Inma Sharii - EN MIS OJOS TE VERAS

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En mis ojos te verรกs

IMMA SAHRII

INMA SHARI En mis ojos te verรกs.

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Para Carlos, la persona más generosa que jamás he conocido…

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1 El cambio

Mira sus ojos casi sin parpadear. Piensa que son los más hermosos que ha visto jamás, del azul más intenso. Bebe, se sacia, de la profunda paz que le transmiten. Algo extraño y frío tira de sus piernas, pero él no cesa de mirarla. —Te pierdo de nuevo, Jack —le decía la hermosa mujer, acariciándole las mejillas. De repente un fuerte dolor nace en sus piernas. Mira hacia el suelo: unos pequeños demonios de largas uñas escalan por ellas, y mientras ascienden se clavan con fuerza en su carne. Un grito ahogado sale de su garganta mientras los seres de rostros malévolos van abriéndose camino hacía su pecho con ansias y hambre. —Aún puedes salvarte —susurraba la bella mujer cada vez más lejos. Las rojizas criaturas de la oscuridad comienzan a introducirse por su cuerpo paralizándolo del dolor. —¡No me dejes! —gritaba. —No estás solo, nunca lo has estado —pronunció la mujer de cabellos dorados, desvaneciéndose ante sus ojos como humo. Los demonios se habían apoderado de él, perforando la carne, deformándole el cuerpo hasta desgarrarlo. —¡Mamá! —gritó. Sobresaltado se despierta de la pesadilla todavía con una desagradable sensación de dolor en las piernas. Otra vez ese maldito sueño, pensó. El corazón palpitaba angustiado en su pecho. Con el cabello despeinado y la

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frente sudorosa seguía sintiendo el abrazo de ella mientras se incorporaba de la cama apoyando la nuca en el mullido cabecero. Movió con lentitud los ojos y enfocó la visión, todavía borrosa, en el reloj del televisor; marcaban las cinco horas y cinco minutos. —¿Estás bien, Jack? —preguntó la somnolienta voz de una mujer. El gangoso sonido de aquella voz, borró de un plumazo los rastros de energía que había traído de la ensoñación. Giró el rostro hacia ella y la miró como si le sorprendiera que estuviera allí haciéndole aquella pregunta. —Te dije que no te quedaras a dormir —refunfuñó Jack mirando con desprecio a la hermosa joven de oscuros ojos que yacía a su lado. En la habitación olía a alcohol, a sudor y a sexo. La joven se frotaba la mandíbula con insistencia. —¿Eres imbécil? —le preguntó —Si querías que me marchara solo tenías que habérmelo dicho. ¿Por qué me has golpeado? —Yo no te he pegado. He tenido una pesadilla. Si no te gusta ya sabes dónde está la puerta. La joven lo miró desconcertada. —Me suplicaste que me quedara, aunque después de cuatro güisquis y dos rayas, supongo que ya no te acuerdas. La mujer giró su cuerpo y se acomodó para volver a dormirse. Soltó un suspiro. Le había molestado que ya no recordara la noche que habían pasado juntos. Jack se levantó de un salto completamente desnudo, tirando la manta al suelo, dejándola destapada. Se acercó al mini bar que tenía en el dormitorio y se sirvió una copa de ginebra acompañada de un pulso tembloroso mientras ella lo miraba atónita desde la cama. La joven de largas piernas comenzó a vestirse lentamente, las lágrimas

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comenzaron a rodar por sus pálidas mejillas. Sabía que iba a suceder, ya no podía engañarse. Las últimas veces que había quedado con Jack había tenido que insistir demasiado. Lo reconocía y eso la llenaba de tristeza. Aquella noche, se había auto invitado a la fiesta solo para verlo. Después de soportar como besaba a otras, tuvo la paciencia de esperar hasta bien entrada la noche para seducirlo, aunque había tenido que utilizar de nuevo las drogas. Sabía a lo que se atenía cuando lo conoció, le habían avisado pero ella se sentía distinta, más fuerte y más bella que las demás. Hasta ese mismo instante en el que lo miraba, desnudo, de espaldas a ella, distante, escurridizo, impenetrable. Hipnotizado mirando por la ventana las luces de la ciudad. En pie con los zapatos de tacón en las manos se dirigió hacia él. —¿Ya te has cansado de mí? —le preguntó con la voz quebrada. Jack la miró de soslayo y dibujó una sonrisa cínica con sus labios. —Me cansé de ti la primera noche que te abriste de piernas. Las palabras, como dardos envenenados, se clavaron en el corazón de la joven mujer. Sus ojos comenzaron a desprender ira, y la rabia, a tensar su mandíbula. Las piernas empezaron a temblarle como juncos sin poder remediarlo, sin poder sostener ni tan siquiera la delgadez de su cuerpo. —¡¿Pero quién te has creído que eres?! No mereces que ninguna mujer te ame de verdad. ¡Eres un monstruo! —logró decir—. Ojalá que todas las mujeres que se acerquen a ti sea por tu dinero. Tendrás lo que te mereces. ¡Maldito seas! —gritó tirando de un manotazo un jarrón con rosas blancas que adornaba una mesa de cristal. La joven se giró en dirección a la puerta del dormitorio dispuesta a salir cuando Jack que se había mostrado impasible ante su ataque de ira le dijo: —Marisa, te dejas esto —mostraba balanceando entre su dedo índice un tanga color rojo vino.

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La joven lo miró con desprecio a la vez que negaba con su rostro en un gesto desaprobatorio. —Soy Lisa…Lisa Lorenzo ¡Maldito cabrón! Lisa salió de su apartamento dando un portazo. Todos los cristales del lujoso ático retumbaron, pero ni un ápice de su gesto mostró reacción. Siguió bebiendo de su copa, mirando por la ventana, el ir y venir de algún automóvil, o el fulgor de alguna farola de alguna calle del barrio de Sarriá. Todavía con el sueño entre sus dedos, todavía con los ojos de su madre. Por unos segundos sintió su mirada de nuevo en el reflejo del cristal. Fue solo un instante, luego desapareció. Jack se apartó asustado de la ventana y musitó: —¿Qué me está pasando?

Seis meses después…

Jack dejó el auricular del teléfono con brusquedad sobre la consola. Resopló, se frotó la frente y pasados unos segundos volvió a marcar una de las teclas. —Ponme con la notaría. ¿Cómo que ya se ha ido? ¿No te he dicho que me lo pasaras antes? ¿Es que hablo para las paredes? Me da igual que esté de vacaciones, lo llamas y me lo pasas ahora. Jack volvió a colgar el auricular con el mismo gesto de desprecio mientras un hombre de fino pelo oscuro lo miraba con reserva. —¿Es que está todo el mundo subnormal? Tú me entiendes cuando hablo ¿verdad? —le preguntó al hombre que se sentaba frente a él— Esta mujer me pone de los nervios, es la cuarta secretaria que despido este año. Porque a este paso la voy a despedir. —Si la despides vendrá otra peor.

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Jack suspiró, luego miró al hombre y rió. —Sí, es verdad, tienes razón, a cuál de las que contrato más inútil. Oye por cierto… Manel, todavía no me has dicho si vendrás a la fiesta de esta noche en mi casa de Sitges. Manel pensó por unos segundos antes de contestar, se había acostumbrado a ello, a medir las palabras y pronunciar solo las necesarias. Llevaba trabajando cuatro años como abogado para la constructora Camps-Villeroy, propiedad de Jack. Durante ese tiempo había conseguido crear una cierta amistad con su jefe. Aunque había intentado mantenerse al margen de la vida privada de Jack, los constantes viajes, cenas y eventos le habían introducido sin querer en su círculo de amigos. Pero seguía sin sentirse realmente a gusto. Algo le hacía mantenerse en la retaguardia cuando se trataba de él. Quizá el hecho de que venía de familia humilde y las extravagancias de Jack le sobrepasaban. Aunque también le atraía poderosamente, su mundo de lujo, glamour y poder. Una parte de él quería sentirse Jack por un día pero su sensatez le devolvía a la realidad. Manel se levantó y miró por la ventana hacía una atascada avenida Diagonal mientras se rascaba la cabeza de escaso pelo. Hacía años que ya lucía una pronunciada alopecia en la coronilla. Los nervios y el estrés, le decía su peluquero. —Paso, creo que mi mujer sospecha algo, la fiesta de tu veintiocho aniversario dio que hablar por toda la ciudad, Barcelona no es tan grande como aparenta, al final todo el mundo se conoce. Manel miró de reojo a su jefe, temía sus iracundas reacciones, siempre conseguía humillarlo y hacerle sentir como si fuera un pelele. Había ido a demasiadas fiestas, había traspasado demasiados límites. Aquella vida no era para él, era irreal, no le pertenecía. Jack se giró hacia él y le lanzó una burlona sonrisa: —¿Acaso tienes miedo de que se desate de nuevo tu perversión? —le dijo, como si hubiera podido leer en su

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mente. Manel sintió una punzada en el estómago. El recuerdo elevó las pulsaciones de su corazón; su mente viajó de nuevo al yate de lujo, en alta mar, durante la celebración del cumpleaños de un famoso empresario. Allí participó de la orgía, de las prostitutas, de la droga y del alcohol. Se metió en un trío, aunque mantuvo relaciones también con otro hombre. No supo lo que hacía, se repetía a sí mismo cada vez que lo recordaba. ¿Y si fuera cierto? Pensó. Pero se resignó a no contestarle como él hubiera querido, diciéndole que era un loco y un amargado, que ni todo el dinero del mundo, ni todas las mujeres de catálogo le daban ni un gramo de felicidad. Él sabía que eso le dolería y calló. —¿Vienes o no? No tengo todo el día —gritó removiendo los papeles que se superponían sobre la mesa— ¡¿Qué demonios tenía que firmar?! —gritó. Manel soltó un largo suspiro mientras le pasaba con paciencia cada una de las páginas de un contrato de compra que tenía que rubricar. —No puedo ir —se atrevió a decir. —Mi familia… no sé qué haría si se llegaran a enterar de lo que allí pasa. Jack le deslizó los documentos de mala gana. Ni siquiera levantó la vista para contestarle. —Perdona que te lo diga, amigo, pero eres un calzonazos, para ser abogado no tienes sangre en las venas. No sé, quizás me replantee la elección de otra persona para este puesto. Manel tragó saliva pero se le atascó en la garganta creándole una leve carraspera. Salió del despacho dando un leve portazo sin pronunciar palabra. Hubiera querido reaccionar como lo hacía en su imaginación, como cuando le hablaba a su esposa de que lo iba a poner en su lugar, pero eso nunca sucedía.

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Sitges. Costa de Barcelona.

Jack había salido unas horas antes de la oficina en dirección a la casa de la costa para descansar, como hacía por costumbre cada vez que tenía una fiesta. La casa, estaba edificada sobre un acantilado con vistas al mar. En una zona que más tarde fue declarada parque natural. Como ya no se podía construir, disfrutaba de una total intimidad, sin vecinos, ni carreteras ruidosas, solo rodeada de pinos negros, matorrales y plantas aromáticas. Can Bella, así llamaron a la casa, estaba pintada de blanco, no era excesivamente grande, aunque dos altas torres a ambos lados que nacían en el ático de la casa le otorgaban altura y majestuosidad. Era una preciosa mansión modernista de principios del siglo veinte que Jack utilizaba solo en contadas ocasiones. Por lo general prefería el ajetreo y las distracciones que le ofrecía la capital. Pero aquella noche necesitaba precisamente eso: mucha intimidad. Jack se había quedado profundamente dormido en el dormitorio con una copa de licor en la mano. Se despertó agitado y derramó parte del contenido de la copa sobre la exquisita colcha de seda púrpura brocada. Al despertar recordó haber vuelto a soñar con su madre, pero esta vez no se repetía la misma escena, en este sueño hablaba con ella, aunque no lograba recordar las palabras con exactitud. Una extraña sensación permanecía con él que no supo definir, un presentimiento… una angustia. Minutos después seguía sintiendo como nunca la presencia de su madre en aquella habitación, tenía frío y los dientes le castañeaban ligeramente. Se levantó de la cama y caminó directo al mini bar. Quiso servirse un trago pero comprobó con disgusto que la botella estaba vacía. Creía que la botella estaba llena, pensó. Crispado con la botella aún en la mano

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se dirigió hacia el balcón y la lanzó con toda su rabia hacia el vacío. —Malditas borrachas —dijo, acusando al servicio de la casa. Mientras seguía con la mirada el recorrido fatal de la botella hacía el acantilado, sintió un escalofrío que recorrió toda su espina dorsal. Se giró sobre sus talones. Con ojos impacientes recorrió el interior de la habitación. Caminó despacio hacia la estancia sin dejar de observar cada centímetro de la habitación, pero solo percibió un olor familiar. Con gesto incrédulo, reconoció instintivamente la fragancia de jazmín y regaliz que su coqueta madre encargaba expresamente a un artesano francés de la Provenza. Al inspirarla, una cálida energía envolvió su cuerpo, sentía una suave presión en la piel de los brazos. Cerró los ojos para sentirlo con más intensidad. Por un momento creyó con certeza que su madre estaba allí a su lado abrazándolo. Después de unos segundos abrió los ojos pero nada había entre sus brazos. —¿Qué quieres de mí? —preguntó al vacío, aguardando una respuesta. Pero nadie respondió. —¡Déjame en paz! —exclamó. Cerró los ojos durante un breve instante anhelando que la sensación desapareciera. Me estoy volviendo loco, se dijo. Ya hacía meses que tenía la sensación de una presencia a su lado, a veces la sentía amorosa y cálida y en otras ocasiones irritante y fría. Cada vez era más persistente, pero Jack no se atrevía a hablarlo con nadie, creía que lo tomarían por loco y guardó silencio. Cogió la camisa que había dejado en la silla y salió apresurado de la habitación, dando un furioso portazo.

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En el pasillo se topó con Candelaria, la doncella. —Un joven le espera en la sala de estar —le dijo. En la sala de estar le esperaba sentado un joven de pelo corto y engominado que tarareaba una conocida canción. La fina tapicería color crema del sofá de principios de siglo, perfectamente restaurado, desentonaba con la chillona americana azul que llevaba arremangada como si de un mago se tratase preparado para su función. El joven no parecía haberse percatado de la presencia de Jack, ya que continuaba cantando y dando golpecitos en su pierna mientras sorbía el café que le habían servido en una exquisita taza de porcelana francesa. Al girar el rostro y ver a Jack se le formó una sonrisa forzada mostrando uno de sus dientes partido. Se levantó atropelladamente dejando caer pequeñas gotas de café por la alfombra y se acercó a Jack para extenderle su delgada mano. Jack recordó al instante al traficante que un día le presentó un amigo. —¡Eh, tío, qué guay! ¿No? Otra fiestecita eh… ¿a ver si me invitas alguna vez no? —le sugirió mientras le daba golpecitos con el codo— ¡Joder! Tienen que ser bestiales, las tías deben estar buenísimas —comentaba a la vez que reía y gesticulaba nervioso con las manos. Con fría mirada y gesto estático Jack soltó: —No suelo invitar a gente de tu clase. Tengo un prestigio que cuidar. Jack se sentó frente a él en uno de los dos sillones orejeros que había en la sala de estar. El traficante avergonzado ante la brusquedad de Jack, transformó el gesto de su rostro en tanto se hurgaba en los bolsillos. El joven comenzó a sacar el material que había traído sobre la mesita de café. Aseguraba que “su material” era el más puro que había probado, para ello se

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llevaba una mano al pecho intentando hacer su palabra más certera. Jack rehusó con un gesto de manos las pastillas que le enseñaba. —No quiero sorpresas dame “maría” y “coca”, lo de siempre —ordenó impaciente. —Bueno, si quieres un subidón de verdad, tengo esto nuevo —señalando una bolsa transparente con el dedo que contenían un puñado de pastillas de color amarillento con el dibujo en relieve de un tiburón— ¡A las nenas les va a encantar! Jack lo miraba incrédulo. —¡Son éxtasis, tío! —Le aclaró al ver que su cliente no mostraba interés. Jack soltó la bolsita con desprecio, había oído hablar de las drogas sintéticas, sabía que a la gente le gustaba porque el efecto era más duradero pero también sabía que no siempre eran de buena calidad. El traficante insistió en que las probara y le regaló unas cuantas. Jack las aceptó, quería cerrar el negocio pronto, aquel chico le disgustaba demasiado, quizá por la manera en que se ganaba la vida, quizá porque sabía que también vendía drogas a menores. Inconscientemente culpaba a tipos como aquel de la manera en que vivía ahora. Ojalá hubiera sido más fuerte, ojalá no hubiera probado el primer porro en el internado, o la primera raya de cocaína en la facultad, pensaba. Sin querer los recuerdos del pasado afloraron a su mente. Recordaba la soledad en el internado de Suiza, lo rápido que se había hecho mayor sin la protección y el calor de una familia. Reconocía que a veces había sentido odio hacia su madre, pensaba que si no se hubiera muerto jamás habría tenido que ir a aquel horrible internado lejos de todo lo conocido, de su hogar. La de veces que habían discutido sus padres por él, porque su padre siempre le decía que era un niño mimado, débil y llorón, de poco carácter, que jamás serviría para los negocios. Pero

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su madre luego siempre lo abrazaba y consolaba. Salió un suspiro de su boca. Cuánto necesitaba de ella, mucho más de lo que era consciente. Después de que la madre de Jack falleciera todo fue distinto. En el internado intentó encontrar el apoyo en las pandillas de chicos. Pronto le sumergieron en el mundo adulto del alcohol, el sexo y las drogas. Demasiado pronto, pensaba con tristeza mientras miraba con desidia la droga que había comprado para sus invitados. Mientras se desvestía para tomar un baño en el jacuzzi de su dormitorio, se miraba en el espejo satisfecho de lo que veía. Sabía cuánto le deseaban las mujeres. Nunca había tenido una novia estable, de hecho ninguna de sus múltiples compañeras podía haber sido calificada de “novia” en ningún momento. Solía rodearse de bellas mujeres, en su mayoría modelos y azafatas que le presentaban en los numerosos actos inmobiliarios a los que acudía. Él no solía dar el primer paso, no era de esa clase de hombres, siempre esperaba a que ellas vinieran a seducirlo, y de hecho siempre ocurría así, porque si se lo hubiera propuesto tampoco habría sabido hacerlo, en el fondo era un hombre reservado y tímido, pero no lo dejaba ver, eso hubiera sido signo de debilidad. Por el contrario, se comportaba orgulloso, serio y antipático; ninguna buena cualidad para presentarse ante una bella desconocida. Jack se sumergió en el agua con una copa de licor y miró al techo. Observó las escenas bucólicas celestiales que había pintadas: niños riendo en un prado de amapolas y querubines contemplándolos, protegiéndolos de todo peligro. Nunca se había fijado en ellos, pensó por unos segundos que nunca habían estado ahí, que alguien había cambiado el fresco del techo sin su permiso. Recorrió con la mirada toda la escena y vio que detrás de un árbol asomaba la cabeza de un demonio

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acechante. Miraba en la dirección de los niños. Un ligero escalofrío se apoderó de su cuerpo. Eso tampoco estaba ahí, pensó. Candelaria escuchaba con preocupación la voz de su novio tras el teléfono: — Lo siento, mi amor, tendré que quedarme toda la noche reparando la máquina, el encargado está como loco, tendrías que verle la cara que puso cuando reventó el compresor. —Mi amor y que hago yo ahora… tengo que salir de la casa por orden del patrón —expresaba Candelaria con temor. —Mi amor, esto es serio, no puedo salir, te tengo que dejar que viene el encargado —el muchacho colgó repentinamente dejando a Candelaria todavía con el móvil colocado en la oreja. Jack había abierto de nuevo las puertas de su casa para recibir a amigos, amigos de amigos y conocidos. Todos ellos atraídos por la generosidad y la fama que se había labrado el anfitrión. Jack derrochaba en catering, regalos para los invitados, bebidas de importación, camareros, disc jockey. Dos horas después de que la fiesta hubiera comenzado el ambiente había cambiado drásticamente, la noche era fría y la gente se agolpaba en el interior del salón. El volumen de la música tronaba ensordeciendo la mente y aquietando los pensamientos. La gente se movía dejándose llevar por el trance del sonido. Las parejas bailaban cada vez apretándose más. Sensuales mujeres contoneaban sus cuerpos animando la libido de los numerosos espectadores, parecían competir entre ellas para intentar captar la máxima atención. Algunos invitados,

que

se

habían liado

porros hacía

rato, reían

estúpidamente en el suelo. Jack sacó la droga que había comprado y la dispuso

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sobre la mesa en pequeñas bandejas de plata que antaño habían sido utilizadas para servir exquisitos dulces. Dos jóvenes delgadas de origen brasileño se apresuraron a ser las primeras en esnifar el polvo blanco. Jack observó pasivo toda aquella obra de teatro que se desplegaba ante sus ojos, sabía lo decadente y destructivo que era, pero aún así sentía una insana fascinación por la necesidad que tenían todos sus personajes de escapar de la realidad, de perderse en el vacío, de sentir algo diferente que no podían sentir estando conscientes. Las ganas de vivir otras experiencias eran más fuertes que el peligro que conllevaba el consumo continuado de droga. No importaba, ya había vivido hasta el límite en muchas ocasiones, no importaba una vez más. Una raya más no podía perjudicarle, pensaba. Una joven sueca de ojos azul celeste se sentó a su lado, le lanzó una mirada lasciva mientras preparaba una raya de coca con una tarjeta de crédito. De seguida se la ofreció. Jack la esnifó, luego apretó el tabique nasal con su mano. —Cariño, eres guapísimo —dijo la joven mientras acariciaba el pecho de su anfitrión—. ¡Qué fiesta tan genial! Eres único, lo sabes —añadió— En toda la ciudad se habla de ti —alabó mientras continuaba acercándose más y más a su cuerpo—. Tenía ganas de venir y conocerte en persona, soy muy amiga de una de tus ex; Lisa. Aún sigue enamorada de ti —rió. —¿Qué Lisa? —contestó Jack. Seguidamente la besó. —Besas de maravilla —afirmó— No me extraña que mi amiga siga enganchada a ti. Jack le acarició la pierna.

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—¡Que la jodan! La joven sueca cogió una pastilla de éxtasis y la introdujo en su boca de una manera muy sensual mientras Jack la observaba fascinado. De seguida la joven se dirigió hacia él y le besó. La pastilla ahora se hallaba en la boca de Jack que la abrió con intención de escupirla. Se había prometido no ingerirlas. La joven lo miró con disgusto, luego abrió su boca poco a poco, sacó la lengua mostrándole que tenía otra pastilla. Le volvió a besar provocando que Jack la tragara también, seguidamente comenzó a desnudarle. Minutos después la tóxica mezcla empezó a hacer efecto mientras yacían sobre el blanco sofá interrumpiendo el coito. La joven comenzó a sentir náuseas. Sin poder remediarlo vomitó parte del contenido de su estómago sobre Jack y parte sobre la hermosa alfombra de cachemira. La modelo se marchó apresurada al baño dejándolo en el sofá cubierto de vómito e inflamado de excitación. No tardó en sentirse mareado también. Con esfuerzo, intentó incorporarse pero cayó al suelo. Desde allí sintió que alguien lo observaba, giró el rostro en dirección a la terraza, una figura etérea, borrosa de un hombre con un arma en la mano, lo miraba fijamente desde el exterior. —¿Y tú quién eres? Yo no te he invitado —le preguntó. Luego comenzó a reírse. El extraño le apuntó con el arma. Jack asustado tapó su rostro con las manos. Segundos después al no sentir disparo alguno, volvió a mirar hacia la terraza pero ya no había nadie. Soltó una carcajada.

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La lujuria se había adueñado de la estancia, parejas y tríos habían desaparecido por las habitaciones de la casa. Otros, poseídos por las sustancias y el alcohol, se abrazaban desnudos por los sofás y las alfombras sin importar quien estuviera mirando. Las dos amigas brasileñas se acercaron a Jack que permanecía desnudo boca arriba, riendo y señalando figuras invisibles en el aire. La mirada perdida y cristalina denotaba el estado de embriaguez en el que se encontraban ambas mujeres. Comenzaron a acariciarle todo el cuerpo mientras Jack las miraba como si no le estuviera pasando a él. No notaba sus cuerpos, no notaba sus besos, intentaba acariciarlas pero no recibía estímulo alguno. De nuevo la figura del extraño invitado con la pistola se presentó frente a él. Jack sintió la energía que desprendía, fría, oscura, desesperada. Y aunque no hablaba parecía mostrarle cosas. Parecía decirle que la vida no merecía la pena, que ya no había nada más por lo que luchar. Cerró los ojos y rió. Las drogas comenzaron a hacer su efecto más letal. Jack comenzó a divagar, sentía que alguien se estaba adueñando de su cuerpo, veía un doble de él que gozaba y gemía de placer mientras él se notaba como de frío yeso. Se sentía como una estatua de gélido mármol, pero ese otro que se adueñaba de su cuerpo que le había quitado las sensaciones, lo veía como a un ser demoníaco, despiadado, frío, oscuro, sin emociones. —¡Ese no soy yo! —gritaba. Perplejo e intoxicado no atinaba con la realidad, intentó separarse a golpes a las dos mujeres que tenía sobre él que ahora las veía como si fueran dos espantosas brujas, con uñas negras y dientes afilados que intentaban matarle. Las fuerzas le fallaban, no tenía ni control ni dominio sobre su cuerpo mientras la joven brasileña

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seguía sobre él. Empezaron a venirle arcadas. Con gesto de gran esfuerzo intentó de nuevo apartar a la joven dándole un puñetazo. La mujer cayó inconsciente al suelo, mientras su amiga reía desmedidamente a su lado sin ser consciente de lo que estaba pasando. De pronto Jack se dio la vuelta y vomitó. Mientras intentaba discernir entre lo que era real y lo que no, algo pesado se abalanzó encima de él agarrando sus muslos. Aterrorizado con la poca energía que le quedaba intentó desasirse de lo que para él era una horrible bestia. Pero aquella fuerza era superior a la de él en aquellos momentos, intentó girar la cabeza para ver quién lo inmovilizaba pero su mente intoxicada le mostró un alienígena de varios brazos, por unos segundos pareció distinguir la silueta musculosa de Ismael; un actor secundario que conoció en un spot publicitario que rodaron para la empresa, pero de nuevo la imagen del alienígena lo sustituyó. —¡Socorro! — gritaba. Pero su boca apenas emitía un sonido entrecortado e ininteligible. Ismael apretó la cabeza de Jack contra el suelo y con la otra le entreabrió las piernas y le penetró con fuerza. Desde que lo conoció lo había deseado con intensidad en secreto. Sollozando como un niño asustado, las lágrimas caían por sus mejillas mientras en su confundida mente creía estar siendo poseído por un ser extraterrestre. Todo estaba en silencio en el salón. Marcaban las cinco y cinco de la madrugada en el reloj de pulsera femenino que colgaba de un brazo que sobresalía del sofá. Todos dormían. Solo la tenue luz de un par de lámparas alumbraba la enorme estancia.

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Todavía tendido boca abajo en el suelo Jack intentaba poco a poco salir del estado de inconsciencia. Se incorporó todo lo rápido que su dolorida cabeza le podía permitir. Observó a Ismael; el musculoso actor roncaba a su lado. Creía recordar todo lo sucedido pero por momentos la memoria le fallaba y se decía a sí mismo que lo había inventado, que no podía ser cierto. Se levantó y contempló asqueado a todas aquellas personas, todos aquellos desconocidos, desparramados por los sofás, por el suelo, desnudos, borrachos, drogados. Sintió pena por ellos, un profundo sentimiento de tristeza inundó su corazón pero empezó a ver que no era pena de ellos si no de sí mismo, todo aquel escaparate de excesos y perdición era su propia realidad, jamás había estado tan lúcido, nunca antes había visto con tanta claridad en lo que se había convertido. Humillado en lo más hondo de su ser sintió repugnancia y asco de sí mismo. Él había provocado todo aquello, sentía. ¿Cómo había permitido perder su propia voluntad de aquella manera?, pensaba agarrando sus dorados cabellos. Las imágenes de Ismael violándolo empezaban a emerger en su cabeza sin piedad alguna produciéndole un ardor de impotencia y asco. Cogió una pesada lámpara que había sobre una mesita y caminó de nuevo hacia el actor. Se puso sobre él. En aquel instante quería matarlo. —¡Maldito cerdo! Ismael gruñó, se dio media vuelta y siguió roncando. Jack dejó caer la lámpara y salió despavorido del salón. Todavía aturdido, y apenas con fuerzas para sostenerse caminó atravesando el jardín hasta llegar a la blanca balaustrada de seguridad que daba al mar. Se derrumbó en la hierba y comenzó a sollozar al tiempo que apretaba las manos a la cabeza. De nuevo sintió la sensación de que alguien lo observaba, esta

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vez de manera más intensa. Comenzó a sentir de nuevo la amargura, la desesperación que le transmitía esa presencia. Aunque Jack no lo veía, el espíritu del hombre con la pistola estaba a su lado y le hablaba al oído. Parecía transmitirle un mensaje. Unas palabras que hicieron que el rostro de Jack se transformara de repente. Terminaron los sollozos, se levantó del suelo, subió a la balaustrada sin mirar hacia los acantilados y se lanzó al vacío.

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2 Renacer

Mientras caía no sentía miedo, una agradable sensación de alivio se apoderó de él. De pronto una figura humana de luz lo tomó entre sus brazos. El tiempo se detuvo, la caída se desaceleró. Habían entrado en otra dimensión, en un lugar donde el tiempo no existe. Una maravillosa energía de paz inundó su ser. Por unos instantes o por una eternidad, no se podía medir, la bella luz y Jack permanecieron fundidos en un abrazo. El hermoso ángel de cabellos dorados habló. —Amado mío, —dijo con una suave voz increíblemente dulce y melodiosa— me alegro tanto de verte. Aunque siento una ligera tristeza porque no quería que fuese de este modo. Jack la miró a los ojos. —¿Madre? —le preguntó preso de asombro y confusión— ¡Qué hermosa estás! Te he visto en sueños —contestó lleno de emoción—. ¿Dónde estoy? — preguntó mirando a su alrededor. —Es un lugar entre vidas. Te he traído aquí para que puedas rectificar. —Ahora ya nada importa, soy inmensamente feliz. —sonrió. Jack se tumbó boca arriba en lo que parecía un florido valle, de fresca y esponjosa hierba. El espíritu, de la que un día fue su madre, se sentó a su lado. Jack apoyó la cabeza en su regazo absorbiendo el amor que desprendía cada milímetro de su ser.

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—Todavía no es tu hora —le dijo a Jack mientras le acariciaba el cabello con suavidad— tienes que volver. Tienes la oportunidad de rectificar y yo he venido para ayudarte. Lo sucedido esta noche durante la fiesta, ha sido doloroso pero era necesario para que despertaras, para que vieras que no estabas siguiendo tu camino. La intoxicación acalló tu mente por unos instantes y pudiste ver tu realidad. Esto sucedió para que rectificaras para que vieras que eras tú mismo el que estabas perjudicando tu vida y así pudieras cambiar tu destino. El ángel continuó acariciándole el rostro. —Pero la oscuridad también estaba a tu lado, acechándote. Una sombra que tú mismo has atraído a tu vida. Intenté avisarte de muchas formas, pero no querías oírme. —Tu recuerdo era doloroso para mí. No quería recordarte. —Lo siento hijo mío, no hay más tiempo, tienes que volver. —¿De qué hablas? —preguntó Jack incorporándose del regazo de su madre. —¡No quiero volver! No me abandones de nuevo, no quiero perderte otra vez — suplicaba como si todavía fuese un niño. —Yo no te abandoné. Jack se abrazó con fuerzas al ángel. —Ahora las cosas van a ser un poco más difíciles, tu espíritu no encuentra otro modo de hacerte cambiar, y él quiere que despiertes, que veas el mundo con otros ojos. Es un gran regalo aunque no lo verás así. Pero no te preocupes, tendrás ayuda, siempre estoy contigo, no lo olvides. Aprende a perdonar y a amar, la vida tiene grandes sorpresas todavía para ti. —¿Qué me está pasando, madre? Jack empezó a notarse más y más pesado, la sensación de paz y amor empezaba a disiparse. Y el cuerpo del ángel comenzó a evaporarse de entre sus

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brazos. —Te enviamos ayuda, amado mío. Abre bien los ojos y guíate de tu corazón. Un ángel en la tierra. —¡No me dejes! —gritaba. Casi ya no podía oír la voz de su madre, ya solo la veía gesticular con los labios. Se sentía muy pesado. Golpeó inevitablemente el desnudo cuerpo contra las escarpadas rocas del acantilado. Sintió un fuerte dolor por todo el cuerpo y seguidamente la oscuridad total se adueñó de su conciencia. Aunque el sonido de la música infernal, los gritos y taconeos habían cesado hacía horas, Candelaria no conseguía entrar en sueño profundo. Se desvelaba constantemente; imágenes de hombres y mujeres copulando, la turbaban. Candelaria entró en la casa pasadas las doce de la noche, cuando sabía que todos estarían dentro. Había desobedecido la orden de su patrón entrando a escondidas en su cuarto, que se hallaba en el ala del servicio, junto a la cocina. Jack le había dicho que aquella noche no podía dormir en la casa porque hacían una fiesta. Aquella misma tarde, Juan, el jardinero de Bella Villeroy, le había acercado hasta el centro del pueblo con su vieja furgoneta roja. Recordaba el olor a estiércol que desprendía todo el vehículo y que había tenido que ir, con el frío que hacía, con las ventanillas abiertas. Luego estuvo toda la tarde haciendo tiempo paseando por las callejuelas del precioso pueblecito blanco que se encontraba a unos diez minutos en coche de la casa. Sitges le pareció un lugar encantador, desde la playa se podía admirar la antigua iglesia de Santa Tecla construida en un acantilado rocoso a la que se

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accedía por una amplia escalera. Fue la primera visita que realizó cuando comenzó a trabajar para Jack Jover, en su primer día de descanso. Todavía sentía la añoranza de su tierra, en la lejana Ecuador, pero la iglesia le hizo sentir menos extraña, y dentro, entre el frescor de sus paredes, el olor a incienso y velas prendidas encontró el consuelo que tanto necesitaba, sabía que fuese dónde fuese siempre tendría la casa de Dios. Aquella tarde había entrado preocupada en la iglesia, no quería contradecir a su patrón pero no veía otra alternativa. El Sr. Jover había sido un desconsiderado, ¿acaso pensaba que todo el mundo tenía otra residencia para alojarse o dinero para pasar la noche en un hotel?, había cavilado la joven mientras rezaba para que le llegase una solución. Aburrida por no encontrar una respuesta a sus plegarias salió de la iglesia para tomar un taxi. De camino a la estación, en el paseo marítimo se detuvo a observar los puestos callejeros, se paró en uno donde vendían imitaciones de esculturas religiosas. Le llamó la atención una en especial. —Es muy hermosa —apreció la joven ecuatoriana agarrando la pesada figura entre sus dos pequeñas manos. —Es la piedad de Miguel Ángel. ¿La quiere? —le preguntó el vendedor. Candelaria negó con la cabeza. Una imagen demasiado triste, pensó al depositarla de nuevo en el aparador. La doncella resopló sobre su almohada, mientras seguía sin poder dormir. —¡Ahora la perra! Es que no voy a poder descansar ni una horita diosito mío —refunfuñaba dándose la vuelta mientras oía los desesperados aullidos de Doris. La vieja mastín continuaba arañando la puerta en el piso de arriba cada vez con más insistencia. Jack la había encerrado en una habitación para que no molestara en la fiesta. Adoraba a aquella perra aunque con los años se le había

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agriado el carácter y era muy celosa y protectora de su amo. Después de casi media hora de insistencia el animal consiguió abrir la puerta apoyándose en el alargado pomo y salió disparado escaleras abajo atravesando el salón a toda prisa, esquivando a los narcotizados invitados que todavía continuaban dormidos sobre el suelo y los sofás. Doris llegó al jardín y lo atravesó con rapidez a pesar de su peso y edad hasta que llegó a la puertecilla de madera que conducía hasta unas angostas escaleras que bajaban hasta la playa. Allí detenida y desesperada comenzó a ladrar y aullar de nuevo. Candelaria oyó los aullidos muy cerca, se levantó de un salto y miró por la ventana y vio como la perra arañaba con fuerza la puerta que bajaba a la playa. La vio muy alterada. Si se escapa no me lo perdonaran jamás. La joven se puso una bata y salió corriendo de la habitación por la puerta trasera de la casa que comunicaba con el jardín. Se acercó poco a poco a la perra que gemía nerviosa. —Doris, ven bonita, ven mi niña —le dijo acercándose lentamente por detrás—. Mira chica, despertarás a todos y nos van a regañar —decía en voz baja. La perra le agarró de la ropa y tiró de ella en dirección a las escaleras. De repente sintió una corazonada. Abrió la portezuela y siguió a Doris escaleras abajo con el corazón encogido, dispuesta a encontrarse cualquier cosa. Su imaginación iba más rápido que sus pies. Candelaria ya no veía a la perra, había girado a la derecha al final de los peldaños pero sí podía oírla gemir. Gracias a la tenue luz del amanecer pudo distinguir la figura de la perra entre las oscuras rocas. A medida que se iba acercando el corazón se le iba acelerando,

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latiéndole tan fuerte que creía que podían haberlo oído desde la casa. Sobre las rocas se hallaba el cuerpo desnudo de un hombre, la perra lamía su mano. Candelaria impactada por lo que sus ojos le estaban mostrando se paralizó por unos segundos. Aquella imagen era tan familiar, recordó en su mente la escultura que había visto aquella tarde. El semblante del hombre aparecía sereno como si no hubiera sentido dolor al caer. Las rocas se encajaban en su cuerpo como si de unos brazos amorosos se tratasen. —¡Dios mío! —gritó. Se acercó más al cuerpo ensangrentado. —¡Señor Jover! —exclamó al reconocer el rostro de su joven patrón. No se atrevió a tocarlo, aquello le impresionaba sobremanera, comenzó a llorar mientras su cuerpo se agitaba presa de una mezcla de terror e impotencia. Candelaria se acercó temerosa. Desconocía por qué pero supo que aún estaba vivo. Se alejó a pedir ayuda tan rápido como le permitieron sus fuerzas, temiendo por los minutos o segundos que su patrón pudiera resistir en aquella situación. Con falta de aliento y el corazón desbocado entró en el salón. La imagen de los cuerpos desnudos tirados en el suelo y sobre el sofá le impactó casi tanto como la que acababa de presenciar en las rocas, pero con toda la determinación que le permitía su estado empezó a gritar auxilio. Nadie se movió y los que lo hacían eran para cambiar de postura o para gimotear aunque alguien sí pareció oírla: —Calla estúpida, déjame dormir —contestó una voz pastosa y adormecida de hombre. —¡Por favor! ¡Ayuda! El Sr. Jover está herido, está herido, necesito ayuda — gritó presa de la desesperación.

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Nadie volvió a responder. En un hotel de Londres. 6:36 de la madrugada. El teléfono móvil sonaba en el escritorio de la suite. Antoni Jover se levantó sin dificultad, no estaba dormido, los nervios, las responsabilidades y la inminente reunión con el presidente de la gran cadena hotelera británica, no le habían dejado conciliar el sueño. Hoy era un día importante para Antoni, estaba a punto de firmar un contrato multimillonario para la construcción de varios hoteles en España. Había luchado duro para conseguir los contactos y se vanagloriaba de ello. Había tenido que mover muchos hilos para que le dieran la oportunidad de ofrecer los presupuestos y ahora, después de tanto tiempo todo estaba listo. —¿Diga? —contestó. Tras unos segundos de silencio, mientras oía lo que el interlocutor le estaba comunicando se fue sentando poco a poco en la silla que había cerca del escritorio, como si lo que estuviera oyendo pesara demasiado para que lo sostuvieran las piernas. Con la mano apoyada en la gris cabellera, el semblante se le fue transformando a medida que la noticia llegaba a su mente. —¿Pero está vivo? —logró pronunciar— ¡Dígame sí o no! —añadió con impaciencia tras lo que fueron unos segundos de comentarios confusos. —Iré en cuanto pueda, avisen a mi padre por favor. Antoni suspiró varias veces mientras apretaba las manos a su cabeza. Tenía bolsas bajo los ojos, del acumulado cansancio. Le habían llamado desde un hospital de Barcelona para decirle que su hijo estaba en un quirófano debatiéndose entre la vida y la muerte. Se sintió paralizado por unos minutos, incapaz de reaccionar ante la noticia. Una parte de él quería ir en ese mismo instante, aparecerse a su lado, pero otra parte de él analizó con frialdad la situación, recordó la reunión, la firma del contrato. Sintió miedo, un miedo atroz a perder la oportunidad de su vida. Se dijo

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a sí mismo que nada podía hacer en el hospital. Los médicos tampoco le dejarían entrar. Entonces, ¿qué iba hacer allí en la sala de espera? Tras difíciles operaciones, después de unos días inconsciente por fin Jack abrió los ojos. El cirujano que lo había tratado repetía con insistencia que era un milagro que siguiera vivo mientras ofrecía el parte médico a Antoni Jover, el padre de Jack. —La parte del cráneo ha sido la menos afectada en la caída, sin embargo la vértebra t7 ha quedado seriamente dañada, rotura de ambas tibias, fémur de la pierna derecha astillado por dos secciones, cuatro costillas rotas —enumeraba mientras agitaba sus manos —es duro, pero debe hacerse a la idea que su hijo, quedará parapléjico. —Eso no lo acepto. Hagan lo que sea necesario. El cirujano negó con la cabeza. —El tiempo es aquí necesario, de momento tendrá que recuperarse de las fracturas —añadió antes de abandonar la sala de espera.

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3 Decisiones

—Todo es proponérselo, señora Asunción, quejándose no solucionamos nada. Inténtelo de nuevo —animaba la joven enfermera mientras sostenía el cuerpecito desgarbado de la anciana octogenaria que a duras penas pronunciaba un monosílabo. La anciana apoyaba con cuidado sus diminutos pies enfundados en zapatillas azules mullidas dando milimétricos pasitos de camino a su cama. Cuánto dolor cargaba aquella mujer en tan pocos centímetros, sentía Ami mientras tapaba con cariño a la entrañable residente. Ami trabajaba en una residencia para la tercera edad. Era la única enfermera diplomada de la residencia y aunque no le correspondía, realizaba otras tareas de asistente como limpiar, asear y dar de comer a los residentes. Llevaba tiempo intentando encontrar un lugar donde realmente se sintiera realizada. Le encantaba estar con la gente pero el trabajo en la residencia era agotador, aquellos ancianos absorbían hasta sus últimas gotas de energía y ya hacía tiempo que sentía que necesitaba un cambio. —Mañana te tendrás que quedar para hacer mi turno, Amelia —dijo Araceli, una gruesa mujer de cincuenta años. Solo aquella mujer llamaba a Ami por su nombre de nacimiento. —¿El turno completo? Termino muy cansada. Puedo quedarme alguna hora más pero todo… no voy a tener fuerzas para rendir bien —alegó Ami con cara de cansancio mientras se ponía la chaqueta dispuesta a salir. —¿Acaso quieres que deje a mi marido solo? Mañana le operan del oído — dijo Araceli mirándola con el gesto de antipatía que la caracterizaba.

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Pobre hombre que no querrá oír, pensó instantáneamente Ami. —No sabía que le tenían que operar… otra vez. —Si no estuvieras siempre en las nubes te enterarías de todo lo que concierne a tu trabajo. ¿Ves cómo tengo razón cuando te digo que hagas una cosa y luego lo haces todo al revés? Luego me andáis criticando por las espaldas, ¿qué te crees que no me entero? Pues si piensas que puedes confiar aquí en alguien vas lista, luego me lo cuentan todo. La gente siempre confía en mí. Llevo mucho tiempo, soy como de la familia. —replicó Araceli mientras intentaba abrocharse el botón de la bata blanca que se le ceñía por la parte de su abultado pecho. —No suelo criticar a nadie, Araceli, y si no sabía lo de la operación de tu marido es porque no me meto en conversaciones ajenas si no se me ha invitado. —Eres tú la que te alejas de nosotras como si nada fuera contigo. Siempre te has creído superior a nosotras. Ahora eres joven y estás sana pero ya verás… ya verás… tú también enfermarás, entonces te gustará que se preocupen por ti, si no al tiempo —vaticinó con aplastante firmeza mientras intentaba peinar su corto pelo frente al espejito del aseo. Ami no quiso entrar en una nueva discusión con su compañera a sabiendas que tendría las de perder. Araceli era una autoridad en aquella residencia. El dueño, que no solía aparecer por allí, confiaba en ella, más por su propia comodidad que por la simpatía que ésta le generaba. En los dos años que llevaba trabajando en la residencia, habían sido numerosas las ocasiones en que Araceli había faltado al trabajo. Al principio lo hacía gustosamente pero hacía tiempo se había dado cuenta de que la autoritaria compañera se estaba aprovechando de su amable docilidad, inventando mil y una excusas, al principio creíbles y originales, pero en aquellos momentos eran ya descaradas y repetitivas.

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—Te dejaré las instrucciones de mis pacientes. Mañana las tendrás en tu taquilla —gritó Araceli mientras Ami salía del vestuario. La joven enfermera caminaba cabizbaja de camino a la parada de metro, con una idea que había nacido hacía semanas en su mente: dejar este trabajo. Ami vivía en una buhardilla de treinta y tres metros cuadrados con una pequeña terraza, en el barcelonés barrio de Horta. Era una ganga que encontró por intermediación de una vieja amiga. Pagaba poco dinero en comparación con los alquileres de la zona. Era una casa de los años veinte, en bastante malas condiciones, de dos pisos, sin contar la buhardilla. El saloncito de su apartamento era agradable y acogedor. Decorado escasamente. Tenía un pequeño sofá cubierto con una colcha india, una mesa con dos sillas y un aparato de música. Tenía un comedor–cocina sin recibidor, con una terraza soleada, a mano derecha estaba el pequeño aseo y al fondo a la derecha su dormitorio. Dentro del dormitorio había una puerta que daba a la parte trasera de la casa donde estaba la lavadora y el calentador. Desde allí podía ver el huerto de su casero. El propietario, un anciano viudo que vivía en la planta baja, era un hombre tranquilo. A veces, llamaba a su inquilina para darle lechuga y tomates de la huerta. Ami lo apreciaba mucho y bajaba a visitarlo a menudo, llevándole bizcochos de la receta de su madre, que ella misma preparaba y a veces veían antiguas películas de Marisol y Sara Montiel, porque al anciano le gustaban mucho. Decía que eran las mujeres más hermosas que había visto nunca. A Ami le gustaba la soledad, todas las noches antes de dormir, meditaba en la alfombra. Era el mejor momento del día para ella. La paz que sentía cuando interiorizaba no era comparable a nada que pudiera ofrecerle el mundo exterior. Se había familiarizado tanto con su parte interna que ya no le asustaba esa profunda

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oscuridad que había cuando cerraba los ojos y vaciaba la mente. Allí en su interior encontraba guía, certeza y claridad. Pasado un tiempo de practicar la meditación empezó a escuchar la voz de un sabio maestro que se hacía llamar Uzriel. Así hablaba con él: —Mañana me espera un largo día de trabajo. No sé… ya no estoy muy a gusto allí. He sido muy paciente con Araceli pero se está pasando de la raya. Siempre me he portado bien con ella. ¿Por qué no le caigo bien? —Tú la has dejado que se aproveche. Nunca dijiste que no. —Me he dado cuenta que soy demasiado inocente. No creía que Araceli pudiera mentir. Yo jamás fingiría que estoy enferma o que mis parientes están enfermos para faltar al trabajo. —Confundes inocencia con estupidez. Y tú en el fondo siempre te has sentido estúpida. ¿o no? —Claro. Olvidaba que siempre me echas la culpa de todo a mí. Creía que los débiles y buenos teníamos al cielo de nuestro lado. —Lo tienes, al igual que todos. Pero hacerte la víctima no te favorece. Sabes que el universo te trae aquello en lo que crees. Si crees que eres tonta y que las personas se aprovechan de tu bondad pues es eso lo que vives, situaciones que te hacen recordar lo tonta que eres. —Vale, vale, ya me lo has repetido muchas veces. Pues ahora no tengo ganas de sentirme más como una idiota. Es la última vez que le digo que sí, porque cuando lo hago al final me siento mal conmigo misma. —Pues si lo sientes así, ¡adelante! Ami soltó un leve suspiro. —En el fondo me da un poco de miedo hablar con ella. No sé cómo va a reaccionar, tiene un carácter explosivo. —El miedo no debe frenar tu expresión. Aprendizajes muy importantes hay detrás de él. Si lo superas se iniciará una nueva etapa en tu vida.

