Volumen 7

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La escapada de Coppolillo pergeñado por los Mola, Franco y demás, y la posterior guerra civil, a la dificultad intrínseca que para traspasar la frontera con Francia suponía el relieve físico pirenaico, se sumó la instalación de los llamados “nidos de ametralladora” en las carreteras que discurrían hacia esa muga. Nuestras fronteras quedaron cerradas y nadie podía salir del país salvo para casos muy concretos y con un permiso especial. Sin embargo fueron numerosas las personas que burlaron la vigilancia gracias a que otras se dedicaron al negocio de guiar a los y las fugitivas. Bien a través de los propios Pirineos, bien a través de embarcaciones que salían desde la costa guipuzcoana hacia Iparralde. Situaciones de riesgo, en definitiva, muy similares a las del muro berlinés. Y entre esas personas fugitivas, cómo no, también había ciclistas. En un régimen tan orgulloso, tan altanero y tan represor como fue el franquista, cuesta entender el caso del valenciano José Pérez Llácer. Este ciclista logró traspasar ilegalmente la frontera pirenaica caminando por la noche y con la bicicleta al hombro. Se enroló en equipos franceses (y hasta belgas) como el Alcyon-Dunlop y el Terrot. Pero cuando las autoridades españolas abrieron la mano, Pérez Llácer regresó a España y corrió con el U.C.Tarrasa. Ahora viene lo más increíble de su caso. Durante los años 1.952 y 1.954, compatibilizó su estancia en el equipo Terrot con la defensa de los colores de la selección española en el Tour de Francia, pese a su “traición” de abandonar el país. Pero es que además, militó en 1.957 en aquel equipo denominado “Guardia de Franco”. Hemos dejado para el final el que hemos considerado el caso más divertido. El también valenciano Tomás Calvo no debía ser un ciclista al uso. Sin embargo tuvo conocimiento de que una etapa de una edición de la actual Volta a Catalunya iba a finalizar en Perpignan, cruzando

por tanto la frontera en plena competición, y con ella abierta al paso de los ciclistas. Tomás, que no debía, insistimos, ser un ciclista reconocido, se las apañó para que la Volta lo aceptara como participante. Entrenó con el sólo objetivo de no entrar fuera de control en ninguna de las etapas previas a la de Perpignan. A duras penas logró su objetivo y por fin cruzó la frontera. Ya en Perpignan, burló la discreta vigilancia policial a la que estaban sometidos los componentes de la caravana deportiva y montó en un tren con destino a París. Sin comprar siquiera billete, porque no le llegaba para ello.Ya le daba igual. Había saltado el muro.


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