tierra”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 23-44. Baeza Flores, Alberto. Zona Franca. Revista de Literatura e Ideas. año 4. n. 57. may. 1968. pp. 30-32. Carrión, Alejandro. “César Dávila Andrade”. Diccionario de la literatura latinoamericana. Ecuador. Washington D. C., Unión Panamericana, 1962. pp. 112-115. Carrión, Benjamín. El nuevo relato ecuatoriano. 2 tomos. Crítica y Antología. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1950-1951. Carvajal, Iván. “El pez sólo puede salvarse en el relámpago”. A la zaga del animal imposible. Lecturas de la poesía ecuatoriana del siglo XX de Iván Carvajal, Quito, Centro Cultural Benjamín Carrión / Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, 2005. pp. 175-193. (Estudios Literarios y Culturales; 1). Dávalos, Baica. “En recuerdo de una fecha”. Zona Franca. Revista de Literatura e Ideas. año 4. n. 57. may. 1968. p. 18. Dávila Andrade, César. “Cuatro cartas de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 45-51. Dávila Andrade, César. Obras completas II. Relatos y ensayos. Presentación de Jorge Dávila Vázquez, Cuenca, Pontificia Universidad Católica del Ecuador / Banco Central del Ecuador, 1984. 567 p. Dávila Andrade, César. Poesía, narrativa y ensayo. Selección, prólogo y cronología Jorge Dávila Vázquez. Bibliografía J. D. V. y Rafael Ángel Rivas. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1993. 350 p. (Biblioteca Ayacucho; 191). Dávila Andrade, César. Obra poética, Prólogo de Jorge Dávila Vázquez, Epílogo de César Eduardo Carrión, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2007. 358 p. (Memoria de Vida; 8). Dávila Torres, César. “Imagen y permanencia de César Dávila Andrade”. Ágora. n. 8. Quito. ene. 1968. pp. 3-7.


Dávila Vázquez, Jorge. César Dávila Andrade, combate poético y suicidio. Cuenca, Universidad de Cuenca, 1998. 348 p. Diccionario bibliográfico ecuatoriano: Biblioteca Ecuatoriana “Aurelio Espinosa Pólit”. Dirigido por Julián G. Bravo Santillán, S. J. Compilación y preparación: Wilson Vega y Vega. Quito, Biblioteca Ecuatoriana “Aurelio Espinosa Pólit”, 1989-2006. 10 volúmenes. Latino, Simón. “César Dávila Andrade”. Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea. 3ª. ed. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 1959. p. 38. (Colección Poetas de Ayer y de Hoy. Cuadernillos de Poesía; 24). Liscano, Juan. “César Dávila Andrade. Catedral salvaje”. Revista Nacional de Cultura. n. 89. Caracas. nov.-dic. 1951. pp. 254-255. Mata, Gonzalo humberto. Traición a la vida. 2ª. ed. Guayaquil, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1983. pp. 7-93. Ojeda, J. Enrique. “La ‘vocación de infinito y absoluto’ de César Dávila Andrade”. En pos del minero de la noche de J. Enrique Ojeda. Compilación de Juan Carlos Grijalva. Quito. Paradiso Editores, 2010. pp. 215-226. (El Curso Délfico; 8). Pérez, Galo René. Agua que se va por el río. Vida autocontemplada. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2007. 284 p. Pérez, Galo René. “César Dávila Andrade”. Prosa escogida. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1978. pp. 573-580. Pérez, Galo René. Epistolario. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2008. [10 cartas de César Dávila Andrade, pp. 204-249. Incluye facsímiles]. Ribadeneira, Edmundo. “La enfermedad y la muerte”. La moderna novela ecuatoriana. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958. pp. 220-223. Rivas Iturralde, Vladimiro. César Dávila Andrade. El poema, pira del sacrificio, Quito, Paradiso Editores, 2008. 146 p. (El Curso Délfico; 7). Rodríguez Castelo, Hernán. “César Dávila Andrade (1918-1967)”. Los de ‘Élan’ y una voz grande. Guayaquil – Quito, Publicaciones Educativas ‘Ariel’, [1974]. pp. 161-171. (Clásicos Ariel; 90). Salazar, Gustavo (editor). Benjamín Carrión: Correspondencia I, Cartas a Benjamín. Prólogo de Jorge Enrique Adoum. Quito, Distrito Metropolitano / Centro Cultural Benjamín Carrión, 1995. [4 cartas de Dávila Andrade, pp. 231-237]. Salvador Lara, Jorge. “Los originales del Boletín y elegía de las mitas”. Letras del Ecuador. año 22. n. 133. Quito, oct. 1967. pp. 12-13. Samaniego, Filoteo. “La soledad planetaria de César Dávila Andrade”. Cabos sueltos. Quito, Ediciones del Banco Central del Ecuador, 1998. pp. 129-132. (Biblioteca de la revista Cultura; 18). Sucre, Guillermo. [“César Dávila Andrade”]. La máscara. La transparencia. 2ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1985. pp. 274-276. (Tierra Firme).