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—¿De verdad? ¿Qué va a pasar? —No lo sé. —Dime algo. Ami sabía que cuando Uzriel empezaba a darle largas era hora de volver al mundo consciente. Había pasado la mañana en la residencia como de costumbre larga y pesada, pero aún le quedaba toda la noche por delante para hacer el turno de Araceli. Después de la cena, el salón aún estaba lleno de residentes mirando las noticias, cuando los ayudantes de comedor recogieron y se marcharon a sus casas, Ami se quedó sola con todos. Mientras acostaba a los residentes que más ayuda necesitaban, seguía oyendo el televisor de fondo. —Tenga, ésta es la última del día, beba un poquito —decía refiriéndose a la pastilla para dormir de un residente diabético que estaba prácticamente ciego. —Léeme un poquito el diario, por favor —le dijo el anciano. —Bueno…pero solo los titulares por encima y depende que noticia me la saltaré, no quiero que tenga pesadillas esta noche —sonrió —luego si quiere le leeré ese autor que tanto le gusta —añadió Ami sabiendo la gran dificultad que tenía el hombre para dormir. —Gracias, muchas gracias, eres buena persona —decía el anciano palpando la cama en busca de su mano. Ami le cogió la mano y se la apretó. Le sonrió, aunque sabía que no podía verla, sí tenía la certeza de que le había llegado al alma. La falta de visión le había agudizado otro sentido, la intuición. —A ver que hay por ahí —dijo mientras ojeaba los titulares del diario, pasando por alto la mayoría de hojas— El presidente visita Nicaragua para la firma de un pacto para invertir en mejoras técnicas para los pequeños agricultores

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de las regiones más desfavorecidas…—continuó leyendo. Mientras buscaba otra noticia para leer encontró de nuevo en un recuadro resaltado una oferta de empleo que leyó ayer en la cafetería mientras esperaba a una amiga:

Se necesita enfermera diplomada, con experiencia para la atención privada en el domicilio del paciente. Imprescindible vivir en la residencia. Se ofrece buen sueldo, alojamiento y comida.

No está mal, pensó. Después de dejar dormidos a todos los residentes se dejó caer en el sofá del salón comunitario, el sueño le vencía por momentos. Decidió salir a la terraza a refrescarse para no quedarse dormida, la noche era húmeda y fresca a la vez, como de costumbre en la ciudad costera catalana. Tuvo que recurrir al café para mantenerse despierta. La noche transcurría lenta en la residencia del barrio barcelonés de Sants. Fueron varias las llamadas que tuvo que atender de los ancianos y el cansancio hacía mella en su rostro. Ami tenía que acudir rápido a las habitaciones para que no acabaran despertando a sus compañeros de cuarto. Lo hacía complacida, sabía que era su deber, pero algo le decía que ya era hora de dejar aquel trabajo. No entendía bien el porqué pues era su vocación cuidar de los demás. Se sentía confundida, nunca en el tiempo que llevaba en la residencia se había sentido con ganas de marcharse. Pensó que sería debido al cansancio de tantas horas de trabajo. Cuando dieron las ocho y media de la mañana en el reloj del salón la puerta principal se abrió. Ami había dado algunas cabezadas en el sillón pero algunos ancianos ya andaban por el comedor hacía rato y el sonido del televisor no le había

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permitido entrar en sueño profundo. Se incorporó del sillón y caminó hacia el vestuario arrastrando los pies y estirando los brazos que tenía entumecidos. Deseaba ver aparecer más que nunca a Araceli para marcharse a casa cuanto antes pero vio con fastidio que no era su compañera de turno. Ami empezó a ponerse nerviosa, los minutos avanzaban pero la encargada no llegaba. Después de tres cuartos de hora tarde, apareció Araceli con cara de pocos amigos, argumentando escasamente su retraso. —Araceli —dijo Ami cuando entró en el vestuario— Llevo veinticuatro horas sin dormir y encima vienes tarde, podrías tener un poco más de consideración —le dijo con toda la diplomacia que le permitía su enfado. —¡¿Qué?! Que tengo poca consideración… después que llevo toda la noche cuidando de mi marido recién operado. ¡Yo tampoco he dormido! ¿O qué te crees? ¿qué me he estado echando la siesta mientras mi pobre hombre estaba a treinta y nueve de fiebre? He tenido que esperar a que viniera mi cuñada para irme. Claro, a ti te da igual. Tú que no tienes a nadie a quien cuidar, solo a estos viejos y encima te pagan por ello. Cuando llegas a casa bien que te despanzurras en el sofá y te la trae floja todo. Araceli empezó a subir el tono y a ponerse colorada por segundos. —No tienes que chillarme para hablar —dijo Ami, viendo el ataque de ira que Araceli estaba vertiendo sobre ella. —A mi tú no me dices cómo tengo que hablar. Aquí soy como tu jefa y si no te gusta ya sabes dónde está la puerta —añadió irritada haciendo gestos con el dedo. — Hay mucha gente esperando por este puesto y nos harás un favor marchándote.

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El corazón de Ami comenzó a latir con rapidez. —Creo que estás exagerando. Solo te he dicho que podrías haber llegado más pronto. Estoy cansada. Tu enfado es desproporcionado para lo que te he comentado. ¿Ya hablas de echarme? Pues tampoco creo que la gente esté haciendo cola para entrar a trabajar aquí. No durarán mucho cuando vean que su encargada falta constantemente al trabajo y no suele venir puntual casi nunca —dijo Ami sorprendida de sus propias palabras. Araceli dejó de desvestirse y caminó hacia Ami: —¡Qué yo falto constantemente! Como si esta residencia se pudiera dar ese lujo, si no fuera por mí este negocio se iría a pique. Yo soy quien se preocupa de todo aquí —le increpó mientras se iba acercando cada vez más a Ami intentando ganar espacio en la discusión— Pues ya que te quejas de que falto te voy a dar motivos; hoy solo podré estar cuatro horas aquí, luego me marcharé de nuevo al hospital —¿Qué te parece? —dijo en tono desafiante. Ami se retiró unos pasos hacia atrás ante la agresividad de su encargada. Sentía las piernas como cañas de bambú, temblorosas y débiles. El momento que siempre había imaginado en su mente estaba allí frente a ella, el momento de enfrentarse y pelear por sus derechos. —No pienso quedarme más —se atrevió a decir—. Si necesitas que te sustituyan contrata a alguien que lo haga —dijo con firmeza, yendo de camino hacia su taquilla para recoger su bolso. —Espera un momento —la frenó Araceli cogiéndola del brazo— No guapa, las cosas no van así, siempre nos hemos sustituido entre nosotros. Cuando te haga falta también lo haremos por ti. Araceli había empezado a suavizar el tono. —¿De qué tienes miedo? Total si faltas poquísimas veces al trabajo. —dijo

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Ami con tono sarcástico. —¡Claro, ahora lo entiendo! Si pides refuerzo cada vez que tienes que faltar, el jefe se entera de lo “poco” que faltas cada mes pues tendrá que pagar las “pocas” facturas de los suplentes, es eso ¿no? —añadió Ami. Araceli empezó a ponerse más y más colorada. Ami pensó en aquel momento que o estallaría como un globo o le daría una bofetada. —¡Estás despedida! ¿Me oyes? No te molestes en venir mañana ni nunca — dijo Araceli sin más argumentos, debido al bloqueo de su cólera. —Tú no puedes echarme, no eres la jefa —refutó Ami, aún temerosa del poder que poseía aquella mujer. —No vuelvas, hazme caso —amenazó. Ami se preparaba una infusión de hierbas relajantes en la cocina de su pequeño apartamento mientras no dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido por la mañana. Todavía revivía la escena en su mente. En el fondo se alegraba de haberla enfrentando. Aquella mujer estaba acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo. Nadie le había parado nunca los pies. Sabía que la discusión correría de boca en boca entre los empleados, aunque sentía que Araceli terminaría tergiversando todo a su favor por pesada e insistente. De pronto sonó el móvil. Un pálpito en el corazón le hizo coger el aparato con cautela. —¿Sí? —Te llamo para darte una muy mala noticia —decía Araceli tras el teléfono— La señora Asunción ha muerto. —¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? —contestó nerviosa Ami. —Pues alguien que ha trabajado esta noche se le ha olvidado de darle su pastilla para el corazón ¿No es así? Ami sintió como si la sangre de todo el cuerpo se le hubiera detenido. —¡Sí se

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la di! Me acuerdo perfectamente —dijo nerviosa. —Aquí en el historial no está marcada. Ahora tendré que llamar al jefe y decirle todo, quizás abran una investigación y vas a salir muy mal parada, chica. Ami no sabía qué decir, la mente se le había paralizado y tardó en reaccionar: —Quizá se me olvidó poner la cruz en la lista pero te juro que se la he dado, ¿cómo puedes dudar de eso? Habrá muerto por causa natural. Se oyó un resoplido tras el auricular. —Bueno… puedo poner la crucecita y quedarás limpia. Pero claro a lo mejor lo hago si no te presentas mañana y dejas tu puesto libre. Ami sentía su cuerpo temblar, y la voz comenzó a quebrársele. —Yo nunca he descuidado a ningún paciente de sus medicinas —decía Ami sollozando, sin poder reprimir sus lágrimas. —Sí bueno, de eso ya se encargará Dios. ¿Tendré el gusto de perderte de vista? —dijo Araceli en tono frío y cortante. Ami dejó su cuerpo caer en el sillón mientras llevaba su mano al pecho. Sentía frío, el frío de la injusticia clavarse en sus entrañas. —No voy a admitir algo que no he hecho, si le hacen un análisis verán que sí la mediqué ayer. —Ya lo sé guapita, pero mientras se aclara todo, entre tanto te verás envuelta en un follón con las autoridades; ¡y no digamos la familia! Intentará por todos los medios sacar tajada a la residencia con demandas. Te van a echar igualmente. Decide pronto. No daba crédito a las palabras que oía de su interlocutora. Parecía estar dentro de una mala teleserie de la tarde. —¿Por qué me haces esto? —Mira estúpida, mi sobrina está deseando entrar. Necesita el trabajo porque va a casarse, así que es lo que hay. Te vas por las buenas

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o por las malas. Ami soltó un largo suspiro. —Al menos ahora hay una razón clara de por qué me tenías tanta manía. —No es manía, es que la familia está primero. Pero eso tú no lo entiendes porque eres una egoísta que solo piensa en sí misma. Tener a su sobrina como empleada le daba a ella todavía más libertad para hacer lo que se le antojara, pensó Ami. —Tú ganas —le dijo y colgó. El recuerdo de la señora Asunción ensombreció su rostro. Apenas habían pasado horas desde la última vez que acudió a su cama para darle un vaso de agua. Todavía no daba crédito a la situación que se le había presentado y a la frialdad de Araceli que había aprovechado tan delicado momento para salirse con la suya. Todo su cuerpo temblaba y el dolor de la traición le había dejado desnuda, sin protección frente a las garras de su encargada. —Uzriel, necesito tu ayuda. —Hola Ami.. —Pensé que al hablar y decir lo que pensaba todo iba a ir mejor. —Acaso no te has sentido bien diciendo todo lo que tenías guardado desde hacía tanto tiempo. —Sí me he sentido mejor pero las consecuencias han sido nefastas. —Pueden parecer nefastas ahora. Los cambios nunca son fáciles. Llevabas tiempo pensando en dejar el trabajo. Pero siempre has juzgado esta intuición. —¿Quieres decir que si lo hubiera hecho antes nada de esto hubiera ocurrido? —No hubiera sido necesario. En este caso has forzado la situación hasta el límite. El no seguir nuestras intuiciones bloquea la energía y luego suceden este tipo de cosas.

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—¿Bloquea? Ahora me dirás que esa bruja se ha visto forzada a chantajearme de manera ruin para que me marchara. —La situación ya estaba al límite. Tendrías que haber dejado el trabajo cuando lo sentiste por primera vez. Simplemente se ha vuelto un poco más difícil. —La señora Asunción ha muerto de forma natural, ¿no? —¿Aún dudas de ti? —No marqué la casilla. —Ya era su hora, con o sin medicamento. Fue un descuido necesario. Una coincidencia inocente. —Ya, claro, por haber forzado la situación. ¿Es una especie de castigo kármico? —No, es una consecuencia. A cada acción le vuelve su reacción. —Pero yo no he reaccionado a tiempo. —La no acción contiene la energía del cambio. Y cuando tu ser te pide cambio, el cambio ha de suceder. Imagina tu vida como un río, y el agua del río no puede parar, ¿verdad? Siempre quiere volver al mar. Si frenas y bloqueas el agua como una presa, al final esa fuerza se desborda y encuentra su cauce aunque de un modo más dañino, según se enfoque. —Entiendo… ¿Y ahora qué? Me he quedado sin trabajo y sin poder cobrar el paro. —La próxima vez sabrás confiar más en tus intuiciones, no hay error, solo lecciones y enseñanzas para aprender. No te lamentes ganarás en sabiduría. —¿Cuál es el próximo paso? —Observa las coincidencias. Ya tienes la intuición, no vuelvas a dejar pasar la oportunidad. —¿Qué intuición? ¿Qué coincidencia? —Escucha y observa tu entorno, Ami, nosotros te apoyamos desde aquí.

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El cansancio la venció antes de terminar la meditación. Se quedó profundamente dormida en el cojín que tenía para meditar en el salón. Durmió hasta la mañana siguiente cuando la melodía de West side story del teléfono móvil sonó una y otra vez sin descanso en el tranquilo y silencioso apartamento. Se despertó confundida, con dolor en el cuello y espalda, todavía no se situaba en la estancia. El sonido se le hacía extraño. Por fin encontró el teléfono debajo de un cojín del cercano sofá biplaza. La melodía había cesado. Marcaban las doce horas y doce minutos en la diminuta pantalla azul. —¡Mi jefe! —exclamó al comprobar el número en el registro de llamadas perdidas. Toda clase de situaciones empezaron a venirle a la todavía desorientada mente. Sintió el miedo y la angustia alojarse en su pecho. ¿Y sí después de todo Araceli había llevado a cabo su amenaza?, se preguntó. Decidió darse una ducha para poder estar más fresca y serena para cuando llamara a su jefe. El reflejo que vio en el espejo de su minúsculo baño, no la sorprendió. Su largo cabello castaño oscuro estaba enmarañado medio suelto por una goma elástica que solía utilizar. El sueño no había hecho desaparecer el semblante de preocupación de su dulce rostro. Se sentía fatigada y tenía los párpados hinchados pero no había perdido el brillo de sus ojos verde oscuro. Un brillo que venía de lo profundo de su alma. Minutos después de la ducha el teléfono volvió a sonar. —¿Sí? —dijo todavía con el pulso agitado después de haber salido del baño a toda prisa. —Soy Marcel. ¿Qué ha pasado?

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El corazón empezó a latirle a toda velocidad. Su jefe se había adelantado movido por la impaciencia. —¿Ya te han contado? —le preguntó Ami con cierta inseguridad en el tono de su voz. Se oyó un resoplido tras el auricular. —No me esperaba esto de ti, siempre has sido muy responsable. El pulso de Ami siguió en ascenso. —Yo nunca he descuidado mi trabajo —contestó temerosa. —Ni siquiera me has dado quince días para encontrar a otra persona que te sustituya. ¿Tan bueno es ese empleo que te han ofrecido? ¿Tantas prisas tienen por contratarte? No sé… ciertamente me parece todo muy extraño. Ami resopló de alivio. —Ah, eso… Araceli había cumplido su palabra no le había hablado de la presunta implicación en la muerte de la señora Asunción. —¿Cómo que “eso”? ¿De qué creías que te estaba hablando? —Lo siento Señor Marcel. Estoy todavía medio dormida, ha sido una noche de guardia muy larga. Marcel volvió a resoplar tras el auricular. —Mira Ami…todo me parece muy raro, esta mañana me ha llamado Araceli diciendo que dejabas el puesto porque te había salido algo muy bueno. Enseguida me ha ofrecido el currículo de otra chica. Yo no soy tonto. Conozco el carácter de Araceli y sé que tiene algo que ver en tu marcha. —No, de veras…es que la oferta no la podía rechazar. Era empezar hoy o nada. —Bueno pues no estoy dispuesto a perderte sin luchar primero. Te ofrezco el

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puesto de encargada de la residencia nueva que pretendo inaugurar este mes en la Bonanova. El sueldo será acorde a tu categoría de enfermera. Tendrás un plus por responsabilidad. Mucho mejor que el que tienes ahora, no te había comentado nada, no había necesidad. Pensé en ti desde el principio, en serio. Ami se quedó perpleja. Había escuchado rumores entre los familiares de los residentes de que el dueño había adquirido una gran finca y la estaba reformando en una zona muy exclusiva de Barcelona, pero nunca prestó atención ni se interesó por obtener más información. —No sé qué decir. Después de marcharme así de la residencia, ¿aún me ofrece trabajo? —Los pacientes están muy contentos contigo, te adoran. Me llegan cartas de agradecimiento de los familiares por el trato tan cariñoso que tienes con ellos. ¿Acaso creías que estaba ajeno a todo? Ami se había quedado en blanco. La presión volvía a hacerle dudar. —¿Puedo pensármelo? —Tienes que contestarme esta semana sin falta. Ami dejó la conversación con una sensación de alivio. ¿Sería esa la señal de la que habló Uzriel? ¿Sería esa la coincidencia que se había desencadenado después de haber hablado con Araceli? Se preguntaba a cada momento. Suspiró de alivio. De nuevo volvía a sentir esperanzas. Por unos instantes había creído que Araceli la había denunciado. Pensaba en todos los residentes, en lo que hubieran sentido al oír la noticia del descuido de la pastilla. En lo duro que habría sido para sus compañeros tener que estar constantemente dando explicaciones a los residentes y a los familiares de si eran o no bien cuidados. Volvió a suspirar y sonrió. Recordaba el comentario que había hecho su jefe

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sobre las buenas referencias que le habían dado sobre ella. Daba las gracias porque por mucho que Araceli la hubiese querido desprestigiar el cariño que había entregado había calado en muchas personas, aunque nunca se lo habían dicho. ¿Por qué callamos tantos sentimientos? Meditó. La oferta de trabajo la mantuvo inquieta el resto del día. Por una parte quería aceptarla, era una gran oportunidad. Se estremecía de emoción al pensar que por fin podría hacer las cosas a su manera; incluiría actividades nuevas para los ancianos, menús ecológicos, medicina alternativa y charlas informativas. Siempre había detestado la cantidad de horas que desperdiciaban los ancianos viendo la televisión. Y la manera que tenía Araceli de tratarlos, como si ya no se pudiera esperar nada de ellos. Grandes ideas comenzaron a pasarle por la imaginación, pero la sombra de Araceli pasaba de nuevo arrasando todas sus ilusiones como un bulldozer. Sabía que en cuanto supiera que Marcel le había dado la responsabilidad de una lujosa residencia no se iba a quedar conforme. Aunque estaba segura que había obrado correctamente, sabía que la justicia era lenta, y que tardarían en averiguar la verdad. Mientras, las dudas y las sospechas, estarían ahí para entorpecer su camino. ¿Es ésta la señal de cambio?, se preguntaba una y otra vez. La joven enfermera preparaba la cena en su apartamento. Una música de shitar indio sonaba de fondo. Había decidido prepararse crema de calabacín con tofu a la plancha. Pelaba los calabacines cuando tocaron al timbre. La casa no tenía interfono así que salió al balcón para ver quién llamaba. Observó que había un hombre plantado en su puerta de unos cincuenta años, corpulento, vestido con unos sencillos pantalones marrones de pinza y una chaqueta verde cruzada, su aspecto era poco cuidado.

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—Hola —dijo Ami. Cuando el hombre se movió su rostro quedó iluminado por la farola de la calle. Reconoció de inmediato al hombre que había saludado por la mañana en el huerto de su vecino mientras tendía la ropa en la galería trasera. Le había extrañado que no estuviera su vecino con él, en vez de eso, dos hombres trajeados caminaban de un lado a otro con una cinta métrica pisando las acelgas de su vecino sin ningún respeto. Recordaba haberse disgustado mucho. El hombre miró hacia arriba y contestó: —Hola señorita, ¿puedo hablar con usted? Mire yo soy el sobrino de su casero. Me llamo Ernesto —dijo aquel hombre con acento del sur. —¿Le ha pasado algo a su tío? —preguntó nerviosa. —¿Puede bajar o quiere que suba yo? —dijo el hombre ignorando la pregunta. Ami se puso una chaqueta y bajó apresurada hasta el relleno de su portal. Tenía la intuición que aquel individuo no portaba muy buenas noticias. —¿Dónde está? —insistió Ami al no ver a su casero. Ernesto ladeó la cabeza y se encogió de hombros. —Mi tío no se encuentra bien. Ahora está con mi hermana. Nos lo hemos llevado para el pueblo. —¿Qué? No sabía que estuviera tan mal lo vi hace dos días y no me comentó nada, y tenemos mucha confianza —dijo incrédula. Aquel personaje empezaba a darle mala espina, malas vibraciones como ella solía decir. —Bueno, señorita quería hablarle de que… bueno su contrato vence dentro de cuatro meses y no se lo vamos a renovar —sentenció. Ami se quedó de piedra. —¿Vamos? —recalcó Ami— Es el señor Río quien me hizo el contrato. Él

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siempre me ha dicho que mientras viva él, podré estar en esta casa. Tendré que hablar primero con su tío, ¡digo yo!… —contestó Ami sorprendida de la noticia. —Señorita, él ya no está en sus cabales, le ha dado una embolia, no puede vivir solo, está con nosotros, con su familia en el pueblo. Le quiero comentar que la casa ya está vendida. Si se marcha ya, le daremos algo de dinero para que se busque otra cosa, sino igualmente se marchará y sin dinero de compensación. —¡No me lo puedo creer! La embolia le dio hace un mes. Ahora ya estaba mejor ¿Le han vendido la casa? ¿Le han incapacitado? —contestó Ami cada vez más enfadada. El compungido rostro que Ernesto había mostrado desde un principio se tornó rudo. —Si la da una ve, le puede dar otra —dijo el sobrino perdiendo los modales que intentaba aparentar desde un principio. —¿Vale mucho dinero esta propiedad no? ¿Cuántos millones le dan? El Señor Río adoraba este barrio, aquí tenía sus recuerdos, sus rosas…— Ami detuvo su frase sin poder contener las lágrimas. Miró hacia el jardín, empezó a visualizar al anciano cuidando con tanto amor el rosal blanco que había plantado cuando su mujer falleció. Le decía que cada vez que lo miraba su querida esposa estaba allí en cada una de las rosas. Comentaba que podía ver el inmaculado rostro de su amada en los bellos pétalos blancos de aquel viejo rosal. Siempre que podía cortaba una para ponerla en la mesita de noche para poder sentir la fragancia de su amada cerca de él. Viendo que Ami lloraba, aquel rudo hombre de pueblo, suavizó el tono: —Mire nosotros tampoco teníamos tanta prisa, pero los que compran han hecho una oferta que no podíamos rechazar, no tengo por qué darle más explicaciones. Píenselo y llámeme —dijo el hombre dándole un papel con su

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teléfono apuntado en bolígrafo. Una vez más las dudas empezaron a inundar su mente. De repente se había quedado sin casa, sin su querido hogar. Su casero se había marchado de un día para otro sin avisar, sin ni siquiera despedirse, y estaba segura de que no había sido idea de él. Tenía que tomar dos decisiones aquella misma semana. Dos decisiones que ponían patas arriba la tranquila vida que había llevado hasta aquel momento. No cenó. Se sentó a meditar pero el desasosiego le impidió poder encontrar un sereno vacío en su confundida cabeza. Mientras, solo podía visualizar miedos como manchas pegadas en su aura. Unos miedos que antes no estaban allí. Había trabajado mucho sus sentimientos, había perdonado, olvidado y sanado muchas emociones de su infancia y adolescencia pero los miedos siempre estaban ahí, lo desconocido la aterraba. La simple imagen de verse sin su querido apartamento le hacía sentirse inquieta, insegura. ¿Qué va a ser de mí ahora?, se interrogaba esperando encontrar una respuesta en el aire. Sin previo aviso Uzriel hizo acto de presencia: —Hola Ami, percibo el miedo en la vibración de tu energía. Si sigues emitiendo esa frecuencia no podré estar mucho rato a tu lado…lo sabes… ¿verdad? —Hola Uzriel. No sabía que el miedo se había enganchado a mi aura. Gracias por ayudarme a darme cuenta. Sé que no debería estar preocupándome, pero me quedo sin casa. Ami no pudo contener las lágrimas y rompió a llorar de nuevo. —Eres muy amada por nosotros, confía en el Universo, él siempre está de tu parte. Cuando unas puertas se cierran otras se abren, siempre es así. Ahora el miedo no te deja ver qué puerta se ha abierto para ti. —Lo sé, querido amigo, lo sé. Pero es cierto que ahora mismo no veo la salida. En

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estos momentos podía vivir con mi sueldo porque el piso era muy económico, pero ahora tendré que encontrar otro alquiler. Tal como están los precios tendré que compartir el piso con un montón de personas más. Todo eso contando que pueda coger el puesto de trabajo nuevo, no veo muy claro que Araceli esté dispuesta a que vuelva. Siento que no va a ser así. —Estás mentalizando tu decisión y desde la mente no hallarás la respuesta. Guíate por tu corazón, tu corazón tiene una inteligencia infinita. La puerta está abierta, sigue los dictados de tu inteligencia divina y no fallarás. Todo lo verás más claro mañana. Ahora descansa. Ami estuvo dando vueltas en la cama hasta bien entrada la madrugada. Sentir el apoyo de su guía la tranquilizaba pero habían sido demasiadas emociones, demasiados cambios. Cuando por fin había conseguido dormirse, se despertó repentinamente. Observó que el reloj digital marcaba parpadeante las siete y siete minutos. Una buena señal, se dijo. Empezó a recordar poco a poco por qué se había despertado: había tenido un sueño donde se veía de niña, tenía un montón de papeles por todo el suelo, eran hojas de periódicos, la niña los hacía añicos y se los comía uno a uno, los trozos eran cada vez mayores hasta que la niña parecía atragantarse con ellos, sentía que no podía respirar. Entonces vomitó una hoja. Intentó leer lo que ponía pero las letras se borraban. Mientras recordaba el sueño le vino a la memoria el anuncio que vio en dos ocasiones donde solicitaban una enfermera interina. Podría ser una opción hasta que encontrara otro apartamento, consideró todavía adormecida.

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4 Un nuevo rumbo

El tren que tomó Ami aquella tarde pasaba por toda la costa de Barcelona. Los barcos se veían borrosos en el horizonte, no porque estuvieran lejos, el día había amanecido nublado y así permanecía. Entretanto discurría cómo sería la persona que tendría que cuidar, si la aceptaban. Presentía que no sería un trabajo fácil, ya que hacía casi dos semanas que había visto el anuncio por primera vez y todavía seguía vacante. Pero el sueño que había tenido aquella noche le había animado a probar suerte en la entrevista. Sabía que cuando aparecían niños en los sueños hablaban de proyectos nuevos, cosas que debían crecer todavía, pero lo sintió una buena señal. Así que nada más despertarse bajó al quiosco, compró el diario y llamó. Hacía muchos años que no había vuelto a visitar el pueblo de Sitges. Cuando era niña había venido en muchas ocasiones cuando terminaban las clases en los veranos con sus dos tías y primos mientras sus padres todavía trabajan. Al bajar en la estación de trenes y caminar entre las calles para tomar el autobús todo le resultaba familiar. Fue inevitable que su mente volcara las imágenes de sus tías caminado por las estrechas callejuelas ataviadas con grandes bolsos de playa, sombrillas, una gran nevera portátil y alguna silla plegable. Ami sonrió con ternura al imaginarlas de nuevo, rodeadas de ocho niños revoltosos sin más preocupación que portar el recién estrenado flotador en la cintura. Recordaba que gritaban y les reñían a cada momento pero ahora lo vio de otro modo. Sintió agradecimiento y mucho amor por ellas, porque gracias a su paciencia y cariño había vivido los mejores momentos de su infancia. El autobús que le acercaba hasta la casa tardaría todavía veinte minutos en

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llegar así que se tomó la libertad de recorrer algunas de las calles más comerciales del centro. Entró en una pequeña tienda de decoración étnica, un buda de bronce enorme custodiaba la entrada. Revisando las estanterías le llamó enormemente la atención un colgante con un ángel. Se lo probó y luego lo dejó de nuevo en la estantería. —Yo de ti me lo llevaría —dijo la dependienta que la había estado observando desde el pequeño mostrador. Aunque nadie lo hubiera imaginado ya que continuaba escribiendo precios en unas minúsculas etiquetas. —Sí, es precioso, pero no puedo pagar tanto por él, me acabo de quedar sin empleo. Ahora vengo para hacer una entrevista y no sé si me van a coger — argumentó. ¿Por qué le he contado esto?, se preguntó Ami nada más terminar de hablar. —¡Llévatelo! —pronunció la dependienta con una amable sonrisa mientras se recolocaba el foulard verde que colgaba de sus hombros—. Me pagas ahora la mitad y si te seleccionan vienes y me pagas el resto. Ami la miró sorprendida. —¿Y si no me contratan? —Sí lo harán —dijo aquella peculiar mujer de extrema delgadez con firme convicción. El autobús serpenteaba por la estrecha carretera que conducía a la casa. Sentada del lado de la ventanilla, acariciaba el colgante de plata que había adquirido de tan extraña manera. El autobús de pronto se paró en medio de la carretera. —¿Es aquí? —le preguntó al chofer desconcertada. Solo había bosque y matorral a lado y lado del camino.

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El hombre asintió con la cabeza mientras jugueteaba nervioso con un palillo entre sus labios. El camino, aunque asfaltado, era solitario, no había casas ni otros caminos se cruzaban. Tras diez minutos andando la casa comenzó a verse. Preocupada miró el reloj y aceleró el paso, empezaba a retrasarse. Una reja de hierro forjado detuvo la marcha. Desde allí se podía escuchar el sonido de las olas quebrar contra las rocas y un agradable olor marino la invitaba de nuevo al recuerdo de los felices días de playa y sol de su infancia, a pesar del aire helado que procedía de la montaña. Ami miró embelesada la antigua mansión restaurada con maestría. Los minaretes de teja de cerámica verde atrajeron su atención de inmediato. ¡Qué vistas tan magníficas tienen que verse desde allí!, pensaba mientras hacía sonar el timbre. Una voz nasal sonó desde el interfono, acercó su rostro al aparato y se presentó tímidamente, acto seguido la puerta más pequeña de toda la reja se abrió. Siguió el sendero de baldosas que la guiaba inequívocamente hasta la casa. A ambos lados del camino unos frondosos setos, altos y cuidadosamente cortados delimitaban aquel camino del resto del jardín. Una joven de baja estatura de rasgos amerindios de amable sonrisa y tez morena vestida con un clásico uniforme, la esperaba con la puerta entreabierta. Ami quedó sorprendida de que aún hicieran vestir al personal doméstico de aquella ridícula manera. La asistenta la acompañó por un corredor hasta una enorme cocina. Luego le señaló una silla con asiento de mimbre junto a una mesa redonda adornada con una fuente de frutas frescas. —Espere aquí, horita mismo llamo a la Señora —le dijo la doncella sin perder por un instante su cercana sonrisa.

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La estancia no aparentaba el paso de los años, transmitía un especial encanto y narraba que había sido un lugar de intensa actividad donde se habían preparado lujosos menús presentados en fuentes y soperas de porcelana que ahora se apilaban aburridas en dos alacenas de madera de roble. De las paredes colgaban varios ramos de ajos, guindillas y tomillo secos. Algunos cacharros de cobre se alineaban en un estante alto de madera sobre la ventana y sobre la chimenea a modo decorativo. Aunque la cocina permanecía cálida gracias a los modernos radiadores las cenizas amontonadas en la chimenea y varios troncos de encina apilados afirmaba su reciente utilización. El suelo de antiguas piezas de barro cocido brillaba gracias a una intensa restauración. Todo estaba limpio y cuidado, Ami se sintió a gusto de inmediato aunque tenía claro que le habían hecho entrar por la puerta del servicio. Aquella familia seguía teniendo las costumbres de la rancia burguesía de principios de siglo. Pensó sin darle mucha importancia. El intenso aroma de las peras despertó el apetito de Ami. Pocos minutos después apareció ante ella una mujer que caminaba erguida como una escoba, de estatura media y piel muy blanca, de cabello corto teñido de castaño y de gesto severo. Llevaba una sencilla camisa color vainilla y una falda hasta por debajo de las rodillas marrón claro. Unos discretos pendientes de oro y perlas eran sus únicos adornos. Ami se levantó. —Llega usted diez minutos tarde, mal empezamos —soltó. Ami intuyó que las excusas no servirían ante aquella áspera mujer. —Lo siento —expresó sin perder su suave sonrisa. Nieves hizo un gesto con su mano para que Ami se sentara de nuevo.

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—Soy Nieves García, el ama de llaves de los señores Jover. Trabajo para ellos desde hace más de treinta años; me encargo de todas las cuestiones que conciernen a sus residencias, por lo tanto a los señores jamás, recuérdelo bien, ¡jamás!, se les molesta por los pequeños detalles del hogar —manifestó mientras se sentaba frente a ella en la mesa de la cocina. —¿Tiene veintiséis años? —preguntó mirando a la joven aspirante que aparentaba unos cuantos menos. Ami asintió con el rostro. Nieves ordenó a Candelaria que preparara café. —He leído su currículo. Me parece muy bien toda la experiencia que tiene en el cuidado de ancianos pero el señor Jover es un caso distinto, está tetrapléjico. —En la residencia hemos tenido muchos ancianos parapléjicos — interrumpió. Nieves la observó inquisitiva. En el fondo necesitaba creer cualquier cosa que le dijera aquella joven estaba harta de que nadie cuajara en el puesto por un motivo u otro. Dejó el currículo en la mesa y adelantó su cuerpo unos centímetros más a la mesa. —Señorita —le dijo—, anciano no es lo mismo que un joven de veintiocho años. Quiero exponerle el caso lo más sinceramente posible. No quiero que usted pierda el tiempo, ni me lo haga perder a mí convenciéndose de que el trabajo será un patio de recreo, porque no lo es. El señor Jover está bajo tratamiento psiquiátrico porque no acepta su estado, intentará convencerla para que lo ayude a suicidarse. Por aquí ya han pasado varios enfermeros. Ami intentó disimular la sorpresa que le producía la noticia, mostrando entereza y sin dejar de asentir con la cabeza a su interlocutora.

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—Si no consigue persuadirla, la insultará, la escupirá o hará cualquier cosa que se le pueda ocurrir para que se vaya. Le amargará el día, se lo puedo asegurar. —Por mí no hay inconveniente —asintió sin perder la sonrisa del rostro. La vieja ama de llaves la miró inquisitiva, su respuesta le pareció sincera aunque no pudo evitar negar repetidas veces con la cabeza y soltar un suspiro. Su rostro marcaba el paso de los años y sus ojos el cansancio de su alma. Después de una vida entera dedicada al cuidado de una familia que no era la suya se cuestionaba con escepticismo el porqué una joven guapa y vital quería permanecer encerrada en aquel viejo caserón lejos de la diversión que ofrecía la ciudad. Le recordó inevitablemente sus inicios como cuidadora, pero aquellos eran otros tiempos, ella no tuvo otra opción. De nuevo un suspiro escapó de su boca. —¿Está dispuesta a trabajar aquí encerrada tantas horas? —Me gusta la tranquilidad, me gusta leer, no fumo ni bebo. —Me parece bien pero aquí tranquilidad tendrá cuando el señor Jover esté durmiendo. —Es solo un paciente. En la residencia tenía quince para mí sola —confesó Ami con una amplia sonrisa. Le sorprendió la vitalidad de la joven de grata manera, aunque no lo demostró. —Una pregunta más ¿por qué una chica como usted quiere una oferta de empleo de interina? ¿No tiene pareja ni hijos? —El apartamento donde vivo ahora va a ser demolido. Me quedo sin hogar porque estaba de alquiler. No tengo pareja ni hijos —contestó Ami, rogando que no preguntara por los motivos de haber dejado su último empleo. Nieves soltó un largo suspiro y balanceó ligeramente su rostro.

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—Está bien. Por mí puedes empezar mañana mismo, pero no solo depende de mí. Ahora voy a presentarte al señor Jover —dijo levantándose de la silla mientras Candelaria retiraba las tazas. Ami sintió una ligera presión en el pecho. No supo discernir si de los nervios por conocer a tan especial paciente o de la emoción de tener un nuevo empleo. De camino a la habitación de su nuevo jefe, iba observando la lujosa decoración de aquella espléndida casa. Alfombras de bellos colores decoraban las estancias. Le apuraba tener que pisarlas, reconocía el valor de los diseños y la suavidad de su lana de sus viajes a India, sabía apreciar las horas de trabajo que llevaba tejer una de ellas. Allí aprendió que los dibujos que las adornaban, pasaban de padres a hijos durante generaciones como un mapa del tesoro que debían memorizar. Contempló cómo los muebles antiguos restaurados se entremezclaban magistralmente con otros más actuales creando una atmósfera de buen gusto y refinamiento. Gráciles y verdes kentias en grandes tiestos de barro esmaltado en azules y blancos decoraban los pasillos acristalados con vidrieras emplomadas de vivos colores. Aquel palacete hechizaba, sintió. Tenía algo mágico en su interior, algo que por el momento no era capaz de dilucidar. De pronto Ami notó un viento gélido pasar por su cuello. Se giró y observó el pasillo, sintió que alguien más las estaba acompañando, pero no había nadie, ni tampoco ninguna ventana abierta que justificara el frío que estaba sintiendo en su piel. —¡Señorita! no tengo toda la tarde —exclamó Nieves al notar que Ami se había quedado rezagada en el pasillo. —Lo siento, es que nunca había visto una casa tan bonita —se excusó. —Ya se hartará de verla —masculló el ama de llaves.

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Ami centró de nuevo la atención en la mujer que para su pequeña estatura caminaba con paso largo. Embelesada con los encantos del palacete no se había percatado del alto volumen de un televisor que se había ido haciendo más insoportable a medida que se acercaban a su destino. —Es aquí mismo —dijo Nieves abriendo la amplia puerta de madera de roble. —¡Jack, te vas a quedar sordo, baja ese televisor! —dijo Nieves mientras se tapaba los oídos. Una rugiente pelea de boxeo se transmitía por un canal internacional. El paciente hizo caso omiso de la petición de Nieves. —¡Baja eso por Dios! —espetó el ama de llaves dirigiéndose hacia el aparato de televisión intentando encontrar el botón adecuado. El sonido cesó de repente, Ami había encontrado el botón del volumen junto al cuadro de mandos que habían montado los técnicos para la autonomía del paciente. Había visto varios aunque nunca con tanta cantidad de botones. —¡Gracias a Dios!; no termino de saber cómo funciona este cacharro. Nieves se acercó con amable respeto hacía el hombre que yacía en la cama mirando hacia el televisor sin volumen. —Jack, esta es la señorita Ami, la estoy entrevistando para el puesto de enfermera. La joven permaneció tensa a la espera de algún comentario o pregunta por parte del paciente. No hubo respuesta, solo un gesto de hastío en su rostro. Nieves decidió acompañar a Ami para que viera la habitación que ocuparía si se quedaba. La habitación estaba justo al lado, era grande y luminosa, tenía una cama

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espaciosa, todo aparentaba estar nuevo. Tenía un cuarto de baño de lujo, pensó recordando su pequeño aseo destartalado. — Es acogedora —afirmó Ami recorriendo la estancia con la mirada. Candelaria irrumpió en la habitación: —Señora, el mensajero trae una carta certificada para usted. Nieves se disculpó y salió de la estancia murmurando: —¿Y por qué no la has firmado tú? —se quejó desde el pasillo. Ami se dirigió hacia el jardín mientras Jack continuaba mirando absorto hacia la pantalla del televisor silenciado. Lo observó tímidamente al salir. Tenía todos los miembros escayolados o con vendas. Un enorme sentimiento de compasión se apoderó de ella. Pudo apreciar los rasgos de un hombre joven, magullado por fuera, pero más por dentro. Sintió que la herida más profunda que tenía aquel ser todavía no se dejaba ver. Salió por el balcón que daba a un jardín cuidado pero conservando un aire natural mediterráneo. El sonido del romper de las olas relajó la tensión de la entrevista durante unos minutos. El sol comenzaba a ponerse tiñendo de naranja el cielo, una imagen que la transportó al silencio interior, a la profundidad de su alma, y volvió a sentir la calma que hacía días había perdido. Sintió que aquel lugar sería muy propicio para comenzar su nueva vida, hasta que supiera qué hacer con ella. Volvió a la sala de su paciente recordando el mal humor que tenía Nieves. Doris había estado de lejos observando a la nueva visita sin que ésta se percatara, entró en la sala justo después de Ami husmeándole las piernas. —¡Hola! —saludó Ami un tanto nerviosa al notar el húmedo hocico del animal en su piel. Se agachó a la altura del mastín y le acarició la cabeza. —¡Vaya que perro tan guapo!

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—Es una perra —masculló el joven desde la cama. Ami permanecía arrodillada con la perra todavía panza arriba pero cuando la vieja mastín noto que habían cesado las caricias se incorporó para comenzar a darle húmedos lengüetazos. —Es muy cariñosa. ¡Para! —decía entre risas intentando desquitarse del animal. —Pues no es cariñosa, ¡Doris ven! —ordenó, celoso de la conducta de su perra con la extraña. —Soy Ami —dijo tímidamente mientras se ponía de pie. —Soy el vegetal —contestó Jack mirándola fugazmente. No pudo evitar sonreír el cínico comentario. Nieves irrumpió en la estancia. —Siento el desplante. Bueno veo que ya te has dignado a mirarnos con esos preciosos ojos azules que tienes. A pesar de la correcta distancia que mantenían podía palparse el amor que Nieves sentía por su protegido. Ami pudo comprender un poco más el desasosiego que portaba aquella mujer al ver al joven que parecía ser como un nieto para ella inmovilizado, frágil e indefenso en aquella cama. —Bueno le acompaño de nuevo a la salida, por nosotros ya ha terminado la entrevista, la llamaremos esta noche para darle una respuesta. —Mucho gusto señor Jover. Jack no respondió. Volvió a conectar el volumen del televisor. Las dos mujeres dejaron la estancia mientras la perra gimoteaba de camino a la alfombra del porche. La misma noche, después de la entrevista en la mansión, Nieves le comunicaba por teléfono que el puesto era suyo. Después de haber visitado la casa y haber conocido el caso de su paciente, Ami no dudó de que ése era el empleo que

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debía coger. Sentía que al menos allí tendría tiempo para reflexionar y encontrar de nuevo la paz y la calma que tanto necesitaba. Y en el fondo deseaba no tener más relación con la residencia. Conociendo el carácter de Araceli sabía que tarde o temprano terminaría haciéndose un hueco en la nueva residencia y aquello no se le antojaba un cambio de verdad, el cambio que ella necesitaba desde hacía tiempo. Ami había bajado ya varias cosas al contenedor a primera hora de la mañana. Tenía que deshacerse de varios muebles que ya no podía utilizar. Al volver de uno de los viajes para tirar trastos se acordó del rosal de su casero. Todavía permanecía allí entre las malezas que habían crecido sin control. Sintió mucha tristeza de ver el pequeño jardín tan desatendido. Cogió una azada y una podadora del trastero, lo podó concienzudamente, lo sacó de la tierra y lo plantó en una maceta de plástico para que se lo pudieran llevar a su casero junto a una nota que había escrito: Ahora, cuando florezca, también guarda una de las rosas para acordarte de mí. A la mañana siguiente el apartamento estaba ya vacío. Con dos maletas en la mano miró por última vez lo que había sido su vida en aquel pequeño piso. Una mezcla de emociones y sensaciones revoloteaban en su interior. Ya en el pequeño jardín de su casero volvió la vista con lágrimas en los ojos, se despedía de todos los recuerdos que contenía aquella vieja casa, se despedía por ella y por su casero. El claxon del taxi le reclamó anunciando su nueva vida. Cuando el coche se disponía a partir, miró sorprendida el contenedor que rebosaba de maderas, cajones llenos de papeles y ropa del anciano. —¡Pare un momento! —le gritó al taxista que la miró con fastidio. Ami se bajó del coche. En el contenedor estaba el rosal con la maceta. —¡Será besugo! Al menos no ha tirado la nota, pensó molesta, al sentir el poco respeto que había

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demostrado el sobrino, por una pertenencia tan querida. No dudó en llevárselo con ella. Ami se marchó sin haberse percatado del cartel que habían colocado en la verja exterior de la casa:

Nueva construcción. Pisos de alto standing con parking. Inmobiliaria: Casas Barcelona Promotora: Jover i Camps.

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5 La prueba

Habituarse a la nueva rutina no fue difícil, tenía mucho tiempo para hacer las tareas, pero extrañaba enormemente su apartamento y las comodidades de la ciudad. Echaba de menos las meriendas con sus amigas en la cafetería, los paseos después de trabajar y las clases de natación en la piscina municipal. Pero como Uzriel le había dicho: Lo que pierdes por un lado lo ganarás por otro. Ami limpiaba y cambiaba las gasas y vendajes de las heridas de Jack a diario. Observó que el tejido de su piel se recuperaba muy lentamente. —Si pudieras sentir dolor, desde luego tendría que inyectarte morfina — comentó Ami. —Si realmente sientes lástima por mí, podrías ayudarme. —No siento lástima, quizás compasión, pero no lástima ¿Dime que necesitas? —respondió Ami amablemente. —¿Qué más da la palabra? Si quisieras podrías terminar con mi sufrimiento, en unos minutos. Ami sintió unos escalofríos intensos recorrer su espina dorsal al recordar las palabras de la ama de llaves en la entrevista. —¿Quieres morir? —le preguntó ¿Por qué? Las heridas curarán y tu dolor interno también puede sanar. —No tienes más que verme. ¿Hace falta que te dé muchas explicaciones? — dijo mirando hacia su cuerpo— Mi vida tendría que haber terminado en esas rocas. Nadie le había contado cómo pasó. Ami había dado por hecho que fue un accidente de coche, le sorprendió el comentario de las rocas pero no se atrevió a preguntar.

