Carolyn Grey - El Circulo del Fenix

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conducta. Consciente de la precariedad de su relación, había saboreado plenamente cada segundo pasado con Julian. En su fuero interno, estaba convencido de que el amor que le profesaba se rompería al contacto con el fango de su pasado. Pero se equivocó: cuando ese temible instante llegó, Julian, para gran sorpresa suya, no lo dejó. Mejor aún, lo amó todavía más. Entonces el temor se insinuó en él, parecido a una bestia salvaje escondida en sus entrañas que le había lacerado desde dentro sin dejarlo descansar jamás. La sensación de tener una suerte extraordinaria estaba siempre equilibrado con el miedo a perder esa felicidad. Era como las dos caras de una misma moneda: por un lado, la felicidad; por el otro, el miedo constante, devastador, que constituía su revés. La primera no podía ir sin la segunda. Desde el principio, sintió débilmente que no se merecía el amor que le ofrecía Julian, y ese sentimiento había crecido con el tiempo, sumiéndolo en un malestar del que no conseguía librarse. Cuando el dolor llegó a ser insoportable, decidió huir, aniquilando así lo que se sentía incapaz de construir. Las mancillas de su cuerpo y de su alma, el peso de sus crímenes hadan imposible cualquier futuro con Julian. El peso de sus crímenes... Gabriel se angustió. Se acordaba... Una escena escondida en su memoria acababa de resurgir a la luz, un rostro olvidado bailaba ante su mirada como para indicarle el camino a seguir. Permaneció inmóvil, como atontado. Sí, ahora sabía lo que tenía que hacer, y esa iluminación repentina borró en él la duda y el temor. Durante un rato, mucho rato, permaneció sin moverse contemplando la casa. Luego, tras un último vistazo, se dio media vuelta y se perdió de nuevo entre la densa y ruidosa muchedumbre. Era hora para él de enfrentarse con su pasado y expiar sus faltas. ***

Los preparativos del viaje acababan de llegar a su fin en la casa solariega Jamiston, e iban a salir para Londres, donde el grupo tenía que coger el tren, de un momento a otro. Cassandra se ponía su abrigo de terciopelo negro en la entrada cuando Jeremy se reunió con ella. —¿Ha visto usted a lord Ashcroft? —inquirió—. No lo encontramos por ninguna parte. La mujer levantó la cabeza, sorprendida. —Estaba en el salón hace apenas un pág. 290


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