INDICE

Dedicatoria 1. Nota autógrafa de Dávila Andrade a Jorge Salvador Lara

4

Liminar

5

Agradecimientos

8

ALGUNOS TEXTOS DE CÉSAR DÁVILA ANDRADE “Carta al poeta Carrera Andrade” “Benjamín Carrión. El nuevo relato ecuatoriano” “Presencia de Benjamín Carrión” “Franz Kafka, o la metamorfosis de la profecía” “La gran hora de nuestra literatura”

9 11 13 15 17

2. Dibujo de Dávila Andrade

18

“Las resurrecciones del maestro”

19

3. Dibujo de Dávila Andrade

20

“Yorgos Seferis”

21

ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LA OBRA DE DÁVILA ANDRADE

“César Dávila Andrade” “Catedral salvaje” “César Dávila Andrade” “Los originales del Boletín y elegía de las mitas”

Benjamín Carrión Juan Liscano Enrique Anderson Imbert Jorge Salvador Lara

4. Nota autógrafa de Dávila Andrade a Teresa Crespo de Salvador “Cerrado en su domingo de ceniza” “César Dávila Andrade” “César Dávila Andrade, el Fakir”

Alberto Baeza Flores Guillermo Sucre Jorge Enrique Adoum

22 23 25 26 31 32 36 38

VARIAS CARTAS A BENJAMÍN CARRIÓN Carta 1 Carta 2

Caracas, 30 de diciembre de 1950 Caracas, 24 de abril de 1951

41 43


Carta 3 Carta 4 Carta 5 Carta 6 Carta 7

Caracas, 16 de noviembre de 1951 [Caracas, enero de 1952] [Caracas, 11 de marzo de 1952] [Caracas, 18 de marzo de 1952] Caracas, 1 de junio de 1952

45 47 48 49 50

Caracas, 16 de julio de 1951 Caracas, 17 de agosto de 1951 Caracas, 18 de octubre de 1951 Caracas, 14 de noviembre de 1951 Caracas, 28 de diciembre de 1951 Caracas, 10 de febrero de 1952 Caracas, 11 de marzo de 1952 Caracas, 10 de abril de 1952 Caracas, 16 de julio de 1952 Caracas, 12 de agosto de 1952

51 54 57 60 63 65 67 69 71 73

A GALO RENÉ PÉREZ Carta 1 Carta 2 Carta 3 Carta 4 Carta 5 Carta 6 Carta 7 Carta 8 Carta 9 Carta 10

A VLADIMIRO RIVAS ITURRALDE Carta 1 Carta 2 Carta 3

Caracas, 19 de mayo de 1966 Caracas, 26 de octubre de 1966 Caracas, 31 de marzo de 1967

75 76 77

A FRANCISCO ARAUJO SÁNCHEZ Carta 1

Caracas, 20 de octubre de 1966

Historial de este ‘Cuaderno’ y epistolario de Dávila Andrade Bibliografía utilizada

79 81 83



Este libro se se acabó de imprimir, en edición perersonal, el nueve nueve de septiembre del año dos mil doce. Al cumplirse dos décadas de la muerte de mi padre y once años, años, ocho meses y diez días de mi estadía estadía en esta Villa y Corte


GUSTAVO SALAZAR EL EDITOR

Foto: Davina Pazos.