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—¡Es fácil! —prosiguió—. Me he informado en Internet. Incluso podríamos encontrar las sustancias más adecuadas, para que sufra lo menos posible. ¡Como si fuera un somnífero! No tendrías sentimiento de culpa porque yo te lo estoy pidiendo. Incluso he encontrado un abogado que ha redactado un testamento y un contrato que te exime de responsabilidad. Si aun así tuvieras problemas tengo una cuenta secreta en el extranjero con millones de euros para ti por si te tuvieras que marchar. Podrías vivir como una reina. Te prometo que no irás a la cárcel. Te dejaré muchos abogados para que te protejan. Ami se había quedado estupefacta. Había dejado de realizarle las curas. Nadie podía estar preparado para sentir una propuesta así. Su paciente iba muy en serio con el plan de suicidarse como le había contado Nieves. Lo sintió seguro y convencido de lo que decía. No le pareció un loco ni un perturbado, solo sentía que estaba muy desesperado, terriblemente aterrorizado de tener que vivir para siempre en aquella situación de dependencia. —Tengo que pensármelo —le contestó. El rostro de Jack se iluminó. Se hizo un profundo silencio. Jack giró la cabeza todo lo que le permitía la postura en la cama para poder ver el rostro de Ami que se había quedado absorta mirando hacia la ventana. —¿En serio? —le preguntó Jack— No estoy loco, sabes. Si me estas siguiendo la corriente como si estuviera pirado me daré cuenta y te pondré de patitas en la calle. —Aunque amo la vida enormemente, respeto que otras personas no sientan lo mismo que yo y quieran ya marcharse, pero estamos hablando de quitarte la vida, voy a crearme una deuda kármica contigo y no sé si estoy preparada —dijo Ami con toda la franqueza que pudo al ver lo inteligente que era su jefe.

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—Piénsatelo. No comentes nada o volverán a atiborrarme de pastillas. Ese maldito psiquiatra —dijo al recordar al doctor que lo visitaba cada semana y que le había recetado fuertes antidepresivos que lo atontaba hasta el extremo de la idiotez. Aquella misma noche Ami tuvo un extraño sueño; una mujer de largos cabellos rubios le pedía ayuda. Ella creyó que era un ángel, por lo hermosa que era. No le dio mucha importancia, pensó que un ángel siempre acudía a ayudar a los humanos y no al revés. Pronto Candelaria se hizo amiga de Ami. Sin la presencia de Nieves, la joven ecuatoriana era simpática y muy abierta. Le había comentado lo entusiasmada que estaba de tener una compañera de su edad en la casa. Solía charlar de cotilleos y banalidades con Ami durante el desayuno siempre que se encontraban solas. —Pobrecito patrón, me da mucha penita. Era tan guapo y vital —comentaba la joven ecuatoriana mientras deshacía una magdalena en el café. —¿Qué ocurrió? No fue un accidente, ¿verdad? —preguntó Ami. Candelaria dejó su taza de café y miró a su alrededor como buscando a alguien que escuchara cerca. —Esa es la versión oficial que ha dado la familia para la gente. Pero yo estuve allí ese día. Me han prohibido comentarlo con la prensa. Aquí sucedían cosas que ni te imaginarías. Si mi madrecita lo supiera —Candelaria se santiguó varias veces—. Me da vergüenza siquiera recordarlo —dijo, dándole una pausa misteriosa a su relato. —Me intrigas —dijo Ami con impaciencia. Candelaria relató con minucioso detalle todo lo sucedido en aquel fatídico día, todo el miedo que había pasado al ver a Jack en las rocas, la orgía con la gente

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desnuda y ebria por los suelos, mientras Ami abría cada vez más los ojos por la impactante información que estaba recibiendo. Había momentos en que por el modo en que Candelaria lo narraba le parecía que estaba exagerado. —No sé, no me lo puedo creer. —Lo del accidente no me lo creo ni yo —sentenció—. ¿Puede alguien estar tan drogado como para creer que es un pájaro y ponerse a volar? Eso fue un castigo de Dios, por toda esa vida de pecado —conjeturaba Candelaria, bajando cada vez más el tono de voz. Ami la miraba atónita, luego se levantó de la silla para marcharse de nuevo a su puesto pero antes de salir de la cocina le dijo: —No creo que Dios castigue a nadie, somos nosotros mismos los que creamos nuestra realidad y las consecuencias de nuestros actos son responsabilidad propia. Candelaria se quedó pensativa sin entender lo que su amiga le acababa de decir. Ami fue directamente al jardín, se dirigió hasta la balaustrada, reposó los brazos y observó el horizonte. Luego se asomó y miró hacia abajo, hacia las escarpadas rocas. El mar ahora estaba calmado, aún así, las olas chocaban incesantes contra ellas. No sabía medir a qué altura del suelo estarían pero se le hacía difícil creer que alguien pudiera haber sobrevivido después de una caída así. Tendría que estar muerto, pensaba. La vida le está dando una nueva oportunidad y lo único que quiere es morir, reflexionaba mirado las olas que se dirigían una y otra vez hacía su fatal destino.

Un mes después…

—Tiene una visita, señor Jover —dijo Candelaria dirigiéndose hacia la cama de Jack.

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—¡Dejé bien claro que no quería ver a nadie! —gritó Jack. —Es el señor Manel —insistía Candelaria. —¡Que se marche! —Hola Jack —dijo la voz de un hombre tras la puerta— Siento entrar sin tu permiso. Es la tercera vez que vengo y como nunca quieres recibirme, me he tomado la libertad de seguir a tu empleada. Manel se acercó unos pasos a la cama. —Ya has oído, márchate, no tengo nada que contarte que ya no sepas — espetó girando la cara. —Sólo vengo a verte. No vengo a molestar —decía mientras acercaba una silla y se sentaba cerca de la cama. Jack giró el rostro y le clavó los ojos. —¡Pues ya me has visto! Ahora vete. Manel todavía no podía creer lo que había sucedido, había intentado imaginar cómo estaría, pero el hombre que vio en la cama no le sorprendió, seguía teniendo el mismo rancio carácter aunque exacerbado a la máxima potencia. Antes despotricaba con la boca pero también con su cuerpo, con sus manos. Ahora ahí sin poder moverse casi toda la rabia que sentía la desprendía por los ojos que le ardían en veneno. En su fuero interno Manel sentía que se había estado buscando esta situación, la

vida

de

desenfreno

que

había

llevado

parecía

haberlo

abocado

irremediablemente hacia ese fatal destino. —Sé que nada de lo que diga puede consolarte. Solo quería que supieras que me tienes para lo que necesites, cualquier cosa que quieras, solo tienes que pedírmelo. —Pues claro que harás lo que yo te pida, eres mi empleado, ¡menuda

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novedad! —contestó cínicamente. —Me refiero a favores que se hacen los amigos, me gustaría venir cada semana, podríamos ver los partidos de fútbol, no sé lo que te apeteciera —confesó Manel, con una cierta timidez, su jefe seguía imponiéndole respeto aún en su estado. —¿Sabes por qué no quiero ver a la gente como tú? Porque lleváis el cartel de la lástima en vuestra cara. Os doy lástima. ¡Qué horror ojalá, no me pase a mí!, pensáis mientras me miráis con ojos conmovidos —soltó con aspereza. Jack le giró la cara. —No es cierto. No me das lástima —replicó Manel—. Te estás pasando conmigo Jack, yo solo quería saber cómo estabas. Quería verte desde que te trajeron a casa pero no me han dejado. Manel alargó el brazo para intentar girar el rostro de Jack. Cuando las miradas se juntaron, Jack sintió una fuerte impresión que llegó desde su mente, comenzó a recordar imágenes de la fiesta. Se vio de repente transportado a la orgía cuando fue violado por su invitado. —¿Jack, qué te pasa? —dijo Manel al ver el rostro desencajado de su amigo. —¡Vete de aquí maricón! ¡Vete, no quiero volver a verte! Largo de aquí —le gritó con los ojos desencajados de ira, agitando la cabeza de un lado para otro. Manel se retiró asustado de la cama. Jamás había visto a su amigo de aquella forma. Ami había regresado tras sentir los gritos desgarradores de su jefe. Jack gritaba desesperado como nunca lo había hecho. Estaba lleno de rabia. —¡Dele algo por favor! —gritaba asustado Manel. —¡Lo mataré, lo mataré! —chillaba Jack insultando y maldiciendo al violador que veía en su mente.

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Ami invitó a Manel a marcharse. —No le he hecho nada, señorita, se lo prometo —replicaba Manel con el semblante blanquecino mientras abandonaba la estancia. —Lo sé, váyase tranquilo. Hablaré con él para que pueda venir a visitarlo otro día —contestó Ami. Ami permaneció silenciosa a su lado. Sabía que debía dejarlo llorar. No quiso administrarle ningún calmante porque sabía que el dolor emocional tenía que salir y no ser camuflado o tapado con ningún químico. El dolor debía ser sentido, asimilado y transmutado para que desapareciera para siempre del cuerpo. Jack se despertó después de haber dormido unas horas, vencido por el intenso dolor que aquel recuerdo le había provocado. Sentía asco de sí mismo, también odiaba a Manel por haberle provocado esa horrible imagen. Ahora ya nada le importaba. —¿No vas a preguntarme nada? —le dijo a su enfermera. Ami estaba sentada en una esterilla acolchada. El sol se estaba poniendo, era uno de sus momentos favoritos del día para meditar. —¡Qué irónico! Yo aquí postrado y tú malgastando tu tiempo estando inmóvil —comentó. Ami tardó unos segundos antes de contestar: —Buenas tardes —respondió—. No malgasto el tiempo, interiorizar no es una pérdida de tiempo —contestó sin dejar su postura—. Y no me interesa el porqué de tu arranque de ira. —¡Qué sincera! Así es mejor, no preocuparse por nadie ni por nada. Las personas egoístas son las que mejor viven, me gusta. —Es respeto, no egoísmo. Si tú quieres contarme algo, estoy aquí para lo que necesites, pero no pienso insistir si no deseas que te ayude, si crees que puedo

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ayudarte en algo. —Nadie puede ayudarme. Solo la muerte aliviará mi estado, en eso sí puedes ayudarme. ¿Cuánto tiempo más vas a necesitar para pensártelo? Cada día que pasa es una tortura para mí —suspiró—. ¿Es que no lo entiendes? —Es cierto, nadie puede ayudarte, solo tú puedes ayudarte a ti mismo. Los demás solo podemos servirte de guía, enseñarte la puerta pero eres tú quien tiene que cruzar. —¡Puertas! ¿Qué dices? Yo no puedo matarme a mí mismo. Déjate de filosofía barata y dime cuándo lo harás y cuánto quieres —soltó. La ira de Jack iba en aumento pero Ami permanecía sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, impasible a los comentarios de su jefe. —Ya estás muerto. Hace muchos años que vives como un muerto. Eres un zombi, muchas personas aún viven así. La diferencia es que tú tuviste un momento de conciencia, quizá solo fueron unos segundos, donde realmente viste que estabas muerto. Ese momento fue muy duro para ti, pero fue necesario para que vieras que no estabas viviendo como un ser auténtico, estabas viviendo tras una ilusión. El comentario le hirió pero sintió que ella estaba realmente en lo cierto. No sabía cómo aquella desconocida podía saber lo que le había sucedido en la fiesta, era imposible que lo supiera. Ni él mismo lo recordaba tan claramente. —¿Cómo sabes eso? ¿Acaso hablo en sueños? —preguntó intrigado. —Intuición. Cuando llevas mucho tiempo interiorizando, despejando la mente, limpiando emociones, se crea un vacío dentro. Entonces cuando estás en ese estado empiezas a llenarte de tu esencia, de tu ser más puro, de sabiduría. Aquí en este vacío naces de nuevo. Primero tienes que deshacerte de todas tus viejas emociones y recuerdos, luego renacerás renovado, limpio. Serás un ser intuitivo, sentirás que todo el universo te habla, serás un ser creativo, consciente. La vida

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comenzará a tener sentido para ti porque sentirás que formas parte de todo, y cuando te marches todo el universo sentirá que falta algo, una pieza que ya no está en su lugar. —No lo entiendo. —Lo entenderás. No es tan difícil, pero es un reto. Siento que puedes hacerlo, puedes volver a nacer. —No quiero nacer, quiero morirme. —Ya te he dicho que estás muerto. No puedes matar a un muerto. Pero tienes la gran suerte de haber sido consciente de la vida, aunque solo haya sido durante unos segundos. —Ya hace tiempo que dejé de creer en Dios. Si piensas que me voy a conformar con las palabras del Señor, te has equivocado de oveja. ¡Estúpida beata! —Tu cabeza puede decir no, pero tu alma está pidiendo a gritos ayuda. Lo presiento. Déjame unas semanas de tiempo, puedes sanar muchas cosas que todavía permanecen atrapadas dentro de ti. Jack comenzó a reír burlonamente. —¿¡Vas a curarme!? ¿Eso es lo que quieres decirme? ¿Voy a volver a caminar? —Eso depende de ti. Yo no puedo sanarte, solo puedes hacerlo tú. —No te compliques la vida y no me la compliques a mí. Es fácil, aplícame la eutanasia, coge el dinero y lárgate. Si no quieres dímelo y otra persona lo hará. Hay muchos matones sueltos. Ami se levantó de la alfombra, se giró y le miró fijamente a los ojos. —No lo voy a hacer —le dijo—. Si he llegado hasta aquí no ha sido para terminar con tu vida sino para ayudarte a que termines con tu muerte. —¿Por qué vienes a darme esperanzas de que puedo volver a caminar? ¿Qué sabes tú más que los médicos? —No he dicho nada de tu recuperación física. Te hablo de la sanación de tu

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alma. Tu parte física solo es un reflejo de tu interior. Si dentro estas paralizado, también lo estás fuera. Tú decides si quieres darte una oportunidad. Si no me marcharé, cuando desees. Ami salió de la estancia. Jack estaba perplejo. Todas aquellas palabras estaban poco a poco calando en su ser. Su mente intentaba analizar cada una de las frases que acababa de oír pero no las entendía, en cambio su corazón sí y estaba deseando de creerlas. Aquella joven había despertado otro sentimiento que le daba mucho más miedo que la propia muerte, la esperanza. Al cabo de un largo rato, Ami regresó con la bandeja de la cena. Silenciosamente se dispuso a preparar la mesita desplegable para colocar la comida en ella. —Esta noche puedes recoger tus cosas. Te marcharás mañana —soltó Jack, con gesto frío, sin apartar la vista del partido de baloncesto que transmitían en directo. —Bien. Como quieras —respondió Ami con tristeza. Se hizo un profundo silencio. La joven comenzó a preparar la mesita auxiliar para depositar la bandeja con la cena pero el tablero no cedía. Ami agachó la cabeza para comprobar las bisagras, cuando se levantó de nuevo se enganchó el colgante de ángel partiendo la fina cadena que lo sostenía a su cuello. —¡Se ha roto! —exclamó con fastidio. Al recogerlo las manos le temblaban. Jack se giró y observó la diminuta figura que sostenía Ami en sus manos. —Es solo un simple collar de chatarra. —Lo compré el primer día que llegué aquí. Pero ahora entiendo qué significa

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que se haya roto —dijo. —No tiene que significar nada, se ha roto y punto. Cómprate otro. Ami miró a Jack con gesto desaprobatorio. Para ella el mundo estaba lleno de señales y sentía que el universo entero le hablaba en un idioma que solo ella comprendía. Sentía que nada era coincidencia y todo sucedía por un motivo. Ami cavilaba mientras volvía a empaquetar lo poco que había sacado de las cajas. No entendía bien lo que había sucedido aquella tarde, ni comprendía su propio comportamiento. Sentía que alguien había hablado a través de ella aunque no había notado nada en su interior. ¿Por qué le había hablado así? ¿Por qué había sido tan franca y directa? Le había dicho cosas muy duras a Jack. Le había dicho que era un zombi. Se lamentaba de la conversación que había mantenido con su jefe. Ahora pensaba que si se hubiera callado, todavía podía haber estado unas semanas más dándole largas, por lo menos hasta que hubiera encontrado otro empleo. Jack dormía profundamente sumergido en un apacible sueño. Se encontraba en una hermosa pradera, podía caminar y mover sus piernas pero estaba sentado, recostado contra un enorme árbol. Sentía una agradable sensación de paz. Una hermosa y energizante luz blanca apareció cerca de él: —¿Qué es eso? — se preguntó Jack mientras la luz se hacía cada vez más grande. Era una luz que transmitía paz. Jack intentó levantarse para verla más de cerca. —¡No puedo moverme! —gritó. La luz comenzó a alejarse. —El ángel se va —escuchó decir a la que un día fue su madre. Había aparecido de repente a su lado.

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—¡Mamá! —exclamó al reconocer los ojos azules de Giselle— ¿Eres tú? —le preguntó— ¡No te vayas! Te lo suplico —lloraba mientras intentaba moverse para acercarse a ella. —Yo siempre estoy a tu lado pero la luz se marcha —decía señalando con el dedo la cada vez más lejana luz —. Te dije que te enviaría a un ángel y tú lo dejas marchar. —¡La luz se va! No puedo moverme. No puedo ir tras la luz. —Sí puedes. Jack intentaba moverse. La oscuridad más profunda comenzó a apoderarse de aquel hermoso lugar como una negra nube, densa, sofocante. Sombras oscuras y pequeños demonios comenzaron a acercarse poco a poco, cada vez más cerca y su presencia era dolorosa, angustiosa. Jack sintió como el aire le faltaba. Las sombras le aplastaban y los demonios se introducían por su cuerpo. Comenzó a gritar llamando a la luz. El pánico le hizo despertar. Comprobó en el reloj del televisor que eran las tres horas y treinta y tres minutos. Estaba sudando y la desagradable sensación que le había provocado aquella oscuridad todavía le acompañaba, aquel sentimiento de angustia y soledad era muy familiar, lo había sentido muchas veces. Ami había oído los gritos de su paciente y salió de su dormitorio. —¿Se encuentra bien? —preguntó. —No, tengo sed —dijo Jack. Encendió la luz de la mesita y se sentó junto a Jack. Le subió el cabezal de la cama, con una pañuelo le secó el sudor de la frente, luego le acercó un vaso de agua a los labios.

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—He tenido una pesadilla. Era muy real. Bueno… tan real como ahora —dijo con tono sarcástico— no podía moverme. Quería perseguir una luz o algo así, mi madre estaba a mi lado. Estaba tan hermosa, es increíble pero parece seguir viva en algún lugar aunque ya no sea ella, no sé explicarlo. Mi psicólogo dice que no he superado su muerte. —Quizá trate de decirte algo; ¿recuerdas sus palabras? Jack negó con la cabeza. —Pues entonces lleva años intentándolo. ¿Crees en los ángeles? —Creo en seres que existen en otras dimensiones de energía diferente a la nuestra. Pero coloquialmente hablando… sí, creo en los ángeles —afirmó Ami. —Este sueño va unido a otro que tuve el día del accidente. Creo. No sé, estoy confundido. No sé si fue un sueño o fue real. —Tranquilo intenta recordar, es importante, cierra los ojos pero no te duermas del todo el recuerdo llegará a ti. Si me necesitas estaré en mi habitación. Jack obedeció, cerró los ojos e intentó recordar sin forzar. Pero solo pudo visualizar el sueño de aquella noche con la única frase: —te dije que te enviaría un ángel. Intuía que aquella frase estaba relacionada con el sueño de la noche del accidente. La mañana amanecía fría en la costa catalana. Jack se había despertado con el ruido de la máquina cortacésped. Maldijo al jardinero por no haber tenido consideración con su descanso. Para él dormir era lo más importante, mientras dormía no era consciente de su dolor y cada vez dormía menos horas. De pronto recordó la pesadilla de la noche anterior. Recordó haber hablado con Ami sobre el sueño. Ahora aquella mujer lo vería como un pobre hombre asustado y eso no le gustaba. No entendía por qué había hablado de cosas tan íntimas con ella. Se sintió

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fastidiado, había mostrado debilidad, su padre le había enseñado a no dejar entrever las emociones y ahora había fallado: —Si olfatean que eres un blando te hundirán —le había repetido hasta la saciedad. Recordaba la primera vez que su padre dejó que lo acompañara a la compra de un solar. Tenía quince años, su padre le había obligado a vestirse con atuendos sencillos, sin marcas ni relojes lujosos, no quería que aparentaran ser una gran constructora. La mujer que vendía las tierras había enviudado recientemente y necesitaba el dinero. Antoni regateaba el precio del terreno despiadadamente, podía oler la desesperación económica que vivía la viuda como un buitre la muerte. Cuando la negociación estaba casi zanjada, Jack intervino inocentemente: —Papá, es justo lo que pide, nosotros ganaremos mucho más con la venta de los adosados. Todavía tenía clavados los fríos ojos de su padre tras el desafortunado comentario. Antoni no compró el solar herido en su orgullo. Jack recordaba las palabras que tan duramente su padre le lanzó luego en la intimidad del coche. —Nunca servirás para esto, eres un blando. Salió de sus recuerdos. En la mesita de noche todavía estaba el colgante roto del ángel, al verlo Jack sintió una punzada, miró hacia la habitación de su enfermera, estaba vacía, el colchón aparecía desnudo. Empezó a sentirse inquieto. Llamó al timbre de la cocina. A los pocos minutos Ami apareció con la bandeja del desayuno, al verla un sentimiento de alivio lo inundó. Después de mirarla en silencio por unos minutos mientras prepara la mesa para su desayuno se atrevió a decirle: —Ayer me precipité, si desea puede quedarse hasta que encuentre otro

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trabajo. Ami le acercó a los labios la taza de café con una pajita. —Gracias pero ya he hecho las maletas, me voy a una pensión hasta que encuentre donde vivir, no se preocupe, aquí ya no tengo nada que hacer. Jack se quedó sin palabras, nunca se había encontrado en la situación de tener que rogar. Tras unos minutos de silencio Jack volvió a intentarlo. —¿Una pensión? Eso es muy peligroso. Quédese aquí el tiempo que necesite. Por favor, no voy a insistirle m{s con “eso” ya sabe, no voy a perjudicarla. En serio, puede creerme. Puedo esperar unas semanas para morirme, así estaré más ansioso —bromeó. Ami asintió con la cabeza. Sonrió complacida al pensar que era él mismo el que se estaba dando tiempo. Tiempo para empezar a sanar su alma.

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6 Reencuentros

Aquella tarde de invierno, en la salita de estar del apartamento del Paseo de Gracia, Eusebi Camps había tomado una firme decisión: quería estar con su nieto todo el tiempo que fuera necesario. Sentía que necesitaba de su compañía y él también. Llevaba días meditándolo aunque el miedo y las dudas le retenían porque sabía que el estado mental de su nieto cada vez era más difícil. En lo más profundo de su ser se sentía culpable del distanciamiento entre ambos, ahora se le antojaba casi un extraño. Mientras miraba a su alrededor, veía los restos de lo que ahora era su vida; un enorme apartamento en silencio. Recordó por unos instantes el bullicio que había habido en aquel hogar, las alegres cenas que su esposa organizaba, los invitados que narraban sus anécdotas, Giselle con sus amigas correteando por los pasillos. Eusebi sonrió brevemente, casi podía tocarlo, saborearlo ahí a su lado. ¿Dónde estaba ahora toda aquella vida? ¿En qué lugar del tiempo se habían quedado plasmados todos aquellos recuerdos? Toda la imagen se borró de su mente con un largo suspiro que salió de su boca, igual que hacía veinte años, un conductor ebrio, sacó de la autopista el coche donde iban su esposa e hija. Tan solo hizo falta unos segundos, un suspiro y toda su vida cambió por completo. Después ya nada fue igual para Eusebi, el dolor fue tan profundo que decidió taparlo en lo más hondo de su alma y se volcó con fanatismo en la empresa que había heredado convirtiéndola en un imperio. Ahora era tiempo de dejar ir. Había estado años retrasando la jubilación por temor a enfrentar la misma situación que ahora vivía. Le hubiera gustado que

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hubiera sido de otro modo, hubiera querido que su nieto se ocupara de todo. Incluso habría hecho una gran fiesta para ceder la presidencia a Jack, imaginaba. Ahora Antoni, su yerno, recibiría los honores. Pensaba amargamente. Con el corazón encogido pero decidido, ordenó que recogieran su ropa y prepararan el coche. Esa misma tarde se mudaría a Sitges. Nieves recibió con ahogado entusiasmo el aviso de la llegada del nuevo residente en Bella Villeroy. Sin poder evitarlo los recuerdos empezaron a agolparse en su mente, la tristeza se apoderó de ella de inmediato. Nadie se había nunca percatado de los sentimientos de aquella hermética mujer, pero detrás de esa muralla de fortaleza y equilibrio, el corazón aún latía con fuerza cada vez que veía a Eusebi Camps. El hecho de que fueran a vivir bajo el mismo techo, la inquietó. Cuando Eusebi llegó a Bella Villeroy Nieves le acompañó silenciosa hasta uno de los dormitorios del piso superior. —Señora Nieves, hoy cenaré con mi nieto. Ahora voy a darle la sorpresa yo mismo —manifestó. Minutos después Eusebi se presentó en el dormitorio de Jack acompañado por Nieves. Ami se levantó del sofá al verlos entrar. —Buenas tardes —saludó con entusiasmo Eusebi. —¿Abuelo? —preguntó sorprendido— ¿Qué haces aquí? —He decidido que me vendré a vivir a esta casa durante una temporada. El silencio se hizo en la habitación. —No esperaba saltos de alegría —dijo Eusebi mientras se agachaba para besar las mejillas de su nieto—. ¡Vaya! ¿Es tu novia? —preguntó sorprendido al ver a la joven de hermosos ojos que le sonreía.

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—No. Es mi asistente. No me gusta que lleve uniforme, así me recuerda menos que la necesito. —Ya me parecía. Encantado señorita. Soy Eusebi Camps —dijo acercando su mano a la de Ami— Ahora vamos a vivir todos juntos— añadió. A Ami le pareció un señor educado, simpático. Aunque altanero. Debía ser hereditario; en aquella familia, trataban a todo el mundo correctamente pero desde una lejana y superior distancia. —¿Qué te parece la idea? —le preguntó Eusebi a Jack. —Bien. Haz lo que quieras, es tu casa también. Pero hazlo por ti, porque te apetece, no por obligación —negando con la cabeza— No soporto la complacencia —soltó Jack sin contemplaciones. —También lo hago por mí —afirmó.

Tras abandonar la habitación de Jack, la vieja ama de llaves fue directa a su dormitorio, pasó por la cocina como un viento frío sin saludar a Candelaria, que sacaba pan recién hecho del horno, y cerró la puerta bruscamente. Abrió el cajón de la cómoda de madera que tenía en su dormitorio, cogió un par de píldoras de un frasco de tranquilizantes y las tragó con un sorbo de agua. Angustiada, se sentó en el borde de la cama de una sola plaza. Observó el temblor de sus pequeñas manos con reproche, se sentía avergonzada. Eusebi le removía emociones que ella nunca más hubiera querido recordar. Sentía que su presencia iba a ser más un problema que una alegría para ella, a pesar de lo que sentía. No podía permitir que aquello perturbara su rutina. Se levantó decidida a continuar su labor como siempre había hecho, sin dejar que las emociones interfirieran.

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Tres semanas después…

El día amaneció ajetreado en la casa de los Camps-Villeroy. La ambulancia esperaba temprano para trasladar a Jack a la clínica. Jack pasó la primera hora en radiología. La resonancia magnética confirmó que los huesos de Jack estaban perfectamente soldados. El traumatólogo sonrió a Eusebi al comprobar las radiografías. Procedieron a quitarle las escayolas de piernas y brazos. —¿Voy a poder mover algo más que no sea mi cabeza? —dijo Jack con tono irónico mientras los especialistas revisaban las radiografías. El traumatólogo seguía mirando las placas y tomando notas en su portátil. —¿Doctor qué posibilidades hay de que vuelva a caminar? —preguntó Eusebi. —Mientras la inflamación de la médula persista no podemos hacer un diagnóstico fiable. Sería hablar sin basarnos en pruebas certeras. De lo que sí estamos seguros es que recuperarás la movilidad de los brazos —comentó el médico jefe. —Doctor eso ya me lo dijo pero no he sentido nada —dijo Jack con tono áspero. —Bueno, primero comenzaremos con la rehabilitación. Mañana mismo enviaremos a nuestro mejor fisioterapeuta. Comenzarás una rutina diaria para la recuperación de la musculatura. Por ahora será todo lo que puedas hacer. Cuando la columna se vaya curando, ya veremos con qué nos encontramos —comentó el traumatólogo asintiendo con la cabeza. Jack los observaba con indiferencia mientras el equipo médico desplegaba su arsenal de datos y probabilidades de regeneración en los tejidos medulares. No les

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creía. En la casa todos recibieron la noticia con alegría menos Jack que no mostraba ni un atisbo de entusiasmo. Ahora veía menos probable el poder volver a caminar. La idea del suicidio revoloteaba por su mente sin cesar al visualizarse sobre una silla de ruedas para toda su vida. —¿Qué te pasa? No parece que estés muy contento con la noticia. Mañana empezamos con la rehabilitación. Ya no necesitas más esos dichosos ganchos y escayolas, es un paso más. —comentó Ami mientras extendía la esterilla para meditar. —No han dicho nada de que pueda volver a caminar, de hecho no me creo lo de poder mover los brazos. —Es casi seguro que sí. Si no estarías respirando a través de una máquina. Dale tiempo a tu cuerpo para que se regenere. —Tú todo lo ves tan fácil, pero si estuvieras en mi situación… Ami giró su cuerpo para mirar a Jack. —¡Quieres dejar de lamentarte! ¡Te acaban de decir que podrás mover el tronco! Ya es un gran avance. La rehabilitación hará que puedas mover los brazos antes de lo que crees. —No lo creo. Ami caminó hacia la cama de su paciente. —¿Sabes lo que yo creo? Que te encanta estar así, haciéndote la víctima. Así consigues que te presten atención. Estás donde elegiste estar. Hazte responsable de eso. —¿Qué? —exclamó. — Yo no elegí estar así. ¿De qué hablas? Eres una estúpida. ¿Cómo crees que nadie quiera vivir esta situación? —interrogó con el rostro encendido de ira. —Si esperas que sienta lástima por ti lo tienes claro. No me da ninguna pena

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un niño rico malcriado que lo tiene todo. Los mejores médicos, atención personalizada, personal doméstico a su servicio, una mansión con vistas al mar, equipada con alta tecnología. Cuando estuve en la India conocí a una mutilada que se ganaba la vida vendiendo flores para las ofrendas en los templos, la polio le había dejado sin las dos extremidades. Malvivía en una tienda hecha con plásticos. Su silla de ruedas era una tabla que empujaba con dos mangos de madera. Siempre estaba sonriendo. Y aun así les daba las gracias a sus dioses por haberle permitido mirar el mundo desde el suelo. —¿Que más me da esa vieja? Yo no pedí ser millonario. Ahora quieres que me sienta culpable de lo que tengo. ¿Acaso crees que tendría que dar todo mi dinero en causas nobles para aliviar el sufrimiento de los pobres? Siempre habrá miles de pobres más que ayudar. —No lo has captado. —Capto que eres una reprimida. Eres una de esas neo hippy, adicta a la soja, con tantos prejuicios como contra los que intenta luchar. La joven le miró con ojos de infinita comprensión. —Esa mujer me enseñó que la vida siempre tiene una nueva ventana por donde mirar. Que siempre podemos ver las cosas desde otra perspectiva. Ami caminó de nuevo hacia la esterilla. Se sentó en ella y comenzó su meditación intentando alejar de su mente los agrios comentarios de Jack. Sabía que había cosas que de momento no podría entender pero presentía que tenía la capacidad e inteligencia para hacerlo. Solo rogaba que el universo le diera un poco más de tiempo para poder mostrarle la vida con otros ojos. Con los ojos que ella veía el mundo. —Estúpida santurrona —murmuró Jack. Jack se sintió furioso por la humillación, hubiera querido despedirla en aquel

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mismo momento pero por otro lado también se sentía cómodo con ella. Su modo de hablar era sincero, como él. Nadie le había hablado de aquella manera tan franca. Empezó a pensar si no tendría razón, si no era él una de esas personas que intentaban llamar la atención de cualquier modo. Reconocía que nunca le había gustado pasar desapercibido. Le encantaba que la gente se girara a mirarlo cuando llegaba a los locales de moda con su deportivo rojo y la modelo a su lado, le hacía sentirse apreciado, importante, envidiado. Ami paseaba entre los altos pinos negros del jardín de la propiedad con Doris a su lado cuando vio a Candelaria agitar su mano. La doncella corrió en su búsqueda y le dijo que el fisioterapeuta ya estaba en la casa. —Es muy bello, alto, moreno, parece un artista de telenovela —decía la joven ecuatoriana mientras se tapaba la boca emocionada. Ami se despidió de Candelaria y se dirigió hasta la habitación de su paciente por la balconera que daba al jardín. Un hombre de unos treinta y pocos años moreno, de complexión atlética estaba junto a Jack, vestía una sudadera y un pantalón de chándal color azul marino y blanco. Ami le dio la razón a Candelaria, Iván, el fisioterapeuta, era un hombre bastante atractivo, de aspecto saludable y de carácter amable y cercano. Iván y Ami simpatizaron enseguida. Jack los observaba a diario, sentía como Iván desplegaba sus plumas como un pavo real. Veía cómo mostraba todas las armas de seducción que disponía, podía casi ver el lazo que intentaba colocar alrededor de su enfermera, agasajándola con adulaciones, sonrisas y falsas afinidades. Recordaba las veces que habían hecho lo mismo con él, ahora todo le parecía absurdo. ¿Qué necesidad había de aparentar quién no eres para gustarle a otra persona? ¿Con qué débiles hilos se sostendría esa relación? ¡Cuánta falsedad! Meditaba.

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Dentro, en su profunda depresión, Jack sentía que era inútil la rehabilitación. No creía que pudiera volver a moverse de la cama nunca más. No le importaban los informes médicos, ni las probabilidades de recuperación, solo veía un profundo pozo oscuro sin salida. Creía que le engañaban, que trataban de levantarle la moral con mentiras y obras de teatro que fingían actores disfrazados de médicos. Lo único que rondaba por su cabeza a cada instante era la muerte. No podía dejar de verla como su única vía, se estaba convirtiendo en una enfermiza obsesión para él. Y esa misma noche alguien iba a percatarse del porqué.

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7 Fantasmas

La lluvia golpeteaba con suavidad los cristales de la balconera durante la noche, desprendiendo una energía sumamente relajante. Ami y Jack miraban una película de estreno de un canal privado de televisión. Ami se había acomodado en el mullido sillón que había junto a la cama de Jack. —Parece que todas os habéis enamorado del fisioterapeuta, se os nota en la cara de pavas que ponéis. Andáis tontas perdidas detrás de él —murmuró Jack mientras miraba fijamente la escena de la película en la que el actor principal abrazaba con fuerza a la chica que había rescatado de las garras del abismo. Ella le miró sorprendida por el comentario. —Es un hombre muy simpático y agradable. A ti también te ha caído bien — contestó. —Ni me cae bien, ni me cae mal. Hace su trabajo, inútil por cierto, pero lo hace. Ami soltó un leve suspiro. La tristeza tiñó ligeramente su rostro. —¿Por qué sigues en plan derrotista? No lo entiendo. Pareces necesitar esta situación de continua autocompasión. Es tu juego, tú verás hacia dónde quieres llegar, aunque sufras el doble con esa manera de pensar. Lo encuentro muy aburrido, la vida es para cambiar, para evolucionar y tú te estás estancando. Toda la energía que ha entrado en tu vida se está acumulando, si no la drenas acabarás medio loco. —¿A qué energía te refieres? —preguntó con sarcasmo— Esto es una mierda, no es energía. —¡La energía del cambio! Acepta los cambios que hay en tu vida ¡acéptalos! si te aferras a lo que eras sufrirás más. Eso solo te hará más daño.

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Ami acarició el corto cabello de Jack, en un gesto de simpatía. Jack la miró con ojos suplicantes. —Es por eso que no quiero vivir más, es demasiado doloroso para mí. —Suelta el pasado, no hace más que mortificarte. Ahora eres un hombre nuevo. Desvincúlate de todo lo que eras, ¡vacíate!, ¡quédate vacío! Cuando te liberes de todo lo que eras podrás renacer de nuevo, sin cargas, sin expectativas, totalmente nuevo. Jack la miraba atónito, observó que sus ojos reflejaban la luz como dos espejos, rezumaban inocencia. —¿Cómo se hace eso? ¿Cómo puedo olvidar todo lo que era? Me gustaba mi vida. —¿Estás seguro de que te gustaba tu vida? ¿Por qué entonces decidiste cambiarla? —No quise cambiarla. Quería borrarla. Ami sonrió mirándole con ternura. —¡Claro! Para empezar de nuevo. ¿No lo ves? ¿No ves que es esta tu nueva vida? La vida que decidiste comenzar de cero. ¿Acaso crees que tu alma podría equivocarse? Es esta. ¿Ahora lo ves? Jack fijó la mirada en sus piernas inertes. Incapaces de obedecerle. —No es lo que hubiera soñado. —¿Entonces qué vida soñaste para ti? Medítalo y sueña de nuevo otra vida que te guste más. Ami se marchó a dormir dejando a Jack pensativo. La conversación le dejó profundamente impactado. Ami transmitía fuerza sin forzar, con dulzura, con respeto. Pensaba que ella no era como las chicas que había conocido. Ninguna de ellas le había hecho sentir con sus palabras tan bien como Ami lo hacía. Ami le

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devolvía la esperanza con su sola presencia, con su sola convicción, tenía puesta una fe en él que no creía merecer ni creería cumplir. Pero aun así se durmió imaginando una nueva vida para él. Tres horas más tarde, en el dormitorio contiguo, Ami se encontraba sudorosa en la cama. Dormía, pero sus ojos estaban en una actividad frenética bajo los párpados. De nuevo soñaba con el ángel de cabellos dorados: —¡Ami despierta! Volverá a llevárselo —decía el ángel. De repente el ángel la empuja hacia un precipicio y Ami cae al suelo. Se despierta del sobresalto, con el corazón todavía agitado, palpitando acelerado. ¿Qué significa esto?, se preguntó. Ami se llevó una mano al pecho y la dejó unos segundos allí, hasta que la respiración se hizo más calma. Intentó dormirse de nuevo pero una molesta sensación de intranquilidad la perturbaba. — ¡Ayúdalo! —repetía incesante la voz del ángel en su cabeza. Se levantó de golpe de la cama con una extraña sensación de inquietud. Podía presentir el miedo tras la puerta. Con paso titubeante se fue acercando a la salida, el corazón comenzó a palpitarle tan rápido que la hizo detenerse justo antes de alcanzar el pomo de la puerta. ¿Qué es esa intensa energía que percibo?, se preguntaba. Intentó recuperar la serenidad, seguidamente abrió la puerta. Al instante sintió un escalofrío subir por su columna instalándose en su nuca, helando su sangre, paralizando su cuerpo. — Dios mío —musitó. Una figura etérea, apagada casi sin color, como de humo se encontraba al lado de la cama de Jack. No podía reaccionar ante lo que le mostraban sus ojos: la figura fantasmal de un hombre joven vestido con ropas antiguas con una pistola en su mano, un alma afligida de perversa mirada. Ami no salía de su asombro jamás había visto un espíritu con tanta claridad como en aquel instante.

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Probó moverse del umbral de la puerta, pero sus pies se habían pegado al suelo del miedo que sentía y su boca se había secado casi al instante. El fantasma seguía hablando a Jack mientras este dormía, ajeno a la presencia de la joven. Jack parecía estar en una pesadilla, su frente estaba sudada y el gesto de su rostro constreñido. Ami sentía que Jack estaba sufriendo y se decidió a caminar en dirección a la cama, intentando superar el miedo que le causaba la visión del espíritu. A cada paso que daba miraba fijamente al espíritu intentando prever alguna reacción, pero éste continuaba gesticulando una conversación con él. Ami se colocó en el otro lado de la cama. Pensó que el fantasma desaparecería al tenerla tan cerca, pero no fue así, el ser parecía no verla, ni sentirla. Ami sudaba, el corazón le latía con fuerza. No sabía qué hacer. Observó que el espíritu estaba enganchado a Jack se alimentaba de él y crecía en fuerza. Con determinación acercó la mano a la de Jack y la apretó con fuerza. — Suéltalo, no te pertenece —balbuceó con la tartamudez que le provocaba el miedo. Los segundos pasaban lentamente mientras esperaba alguna reacción, de pronto el espíritu miró hacia el balcón como si alguien le hubiera llamado y se desvaneció. Respiró aliviada. Miró a Jack, comprobó que había recuperado la tranquilidad en el rostro, parecía dormir apaciblemente. Ami se tumbó en el sofá junto a él sin poder conciliar el sueño. Por su mente pasaban preguntas, conjeturas y a cada rato reflexionaba sobre quién sería el espíritu que molestaba a Jack y qué buscaba de él. —Buenos días, Ami. Tienes mala cara —aseguró Candelaria al ver las marcadas ojeras en el rostro de su amiga. Ami soltó un largo bostezo. —No he dormido muy bien esta noche. He tenido varias pesadillas —dijo

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mientras movía la cuchara del café con leche sin poner mucha pasión. Candelaria arrugó la nariz en un gesto de simpatía y pellizcó la mejilla de la enfermera. Luego se sentó junto a ella en la mesa de la cocina. —¿Pesadillas? —sonrió— Es que esta casa es muy linda pero también un poco tétrica ¿Has visto las fotos que hay en el despacho del señorito Jack? Candelaria frotó sus brazos simulando escalofrío. Ami volvió a bostezar. —No. No he visto casi nada de la casa. —Bueno en el despacho solo entramos para limpiar. Pero es la única parte de la casa que no se ha reformado. Sigue igual que hace ochenta años. —Ya me la enseñarás algún día. Ahora me voy que Iván está a punto de llegar. —¡Qué bello Iván! Si me oyera mi papi, con lo celoso que es…Hacéis muy buena pareja los dos ¿no crees? La doncella dio varios golpecitos con su mano sobre el hombro de Ami. —Tendrá novia Candi —le contestó con una medio sonrisa en sus labios. Candelaria zarandeó a su amiga varias veces y le preguntó: — ¿Entonces te gusta? —¡No te montes películas! —dijo Ami sonrojándose. El timbre sonó. Al cabo de unos minutos apareció Iván, llevaba un chándal de marca negro con adornos en naranja a juego con las zapatillas de deporte. Candelaria le ofreció un café. —Puedes desayunar aquí con nosotras, no hay problema —le ofreció Candelaria con una sonrisa cómplice. Iván aceptó la invitación y se sentó junto a Ami. Comenzaron a charlar sobre la recuperación de Jack pero luego la conversación derivó en temas personales de

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los antiguos trabajos que ambos habían realizado, mientras Candelaria los observaba de reojo desde el mármol de la cocina. Cuando terminaron el desayuno se dirigieron directamente a la habitación. Jack estaba excesivamente nervioso y malhumorado, les reprendió por la espera. Iván miró a su compañera afligido como esperando una explicación. Ami observó extrañada el repentino cambio de humor de Jack. —Ami déjanos solos —soltó Jack mirándola fríamente. La joven enfermera se quedó perpleja, rápidamente le pasó por la mente la idea del suicidio. Pensó que había olvidado avisar a Iván de lo que podría proponerle su paciente. —¿No me oyes? —le preguntó— Vete a rezar por los pobres o a lo que sea que hagas. Iván la miraba preocupado sin saber qué pensar en ese momento. Ami asintió resignada, cerró la puerta y salió a buscar a Nieves. La encontró bordando una toalla color beige en el balcón acristalado de la salita de estar. Al oír la puerta el ama de llaves alzó la vista extrañada de la presencia de la joven, con la que casi no mantenía ningún tipo de trato, fuera de lo cotidiano. —¿Qué pasa? ¿No debería estar con el fisioterapeuta? —soltó mientras la miraba por encima de las gafas de montura dorada. —Jack me ha ordenado de malos modos que me marchara, presiento que va a proponerle lo que usted ya sabe. La buscaba para preguntarle si Iván está al corriente de todo. —Yo no le he explicado nada. Creía que ya se le había pasado. Hace días que está mucho más calmado. Por lo menos es lo que me cuenta usted. ¿Acaso me oculta algo? —No. La verdad es que ayer estuvo bastante más animado. De hecho creía

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que había descartado la idea del suicidio, pero esta mañana estaba más nervioso de lo habitual. Creo que anoche tuvo una pesadilla. Nieves se encogió de hombros y soltó un soplido de fastidio. —¿Y eso que tiene que ver? —preguntó extrañada de la relación que había hecho Ami con la pesadilla— El señor lleva teniendo pesadillas desde hace mucho tiempo. Mucho antes del accidente. Nieves se dispuso a continuar su labor. No le apetecía mucho seguir hablando con aquella joven que le resultaba extraña. —Señora… ¿puedo hacerle una pregunta personal? El ama de llaves la miró por encima de las gafas. Había impaciencia en su gesto. —¿Ha vivido siempre en esta casa? —Pues no. Primeramente estuve sirviendo en casa del señor Eusebi Camps con su esposa en Paseo de Gracia. Allí crié a la hija de los señores, mi niña Giselle, la mamá de Jack. A esta casa solo veníamos los veranos y algún fin de semana. Nieves soltó un largo suspiro. Ami notó que los ojos de Nieves comenzaban a brillar. Percibía que los recuerdos eran dolorosos para aquella aparente fría mujer y se arrepintió de haberla perturbado. —Lo siento no quería molestarla —le dijo. Ami se giró para salir de nuevo de la salita. —No importa. Siéntese. Ami se sentó en el sillón cercano. —Giselle para mí era como una hija —continuó—. La vi nacer, yo la crié. Mi niña me quería mucho. Cuando se casó con el señor Jover a la edad de veinte años, le rogó a su madre que dejara que me fuera a vivir con ella a la nueva casa. Era un

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ángel, tendría que haberla conocido en persona. La más hermosa mujer que haya visto jamás. Era la envidia de toda Barcelona. Y aparte tenía un gran corazón, siempre me trató como de la familia. Y el día que nació su hijo aún se volvió más hermosa, parecía una virgen con su Jesús en los brazos. Se amaban con locura, estaban muy unidos, fue un duro golpe para mi Jack perderla —Nieves detuvo la narración durante unos minutos—. Se preocupaba siempre por todos, asistía a todos los actos benéficos donde la llamaban, y donaba mucho dinero. Incluso su madre la regañaba por donar las valiosas joyas que tenía. Pero era imposible cambiarla, ya nació así, no había tarde que no volviera de su escuela con algo menos de lo que se había llevado ¡Llegó un día sin zapatos! Recuerdo a su madre riñéndola, la llamó tonta porque se había dejado robar, pero ella siempre me contaba la verdad y aquella misma tarde me dijo que se los había dado a una niña que pedía limosna descalza frente a la parada del metro —se le dibujó una sonrisa en los labios y sus ojos mostraban el orgullo que sentía por Giselle—. Fue la presidenta de la fundación Caridad, más joven de la historia ¡Qué injusto destino para un ser como ella! —relataba mientras miraba cabizbaja su labor de costura sin terminar. Nieves comenzó a toser con fuerza. Ami le acercó un vaso con agua. —No era mi intención perturbarla. Tras unos minutos de silencio Nieves preguntó a la joven que la esperaba paciente a que terminara de beber el vaso de agua: —¿Para qué quería saber si había vivido aquí? —Por saber si conocía a los antiguos dueños de la casa. —Esta casa siempre ha pertenecido a la familia Camps, del señor Eusebi; Comerciantes catalanes que prosperaron exportando café, azúcar y tabaco de

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Cuba. El nombre de Bella Villeroy lo puso la difunta esposa del señor Eusebi Camps. A la señora no le gustaba el antiguo nombre que tenía la casa, Can Roques, decía que tenía poco glamur. Ami pareció observar una leve mueca de disgusto tras el comentario. —¿Sabe si murió alguien en esta casa? —preguntó temerosa de la reacción de su interlocutora. —No sé —contestó impaciente— Antiguamente la gente moría y nacía en sus casas. Pero Bella Villeroy siempre fue una casa de veraneo para la familia ¿Por qué me preguntas eso? —Desde que llegué me han sucedido cosas extrañas —titubeó— No sé cómo explicarle. —Es una casa antigua, vosotros los jóvenes habéis visto muchas películas, tenéis la cabeza llena de imaginación —soltó volviendo de repente a su habitual áspero carácter. Salió del salón dejando atrás a aquella mujer que vivía presa del pasado. Recuerdos a los que se aferraba con uñas y dientes. Ami iba reflexionando sobre la información que Nieves le había dado, mientras salía al jardín. Doris estaba tumbada bajo un seto, dormitaba como de costumbre hasta que la olfateó y se levantó de su siesta desperezándose. —Hola guapa ¿damos un paseo? —dijo mientras acariciaba a la vieja mastín. Mientras paseaba por el jardín de varias hectáreas que tenía la finca, seguía meditando sobre la conversación que había mantenido con Nieves. No era de extrañar que una mujer de esas cualidades hubiera dejado una profunda huella en todos sus seres queridos. Si la vieja ama de llaves no era capaz de recordarla sin remover todas sus entrañas, ¿qué dolor tan profundo tendría Jack en su corazón?

