El EScalon 33 - Luis Zueco

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35 Margot —Me gustaría ir con vosotros –dijo en un tono claramente persuasivo Antonio Palacín. —No esperaba menos de ti –afirmó Álex–, por supuesto que… —Antonio, no estoy segura de que sea una buena idea –apuntó Silvia ante la cara de sorpresa de Álex–: puede ser peligroso. Tenemos la sensación, mejor dicho, estamos seguros de que nos están siguiendo. —Razón de más para que aceptéis mi ayuda... –Antonio hacía todo lo posible por convencer a sus huéspedes de lo conveniente de contar con él–. Si esto tiene que ver con las marcas de cantero nadie mejor que yo os podrá ayudar. —Tiene razón, Silvia –comentó Álex. —Le agradecemos enormemente su ayuda, pero es más seguro que no involucremos a nadie más –continuó su compañera. Álex se sorprendió con la firmeza de sus palabras. —Os puedo ser de gran ayuda... –su rostro pedía, casi suplicaba, una respuesta afirmativa–, por favor, Álex. No sabía qué contestar, sentía la mirada de Antonio pidiéndole una oportunidad, y le costaba mucho negársela. —La verdad es que… —Le mantendremos informado y le llamaremos si le necesitamos, se lo prometo –interrumpió Silvia sin dejar a Álex terminar–, pero ahora debemos irnos. El manuscrito lo encontré yo, y no quiero involucrar a nadie más. No me lo perdonaría, ¿entiende? —Silvia, ¿podemos hablar un momento? –le rogó Álex cogiéndola por el brazo y llevándola hacia el fondo de la habitación. —No voy a cambiar de opinión. —Pero, Silvia, nos puede ser de gran ayuda. —¿Por qué no dejaste venir a Santos? —¿Cómo? –dijo sorprendido Álex–: Santos no podía ayudarnos, pero Antonio es un experto, uno de los mejores. El móvil de Silvia sonó de nuevo. Varias veces. —¿No vas a cogerlo? –preguntó Álex. —No, me da igual quién me llame –dijo furiosa.


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