Bibliotecario, bibliógrafo e investigador literario ecuatoriano (Quito, 1966). Estuvo a cargo de la Biblioteca del Convento de Santo Domingo de Quito (1989-1990) con el auspicio del Convenio binacional Ecuador-Bélgica; entre 1991 y 1994 estuvo a cargo o colaboró con la Biblioteca y Archivo personal de Benjamín Carrión; trabajó en la Biblioteca del Convento de La Merced de Quito (1994-1998), proyecto financiado por la Fundación Paul Getty; ha sido profesor de Literatura clásica y española de Educación Media e impartido clases de biblioteconomía en la Universidad Técnica del Norte, en Ibarra (Ecuador). Ha dirigido dos talleres de lectura de Forum Intercultural, dedicados a Huasipungo de Jorge Icaza y Vida del ahorcado de Pablo Palacio los años 2005 y 2009 respectivamente, auspiciados por el Ministerio de Cultura de España y la Asociación Rumiñahui en Madrid. Desde el año 2002 es funcionario, a cargo del Archivo, del Consulado General del Ecuador en Madrid. Tiene para publicar: Mirando a España y otras crónicas y ensayos (1913-1936), de César E. Arroyo; Correspondencia española, de César E. Arroyo; A media correspondencia. Cartas entre Alfonso Reyes y Gonzalo Zaldumbide 1923-1957; Un episodio amoroso: Cartas entre Teresa de la Parra y Gonzalo Zaldumbide (1924-1936); Gabriela Mistral. Epistolario ecuatoriano: cartas de Gabriela Mistral a Gonzalo Zaldumbide, César E. Arroyo, Benjamín Carrión, Jorge Carrera Andrade, Augusto Arias y Adelaida Velasco Galdós (1919-1956); José Vasconcelos. Cartas a César E. Arroyo (1925-1934) y La revista madrileña Cervantes (1916-1920). Desde 1989 trabaja en La historia del libro en el Ecuador, a partir del año próximo publicará alcances de dicho estudio. Ha publicado: Correspondencia I: Cartas a Benjamín, selección y notas de Gustavo Salazar, prólogo de Jorge Enrique Adoum, (Quito, 1995); Benjamín Carrión: un rastreo bibliográfico. (Quito, 1998); La suave patria y otros textos, de Benjamín Carrión, selección y notas de Gustavo Salazar, (Quito, 1998); La patria en tono menor, ensayos escogidos, de Benjamín Carrión, prólogo, selección y edición de Gustavo Salazar (México, 2001); Gonzalo Zaldumbide, Cartas 1933-1934. Edición, prólogo y notas de Efraín Villacís y Gustavo Salazar. (Quito, 2000); La voz cordial, correspondencia entre César E. Arroyo y Benjamín Carrión (1926-1932) (Quito, 2007) y de la serie Cuadernos “A pie de página”, el nº 1 dedicado a Pablo Palacio (Madrid, 2008), el nº 2 sobre César E. Arroyo (Madrid, 2009), el nº 3 consagrado a Gonzalo Zaldumbide (Madrid, 2010) y el nº 4 dedicado a Benjamín Carrión (Madrid, 2011). Colaboró en la edición de las Obras completas de Pablo Palacio preparada por la Universidad Alfredo Pérez Guerrero y la C.N.P.C.C. del Ecuador, (Quito, 2006) y en los volúmenes monográficos preparados por: los editores del Boletín RAMÓN. Estudios sobre Ramón Gómez de la Serna. I Jornadas Internacionales Ramón Gómez de la Serna, (Madrid, 2010); el Museo de la Ciudad. Ecuador y México. Vínculo histórico e intercultural (1820-1970), (Quito, 2010) y la Universidad de Salamanca. Hispanoamericanos en España, (Salamanca, en prensa).


Imp. Personal

CUADERNOS “A PIE DE PAGINA” Nº. 5


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