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Iván entró en la cocina pasada la una del mediodía después de terminar la terapia. Tenía el rostro ligeramente pálido. Ami estaba sentada junto a la mesa de la cocina tomando un té. —¿Quieres uno? —dijo señalando la tetera. —Mejor un refresco de cola. Si puede ser —contestó Iván mientras se sentaba frente a Ami. —No traes buena cara —le dijo Ami mientras iba hacia la nevera a por el refresco. —¿Sí? Bueno, será el cansancio. Mis jornadas de trabajo son largas, luego también tengo que ir a la clínica de Sarriá. —Te ha dicho que no cuentes nada ¿no? A mí también me lo ofreció. No te había avisado de lo tenaz que puede llegar a ser. Iván quitó la anilla de la lata de refresco que Ami le había ofrecido. —¿En serio? —le preguntó sorprendido. Ami asintió con el rostro. —Me he quedado helado cuando me lo ha dicho. Creía que me iba a pegar la gran bronca por haber llegado tarde luego me suelta todo ese rollo. No he sabido reaccionar. ¿No está bien de la cabeza no? —¿Qué le has dicho? —preguntó inquieta. —¡Que no, por supuesto! Le he dicho que pienso que puede recuperar la movilidad del tronco. Que tenga paciencia. Me ha mandado a la mierda, claro. Ami sonrió complacida. —Me da mucha pena que tenga esas ganas de morirse. Puede hacer todavía muchas cosas, aunque se quedara parapléjico —dijo Iván tomando el último trago de cola— Bueno hasta mañana, que voy un poco tarde ya. Ami le despidió con la mano. —¿Desayunamos juntos? —le preguntó guiñándole un ojo desde el resquicio

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de la puerta de salida del servicio. —Sí claro. Hasta mañana —contestó levemente sonrojada. Ami entró en la habitación de Jack con un gran canasto de mimbre. Doris la seguía de cerca. —Ahora dormirás aquí —dijo señalando el cojín que había puesto sobre el canasto. La perra olfateó por unos segundos el cojín de cuadros escoceses, dio dos vueltas sobre sí misma y se tumbó complacida en su nueva ubicación soltando un suspiro al dejarse caer. —¿Qué estás haciendo? —gritó Jack desde su cama— El médico no quiere que duerma aquí. Nieves lo sabe y la echará. —Tiene que dormir aquí. —¿Por qué? —Porque lo digo yo —le contestó colocando sus manos en posición de jarra. Jack la miró con incredulidad. —¿Ahora quién es el malcriado de los dos? A mí no me importa que se quede. Ya te las verás con Nieves. —Necesito que esté aquí para ayudarme. —Ahora sí que estoy confundido. —Los animales perciben cosas que los humanos no podemos ver. Si necesitaras mi ayuda por la noche, ella me despertará. —¿Para qué iba a necesitarte por la noche? ¿Qué es lo que pasa? Te han dicho algo los médicos. Algo que no me han contado a mí. Tengo derecho a saberlo — interrogó con el tono de voz afectado. —No va de médicos la cosa. No pasa nada de lo que debas preocuparte. Ella me ayudará a cuidar de ti. Por si tuvieras alguna pesadilla. Jack frunció el entrecejo asombrado del extraño comportamiento de su

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cuidadora. ¿A qué venía ahora lo de las pesadillas? Presentía que le ocultaba algo. —¡Vaya! Te noto inquieta. —No he dormido muy bien esta noche. He tenido algún que otro mal sueño. Ami se sentó en la cama frente a Jack. —Bienvenida al club —soltó en tanto conectaba el ordenador a Internet con el mando bucal. —Desde que estoy en esta casa, he tenido varios sueños. He notado una energía extraña por aquí. También huele a algo raro. Jack dejó de mirar la pantalla del ordenador. —¿Fantasmas? ¿Es lo que me quieres decir? Esta casa tiene casi cien años. Es normal que sientas crujidos. En la buhardilla puede haber pájaros o ratones. No creo en esas cosas. —No me refiero a ruidos, hablo de sensaciones, percibir que estas siendo observado…escalofríos ¿Seguro que nunca has notado nada? Ami miró a Jack con ojos inquisitivos. Jack recordó la sensación que había tenido la mañana de la fiesta, cuando se despertó después de haber soñado de nuevo con su madre. —¿A qué dices que huele? —preguntó cada vez más intrigado. —En el pasillo desde la cocina hasta aquí. A veces he notado olor a cigarro puro. Y aquí que yo sepa nadie fuma. Donde más lo percibo es cerca de la puerta del despacho. —¡Tonterías! —exclamó y luego soltó una risa burlona— Quizá alguien de la casa se está escondiendo para fumar. —Hay alguien en esta casa —afirmó Ami— No sé quién es, ni tampoco por qué está aquí. Necesito tu ayuda para averiguarlo. Jack la miró perplejo.

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—Ni hablar, estás pirada. Ami se levantó de la cama. —Está bien. Lo hacía por ti. Yo pronto me iré de aquí —murmuró mientras salía de nuevo al jardín. Inconscientemente la conversación creó en la mente de Jack un sueño aquella misma noche, un sueño que le transportó a la edad de seis años. Se despertó todavía con el recuerdo intacto y comenzó a repasar de nuevo las imágenes que había retenido su mente. Pasaban el verano en Bella Villeroy. Su madre, ordenaba libros en la biblioteca mientras él empujaba un coche de policía de juguete por las paredes cuando una música de gramófono que provenía del despacho llamó su atención. La puerta estaba entreabierta, se acercó y miró por la rendija. Lo que vio, todavía lo recordaba muy difuso: había un hombre que caminaba de un lado a otro de la habitación, que no conocía. Había mucho humo de cigarro. Estaba muy asustado, no le gustaba la cara de ese hombre, se le notaba muy desesperado, sufría mucho, se tiraba del pelo y se frotaba la cara repetidas veces, luego pareció que se había percatado de su presencia mirándolo fijamente con unos fríos ojos color acero. Acto seguido el hombre cogió una pistola, se la metió en la boca y apretó el gatillo. Una gran mancha de roja sangre apareció en la pared. El pequeño Jack corrió por el pasillo llamando a su madre: —¡Mamá sangre en la pared! ¡Sangre en la pared! Giselle lo consoló con fuertes abrazos y amorosa paciencia. El sueño terminaba ahí, aunque Jack comenzó a dudar de que aquello fuera un simple sueño. Sentía que había visto en otra ocasión a aquel hombre. ¡El día de la fiesta! Recordó de repente que el día de la fiesta cuando decidió suicidarse había un extraño invitado vestido con ropas antiguas y que llevaba una pistola en la mano. ¡No puede ser coincidencia!

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El día había amanecido gris, el mar mediterráneo estaba inquieto y agitado por el viento. — Vamos a dar un paseo por la playa —anunció Ami mientras cogía a Doris de la correa del cuello— Vamos guapa a hacer ejercicio, que estás muy vaga —dijo tirando de la vieja mastín que estaba enroscada en su canasto. —El día no está para paseos. Puede llover —vaticinó Iván señalando las nubes que se acercaban desde poniente mientras ejercitaba la rodilla de Jack. —Yo quiero pasear, si al día no le apetece que yo pasee es su problema —rió Ami contestando ya desde el jardín. Iván fue observando como Ami se alejaba por el jardín en dirección a las escaleras que bajaban hacía la playa. —Es una mujer muy peculiar —dijo dirigiéndose a Jack que observaba absorto el televisor— Es tan simple que resulta complicada ¿sabes si tiene novio? —preguntó. Jack le miró incrédulo. —No me interesa la vida privada de mis empleados —cortó. Comenzó una lluvia fina que fue aumentando por minutos. Jack observó como Ami aparecía sonriente tras la verja que bajaba hasta la playa, comprendió que reía de ver a Doris correr hacia la casa, al parecer molesta de que su grueso pelaje estuviera mojado. La perra no se detuvo hasta sentirse a cubierto en el porche; allí se sacudió, dejando los cristales mojados. Ami permaneció en el jardín mirando hacia el cielo alzando los brazos. Jack se había quedado hipnotizado viendo como Ami daba vueltas en el jardín riendo y completamente empapada. Jamás había visto a nadie tan feliz o tan loco ¿Por qué yo nunca había sentido la lluvia de esa manera?, se preguntó. Deseaba poder estar allí y sentir el agua deslizarse por su rostro, correr por la playa descalzo y sentir la tierra suave y húmeda bajo sus pies, nadar y ver el movimiento de sus piernas bajo el agua ¿Cuándo fue el día en que empecé a morir?, reflexionó con tristeza.

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Ami entró calada hasta los huesos. La fina ropa color blanco de algodón se le había pegado al cuerpo como si de una segunda piel se tratara transparentando su cuerpo más de lo que ella hubiera podido prever. Su sonrisa inicial empezó a transmutarse a medida que se percató de la manera en que Jack e Iván la miraban. Ami notó el rubor en sus mejillas, se armó de valor y caminó directa a su habitación sin mirar hacia los hombres cerrando la puerta. Al cabo de media hora salió con un kurta de finísimas rayas de colores. Con el pelo recogido, seco y un agradable aroma de colonia fresca. —Te dije que no era buen momento para pasear —sonrió Iván. Ami le mostró una burlona sonrisa. —¡Tonterías! Es solo agua, no ácido —dijo. Iván le sonrió. —Mi cuñado abrió una pizzería hace un par de meses en la zona del gótico, es pequeñita y muy acogedora ¿Te apetecería ir? Jack sintió una punzada molesta en su frente. No le agradó que la invitara a salir, aunque no entendía por qué. —Tengo hambre —interrumpió Jack. —Vale el sábado para cenar me va bien —contestó Ami sin prestar atención a Jack. —¡Genial! Pues te paso a buscar el sábado a eso de las ocho. Después de marcharse Iván, Ami se dispuso a preparar la mesa para el almuerzo después de cambiar la ropa que usaba Jack para la rehabilitación. —Se te nota un poco desesperada ¿sabes? —soltó Jack mirando a Ami todo el tiempo, mientras le ponía un pantalón largo de pijama. —Hace mil años que nadie me invita a cenar. Tengo ganas de desconectar un

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poco del trabajo. —¿O sea que estas harta de mí? —No es nada personal —sonrió— pero tengo ganas de distraerme. Hacer cosas distintas que pelearme contigo. Dejar de oír tus insultos y lamentos por unas horas se me antoja tentador. —¡Psh! —exclamó con desprecio— No me extraña que lleves tanto tiempo sin tener citas. Es que eres un poco rara, no te arreglas, no te maquillas ni te peinas. —Vale ¡Para! —Ami le tapó la boca con la mano— Me vas a deprimir antes de ir a la cena ¿Qué más da como me vista o me peine, qué tiene que ver eso? A Iván le he gustado así —sonrió gesticulando una pose de actriz sexy. —A Iván le ha gustado lo que escondes debajo de tus ropas talla XXL — murmuró Jack, con cara de fastidio. Ami hizo una mueca de desagrado por el comentario. —¡Antipático! Para que te enteres estuve con un chico tres años. —¿Y cuánto hace de eso?¿Ya existía internet? —¡Que borde eres! Pues no sé…hará{ casi cuatro años. Era yogui, me dejó por un ashram indio. —¿Era gay? —preguntó incrédulo. Ami rió mientras Jack la miraba anonadado. —No tonto, un ashram es un lugar donde la gente se reúne para meditar, hacer yoga, en definitiva para iluminarse. Le conocí cuando hacíamos yoga juntos. Yo después de eso dejé de practicarlo. Se había vuelto una obsesión para mi pareja. Me dijo que yo era un lastre para su iluminación. En verdad sí que era un lastre pero para que no se fuera hacia las nubes, pero él no lo vio así —suspiró—. Mi último novio me duró menos, era enfermero como yo, dejó todo y a todos, por irse a un campamento de refugiados en Sudán. De eso hará más de año y medio.

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—¡Vaya pirados! ¡Qué novios tan raros te echas! Lo que te atrae de ellos es lo que luego te los arrebata. Ami se asombró de la sabiduría de aquella frase. —Sí, es cierto. Ellos querían vivir su verdad hasta el límite, yo no era quién para impedírselo tenían que sentirlo por ellos mismos. —¿Volviste a saber de ellos? —Sí, fui a visitar a mi ex novio cuando viajé a la India, me pillaba de paso el pueblo donde vivía. Estaba muy cambiado. Ya no era él. Hablaba y pensaba por su maestro. Tenía un gurú al que seguía e idolatraba. Y el enfermero volvió después de seis meses, completamente destrozado. Había visto morir a demasiada gente. Estaba lleno de odio e ira. Maldecía a los gobiernos, a las instituciones, a todo el mundo, porque nadie hacia nada por los refugiados. Se sentía culpable de tener ropa nueva en su armario, de tener comida en su nevera. Reprochaba a todos lo que gastaban en caprichos, viviendo con culpa constantemente. —Creía que tú también pensabas como ellos. —No, aunque soy muy espiritual pero siempre he mantenido los pies en la tierra. Para eso estamos aquí, qué sentido tiene nacer en un mundo tan hermoso si te evades constantemente. Meditar también puede convertirse en una evasión, al igual que las drogas y el alcohol. Yo siempre he pensado que todo lo que te distraiga del momento presente es una estupidez. Meditar está bien para serenar la mente y aclararse las ideas. Pero estar horas y horas recitando mantras, haciendo ejercicios de respiración, también me parece absurdo, siento que estás forzando algo que no es momento de sentir, aunque siempre respeto a quién lo sienta así. —Pues a mí me encantaría poder fumarme un porro y evadirme a donde sea. Cualquier sitio me parecería mejor que esta mierda de realidad. Ami no pudo evitar reírse con el crudo comentario de su paciente.

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—¡Eres incorregible! —le dijo pellizcándole la mejilla.

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8 Lágrimas secas

El salón, que había sido testigo de las recientes y numerosas bacanales de Jack, ahora rezumaba sobrio, sereno, casi parecía saber amoldarse a la presencia de sus visitantes. Allí sentado en uno de los sofás Eusebi Camps miraba álbumes de fotos. Se había colocado las gafas de montura plateada y descansaba el pesado álbum de cubiertas verde oscuro sobre sus rodillas. No era muy aficionado a mirarlas, le hacía sentirse muy mayor y la mayoría de veces solía entristecerlo demasiado. Quizá no merecía la pena, pensaba, tenía muchos recuerdos dolorosos que borrar pero a la vez era muy tentador volver a revivir las vacaciones o los cumpleaños de su querida Giselle y su amada esposa. Sentía inconscientes remordimientos que le culpaban de no haber disfrutado más de su familia, los negocios le habían arrebatado muchos días, contaba que en total podrían haber sido años, años desperdiciados de no haber disfrutado más de la sonrisa de su amada hija. A cambio tenía una fortuna que no podría gastar en la corta vida que le quedaba y un nieto paralítico al que casi no conocía. Sentía que era un castigo de Dios. Un dios que le había arrebatado lo que más quería. Era como si hubiera hecho un pacto con el diablo; tuvo que perder mucho para ganar un prestigio que ahora de nada le servía ni a él ni a su nieto. Nieves entró en el salón aliviando su tortura por unos instantes. —Señor, cuando desee el almuerzo ya está listo. Eusebi no contestaba. Estaba absorto en sus pensamientos. Nieves se acercó para hablarle más próxima, entonces se percató que Eusebi tenía los ojos húmedos en lágrimas, acariciaba con las yemas de los dedos una foto

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de su hija cuando tenía catorce años, llevaba un bañador de rayas azules y blancas y posaba sobre su viejo velero en Saint Tropez. —Señor, no se torture más. La niña está tan cerca de Dios que seguro es ya un ángel. La vieja ama de llaves hubiera deseado en ese momento abrazarlo, consolarlo decirle que aún la tenía a ella. Eusebi soltó un largo suspiro y dijo: —No ha pasado un solo día que no me acuerde de ella. ¿En qué fallé? ¿Qué le hice a Dios que tan duramente me ha castigado? Nieves a su lado, de pie, frotó sus manos con nerviosismo. —Usted siempre fue una persona ejemplar que cuidó siempre de todos. —No lo suficiente. No lo suficiente —repitió. —Su nieto todavía le necesita. —No sé señora Nieves. Ni siquiera sé cómo enfrentarme a él. Qué puedo decirle yo de la esperanza si la he perdido toda. Las amargas palabras de Eusebi afligieron todavía más el corazón de Nieves. Ella sentía lo mismo, hacía tiempo, mucho tiempo que había perdido la esperanza de ser feliz y amada. Eusebi decidió comer en la habitación con su nieto. Nieves le sirvió la comida pero él solo lo observaba. Le partía el corazón verlo ahí postrado tan joven dependiendo de alguien para comer, para beber, para hacer sus necesidades. Le costaba mantenerse firme y no ponerse a llorar como un niño. En el fondo lo necesitaba. Necesitaba llorar, gritar y maldecir a la vida por haber sido tan injusta con su familia. ¡Cuántas ganas tenía de hacerlo! Tenía tanta rabia y dolor acumulados que sentía que el pecho le iba a estallar. En aquel momento una punzada en las costillas le hizo doblegarse de dolor soltando el tenedor de golpe.

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Jack vio el gesto de dolor de Eusebi y gritó: —¡Abuelo! Ami corrió para atenderlo. El hombre se encogía de dolor en la silla. —Señor Eusebi, ¿se encuentra bien? —preguntó mientras lo cogía de los brazos para alzarlo— ¡Llama al médico! —le dijo a Jack. Ami tumbó al abuelo en el sofá, posó sus manos sobre la zona dolorida y las sostuvo allí. Mientras, Jack nervioso pulsó varios botones con su boca hasta que Candelaria contestó a uno de ellos. Jack le gritó que llamara a un médico urgentemente. —¿Qué haces? ¿Qué le pasa? —preguntaba con insistencia mientras veía que su abuelo se retorcía de dolor. —Está lleno de dolor, tiene mucha rabia, rabia consigo mismo —dirigiéndose a Jack. —Permita que salga todo ese dolor —comunicó Ami a Eusebi. Como si aquellas palabras hubieran sido un detonador el anciano rompió a llorar. —¿Qué te pasa abuelo? ¿Qué te sucede? —gritaba Jack desde su cama. —Tranquilo Jack, es necesario que lo haga. Lleva muchos años callando —le respondió Ami mientras continuaba posando sus sanadoras manos sobre Eusebi que lloraba sin cesar. —¡Lo siento Jack! Lo siento. Siento mucho todo lo que has tenido que sufrir. No te lo mereces. No merecemos tanto dolor. —balbuceaba entre lloros el anciano. Jack lo miró confundido. Nunca había visto a su abuelo llorar. De hecho nadie de su familia lloraba exceptuando a su madre.

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Giró el rostro hacía la pared con los ojos humedecidos. No soportaba ver a su abuelo llorar por él. Se estaba derrumbando y estaba consiguiendo que él se derrumbara también. Después de un rato Eusebi se calmó. Ya no sentía el dolor en las costillas. Estaba exhausto y se dejó caer en el sueño. Ami lo tapó con su manta de lana de Nepal. —¿No quieres terminar tu comida? —le preguntó a Jack. —Se me ha retirado el apetito —contestó— ¡Qué vergüenza un hombre de su edad, llorando como un niño! Vaya ayuda tengo con él. ¿Para eso ha venido? ¿Para andar con lamentos? Preferiría que se marchara. No quiero cerca a nadie que sienta lástima por mí —añadió. —Debes alegrarte. Ha liberado mucho dolor gracias a ti. Le has removido muchas emociones que le oprimían desde hace mucho tiempo. Si el dolor no encuentra salida para expresarse se queda en nuestro cuerpo corrompiéndolo, creando enfermedades. —Nadie se cura llorando. ¡No digas estupideces! —Tenéis que hablar. Tienes que perdonarle. Si le sucediera algo a tu abuelo, ¿cómo crees que te sentirías? —Si tiene remordimientos de conciencia que vaya a un psicólogo. ¿Crees que yo estoy en condiciones de aguantar esto? ¿Acaso él estuvo conmigo cuando me enviaron al internado? ¿Con quién hablé yo cuando estuve ahí solo recién muerta mi madre? ¡Con nadie! ¡Solo! —gritó— Se deshicieron de mí como si fuera un apestado, un estorbo. —Hicimos lo que creímos era mejor para ti en ese momento —Eusebi se había incorporado del sofá—. No sabes cuántas veces me he arrepentido —añadió. Ami salió de la estancia con las bandejas de los almuerzos dejándolos en la

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intimidad. —Cuando murieron tu madre y tu abuela, el mundo se me vino encima — confesó—. No tuve valor para tenerte cerca ¿Cómo hubiera podido consolarte cuando yo estaba tan destrozado como tú? Eusebi se atrevió a mirar a Jack a los ojos buscando consuelo en ellos pero éstos solo reflejaban ira. —¡Yo era el niño! Solo pensasteis en vosotros, en vuestro propio dolor ¡Malditos egoístas! —chilló. —Lo siento, lo siento, lo siento —repetía incesante con ojos llorosos— Tu madre jamás me perdonará el no haber cuidado de ti, lo sé. Qué estúpido fui al alejarte de mí. Que error tan grande cometí. Todo lo que te ha pasado ha sido culpa mía. —Ahora da igual o acaso quieres que yo te libre de tus remordimientos. Ya es demasiado tarde. Jack le giró el rostro. —Quiero que sepas que te quiero con toda mi alma. Que estaba tan asustado como tú. Me moriré con esta pena dentro, lo sé —decía tocándose el pecho— Sé que nunca me perdonarás. Fui un cobarde. El anciano se levantó del sofá y se dirigió hacia la cama de su nieto. Con los ojos inundados en lágrimas lo abrazó cogiéndole la cara con manos temblorosas, besando su frente. Jack se resistía. Pero al final se derrumbó en el dolor, hambriento de cariño.

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9 Una partida ganada

Ami se sentía como una colegiala en su primera cita. Risueña se paseaba por Bella Villeroy junto a Candelaria que andaba detrás de ella cuchicheando por los pasillos, hasta que llegaron a la habitación. Quería enterarse de todos los detalles de la cita con Iván. Ami intentaba restar importancia al asunto diciendo que eran solo amigos. —¿Ya vas preparada? —bromeaba Candelaria mientras limpiaba los ventanales de la gran habitación de su patrón. —¡Qué dices loca! —Ami se ruborizó al ver que Jack prestaba atención a la conversación. —Bueno ya sabes…después de cenar podéis ir al Caribeño, está bien bonito ese sitio para bailar “agarraitos”—sonreía pícaramente la joven ecuatoriana mientras se contoneaba —después de bailar…ya sabes —añadió guiñándole un ojo. —¡Qué burra eres! —espetó Ami. Sonó el interfono de la cocina. Nieves reclamaba la presencia de Candelaria en la cocina. Ami sintió alivio cuando su indiscreta amiga se fue. Antes de marcharse tenía que asear a Jack, era un trabajo muy pesado que no quería dejarle a Nieves. Con la esponja en la mano iba humedeciendo la inerte pierna de su paciente. Ami notaba a Jack más sereno de lo habitual. Percibía que la charla con su abuelo había sido muy beneficiosa para ambos. Se alegraba profundamente por ellos. Notaba un cambio en los ojos de Jack, ahora parecían más amables, por unos segundos las miradas se encontraron.

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Ami retiró la mirada con una tímida sonrisa pero Jack siguió observándola mientras frotaba con delicadeza su piel. Sintió un familiar bienestar, una sensación de paz se adueñó de él. Algo había cambiado aunque todavía no era capaz de percibir con exactitud que era. Eran casi las ocho de la tarde y Ami hacía rato se había cambiado para salir. Llevaba el mismo tipo de ropa de siempre: una blusa ancha de algodón y unos tejanos con zapato plano, el largo pelo recogido y la cara lavada. Aunque su bello rostro lucía más luminoso de lo habitual. Jack no pudo resistir la curiosidad y preguntó con aparente semblante despreocupado: —¿Entonces no duermes hoy aquí? —No lo sé. Depende de cómo surja la velada —contestó asombrada de que su paciente se interesara por su ausencia —. Pero Doris cuidará de ti si yo no estuviera —añadió señalando a la vieja mastín que dormía como de costumbre en el cesto de mimbre. —No te fíes de ningún hombre. Al final todos buscan lo mismo —afirmó Jack. Instantáneamente se arrepintió de su comentario. Ami se colocó frente a Jack tapando la visión del televisor encendido. —¿Te estás preocupando por mí? —le preguntó con una amplia sonrisa—. Eso es que ya empiezas a quererme —dijo señalándose el corazón. —No digas tonterías, a mí que me importa —soltó volviendo su mirada a la pantalla del televisor —. Soy hombre…bueno, era hombre y sé lo que me digo. Allá tú, si te enamoras y luego te llevas un chasco. La voz de Candelaria sonó tras el interfono anunciándoles que Iván la esperaba fuera. Ami sonrió, se acercó a Jack y besó su frente con ternura. —Yo también te quiero —le dijo guiñándole un ojo mientras abandonaba la

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estancia. Jack permaneció turbado durante unos instantes con las sensaciones que aquel beso le habían despertado ¿Por qué Ami le había dicho que le quería? ¿De qué amor estaba hablando? ¿Amor de amigos? ¿O era amor romántico?, cavilaba. Cuando Ami volvió de su cita a las cinco de la madrugada Jack continuaba mirando el televisor. Un nuevo atentado en oriente medio era narrado por el periodista a un volumen alto. Lo saludó pero Jack no le contestó. Ami se agachó para acariciar a Doris, esta le respondió con varios lengüetazos de alegría. —¿Por qué miras esos noticiarios? solo dan la versión más pesimista de la humanidad. Fomentan el miedo, la escasez. Además no creas todo lo que dicen, te sorprendería las mentiras que utilizan para arrebatarle el poder al ciudadano. Si quieres conocer otras opiniones busca blogs de periodistas independientes en internet. Hay cosas hermosas que suceden también en el mundo: el amor, la nueva vida, la esperanza… Jack giro el rostro con los ojos repletos de ira. Ami se estremeció. —Te das un revolcón con un tío y ya crees que todo es de color de rosa ¡Qué patéticas sois las mujeres! ¡Dais asco! —soltó Jack. Ami percibió unos familiares escalofríos que le hicieron mirar alrededor de la estancia. Aquel ser estaba cerca de nuevo, lo presentía, aunque esta vez no lograba verlo. Sintió que coincidía con el brusco cambio de humor de Jack. Dedujo que el espíritu aparecía siempre que Jack se dejaba llevar por sus emociones más negativas, reafirmándolas e intensificándolas, haciéndole la vida mucho más difícil. —Tú no eres así, yo sé que no te muestras tal como eres. A veces he podido vislumbrar algo de tu auténtico ser, pero en cuanto percibes que empieza a salir, lo

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vuelves a esconder, y créeme que cuentas con ayuda extra para hacerlo. Es una energía muy densa que te arrastrará igual que te arrastró hacia el abismo el día de tu accidente. Puedo ayudarte a vencer ese miedo. Confía en mí. —¡Qué coño sabes tú de mí! No sabes nada. Tú estás aquí para servirme y nada más, no te creas con ningún derecho, no vas a husmear en mi vida ¡Lárgate con tu novio y no vuelvas más por aquí! —chilló con los ojos encendidos de rabia. Ami renunció a continuar la conversación. Ya sabía de antemano que no entraría en razón. —Si necesitas algo ya sabes dónde estoy. Se levantó con la mirada cabizbaja dejándolo con las noticias

a todo

volumen. Se derrumbó en la cama y aunque estaba muerta del cansancio no dejaba de pensar en Jack. Quería ayudarlo pero no dependía de ella. Y deseaba con fuerza pensar en la agradable noche que había pasado con Iván en la pizzería o en lo mucho que había reído con él bailando en un bar de moda del puerto olímpico. Iván la había tratado con amabilidad, con respeto, le había hecho sentir como una princesa. Se había mostrado atento y preocupado por sus gustos y preferencias y le había dejado la opción de escoger el local. Había pasado una maravillosa velada pero Jack y su estado aparecía de nuevo. Cuánta falta le hacía su querido maestro Uzriel, sus palabras la habrían iluminado sabiamente. Hacía tiempo que no aparecía para ayudarla, coincidía desde que se había mudado. Recordó que Uzriel le decía siempre que la solución vendría seguida del problema, solo habría que estar atento y no juzgar aquello que viniera. Pero en aquel instante no sabía cómo enfrentarse a un espíritu negativo, nunca lo había hecho. Y lo que estaba deduciendo era no solo que estaba ahí para perjudicarlo sino que estaba intentando poseerlo, controlar su vida y su cuerpo. Con las imágenes hipnóticas del televisor parpadeando incesantes, Jack

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intentaba aquietar los pensamientos que pasaban sin control por su cabeza que se repetían una y otra vez. Veía a Ami abrazada a Iván besándose mientras bailaban agarrados, los veía en la cama haciendo el amor. Se preguntaba a sí mismo por qué tenía que pensar en eso, que no era de su incumbencia lo que sus asistentes hicieran. ¿Por qué le molestaba tanto que hubieran salido juntos?, se preguntaba. Pasaron las horas, la profunda noche se adentró. Jack volvía a tener una pesadilla, la frente sudorosa predecía una mala escena en su mundo interior. En el sueño estaba en su cama, aunque la casa parecía distinta, más antigua y los muebles no eran los mismos. Iván le masajeaba las piernas, entonces Ami entraba, se acercaba a él y le daba un beso en la frente. Luego se acercó a Iván y lo besó en la boca. Jack miraba la escena mientras los dos se abrazaban y besaban. Estaba muy furioso. Ami de vez en cuando le miraba de soslayo y luego se reía a carcajadas mientras Jack intentaba mover sus piernas. Ami se había tumbado sobre ellas boca arriba, mientras seguía mirándolo. —Si me quieres tócame, tócame, tócame —le decía mientras acariciaba con su mejilla la mano de Jack. Mientras tanto Iván iba desprendiéndose de su ropa con una mirada desafiante clavada en sus ojos. —La voy a hacer mía, solo mía. Iván se tumbó sobre Ami con la intención de hacerle el amor. Jack chillaba impotente: —¡No! ¡No! Alguien más había en el sueño, una cuarta persona miraba la escena, esta persona acercó una pistola a la otra mano de Jack diciéndole: —Dispárate, muérete, te harán sufrir, te harán daño, son malas personas. Eres poca

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cosa para ella, no tienes nada que ofrecerle, eres un inválido, no sirves para nada. Tú no puedes satisfacerla. Ami se despertó sobresaltada por los ladridos de la perra. Salió rápidamente de la habitación. De nuevo el espíritu estaba cerca de la cama de Jack. Doris continuaba gruñendo hacía el lado de la cama donde se encontraba el fantasma. Ami comenzó a rezar, no sabía qué más hacer. Pedía la ayuda de los ángeles porque la entidad oscura tenía una tremenda fuerza, cada vez estaba más cerca de Jack, casi podía fundirse con él sobre su cuerpo. Ami corrió hacia Jack y cogió su mano. Estaba agitado y sudoroso, y gruñía palabras ininteligibles. —No voy a permitir que sigas alimentándote de su energía —dijo temblando de frío— ¡Despierta Jack! Siguió rogando la ayuda de las entidades de la luz. Aquel ser no estaba dispuesto a marcharse y tenía más fuerza que la vez anterior y pensaba que fuese lo que fuese que estuviera pasando dentro de la cabeza de Jack, estaba haciendo que el fantasma se sintiera cada vez más poderoso. —Despierta por favor. Mientras, Jack seguía profundamente sumido en su pesadilla, incapaz de despertar. Tenía la pistola en la mano, estaba lleno de odio hacia Iván y hacia sí mismo. Su fisioterapeuta estaba desnudo sobre Ami, la besaba. Ambos se retorcían de placer sobre él. Se sentía humillado, pero Ami continuaba mirándolo, sus ojos le rogaban que la tocara. Y él quería tocarla pero no conseguía mover ni uno solo de sus dedos. Iván se reía mientras acariciaba el cuerpo desnudo de Ami. —Tú nunca podrás hacerlo, no sientes nada, tienes el corazón de hielo —le decía mientras le besaba el cuello a ella.

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La cuarta persona del sueño le alzó la mano y la apuntó hacia la sien de Jack. —¡Mátate! No ves como se ríen de ti, puedes apretar el gatillo, ¡Hazlo! Y dejarás de sufrir. De pronto una gran luz blanca inundó el escenario del sueño, pero no era una luz cegadora. Jack sintió una presencia familiar a su lado, miró hacia Ami, pero su rostro se había transformado en Giselle. —¿Mamá? —Tócame, si me quieres tócame —le dijo con ojos amorosos. Mientras, Ami seguía apretando con fuerza la mano de Jack. Seguía angustiada aunque poco a poco sintió que una energía de paz los envolvía. Comenzó a notar una presencia a su lado. La sentía reconfortante, amorosa. —Han venido los ángeles —pronunció asombrada. De repente sintió como Jack movía los dedos ligeramente. Estaba intentando apretar su mano. Jack comenzó a abrir los ojos. Se sobresaltó al ver a Ami mirándolo con los ojos llenos de lágrimas: —¡Lo has conseguido! —le dijo Ami emocionada. Jack aturdido todavía por la pesadilla contestó: —No lo he hecho, no me he suicidado, mi madre me ha ayudado, la he visto. —Tranquilo, tranquilo, ya pasó —le consolaba acariciándole la frente y el cabello. Jack miró con sorpresa hacia su mano. —¡Estoy sintiendo la mano¡¡Siento tu mano! ¡Me duelen los brazos! — exclamó Jack entre risas. Lágrimas de alegría brotaron de los ojos de Jack. Ami lo abrazó. La emoción que sentía no era comparable a nada que hubiera sentido antes. Jack había despertado en ella un bello sentimiento de amor y

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respeto. Admiraba la fuerza con la que había enfrentado sus emociones más negativas. Estaba cambiando, se estaba volviendo un luchador, un superviviente. Tras unos minutos abrazados Ami quiso volver a su habitación pero Jack la detuvo: —Por favor no me dejes esta noche solo —pidió con ojos suplicantes. Ami se tumbó a su lado en la cama pero no tardó en quedarse profundamente dormida. Jack tardó un tiempo en dormirse, no podía dejar de contemplar el dulce rostro de Ami, ahora la veía muy hermosa, la mujer más hermosa que había conocido ¿Por qué no lo había visto antes? Se preguntaba. Intentó mover el brazo, quería abrazarla, pero el dolor era demasiado intenso, tenía las articulaciones completamente rígidas. Desistió con pesar. A la mañana siguiente Nieves extrañada por la ausencia de Ami en el desayuno fue hacia la habitación llevando ella misma la bandeja para Jack. La escena que contempló la alarmó. Jack y Ami ajenos a la atónita mirada de la mujer dormían en la cama abrazados, ella descansaba su cabeza sobre el pecho de Jack mientras éste tenía pasado el brazo por los hombros de su enfermera. Nieves se volvió hacia la cocina con desagrado no sin antes dar un tremendo portazo, por el camino las entrañas se le revolvían de la rabia.

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10 Herida abierta

Cada día después de la rehabilitación en casa de Jack, Iván se marchaba de nuevo a la exclusiva clínica en el barrio de Sarriá donde trabajaba hacia un año. Ser fisioterapeuta no había sido el sueño de su vida, había estado jugando en el equipo juvenil de su ciudad, Barcelona. Tenía un gran futuro, le decían sus entrenadores, era la estrella del equipo. Hubiera llegado a ser jugador profesional de primera división. Pero no pudo ser, una terrible fractura de menisco lo retiró para siempre de su amado deporte, dejándole una leve cojera de recuerdo. Desde que había comenzado a trabajar en la clínica había conocido a mucha gente con poder: empresarios, artistas famosos, deportistas. Cada tarde veía como llegaban en lujosos coches, a veces conducidos por sus bellas esposas y novias. Sabía reconocer solo por la forma de caminar que tenían quién era modelo y quién solo una bella mujer más. No podía evitar quedarse embelesado entre el sonido de los taconeos de sus zapatos. Las observaba de reojo, con sus largas y delgadas piernas y siempre se acordaba de Lisa, una joven aspirante a modelo de la que se enamoró hasta los huesos. El romance duró cinco años. Lisa vivía en su barrio y la conocía de haberla visto de siempre. Entró a la academia de modelos cuando solo tenía dieciséis años a espaldas de sus padres. Iván le había pagado gustoso la academia porque sabía que valía para ser maniquí. Recordaba lo orgulloso que se sentía de ella cuando cada tarde, después de sus clases en un rincón del parque, subida a unos altísimos zapatos de tacón negro que guardaba en la mochila del instituto, le enseñaba a Iván lo que había aprendido. Todavía podía verla sonreír a pesar del poco garbo que mostraba en un principio sobre los zapatos. Pero con el tiempo comenzó a desfilar para modistos nacionales

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y a medida que iba introduciéndose y subiendo en pasarelas cada vez más internacionales se fue alejando más y más de él. Un día Lisa cortó la relación por teléfono, decía haberse enamorado de un rico empresario. Todavía no había olvidado aquella traición. Tenía la firme creencia de que el dinero hacía que las personas te respetaran más. Iván tuvo que trabajar desde muy joven en el taller de sus tíos para pagarse los estudios. Cuando salía con Lisa intentaba complacerla en todos sus caprichos, pero ella nunca tenía suficiente. Gastaba sus ahorros para llevarla cada fin de semana a elegantes restaurantes, le compraba ropa de marca pero ella siempre quería algo más exclusivo, algo más inaccesible y se enfurecía si no lo conseguía. Iván se sintió muy frustrado cuando la perdió, sabía que se hubiera quedado para siempre con él si hubiera podido darle todo lo que se merecía. Aquella tarde en la sala de rehabilitación el supervisor le entregó el historial del que sería su nuevo paciente: el famoso delantero Víctor Sánchez. Víctor era abierto y espontáneo, rápidamente entabló conversación con Iván. Charlaron sobre la liga, el campeonato europeo y cotilleos deportivos. La tarde pasó rápida gracias al simpático Víctor, sintió Iván. Casi era la hora de dejar a su paciente cuando éste le preguntó: —Si ves al capullo de Jimmy, le dices de mi parte que los vamos a freír este domingo —Refiriéndose a un jugador lesionado del equipo rival de la ciudad. Iván rió el comentario. —No estoy aquí por las mañanas. Tengo que visitar a un paciente en su mansión de Sitges —contestó Iván, secando sus manos de los restos del gel de masaje. —¿En Sitges? ¿No estarás llevando la rehabilitación de Jack Jover? —

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preguntó Víctor. —¡Sí! —afirmó asombrado— Parece que todo el mundo lo conocía menos yo. —¿Qué tal se encuentra? Leí en el periódico que estaba muy grave ¡Ese sí que es un pedazo de cabrón! —añadió— Pero sus fiestas eran la leche. Yo estuve en una que organizó en la playa para su cumpleaños —Víctor pasó sus manos por la frente— Las tías que vinieron eran increíbles, entre ellas algunas de las modelos más famosas —agitó sus manos. — Aunque él siempre se quedaba la mejor, es lógico, aparte de rico hay que reconocer que el tío es guapo. En aquella época andaba con Lisa Lorenzo ¿Te acuerdas de ese bombón? Antes de ser una drogata ¡claro! la muy estúpida se quedó tan pillada de él… no lo llevó muy bien cuando la dejó —contó Víctor. La cara de Iván empezó a palidecer mientras la noticia llegaba a sus oídos. Hacía segundos que había dejado de masajear el tobillo del futbolista. Un intenso dolor en el estómago lo paralizó. —¿Lisa Lorenzo fue novia de Jack? —preguntó arrastrando las palabras con los dientes apretados. —Sí tío, pero que yo sepa no llegaron ni a novios, luego se lió con Silvano. A ese cabrón de Jover las mujeres le duraban una semana como mucho. Silvano la tuvo que dejar porque no paraba de hablar de Jack. Lisa quería ir a todas las fiestas y reuniones donde sabía que estaría él, Silvano se agobió y la dejó. Víctor se marchó dejando a Iván encendido en odio. Tuvo que disimular una indigestión para que Víctor no sospechara de su repentino estado de malestar. —¡Maldito cabrón, hijo de puta! —chilló en tanto golpeaba la taquilla metálica del vestidor. Iván compartía un pequeño apartamento con un enfermero que conoció cuando hacía prácticas. Lo normal en esa hora de la noche es que estuviera

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cenando un bocadillo delante del televisor viendo los resúmenes deportivos, pero aquella noche el televisor permanecía apagado y el salón subsistía en la penumbra. Hubiera encendido una lámpara como de costumbre cuando el sol se ocultaba tras el bloque de pisos de enfrente pero ni se había percatado que la oscuridad había engullido los colores del salón. Absorto en sus pensamientos iba recordando todo lo que supo de Lisa después de su famosa vida de modelo. Lo impactado que quedó al ver el bello cuerpo de una diosa convertido en un saco de pellejos y huesos, la piel demacrada, los ojos hundidos, sin brillo. Lisa había ido tocando fondo poco a poco en su vida, la ambición desmedida la fue sumergiendo en un mundo oscuro del que todavía intentaba salir con la ayuda incondicional de sus padres. Él hubiera querido ayudarla pero el orgullo no se lo permitió, todavía sentía rencor por haberle abandonado. Sitges Jack había comenzado a sonreír, aunque tenía mucho dolor, se le antojaba a gloria el sentirlo. No sabía bien qué había ocurrido por la noche pero sentía que tenía relación con el extraño sueño donde Ami y el espíritu de su madre le habían ayudado de alguna manera. Aún sin fuerzas en los brazos había cogido gustoso una suave pelota de goma roja que Ami le había dado para comenzar los ejercicios de recuperación. Iván entró como cada mañana por la cocina, se sentó con las mujeres a tomar el acostumbrado café con magdalenas, cogió el periódico deportivo y apenas intercambió unas palabras. Aunque Ami lo notó un poco más distante de lo acostumbrado, no le dio más importancia. Eusebi, que no había podido volver a dormir, después de la grata noticia de la recuperación de Jack, entró en la cocina sorprendiendo a todos de su presencia

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en aquella parte de la casa ajena a sus visitas. —¿Me permiten tomar un café en su compañía? —Preguntó con el semblante radiante y sonrosado. Candelaria nerviosa se apresuró a servir el café con galletas de canela que solía tomar cada día Eusebi. —¡La esperanza vuelve a esta casa! —comentó Eusebi mirando a todos los comensales. —Sí es un milagro. Un milagro de Dios que el Señorito sea tan fuerte — añadió tímidamente Candelaria intimidada de la presencia en la mesa de su patrón. Iván miró a Ami sorprendido y le preguntó: —¿Qué ha pasado? Ami se reservó lo acontecido aquella noche, narrando solo la anécdota del ladrido de la perra. —Me alegro mucho —dijo tras levantarse de la silla. Luego se marchó. En la habitación, Jack estaba realizando los ejercicios que Ami le había aconsejado. Iván entró soltando su bolsa de deporte con brusquedad. —¿Una mala noche? —preguntó Jack al ver el gesto de irritación en su rostro. —Sí —contestó Iván de manera fría y seca mientras se remangaba los puños de la sudadera— Ya mueves los dedos por lo que veo —añadió sin entusiasmo—. ¿Supongo que ya no querrás morirte? —preguntó sin mirarle a los ojos mientras revisaba la fuerza de los dedos. —Creo que esa pregunta está fuera de lugar, ¿no crees? —respondió molesto. Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de Iván. —Disculpa me has contagiado tu ácido humor.

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Iván estiró con fuerza de la muñeca de Jack. —¡Ah! —exclamó— ¡Eso me ha dolido! —se quejó. —Sí normal, solo los muertos no sienten dolor —le contestó Iván. Jack le lanzó una fría mirada. Ami entró radiante de alegría, saludó a los dos hombres, se sentó en su alfombra cerca de Doris y observó a Iván mientras comprobaba la leve fuerza que Jack podía ejercer sobre sus dedos. —Tengo entradas para el Liceo, me las ha regalo un amigo que es futbolista, iremos con él y su novia ¿Te apetece? Mira que si no vienes se lo digo a mi madre…seguro que ella no me rechaza —comentó Iván. Ami rió. —¿La ópera? No sé si me gustará —respondió. Dudó por unos segundos, no era el tipo de actividades que estaban normalmente en su agenda pero asintió conforme. —¿Tienes ropa elegante? —preguntó. Ami lo miró incrédula, luego negó con la cabeza. —Déjalo, yo me encargo de eso —concluyó Iván guiñándole un ojo.

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11 Tener fe

Jack observaba en silencio a Ami mientras hacía sus ejercicios respiratorios en la alfombra frente a la cristalera que daba al mar. Se había acostumbrado a verla, en la postura flor de loto, como ella la llamaba. Veía cómo pasaba horas en completo silencio mirando al mar, se preguntaba en qué estaría pensando. Aunque ella le había comentado varias veces que no pensaba en nada, que solo permanecía en el vacío oyendo su voz interior. Todo aquel lenguaje de alma, voces interiores, ángeles y demás se le antojaba exótico. Veía que Ami era una chica extraña, con extrañas costumbres, pero de un gran corazón. Lo había notado en cuanto la vio, pero antes no estaba preparado para una persona como ella. Sentía que era demasiado inocente para un mundo como en el que él había vivido. Cualquier hombre le abría partido el corazón, un hombre como él. Pensó. —¿Puedes ponerme otro cojín? Cuando puedas…por favor —pidió Jack. Ami salió de su paz interior, se levantó y se dirigió hacia él con una cálida sonrisa. —Tus modales son cada vez mejores, ahora sí se nota tu sangre burguesa —le dijo mientras le colocaba otro cojín debajo de la nuca. Jack sonrió. —¿Ami? —dijo— parecía que aquella anoche sabías lo que estaba soñando ¿pudiste ver algo? ¿Puedes leer la mente? —interrogó. Ami rió tras la inocente pregunta de Jack. —Podía sentir que estabas viviendo una situación muy dura, también pude ver algo. —¿Qué viste? —preguntó temeroso de que hubiera podido ver la tórrida

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escena de su pesadilla. Ami se sentó en la cama frente a Jack y cruzó las piernas. —¿Te acuerdas de lo que te comenté del olor a cigarro puro? Pues no te lo conté todo. Una noche me desperté sobresaltada. Había tenido un sueño; un hermoso ángel de rubios cabellos me había estado hablando, me pedía ayuda, me decía que me despertara. Cuando salí de mi cuarto había alguien a tu lado, era un espíritu maligno. Tú estabas teniendo una pesadilla, se notaba que lo pasabas realmente mal. Pero gracias a dios, en cuanto te toqué el fantasma se desvaneció. Pero la noche que recuperaste la movilidad de los brazos volví a ver de nuevo al espíritu, estaba junto a ti, parecía que te hablaba. Doris me alertó con sus gruñidos, por eso la dejé aquí contigo. —¿Quién era? —Era el espíritu de un hombre, no sé quién es, pero lo que sé es que cada vez que te alteras está cerca, creo que influye de alguna manera en tus cambios de humor. Estaba realmente furioso, te hablaba, yo no le oía pero sí notaba su energía de odio, de amargura. Pedí ayuda porque esa vez ni tocándote se marchaba. Pasé mucho miedo, más miedo que nunca en mi vida. Sabía que si no luchabas contra lo que fuese que te estuviera transmitiendo te ibas a hundir para siempre en esa energía de odio y miedo. ¡Pero lo conseguiste! venciste, eres muy valiente. Jack bajó la mirada. —Un valiente no se suicida —contestó. —Estoy segura que ese día el espíritu te influyó de alguna manera. Pero si te perdonaron es porque el fantasma que habita en esta casa no jugó limpio, se debió de inmiscuir en tu destino ¡Tenemos que averiguar quién es! —Todo es muy raro. No sé, hay cosas que me cuesta creer —dudó. —No tienes nada que perder. Creo que la respuesta puede estar en el

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despacho. Solo tienes que darme la llave. Jack negó con la cabeza. —Yo no la tengo. Tendrás que pedírsela a Nieves. Ami resopló y dijo: —No me la dará. Tendré que cogérsela. En cuanto la tenga quiero que vengas conmigo. Yo no sé dónde buscar. Los ojos de Jack se abrieron de asombro. —¿Qué? ¿Cómo quieres que vaya contigo? Ami miró hacia la pared de su cuarto. En un rincón se encontraba la silla de ruedas que todavía no había utilizado. Jack se tensó. —No pienso sentarme ahí. ¡Ni lo sueñes! —Lo haremos esta noche cuando todos estén dormidos. No estoy dispuesta a dejar que se acerque a ti de nuevo —concluyó. Su voz sonó firme. Ami estaba decidida a entrar en el despacho y pensó enseguida en Candelaria para conseguir la llave. La sonsacó discretamente mientras cenaban como si de una conversación banal se tratara. Candelaria le contó que Nieves se encargaba de cerrar todas las puertas y de abrirlas a la mañana siguiente y que siempre llevaba las llaves en su bolsillo. Candelaria le dijo: —Yo no tengo ninguna llave de la casa y mejor así porque nunca nadie me culpará de robar nada. ¡Y Dios no lo quiera que algún día pasase algo! —se santiguó. Ami se armó de valor, debía entrar en el dormitorio de Nieves si quería encontrar las llaves. Solo disponía de media hora antes de que volviera a su cuarto. Desde el jardín vio la luz del salón encendida, supuso que Eusebi y ella seguían allí como cada noche. Atravesó el jardín con naturalidad para no levantar sospechas si la veían. Luego atravesó los setos que delimitaban el camino y se dirigió hacia la puerta trasera de la cocina, por donde entraba el personal. La había dejado entreabierta mientras Candelaria salía de la cocina en un momento de la

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cena. Empujó poco a poco la puerta, miró hacia el pasillo y comprobó que no había nadie, las puertas de los dormitorios estaban cerradas. Entró con sigilo. Observó cómo la luz salía por debajo de la puerta del dormitorio de Candelaria. Acercó el oído a la puerta, su amiga hablaba por teléfono. Uno de sus entretenimientos favoritos, pensó. Se dibujó una sonrisa en sus labios. Se acercó hasta la puerta de la habitación de Nieves, pegó la oreja a la madera durante segundos y no escuchó sonido alguno. Entonces hizo girar el pomo para abrirla pero no cedió. ¡Nieves cierra con llave su dormitorio! pensó sorprendida de lo reservada que era. Se dirigió hacia la cocina, entreabrió la puerta con sigilo y entró. Soltó un largo suspiro. ¿Qué hago ahora? ¿Cómo cojo la llave? Piensa, piensa se decía mientras se apoyaba en la encimera. Cuando se dispuso a salir de la cocina miró hacia un bote de cerámica que solía estar lleno de papeles y facturas del supermercado, se acercó, para su sorpresa había un manojo de llaves. Nieves se había dejado las llaves allí después de atender al último repartidor, recordaba haberla oído quejarse de lo tarde que habían traído la compra hoy. ¿Casualidades, no?, se dijo para sí misma sonriendo. Jack permanecía inquieto pensando si Ami podría encontrar la llave. Aunque no le hacía mucha gracia entrar en el despacho la idea de hacer algo diferente le entusiasmaba. Dudaba del éxito de la misión, ya que conocía la escrupulosidad de Nieves, no era una mujer que descuidara sus deberes. Sabía que guardaba todo con mucho cuidado. Pero Ami entró excitada dando saltitos con las llaves en la mano despejando

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cualquier atisbo de fracaso. Le acercó el manojo. —Rápido tienes que decirme cuál es. Nieves pronto cerrará las puertas principales y las echará en falta —dijo con el pulso agitado. Ami fue mostrándole una por una todas las llaves. Jack dudaba entre dos de ellas. —¡Tienes que estar seguro! —le apremió. —Creo que es esta, por lo antigua que es, no porque lo recuerde. Ami salió al pasillo, miró a su alrededor para comprobar que nadie la estuviera observando y se dirigió hacia la puerta del despacho. El olor a cigarro puro la puso en alerta. Insertó la primera llave en la cerradura pero no coincidía. Cogió la siguiente llave y la introdujo en la cerradura que encajaba perfectamente. Sacó la llave del llavero y se la metió en el bolsillo. Fue hasta la cocina para devolverla. Pero al entrar se sobresaltó: Nieves estaba allí. —¡Ni que hubieras visto a un fantasma! —le dijo la mujer enfurruñada— ¿Qué haces aquí? —preguntó. Nieves la miró con desagrado, la presencia de aquella joven siempre la ponía furiosa. —He venido a buscar un zumo para Jack —contestó Ami mientras ocultaba la mano con las llaves detrás de la espalda. Nieves se palpaba los bolsillos de la americana azul marino a la vez que escudriñaba cada palmo de la encimera de la cocina. —No encuentro las llaves, por eso siempre las llevo encima, porque si no luego no me acuerdo dónde las he dejado.

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El corazón de Ami comenzó a agitarse nervioso. —Quizá están en el recibidor de la puerta principal —aventuró la joven intentando distraerla. —Voy a mirar —dijo Nieves— El señor Eusebi salió esta tarde quizá{ cuando le abrí… —Murmuraba mientras salía de la cocina. Ami aprovechó para dejar el manojo de llaves en el bote y volvió hacia la estancia. Cuando llegó a la habitación Jack la esperaba impaciente. —Esta noche nos vamos de paseo —dijo Ami guiñándole un ojo a su paciente. Marcaban las doce y doce minutos en el reloj del televisor. La casa dormía en silencio, solo Eusebi continuaba en el salón. Ami había acercado la silla de ruedas a la cama de Jack. Mientras este miraba el artilugio como si fuese la silla eléctrica. Recordaba que Iván todavía no le había aconsejado la silla, le dijo que tenía la musculatura muy débil. Ami agarró con fuerza a Jack. Aunque estaba delgado pesaba bastante para ella. —No tengo fuerza en los brazos. No te puedo ayudar —decía mientras Ami lo movía. —Intenta un pequeño empujón. Ami tiraba de él cuando perdió el equilibrio y cayó sobre Jack. Comenzó a reírse apoyada todavía en su pecho, toda aquella escena se les antojó cómica. Jack rió con ella. Volvieron a intentarlo de nuevo. Esta vez Jack pudo apoyar su brazo para ayudar a Ami que consiguió sentarlo. Jack se sentía incómodo, pero aun así había algo de alegría en su interior. Había pensado que usar la silla iba a ser más traumático. Después de todo nada era

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peor que estar en aquella cama tumbado para siempre. Ahora soñaba con poder mover las ruedas y desplazarse por sí mismo. Era una pequeña libertad que hasta hacía días pensaba que no podría experimentar. —¿Cómo te sientes? —preguntó Ami al verlo por primera vez en aquella postura. —Siento que no tengo fuerzas para mantenerme recto, como si me fuera a escurrir de la silla —dijo. —Creo que esta silla puede adaptarse bien, tranquilo. Yo estaré contigo en todo momento. Ami sacó la cabeza por la puerta para mirar el pasillo. Nadie parecía haber en el oscuro corredor, solo alumbrado por la tenue luz de la luna menguante que atravesaba la cristalera modernista. Empujó la silla de Jack hacia el despacho. Su paso era lento pero firme, temía volver a sentir aquella fría energía que desprendía el fantasma de Bella Villeroy. Cuando estuvieron frente a la puerta, Ami dejó de empujar la silla de ruedas, cogió la llave y la introdujo en la cerradura. Jack sentía el fuerte latido de su corazón, de pronto recordó la desagradable visión que tuvo cuando niño. —¡Espera! —dijo provocado por el miedo. Ami no le hizo caso y empujó la puerta hasta abrirla del todo, buscó el interruptor de la luz y la accionó. El olor que desprendía la habitación era de barniz rancio, metal oxidado y un olor extraño que no supo identificar. Salió de nuevo al pasillo y empujó hacia dentro la silla de Jack. Cerró la puerta tras de sí con cuidado para hacer el mínimo ruido posible, aunque las oxidadas bisagras se negaron a obedecerla.

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La habitación le recordó a las casa museo que tenían todas las ciudades. Aquellas que servían para que los turistas pudieran hacerse a la idea de cómo vivían los personajes de alguna novela, o dónde había nacido tal o cual artista. El despacho de Bella Villeroy todavía conservaba todos los muebles de la época. Era un despacho grande, con una ventana que daba al mar, aunque estaba cerrada a cal y canto. Había una enorme mesa de brillante color caoba que presidía la estancia. Sobre ella una lámpara de Tiffany, un antiguo juego de abrecartas, lupa, pluma, y tintero, todo en bronce y marfil. Y bajo sus pies, una alfombra oriental adornaba el suelo de terracota con cenefas esmaltadas. Las librerías estaban llenas de marcos antiguos de fotos amarillentas. —¿Por qué este despacho no ha sido modernizado al igual que el resto de la casa? —Órdenes de mi abuelo, no sé, tendrá nostalgia. —¿Dónde hay más luz? —preguntó— No se ve mucho. Jack se encogió de hombros. Ami encontró otro interruptor, al accionarlo se iluminó una gran lámpara de techo de hierro forjado. Cuando se giró los ojos se le abrieron al ver la pared contigua a la puerta. —¡Dios mío! —exclamó al ver la pared repleta de trofeos de caza, armas antiguas, sables y espadas de varios países. —¿Qué sucede? —preguntó Jack al ver que Ami se tapaba la boca con ojos vidriosos. —¡Esto es un cementerio pero de animales! No me extraña que haya un fantasma aquí —contestó. —Mi abuelo era muy aficionado a la caza. —No comparto el cazar animales por diversión.

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Ami soltó un suspiro de disgusto luego acercó a Jack hasta la librería y le dijo: —Necesitamos algo que nos pueda ayudar a encontrar quién está aquí y por qué. ¿Crees que es algún familiar tuyo? Me comentó Nieves que esta casa siempre había sido de tu familia. Yo he visto el rostro del espíritu, podría identificarlo con alguna foto. Jack negaba con la cabeza. —Esta casa la construyeron mis bisabuelos maternos. ¿Por qué crees que mis antepasados querrían hacerme daño? No puede ser alguien de mi familia —afirmó mientras miraba de reojo hacia la mesa de caoba— ¡Allí en la librería! —señaló con el dedo— el álbum granate, son fotos muy antiguas, ¡cógelo!, pero no creo que encuentres ahí a tu fantasma —añadió. La estantería de la librería donde se hallaba el álbum era la más alta. Ami acercó una pesada silla de madera maciza y se subió a ella, pero cuando alzó el brazo seguía sin llegar. Entonces apoyó un pie en la librería para alzarse un poco más. Escuchó la librería crujir pero insistió en intentar alcanzar el álbum. Cuando casi sus dedos rozaban el lomo del álbum sintió un escalofrió que le heló la sangre, luego un denso olor a pólvora y tabaco la mareó, de pronto la estantería donde apoyaba el pie se rompió y Ami cayó hacia atrás junto al viejo álbum de fotos. —¡Ami! —gritó Jack al ver a la joven tendida en el suelo— ¿Estás bien? ¡Contesta! —insistía impotente desde la silla de ruedas. Jack sintió miedo por primera vez desde hacía tiempo. Siguió llamando a Ami pero no respondía. La habitación estaba helada, vio el vaho de su aliento salir de su boca. ¿Qué está pasando? se preguntó mientras observaba con rostro de preocupación cada palmo de la habitación. Sentía la presencia de algo que no podía ver ni tampoco describir.

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Intentó mover las ruedas de la silla, pero no tenía fuerzas, lo que conseguía era que cada vez que forzaba los brazos escurrirse más de la silla. Decidió volcar la silla dejando todo su peso en uno de los lados hasta que la desequilibro y cayó al suelo. Un fuerte dolor le azotó la espalda cuando tocó el frío suelo, pero la visión de Ami inconsciente le dio fuerzas para moverse reptando hasta llegar a ella. —Ami ¿estás bien? Contesta, por favor— decía Jack mientras con la débil mano acariciaba el rostro de ella. Ami comenzó a reaccionar, —¡Jack! ¿Qué ha pasado? —preguntó al verlo en el suelo. —Me has dado un susto de muerte. No ha sido buena idea entrar aquí, vámonos no vas a encontrar nada en esas fotos. Ami se incorporó lentamente, todavía la cabeza le daba vueltas. Masajeó su cráneo con las manos para aliviar el dolor del golpe. Luego volvió a centrar su atención en el frío gélido que sentía en todo su cuerpo. Sabía que el espíritu seguía rondando en la habitación. Pero no iba a permitir que el miedo la alejara de su misión. Cogió el álbum que había caído de la estantería, lo abrió y comenzó a escrutar las fotografías junto a Jack. Ninguna cara le era familiar. Jack le mostraba quiénes eran sus parientes. Había fotos de bodas, comuniones y bautizos. Ami fue perdiendo la esperanza poco a poco pues no encontró parecido alguno con el espíritu que había visto en las dos ocasiones. —Te dije que no encontrarías nada en estas viejas fotos— aseguró Jack. —¿Por qué estás tan seguro? Jack le contó el sueño que había tenido hacía días cuando se recordó de pequeño jugando en el pasillo. Y la visión que había tenido de aquel hombre que se suicidaba delante de él. Ami se quedó con la boca entreabierta de la sorpresa.

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—¿Por qué no me lo habías contado antes? Cuando te dije lo del olor a cigarro puro. —No lo sé. Temía sentirme ridículo. Mientras estaban sentados en el suelo uno de los marcos de fotos que había quedado en la estantería desequilibrado junto a varios libros cayó al suelo haciéndose añicos. La foto quedó liberada en la alfombra. Ami estiró su brazo para cogerla, al contemplar la imagen que aparecía exclamó sorprendida: —¡Es el ángel! Jack acercó el rostro para ver la fotografía y contestó: —Es mi madre. Ami lo miró, todavía incapaz de reaccionar. Su mente ataba cabos con rapidez. —Es el ángel que me habla en sueños. Tu madre me ha estado ayudando desde que he llegado aquí, cuando pedí ayuda fue la primera en venir —dedujo emocionada. —¿De qué estás hablando? ¿Mi madre también está en tus sueños? —Si he soñado con ella varias veces. Creo que también me guió para que encontrara este trabajo. Quiere ayudarte, está claro —afirmó. Jack contemplaba la foto ligeramente descolorida de una joven Giselle, en la fiesta de presentación en sociedad, llevaba un vestido de gala blanco y vaporoso con guantes a juego. Sonreía mostrando una dentadura blanca y perfecta. Aunque siempre habían comentado que era un ángel lo que estaba diciendo Ami traspasaba en demasía su imaginación. El dolor de su pérdida afloró de nuevo en su pecho, oprimiéndolo. Te está mintiendo, todas mienten, oyó Jack en su cabeza. —Tiene tus ojos. Es bellísima.

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Ami comenzó a pensar por qué aquella foto se había desprendido de la estantería, percibía que todavía había algo más en aquella estancia que se ocultaba para ellos y Giselle quería sacarlo a la luz, ella también debía estar cerca, presintió. Jack había empezado a ponerse muy nervioso, le temblaban los labios. Intentaba moverse para salir arrastrando de la habitación. —¡No sé qué coño quieres de mí! Ni sé con qué tipo de intención has venido a esta casa ¿Por qué vienes a remover mi pasado? ¿No crees que tengo suficiente? ¿No crees que ya he pagado por mis pecados? ¡Déjame en paz! Solo busca tu dinero como todas volvió a decir la voz en su mente. Ami le tomó el rostro entre las manos y le preguntó: —¿No me crees? —mirándole fijamente a los ojos— Yo no quiero nada, me oyes, no quiero nada, solo ayudarte si me dejas. —Meterte en mi vida, en mi pasado, no es ayudarme— contestó con los ojos vidriosos— déjame que me vaya. Ami se puso en pie, cogió la silla de ruedas y la acercó hasta Jack. Intentó levantarlo pero sin éxito, Jack era un peso muerto. —¡No puedo! —exclamó casi sin aire para hablar. De pronto se fijó en el papel de la pared detrás de la mesa: había un trozo que había amarilleado menos que el resto. Dejó a Jack en el suelo y caminó hacia la pared. Volvió a observarla de más de cerca. Apartó el sillón y comenzó a tocar el papel deslizando la mano con suavidad. Jack la miraba sorprendido. —¿Qué haces? —preguntó. —¿Fue aquí donde viste la mancha de sangre? —Fue una fantasía de niño. ¡Déjalo ya! —exclamó.

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Jack estaba perdiendo la paciencia por segundos viendo que Ami hacía caso omiso de sus palabras y comenzaba a tirar del papel de la pared arrancándolo como guiada por una mano mágica, descubriendo otro papel más antiguo debajo. Ami tiró hasta descubrir lo que allí se había intentado ocultar hacía tiempo; una enorme mancha marrón oscuro. Jack la miraba incrédulo: —¿Qué demonios haces? —preguntó sin alcanzar a ver la pared que su enfermera investigaba. Ami apartó la pesada mesa gracias a que ésta descansaba sobre una alfombra que hacía que resbalara con facilidad por el suelo. Jack que observaba la escena desde el suelo, fue viendo como poco a poco iba apareciendo una mancha oscura en su campo visual. —¡No puedo creerlo! —dijo Jack mirando la pared con los ojos abiertos como platos. —¡¿Qué diantre está sucediendo aquí?! —exclamó Eusebi entrando de repente en el despacho— ¿Querido qué haces en el suelo? —dijo al ver tumbado a Jack sobre el frío suelo de barro— Espero tenga una buena explicación señorita para tener a mi nieto de esta guisa —amenazó clavando unos ojos severos a Ami— ¡Qué es este desorden! Eusebi miró la estantería y el papel arrancado en el suelo y se llevó las manos a la cabeza. Ami se quedó sin habla. Se había dejado llevar por la curiosidad, como si algo o alguien la hubiera estado guiando. No había sido consciente de nada por unos segundos. —¡Ayúdeme no se quede ahí parada! —soltó Eusebi. Ambos sentaron de nuevo a Jack en la silla.

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—Lo siento…yo…no sé qué me ha pasado —se disculpó Ami. —Espero que mañana me informe con todo detalle de lo que ha sucedido esta noche ¿De acuerdo señorita? —Afirmó con tono tajante mirando a Ami. A la mañana siguiente después del desayuno Nieves pidió a Ami que la acompañara hasta el salón. De camino Ami sintió como el corazón se le aceleraba, no sabía cómo justificar el desaguisado del despacho. Eusebi la esperaba con el rostro serio y con la impecable apariencia de cada mañana. Seguía vistiéndose como si fuera a tener una reunión con unos directivos. Nieves no tenía la intención de marcharse, se plantó de pie en el lado derecho cerca del sofá que ocupaba Eusebi, clavándole los ojos, con una mueca torcida en los labios. Nadie la invitó a sentarse por lo que permaneció de pie frente al abuelo de Jack. Con aparente tranquilidad Eusebi plegó el diario depositándolo sobre sus piernas, se quitó las gafas y las guardó en su funda. —Señorita, en esta casa creo que la hemos tratado con respeto. Le hemos dado cierta confianza en el trato con su paciente, aceptamos que vaya sin uniforme, no nos metemos con sus costumbres ni con su religión, pero creo que usted ha abusado de la buena fe de esta familia— explicó Eusebi. —Yo siento… Nieves la cortó: —¡No sea maleducada! El señor Eusebi no ha terminado. Parecía

haber

estado

soñando

con

aquel

momento.

Nunca

había

comprendido por qué Nieves siempre la había tratado con frialdad, captó Ami. —¿Qué estaban haciendo a las tantas de la noche registrando en el despacho? —interrogó. —Buscábamos fotografías de familiares —contó.

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Nieves no pudo contenerse, el rostro se le iba constriñendo por momentos. —¡Cómo se atreve a husmear en la vida privada de esta familia! Se atrevió incluso a robarme la llave del despacho ¿Qué clase de persona es? —interpeló Nieves. —¿Para qué las quería usted? —preguntó extrañado Eusebi. La joven narró los acontecimientos con tanta claridad como pudo, ante los gestos cada vez más escépticos de Nieves y Eusebi. Nieves la observaba incrédula, pensaba que hacía muy bien su papel de buena chica, pero a sus ojos veía claro que aquella joven buscaba algo m{s de “su” familia. —¡Semejante tontería! Es una excusa. Usted estaba buscando algo de valor para robarlo— acusó Nieves que apretaba los puños cada vez más alterada. Ami negaba con la cabeza las duras acusaciones de Nieves, pero no sabía cómo defenderse y sentía que ellos ya tenían formada una idea de ella y de lo que había sucedido. Eusebi suspiró. Parecía sentirse afligido, en el fondo le dolía que aquella joven le hubiera defraudado. Realmente apreciaba el trabajo que había hecho con su nieto pero no podía quitarse la imagen de Jack tirado en el suelo mientras ella arrancaba los papeles de la pared como fuera de sí. Tardaría en olvidar aquella escena, meditaba. —Como comprenderá señorita no voy a creerme que algún pariente está pululando por esta casa como alma en pena. Me parece ridículo, ha traicionado nuestra confianza e intenta burlarse de nosotros. Lo siento pero no puede permanecer más trabajando aquí. Nieves asintió satisfecha del veredicto de Eusebi. Pensó que ella jamás se había tomado tantas confianzas durante los cuarenta y tantos años que había

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servido para los señores. Ahora sentía vergüenza ajena por aquella chica y pensaba que en sus tiempos solo por eso hubiera ido a la cárcel y jamás nadie de su familia hubiera encontrado un puesto de trabajo decente. Jack se había despertado hacía diez minutos, esperaba ver entrar a Ami con el desayuno pero cuando la vio pasar de largo hacia su habitación recordó la noche anterior. Miró hacía el dormitorio de Ami, estaba haciendo las maletas, la ropa comenzaba a amontonarse en su cama. Luego ya no la vio. —¿Qué haces? —le preguntó desde la cama— ¿Y mi desayuno? Ami no respondía se había encerrado en el baño, lloraba sentada sobre la tapa del WC. Había comenzado a interiorizar, necesitaba meditar lo que había sucedido. Sentía que se había implicado demasiado y debía dejarlo correr. Quizá después de todo no estaba allí para desenterrar viejos fantasmas, cavilaba. Jack intuía que su abuelo la había despedido. Nadie la creía, él mismo ya dudaba incluso de lo que había vivido. Ensimismado en sus pensamientos intentaba encontrar una explicación a su recuerdo de la infancia, al intenso frío que sintió en el despacho, todo era difícil para él, pero lo más extraño de asimilar era que Ami hubiera soñado con su madre sin haberla visto antes. Si eso fuera verdad podría ser verdad también los vagos recuerdos de un sueño que tuvo donde su madre era un ángel y le hablaba, donde parecían estar en el cielo en una hermosa pradera. Eran demasiadas cosas que desafiaban a su mundo. Pero si no apoyaba a Ami se marcharía para siempre. Si no creía en lo que había visto la perdería para siempre. —Supongo que me has llamado para hablar sobre lo que pasó ayer noche— dijo Eusebi cogiendo una silla y acercándola a la cama de Jack. —He pedido que vinieras para que le deis una oportunidad a Ami. Ella no es una ladrona, solo quería ayudarme.

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—Hijo no te dejes envenenar por las fantasías de una demente. —No es una demente, ella es especial, puede ver cosas que los demás no podemos ver. Porque sea diferente no vamos a castigarla. Yo ahora también soy diferente, ya no soy el Jack de antes, ahora iré en silla de ruedas y no por eso la gente tiene derecho a pensar que soy un bicho raro y darme de lado. —¿Tú la crees? ¿En serio crees que hay un fantasma en esta casa y que se oculta en el despacho? Jack vaciló, tenía miedo de oír su propia respuesta. Ya no habría marcha atrás. Meditó por unos segundos. —Al principio no la creí pero cuando vi la mancha de sangre en la pared ya no pude dudar. Cuando era pequeño vi como un hombre se pegaba un tiro en ese despacho. Fui corriendo asustado llamando a mi madre. Ella me acompañó hasta el despacho de nuevo y no había nada. Pero yo lo viví como real, lo vi con mis propios ojos. Aquel hombre fumaba puros habanos. Ami había sentido el olor de cigarro antes que yo le contara nada. ¿Te contaron alguna vez algo de esto? Eusebi se frotaba la frente. Luego miró con preocupación a su nieto. Pensó que estaba más influenciado por su enfermera de lo que imaginaba. —Esa mancha puede ser cualquier cosa. No te dejes arrastrar por la fantasía. Sé que tienes mucho tiempo para pensar. Jack debo hacerte una pregunta… — carraspeó— ¿Has vuelto a consumir algo de droga? ¿Te la está suministrando tu enfermera? El gesto de Jack se transformó. —¿Cómo puedes pensar eso? No tomo nada desde que estoy aquí postrado, ni siquiera podía mover los brazos hasta hace unos días —le miró sorprendido—. No me crees, pero no importa, ahora sé que lo más importante es creer en uno mismo. Yo sé lo que vi, yo sé lo que he soñado, no estoy

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loco, todo esto me ha servido para volver a tener confianza en mí mismo. Eusebi se frotó la frente con mano temblorosa, aquello le estaba sobrepasando. —Soy demasiado mayor para estas cosas —comentó levantándose de la silla. —Ami se queda —sentenció Jack. —Está loca, no puede quedarse aquí. Todos corremos peligro viviendo con ella. —Si ella está loca, yo también lo estoy porque la creo. No debes quedarte si no quieres. Eusebi se paralizó de pie frente a Jack. —¿Me estás diciendo que me marche? —Sólo digo que ella se queda. Aún tenemos cosas que resolver. —No puedo permitirlo —murmuró Eusebi al salir de la habitación de Jack. El despacho estaba abierto cuando Eusebi paso por el pasillo, observó como Candelaria recogía los desperfectos de la noche anterior. Entró y se acercó para ver mejor la mancha de la pared, observó que era color marrón. ¡Qué imaginación tienen estos jóvenes! Eso podría ser cualquier cosa, café, pintura, aceite… pensó. Observó que el papel era más antiguo que el del resto de la sala. Se acercó hasta que tocó la superficie de la pared. Notó con sus manos que había una pequeña zona más rugosa que el resto, en esa pequeña zona no había papel. Intrigado fue hasta el escritorio y cogió un abrecartas afilado con empuñadura de marfil y bronce. Candelaria lo observaba de reojo, nadie le había explicado todavía el porqué del desorden de aquella habitación. Había aprendido a no preguntar, al principio lo hacía por costumbre pero Nieves le había cortado fríamente cada vez que

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intentaba alimentar su curiosidad sobre la familia a la que atendía. Se sintió molesta de que Ami no hubiera sido sincera con ella cuando le sacó la conversación de las llaves. ¿Acaso piensa que soy estúpida?, cavilaba. Eusebi comenzó a rascar el yeso, comprobó que salía con facilidad, estaba estropeado del tiempo y el húmedo clima de la costa. Rascó hasta que topó con algo duro. Pidió a Candelaria que le trajera una linterna, por unos momentos se sintió ridículo ¿Qué se suponía que estaba haciendo? Se preguntó. Había hecho un agujero en la pared porque inconscientemente necesitaba creerle a su nieto, no quiera alejarse de nuevo de él, eso no podría soportarlo. Candelaria vino con la linterna. Eusebi enfocó con la luz. Siguió insistiendo con el abrecartas hasta que desprendió el objeto que cayó al suelo. El rostro de Eusebi palideció por segundos, se sentó en el suelo fatigado, no podía dar crédito a lo que tenía en las manos. Era la segunda vez que la despedían, pensaba Ami con tristeza. Había dejado cajas en la habitación para que se las enviaran a su nueva dirección cuando la tuviera. Salió arrastrando su pequeña maleta de ruedas. Contempló la habitación por un instante. No quería marcharse, se sentía a gusto en la casa, le había cogido cariño a todos, pero en especial a Jack. Su evolución personal la dejaba cada día más sorprendida. Le agradaba saber que le había ayudado en algo. Sus ojos habían cambiado, ahora cada vez eran más relajados, su rostro más apacible, notaba su transformación, la alquimia que estaba sucediendo en su interior. Le apenaba no poder verlo más. —¡Quédate! —pidió Jack mirándola a los ojos al verla pasar junto a él. Observó que su rostro estaba teñido de tristeza y tenía la mirada baja. Ami se detuvo a los pies de la cama. Dejó su maleta y se sentó al borde de la

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cama. —Nadie cree en mí, nadie me apoya. No tengo necesidad de que creáis en fantasmas o ángeles pero que me traten de ladrona, por ahí no paso —dijo. —Yo sí creo en ti, pero primero he tenido que creer en mí, en lo que vi, en mis sueños, en mi madre, y eso ha sido más difícil —afirmó. Ami sonrió al oír las palabras de su paciente, sentía una profunda alegría por él. Ella también sabía que lo más difícil en esta vida es creer en uno mismo. —Entonces ha merecido la pena mi despido. Ami cogió la mano de Jack y la apretó con fuerza. Los ojos se le habían humedecido y las lágrimas corrían sin freno por sus mejillas. —Eres un valiente —le dijo— corazón valiente. —No te vayas —le rogó. Ami sintió que la despedida era más difícil de lo que quería aparentar, tenía miedo de los sentimientos que Jack había despertado en ella. Se acercó a su rostro y le dio un beso en la frente. —Cuídate —le dijo con ojos vidriosos. Ami se levantó cogió de nuevo su maleta y se dispuso a salir. Jack sintió una punzada en el corazón, una sensación de miedo le inundó. —No puedo continuar si tú no me ayudas. No puedo —manifestó. Ami no pudo volver a mirarle. Aquellas palabras le habían retumbado directamente en el corazón. Salió de la habitación con el corazón agitado, con los ojos inundados de lágrimas y tirando de la maleta como si llevara toda la culpa del universo allí metida. En el pasillo se topó con Eusebi que se dirigía hacia la ellos. Ami no se paró. —¡Espere Señorita! —dijo Eusebi.

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Pero no se detuvo. Salió de la casa por la cocina, como siempre había hecho, por la puerta del servicio. Candelaria al verla llorar salió detrás de ella, hasta que la detuvo justo antes de abrir la puerta de la calle. —¿Pero qué pasó? ¿Por qué te han echado? —preguntaba Candelaria mientras la abrazaba— ¿Todo esto tiene que ver con el desorden del despacho, no? La señora Nieves ha dicho que robaste la llave para entrar por la noche. ¡No me lo creo! Tú no eres ninguna ladrona ¡esa bruja! —dijo mientras le enjugaba las lágrimas. Eusebi había entrado en el dormitorio de Jack, este se encontraba mirando la televisión a todo volumen. Estaba parado con los brazos rectos. Cuando vio entrar a su abuelo le lanzó una fría mirada. —Ya estás contento, se ha marchado de la casa —soltó Jack. —Precisamente venía a hablar con vosotros. La he intentado detener pero no me ha escuchado. Jack le miró sorprendido. —¿Te has arrepentido? —¡Parece increíble! Pero estáis en lo cierto —dijo Eusebi depositando un pequeño objeto metálico en la mano de Jack. — ¿Qué es esto? —preguntó al no poder identificar la deforme pieza de metal. —¡Es una bala! —exclamó con entusiasmo— Estaba incrustada en la pared, justo en el centro de la mancha. La habían tapado con yeso, pero no se molestaron en extraerla. Estoy muy confundido. No sé que pasó en ese despacho, nunca me habían contado nada. Jack, siento no haber creído en ti. Jack rió preso del asombro mientras tocaba la bala. Miró a su abuelo y le dijo: —La duda te hizo entrar en la habitación. Aunque solo un poco, pero creíste en mí. ¡Gracias abuelo!

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Eusebi le dio un beso en la frente a su nieto y luego lo abrazó con fuerza. Los minutos se le habían hecho eternos mientras el taxi llegaba a Bella Villeroy. Cuando Ami vio el coche detrás de la verja sintió un profundo alivio. —Lo siento me he saltado el desvío ¡Qué raro no es la primera vez que vengo! —dijo el joven taxista mientras se rascaba la coronilla. Candelaria había estado todo el tiempo a su lado. Le ayudó a cargar la maleta. Ambas amigas se abrazaron. Candelaria lloraba, aquellas escenas eran tan parecidas a las historias de los culebrones que seguía fervientemente. —¡Deténgase señorita! se lo ruego —gritaba Eusebi desde la puerta principal. Ami contempló desde el taxi como Eusebi corría agitando la mano y detrás Nieves le perseguía diciéndole que tuviera cuidado con su delicado corazón. Eusebi, casi sin aliento llegó a la verja de hierro que los separaba. —Por favor —dijo tomando aliento— Acepte mis disculpas —tomando aliento de nuevo— Quédese, se lo ruego, ha sido todo un malentendido. Candelaria al oír las palabras de Eusebi se tomó la ligereza de sacar la maleta de Ami del taxi. Nieves no decía palabra alguna, se mantenía al margen de la situación. No entendía por qué el señor Camps había decidido perdonarla. Pensó en contar allí mismo que Ami se acostaba con Jack, pero se reprimió. Se limitó a observar la escena reprimiendo los celos que estaba sintiendo al ver como Eusebi cogía suavemente del brazo a Ami y la guiaba de nuevo hacia la casa por la puerta principal como si fuera una princesa. Nadie se había tomado tantas molestias con ella, pensó con tristeza. Se quedó minutos en el portal de la casa ensimismada en sus pensamientos. Recordaba cuando cada noche, después de cenar iba a leer un rato al salón. Allí se encontraba con Eusebi. El hombre miraba la televisión mientras ella lo observaba con

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disimulo. Para ella era suficiente sentirlo cerca suyo, aunque no intercambiaran una sola palabra en toda la noche. Imaginaba cómo sería su vida si hubieran sido marido y mujer. Todavía seguía enamorada de él, había sido el amor de su vida, un amor imposible. Aun podía recordar sus besos, sus abrazos cuando se escabullía por las noches a su cuarto para hacerle el amor. Habían pasado muchos años de eso, pero seguía recordándolo como si hubiera sido ayer. Tantas atenciones con una joven extraña y a ella ni siquiera le había preguntado cómo se encontraba, qué era de su vida, después de tantos años sin verse. A ella seguía viéndola como una sirvienta de clase baja, alguien que no merecía la pena, alguien con quien no debía relacionarse. Cavilaba con tristeza.

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12 Verdad incómoda

Manel se presentó a media tarde en la mansión de su jefe. Esta vez, para su asombro, no se encontró con la negativa de la ama de llaves que directamente lo acompañó hasta la estancia de Jack. —¿Manel? —dijo desprevenido al ver a su amigo entrar con una gran sonrisa en el rostro. Su abogado vestía informal con unos tejanos y una camiseta azul que le apretaba por el vientre. Jack cesó los ejercicios con los tensores que fortalecían sus músculos e invitó a su amigo a sentarse en el sillón junto a su cama. Nieves se marchó trayendo al rato un café con pastas para Manel. Lo depositó en la mesa de cristal y se marchó. —Después de cómo te traté la última vez que nos vimos, ¿aún vienes a visitarme? —Eso suena a disculpas, pero no las necesito, no estabas en un buen momento. Manel fue poniéndole al corriente de los negocios. Sobre las importantes adquisiciones que habían tenido lugar en aquellos tres últimos meses gracias a la pericia de Antoni Jover. Jack estaba alegre de conversar con Manel, se sentía transportado de nuevo al despacho de la empresa, cuando nada había sucedido entonces, pero las cosas habían cambiado, ahora no se sentía tan entusiasmado al oír de temas empresariales. —¿Y tú que tal estás? ¿Cómo está tu mujer y tu hija? — le preguntó cortando el tema de las finanzas y la subida de la bolsa. Manel lo miró extrañado, ni siquiera hubiera imaginado que su jefe se hubiera acordado de si su retoño era niño o niña. —¡Vaya! ¿Dónde está la cámara oculta? —Bromeó Manel mirando por todas las paredes.

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Jack rió con Manel. —Desde luego no te reconozco. Pero me gustas más así. Eres un poco más humano. Ellas están bien, esta mañana hemos paseado por la playa. Mi mujer me ha animado a venir a visitarte. Jack bajó la mirada entristecido y soltó un largo suspiro. —Siento haber querido arrastrarte en mi basura, lo siento mucho, en el fondo envidiaba tu familia, tu felicidad, mi vida era patética —se sinceró. —Todo eso forma parte del pasado. Creo que ahora estoy conociendo al auténtico Jack y me gustas más. Parece que te ha hecho falta un buen golpe para salir amigo. —Eres la única persona que se ha molestado en venir a verme. Creía que tenía muchos amigos pero solo era humo, toda mi vida era de humo, un humo negro y asqueroso. —Bueno no nos pongamos en plan derrotista, también te lo has pasado genial… ¡menudas mujeres han pasado por tu vida! bueno…por tu cama —rió Manel. —Pero no sé nada de ellas, ni siquiera sabía sus gustos, ni sus comidas favoritas, ni qué religión profesaban, ni siquiera si le gustaban las rosas blancas o amarillas. Eran auténticas desconocidas. —Porque nunca te molestarías en preguntarles. —Cierto, no me importaban, ni yo les importaba a ellas. —¡Qué profundo te has vuelto! —bromeó Manel. Luego miró a Jack y le preguntó: —¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte en algo? ¿Quieres compañía femenina? — preguntó guiñándole un ojo. Jack le lanzó una fría mirada. —Lo siento, he dicho una estupidez, soy un torpe —se disculpó Manel con gesto afligido.

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Se hizo un silencio molesto entre ambos por unos segundos hasta que Ami entró en la habitación por la balconera que daba al jardín. Venía de pasear por la playa con Doris. Hacía un día especialmente soleado para ser principios de la primavera. El sol, había dado un sano color a su rostro y llevaba su largo cabello suelto. Estaba hermosa, pensó Jack. Se acercó a Manel para saludarlo con un fuerte abrazo. A Ami le inspiraba confianza desde que lo vio por primera vez. —Vengo a buscar un libro y ya os dejo solos —dijo y caminó rauda hasta su habitación. Luego salió sonriéndolos al pasar por su lado. Manel quedó embelesado de la calidez de su abrazo. — ¡Vaya! Ahora entiendo tu recuperación; tienes a Mary Poppins como asistenta, es un encanto de mujer. Si no estuviera casado iría a por ella ¡es mi tipo! —afirmó siguiéndola con la mirada por el jardín. —Ya tiene pareja. El imbécil de mi fisioterapeuta le ha echado el lazo, un guaperas sin seso. Tendrías que verlo, parece salido de un anuncio de pasta dentífrica —soltó Jack mientras cogía una pelota con gesto brusco para ejercitar los dedos. —Suele ser el tipo de hombres que tiene éxito con las chicas. Tú lo sabes mejor que nadie —Manel le guiñó un ojo— Aunque parece que te molesta que ahora delante de tus narices haya conquistado a tu enfermera —declaró. —No seas idiota ¡qué me importa! lo siento por ella porque merece algo más que ese pelele pretencioso. No la ama y cuando ella se dé cuenta sufrirá y no se lo merece —dijo apretando la pelota cada vez más fuerte. Manel intuyó que algo le estaba sucediendo a su amigo que jamás se había preocupado por nadie, menos por una mujer, pensó.

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—¿Pareces celoso? ¿No te habrás enamorado de ella? —preguntó temeroso de los arranques de ira de su Jefe. Dejó de apretar la pelota de goma y le clavó una gélida mirada, Manel tuvo que girar el rostro, los fríos ojos de Jack traspasaban el alma. Jack al percibir la reacción de su amigo recordó cuantas veces le había hecho agachar la cabeza. Ahora ya no se sentía igual de vencedor, sentía haberlo humillado en tantas ocasiones. De nuevo había vuelto a hacerlo y se sentía mal. — Perdona aún me cuesta controlar mi genio. Me ha dolido oír esas palabras. —Porque son ciertas, la verdad duele amigo. —¿Cómo sabes si estás enamorado? —preguntó y al instan te se sintió incómodo de la pregunta que había formulado. —¿Qué sientes imaginando a Ami besando, abrazando a Iván? —Asco. —Imagina que Iván se casara con ella, se la llevara lejos de aquí ¿Qué sientes si no la pudieras volver a ver? —Dolor. —Pues eso digo yo será amor. La quieres. —¿Y si es amistad? Paso muchas horas con ella, como puedo diferenciarlo. —¿Te gustaría besarla? ¿Te gustaría tenerla entre tus brazos, cuidarla, protegerla? —interrogó Manel. Jack no respondió, apartó la mirada de su amigo, imaginaba todas aquellas imágenes en su mente. Hasta ahora, solo había visto esporádicas escenas que le enviaba el subconsciente donde siempre era Iván el que amaba a Ami, nunca se le había pasado por la cabeza imaginarse que ella estaba entre sus brazos que la besaba en los labios, al visualizarse junto a ella que le sonreía y le acariciaba el rostro, sintió una burbujeante energía que subía desde su estómago y que se alojó

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en su pecho, abriéndolo. Aquel sentimiento le dio miedo.

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13 A flor de piel

Hacía dos días que los trabajadores habían terminado la piscina climatizada. Iván había aconsejado la construcción de una piscina adecuada para la rehabilitación de Jack. El arquitecto la había diseñado en el sótano de la casa donde Jack tenía el gimnasio. También habían instalado un amplio ascensor para bajar con la silla de ruedas que comunicaba con el sótano. El gimnasio contaba con espalderas de madera, colchonetas, pelotas de varios tamaños, tensores. Incluso le habían colocado dos barandillas, que se adentraban en el agua. Ami señaló entusiasmada unas barras paralelas mirando a Jack con un gesto de aprobación. Iván bajó la silla de Jack hasta que tuvo el agua hasta el cuello. Jack agradeció de nuevo el refrescante contacto con el agua. Ami se metió en la piscina con él enfundada en un bañador azul turquesa. —Empezad con movimientos suaves, ahora vengo me he dejado la tabla de ejercicios arriba —dijo Iván. Ami cogió los brazos de Jack, estaba entusiasmada de verlo en el agua progresando a pasos agigantados, lo miraba fascinada por los suaves movimientos que iba realizando con los hombros. Comenzó a salpicarle agua en la cara, haciendo reír a Jack, éste a su vez le respondió lanzándole agua con la boca. Cuando volvió Iván los encontró riendo y jugando con el agua. Una mezcla de sentimientos de tristeza le invadió. Pensó que había perdido la oportunidad de su vida, Jack se estaba recuperando física y emocionalmente, ya no le volvería a pedir la eutanasia, ahora estaba seguro viendo como reía las bromas que Ami le hacía.

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Sentía que Ami le hacía querer seguir vivo, ella era la culpable de la recuperación de Jack y eso solo podía significar una cosa: amor. Reflexionó parado en la puerta del ascensor. —Desde hoy haremos los ejercicios en este magnífico gimnasio, lo tenemos todo a mano —dijo disimulando su decepción. Se quitó la camiseta y los pantalones del chándal quedándose en bañador. Luego caminó lentamente por la rampa mientras lucía su musculosa figura. Jack lo miró con desprecio al ver que se acercaba a Ami demasiado. —Os dejo, el agua no es mi auténtica pasión —dijo Ami. La joven salió del agua, se colocó el albornoz y se sentó en una de las colchonetas que había junto a las espalderas para observarlos desde la distancia. Iván miró a Ami y le sonrió. —Gracias a este trabajo he conocido a la mujer de mi vida. Me gustaría hacerle un regalo especial ya sabes…quisiera llevarla a la suite de un hotel romántico ¿me aconsejas alguno? —dijo Iván mientras se colocaba junto a Jack. Jack le clavó la mirada y sus ojos desprendían la ira que surgía de sus entrañas. —Sí, conozco un motel de dos estrellas en la autopista que creo te podrás permitir —masculló Jack hirviendo de odio. Iván complacido obtuvo la respuesta y la reacción que buscaba. —Creo que con una cama en cualquier sitio nos bastará —respondió Iván. —Ya estoy cansado ¡sácame de aquí! —ordenó impaciente— ¡Ami quiero salir! Ami se levantó de golpe y los miró anonadada. Iván con disimulo sonrió maliciosamente. Ami acudió rápidamente para accionar la rampa que sacaría a Jack de la

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piscina en la silla. —¡Llévame a mi habitación! Iván ya se marcha —ordenó.

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14 Mirar atrás

Eusebi estaba sentado en el escritorio del antiguo despacho de su padre. Había estado preocupado dándole vueltas al asunto. Desde que desincrustó la bala de la pared no había dejado de escudriñar sus recuerdos. Cuando era pequeño aquella era una habitación prohibida para él. Recordaba la primera vez que entró cuando cumplió doce años. La mañana de su cumpleaños se despertó entusiasmado: la noche anterior su padre le había dicho que tenía un regalo especial para él. Después de la fiesta con sus amigos, su padre lo mandó llamar le dijo que le esperaba en el despacho ¡En el despacho! pensó emocionado. Allí solo se reunía con los empresarios que invitaba de vez en cuando a pasar un fin de semana con ellos. Aquella habitación albergaba para él todos los misterios de los hombres, la imaginaba llena de armas, puros habanos y documentos secretos. Llegó hasta la puerta acompañado por una sirvienta vestida con cofia. Ella misma tocó para pedir permiso. Su padre lo hizo esperar unos minutos plantado en la puerta. En aquellos momentos de espera, imaginó cómo su padre escondería su arma más preciada: un arma con empuñadura de marfil en una caja de ébano. Su padre le abrió la puerta con una cordial sonrisa. La imagen la recordaría siempre; vestido con un traje color canela, el bigote retorcido hacia arriba por los bordes y el cabello rojizo aplastado, con un puro habano entre los dedos. Cuando pasó el umbral de la puerta sintió que había sido iniciado al mágico mundo adulto. El despacho era mucho mejor de lo que había imaginado. Su padre orgulloso le enseñó las cabezas disecadas de ciervos y jabalíes, mientras él miraba boquiabierto la colección de armas de las vitrinas.

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—Ahora ya eres un hombre —le dijo. Aquellas palabras le hicieron tan feliz recordaba. Sabía que desde ese momento podría estar más tiempo con él y ser tratado con respeto. Su padre le hizo sentar en uno de los sofás orejeros y le ofreció una copa de coñac, el sabor le pareció horrible pero lo tragó, pensó que era una de las pruebas de hombría, no podía defraudarlo. Después de unos minutos de charla su padre le ordenó levantarse mientras se dirigía hasta una de las vitrinas. Sacó uno de los rifles y lo depositó con pomposo ceremonial sobre sus manos que temblaron al notar el peso del arma. Con los ojos abiertos como platos observó el rifle que ahora le había sido entregado, se sintió como un héroe pistolero. Fue uno de los días más felices de su infancia. Por primera vez notó que su padre le estimaba. El rifle lo acompañó en las múltiples cacerías que organizaron durante años juntos. Ahora sentado de nuevo en aquel sillón, sesenta años después observaba el viejo rifle tras la vitrina y las piezas de caza disecadas en la pared. Aquellas cabezas eran las únicas testigos de lo que allí había sucedido. Había estado todo el día revisando fotografías, papeles, intentando averiguar quién pudo morir en el despacho y por qué. Alguien se quitó la vida en esa habitación donde solo los hombres podían entrar, aquel lugar sagrado de masculinidad. ¡Qué mejor sitio para morir!, pensó Eusebi mientras intentaba ordenar las amarilleadas fotografías que tenía en sus manos. Había mandado estudiar la bala para identificar el año y el arma que la pudo disparar. El informe de balística decía que la bala de nueve milímetros pudo pertenecer a una pistola Astra modelo 400 que comenzó a utilizarse en los años veinte por el ejército español. Dedujo que la misteriosa presencia posiblemente había muerto antes de que él naciera.

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¿Cómo podrían deshacerse de él si no sabían quién era y lo qué quería de su nieto? Estaba anocheciendo, ya ni las lentes podían hacerle distinguir los rostros de las fotografías desparramadas sobre la mesa de caoba. Había apartado todas las fotos donde salían hombres que no conocía, quería llevárselas a Ami para que las volviera a mirar con detenimiento. Quería llevar el suceso personalmente, se sentía responsable de que el fantasma estuviera todavía en la vieja casa molestado a su nieto. Haría todo lo que estuviera en su mano para devolver la paz a su familia. Eusebi estiró su brazo para encender la vieja lámpara de Tiffanys que su madre había comprado en Nueva York, pero al tocar el interruptor sintió una leve descarga eléctrica subir por su brazo; la bombilla se había fundido. La habitación se había quedado casi en la penumbra. De pronto sintió un aire frío en la nuca. Se levantó del asiento y miró a su alrededor. Salió de detrás de la mesa y con cuidado fue palpando los muebles para guiarse hasta la lámpara más cercana de la librería. El frío se hacía cada vez más intenso, casi podía ver el vaho de su aliento. Se dijo a sí mismo que eran los nervios. Con el puñado de fotos todavía en la mano, caminó hasta la librería. Cuando la tuvo cerca sintió un golpe en la mano que le hizo soltar las fotografías, desparramándolas por el suelo. Se asustó, su débil corazón comenzó a palpitar a más velocidad. Notaba que había alguien más con él en la habitación. De pronto una oscura sombra se reflejó en la vitrina. —¡Socorro! —gritó— ¡Socorro! —chilló de nuevo. En la habitación de Jack, jugaban al ajedrez en la mesita plegable. De repente Jack detuvo el avance de su pieza de ajedrez. Ami acababa de ganarle un peón y saltaba de entusiasmo cuando Jack le tapó la boca: —¿Has oído eso? —preguntó Jack.

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De nuevo la amortiguada voz se oyó desde la habitación. Ami se asomó al pasillo, estaba a oscuras, pero la voz provenía del despacho y no salía luz alguna por la puerta. El vello del cuerpo se le erizó. Dudó unos segundos, temía volver a ver la figura fantasmal cerca del pasillo y esperó hasta que volvió de nuevo a oír la llamada de auxilio entonces corrió hacia el despacho. La habitación estaba en penumbras, pero pudo apreciar la figura de Eusebi arrinconado en una de las librerías. Ami encendió la luz y se acercó al anciano: —¿Se encuentra bien Señor Camps? —preguntó al ver la cara desencajada del anciano. —¡He visto esa cosa! Estaba ahí al lado de la vitrina de armas ¡Lo he visto! — afirmó Eusebi. Ami recogió las fotografías del suelo y acompañó al anciano que todavía caminaba como si el fantasma le pisara los talones, hasta la habitación de su nieto. Jack escuchaba asombrado como su abuelo explicaba la presencia que había visto en el despacho y cómo había sentido el manotazo que le había hecho caer las fotografías que sostenía. Ami fue repasando las fotografías sin poder identificar a ninguno de los antiguos rostros que posaban en aquellas instantáneas. El fantasma iba a seguir siendo un desconocido para ellos, por el momento. —¿Qué es lo que quiere? —preguntó Eusebi mirando a Ami con ojos de desesperación. —Es un alma que no ha hecho el tránsito, no ha querido dejar la energía de la tierra. Está atascada entre dos mundos, ni está con los vivos ni está con los ángeles. Vive de las emociones ajenas, emociones que le son muy familiares, suele recrearse e intensificar estados de rabia, odio, posiblemente los últimos momentos de su vida fueron así. Empecé a notar que cuando su nieto tenía estados de ánimo negativos ese espíritu se acercaba cada vez más y más. Daba la impresión de que

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disfrutaba con eso. Es su manera de sacar energía, de alimentarse. —¿Qué podemos hacer? —preguntó— ¡Eso es horrible! —No darle lo que busca. En verdad estamos rodeados de todo tipo de seres de más o menos consciencia, aunque no somos capaces de verlos con nuestros ojos ni ellos a nosotros. Solo los atraemos cuando nuestro estado emocional vibra a una frecuencia similar. Nosotros escogemos si queremos estar rodeados de seres de luz o de sombras. Siempre tenemos el mando, nunca perdimos el poder de manejar nuestra vida, solo que lo hemos olvidado. —¿Entonces no tenemos que llamar a una médium o algo así para deshacernos de él? —No. Perderás la lección que tiene para ti esta situación si le das la responsabilidad a otro. Encontraremos la solución entre todos ¡Ya verás! — concluyó Ami con una certeza absoluta. Eusebi se había quedado más tranquilo al sentir las palabras de Ami. La conversación le había hecho reflexionar. Jamás había visto tomar una situación de ese modo. Cuántas veces había relegado su poder, su mando a otras personas cuando se trataba de enfrentar emociones. No se acordaba pero habían sido miles de veces.

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15 Almas afines

Jack estaba más enfadado que de costumbre. Hacía los ejercicios a regañadientes en la piscina sin dirigir la palabra a nadie. Solo él en su interior, sabía realmente lo que le sucedía. La tristeza le invadía, los celos se iban haciendo cada vez más evidentes para él. Ahora estaba seguro que eran celos de Iván no porque gozara de una perfecta salud, sino por tener el corazón de Ami. Ahora estaba más seguro que nunca. Cuando Iván estaba cerca de ella observaba cómo le hacía inocentes caricias, miradas cómplices y le dolían más que cualquier cosa. Hacía semanas que salían juntos los domingos y él lo sabía. Ami había intentado animar a Jack durante la tarde ofreciéndole juegos, pero las negativas se iban sucediendo una tras otra. Jack seguía mirando la televisión.—¡Vamos sube en la silla! —le ordenó Ami mientras le acercaba la silla de ruedas a la cama. —¿Dónde vamos? —preguntó. —Ahora lo verás. Jack subió a regañadientes en la silla, todavía no tenía suficientes fuerzas en los brazos pero había mejorado mucho desde que saliera por primera vez en la silla la noche de la salida al despacho. Ami se dirigió fuera de la habitación hacia una de las puertas frontales del ancho pasillo. Cuando Ami abrió la puerta Jack sintió un delicioso olor a lavanda, miró sorprendido hacia la bañera redonda del baño principal: estaba llena de velas encendidas por las repisas y algunas por el suelo alumbraban delicadamente la estancia.

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Jack giró confundido el rostro hacia Ami esperando una explicación. —Te he visto muy triste y nervioso estos últimos días. Creo que te sentirás muy bien después de tantos meses volver a tomar un baño como Dios manda. Le he puesto esencias relajantes para que te liberen de todas las tensiones que se te han acumulado —sonrió mientras le masajeaba los hombros. —No creo que me sirva de mucho —contestó. Ami comenzó a desnudarlo, acercó la silla a la grúa eléctrica, le colocó el arnés y lo elevó, le estiró las piernas hasta depositarlo dentro de la bañera. Jack relajó la cabeza apoyándola en un cojín que Ami le había preparado. —Cuando quieras salir del agua me avisas. Ami se dirigió hacia la puerta. —No te vayas por favor —rogó mirándola con tristeza— cuéntame alguna de tus aventuras por esos países donde viajas. Ami titubeó. —¿No prefieres relajarte aquí solo? —le preguntó. —Estoy harto de la soledad. Ami se sentó en un taburete de madera, cogió una esponja de baño natural y comenzó a enjabonarle los brazos. —¿Sabes cómo me lavaba cuando estaba en la India? llenaba un barreño con agua tibia me enjabonaba todo el cuerpo y luego con un cacito de plástico me iba enjuagando, así —le mostró dejando caer agua con un tapón de champú desde dos palmos de altura. Jack sonrió, mientras observaba como jugaba con la esponja en su cuerpo. El silencio comenzaba a ser molesto entre ellos. No pudo contener el impulso de tenerla allí tan cerca entonces cogió su rostro con las manos, lo acercó hasta él y besó sus labios.

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Un torrente de sensaciones inundó todo su ser en aquel instante. Ami sintió una electrizante energía que le recorrió todo el cuerpo, el corazón le comenzó a latir velozmente, notaba como le sostenía el rostro con fuerza, sus labios se le antojaron cálidos y deliciosos. Ami apartó los labios mirándolo entre abochornada y abrumada por aquel beso robado. —¿Por qué has hecho eso? —preguntó. Jack apartó los ojos, incapaz de explicar sus sentimientos. ¿Cómo decirle que sentía algo por ella? ¿cómo decirle que estando ella a su lado había olvidado que ya no podía caminar? Y que incluso había dejado de importarle. Jack bajó el rostro. —Lo siento, me he dejado llevar por el momento, no he pensado. Ami lo miró con desconfianza, recordaba los chismes y comentarios que había oído de Candelaria sobre la larga lista de amantes y las indecorosas juergas que había tenido su jefe. —¿Qué estás pensando? No soy de esos que abusan de sus empleadas, nunca me ha hecho falta —contestó con arrogancia. Ami se levantó turbada y salió del baño: —Has quebrado la confianza que había entre nosotros —le dijo antes de dar un portazo. Jack apoyó la cabeza en el respaldo de la bañera mirando hacia el techo, estaba preocupado por lo que estaría pensando de él en esos momentos, aunque no se arrepentía de haberla besado, todavía sentía la energía de ella en su boca, aquel beso había sido lo mejor que le había sucedido en mucho tiempo. Y la sonrisa no se borraba de su rostro. Pasado un rato, Ami volvió para sacarle de la bañera. No cruzó palabra con

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él. Estaba afectada por el beso. En verdad no le tendría que haber molestado tanto. Pensaba. A veces en la residencia algunos ancianos seniles le habían dado cachetes en el trasero aunque ella siempre los ponía en su lugar y no volvía a repetirse. Pero aquel beso era diferente, no lo había sentido como algo frívolo. Aunque se negaba a reconocerlo había surgido una fuerte atracción entre ambos. Mientras arreglaba las mantas para taparlo, Jack la miraba desesperanzado. —Ya te he pedido disculpas, pero no me arrepiento de lo que he hecho. Ami se detuvo en seco mirándolo con gesto de incredulidad. —¡Claro! el señor Jack Jover i Camps-Villeroy nunca se arrepiente de nada ¡Porque no le importa nada ni nadie! Le da igual a quién hace daño. No le importa abusar de la confianza y el cariño de sus amigos. Porque ¿sabes?…yo te creía mi amigo, pero después de esto no sé qué pensar de ti —contestó con los ojos vidriosos. —Sí que me importas. Jamás te haría daño queriendo. Ami no respondió, terminó de arreglar la cama y se marchó a su dormitorio. Aunque no pudo dormir hasta bien entrada la madrugada. Visualizaba una y otra vez el beso, volvía a verlo en su mente sin parar. Aunque intentaba pensar en otra cosa, venía de nuevo irrumpiendo con fuerza. No podía negar que le había gustado. Pero trataba de protegerse, sabía que era el tipo de hombre que siempre había rechazado para ella. —Cuando Iván te besó por primera vez no te sentiste igual. Uzriel se había presentado sin avisar. —¡Oh, dios cuánto te he echado de menos! Mi querido maestro ¿Por qué has tardado tanto en volver? —Teníamos cosas que hacer, acaso crees que en nuestro mundo no trabajamos. Con el

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profundo cambio y despertar que está teniendo lugar en la tierra en estos momentos no damos abasto. Muchas almas al igual que tú están despertando su consciencia y necesitan guía y consuelo. —Eres muy gracioso ¿Sabes? Te he necesitado mucho. —Te las has arreglado muy bien sin nosotros. Estás consiguiendo ser una maestra aquí en la tierra. Estamos orgullosos de ti y por eso consideramos que ya no nos necesitas tanto. Ahora creemos que tu intuición y los dones que traes al encarnar están siendo utilizados de manera correcta. No fallarás. —Aun así hay cosas que me turban, Jack por ejemplo. —Todo es correcto, continúa confiando en ti pero no cierres tu corazón por miedo.

Barcelona capital, Inmobiliaria Jover.

La sala de juntas estaba hirviendo en movimientos. Las secretarias y secretarios de presidencia preparaban fotocopias, informes y cafés para los altos ejecutivos reunidos. La firma del contrato de la construcción del gran hotel de la cadena inglesa estaba sobre la mesa. Hombres vestidos con trajes de tres mil euros y elegantes ejecutivas de traje de chaqueta revisaban los portafolios con los documentos del presupuesto de la ejecución por parte de construcciones Jover i Camps de un hotel de cuatrocientas habitaciones en la costa de Girona. Antoni Jover había estado negociando duramente para conseguir el contrato. Ahora descansaba de lo agotador que había sido conseguir la licencia de obras. Había tenido que donar mucho dinero al ayuntamiento del pueblo para poder edificar en la zona. Sabía que no era legal del todo. Habían tenido que callar muchas bocas, pensaba con el contrato firmado en las manos. Ahora ya no había vuelta atrás, cavilaba mientras miraba la copia de la licencia de obras que había

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dentro del portafolios. Temía que el cambio de partido político del ayuntamiento del pueblo atrasara la construcción del hotel, cuando leyó y firmó la penalización por retrasos en la fecha de finalización de obras. Antoni apretó la mano de Arthur Malone, el director de la cadena hotelera NC Hotel & Resorts. —Bien ¡Ya está todo listo! las obras comenzaran este mismo mes. Ahora que ya estamos más relajados me gustaría invitarlo a cenar a mi casa —dijo Antoni en perfecto inglés. —Bien con mucho gusto, aunque me gustaría llevar a mi hija. Quiero pasar el máximo tiempo aquí con ella, después me marcharé a Tailandia a rehacer uno de los hoteles que tenía en Puket. Después del tsunami he dudado bastante en volver a montarlo, pero el turista sigue yendo, por lo tanto Arthur Malone ha de estar ahí con uno de sus hoteles. Siempre es el cliente el que decide dónde tengo que hacer mis negocios. ¡Así funciona! —explicó. Arthur conservaba la educación y la formalidad de un caballero inglés. Tenía sesenta años, aunque aparentaba unos pocos más, debido al gesto serio de su rostro y a una espesa cabellera blanca. Parecía que los viajes que había realizado a lo largo de toda su vida pesaban sobre su salud, en una especie de contador de kilometraje invisible. —Encantado de que traigas a Virginia, así conocerás también a mi hijo — afirmó Antoni—. Pasaré a recogerlos al hotel sobre las ocho, si les parece bien. Antoni sabía que Jack no deseaba ver a nadie, pero quería convencerlo para entrar de nuevo en el negocio, ahora que podía sentarse en una silla de ruedas volvía a ser útil. Nieves comenzó a ponerse nerviosa después de la llamada recibida: Antoni Jover le había ordenado preparar una cena formal para cinco comensales, le había

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dicho que Jack debía de estar presente pero no tenía que decirle que venían invitados. Y ella iba a obedecer sin rechistar. Después de tanto tiempo sin actividades sociales la noticia la tomaba fuera de lugar. A las ocho y media Antoni llegó a Bella Villeroy con sus invitados. Candelaria abrió la reja desde el interfono con cámara. Nieves le había pedido que se vistiera con el uniforme de gala, le había ordenado que se recogiera el cabello meticulosamente en un moño bajo. —¡Lo que nos faltaba sería que encontraran un asqueroso

pelo

en

la

comida!

—murmuró

Nieves

mientras

revisaba

minuciosamente la colocación de los cubiertos sobre la mesa. Toda la tarde había estado dándole instrucciones de cómo servir la mesa, de cómo tenía que hablar, qué postura debía de tomar. Candelaria estaba hecha un manojo de nervios por culpa de la intransigencia de la ama de llaves, temía equivocarse, sabía que tendría la mirada escudriñadora de Nieves durante toda la cena, observando cada uno de sus gestos. —Ya puedes ir a buscar al señor —le ordenó mientras Nieves se dirigía a recibir a los invitados. Jack estaba escamado por la imprevista visita de su padre. A penas venía a visitarlo desde el accidente, siempre alegando viajes y reuniones, que se quedara a cenar se le antojó extraño. Cuando venía se sentaba unos diez minutos junto a su cama aunque su teléfono móvil no paraba de sonar y apenas intercambiaban unas cuantas palabras. A pesar de la repentina visita se sentía motivado por la idea de poder sentarse junto él de nuevo en una mesa. Le apetecía enormemente distraer la mente aunque fuera para discutirse con él. Incluso llegó a pensar que sacaría el tema del despacho. Ami le había bajado del vestidor un traje y camisa de color oscuro. Aunque cada vez era más autónomo, le ayudó a vestirse, todavía había gestos que le costaban enormemente hacer. Luego lo observó a unos pasos de distancia.

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—Te queda muy bien la camisa —afirmó tímidamente. El color violeta oscuro de la camisa realzaba su tez y cabello claro. —Lo sé. Sé lo mucho que gustaba a las mujeres pero ahora todo es distinto, ahora me rehúyen. Es mi castigo por haber sido un maldito cabrón —soltó en un tono sarcástico mientras terminaba de abrocharse los botones. Ami sintió una punzada en el corazón tras el comentario. Las palabras tenían un sabor amargo, envenenado. Cogió una chaqueta de lana naranja, se la puso y se dirigió hacia la balconera del jardín. Antes de salir le dijo: —Quizás esas mujeres piensen que te interesas por ellas porque ahora te sientes inferior —dijo cerrando la balconera tras de sí. Candelaria entró rápidamente. —Su padre ya está aquí, vengo a llevarlo para el salón. Las palabras de Ami fueron resonando en su cabeza mientras Candelaria empujaba la silla de ruedas. Su padre lo recibió con una amplia sonrisa, extrañamente afectuosa, pensó fugazmente hasta que vio a un hombre de mediana edad junto a una mujer de cabello rubio oscuro con unas exageradas mechas color rubio platino sentados en el sofá con una copa de vino en la mano. Pronosticó que eran extranjeros al observar sus tonos de piel extremadamente blanca y el atuendo demasiado formal de la mujer que la hacía aparentar más edad de la que marcaba su rostro. La cara de Jack se transformó de inmediato. Toda la ilusión de pasar una velada junto a su padre se desvaneció en segundos. Antoni arrebató a Candelaria la dirección de la silla de ruedas y acercó a su hijo hasta el sofá de los invitados. Antoni presentó en primer lugar a Arthur como el director de la cadena hotelera más importante del Reino Unido, luego la mujer se presentó a sí misma:

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—Soy Virginia, la constante sombra de este adorable gruñón —dijo con fuerte acento británico mientras pellizcaba la mejilla de su padre. El fastidio y la decepción se habían plasmado como por arte de magia en su rostro. Sentía que su padre le había hecho una encerrona. Al cabo de unos minutos, Nieves entró en el salón para hacerlos pasar al comedor. —La cena está lista —les anunció. El comedor era una estancia más pequeña que el salón, aunque muy luminoso gracias a las grandes cristaleras. La sala estaba empapelada de un papel pintado de finísimas rayas de color verde. Decorada principalmente con cuadros con motivos florales y campestres. Al lado de una de las balconeras que daban hacia el jardín había un piano blanco y sobre él un jarrón de lirios color crema. La mesa no era excesivamente grande y estaba centrada en la parte contraria al piano. Giselle Camps Villeroy la había mandado traer desde Sevilla en uno de sus viajes en busca de antigüedades. Dos candelabros de cristal con velas blancas adornaban el centro de la mesa, junto al perfumado arreglo floral de jazmines y madreselva. —¡Me encanta esta casa! —comentó Virginia que se había sentado junto a Jack delante de la mesa. Desde el primer momento que lo había visto sintió una fuerte atracción por él. —Señores de ahora en adelante tendrán que entendérselas con ella. Yo vuelvo a mi labor. Virgy se encargará de dirigir los hoteles en España. La tendrá pegada todo el día. Le aseguró que es muy eficaz en su labor —bromeó Arthur cogiendo la mano de su hija. Virginia miró discretamente a Jack esperando algún tipo de reacción a la

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noticia. Jack había intentado mantenerse interesado durante la agitada conversación sobre la especulación inmobiliaria en la costa española en la cena pero fue en balde. Se sentía ajeno y vacío en toda la conversación, observaba a sus invitados afanados en demostrar que eran personas importantes. Sentía que no eran reales, que en el fondo eran tan pobres como él. Unos pobres humanos intentando conservar, acumular e incrementar poder y dinero para así poder tapar ese enorme agujero negro que te persigue hagas lo que hagas, vayas donde vayas, y que te dice que no eres nadie y estás solo, dolorosamente solo Meditaba Jack. —¿Te apetece tomar un poco el aire? —le preguntó Virginia después de terminar los postres. Asintió sin mucho entusiasmo mientras Virginia se disculpaba ante su padre y su anfitrión. Candelaria abrió la puerta que los condujo hasta el porche. —Ya puedo yo gracias —dijo Virginia a Candelaria arrebatándole el control de la silla. Virginia dirigió la silla por el sendero embaldosado hasta una zona más oscura del jardín. La noche era húmeda pero no excesivamente fría para la época. La luna estaba gibosa creciente. El cielo estaba despejado aunque no podían verse las estrellas gracias al intenso resplandor de la diosa nocturna que coquetamente se miraba en el mar. A tan solo unos metros Ami se encontraba sentada sobre la balaustrada de mármol que delimitaba el precipicio. La vieja perra aguardaba cerca mientras ella reflexionaba con Uzriel, que había vuelto a hablar de nuevo con ella: —¿Por qué me dices que tengo miedo? No sé qué se le ha pasado a Jack por la cabeza para besarme ¿Por qué lo ha hecho?

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—Puede que sienta algo por ti. —Él no siente nada por mí, solo soy un último recurso para su soledad. Toda la gente que él quería le ha abandonado. —No le temas al amor. No temas abrir tu corazón, hay amor de sobra. Ya has estado dándole tu amor sin querer. Él lo ha recibido, y ahora quiere compartir su amor contigo ¿No te parece el acto más hermoso del universo? Un leve gimoteo de Doris la trae de vuelta del estado meditativo. Al girar su rostro ve una silueta esbelta de mujer que empuja la silla de Jack. Observa cómo se detienen en un banco de madera cercano sin percatarse de su presencia. —¿Te importaría que te visitara de vez en cuando? Ahora mismo no conozco a nadie en la ciudad. No es que vaya a tener mucho tiempo libre con todo lo que se me viene encima, pero este sitio es muy tranquilo y relajante —dijo Virginia mirándolo de reojo. Jack se había percatado de la figura de Ami sentada sobre la balaustrada, mirando hacia el mar. —No soy la mejor compañía en estos momentos —soltó mirando hacia el lugar donde todavía permanecía Ami. Virginia no se afligió a la primera negativa. Era un mujer de negocios, no aceptaba nunca un no como respuesta. Insistiría hasta conseguir lo que se había propuesto desde que puso sus ojos gris claro sobre Jack: conocerlo más a fondo. —Solo quiero venir a tomar un café contigo, sin charlas, sin agobios. Tampoco me apetecería. Solo quiero unos momentos de paz —afirmó. Ami impulsada por la curiosidad decidió volver a su habitación, aunque podría pasar por otro camino sin cruzarse con ellos no lo escogió. Cogió la manta nepalí que solía utilizar para las noches, se la puso sobre los

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hombros y se encaminó en el sendero seguida por la fiel mastín. —Buenas noches —saludó al pasar frente a Jack y Virginia. Jack respondió sin mirarla a los ojos. —Doris, ven a conocer a Virginia —dijo Jack al ver a la mastín persiguiendo a Ami. Doris siguió caminando sin detenerse. Mientras se alejaban observó como Ami giró la cabeza para mirarlos a ambos. Jack sonrió. —Ven cuando quieras, estás en tu casa —le dijo Jack a la joven sin tan siquiera mirarle a los ojos, porque todavía los tenía clavados en Ami. Una hora más tarde los invitados abandonaron Bella Villeroy. Antoni miró complacido a su hijo cuando Virginia comunicó que vendría a visitarlo de nuevo. —Ahora os toca a vosotros cuidar de ella —bromeó Arthur Malone al despedirse de sus anfitriones, abrazando a su hija. Antoni acompañó a su hijo empujando la silla de ruedas hasta la habitación. Jack se alegró al saber que su padre dormiría en la casa aquella noche y que a la mañana siguiente desayunarían juntos. Ami salió de su dormitorio al oír las voces de los hombres. —Buenas noches —saludó dirigiéndose a Antoni. —¿Y usted es…? —dijo Antoni mirando a Ami que vestía un kurta indio color verde claro. —Es Ami, mi enfermera —contestó Jack. —¿Por qué no lleva uniforme señorita? —dirigiéndose hacia ella— En esta casa todos los empleados han de ir uniformados ¿Quién le ha dado esas confianzas? —interrogó Antoni con cara de desprecio. —Yo se las he dado, papá —interrumpió Jaco me gustan las batas blancas.

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—Hay muchos colores, escoge. Pero la próxima vez que nos veamos lo tiene que llevar —ordenó al salir de la habitación. —¡Claro! no vaya a ser que me confunda con una persona y me trate con respeto —murmuró Ami en tanto ayudaba a desvestir a Jack. —¡Es un imbécil! No le hagas caso —aseguró Jack. Ami le ayudó a colocarse en la cama, sin cruzar palabra. Ahora desvestirlo se había convertido en una prueba de fuego para ella. Ver su torso desnudo, rozar su piel, ahora todo era distinto, ahora había una energía que fluía de ella que le hacía sentirse abrumada a su lado. Las miradas volvieron a encontrarse por unos instantes. En aquel momento hubiera deseado más que nada en el mundo que volviera a besarla. Se sintió confusa al tener aquel deseo. —Es guapa —dijo Ami. —¿Virgy? —Preguntó— Sí. Es la hija del presidente de una cadena hotelera inglesa. Vamos a construirle varios hoteles aquí en España. Ella se encargará de dirigirlos. Es muy agradable. Quiere venir a visitarme a menudo porque no tiene amigos en Barcelona, al igual que yo. Hemos conectado enseguida. —Me alegro por ti —dijo Ami finalizando la conversación. Luego se dirigió hacia su dormitorio. Sentía que se estaba comportando como una colegiala celosa. Tardó en conciliar el sueño, no cesaba de pensar en él y en lo que aquella mujer le habría despertado. Imaginaba que lo hacía reír, que era feliz a su lado y eso le molestaba. Se sentía mal por ello. Cuatro horas después Ami había entrado en un sueño; estaba en un campo, la hierba todavía no había crecido suficiente, estaba de rodillas haciendo un hoyo con sus propias manos, rascaba la tierra con sus uñas para adentrarse más y más en la tierra.

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Oyó una dulce voz de mujer que le dijo: —Sigue hasta el fondo, hallarás la respuesta dentro, en lo profundo. Continuó rascando hasta que una bandada de palomas la interrumpió. Aquellas aves comenzaron a revolotearle por encima de la cabeza, alguna de ellas le tiraban del pelo en tanto otras le picoteaban los brazos con insistencia. Se despertó sobresaltada, se frotó los brazos en un acto reflejo. Todavía conservaba la sensación de dolor de los picotazos. Miró su radio despertador en la mesita de noche, eran las tres y treinta y tres minutos. Había sido un sueño muy real, pensó mientras intentaba volver a dormirse, Aunque con dificultad porque todavía sentía las palpitaciones de su corazón agitado y la voz seguía susurrándole el mensaje con insistencia.

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16 El olor de la ira

La mañana había amanecido cálida, la primavera comenzaba a nacer. Soplaba una leve brisa marina, que portaba un fresco olor a algas. Ami había decidido hacer los ejercicios de rehabilitación en el jardín que Iván le había dejado apuntados para los fines de semana, cuando él no venía a trabajar. Había colocado una manta y varias colchonetas sobre la hierba. Desde aquella zona del jardín podía apreciarse el palacete modernista en su total amplitud. Mientras Jack estiraba unas largas correas de goma para ejercitar los bíceps, Ami iba haciendo rotaciones con el tobillo derecho. De pronto se percató de algo que hizo que detuviera su trabajo por unos minutos. —¿Cómo se llega hasta ese minarete? —le preguntó señalando la torre derecha de la casa. —Por una habitación, en el ático —contestó— Me encantaba ir allí de pequeño, hasta que un día me tropecé con unos muebles y rompí unos cuadros. Me hice mucho daño en el brazo y mi madre cerró a cal y canto el ático. ¿Por qué lo preguntas? —Anoche soñé que me atacaban un montón de palomas. En el minarete descansaban un grupo de palomas grises y algunas blancas. —¡¿Crees que es una señal?! —exclamó con asombro al ver las palomas reposando sobre el balcón del minarete. —Me parece muy raro que todas las palomas estén en ese minarete y el otro esté completamente vacío. Tenemos que subir, quizá encontremos algo que nos ayude a resolver el misterio del suicidio en el despacho. —¿Y eso que tiene que ver? —preguntó. Todavía le costaba acostumbrarse a

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las asociaciones que hacía su enfermera con hechos que él veía absurdos, cotidianos y comunes. La voz de una mujer llamando a Jack interrumpió la conversación. Virginia se acercaba a ellos acompañada de Candelaria. Caminaba de extraña manera al hundirse los finos tacones de sus botas de piel en el césped. Jack la miró divertido. —¡Hello Darling! —saludó sin mirar a Ami— Perdona ¿Ya has terminado con la rehabilitación? No quiero molestar —se disculpó. —En unos minutos estoy contigo, espérame en el porche —contestó Jack. Mientras Virginia se alejaba guiada por Candelaria, Ami comentó: —No es bueno que te saltes los ejercicios. Cada día cuenta en tu recuperación. —Luego seguimos —soltó tajante. Después de dejar a Jack en el porche ante la mirada eufórica de Virginia, decidió hablar con Eusebi. El abuelo de Jack se encontraba en el salón sentado en uno de los sofás individuales, Caballería Rusticana de Mascagni sonaba de fondo en el aparato de música. El saludo de Ami hizo que rápidamente guardara el libro que tenía entre las manos: Casas Encantadas, tenía por título. Complacido por la visita la invitó a sentarse. Ami le explicó el extraño sueño de las palomas y la coincidencia de ver luego un grupo de palomas en el minarete de la casa. —Si subo allí quizá encuentre algo que nos ayude a desvelar este misterio. Todavía sigue aquí, noto su presencia. —Está bien, si lo crees necesario —contestó. Pensar que disponía de la intuición de Ami le tranquilizó un poco aunque reconocía que el hecho de que todavía siguiera el espíritu paseándose por la casa no le hacía nada de gracia. —

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Buscaré las llaves. Gracias por ayudar a esta familia. Sé que te tomas muchas molestias. Por eso, yo mismo iré al desván, tengo tiempo de sobras para revisar palmo a palmo el lugar. Ami le sonrió complacida, había notado un gran cambio en su actitud después de encontrar la bala en la pared. —Por favor, avísenos cuando vaya a subir, podría tropezar con algo. Si necesita ayuda cuente conmigo —le dijo mirándolo con un gesto de intranquilidad. —No te preocupes, noieta. Y ya es hora de que me tutees —contestó cogiéndola de la mano con afecto. Ami le plantó un beso en la frente. —Gracias.

En Barcelona ciudad

Iván se vestía rápidamente en su pequeño dormitorio. Hacía quince minutos había recibido una llamada de su madre que le comunicaba a modo de chisme sin importancia que su vecina le había contado que su hija le había dicho que Lisa, que vivía en el mismo barrio que ella, se había lanzado por el balcón. Le explicaba que todos salieron al oír el golpe y los gritos de la gente por la calle, su madre terminó el relato con uno de sus habituales juicios sobre la inmoralidad de la vida en aquellos tiempos. Sabía que su madre le guardaba rencor, no había perdonado a Lisa por haberle dejado y mal pensó que se alegraba de lo ocurrido. Salió por el pasillo topando con su compañero de piso que acababa de llegar de su turno nocturno en el hospital. —Es para ti, sobresalía del buzón —dijo el hombre con visibles ojeras de cansancio depositándole un sobre marrón de tamaño grande en las manos. El

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hombre se dirigió hacia su habitación lanzando un largo suspiro y cerró la puerta. Iván iba a soltarlo de nuevo sobre la repisa del recibidor cuando se percató del remitente, entonces lo abrió con impaciencia. En el interior había un puñado de fotos y un CD junto a una carta de letra temblorosa apretada y curvada hacia abajo. Iván la leyó con avidez:

Ya sabes quién soy, conoces mi letra, siempre decías que era la letra de una niña porque adornaba las íes con una bolita, y tenías razón, me comporté como tal, dejé al hombre que más me ha querido por bastardos sin corazón que me humillaron y me hicieron sentir sucia. Sé que no tengo derecho a molestarte pero yo ya no tengo fuerzas para seguir en esta mierda de vida, solo veo un túnel oscuro sin salida, ya no soporto más esta situación, dependo de una jeringuilla y me da asco pensar lo que tengo que hacer para conseguirla cada día. Quise vengarme por el daño que me hizo ese mundo de lujo y glamur, pero ahora ya nada me importa, sé que no lograré salir nunca de las drogas. He tirado la toalla. Siempre me he acordado de ti y por eso te entrego todo este material que fui recopilando para que lo explotes a tu gusto, te darán mucho dinero por él, a mí el dinero ya no puede ayudarme. Confío que lo harás público y toda esa basura de personas sufra lo mismo que yo. Por favor, ¿podrás vengarte por mí? Espero que algún día me perdones por lo estúpida que fui. LISA LORENZO

Dejó de leer, tenía la boca seca y un doloroso nudo en la garganta. La rabia se había apoderado de todo su ser, enrojeciendo su rostro, encartonando su cuello. No podía llorar, tampoco gritar. Con impaciencia fue mirando las fotografías pero

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se detuvo en una de ellas, los ojos se le abrieron y una mueca de satisfacción se formó en sus labios. Iván llegó a urgencias veinte minutos después, la estaban operando de gravedad, le contó el padre de Lisa a la vez que consolaba en vano a su mujer apretándola fuertemente a su pecho. El tiempo de espera se alargaba junto a los vasitos de plástico de café de máquina en la sala de urgencias cuando un cirujano en bata verde irrumpió con visible rostro de cansancio: —Hemos conseguido estabilizarla, pero no tenemos mucha esperanza de que resista. Los órganos están muy dañados. Lo siento —dijo dirigiéndose a los padres de ella. La madre de Lisa se desmayó del agotamiento al oír la noticia, rápidamente la atendió una enfermera que la llevó en camilla a una habitación. Iván observó el rostro del padre de Lisa, severamente marcado por los años de constante sufrimiento, donde no cabía una arruga más de preocupación. Aquel gastado hombre pasó titubeante a la habitación donde habían llevado a su hija. Iván esperó horas hasta que le dejaron pasar a la habitación. Hacía unos minutos que Lisa estaba consciente. Al ver a Iván, hizo una mueca con los labios que pareció ser una sonrisa. Iván se sobrecogió al ver el frágil aspecto de su ex novia, no quiso aparentarlo así que cogió su huesuda mano y la besó. —Lisa, lucha por favor. Sigue con nosotros, yo aún… te quiero —balbuceó con lágrimas en los ojos. En aquel momento odiaba haber sido tan orgulloso, sentía que habría podido estar a su lado, quizá hubiera conseguido con su amor haberle dado fuerzas para seguir viviendo, pero no fue así.

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La joven ex modelo cerró los ojos, los focos de la pasarela de su vida se apagaron finalmente. Al cabo de tres horas de lenta agonía murió. Iván dejaba el hospital con un amargo sentimiento de impotencia. De camino al parking la ira fue acrecentándose poco a poco mientras recordaba lo hermosa y vital que había sido Lisa. Un fuego en su interior clamaba venganza. —¡Pagaréis por esto! —Gritó golpeando el volante en el interior del coche.

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17 Inseguridades

Jack le había pedido a Ami que lo llevara de nuevo al jardín. Quería pasar el máximo tiempo al aire libre, ahora que tenía la movilidad de la silla. Habían sido meses encerrado tras cuatro paredes. La noche era fresca y la gélida brisa nocturna seguía resistiéndose a marcharse. Ambos se cubrían con una gruesa manta de lana. Jack disfrutaba del agradable helor de la noche en su rostro. —¿Qué tal tu relación con Iván? ¿Cuándo es la boda? —preguntó con sonrisa pícara. Ami devolvió la sonrisa burlona. —No somos novios formales, le dije que iríamos saliendo de vez en cuando, nada más. —¿Te gustó el hotel donde te llevó? Ami lo miró extrañada. —No hemos ido a ningún hotel ¿Eso te ha dicho? Ami no entendió por qué le había mentido Iván . —¿Y tú cuando te casas con Virgy? Jack rió. Un tiempo de silencio se hizo entre ambos. —¿Sabes? Creo que te molesta que vea a Virgy. —No seas absurdo, me alegra que tengas compañía. Es bueno para ti. —No eres sincera. Creo que tú también sientes algo por mí. He aprendido muchas cosas en este tiempo y una de ellas es mirar a los ojos, tus palabras no concuerdan con tu mirada. Unos segundos de silencio templaron el momento. —Sé que has oído qué clase de persona era antes del accidente, pero creí que podías ir más allá de todo eso, ahora me decepcionas…pero entiendo que mereces

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algo mejor que un inválido cabrón y ex drogadicto. Jack la miró fijamente. Al sentir como le clavaba los ojos Ami agachó la mirada abrumada. —¿Piensas que no te correspondo porque puedes quedarte en una silla de ruedas para toda la vida? No es por eso. Ahora estoy con Iván, ya lo sabes. —Sigues mintiendo, estás muerta de miedo —afirmó. Ella alzó el rostro. —Tú y yo somos amigos, te quiero como amigo —contestó intentando reflejar seguridad en sus palabras mientras Jack seguía con sus ojos azul oscuro clavados en ella. Haciendo caso omiso de las palabras pronunciadas por Ami acercó el rostro al de ella hasta unos pocos centímetros y dijo: —¿Y por qué tiemblas cuando me acerco a ti? Ami sintió como iba acercándose lentamente a sus labios hasta que se fundió con los suyos. No pudo resistir la vibrante energía que nacía desde el fondo de su corazón y se dejó llevar correspondiendo al beso. Tras unos segundos el ruido de la puerta de la balconera del porche separó sus labios. —¿Qué hacen aquí a oscuras y con este frío? —preguntó Nieves con el entrecejo fruncido. La mujer presintió algo extraño en el ambiente tras observar los rostros de sorpresa. —Si el señor se resfría, será culpa suya —dijo acusándola directamente con el dedo. —Ha sido idea mía —soltó Jack con cara de fastidio tras la abrupta interrupción.

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Volvieron al dormitorio escoltados por Nieves que sermoneaba: —¿Ha sido suya la idea de ir a rebuscar en el ático de la casa? —interrogó Nieves mirando a Ami— El señor puede lastimarse ahí arriba. Me ha prohibido subir con él ¡Estarás contenta! —¡Nieves! Ami no quiere perjudicar al abuelo. Yo le dije que fuera acompañado pero no quiere, es un cabezota. Es decisión suya —contestó Jack. Nieves se marchó con el rostro indignado. Empezaba a odiar a aquella joven entrometida. Pensaba que había manipulado a los señores de la casa con su sonrisa y juventud. Aunque no sabía que intenciones tenía, ella acabaría descubriéndolo. Su deber era proteger a la familia, cavilaba en tanto se colocaba el camisón de algodón. Luego abrió la cómoda, cogió una píldora de un frasco y la tomó con un sorbo de agua. Comenzó a rebuscar entre su ropa interior hasta sacar una pequeña caja de madera de puros, la abrió y depositó dos llaves. Si de mí depende no subirán allí arriba, pensó al ver las llaves que habrían el desván. Se sentó en el borde de la cama y sacó una marchita fotografía del interior de la caja, en ella posaba un joven sonriente vestido de sport apoyado en un barco velero. La besó con dulzura y leyó las letras del reverso: T´estimo petit floquet de neu. (Te quiero pequeño copo de nieve) Todavía conservaba la fotografía de su primer novio. Lo conoció allí mismo en Sitges en uno de los veranos que pasaron en Bella Villeroy. Trabajaba de pescador. Su noviazgo duró dos años, una trágica madrugada una tempestad volcó la barca donde pescaban él y su padre, ambos murieron ahogados. Nieves vivía llena de recuerdos que negaba soltar, aquella caja era un cúmulo de objetos que alimentaba con cariño. Cuando se sentía sola y despreciada por su entorno cogía los recuerdos y se decía a sí misma que alguien algún día también la amó.

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18 El desván liberado

Eusebi en su tozudez, acompañado por el jardinero, subió con una cizalla y una caja de herramientas, dispuesto a derrumbar la puerta si hiciera falta. Tras las evasivas respuestas de Nieves sobre el paradero de las llaves, Eusebi las había estado buscando por toda la casa sin éxito, desconociendo que Nieves las había escondido desconfiada de las intenciones de Ami. La puerta para subir al desván se encontraba en la segunda planta, al final del amplio corredor en el ala derecha de la casa tras un frondoso ficus benjamina que ocultaba la visión de la inhabilitada entrada. El jardinero cortó el candado ayudado de la eficaz herramienta como si se tratara de un trozo de longaniza y desmontó con infinita paciencia la cerradura con un taladro. Pero la puerta no se abrió, se había ensanchado con los años y no cedió hasta el tercer empujón del enclenque jardinero. Eusebi prendió la luz. Le ordenó al jardinero que esperara abajo por si le necesitaba mientras este miraba embobado hacia las escaleras que seguían una sutil forma caracolada, torciendo la cabeza hasta donde le alcanzaba el cuerpo sin traspasar el umbral. Mientras el abuelo de Jack subía los peldaños iba notando el ambiente cada vez más sofocado. El aire era rancio, la luz escasa, solo dos de las diversas bombillas que prendían del techo funcionaban, otra de ellas parpadeaba incesante sin llegar a fijar la electricidad. El desván medía unos trescientos metros cuadrados. Sería el sueño de cualquier anticuario revolver las cajas que se apilaban ordenadas en la pared del fondo, destapar las sábanas que cubrían los muebles como figuras fantasmales cubiertas de polvo y telarañas. Pero Eusebi las miró con

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desdén. Respiraba con dificultad, se puso la mano en el pecho y se detuvo a tomar aliento abrumado al ver el montón de objetos que aguardaban ser examinados. Tendría que haber aceptado ayuda reflexionó en aquel instante. Necesitaba aire puro. Se dirigió hacia una de las ventanas pero al girar la maneta ésta no cedió, las bisagras estaban oxidadas del salitre y la madera ensanchada por la humedad. Desalentado probó abrir la ventana continua pero el resultado fue igual que la anterior. Parecía que parte de su ser continuaba queriendo permanecer en la oscuridad. Abatido por el intento de forzar las bisagras, se conformó con la pobre luz de las dos bombillas y el centelleo indeciso de la tercera. Podría haber llamado al jardinero, pero Eusebi era un hombre orgulloso, todavía se sentía joven y con fuerzas para valerse por sí mismo. Aunque respiraba con dificultad se armó de valor y comenzó a examinar los bultos intentando recordar las formas de los muebles. Se acercó a una antigua cómoda que recordó pertenecer a su madre. La destapó levantando una nube gris de polvo. Eusebi comenzó a toser, aquel mueble era del apartamento del paseo de Gracia, una antigüedad heredada de la familia francesa de su esposa. Comprobó minutos más tarde que todos los cajones estaban vacíos. Sólo había destapado un mueble y Eusebi se encontraba desalentado con la búsqueda. —¡Viejo cabezota! —dijo mientras se acercaba a una de las pilas de cajas. La primera caja que abrió estaba llena de libros, pero esta vez eran de Giselle. Se sentó en una de ellas y comenzó a revisar otra de las cajas. Aunque olía a humedad y los libros estaban amarilleados, todo estaba bien conservado. La caja que había abierto eran viejos juguetes de su hija, sacó un conejito de peluche. De repente se vio

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transportado a un recuerdo: Giselle tenía seis años, acababa de entrar al salón saltando y riendo con el peluche en las manos, daba vueltas sobre sí misma. Recordaba como la regañó después por haber irrumpido en el almuerzo con unos clientes. Recordó con dolor los dulces ojos de Giselle como iban entristeciéndose al abandonar el salón junto a Nieves. Con pesar dejó de nuevo el muñeco en la caja. Un agudo escozor en la garganta le provocó una fuerte tos, esta vez más insistentemente dejándolo por segundos sin respiración. Por un instante creyó que se ahogaría en aquel desván. Volvió a recuperar el aliento hasta que de nuevo abrió otra caja, que por el color del cartón creyó ser más antigua. La abrió y volvió a encontrar objetos de su hija, libretas del instituto, carpetas decoradas con corazones y una foto de los Beatles. Sacó los objetos lanzándolos con fuerza por el suelo, abrió con impaciencia la siguiente caja; más cosas de Giselle. Eusebi lanzó la caja esparciendo todos los objetos por el suelo. Comenzó a toser de nuevo, los libros habían levantado más polvo del que sus pulmones podían soportar, esta vez la tos no cesó. Eusebi no lograba reponerse a la falta de aire y cayó exhausto sobre los libros esparcidos. Aturdido, con la vista nublada por la falta de oxígeno, tumbado en el suelo pareció vislumbrar una luminosa silueta de mujer. Sus ojos intentaban enfocar el rostro de la figura angelical que se le iba acercando poco a poco. Aunque no podía verla bien sintió que era Giselle. Aquel ser se acercó y lo besó en los labios, acto seguido una envolvente energía lo inundó de paz y amor regenerando sus pulmones de fresco aire puro. —Giselle —llamó. —Soy Nieves, señor, por favor resista, traigo el inhalador —decía la mujer con pulso acelerado. Con la mano temblorosa le colocó el aparato en la boca y accionó una

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descarga. De nuevo sintió el oxígeno entrar en sus pulmones. — Por favor no se muera, no se muera ahora, no me deje —suplicó Nieves inconsciente de sus propias palabras mientras acariciaba el amoratado rostro de Eusebi. Nieves había estado limpiando los armarios del piso superior para no alejarse de la zona, al saber que aquella mañana Eusebi iba a revisar el desván. Al oír los golpes en el techo, salió despavorida hacia el desván regañando de camino al jardinero, que subió tras ella. —¡Qué hace ahí parado Juan! —chilló— ¡Abra esas ventanas! —ordenó. El jardinero dio un respingo y se apresuró hacia las ventanas. El aire fresco del mar inundó de pronto todo el desván. Eusebi más relajado empezó a reponerse. —Le dije que no era buena idea —afirmó Nieves— Esto es demasiado doloroso para usted —comentó al mirar los objetos desparramados— ¡Bajemos! yo recogeré luego todo esto. Escudriñó el rostro del anciano. No podía comprender que después de todo lo que había sucedido sus ojos tuvieran un brillo especial. Mientras, en el sótano Jack y Ami permanecían a la espera de la llegada de Iván. En cuanto lo vio salir del ascensor Ami salió a su encuentro. Sabía que llegaba de un entierro, una vieja amiga había muerto, le había contado por teléfono la noche anterior. Lo abrazó. Él se aferró con fuerza a ella mientras por el hombro miraba con odio a Jack que lo esperaba en la silla listo para introducirse en la piscina. Después del abrazo la besó larga y apasionadamente, hasta que ella se desquitó con un empujón.

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Ami estaba avergonzada y sorprendida de la extraña reacción de Iván. Abrumada se excusó que tenía que ir al baño. Iván se acercó a Jack sosteniéndole firmemente la mirada mientras sacaba de su mochila una pequeña caja cuadrada forrada de terciopelo rojo. La abrió frente a sus ojos. —¿Qué te parece? —preguntó— ¿Le gustará? La caja contenía un anillo con una pequeña piedra brillante en el centro. Jack apartó la mirada del objeto con desidia sin responder. —Quiero casarme con ella. Bueno no me mires con esa cara, ya hemos pensado en todo. Hay un excelente enfermero en la clínica que busca un trabajo como el que hace Ami, estará encantado de sustituirla. —¿Cuándo? Ami no me ha dicho nada —preguntó extrañado. —En cuanto nos casemos ¿No esperarás que vivamos los dos en la habitación al lado de la tuya? No sería cómodo. Tú ya me entiendes —contestó socarronamente. —Lárgate de aquí ¡Estás despedido! —gritó Jack— No vuelvas nunca más a esta casa, no te soporto. Y si no te he echado antes ha sido por ella porque por mí estarías en el puto paro desde hace tiempo. —¿Por qué me despides? —le preguntó con una burlona sonrisa en sus labios— ¿Estás celoso? Estás enamorado de Ami, lo sabía —afirmó. — Si me despides Ami sabrá unas cosillas tuyas que no creo que le gusten —amenazó mientras sacaba un sobre blanco de la mochila— ¿Ves esto? —dijo agitando el sobre. Iván sacó varias fotos y fue pasándoselas por la cara de una en una. El rostro de Jack se tornó blanquecino. —Y tengo hasta un vídeo de la última fiesta ¿no sabía que también te

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gustaran los hombres? Ahora entiendo por qué te suicidaste —rió— Todo esto puede salir a la luz, no solo lo verá Ami, sino que saldrá en todas las portadas de revistas del corazón, en la televisión, en la radio. Puedo forrarme con esto. —se mofó— ¿Qué pensará tu padre? ¿Y tu abuelo? Creían que su hijito era un santo y lo verán fornicando en pelotas con un montón de famosas, alguna de ellas casadas — sonrió malicioso— Vaya, vaya, Señor Jover, te has portado muy mal —añadió. —¿Quién te ha dado todo eso? —Una persona de la larga lista de gente que te ama por lo bueno que has sido con ellas —respondió en tono sarcástico. —¿Qué es lo que quieres? —interrogó con la cara desencajada. —Ya lo sabrás a su debido momento —habló. Ami salió del baño. Jack asintió con la cabeza. —¿Qué te pasa Jack? Tienes mala cara dijo Ami acariciándole el cabello. —No se encuentra muy bien, lo dejamos para otro día —dijo Iván mientras recogía su mochila. —¡Llévame a mi habitación! —ordenó Jack. —¿Qué te ocurre? —preguntó desconcertada al ver que comenzaba a mover con impaciencia su silla de ruedas. —¡Qué coño te importa! —gritó con los ojos inflados en ira. Ami le dejó en la habitación solo, como le había pedido. Había intentado hablar con él por el camino, pero no soltó ni una sola palabra. De vuelta, al pasar por la puerta del despacho creyó ver luz. Se acercó sigilosamente, pegó la oreja en la puerta, en el transcurso de uno segundos un crujido de madera la espantó. Con la mano temblorosa se acercó al pomo e intentó girarlo despacio hasta que llegó al tope y no cedió: había sido cerrada de nuevo con llave.

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Se apartó de la puerta con rapidez al notar un frío aliento en su cuello que le erizó el vello de todo el cuerpo. — No volverás a hacerte con él —masculló mientras se alejaba por el pasillo. Ami subió al dormitorio donde Eusebi se alojaba desde que llegó para quedarse en la casa. Tocó a la puerta, esperó hasta que oyó la voz de Eusebi. El médico hacía una hora se había marchado, ahora el abuelo reposaba tranquilamente con un libro sobre el regazo. —Candelaria me ha contado que esta mañana has tenido un ataque de asma —dijo Ami con gesto de preocupación— ¿Cómo te encuentras? — le preguntó acercándose a la cama. —No ha sido nada, estoy perfectamente, gracias noieta. La señora Nieves ha insistido en que venga el médico y ahora por su culpa tengo que quedarme todo el día en cama —refunfuñó— ¿Sabes Ami? Aunque no pude encontrar nada ahí arriba se me apareció mi niña —dijo casi en susurros, como si las paredes pudieran oírle— Ella me besó y como por arte de magia comencé a respirar de nuevo. Eusebi tenía el rostro encendido de alegría. Ami le sonrió cómplice ahora de su secreto. Se alegró que el ángel de Giselle siguiera protegiéndolos. —No pude continuar la búsqueda, era demasiado doloroso para mí, son tantos recuerdos… Quería hacerlo por mí mismo. Tus palabras me habían hecho pensar y el orgullo de este viejo tonto me venció —afirmó señalándose con el dedo— ¿Me ayudarás? —preguntó. —¿Está seguro de querer subir de nuevo al desván? —respondió Ami. —¡Sí, quizá vuelva a ver a Giselle! —sonrió. Los ojos de Eusebi brillaban de esperanza y de fe, percibió la joven. Sentía que la mágica energía de amor del ángel de Giselle había transformado muchas

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cosas en él. —¿Qué haces aquí? El señor Camps está descansando —irrumpió Nieves, llevando disgusto en su gesto y una bandeja con un vaso de agua. —He venido a ver cómo se encontraba el señor Eusebi, ya me marcho —dijo Ami levantándose del sillón, plantándole un beso en la frente. Eusebi sonrió el amable gesto agradecido. Nieves observó la escena con amargo rencor y soltó: —Gracias a tus ideas el señor casi se muere asfixiado —afirmó. —No sea tan dramática. La noieta quiere ayudar, no la tome con ella —soltó. A Nieves le molestaba mucho que Eusebi utilizara un apelativo cariñoso en catalán, su lengua paterna, para referirse a una empleada. Ami salió del dormitorio con una amplia sonrisa en el rostro. La ama de llaves le dio el vaso de agua con las pastillas que le había recetado el médico. —Se preocupa usted en exceso. Estoy bien. —Es mi deber, sabe usted que son la única familia que tengo. —Nunca le hemos agradecido debidamente que haya volcado todos sus esfuerzos en nosotros. Usted ha sacrificado construir su propia familia por cuidar de la mía. Nieves se ruborizó. Eusebi pudo observar como intentaba disimular sus ojos llorosos. —Lo he hecho con gusto —contestó—. ¿Este traje es para la tintorería? — preguntó intentando cambiar de tema. —Gracias. Gracias por todos estos años. Sé que nos quiere, nosotros también la queremos aunque nunca se lo hemos dicho. Ahora yo necesito decírselo. Como si de un detonador se tratara, aquellas palabras hicieron que la mujer

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se derrumbara en sollozos. Atropelladamente se dirigió hacia la puerta y se marchó con paso acelerado. Aunque no esperaba la reacción, sabía que Nieves era más sensible de lo que aparentaba. No entendía por qué le había dicho aquellas palabras pero ahora se sentía mucho más aliviado. Había esperado demasiado tiempo. ¡Qué poco costaba hacer feliz a una persona con una simple palabra como: te quiero¡, reflexionó. Recordaba el modo distante en que se había comportado con Nieves después del romance clandestino que mantuvieron. Ahora sentía que era debido a la vergüenza. Aunque habían pasado muchos años, Nieves merecía algunas palabras. Ella había tenido que enterarse por la prensa de que se había prometido con Sophie Villeroy durante su estancia en París. Se había comportado como un cobarde, había dejado que los demás hicieran su trabajo, su responsabilidad. Ella nunca le reprochó nada pero era evidente que todavía guardaba mucho dolor en su corazón. Ami se despertó agitada con la frente y su pecho todavía cubierto de sudor. El corazón todavía le palpitaba agitado. Miró el reloj de la mesita que parpadeaba incesante marcando las tres y treinta y tres de la madrugada. Había vuelto a soñar con palomas, esta vez le picoteaban todas a la vez, algunas le arañaban los brazos. Intentaba desquitarse de ellas dando manotazos hasta que alcanzó a una y cayó muerta en el suelo. Ami sintió aquel sueño como una seria alarma, una amenaza acechaba aunque no lograba percibir hacia quién o hacia dónde se dirigiría. Intranquila, se levantó de la cama para observar cómo se encontraba Jack. Con el cuerpo medio arropado aparentaba estar plácidamente durmiendo. Se dirigió hacia él, lo tapó, le dio un beso en la frente y luego caminó hasta la cesta donde Doris dormitaba. La acarició y volvió de nuevo a la cama, aunque continuaba sintiéndose inquieta.

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19 Secretos del pasado

Todavía no habían dado las nueve cuando Eusebi se presentaba aquella mañana de sábado, despertando a Jack con un alegre canturreo. Ami salió de su habitación en pijama, con los cabellos enmarañados y los ojos levemente inflados. —¡Ami, vístete nos vamos de excursión! —exclamó Eusebi. Jack y Ami se miraron sorprendidos al ver que Eusebi había cambiado su habitual atuendo de traje y corbata por un suéter y unos pantalones de sport. —¿Dónde

vais?

—preguntó

Jack.

—Al

desván,

estoy

seguro

que

encontraremos alguna pista sobre el caso. —Espero que sí. Anoche volví a soñar con las dichosas palomas, me da malas vibraciones todo esto. Me ha costado dormirme —soltó Ami bostezando. Entró de nuevo en su cuarto para salir al cabo de unos minutos peinada y con un chándal color verde pistacho. —Yo también quiero ir —dijo Jack—. Acércame mi ropa —ordenó mientras se quitaba el pijama en la cama. Ami miró a Eusebi esperando una confirmación. Eusebi estaba radiante de alegría pero al oír la petición de su nieto serenó ligeramente su rostro. —Jack, allí arriba hay demasiados recuerdos, puede ser tan doloroso como lo fue para mí, no quiero que sufras más de lo que ya lo has hecho. —Yo también tengo derecho a saber lo que ha pasado en esta familia. ¡Estoy harto de que me dejéis de lado! No soy un inútil —espetó. Eusebi asintió a regañadientes.

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Ami ayudó a vestirlo mientras el abuelo salió por la balconera para buscar a Juan. Nieves al escuchar el alboroto en la segunda planta subió rauda. Al ver a los dos hombres como subían en brazos a Jack hacia el desván puso el grito en el cielo: —¡¿Pero que estáis haciendo?! ¿Se ha vuelto todo el mundo loco en esta casa? ¿Es que no ha tenido suficiente con el ataque que le dio que ahora sube también a su nieto? —gritaba con las manos colocadas en las sienes—. ¡Tú tienes la culpa de todo esto! —gritó señalando con su dedo a Ami. Nieves continuó refunfuñando mientras subían los peldaños de la escalera. Cuando estuvieron arriba dejaron a Jack en la silla de ruedas. Las ventanas habían sido abiertas con anterioridad, el aire circulaba, era fresco y la luz se extendía por todos los rincones dándole un nuevo aspecto a todo el desván. Ahora nada parecía amenazante. —Nieves por favor, relájese. Ahora estaremos aquí los tres, ¡mire! —dijo Eusebi sacando su inhalador del bolsillo del pantalón— y también nos hemos subido el teléfono inalámbrico. Váyase tranquila —habló mientras empujaba levemente los hombros de la nerviosa mujer en dirección a la escalera. —Yo ya les he advertido. Esto no me parece buena idea —murmuraba mientras bajaba los peldaños. Nieves caminó furiosa hacia el salón. Allí se sentó a tomar aliento, miró hacia el teléfono que descansaba en un viejo escritorio inglés de principios de siglo, se acercó, con el pulso todavía tembloroso cogió la agenda y marcó: —Buenos días, soy Nieves…señor Jover tengo algo que contarle. Todo estaba intacto de nuevo en el desván. Las cajas que Eusebi había abierto, ahora estaban cerradas y los muebles cubiertos. Como si nada hubiese sucedido.

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Ami empujó la silla hasta colocarla donde Jack le había pedido. Nadie sabía por dónde comenzar. Allí los tres parados parecían esperar una señal divina. Ami preguntó por la pila de cajas de la pared. —Todo es de mi hija. Hay algunas cosas de mi esposa pero muy pocas —contestó Eusebi. Jack movió su silla hasta acercarse a la pila de cajas. Abrió una y sacó una pequeña libreta con un candado en forma de corazón. Parecía un diario infantil. Empezó a sentir que no había sido buena idea subir. Cogió otro objeto de la caja, era una noria musical, no recordaba que la hubiera visto nunca, la dejó de nuevo en la caja. Una caja de cartón oscuro con un logotipo rojo le llamó la atención. Estaba debajo de otra caja, la tiró al suelo, asustando con el ruido a Ami que miraba distraída por la ventana buscando las palomas. —¡Ten cuidado! —le regañó— pide ayuda si necesitas levantar algo pesado. Luego abrió el precinto de la caja. Estaba llena de libretas, carpetas e informes grapados. Una libreta con el título: Mi proyecto, reclamó su atención. Eusebi por su parte, destapó un enorme bulto. Eran tres baúles antiguos, recordaba que su madre los utilizaba para los viajes más largos. Abrió el primer baúl de color marrón oscuro con ayuda de Ami. Eran realmente grandes. Un fuerte olor a naftalina les hizo apartar la cara. Ami miró fascinada los sombreros y vestidos que contenían. —Tu madre era una mujer muy elegante ¿Cómo se llamaba? —preguntó Ami. —Isabel —contestó. Ami se colocó un sombrero granate de plumas verdes que le hizo estornudar. De repente una clara imagen del rostro de una joven se formó en su mente: —Se trata de ella —comentó ensimismada. —¿Qué dices? —preguntó Eusebi.

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Ami colocó sus manos sobre la ropa del baúl, cerró los ojos y respiró profundamente varias veces. De nuevo una imagen de una mujer vestida con aquellas mismas ropas le vino a la mente. La mujer miraba hacia el mar apoyada en el minarete, la sentía triste. Ami se levantó y comenzó a caminar por el desván dejando a Eusebi desconcertado. Jack seguía abriendo las cajas, su rostro cada vez era más melancólico, sus ojos por momentos se tornaban tristes y apagados. Al igual que Eusebi, cada objeto que salía de la caja era una vieja espina clavada aún en el corazón. No podía concentrarse en la búsqueda del suicida del despacho, había más fantasmas en su vida de lo que hubiera podido prever. Después de dar un largo paseo por el desván Ami se acercó de nuevo a los dos hombres que continuaban con su labor. Pudo sentir como luchaban contra los recuerdos que se amontonaban atropelladamente en sus cabezas. Observaba como Jack cogía los objetos los miraba y los volvía a depositar en las cajas. Eusebi por su parte sacaba los vestidos del baúl para tirarlos y más tarde los volvía a colocar arrepentido en su lugar correspondiente. Aquella escena, aquel desván representaba su mundo interior, todo era un reflejo del mundo donde habían estado viviendo. Ambos habían intentado hacer su vida pero con todo aquel lastre, arrastrando sus emociones más dolorosas, escondiendo parte de su dolor. Todo estaba representado en aquel desván. Ambos tenían trabajo por hacer, un profundo trabajo de limpieza de su psique y de su corazón. Meditó. —¿Por cuánto tiempo más queréis guardar todo esto? ¿Es necesario que tengáis todos estos objetos aquí olvidados en este desván? ¿No os parece que ya es hora de que cerréis este doloroso capítulo que vivisteis? —sugirió Ami. —Son los recuerdos de nuestros seres queridos, no podemos tirarlos —dijo

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Eusebi. —Habéis podido comprobar que Giselle sigue viviendo en una parte de vosotros, también los demás seres queridos, aunque no todos necesitan manifestarse. Sabéis que aún viven pero de otra forma. Giselle se ha transformado en otro ser que os ayuda. Eso no podéis negarlo —explicó. —Por deshacernos de todo esto no vamos a poder olvidar que mi madre y mi abuela murieron trágicamente en un accidente de coche. No vamos a poder olvidar lo mucho que las seguimos necesitando y las echamos de menos —soltó Jack. —Lo sé, sigue ahí porque os aferráis a esos recuerdos. La prueba de ello es este desván, esta casa. Todo está impregnado de una vida que ya se fue. Un tiempo que ya no es. En el universo todo es cambio, todo es evolución, nada está fijo. Aferrarse es negar lo bueno que la vida puede ofreceros, todo lo nuevo siempre llega lleno de vitalidad, de nueva energía, propicia para ahora, para el momento que vivís —miró a Jack que todavía sujetaba un objeto de Giselle en su regazo— Ya no eres un niño Jack, ya no eres ese niño que perdió a su madre, acéptalo y renacerás totalmente —luego dirigió su mirada a Eusebi— La vida todavía te sonríe, hay una mujer muy cercana a ti que espera pacientemente a que decidas olvidar todo y perdonarte. Una mujer que te ama en silencio y que te necesita tanto como tú a ella. Eusebi la miró sorprendido y desconcertado a la vez. Aquellas palabras parecían contener una sabiduría fuera de lo normal en una joven de su edad. Aunque no podía negar la certeza de todo lo que había oído. —Tienes razón —aseguró Eusebi— Es una carga muy pesada. Luego miró a su nieto, que todavía sujetaba una muñeca de trapo de su madre en el regazo. Ambos esperaban a que Jack pronunciara alguna palabra, pero continuaba cabizbajo mirando la muñeca mientras retorcía las suaves piernecitas

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de trapo. Ami se acercó a Jack, se arrodilló frente a él y le levantó el rostro por el mentón. Jack tenía los ojos nublados en lágrimas. —Es lo único que me queda de ella. No pidas que me deshaga de todo —rogó con la voz entrecortada. —Eso no es cierto, tú sabes que ella ha estado contigo en todo momento, ella te salvó de las rocas ¿Lo recuerdas? —afirmó— Eres tú quién ha de decidir si quieres pasar página o continuar con las heridas abiertas eternamente. Tú decides. Ami se alejó de nuevo y continuó observando por la ventana. Eusebi se acercó a su nieto y lo abrazó fuertemente. —¡Podemos hacerlo! —le animó. Jack lanzó con rabia la muñeca por el suelo. Las lágrimas brotaron por sus ojos. Eusebi le abrazó con más fuerza de nuevo. Ambos se consolaron, sentían cómo el dolor afloraba de sus pechos convertidos en ardientes lágrimas, unas lágrimas que contenían una densa energía atascada por años y años en sus interiores. Ami, desde la distancia, no pudo evitar sentir un profundo amor por aquellos dos hombres. Era un instante mágico, sintió. Minutos más tarde Eusebi llamó por teléfono, habló brevemente dando órdenes claras y precisas, al colgar la llamada desde el inalámbrico dio un profundo suspiro y miró de nuevo las cajas apiladas al fondo de la pared. Con más valor que fuerza comenzó a abrir una por una todas ellas, bajo la atónita mirada de su nieto. Había decidido hacer montones con el contenido: cosas inútiles, papeles para reciclar y otro montón donde colocaría las cosas que podía donar.

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Ami se acercó para ayudar. —Jack, sigo sintiendo que aquí no vamos a encontrar nada sobre el fantasma del despacho —afirmó—. ¿Cómo se accede al minarete oeste de la casa? — preguntó. —Desde aquí, por lo menos cuando era pequeño así era. — Sí, así es, había una pequeña puerta que llevaba hasta allí arriba —contestó Eusebi mirando a su alrededor— debe estar detrás de aquel cuadro —dijo señalando hacía la pared derecha desde la escalera de subida. Ami dejó los cuadernos de Giselle en el montón de cosas para quemar y se dirigió hacia el cuadro. Creyó que sería un retrato de cuerpo entero. Mediría metro setenta, calculó. Al quitar la sábana que lo cubría observó que era una pintura con motivos de caza girada en vertical: unos cazadores perseguían a un pequeño zorro, mientras unas palomas perseguían a los cazadores desde el cielo. Sonrió al ver las palomas. Lo sintió una señal. Intentó moverlo pero el cuadro pesaba demasiado para sus delgados brazos. Eusebi llegó en su rescate. Ambos arrastraron el pesado lienzo hasta despejar lo que había sido la puerta de acceso al minarete. Ami resopló agotada al ver que la puerta había sido tapiada con ladrillos. Jack miraba desde la distancia sin poder apreciar con claridad lo que habían descubierto. Intrigado comenzó a mover la silla con dificultad, ya que todo el suelo se hallaba lleno de objetos que obstaculizaban la movilidad de las ruedas. —¿Qué pasa? —preguntó intrigado. Ami giró el cuerpo y señaló con fastidio hacia la pared. —¿Quién habrá hecho esto? —preguntó Eusebi. —Mi madre —respondió Jack— Cuando era muy pequeño tenía fascinación

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por subir aquí. Lo revolvía todo, jugaba con los baúles, sacaba los trajes. Recuerdo también que subí al minarete varias veces hasta que mi madre se dio cuenta un día que tomaba el sol en el jardín y me vio desde abajo como intentaba trepar hacia el tejado. Tenía terror a las alturas, supongo que fue ella al pensar que podría caerme. Aunque después de poner el candado en la puerta del desván ya no pude ni siquiera saber si lo había tapiado o no. Estuve muchos años sin subir aquí. —Una pequeña pared no nos va a detener ahora ¿no? —afirmó Eusebi con una amplia sonrisa. Eusebi llamó a Juan desde el teléfono inalámbrico. El hombre se hallaba comiendo un bocadillo debajo de un seto, nunca perdonaba el tentempié de la mañana. Diez minutos después subía con una maza de hierro en la mano y un fuerte aroma a queso curado. Comenzó a picar en la pared, tras el segundo golpe de maza comenzó a colarse un rayo de luz. Los ladrillos eran macizos comprobó desde el primer golpe el jardinero, aunque era un hombre acostumbrado al trabajo duro, la frente le brillaba en sudor del esfuerzo. Al cabo de quince minutos pudo abrirse un hueco lo suficientemente grande para que Ami pudiera pasar. La luz entraba a raudales, solo había seis peldaños para llegar, contó Ami, agazapada para traspasar por el hueco de la pared. Mientras subía, el olor a excremento de ave le revolvió el estómago. Una vez allí, comprobó que la superficie del minarete era tan grande como su habitación. El color del suelo no podía verse ya que se encontraba tapado por una capa de fina arena de playa traída por el viento y la lluvia. El minarete estaba formado por tres arcos y una pared blanca y lisa para protegerlo de los fuertes vientos. Las vistas eran magníficas desde aquella altura. Podía verse todo el pintoresco pueblo de Sitges, el mar en calma y algunas barcas

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pesqueras a lo lejos en aquel soleado día de Marzo. Detrás, las montañas del Garraf teñidas del verde oscuro de los pinos. Era un sitio magnífico para alejarse de todo, para perderse, aislado de toda la casa, un lugar donde soñar. Meditó Ami con los ojos cerrados mientras respiraba profundamente la brisa marina. De repente de nuevo la imagen de Isabel mirando desde allí mismo en un tiempo lejano le llegó a la mente. —¿Por qué subías aquí Isabel? ¿Qué esperabas? —preguntó en voz alta. Miro a su alrededor, solo había una vieja silla resquebrajada y descolorida por el sol, con una montaña de caca de paloma sobre el respaldo. —¿Estás bien Ami? —dijo la voz de Eusebi desde el desván. —¡Estoy bien, un momento! —gritó. Ami comenzó a examinar los muros del minarete por dentro y los pilares que lo sostenían. También los observó por fuera. Se asomó para ver el tejado que podía tocarse con la mano desde la barandilla, no había nada extraño entre las tejas verdes. Luego miró hacia el techo, las vigas de madera eran vistas, cuatro vigas grandes formaban una pirámide, otras más pequeñas se cruzaban formando la tela de una araña. Azulejos de color verde y crema remataban los espacios que no cubrían las vigas, dándole un especial encanto. Era una lástima que nadie pudiera ver aquella hermosa composición Pensó. Ami volvió a reparar en la silla, una silla solitaria, sin mesa, parecía estar fuera de lugar. Aunque era de madera maciza, tendría más de ochenta años, pensó. Sacudió como pudo los excrementos de paloma golpeando ligeramente la silla con el suelo. Luego comprobó su resistencia apoyando solo la mitad de su peso. Sonó un leve crujido al dejar todo el peso de su cuerpo sobre ella, pero la

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sintió segura. Al alzarse para mirar entre las vigas del minarete sintió el desagradable olor de los nidos de las palomas, habían un par de pichones en uno de ellos. Al verla, movían sus todavía desnudas alas de miedo o de alegría. Ami no supo distinguirlo. —¡Qué asco! —exclamó con un gesto de repulsión en su rostro mientras deslizaba una mano por los resquicios de las vigas inundados de heces y con la otra se sujetaba al pilar. Al palpar los azulejos de la zona sintió como uno de ellos cedía ligeramente. Detuvo la mano, no lograba moverla con facilidad, estaba demasiado alto. Entonces soltó la seguridad del pilar y estiró las piernas para alcanzar el azulejo cuando de repente una bandada de palomas entró al minarete. Asustadas o furiosas por la presencia de la extraña en lo que era su hogar comenzaron a revolotear inseguras sin saber dónde posarse. Ami en un segundo perdió el equilibrio precipitándose fuera del minarete, cayendo sobre las resbaladizas tejas esmaltadas. Con rapidez su cuerpo fue deslizándose hacia el final de tejado, se asió a una de ellas pero comenzó a desprenderse. Con medio cuerpo fuera del tejado, miró hacia el vacío. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Solo de pensar que llegaba su hora. El crujir de la teja le anunciaba su fatal destino contra el suelo a más de siete metros de altura. Cuando ya solo podía gemir del pánico, de pronto algo la tocó. —¡Cójase rápido! Juan le ofrecía desde el minarete la silla para que se agarrara. Ami dudó unos segundos soltar la mano, aquella destartalada silla se le antojaba tan insegura como la teja medio desprendida a la que se asía. Pero la soltó y rápidamente se aferró a las patas de la silla. Juan fue tirando de ella hasta que pudo alcanzarla con la mano.

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—¿Te encuentras bien? —dijo subiéndola de nuevo al suelo seguro del minarete. Ami estaba blanca y exhausta. Respiraba con dificultad apoyada en uno de los pilares, las piernas le temblaban como finas cañas de bambú. —¡Di algo!, los señores están muy preocupados. Casi me quitan la maza a tirones para romper la pared ellos mismos al oír tus gritos —gesticuló con las manos. —Muchas gracias, estoy bien —respondió todavía con la voz temblorosa sacudiéndose el chándal de polvo. —¡Todo

bien!

—vociferó

el

jardinero

acercándose

a

las

escaleras

tranquilizando a los que esperaban en el desván. —Ponte aquí por si me vuelvo a desequilibrar —ordenó al jardinero en tanto se encaramaba de nuevo a la silla. En su tozudez logró sacar el azulejo, metió la mano palpó algo duro y estiró hacia ella. Al sacarlo a la luz pudo ver que era una caja de madera revestida en plata con símbolos labrados. La miró fascinada. —¿Qué es eso? —preguntó el jardinero al ver el ostentoso objeto. —Es algo personal para los señores —dijo protegiendo la caja bajo su brazo al notar la insistente curiosidad del jardinero. Ami bajó de la silla ante la atenta mirada de Juan. —Si son monedas de oro, puedes coger alguna antes de bajar la caja. Yo no diré nada ¡claro si me das alguna a mí! —. Sugirió en voz baja mientras se colocaba obstaculizándole el paso. —¿Qué dices? No hay monedas de oro mira —dijo agitando la caja al lado de la oreja del jardinero— ¡Quita de en medio! —exclamó. Ami se escurrió con rapidez de la insistencia de Juan y bajó las escaleras entrando de nuevo al desván por el agujero.

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Eusebi y Jack la esperaban ansiosos. Al verla entrar con la ropa manchada y el pelo alborotado Jack se alarmó. —¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? Hemos oído un grito. —Mi pesadilla se hizo realidad —dijo a la vez que reía nerviosa. Sonrió emocionada a los dos hombres cuando mostró la caja que había encontrado, mientras el jardinero bajaba lentamente las escaleras del desván, mirando de reojo, resignado hacia la caja. Eusebi la tomó en sus manos, intuyó de inmediato que era de su madre, ella adoraba oriente. Recordó. Abrió la caja. Dentro, solo había pequeñas notas de papel con la letra casi borrada, amarillas del tiempo y arrugadas de la humedad. No reconoció la caligrafía. —No es la letra de mi madre, ni la de mi hija. No sé quién ha podido escribir esto. Pasó una a una las notas hasta que encontró una que estaba firmada y la leyó en voz alta: —Siempre pienso en ti mi amor. Los días que no puedo verte se tornan insoportables. Isabel te amo. Siempre tuyo Rafael. Eusebi tomó asiento, estaba desconcertado, sentía estar invadiendo la intimidad más profunda de su madre. —¡Vaya! La abuela tuvo un novio —bromeó Jack sonriendo pícaramente a Ami. Eusebi miró a su nieto con dureza. —Lo siento —se disculpó Jack. —Mi madre era una dama respetable y antes no andaban con novios antes de casarse. Esto debió ser un coqueteo inocente de juventud.

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Eusebi visiblemente afectado con la nota todavía en la mano, parecía estar revisando toda su infancia en aquel momento tratando de encontrar algún resquicio de sospecha. Pensaba que no había conocido suficientemente bien a su madre. ¿Pero quién podía sondear en el corazón de una mujer? —¿Quién era Rafael? ¿Conocías a alguien del entorno con ese nombre abuelo? —preguntó. —No. No sé —contestó afligido. Eusebi leyó una frase de otra de las notas: —Estoy adiestrando a otra paloma. No quiero correr el riesgo de tener una sola. —¡Claro! —exclamó Ami—. Isabel subía aquí al minarete para recoger las notas de Rafael que llegaban con una paloma mensajera. Las palomas han anidado ahí desde entonces —dedujo. Eusebi revisó una por una todas las notas. En ellas Rafael declaraba su amor por Isabel apasionadamente, un amor intenso como aquel mostraba que los amantes no podían verse con frecuencia, era un amor clandestino, ocultado por la moral y la conducta de la época. Ami cogió la caja y se la mostró a Jack. Jack la acarició y la revisó en su interior. —Parecía ser más honda —comentó. Ami la cogió de nuevo. —A ver…tienes razón —dijo. Tocó las paredes que componían la caja hasta que una de ellas se separó por la mitad, dentro había un fino cajón que se resistía al intentar abrirlo. Buscó con la mirada algo que pudiera ayudarle. Se levantó y cogió un viejo abrecartas del montón de cosas para donar y desprendió el cajón. Dentro había una nota más extensa y un hermoso relicario de plata en forma de concha.

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—¡Qué bonito colgante! —exclamó la joven acariciando la pieza. —No es un colgante, es un relicario —afirmó Eusebi acercándose más a ella— ¡Ábrelo! —le ordenó. En efecto, la concha se abrió mostrando una pequeña fotografía en blanco y negro. —No reconozco a ese hombre —dijo Eusebi rápidamente. Sin embargo Ami miraba la fotografía con la boca abierta. —Yo sí…es el espíritu del despacho —afirmó— ¡Es Rafael! —contestó con el pulso acelerado. Ver la imagen del fantasma plasmada en aquella vieja fotografía le impresionó fuertemente. Jamás había tenido una evidencia tan clara de su don como vidente. Rafael era un ser cargado de ira y odio. Sin embargo en la foto parecía un hombre sencillo y amable. ¿Qué daño tan profundo le afligieron para convertirse en un alma sin descanso?, caviló. —¿A ver? —pidió Jack extendiendo la mano. Ami depositó el colgante en la mano de Jack que lo contempló atónito. —Sí, es él —afirmó. Eusebi y Ami lo miraron sorprendidos: —¿Cómo lo sabes? —preguntaron. Jack miró más detenidamente la fotografía pero no se atrevió a decir que el hombre que sonreía tímidamente en la fotografía era el mismo que estuvo en la fiesta el día que intentó suicidarse. Pisadas y voces provenientes del piso inferior se acercaban. —¡¿Qué es todo este desorden?! —Gritó Nieves apoyando sus manos en el pecho— ¿Ha llamado usted a estos hombres? —dijo señalando a un grupo de jóvenes con uniforme gris que venían tras ella.

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—¡En efecto, ya es hora de empezar una nueva vida! —contestó Eusebi con una sonrisa en los labios. Los operarios comenzaron a cargar cajas. —¡No pueden llevarse eso! —gritó Nieves a uno de los operarios que se dirigió hacia la montaña de trastos. El ama de llaves observaba angustiada cómo los hombres recogían los objetos y los depositaban en grandes cajas. Con lágrimas en los ojos y un nudo en el estómago, sentía que no podía resignarse a ver cómo le estaban arrancando una parte de su vida. —¡Esa muñeca no! —gritó arrebatándole de las manos una vieja muñeca de trapo al joven operario que la miraba desconcertado—. ¡La noria de Paris! —chilló corriendo hacia otro de los operarios que había lanzado la vieja noria de Giselle en una caja. —Nieves por favor, ¡déjalo ya! —dijo Eusebi mientras se acercaba a ella y la cogía del brazo, retirándola de los viejos recuerdos. Ella apartó su brazo con brusquedad y se acercó a Ami con los ojos inundados en lágrimas. —¡Todo esto es por tu culpa! —amenazó apuntándola con el dedo— ¿Qué ganas con esto? Dime ¿Qué ganas? —preguntó. Ami la miró con ojos llorosos. No quiso responder sabía que en aquel estado no escucharía ninguna de sus palabras. Nieves ya se había hecho una idea de ella y nadie iba a poder cambiársela. Acto seguido Nieves se marchó llevando en las manos todavía la muñeca y la noria de Giselle. —Ami te pido disculpas en su nombre. No sabe lo que dice. Siempre nos ha protegido demasiado. Hablaré con ella —comentó Eusebi acariciándole el

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entristecido rostro. Mientras uno de los operarios cogía el contenido de una de las cajas de Giselle, un cuaderno cayó sobre los pies de Jack. Jack alargó el brazo para intentar cogerlo. El operario al ver el cuaderno en el suelo se agachó veloz y lo volvió a dejar en la caja. —No, por favor, entréguemelo. El joven lo sacó de la caja y se lo dio. Era de nuevo el cuaderno con el título: Mi proyecto. Nada es por casualidad, pensó recordando las palabras de Ami.

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20 Odio que envenena

Terminaba de colgar el teléfono móvil. La conversación con su esposa había sido breve, debido al enfado de ésta. Ella no podía comprender que reanudara la amistad con Jack. Tampoco entendía que ahora había cambiado, que ya no era aquel joven vicioso que tan arrogantemente la había tratado las pocas veces que lo había visto, cavilaba. Manel conducía por la autopista. Los últimos mensajes de correo electrónico que recibía de su amigo se habían vuelto pesimistas. Era como si volviera a ser el mismo después del accidente. No había podido dejar de pensar en él desde que leyó el correo aquella mañana, aunque ninguna palabra lo atestiguara parecía una despedida. Aparcó el elegante coche negro en el porche de la entrada de la mansión. Nieves lo acompañó hasta el salón. Jack lo esperaba, leía el periódico sin demasiado detenimiento, parecía estar ojeando los titulares. No sonrió excesivamente al ver a Manel aparecer, pero éste sintió algo en su rostro que denotaba cierta alegría por la visita. —Me alegro de verte fuera de aquella habitación —dijo Manel apretando fuertemente la mano de Jack. —No deja de ser otra habitación de cuatro paredes —contestó Jack dejando el periódico sobre el sofá. Manel se sentó en el sillón orejero mientras Jack acercaba su silla de ruedas. —¿Qué ha pasado? Noto tus correos diferentes, parecías tan alegre últimamente. —Estoy bien.

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—¿Es por Ami? No me mientas. Me hablabas de ella con entusiasmo, que la habías besado pero te rechazó. Luego que habías usado el viejo truco de los celos con Virginia y que te había funcionado, pero entonces ¿qué ha pasado? Me dijiste que ella respondió a tu beso. —Ya no sé qué pensar. ¡Déjalo! solo quería verte para darte una cosa — contestó Jack mirando hacia el sofá. Alargó la mano y cogió una pesada caja de madera de ébano. —Es para ti —dijo soltando la caja en el regazo de Manel. Sorprendido dejó la copa de licor que se había servido antes de acomodarse en el sillón, en la mesa del té. La caja le era familiar aunque en aquel momento no podía recordar dónde la había visto. Abrió la caja. Dentro había un tablero de ajedrez. —¿Es ese ajedrez de mármol que tenías en tu piso de Barcelona? —preguntó atónito— ¡No puedo aceptarlo! Es una pieza de anticuario, tú adoras este ajedrez. Debe tener más de trescientos años —afirmó. Cerró la tapa de la caja mientras negaba con la cabeza. Siempre lo había tocado cuando visitaba a su amigo. Adoraba las piezas de mármol tan finamente trabajadas. Era una auténtica obra de arte en miniatura. —Tiene seiscientos cincuenta años. Lo compré en una subasta de Londres. Es tuyo acéptalo por favor, sé que lo cuidarás, eres un buen amigo. Manel volvió a abrir la caja para acariciar el suave y frío tacto del mármol. —Sigue intentando acercarte a Ami, es una buena chica, te la mereces. —No la merezco. Mi pasado siempre me perseguirá, siempre habrá alguien que me recordará lo mal que me porté con la gente. Lo ruin que fui con muchas mujeres. Ami es una persona muy especial, demasiado para mí. —Ella siente también algo por ti, pues si no, no habría respondido a tu beso.

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En mis ojos te verás —Ya

es

tarde,

tengo

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demasiados

pecados

sobre

mi

alma

—rió

amargamente—, Iván le pedirá en matrimonio. —¿Te vas a quedar ahí parado sin hacer nada? Si la quieres tienes que luchar por ella. No es fácil que el amor llegue a tu vida no debes dejarlo ir. Puede que no se vuelva a presentar nunca más. —Por mi conducta mucha gente sufrió. No volveré a cometer el mismo error, nadie más va a resultar herido por mi culpa, aunque tenga que perderla. —¿Qué dices? ¿A quién puede perjudicar que estéis juntos? —No sé, cosas mías. Una hora más tarde Manel salió del salón con una amarga sensación en su pecho. Ami se encontraba en el jardín, regaba el rosal blanco que había traído de la casa de su vecino, en su antiguo apartamento. Ya tenía hojas y diminutos capullos coronaban los tiernos tallos. De pronto un fuerte olor que transportaba el aire atrajo su atención. Miró hacia donde

Doris se encontraba, la perra se había

interesado especialmente por un arbusto de camelia y lo olfateaba de arriba abajo. Caminó hacia la perra. A medida que se acercaba hacia ella el olor era más intenso, olor a animal muerto, dedujo. Se agachó para mirar bajo el arbusto pero rápidamente apartó la vista: un gato negro yacía muerto, una desagradable espuma amarilla salía de la boca. Ami se giró al oír a Doris gemir a sus espaldas, Manel se acercaba con Candelaria a su lado. Se levantó del suelo y sacudió las manos de las piedrecillas que se le habían adherido en las palmas. Manel la abrazó levemente, portaba un semblante de preocupación que pudo fácilmente intuir. —¿Qué tal estás? —le dijo Manel. —Yo muy bien, pero tú tienes cara de preocupación. ¿Te sucede algo? —preguntó. Manel dejó la pesada caja sobre la barandilla de la blanca balaustrada y le

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habló. —Me preocupa Jack, me acaba de regalar un preciado ajedrez. —Sois amigos, es normal que quiera regalarte cosas. Te quiere mucho. —Ami, Jack está muy raro, he sentido este regalo como una especie de despedida. Quiero que estés muy atenta a todo, no lo pierdas de vista. —¿No estarás exagerando? Jack tiene altibajos es normal con todo lo que ha tenido que pasar. —Somos amigos desde hace tiempo, le conozco y sé que le pasa algo. ¿Lo vigilarás? —Sí claro. Manel sacó una tarjeta de su billetera y se la dio. —Por favor cualquier cosa llámame. Mantenme informado. —Vete tranquilo, todos en la casa cuidamos de él. —Quizá no todos sean de fiar —le dijo. Manel se alejó más liviano portando su regalo en el brazo. Ami sintió que había dejado parte de su preocupación y su peso sobre ella. Creía que Jack había borrado de su mente la idea del suicidio, comenzó a sentir malestar en su estómago, una inquietud se había instalado en su alma. Minutos después entró en la cocina por la puerta del jardín. Quería hablar con Candelaria para ponerla sobre aviso pero entonces oyó voces en su habitación, la joven sirvienta hablaba con alguien por teléfono: —¿Vas a venir esta noche mi amor? Ande diga que sí… Sí la he cogido… Sí… sí… yo también mi papi. La vieja no está esta noche… vale… te la doy esta noche. Se alejó rápidamente de la puerta. Alguien iba a venir durante la noche para visitar a la doncella. Nieves no permitía las visitas privadas de los empleados en sus habitaciones y pensó que iba a meterse en un lio si se enteraba.

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Ami sabía que su amiga salía con un chico de Perú, pero nunca le había contado que se veían algunas noches, allí mismo, en el dormitorio. Le extrañó que no se lo hubiera mencionado porque no era del tipo de mujer que guardara esa clase de información en secreto. Comenzó a prepararse un té con jengibre aunque no lograba dejar de pensar en lo que acababa de oír, sintió una terrible curiosidad por la misteriosa visita. Candelaria salió de su habitación, entró en la cocina y saludó a Ami que hervía agua en la tetera: —¿Te apetece un té? —le ofreció. —Sí, aunque me lo tomaré rapidito, todavía tengo que preparar la cena. La señora me mandó hacer hoy crema de espárragos —soltó torciendo la boca de desagrado. —¿Qué tal estás? —preguntó Ami. —Bien, aunque no tanto como otras —cortó. Apreció que Candelaria estaba extraña. Hacía días que su amiga la evitaba, no coincidían en los desayunos y cuando lo hacían, las conversaciones eran sobre el tiempo o las tareas del día. Había creído que su amiga tendría algún problema personal o familiar, aunque le parecía extraño que no le hubiera mencionado tampoco lo de la visita de aquella noche. Al remangarse los puños para pelar las patatas observó el reloj que lucía en su muñeca, desentonaba descaradamente con su sencillo uniforme, no entendía demasiado de relojes pero le pareció bastante lujoso. Cuando Candelaria volvía después de sus días de descanso siempre visitaba a Ami en la habitación para enseñarle ilusionada las cosas que se había comprado, hasta unas sencillas horquillas de pelo. Que ocultara aquel magnífico reloj era suficiente señal de que algo no iba bien con ella.

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Estaba dispuesta a averiguar qué se ocultaba en aquella misteriosa cita de Candelaria. Marcaban las once y once en el reloj de la mesita de noche cuando Ami terminó su meditación. Sabía que era el momento exacto para ir hacia la zona de los dormitorios del servicio. Cogió una chaqueta, se la colocó sobre el pijama y salió con sigilo de la habitación. Todo estaba a oscuras. Pasó por delante de Jack. Le pareció que dormía profundamente. Doris desde su canastilla gimió al verla pasar, le hizo un gesto con la mano para tranquilizarla. La mastín se levantó de la canastilla creyendo que aquel gesto significaba caricias y se abalanzó sobre ella. Inevitablemente la fuerza del animal hizo que Ami tropezara con la silla de ruedas que se hallaba plegada junto al sofá. —¿Qué haces? —preguntó Jack con voz somnolienta. —Había oído un ruido y he salido a ver qué era. —¿Rafael está aquí? —le preguntó buscando con la mirada entre las sombras de la habitación. —No, falsa alarma —le tranquilizó. —Ya que estás de pie ¿puedes traerme un vaso de agua fresca? Tengo la boca seca. Pensó que era una excusa genial para entrar en la cocina. Después de todo quizá no fue casualidad que tropezara con la silla. Sonrió. Toda la casa permanecía en un sepulcral silencio. Ami no prendió la luz de la cocina, para no poner sobre aviso al visitante misterioso. Abrió la puerta que separaba la cocina del pasillo de los dormitorios del servicio donde Candelaria y Nieves dormían. No tardó en oír las risas provenientes del cuarto de Candelaria. Asomaba una tenue luz bajo la puerta. Sentía los latidos del corazón con fuerza, sabía que no

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estaba bien espiar a las personas en su intimidad pero la curiosidad podía más que la moral. Notó que un sugestivo olor a loción de afeitado masculino impregnaba todo el pasillo. Apoyó el rostro en la puerta con sumo cuidado. Por unos minutos dejaron de oírse las voces para ser sustituidas por unos ahogados jadeos. Retiró el oído de la puerta abochornada. Candelaria había citado a su novio para hacer el amor con él, sonrió aliviada. Caminó para volver de nuevo a la cocina pero algo la frenó en seco. El familiar escalofrió que sentía en su aura cuando se encontraba con una energía oscura la hizo girarse de nuevo. Allí etéreo, como de humo, se encontraba Rafael. Ahora ya tenía nombre, el alma errante del amante de Isabel estaba allí de nuevo frente a ella, con una mirada desafiante. Llevaba un arma en la mano. Con la misma sonrisa maléfica con la que lo había visualizado la primera vez, subió su brazo con el arma y apuntó hacia la puerta del dormitorio de Candelaria. Ami con la sangre helada del pánico no pudo moverse de la misma postura. Rafael reía con amargura mientras apuntaba el arma, seguidamente caminó hacia la puerta y la atravesó. Temblando todavía de miedo salió corriendo hacia la cocina. Una vez allí, tomó aliento. Necesitaba reflexionar unos segundos: sabía que no podría entrar en la habitación con la excusa de que un fantasma podría estar en ella, la tomarían por loca. Candelaria no se lo perdonaría nunca. Pensó. Entonces cerró los ojos: —Necesito ayuda, necesito una respuesta. —Coge la leche —oyó en su mente. Parecía no ser buen momento para esperar una respuesta sabia, pensó ante la

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absurda contestación que había recibido. Abrió la nevera vigilando que se escuchara lo menos posible, cogió la botella de leche y salió de la cocina. Al volver observó que Jack se había dormido. Menos mal Pensó desconcertada al ver la botella de leche ya que Jack le había pedido agua. Dejó la botella sobre la mesita de noche, no estaba dispuesta a volver a la cocina. Todavía le temblaban las piernas del miedo que había pasado. Aunque no podía quitarse de la cabeza pensar que Candelaria podría estar en peligro. Tiró suavemente de la manta, Jack tenía medio cuerpo destapado, lo observó con ternura, no pudo resistir darle un beso en la frente. Mientras lo miraba no podía dejar de sentir una desagradable sensación de peligro. Los gemidos de Doris la tranquilizaron. Se acercó al mastín y la acarició: —Cuida de él, ¿vale? —susurró. Una hora después Ami se movía inquieta en la cama, soñaba nuevamente. La frente sudorosa delataba una pesadilla inquietante. En el sueño había un gato negro, daba vueltas y vueltas alrededor de sus pies, comenzó a girar cada vez más rápido, ella le decía que parara. Entonces el gato comenzó a echar espuma amarilla por la boca, un montón de espuma que comenzó a cubrirle los pies. Sentía el escozor de la espuma en su piel. Ami se miraba los pies horrorizada viendo cómo la espuma comenzaba a disolverle la carne. Un dolor insoportable que la despertó de golpe. Con el corazón palpitante sacó sus desnudos pies de la colcha que la cubría. Se tranquilizó al comprobar que los pies estaban intactos y que solo era un sueño. —¡Estos sueños son cada vez más reales! —murmuró con fastidio. Se levantó de la cama dispuesta a salir de la habitación. Al girar el pomo comprobó con asombro que la puerta estaba cerrada.

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Un terrible presentimiento la inquietó en aquel momento. —¡Jack! —gritó— ¡Abre la puerta! Por favor, no lo hagas —gritó desconsolada—. ¡No lo hagas! Nadie respondió. Las lágrimas comenzaron a brotarle de los ojos temiendo que ya fuera demasiado tarde para Jack. Comenzó a rogar con las temblorosas manos unidas sobre la frente. —¡Ayuda por favor! Os necesito, ángeles. Por favor Giselle, ayúdale no dejes que lo haga ¡Otra vez no! —¡Jack! —gritó de nuevo. Ami se derrumbó en el suelo detrás de la puerta. De pronto miró hacia la ventana de su dormitorio. Se levantó rauda y abrió las cortinas. Comprobó horrorizada que tenía barrotes de hierro, como todas las ventanas del piso inferior. Luego entró velozmente en el cuarto de baño y sintió un ligero alivio al ver que la pequeña ventana era de obra nueva como todo el aseo y no le habían colocado ninguna protección. Decidida subió sobre la tapa del inodoro, apoyó un pie sobre la cisterna y arrastró su delgado cuerpo por la pequeña ventana. Sin nada a que aferrarse cayó sobre un matorral que la arañó sin piedad. Sin perder un segundo se puso en pie y siguió el camino que rodeaba la casa. Con los ojos nublados por las lágrimas y el corazón desbocado entró resuelta en la habitación de Jack por la balconera. La estancia estaba en la penumbra pero gracias al resplandor de una farola del jardín Ami pudo distinguir con alivio la silueta de su paciente que se encontraba en la cama sentado, tenía la mesita auxiliar colocada, miraba un vaso de cristal que contenía un líquido incoloro.

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—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ami arrastrando las palabras con temor a oír la respuesta que ya conocía. —No hacía falta que vieras esto —dijo una voz varonil en la penumbra de la habitación. Un ruido de pisadas del lugar donde provenía la voz de hombre, hizo que Ami se pusiera en alerta. Pudo observar que la sombra de aquel hombre era grande, atlética, muy familiar. —¿Iván? —preguntó desconcertada. —Sí cariño. Estoy aquí, ayudando a que nuestro amigo termine con su sufrimiento. Ami miró aterrada el vaso que tan fijamente miraba Jack, corrió hacia él pero el fuerte brazo de Iván la detuvo. —¿Qué haces? No podemos consentir que se quite la vida ¡Suéltame! —gritó. Iván sostenía con fuerza el cuerpo de Ami mientras pataleaba por desasirse. La cercanía con su cuerpo hizo que pudiera volver a oler el mismo perfume de loción de afeitado del pasillo de la cocina. —¡¿Tú eras la persona que estaba con Candi?! —exclamó sorprendida. No podía imaginar que Iván y Candelaria habían estado tramando todo esto a sus espaldas. Las lágrimas brotaban de sus ojos. La desesperación se apoderaba de ella ¿Cómo podía estar pasando todo aquello? ¿Cómo no se había percatado? Doris que había entrado sigilosa por la puerta de la balconera que Ami había dejado abierta se abalanzó sobre la pierna de Iván mordiéndola con fuerza. —¡Ah! Maldita perra —gritó sin soltar a Ami. Iván sacó una pistola con silenciador de su bolsillo y disparó a la vieja mastín. —¡No! ¡Doris! —gritó Jack— ¡Maldito seas! no tenías que haber hecho eso. Jack golpeó la mesa de impotencia.

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Ami lloraba y gritaba de impotencia al ver a Doris como iba arrastrándose hacía la salida dejando un reguero de sangre a su paso. Doris subió con dificultad los peldaños de la escalera que conducían al piso superior. Cada paso era un gemido de dolor, la vieja mastín se estaba desangrando y su vida se evaporaba con cada gota de sangre. Con dificultad subió al último piso y se derrumbó en el suelo. A pocos metros de la perra, Eusebi releía las notas del misterioso Rafael profundamente inmerso en recuerdos de un pasado no vivido. Reposando sobre su cama intentaba imaginar cómo y cuándo se habrían conocido él y su madre. Aquel hombre sufría profundamente al estar separado de su amada, cada una de sus palabras emitían la tristeza y desazón del amor prohibido, del amor imposible, sintió mientras cogía la última nota que Ami había sacado junto al relicario. Aquella nota era más extensa que las demás. Se ajustó las gafas para leerla; de repente un gemido largo y desesperado que provenía del pasillo le alertó. Asustado salió de la cama tirando la nota al suelo, encendió la luz del corredor y observó que no había nadie. Volvió a apagar las luces y se dispuso a entrar en su habitación pero entonces escuchó de nuevo un gemido, esta vez más corto y ahogado. Caminó hacía las escaleras, allí prendió la luz y pudo ver con pavor de donde provenían. —Mira lo que me has obligado a hacer, bébetelo o ella correrá la misma suerte —amenazó Iván mientras apuntaba a Ami con el arma en la cabeza. —¡¿Te has vuelto loco?! ¿Por qué haces esto? —preguntó Ami. De pronto comenzó a sentir los escalofríos que acompañaban siempre a la presencia de Rafael. —Iván no eres dueño de ti —le dijo— un espíritu te posee. Tú no quieres que Jack se suicide. Por favor escúchame —suplicaba.

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—Merece morir, no es buena persona. No te dejes engañar, tú tienes que estar conmigo. Yo te cuidaré, con todo su dinero viviremos como reyes fuera del país. Lo tengo todo planeado a pesar que el muy cerdo me mintió —le dijo a Ami susurrándole cerca del oído. —Yo no quiero ir contigo a ningún sitio, ¡estás enfermo! —gritó. Iván le apretó el cuello con más fuerza, en unos segundos empezó a notar la falta de aire. —¡Me prometió que me daría todo su dinero si le ayudaba a morir! ¡El muy mentiroso! —exclamó Iván—. Luego se arrepintió y todo porque el estúpido se enamora —mirando a Jack con ojos llenos de ira—. Tú fuiste el culpable de que Lisa muriera, le hiciste caer en las drogas, era una mujer preciosa, era mi novia ¡Maldito seas! Me dejó por gente como tú, por ti. La deslumbraste con tu poder, con tu dinero. Le prometiste amor y luego la dejaste tirada como un pañuelo sucio y usado. Jack lo miró sorprendido, recordaba el nombre de Lisa pero ningún rostro vino a su memoria. —Si no te lo bebes ella morirá también —amenazó. Jack cogió el vaso que contenía cianuro líquido. Con la mano temblorosa lo acercó unos palmos a su rostro. Ami al ver que Jack se disponía a beberse el veneno comenzó golpear con sus puños el estómago de Iván. Éste apretó más su cuello dificultando la respiración. Ami comenzaba a ponerse morada. —No lo hagas por favor, no me dejes —le dijo con dificultad mirándolo con ojos suplicantes. Jack la miró fijamente. Ami pudo apreciar que los ojos de él estaban vidriosos pero había serenidad

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en ellos. —Tú serás más útil al mundo que yo. Tienes un corazón enorme. Tu sonrisa ilumina todo a tu alrededor. Tu energía y entusiasmo contagian a cualquiera que se ponga en tu camino. He vuelto a sentir amor gracias a ti. Me has enseñado a creer en mí, a apreciar a las personas por lo que son y no por lo que aparentan. Que el dinero es un vehículo para la vida y no el fin de la misma. Gracias a ti he vuelto a creer en la magia, pero aún así no puedo volver atrás y cambiar todo lo que he hecho. Esto es la consecuencia de mis actos pero no voy a consentir que nadie sufra más y menos tú, que tanto me has dado. —No le hagas caso, Iván está lleno del odio de Rafael, no lo hagas, yo… yo te quiero —expresó. Jack miró los húmedos ojos de Ami, sentía que estaba diciendo la verdad. —Te quiero —repitió. —¡Bebe maldito! Bebe o la mataré —amenazó Iván cada vez más alterado y tembloroso mirando hacia las salidas de la habitación— Ami se quedará conmigo. Te miente, no te quiere, me quiere a mí. —Nunca me iré contigo —contestó ella. —Lo harás. ¿Sabes por qué? —dijo acariciándole los pechos con la pistola— El muy idiota cambió todo su testamento y lo puso a tu nombre. La policía irá a por ti, serás la primera en ir a la cárcel si no huyes conmigo. —¿Por qué hiciste eso? —preguntó mirando los lagrimosos ojos de Jack. —Porque sé que harás buen uso de él y porque yo… también te quiero, con toda mi alma, nunca lo olvides. Jack agarró con firmeza el vaso y bebió de un trago todo el contenido. —¡No! —. Chilló Ami. En aquel mismo instante un disparo sonó en la habitación.

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Ami se notó liberada de los fuertes brazos de Iván y corrió en auxilio de Jack. Tiró la mesa auxiliar y se abrazó fuertemente a él. Vio la botella de leche que todavía continuaba llena en la mesita de noche y con un aplomo sorprendente abrió la boca de Jack que comenzaba a retorcer su cuerpo y le hizo beber sin descanso. Segundos después, fuertes espasmos comenzaron a sacudirle el cuerpo ante la asustada mirada de Ami que observaba cómo enseguida perdía la conciencia. —¡No te duermas! —dijo mientras zarandeaba el cuerpo—. ¡Una ambulancia! —gritaba desesperada— No me dejes te quiero, te amo, te amo. Jack respiraba agitadamente, el rostro de Ami era cada vez más borroso para él pero la luz que desprendían sus ojos permaneció intacta unos segundos, los suficientes para ver el amor que manaba de ellos. Cerró los ojos pero una suave sonrisa se dibujó en sus labios. Ami no había podido percatarse que Eusebi permanecía detrás de ella paralizado de terror, con el rostro blanco como el yeso y con el rifle que su padre le regaló en la mano. Iván yacía en el suelo gritando de dolor, un goteo incesante de sangre manaba de debajo de su espalda. Dos horas después del incidente Ami esperaba junto a Eusebi en un salón las noticias de los cirujanos que atendían el envenenamiento de Jack. Aunque los médicos le daban esperanzas gracias a que el veneno se había atenuado con la leche todavía no tenían un diagnóstico favorable. Repasaba en su cabeza una y otra vez la horrible escena que había tenido que vivir. Seguía preguntándose por qué Iván se había dejado llevar por la ambición y el odio de aquella manera tan intensa y radical. Que la había estado utilizando para su macabro plan. Luego recordó con amargura que Candelaria e Iván la

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habían traicionado. ¿Era ella cómplice de todo o la había estado utilizando también? Se preguntaba. Segundos después dos policías entraron en la sala de urgencias junto a Antoni Jover irrumpiendo sus pensamientos de forma abrupta. —Es ella —indicó Antoni apuntando con el dedo índice. — ¿Es usted Amelia Isern? —preguntó el agente de policía más mayor. Ami miró confusa a los agentes con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar. —Sí —contestó con la voz ronca y quebrada. —Queda usted detenida por el intento de asesinato de Jack Jover i CampsVilleroy. El agente la cogió por el brazo y la levantó en tanto el otro agente la esposaba con agilidad. Ami miraba a su alrededor atónita. Al ver que la esposaban, Eusebi se acercó tan rápido como le permitían las piernas hasta Antoni. —¿Qué estáis haciendo? —preguntó a los agentes— Ella no ha hecho nada — afirmó. —Querido suegro, Nieves me ha tenido al tanto de las actividades de esta delincuente. Me confesó que había estado hurgando en el pasado de la familia y que incluso se atrevió a tirar las cosas de mi difunta esposa. Me había dicho que no era de fiar y no la creí. Ahora alguien anónimo me ha llamado dándome todos los detalles: que esta mal nacida había planeado con su novio, el fisioterapeuta, terminar con mi hijo y quedarse con su dinero —contó Antoni mirándola con desprecio mientras los agentes la sacaban de la sala. —Eso no puede ser —habló Eusebi con el rostro blanco como el mármol de las paredes de la sala.

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—He comprobado todo lo que me ha dicho la llamada anónima y es cierto. Jack había cambiado todo su testamento. Todo está a nombre de Amelia Isern en caso de su fallecimiento. Ella es la principal benefactora de todo —gruñó Antoni. Eusebi sintió un mareo que le nubló la visión. Eran demasiadas emociones para él. Sentía que el suelo de aquella sala era blando como de mantequilla. Antoni lo agarró justo antes de desvanecerse. Mientras en Bella Villeroy Candelaria cerraba su maleta con un llanto continuo en sus ojos. Hacía un rato había hablado con Antoni Jover, le había contado que Iván y Ami estaban compinchados para quedarse la fortuna de su hijo. Después de colgar, lloró como nunca antes lo había hecho, había traicionado a su amiga. La ambición y el odio le habían hecho culpar a una inocente. Candelaria recordaba la primera vez que Iván le sonrió. Una mañana antes de marcharse de la rehabilitación con su jefe, le dejó una nota; aquel acto se convirtió en costumbre. En aquellas notas le hablaba de amor, de lo bella que era, parecía ser un hombre distinto el que escribía esas palabras. Había creído que Iván la amaba de verdad. Más tarde le habló de la oferta que Jack le había hecho por ayudarle a morir, de todo el dinero que dispondría si ella le ayudaba. —No hacemos nada malo, él me lo pide cada día. Jack está sufriendo y quiere morir —le decía. En las tardes libres se había visto con él en la ciudad, en su piso de Barcelona, allí le hacía el amor. Luego le enseñaba cómo manejar el ordenador, como funcionaba Internet, le había explicado cómo sacar información sin dejar huellas. Candelaria había estado introduciéndose en el ordenador de su jefe mientras Iván estaba en la piscina con Jack y Ami. Nadie sospecharía de ella, de una simple criada. Le decía. Iván le había prometido dinero y una vida feliz de vuelta en su país.

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Pero Iván le había mentido, la había utilizado. Candelaria había permanecido oculta cerca de la ventana. Había escuchado con dolor cómo Iván le decía a Ami que la amaba, que se irían juntos con todo el dinero. Candelaria en ese momento se sintió humillada, traicionada por el hombre que amaba, nunca había tenido intención de obligar a Ami a que le diera el dinero del testamento, Iván quería disfrutarlo con ella. Sintió un ardiente odio hacía él. Aquella misma noche cuando le entregó la pistola que había robado de la colección del despacho, le había dicho cuanto la amaba mientras le hacía el amor. Vamos a ser muy felices, retumbaba todavía en su cabeza mientras terminaba de hacer la maleta. Antoni entró en la habitación se acercó a la cama. Jack tenía la mirada perdida en el techo, todavía los ojos no se habían acostumbrado a la luz y parpadeaba incesantemente. —¿Dónde está Ami? —preguntó con la voz fina, luego tosió. — Me duele — dijo. —El veneno le ha dañado las cuerdas vocales señor Jover —contestó el médico. Antoni se sentó en la silla de cuero negro que había junto a la cama. —¿Y Ami? ¿Por qué no viene? —insistió con un hilo de voz. —Se ha marchado. Ahora descansa, tienes que recuperarte —dijo Antoni. —Exacto —contestó el médico que lo miraba de cerca— Ha sufrido un infarto provocado por la ingesta de cianuro hidrógeno, un potente veneno, podría estar muerto si no fuera por la rápida intervención de su familia que le hicieron beber líquido. ¡Vuelve de nuevo a la vida señor Jover! —afirmó el médico al abandonar la habitación. —Ami me dio la leche. Ella me salvó —susurró con una leve sonrisa en los

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labios. Es un ángel en la tierra como dijo mamá. Me dijo que me enviaría un ángel. —¿Por qué cambiaste todo tu testamento a favor de una desconocida, de una criada? —preguntó Antoni con indignación. —Porque la amo —contestó Jack cerrando los ojos. Antoni miró a su hijo, acababa de sufrir un infarto y no había borrado la sonrisa de su rostro. Definitivamente creía que su hijo había perdido el juicio escuchándolo hablar sobre ángeles. —Sigues siendo tan débil como tu madre —dijo con amargura. Todas las cosas que Nieves le había ido contando sobre el despacho, el fantasma y el desván, le confirmaban que su hijo se había dejado arrastrar por las fantasías y las locuras de aquella enfermera y posiblemente Eusebi también. Antoni no podía llegar a comprender qué tipo de artimañas habría utilizado aquella joven para convencer a dos hombres cultos e inteligentes.

Tres días después…

—Tiene una visita. —Dijo una enfermera abriendo la puerta de la habitación que Iván compartía con un hombre de mediana edad. Iván había ingresado en el mismo hospital que Jack la noche del incidente cuando ambos llegaron en el helicóptero. Le habían operado de urgencias para extraerle la bala del hombro izquierdo y ahora se recuperaba lentamente de la herida. Iván giró el rostro y vio cómo la enfermera que sujetaba la puerta abriéndola hasta el máximo que permitían las bisagras, se quedó allí esperando. A los escasos segundos Jack apareció en la silla de ruedas empujada por otra enfermera. Disgustado por su presencia giró el rostro de inmediato hacia la ventana. —¡Lárgate! —le gritó.

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El guardia que lo custodiaba se asomó al oír el grito. —¿Está seguro que quiere entrar señor? —le preguntó el guardia. —Sí, tranquilo —respondió Jack. La enfermera acercó la silla hasta los pies de la cama de Iván y se alejó. —¿A qué has venido? —preguntó Iván. —He venido a decirte que no voy a ponerte ninguna denuncia, pero posiblemente te las tendrás que ver con mi padre, intentará alegar que estoy loco e irá a por ti. Pero que mataras a Doris… eso nunca te lo perdonaré —le dijo con los ojos encendidos de rabia. —No necesito tu perdón. —Siento lo que le pasó a Lisa. Fue otra víctima como yo, aunque no tuvo la suerte de tener a alguien a su lado que le enseñara a ver el mundo con otros ojos. Los ojos de Iván se nublaron de lágrimas. Sentía que esas palabras iban a clavarse directamente en su corazón. —¡Yo no la abandoné! Ella me dejó a mí. —Ella escogió hacer lo que quiso de su vida, nadie tiene la culpa. Jack giró la silla y salió. —¡Tú tienes la culpa! tú con tu podrido dinero, la sedujiste, la engañaste, le metiste en la droga y luego la abandonaste —gritó mientras Jack salía de la habitación—. ¡Tú la mataste! Las palabras que Ami le dijo un día aparecieron en su mente de repente, pero ahora tenían sentido para él. Entonces giró la cabeza antes de que la enfermera cerrara la puerta y le dijo: —Ella ya estaba muerta… como yo.

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21 Un rayo de luz

Mientras Nieves terminaba de limpiar la habitación de Eusebi, no dejaba de pensar. Todavía no podía creer que Candelaria estuviera desaparecida en busca y captura. Se le hacía difícil imaginar que aquella joven, devota cristiana, con la que había compartido tantas horas de trabajo estuviera también implicada en el intento de asesinato de su querido Jack. Pensaba en la frialdad que albergaban detrás de sus sonrisas. Que habían esperado el día que ella salía a visitar a su madre en Girona para llevar a cabo su macabro plan. El corazón le palpitaba rápido cuando imaginaba una y otra vez si Jack no hubiera podido sobrevivir al veneno. Sentía su sangre detenerse y un largo suspiro salía de su boca. Nieves odiaba los cambios, el desorden de cualquier clase y los últimos meses sentía que había pasado un viento huracanado. Entonces le venía el rostro de Ami a la mente y se le encogía el pecho. Sentía que ella había sido ese viento, que si ella no hubiera aparecido por la casa, con su inocente apariencia, nada hubiera sucedido. Todo hubiera estado como siempre. Yo también me dejé engañar, cavilaba. Aquellos días había tenido que aumentar la dosis de su medicina para la ansiedad y eso le conllevaba estar más lenta de reflejos y más cansada de lo normal. Aún así arrastraba la escoba con tanta fuerza que hubiera podido llevarse los dibujos de las baldosas. Deseaba borrar tanto dolor acumulado en esa familia. Cesó de barrer y se percató de un papel mal doblado debajo de la cama. Se agachó lentamente para cogerlo mientras sus rodillas chasqueaban acompañando el movimiento. No gozó leerlo, su moral se lo impedía, aunque no por falta de ganas. Lo guardó en el bolsillo del delantal azul que se había colocado y continuó

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con las tareas. Segundos después sonó el teléfono de la cómoda. Nieves descolgó el aparato. —Sí, no se preocupe, le paso la nota… sí… mañana a las cinco —contestó. Con una mueca de desagrado en el rostro colgó el aparato. En aquel instante sintió unas leves palpitaciones en el corazón. Dejó la limpieza de la habitación y bajó al piso inferior para buscar a Eusebi que se encontraba en el despacho que por tanto tiempo había permanecido cerrado. Allí Eusebi en la gran mesa de caoba revisaba antiguos cuadernos de contabilidad, intentaba descubrir un pasado que ahora se le antojaba extraño e irreal. —Hola Nieves —saludó antes de que ésta reaccionara. Nieves parada en la entrada de la puerta calló por unos segundos. —¿Venía a decirme algo? —preguntó mirándola por encima de las gafas. Nieves pensó que sería mejor para toda la familia que nadie se enterara que Ami salía mañana de la cárcel. —Perdone, esto debe ser suyo. Lo he encontrado debajo de la cama —dijo caminando hacia Eusebi sacando la nota arrugada del bolsillo del delantal. Eusebi alargó la mano. Reconoció al instante el papel amarilleado y ondulado por la humedad. —Lo dejó con sus tareas —comentó al ver los cuadernos antiguos amontonados abiertos sobre la mesa. —No, espere —dijo Eusebi sin retirar los ojos del papel. Entonces leyó en voz alta: —7 de Septiembre de 1929 .

Mi amada Isabel, no sabes cuánta dicha siento, no he podido dormir en toda la noche. Ser padre es lo mejor que le puede suceder a un hombre. No te preocupes no

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te voy a dejar sola en esto, yo me voy a hacer cargo de todo. No permitiré que te casen con ese pusilánime de Don Eusebi. Mañana hablaré con tu padre y me tendrá que aceptar aunque sea un simple campesino. Es nuestro hijo, carne de mi carne y no voy a consentir que nos separen, nos amamos por encima de todo. No quiero que llores porque no hemos pecado, solo nos hemos amado y eso no puede ser malo porque Dios es amor, lo dice el padre Miquel. Mi amada, no quiero que llores, mañana todo será distinto y estaremos juntos para siempre te lo prometo. Rafael tuyo para siempre.

Eusebi no podía dar crédito a las palabras de la carta. Parecía ser una broma pesada que el destino quería hacerle. Tenía ante sus manos la última nota que posiblemente escribió en vida Rafael. —Rafael era… mi padre —afirmó. El rostro de Eusebi se tornó pálido. Dejó caer la nota en la mesa, parecía pesarle demasiado entre los dedos. Nieves con la mano en la boca, los ojos llenos de lágrimas se acercó a Eusebi, le hubiera gustado abrazarle pero no reaccionó, lo más que pudo hacer fue acercarse un poco más a la mesa y coger la nota para leerla con sus propios ojos. La leyó con rapidez y comentó: —No podemos estar seguros de esto. Quizá su madre, que en paz descanse, tuvo un aborto o pudo dar al hijo de Rafael en adopción. En aquella época ninguna mujer podía permitirse quedar embarazada antes del matrimonio hubiera sido una deshonra para toda la familia, un gran escándalo. Eusebi negó con la cabeza. —¿No se ha fijado en la fecha de la carta? —dijo señalando con el dedo— Mi madre se casó aquel mismo mes y yo nací ocho meses después de esta fecha. Creo que no fui un niño prematuro, como contaban —rió amargamente.

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Eusebi se mostraba visiblemente afectado. En su interior sentía tristeza por su padre, el que lo había criado. Ahora pensaba en él ¿acaso conoció que su futura esposa estaba encinta? —No dé todo por seguro, Señor, nadie puede hablar ya de lo que aconteció — dijo Nieves mirando con ternura las temblorosas manos de Eusebi. Eusebi sacó el relicario del bolsillo de su chaqueta y lo abrió para Nieves. Nieves miró con asombro la foto de aquel hombre, le pareció un atractivo galán de la época. No le extrañó que pudiera haber conquistado el corazón de una dama de la alta sociedad. Pero cuando miró con más detenimiento sus rasgos no pudo negar la evidencia; Eusebi había heredado la mirada y la nariz de Rafael. —¿Entonces toda esa historia del espíritu de Rafael, es cierta? ¿Su alma ha estado en esta casa desde entonces? —pregunto Nieves todavía incrédula. —Según las notas que Ami encontró en el minarete, Rafael fue el primer novio de mi madre. Rafael existió, se llamaba Rafael Rodríguez era un trabajador de la finca —dijo señalando una de las antiguas libretas de cuentas— Estuvieron manteniendo su romance en secreto, pero solo hasta que mi madre quedó embarazada. —¿Después de todo lo que ha sucedido aún cree que esto no ha sido obra de Ami? No sé… algún plan para desquiciar a la familia y manchar la honra de su madre. No debe creer así sin más las fantasías de esa loca —afirmó Nieves. —Ami solo ha querido ayudar a esta familia desde que entró. Es una buena chica, es especial, tiene un don maravilloso para ver más allá de las apariencias. He visto cosas con mis propios ojos que me hacen creer en la inocencia de Ami. Aparte está la bala, eso es real y las notas también. Rafael se quitó la vida posiblemente porque mi familia materna rechazó el noviazgo entre ellos por su condición social. Su alma llena de odio e ira por la injusticia que sufrió al saber que jamás podría estar con la mujer que amaba y que otro criaría a su propio hijo, no le ha permitido

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descansar en paz y ha permanecido atrapado en esta casa, en la casa de su amada —narró. Calló por unos minutos. Con el rostro cabizbajo, suspiró hondo; parecía estar acumulando valor para saltar a un precipicio. —Yo cometí el mismo error que él —dijo por fin—. Me dejé llevar por las apariencias sociales y dejé de lado a una buena mujer, a una mujer que amaba. Nieves se ruborizó, bajó la mirada. El corazón se le aceleró y nerviosa comenzó a frotarse los dedos. —Ami también me abrió los ojos sobre esto. Me dijo que alguien muy cerca de mí todavía me amaba y me necesitaba —dijo Eusebi en tanto se incorporaba del mullido sillón de piel. Eusebi se acercó a Nieves y cogió sus manos. —¿Cree que todavía aquella mujer me ama? ¿Cree que ella puede perdonar todo el daño que le hice? ¿Cree que podemos pasar el resto del tiempo que nos quede juntos? Nieves comenzó a llorar. Asintió con la cabeza. Entonces Eusebi la abrazó. Nieves respondió a su abrazo sin poder dejar de llorar y temblar. Aquel momento lo había soñado cientos de veces en la soledad de su habitación; volver abrazar a Eusebi, sentirlo entre su cuerpo. En aquel momento se sentía la mujer más dichosa del mundo, la felicidad inundaba todo su ser, disipando la fría coraza que por tantos años había llevado puesta. Por fin la vida había comenzado a sonreírle Pensó dichosa. —¡Tengo un recado para Jack! —recordó sobresaltada. Eusebi rió la espontaneidad de Nieves. Centro Penitenciario de Barcelona Odiaba aquel lugar, creía que jamás hubiera tenido que pisar un lugar como ese. Allí con el cabello relamido, el traje gris oscuro

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de diseñador y los zapatos relucientes, Antoni esperaba impaciente con gafas oscuras a que ella apareciera. No quería que nadie le reconociera. Su abogado que abultaba el doble que él, también aguardaba nervioso mientras repasaba unos informes grapados sobre la rallada mesa de melanina gris de la sala de visitas. Al cabo de unos minutos Ami apareció acompañada por una celadora; ambas charlaban con naturalidad y cortesía. Antoni Jover no esperaba que dieran aquel trato a los presos y observó la escena con desagrado. Ami observó extrañada a los desconocidos de traje inglés que la esperaban. Antoni se quitó las gafas, la miró de arriba a abajo e hizo un ademán para que se sentara. —No esperaba verle aquí señor Jover —dijo Ami. —Yo tampoco creía que tendría que volver a ver su cara. Para mí sigue siendo usted una delincuente. —Lo que usted crea es su problema —soltó con aplomo. Antoni le soltó una fría mirada luego le hizo un gesto a su abogado y este le deslizó un documento con rapidez. —¿Qué significa esto? —preguntó Ami después de ojear el grapado de folios que le había dado. —¿No le parece generosa la cantidad que le ofrezco? A parte estoy dispuesto a retirar la denuncia. Ami lo miró con gesto desaprobatorio. —¡Yo amo a su hijo! No voy a renunciar a él. ¿Cómo puede pedirme esto? Ya he hablado con el abogado que Jack me envió y me ha dicho que tengo muchas probabilidades de demostrar mi inocencia, Iván hablará en mi favor —respondió apartando con brusquedad el contrato que el abogado de Antoni Jover le había acercado.

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Antoni rió entre dientes. —Me va a obligar a ser malo y no quiero. Hizo un gesto al abogado, éste nervioso sacó una carpeta y se la acercó. Ami abrió la carpeta y la ojeó. Su dulce rostro se fue tornando blanco de la perplejidad. —¿Qué significa…? ¿De dónde ha sacado esto? ¿Qué hacen las fotos de mi madre aquí? —He hecho lo mismo que usted hace. Remover en su vida, en su familia. La verdad es que su vida es de lo más normal y aburrida, pero hay un asunto un tanto escabroso en su último empleo que mi detective ha descubierto, no se imagina lo que la gente cuenta con un billete de cien delante de su cara. No sé quizá una denuncia por negligencia quedaría bien en el juicio. El juez seguro cree que también intentó sacarle el dinero a esa anciana que dejó morir. —¡Eso no es cierto! Yo le di su medicina, de eso estoy segura. Mi supervisora me chantajeó. Ami no pudo contener las lágrimas. —No puedo renunciar a Jack, le amo —dijo con las manos tapando el rostro para contener las lágrimas que se escurrían entre los dedos. —Si continua insistiendo, puedo optar por métodos más convincentes. Antoni cogió una de las fotos de la madre de Ami y la rompió en mil pedazos. Ami lo observó perpleja, la mirada de Antoni era fría, tan helada como había sido la del espíritu de Rafael. —¿Por qué hace esto? —le preguntó Ami con la voz quebrada, los ojos rojos y un fuerte nudo en la garganta. Antoni sabía los motivos aunque calló. En realidad no le importaba que Jack amara o no a aquella joven, era lo de menos. Tampoco creía que fuera a durar mucho el noviazgo. Creía conocer a su hijo y sabía que siempre se cansaba de las mujeres. Antoni tenía planes para Jack. Mientras

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almorzaba días atrás con Virginia Malone, ésta le había confesado que sentía algo por su hijo. Sorprendido con la noticia olfateó una futura y espléndida fusión entre las dos empresas. La relación de Jack con una enfermera enturbiaba sus planes de prosperidad económica. —Usted acepte el trato y váyase bien lejos y todo esto se olvidará. Pero si llega a acercarse a mi hijo aunque sea por teléfono verá de lo que puedo ser capaz por mi familia. Ami cerró los ojos e hizo un par de respiraciones profundas ante la atenta mirada de los dos hombres, luego cogió la pluma que Antoni le había ofrecido y firmó con todo el dolor en su alma.

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22 Paloma al vuelo

Jack esperaba impaciente en el asiento trasero del coche con la ventanilla bajada. A su lado, descansaba un enorme ramo de rosas blancas. El chofer vigilaba de cerca la entrada, como su jefe le había pedido, Tras una hora de espera en la calle, Ami continuaba sin aparecer. Ayudado por el chofer Jack entró en la recepción de la institución penitenciaria de Barcelona. —Espero la salida de Amelia Isern —dijo desde la silla de ruedas a la celadora que había en la recepción. La celadora comprobó su monitor con gesto indiferente. —Salió hace hora y media. —¿Cómo? No puede ser, me dijeron a las cinco de hoy. —Es lo que consta en la ficha —respondió la funcionaria. Una vez en el coche le pidió al chofer volver a Sitges, pues dedujo que podría estar allí esperándolo. La idea de verla de nuevo allí agitó su corazón. Imaginó el encuentro varias veces de camino a Bella Villeroy. En su mente la veía bajar de las escaleras con los brazos abiertos y una hermosa sonrisa en su dulce rostro. Aunque también le acompañaba la inquietud: No podía dejar de sentir rabia e impotencia hacia su padre que la había denunciado. Ami había sido encerrada sin culpa, ¿y si no podía perdonarlos jamás? Cuando salió del coche y vio solos a Eusebi y Nieves el rostro encendido de esperanza, alimentado con las fantasías del trayecto, se desvaneció en segundos. Nieves y Eusebi reaccionaron desilusionados al ver a Jack volver sin la compañía de Ami. Esperaron el regreso de la joven enfermera todo lo que quedaba del día en el salón de la casa.

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—No va a volver —sentenció Jack con pesimismo viendo la como la noche se tragaba los últimos restos de resplandor del atardecer. —No digas eso Jack, ella no haría algo así, seguro ha ido a ver a su madre, volverá —alentó Eusebi.

Tres días después ...

Jack desayunaba en el porche frente al mar. La primavera había explosionado en el jardín, llenándolo de color y fragancias deliciosas de jazmín y madreselva. Miraba hacía la balaustrada, la misma dónde un día volvió a la vida. Hacía minutos había abandonado el desayuno, el apetito iba menguando, la inquietud por la desaparición de Ami cerraba su estómago. Pensaba que no les había perdonado, que habían sido injustos con ella y sentía que tenía razón, que no merecían su presencia, que ella era mucho mejor que todos ellos juntos con todo su dinero y clase. Pero en su fuero interno rogaba por que volviera, por volver a abrazarla. El pecho comenzó a dolerle y sintió el amor que había despertado en él. El corazón le latía rápido. Y pensó que a pesar del dolor, jamás volvería a cerrarlo, que lo mantendría abierto por si alguna vez volvía a verla, para que no tuviera que realizar de nuevo el trabajo de derribar la dura coraza que lo había mantenido helado. De repente una paloma se posó en ella, hacía movimientos extraños al caminar. Observó que algo brillaba en su pata izquierda, curioso fue acercándose despacio mientras empujaba la silla con sus brazos. La paloma no se inmutó, parecía estar acostumbrada al contacto humano y se dejó tocar mientras Jack le desenrollaba con delicadeza el objeto que prendía de la argolla de su pata. La paloma vio cumplida su misión y voló rápida dejándolo con

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los ojos abiertos de asombro, en su mano sostenía el colgante de ángel que Ami compró en Sitges. Le dio la vuelta y leyó las palabras gravadas en él: Te quiero. El corazón le dio un vuelco. Giró la cabeza en todas las direcciones buscándola con la mirada. Apretó el colgante en el puño y sonrió.

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EPÍLOGO Lo que te dicta el corazón

Un año después de que el cuaderno: Mi proyecto fuera rescatado de la limpieza del desván, Jack había creado la Fundación: Giselle Camps Villeroy. En la soledad de su dormitorio, había leído con entusiasmo cómo su madre se las había ingeniado para crear un proyecto benéfico y a la vez poder estar cerca de su padre en las largas ausencias, mientras Construcciones Jover i Camps edificaban hoteles en Tailandia, India, Sudamérica o las costas de África. Había escrito con minucioso detalle cómo conseguiría ayudar a su marido con las licencias de construcción si ella prometía a la vez construir una escuela cofinanciada con los beneficios de los hoteles que allí se edificaran “Hoteles solidarios”, así los había llamado. Hoteles dónde solo utilizarían productos locales y nacionales hechos artesanalmente y pagados a su justo precio dónde familias desfavorecidas tendrían un trabajo digno y una educación para sus hijos. Después de leerlo, Jack quedó atrapado y fascinado con la idea. Sabía que su madre quería que lo hiciese, que aparte de traerle a Ami y ayudarlo a ser más feliz, también quiso que aquel proyecto, fechado unas pocas semanas antes de morir, viese la luz. El sueño de Giselle, se había convertido en su sueño y ya no moriría en aquel desván olvidado por el tiempo. Pushkar, estado de Rajastán, India. —Me parece increíble que te decantaras por este pueblecito remoto para montar la primera escuela. Podrías haber elegido cualquier otro lugar de la India más cerca de la civilización ¿No? —dijo Virginia mientras se apeaban del destartalado rickshaw que los condujo hasta la escuela recién construida. El pueblo era pequeño pero densamente habitado. Hacía años que la densidad de población infantil había superado el cupo de las escasas escuelas que

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había. Era un enclave perfecto pensó cuando lo visitó la primera vez. El enorme lago sagrado lleno de escalinatas, ghats, como allí las llamaban, lo hechizó al instante. Todo el lago estaba bordeado de encantadoras casas medievales, parecía un lugar sacado de un cuento. Observó cómo los peregrinos hacían sus rituales y abluciones sagradas junto a cientos de palomas y algunas vacas. Se le antojó muy exótico la primera vez que lo vio. Un desorden extraño donde cada cosa tenía su lugar y todo tenía cabida. El cielo y la tierra, lo humano y lo más divino. Jack tuvo que reconocer que lo único que le había atraído hasta el pueblo fue una postal que recibió de su agente indio donde aparecía el lago y una enorme bandada de palomas cruzándolo al amanecer. —El hotel no queda muy lejos de aquí. No seas tan quejica —soltó Jack, mientras alborotaba el rubio cabello de Virginia. Miró a su amiga, pensaba que estaba adorable con las pecas que el intenso sol del Rajasthán le había remarcado en su blanca piel. Virginia le devolvió la sonrisa. Sentía que tenía mucha suerte de tenerla como amiga después de haber estado un tiempo sin poder verla. Después de que su padre le hubiera contado que estaba enamorada de él, dejaron de verse durante un tiempo. Virginia estaba dolida pero agradeció la sinceridad de Jack cuando le dijo que seguía enamorado de Ami y que no podía olvidarla. Pero cuando le llegó por correo una copia del proyecto de Giselle y lo leyó aceptó con agrado la propuesta para crear los hoteles solidarios junto a la constructora de Jack. —Es muy espiritual de tu parte que hayas seguido las señales del universo, como tú dices, para encontrar el lugar apropiado para montar la

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escuela, pero este pueblo… ¡No hay asfalto! —exclamó Virginia mientras esquivaba los excrementos de vaca que adornaban el camino. Varios hombres de tez oscura les esperaban a las puertas del colegio. Una enorme banderola escrita en inglés y en hindi les daba la bienvenida. El pueblo entero se había volcado con el proyecto del Hotel y la nueva escuela. —Namasté —dijeron colocando sus manos en la frente. Los eternos rostros sonrientes de los hombres, acompañaron a Jack y Virginia por toda la escuela. Las profesoras y profesores comenzaron a cantar una canción en inglés con los niños mayores mientras otros se asomaban por las ventanas de las aulas saludando efusivamente y lanzando pétalos de flores a los fundadores. El amor y la gratitud en los ojos de los niños comenzaron a emocionarle. No imaginó que iban a recibirle de aquel modo tan abierto, humilde y cariñoso. Jamás creyó que “dar” le iba a hacer sentirse tan lleno, tan en paz consigo mismo. Cuando las enseñanzas que había recibido de su padre eran “acumular”, “coger” y “poseer”. Y que eso era lo que le haría feliz. ¡Qué equivocado estaba! Y qué poco se parecía a él, pensó con alegría al reconocer que había estado toda la vida intentando ocultar quién era realmente para parecerse más a lo que su padre había pensado para él. Recordaba el gesto agrio que se le había formado en el rostro a su padre cuando le habló sobre los hoteles solidarios y la inversión que iba a realizar en ellos. Se echó las manos a la cabeza al ver las cuentas: —¡Con estos gastos y estos sueldos que quieres pagar a penas tendrás beneficios! ¡Eres un blando como tu madre! No sirves para los negocios —le recriminó Antonio enfurecido al notar que perdía el control del capital de la fortuna de su hijo. —Pues sí papá…soy como mi madre… y me alegro por ello.

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Pero Antoni no tenía razón. Los hoteles eran todo un éxito y estaban siempre llenos. Habían atraído una selecta clientela ecologista que gastaban gustosos en todos los productos que sabían habían sido elaborados de manera natural. También habían contado con la ayuda de Ongs de toda Europa

que habían difundido la idea y se habían asociado numerosas

empresas del sector aportando su energía y entusiasmo al proyecto. Comenzó a formársele un nudo en la garganta que le hacía difícil seguir en la fiesta. Una niña se acercó para ponerle un collar de caléndulas naranjas. Se agachó y la miró, la luz que desprendían sus negros ojos le resultaron familiares. La niña avergonzada por la intensa mirada del extranjero salió despavorida por un camino detrás del colegio. Jack dejó a Virginia con el director de la escuela y aprovechó para salir de la multitud. Siguió el mismo sendero que había tomado la niña y llegó a un patio trasero sombreado por un viejo árbol de neem. Se apoyó en él y comenzó a llorar aliviando el nudo que se había formado en su pecho. No se percató que varios niños de entre cuatro y siete años de edad lo miraban asombrados. Jack levantó el rostro y los vio allí parados con los ojos abiertos de la curiosidad. Entonces comenzó a reír y ellos rieron también, se sentía feliz y realizado. Más allá del árbol observó que había un parque infantil con un columpio recién estrenado. Una niña de no más de cuatro años lloraba en el suelo mientras una mujer agachada de espaldas a él curaba la herida de la pequeña rodilla. Parecía que el nuevo artilugio de la escuela había cogido por sorpresa a la pequeña. Después de curarla, la niña se abalanzó al cuello de la mujer y la abrazó agradecida. La pequeña reparó en el extraño y lo saludó con su manita. Luego le

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dijo algo a la mujer en el oído. Observó como la mujer que permanecía agachada giró su rostro. Jack no podía dar crédito a sus ojos. El corazón comenzó a latirle con rapidez. —¿Ami? —susurró. Ami se levantó poco a poco, luego utilizó su mano como visera para protegerse los ojos del intenso sol. Observaba con curiosidad al extranjero que se acercaba caminando con la ayuda de un bastón. El gesto de su rostro se transformó de inmediato al reconocerlo. —¡Jack! —exclamó corriendo a su encuentro. Ami se abalanzó sobre él. Ambos se fundieron en un intenso abrazo que duró minutos, luego Jack tomó su rostro entre sus manos y la besó mientras los niños saltaban y reían rodeándolos. Sus labios y sus cuerpos permanecieron unidos hasta que las risas y las carrasperas de algunos de los espectadores les devolvieron al presente. Ami se apartó de sus brazos con una sonrisa en su rostro, quería comprobar de nuevo que Jack caminaba. —Has hecho un buen trabajo. —No hubiera sido posible sin tu ayuda. ¿Por qué te fuiste? —le preguntó acariciándole el rostro. —Ya no importa estás aquí. El universo nos ha reunido de nuevo —contestó. Jack volvió a abrazarla con fuerza y le dijo al oído: —Pues esta vez no pienso dejarte marchar. Luego besó su cabello. De repente el cuerpo de Jack se tensó. Algo entre los árboles había atraído su atención. Ami giró el rostro en la misma dirección. Allí sonreía el hermoso rostro del espíritu de Giselle. Parecía estar satisfecha. Luego, en unos segundos se desvaneció entre la espesura de los árboles.

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Así es el dicho: Creer para ver.

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©Inma Sharii,2009 (reservados todos los derechos) ©Editorial Ànima,2011 (reservados todos los derechos de edición mundial) 1ªedición ebook: diciembre de 2011 Diseño de cubierta: Ànima editorial, www.tuguee.com (reservados todos los derechos) Fotografía de archivo Fotolia: © yellowj (chica en la playa) © Mark Stout (hombre) Fotografía de la autora: ©Agustín Fernández B. (Primer Plano S.A.) Edita: Ànima editorial Apartado

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